Capítulo 109. Fuego de Venganza
Resplandor entre Tinieblas
Por
WingzemonX
Capítulo 109.
Fuego de Venganza
La fuerte lluvia había sorprendido a los pasajeros del avión negro del DIC en cuanto surcaron el espacio aéreo circundante a la base militar. El resto del viaje hasta ese momento había sido relativamente tranquilo; apenas una pequeña turbulencia mientras cruzaban por Colorado. Resultaba incluso un poco extraño; como si las nubes de lluvia se hubieran concentrado justo en el área de Los Ángeles y se rehusaran a moverse de ahí.
A pesar del clima, el avión logró aterrizar sin problema en la pista, dónde el personal de la base ya los aguardaba. Francis y Gorrión Blanco habían aprovechado todas las horas de vuelo para revisar detenidamente los expedientes de sus dos objetivos, familiarizarse con sus historiales y habilidades, y de paso practicar un poco el dominio de la telequinesis de Carrie; todo lo que no pudiera poner en riesgo el funcionamiento del avión, claro.
Las dudas que la resucitada Carrie White había externado en aquella sala en presencia del director Sinclair seguían aún presentes en su mente, pero el viaje le había ayudado a aplacarlas un poco y comenzar a enfocarse como mayor prioridad en lo que se esperaba de ella en esa misión. Y le entusiasmaba enormemente poder cumplir esas expectativas.
Los dos agentes del DIC bajaron presurosos por las escaleras del avión, siendo recibidos por la fría lluvia. Abajo en la pista, un grupo de soldados los aguardaban, y dos de ellos tenían listos unos paraguas.
—¿Sargento Schur? —escucharon que exclamaba con fuerza un soldado del grupo, lo suficiente para que su voz se escuchara por encima del motor aún encendido del avión. Era un hombre alto, incluso más que Francis, de cabello muy corto y piel morena. Por su uniforme, se veía que era de un rango mayor que los demás que lo acompañaban.
Francis alzó una mano, y se hizo notar rápidamente que él era en efecto a quien buscaban.
Cuando estuvieron frente a ellos, y ya protegidos debajo de sus paraguas con el logo de la Fuerza Área, el soldado alto y moreno extendió su gruesa mano hacia Francis, ofreciéndosela.
—Sargento Lewis —se presentó aquel hombre, al tiempo que Francis le tomaba la mano y ambos se daban un fuerte apretón—. Bienvenido a la base Edwards.
—Gracias —respondió Francis con su usual estoicidad.
Su nombre resonó de inmediato en la memoria del soldado Schur. De acuerdo a lo que el director les había informado antes de salir del Nido, ese debía ser el hombre del capitán Albertsen que estaría a cargo del operativo.
—Ella es Gorrión Blanco —se apresuró Francis a mencionar, virándose a la chica a su lado para presentarla.
—Un gusto conocerlo, sargento —masculló Carrie con notorio entusiasmo, extendiendo también su mano hacia el sargento Lewis. Éste, sin embargo, no se la tomó de regreso.
De hecho, aquel hombre de apariencia reacia solamente la observó de reojo unos instantes, de una forma que a Gorrión Blanco ciertamente incómodo, por decirlo menos. Luego, ignorando por completo a la joven, comenzó a caminar presuroso hacia uno de los hangares cercanos a la pista. Sus hombres lo siguieron, y los dos agentes del Nido se vieron forzados a hacerlo también; incluida Gorrión Blanco, que un tanto avergonzada se vio forzada a bajar su mano y andar en silencio.
—Los observadores tienen aún ubicado al objetivo en su departamento de Bervely Hills —comentó Lewis mientras avanzaban, aun alzando un poco de más la voz a pesar de haber dejado el avión atrás; quizás debido a la lluvia, o quizás simplemente esa era su forma de hablar—. Pero nos informan que está comenzando a moverse justo en este momento. Sé que acaban de tener un largo viaje, pero tenemos que actuar lo antes posible.
—Descuide, a eso venimos —respondió Francis con seguridad, y Lewis asintió complacido.
—Les daremos los detalles básicos adentro, en el puesto de control que hemos armado en el espacio que nos prestó la base. El resto tendrán que digerirlo mientras nos dirigimos para allá.
Gorrión Blanco se sorprendió un poco al escuchar que recién acababan de tocar tierra y ya tenían que ponerse en camino de nuevo. Ingenuamente había pensado que podrían contar al menos con una o dos horas para descansar, pero fue claro que eso era una mera fantasía.
Todo en ese asunto parecía casi estarse haciendo a las carreras. Apenas le acababan de informar esa misma mañana de la misión, y ahora estaba ahí en la costa opuesta del país. Esperaba en serio que ese apuro no fuera a jugarles en contra, y ese era un pensamiento que Francis también compartía.
Mientras avanzaban, Gorrión Blanco se dio cuenta de que un par de los hombres que acompañaban al sargento Lewis volteaban a verla disimuladamente, y del mismo modo se viraban a otro lado cuando Carrie dejaba en evidencia que se había dado cuenta. Pero ellos no eran los únicos. Al llegar a las puertas del hangar, Lewis saludó a dos hombres armados que vigilaban la entrada y estos le regresaron de inmediato el saludo. Y al pasar a su lado, uno de ellos se le quedó mirando por largo rato de nuevo a la mujer rubia; de una forma menos disimulada que los demás.
—¿Todo está bien? —le cuestionó Francis al frente de ella. El desconcierto de la joven agente se encontraba plasmado claramente en su cara.
—Siento que todos me están mirando, por algún motivo —susurró Gorrión Blanco con voz tímida. Aquello ciertamente, además de hacerla sentir confundida, comenzaba a incomodarla.
Francis igual se había percatado de algunas de esas miradas, y en realidad no podía culparlos. Aunque no todos en el DIC supieran el nombre y pasado real de esa muchacha, los rumores sobre lo ocurrido en el ahora infame quirófano 24 del Nido, pudieron en una u otra forma salir más allá de la base e infiltrarse al menos entre los miembros de las demás divisiones.
—De seguro sólo están sorprendidos de ver a una agente tan joven —comentó Francis, un tanto indiferente—. No dejes que eso te distraiga, y sólo enfócate en nuestro objetivo.
—Sí, señor —respondió Gorrión Blanco con marcada firmeza en su voz. Aun así, fingir que aquello no le resultaba un poco molesto sería difícil. ¿Era su apariencia tan extraña...?
Como fuera, en efecto debía concentrarse en cumplir la misión, que para eso había ido hasta ahí. Y tras unos minutos en el hangar en el que les compartirían los aspectos más generales del operativo como les había prometido el sargento Lewis, saldrían de nuevo para montarse en los helicópteros negros sin logo reconocible alguno en sus costados, y dirigirse directo y sin otra escala a la ciudad.
El clima seguiría sin estar a su favor.
— — — —
Justo como Damien había indicado más temprano, era hora de volver a casa tras esos largos días en Los Ángeles. Verónica y los dos miembros de su seguridad que lo acompañaban todavía en el pent-house se apresuraron a arreglar todo. Verónica consiguió boletos para todos, incluido el Sr. Woodhouse, en un vuelo a Chicago que salía a las 8:40 de la noche. Los dos guardaespaldas se encargaron de empacar todo, incluidas las ropas, la computadora, tableta, cámara y demás pertenencias que el joven Thorn había llevado consigo; y, de paso, algunas de las que Esther, Lily y Samara habían dejado.
Y Damien... bueno, él casi todo ese rato permaneció sentado en uno de los sillones de la sala; quieto y en absoluto silencio, casi como si se hubiera quedado dormido, y Verónica llegó a pensar en un par de ocasiones que así había sido. Pero no, en realidad sólo estaba ahí, tranquilo... quizás demasiado tranquilo.
Aunque intentara disimularlo frente a todos, Verónica sabía que aquello que había ocurrido en la tarde lo había afectado; después de todo ella vio como su nariz le comenzó sangrar de esa forma, algo que ella pensaba era imposible. Y aunque aquella hemorragia por sí sola había sido demasiado escasa como para sacar una conclusión en base a ella, su actitud más apagada, casi agotada, dejaba mucho más en evidencia su estado real.
"Estaré bien pronto", le había dicho en aquel momento, y Verónica estaba segura de que así sería. Sin embargo, eso no la dejaba más tranquila.
Mientras Jimmy y Willy bajaban su equipaje y el de Damien a la camioneta en el estacionamiento, Verónica se dirigió a su cuarto para ella misma encargarse de sus cosas. Claro, ella no tenía sirvientes o asistentes que pudieran hacer todo por ella mientras se quedaba sentada en el sillón sin hacer nada. Por suerte ya tenía casi todo preparado desde antes, y sólo ocupaba recoger algunas cosas esparcidas por el cuarto y tirarlo todo a la maleta de una manera más o menos acomodada.
Unos minutos después, la joven italiana ingresó de nuevo en la sala, pero ahora arrastrando su maleta grande de ruedas; la misma con la que había llegado aquel primer día a Los Ángeles. Al aproximarse, encontró a Damien aún sentado en el mismo sitio, y en la misma posición; con sus ojos cerrados, y su frente apoyada contra sus dedos en una pose reflexiva.
—Ya bajaron todo el equipaje —le indicó Verónica al joven Thorn, parándose a lado del sillón en el que se encontraba—. Bueno, sólo falta mi maleta... Como sea, el vuelo que conseguí sale en dos horas, así que tenemos que salir al aeropuerto lo antes posible. ¿Necesitas que haga algo más, Damien?
El joven no respondió; ni siquiera movió un dedo, una ceja o algo que pudiera darle a entender que la había escuchado siquiera. Y tras unos incómodos segundos de silencio, Verónica se viró hacia la entrada del departamento y comenzó a caminar resignada a ésta.
—¿Te puedo preguntar algo? —escuchó de golpe que pronunciaba la voz de Damien a sus espaldas, cuando ya estaba a un par de pasos del pasillo del recibidor.
Verónica se detuvo rápidamente y se giró hacia atrás. Los ojos de Damien estaban una vez más abiertos, y miraban justo en su dirección con expresión soñolienta.
—¿Disculpa? —soltó la joven, un poco desconcertada.
—¿Por qué estás aquí en realidad? —soltó Damien sin muchos rodeos—. Y no me refiero literalmente a aquí. Me refiero a la Hermandad, conmigo o con Ann en general. Es evidente que creyente de todo esto no eres. Dudo que te agrade mucho la forma en la que trato, o todas las cosas raras que pasan a mi alrededor. A veces incluso dudo de que siquiera me tengas miedo, lo cual me desconcierta aún más. Y para poner en tu hoja de vida un puesto como pasante en una empresa como Thorn Industries, creo que hay opciones menos peligrosas para las que pudiste haber aplicado. Así que, ¿qué haces aquí? ¿Qué es lo que quieres obtener en verdad de todo esto?
Verónica lo contempló en silencio, incluso después de que terminara de hablar, aguardando que rematara todo con alguna risa burlona a sus expensas, o algún otro comentario ingenioso que dejara más clara su intención tras esas preguntas. Pero no hubo nada de eso. Y en su lugar, Damien la observaba atento, como si en verdad esperara una respuesta...
—No creí que pudiera importarte realmente algo que yo quisiera o pensara —masculló Verónica con mesura, esperando no sonar impertinente.
—Y no me importa —respondió Damien sin titubear—. Pero quizás ese tiempo en el agua sin respirar me afectó tanto, que incluso tú me provocas un poco curiosidad. Así que no hagas tanto escándalo al respecto y sólo compláceme, ¿quieres?
Ese era justo el tipo de comentario ingenioso que esperaba escuchar de su parte. Aunque no se percibía del todo tan hiriente y natural como en otras ocasiones; como si hubiera tenido que empujarse un poco a sí mismo para decirlo.
Verónica dejó un momento su equipaje a un lado del pasillo, y avanzó de regreso a la sala con paso reservado para posicionarse delante de él.
—En algo te equivocas —musitó la joven rubia—. Dijiste que no soy creyente, pero eso no es del todo cierto.
—No me digas —soltó el joven Thorn, acompañado de una risa sarcástica—. ¿Entonces tú también crees que soy el Anticristo?; ¿el elegido que destruirá este mundo viejo y dará paso al nuevo?
—Eso... no lo sé. Definitivamente no eres un individuo ordinario; eso lo tengo claro. Y Anticristo o no, estoy segura de que lograrás grandes cosas llegado el momento. Pero no me refiero precisamente a eso. El caso es que sí soy creyente de algo, y es que mi destino es estar aquí; contigo y con la señora Thorn.
—¿Destino? —musitó Damien, no sonando irónico en lo absoluto, sino genuinamente sorprendido. Al menos en un inicio, pues unos instantes después una sonrisa burlona terminó de formarse en sus labios—. ¿Y eso qué supone que significa? ¿Crees que tienes un "destino" que cumplir aquí? ¿Te lo dijo tu horóscopo una mañana?
—Ríete si quieres —contestó Verónica con sorpresiva firmeza—, pero desde siempre he sabido que mi sola existencia no es un mero accidente. Y aunque no tenga destinado hacer las grandes cosas que tú harás, sé que el futuro tiene preparado algo sólo para mí. Y aunque me trates mal, aunque me insultes, y aunque en más de una ocasión tenga deseos de salir corriendo de ti sin mirar atrás... Sé que aquí es el sitio exacto en el que debo estar. Eso es lo que sostiene mi fe.
Damien debía admitir que no se esperaba ese tipo de respuesta. Aunque, siendo honesto, en realidad no tenía una expectativa clara de qué era lo que esperaba escuchar.
Así que la sosa y aburrida de Verónica Selvaggio sí ocultaba un poco de profundidad después de todo.
—Sabes que al igual que todos los idiotas allá afuera a los que también los sostiene la fe, podrías estar terriblemente equivocada, ¿cierto? —comentó tras un rato, señalando con una mano hacia las puertas de cristal rotas. Por éstas ingresaba algo de la brisa húmeda de la lluvia que caía afuera.
—Sí, claro —respondió Verónica con reserva—. Y también podría no estarlo. Algo parecido no te permite alejarte por completo de la Hermandad, ¿cierto?
La mirada de Damien se endureció ligeramente en ese instante en el que, evidentemente, la conversación se estaba girando hacia él. Aun así, Verónica no retrocedió y continuó con lo deseaba expresar.
—A pesar de tu rebeldía reciente, aún está en ti el pensamiento de "¿y qué tal si todo es cierto?" Por eso accediste a volver a casa, ¿o no? —Damien siguió observándola en silencio—. ¿Por eso me preguntas esto ahora? ¿Quieres que te diga acaso si estás tomando la decisión correcta...?
—No te alces tanto, perrito faldero —espetó el joven Thorn abruptamente, cortando sus palabras—. Ni te creas capaz de entender lo que pienso.
Y dicho eso, se viró hacia otro lado en dirección a la terraza, a contemplar las gruesas gotas de lluvia que caían en ella, y dejando claro que ya no deseaba hablar más. Su reacción no fue sorpresiva para Verónica, aunque sí la consideró algo más recatada que de costumbre. Aunque intentara disimular, la inquietud que lo envolvía era bastante evidente si ponías la atención adecuada.
El ascensor llegó a su piso en ese momento; Jimmy y Willy salieron de éste, e ingresaron de nuevo al departamento, que se había sumido en ese difícil silencio entre ambos. Igual a los dos guardaespaldas poco les importaba de qué estuvieran hablando ellos dos hace un momento.
—Ya está todo en la camioneta, Sr. Thorn —le informó Willy al Damien, que apenas y reaccionó con un pequeño asentimiento de su cabeza.
Verónica suspiró con pesadez, y se dirigió al momento de regreso a su maleta. Tomó ésta de la manija y comenzó a jalarla hacia la puerta de nuevo.
—Me iré adelantando a dejar mi maleta en el auto —informó la universitaria mientras se iba—. Los espero abajo.
—Sí, haz eso —musitó Damien, agitando una mano en el aire con desdén.
De nuevo todo se quedó callado hasta que Verónica estuvo dentro del ascensor y se retiró. En ese momento justo, Damien se puso al fin de pie, y avanzó hacia las puertas de la terraza. Mientras más cerca estaba de éstas, más del rocío de la lluvia que el aire jalaba le tocaba la cara y sus ropas.
—¿Todo bien, Sr. Thorn? —le preguntó Jimmy, un poco preocupado. Ambos guardaespaldas se habían parado detrás de él, esperando sus próximas instrucciones.
—Sí, claro —respondió el joven, un tanto ausente. Giró entonces su cabeza hacia los lados, echando un rápido vistazo a las paredes, el techo y el suelo—. Es curioso, siento que he estado en este estúpido pent-house una eternidad, y no sólo un par de semanas. Si fuera una persona sentimental, hasta me pondría nostálgico de irme así.
Aproximó entonces una mano hacia el marco de una de las puertas, desprendiendo con los dedos un pedazo de vidrio que se había quedado aún en él. Lo alzó frente a su rostro, contemplándolo como si se tratara del más inusual de los objetos.
—E incluso me sentiría un poco mal de dejarlo en este deplorable estado —añadió justo después con algo de sarcasmo, dejando caer el pedazo de vidrio al suelo sin más—. ¿Han sabido algo de Kurt?
—Aún no, señor —respondió Willy rápidamente, aunque la pregunta los había tomado por sorpresa—. ¿Quiere que le llamemos?
Damien se quedó callado unos momentos, mirando hacia el frente como si reflexionara.
—No —respondió tras un rato con normalidad—. Él sabe dónde encontrarnos.
O quizás no... pero al final daba igual. No había tiempo de esperarlo, ni a él ni a los otros.
Tenía que tomar un vuelo.
— — — —
Aunque les había dicho a Carl y Karina que volvería a la casa parroquial por su cuenta, él mismo sabía que no tenía intención de hacer tal cosa; al menos, no de momento. Incluso cuando la lluvia comenzó, Jaime siguió de pie frente al edificio, refugiándose bajo el techo de lona de una tienda, en compañía de una pareja de jóvenes, hombre y mujer, al parecer sin paraguas y que esperaba a que todo se calmara también.
—Qué mala suerte, ¿no? —le comentó el chico con cierto humor, intentando quizás sacarle un poco de plática—. Dijeron que llovería, pero el cielo estaba tan despejado esta mañana que ni siquiera se me ocurrió traer un paraguas. Y lo peor es que está empezando a refrescar —añadió abrazándose a sí mismo para darse calor—. ¿No tendrá un cigarrillo que me pueda compartir, de casualidad?
—No fumo, lo siento —respondió Jaime escuetamente.
—Ya deja de molestarlo —le susurró muy despacio la chica que le acompañaba, aunque no lo suficiente como para que Jaime no la oyera—. No me da buena espina, y además huele demasiado a alcohol.
—Ya, no exageres —murmuró el chico entre dientes, al parecer más preocupado por qué el extraño a su lado se sintiera incómodo por dichos comentarios, a que su novia (o lo que fuera) se sintiera segura—. Discúlpela, por favor. Es su primera vez en Los Ángeles, y en general le teme a las grandes ciudades...
—No tienes que decirle eso —le recriminó la chica, pegándole en un brazo con su palma—. Si quieres tanto hablar con tu nuevo amigo, los dejaré solos...
Y lanzada dicha amenaza, la joven mujer comenzó a caminar, adentrándose en la fría lluvia pero sin mirar atrás ni un momento.
—Oye, ya —pronunciaba el chico, dudoso de dejar la protección del techo e ir detrás de ella—. No seas infantil, vuelve. —Ella no volvió, y de hecho cada vez se alejaba más por la banqueta—. Disculpe todo esto, por favor —murmuró apenado, virándose de regreso Jaime—. Es realmente embarazoso...
Y en ese momento se animó a ir tras ella, gritándole con insistencia que lo esperara.
Jaime apenas y reparó en ambos mientras se perdían bajo la lluvia y las luces de las farolas. En otro momento y lugar, el sacerdote en él hubiera intentado hablar con ellos, darles algún consejo, o quizás alguna observación ingeniosa sobre la vida, que les ayudara de alguna forma a sobreponerse a ese pequeño malentendido que evidentemente estaban teniendo.
Pero en esos momentos Jaime no se sentía demasiado un sacerdote, y los problemas de esos dos jóvenes en realidad le importaban poco; o, más bien, nada. Es como si esa parte de él se hubiera quedado en su habitación junto con su cuello clerical, y el hombre parado ahí en esos momentos era más... bueno, eso: sólo un hombre.
¿Qué seguía aguardando? ¿Qué era lo que quería hacer en realidad? ¿Y para qué traía esa pistola oculta en su espalda con exactitud...?
La puerta del edificio que tanto llamaba su interés se abrió en ese momento. Dos hombres salieron por ella, aparentemente discutiendo por algo. Pero lo que realmente llamó la atención de Jaime no fueron los dos hombres, sino una tercera persona que salió justo detrás de ellos. Al inicio pareció que fuera con ellos, pero en realidad se paró en la acera bajo lluvia, mientras los dos hombres se alejaban. Y dicha persona miró hacia el otro lado de la calle, hacia Jaime; con sus dos ojos azules astutos y penetrantes.
Jaime se estremeció, abrumado por aquella nueva visión...
—¿Gema? —susurró el sacerdote despacio. Y como si lo hubiera oído, la imagen de aquella mujer alzó una mano a modo de saludo para él, seguido justo después por un coqueto beso lanzado al aire.
La aparición con forma de Gema comenzó a caminar, seguida por la mirada inquisitiva e insegura de Jaime. Dio la vuelta en la esquina, comenzando a caminar por la calle lateral del edificio. Sin embargo, antes de alejarse demasiado, se viró hacia atrás, miró de nuevo a Jaime, y con el dedo le hizo un coqueto gesto de "sígueme", antes de prácticamente salir corriendo y perderse entre las sombras.
Jaime no se lo pensó dos veces, aunque quizás debió hacerlo. Cruzó de inmediato la calle, siendo casi golpeado por un taxi que frenó a último momento, soltándole una serie de pitidos e insultos. Jaime ni siquiera lo miró y siguió de largo, dirigiéndose a dónde había perdido de vista a Gema, o lo que fuera.
Prosiguió bajo la lluvia hasta llegar a la parte posterior del edificio. Miró alrededor intentando encontrar de nuevo a su escurridiza guía. Tras un rato, la vio saltar justo debajo de la luz de una farola, a unos metros de él.
—Gema... ¿eres Gema?, ¿o qué eres? —murmuró el sacerdote, sin entender ni él mismo por qué decía aquello.
Vio entonces como la mujer de blanco solo reía divertida, aunque de su boca no surgía ningún sonido. Llevó después sus dedos a sus labios, en señal de "silencio", y luego caminó hacia un lado, ingresando por algún tipo de entrada posterior de regreso al edificio, y una vez más desapareciendo de su vista.
Jaime corrió presuroso hasta ese punto. Se dio cuenta que aquello era una entrada para automóviles, tapada únicamente por una pluma de líneas rojas y blancas, y vigilada por una guardia en una caseta que... ¿estaba dormida?
Se aproximó cauteloso a la ventanilla de la caseta, asomándose mejor al interior. En el efecto, ahí vio a la mujer de uniforme de guardia de seguridad, recostada sobre su mesa y brazos, plácidamente dormida.
Eso no podía ser una coincidencia, ¿o sí?
¿Ese ser o ilusión con la forma de Gema... le había hecho algo?
Al echar un vistazo rápido al interior del estacionamiento, no muy lejos de la entrada notó estacionada en un cajón una camioneta negra, con el reconocible logo de Thorn Industries en un costado.
Sin importarle ya demasiado las consecuencias, Jaime pasó por abajo de la aguja y se dirigió a la camioneta, aproximándosele con paso cauteloso. Y mientras lo hacía, introdujo de nuevo la mano en su saco, sacando su licorera y dando un largo y profundo trago. Ya estaba casi vacía...
¿Eso era lo que Gema quería enseñarle? Los vidrios de la camioneta estaban polarizados, así que resultaba bastante complicado ver hacia adentro. Como fuera, era evidente que no había nadie adentro. Y lo único que ese vehículo indicaba es que muy seguramente Damien Thorn seguí en el edificio.
Escuchó el sonido de un elevador llegando a esa planta, a unos cuantos metros de la camioneta. Jaime reaccionó de inmediato, agachándose y ocultándose detrás del vehículo, que por suerte era lo suficientemente grande para servir de escondite. Igual se asomó un poco por encima del cofre para echar un vistazo, y pudo ver a una mujer joven y delgada de cabellos rubios saliendo del elevador, arrastrando cabizbaja detrás de sí una maleta azul con ruedas.
La joven avanzó con paso apresurado justo hasta la parte trasera de la camioneta en la que Jaime se ocultaba, lo que lo obligó a moverse un poco más hacia el frente para mantenerse fuera de su visión. La mujer abrió la puerta de la cajuela, y subió como pudo su pesada maleta al interior de ésta.
Esa chica... ¿tenía algún tipo de relación con Thorn...? No la recordaba de su investigación. Podría simplemente ser una empleada.
Por su parte, y de momento ignorante de los ojos curiosos que la miraban, Verónica se las arreglaba para acomodar su maleta encima de las demás, esperando no haber aplastado la valiosa cámara fotográfica de Damien, porque entonces si de seguro estaría muerta. Resultó una tarea complicada, en la cuál hubiera agradecido enormemente la ayuda de Jimmy y Willy, pero el apuro por bajar fue más fuerte. Al final lo logró, y tras un pesado suspiro de cansancio pasó a cerrar la portezuela de nuevo.
Ahora sólo quedaba esperar...
A pesar de todo, lo bueno era que ya volverían a casa, y esa locura terminaría al fin; o al menos se calmaría un poco.
Mientras aguardaba, apoyó su hombro contra la portezuela del vehículo, y sacó su teléfono. Se proponía a enviarle un mensaje a su madre para avisarle que ya iban camino al aeropuerto. Sin embargo, apenas había abierto la conversación cuando sintió la presencia de alguien justo a sus espaldas, y luego el frío del cañón del arma de Jaime Alfaro justo contra la parte posterior de su cabeza.
—No te muevas, y no voltees —le indicó con voz carrasposa el sacerdote a sus espaldas.
—¿Qué? ¿Quién es...? —murmuró Verónica exaltada, e inconscientemente hizo el ademán de querer voltear; justo lo que le había dicho que no hiciera. Jaime la tomó fuertemente del hombro con su mano izquierda evitando que lo hiciera. Eso, y un pequeño empujón del cañón contra su cabeza, hicieron que se volteara de nuevo hacia adelante.
El corazón de Verónica comenzó a latir desesperadamente. Miró a su al rededor en busca de algún tipo de ayuda, pero todo el estacionamiento estaba solo, salvo por la caseta del guardia. Su repentino captor pareció leerle de alguna forma la mente, pues antes de que dijera algo le advirtió tajantemente:
—No te atrevas a gritar. Además, la guardia no te puede ayudar; está tomando una siesta.
Verónica tembló ligeramente al oír eso. ¿Esas palabras significaban acaso lo que ella creía?
—Trabajas para Thorn, ¿cierto? —cuestionó Jaime con el mismo tono desesperado de antes—. ¿Tienes la llave para ese ascensor? —añadió después, girándola casi a la fuerza para que viera en dirección al ascensor privado. Pero a pesar de haber entendido bien la pregunta, Verónica no respondió—. ¡Qué si tienes la llave! ¡¿La tienes?!
—¡Sí! —respondió en la forma de un pequeño gritillo—. En... el bolsillo de mi pantalón...
—Sácala, lento.
Verónica obedeció. Acercó lentamente su mano derecha al bolsillo de su pantalón, sacando de éste muy despacio la tarjeta electrónica rectangular y blanca, alzándola a un lado de su cabeza para que el misterioso hombre a sus espaldas pudiera verla.
—Bien, ahora camina —indicó Jaime, empujándola un poco en dirección al ascensor—. Vas a llevarme al pent-house con Thorn.
Verónica no tenía demasiadas opciones, por lo que casi por mera inercia sus pies comenzaron a avanzar hacia el elevador, y ambos ingresaron a éste. Jaime se las arregló para posicionar a Verónica frente al tablero lateral, permaneciendo él a sus espaldas y con el cañón aún pegado a su cabeza. Verónica pasó la llave electrónica frente al sensor, y éste se iluminó de verde. Presionó entonces el botón del último nivel, y justo al instante siguiente Jaime la jaló hacia atrás, alejándola del panel y de las puertas que se cerraban; quizás para evitar que presionara algún otro botón, como el de emergencia, o intentara correr.
—No sé quién sea pero comete un gravísimo error —le advirtió Verónica mientras comenzaban a subir—. Será mejor que se vaya ahora que puede.
Jaime soltó una pequeña risilla despreocupada.
—Mis errores son sólo asuntos míos y de Dios, hija mía. Y ya he cometido muchos peores en el pasado; éste no es nada en comparación, o incluso podría ayudarme a compensar algunos de ellos.
Verónica no comprendía a qué se refería con esas palabras. ¿Quién era ese individuo? Por su acento identificó que debía ser extranjero, y muy seguramente europeo como ella; ¿español, quizás?
—Si su propósito es asaltarnos, ha elegido a las personas equivocadas —insistió Verónica cuando iban ya a la mitad del camino—. Aún está a tiempo de retractarse; no le diré a nadie de esto.
—No quiero asaltarlos —respondió Jaime tajantemente—. Estoy aquí únicamente por respuestas, y juro por Dios que las tendré.
De nueva esa respuesta enigmática y extraña.
—¿Acaso está borracho? —masculló Verónica, casi sin darse cuenta de que quizás estaba sonando un poco impertinente con la persona que tenía una pistola contra su cráneo.
Como fuera, Jaime no pareció precisamente molesto por el comentario, ni tampoco se limitó a responder algo. Después de todo, podía ser que en realidad sí lo estuviera un poco. Pero sabía muy bien que eso no nublaba su razonamiento, sino que incluso podría estárselo aclarando mucho más.
— — — —
Mientras Willy y Jimmy se encargaban de cerrar las puertas y ventanas (que no estuvieran rotas o derrumbadas) y de apagar las luces, Damien permaneció de pie frente a las puertas de la terraza. La lluvia estaba arreciando un poco, e incluso habían resonando ya un par de estridentes relámpagos en ese pequeño lapso de tiempo. Se preguntaba si los dejarían despegar con ese clima.
—Todo listo, señor —comentó uno de los guardaespaldas, volviendo ambos a la sala.
Damien movió un poco su cabeza, como queriendo aliviar algún pequeño dolor en su cuello, y entonces se giró hacia sus dos hombres.
—Bien, vámonos de una buena vez —indicó con algo de indiferencia en su voz. Y los tres empezaron a dirigirse juntos a la salida; Damien al frente marcando la dirección y el ritmo, y los dos grandes hombres de traje oscuro andando a sus espaldas.
Cuando iban a mitad del pasillo hacia la salida, notaron que uno de los elevadores subía y se paraba justo en su piso. Considerando que muy pocas personas debían tener acceso a ese nivel, lo primero que Damien pensó era que Verónica había vuelto, a pesar de que dijo que los esperaría abajo. Y en parte esa deducción no fue errada, aunque le faltó predecir que la joven italiana no vendría de hecho sola...
Verónica salió del ascensor con un pequeño empujón de su captor. Avanzó entonces hacia el departamento con sus manos ligeramente alzadas, y siendo guiada por el misterioso hombre con sus ropas y cabellos empapados a sus espaldas.
Damien se detuvo un seco, intrigado por la... inesperada imagen que se le presentaba de golpe ante él.
—¿Y ahora qué...? —soltó el joven Thorn, más fastidiado que sorprendido o asustado.
Sus dos guardaespaldas no tuvieron una respuesta tan moderada, y de inmediato ambos sacaron sus respectivas armas y se colocaron rápidamente frente al muchacho.
—Retrocedan —ordenó el extraño antes de que alguno de los otros hombres armados le lanzara alguna advertencia. Empujó la cabeza de Verónica hacia el frente con su pistola, para que los tres tuvieran bastante claridad de lo que ocurría—. No intenten nada, que tengo dedos nerviosos... y no respondo si me sale un disparo por accidente para esta señorita.
—¿Se supone que eso debe ser algún tipo de amenaza para mí? —masculló Damien con un tono irónico.
—Damien, por favor... —susurró Verónica despacio, alzando su mirada para verlo a como su difícil posición le permitía. Sus ojos estaban llenos de miedo; incluso parecían estar a nada de soltar lágrimas.
Damien suspiró hastiado, además girando los ojos.
—Bien, bajen sus armas —le ordenó a sus guardaespaldas, los cuales de entrada no parecían muy dispuestos a obedecer. El muchacho avanzó entre ellos, colocando una mano en el brazo de cada uno, y con mínimo esfuerzo los empujó hacia abajo. Ambos hombres bajaron sus brazos sin mucha oposición—. Hoy he tenido un día horrible y demasiadas visitas indeseadas —añadió justo después con bastante tranquilidad—. Y además tengo un avión que tomar, así que terminemos con esto rápido. ¿Qué es lo que quiere?
Jaime centró toda su atención en aquel muchacho que le hablaba; el mismo que tanto obsesionaba a Frederic, y que él mismo había estado investigando durante todos esos días. Lo había en tantas fotografías y documentos que la imagen de su rostro se había quedado impregnada en su cabeza. Y al estar ahí, al tenerlo de frente, al sentir su mirada y escuchar su voz... Jaime no sabía con exactitud cómo sentirse...
A su mente vino las palabras que la joven novicia Loren había pronunciado aquella mañana cuando vio la fotografía de aquel muchacho: "Es como si sus ojos fueran dos profundos agujeros, y a través de ellos no hubiera nada más que oscuridad absoluta. No buena o mala... sólo oscuridad."
En aquel momento aquello no había tenido mucho sentido para él, pero ahora comenzaba a entender un poco a qué se refería.
Se lamió los labios secos de forma nerviosa, y sus dedos, algo temblorosos, se aferraron más fuerte al mango de la pistola. Y con la voz más firme que le fue posible, soltó el nombre que se moría pronunciar:
—Gema Calabresi...
Hubo silencio justo después, como en la espera de que diera algún otro detalle, pero éste nunca llegó.
—¿Quién? —pronunció Damien tras un rato, claramente confundido.
—No juegues conmigo muchacho, que yo no lo hago —amenazó Jaime, tomando ahora a Verónica rodeándole el cuello con un brazo, y pegando su arma contra el costado derecho de su cabeza—. Sé que sabes de quién estoy hablando. Ella estuvo en Chicago varias veces en tres años. Ella fue a verte, ¿cierto? ¿Qué fue lo que le hiciste?
Y de nuevo silencio. El rostro calmado y estoico de Damien no reflejaba reacción alguna, ni por el cambio de posición del intruso ni tampoco por sus estridentes exigencias.
—No tengo ni la menor de quién me está hablando —respondió con simpleza, negando levemente con la cabeza—. Me parece que se confundió de persona.
—¡No me mientas! —exclamó el sacerdote, bastante exaltado—. ¿Qué fue lo que hiciste para apartarla de Dios? ¿Qué fue lo que hiciste para apartarla de mí...?
Damien no pudo evitar soltar pequeña risilla burlona. La situación ameritaba algo más de seriedad, pero a él todo le parecía tan absurdo que casi parecía una mala broma.
¿Y acaso no lo era? ¿De dónde había salido ese sujeto de la nada, justo ese día? ¿Y quién demonios era esa persona de la que hablaba?; Damien en verdad no recordaba haber oído ese nombre nunca.
Pero, para sorpresa de todos los otros, alguien más al parecer sí...
—¿Gema... Calabresi? —murmuró Verónica tartamudeando un poco por el miedo, jalando de golpe la atención de todos, en especial la de su captor a sus espaldas. La jovencita volteó a verlo sólo un poco de reojo, claramente nerviosa—. ¿Cómo... conoce usted a Gema?
Jaime se sobresaltó sorprendido. Esa chica a la que tenía como rehén y con la que se había cruzado por mero azar... ¿ella conocía a Gema?
— — — —
Creyendo que su misión en Los Ángeles ya estaba concluida, Andy Woodhouse estaba ya más que dispuesto a también irse de la ciudad cuanto antes. Así que en esos momentos se encontraba en otro auto de transporte privado, que lo llevaba por la autopista bajo la lluvia en dirección al aeropuerto.
Si de él dependiera, su siguiente destino sería New York, para ver cómo seguía su madre y encargarse de sus asuntos personales que había tenido que poner en pausa por su repentino viaje a Grecia, y posteriormente éste exprés a la costa oeste. Sin embargo, debía ir primero a Chicago; y no sólo para asegurarse de que Damien en verdad volviera a su casa, sino también para asistir a esa importante reunión que le había insistido a Lyons que debían tener con los demás Apóstoles.
El asunto del DIC no podía ser pasado por alto, y aún representaba un peligro potencial; para Damien, y para todos ellos en realidad. El sacar a Damien del país una temporada aún era una opción que estaba sobre la mesa, pero había qué decidir cómo proceder para darle un carpetazo definitivo al asunto.
A pesar de haberle expresado a Lyons sus dedeos de prácticamente entrar en guerra, esperaba seriamente que no tuvieran que llegar a eso. Después de todo, se habían vuelto muy buenos para eliminar a sus enemigos de maneras mucho más sutiles.
Y justo como si lo hubiera invocado con el pensamiento, su teléfono comenzó a sonar justo en ese momento. Y al sacarlo de su bolsillo y echar un vistazo a la pantalla, quien le llamaba era justamente John Lyons; o al menos creía que era él, pues por seguridad en ese teléfono no tenía registrado como tal a nadie de la Hermandad, pero el número tenía la lada de Washington.
Adrián echó un vistazo rápido al conductor antes de responder. Éste parecía bastante concentrado en el camino, pero igual tendría que tener mucho cuidado con lo que dijera.
—¿Diga? —pronunció con tono despreocupado una vez que aceptó la llamada y acercó el teléfono a su oído.
—Adrián, que bueno que logro contactarte —se escuchó una voz consternada al otro lado de la línea; la voz en efecto correspondía con Lyons.
—Apenas —bromeó Adrián—. Voy camino al aeropuerto. Les tengo buenas noticias; Damien accedió a volver conmigo a Chicago.
Hubo un rato de absoluto silencio, en el cual Adrián pensó por un instante que la llamada se había cortado. Eso quedó descartado cuando un instante después Lyons volvió a hablar, aunque con un tono bastante más apagado.
—¿Está él contigo en estos momentos?
—No —respondió Adrián con calma—, pero me reuniré con él en el aeropuerto. Debe estar en camino ahora mismo.
Lyons soltó un pequeño quejido, que aunque Adrián no entendió del todo le pareció que muy posiblemente se trataba de una maldición escondida.
—Adrián, tienes que sacarlo de ese sitio ahora mismo —soltó Lyons, sonando casi como una orden; y eso al Apóstol Supremo de la Bestia no le agradó ni un poco.
—Ya me encargué de eso, ¿quieres rela...?
—¡No!, ¡no lo entiendes! —espetó Lyons con ímpetu, interrumpiéndole de forma cortante; algo que no le parecía recordar hubiera ocurrido nunca antes—. El operativo que el DIC iba a hacer para aprehenderlo, ¡lo harán ahora mismo!
—¿Qué? —exclamó Adrián, mostrando apenas una fracción del desconcierto que lo invadía en ese instante.
—Incluso es probable que lo estén llevando a cabo en este mismo momento —añadió Lyons, aprensivo.
—¡Con un demonio, John! —vociferó Adrián en alto, perdiendo por completo la calma y cuidado que se suponía tendría para atender esa llamada. Incluso el conductor se alarmó al oírlo, volteándolo a ver hacia atrás unos momentos—. ¡Se supone que tú ibas a averiguar con tiempo cuando fuera a suceder!
—¡Tuve las manos atadas! Al parecer el director Sinclair ya sospecha de alguna filtración entre su gente, y mantuvo todo en secreto de las demás áreas hasta el último momento. Nuestro informante apenas se acaba de enterar...
—¡Tus excusas no me sirven de nada! —le respondió Adrián, siendo ahora él el que le interrumpiera, y encima de todo le colgó sin importarle ni un poco si acaso tenía más decir.
Notándosele algo desesperado, comenzó a marcar de memoria el número que según recordaba le pertenecía a Damien. Luego el de uno de los guardaespaldas del joven Thorn, el tal Willy que se lo había pedido mientras estuvo ahí en el pent-house. Ninguno de los dos le respondió.
Pensó por un momento llamar a Ann y pedirle el número de Verónica, pero al instante todo eso le pareció sencillamente inútil.
—¡Dé la vuelta! —le ordenó tajantemente al conductor, inclinando su cuerpo hacia el frente.
—¿Qué dice...?
—¡Qué des la maldita vuelta, gusano estúpido! —le gritó furioso, tomándolo tan fuerte de su brazo que de seguro llegó a lastimarlo.
Ya fuera por un pequeño "empuje" de su parte o por el simple tono de mando con el que le había hablado, el conductor obedeció, tomando rápidamente la siguiente salida para salir de la autopista y poder retornarse.
Adrián se sentó impaciente en su asiento, mirando las gotas de lluvia contra el vidrio de la ventanilla, y su pie agitándose inquieto contra el suelo del vehículo. Esperaba que no fuera demasiado tarde, y que para ese momento ya hubieran salido de ese maldito pent-house...
— — — —
Para Charlie ya no había tiempo para sutilezas ni rodeos. Si todo tenía que terminar esa noche, que terminara sin más. Así que sin preocuparle la policía, la seguridad, la sorpresa, o la lluvia que caía, condujo su motocicleta a toda velocidad directo hacia Bervely Hills, y hacia la entrada trasera del edificio Monarch. En un par de ocasiones sintió que derraparía por el pavimento mojado, pero logró recuperar el control rápidamente. Tampoco se cruzó con alguna patrulla que la viera sospechosa, así que parecía que alguien arriba la estaba cuidado; quizás era Kali...
Para cuando Charlie arribó, la guardia de seguridad en la caseta de la entrada trasera acababa sólo hace unos minutos de despertarse, avergonzada de darse cuenta de que se había dormido. No entendió cómo pudo haber pasado; si su cuerpo debía estar en esos momentos lleno de cafeína por todo el café que había estado bebiendo ese día. Pero había sido como si sus párpados se hubieran cerrado solos de un momento a otro; como si alguien le hubiera puesto su mano en el rostro, cerrado sus ojos, y luego todo simplemente se borró...
Avergonzada, se sentó derecha y fingió que nada había pasado, esperanzada de que en verdad nada hubiera pasado. Eso se rompió por completo cuando la motocicleta de Charlie ingresó a la mala y a toda velocidad al estacionamiento, rompiendo la pluma en dos por el impacto.
La guardia saltó alarmada de su silla, y miró estupefacta a la mujer rubia bajándose de la moto y dejando ésta en el suelo sin preocuparse por siquiera acomodarla de pie.
—¡Oiga! —gritó la guardia con fuerza, y se apresuró a intentar salir de su caseta, con una mano aferrada al radio de su cinturón.
Charlie se viró rápidamente en su dirección, y con sólo una mirada la perilla de la puerta de la caseta se puso tan caliente que en unos segundos se puso al rojo vivo. Cuando la guardia colocó su mano en ella, la quemadura fue prácticamente instantánea, y la hizo saltar hacia atrás, cayendo de sentón a su silla. Miró su mano enrojecida, pero también contempló atónita como la perilla de la puerta parecía casi derretirse por el intenso calor.
Por la ventanilla de la caseta sólo pudo mirar atónita a la extraña mujer rubia ingresando al ascensor privado, y alcanzó también a ver cómo usaba una tarjeta electrónica, como la de los residentes, para acceder al panel del ascensor. Lo último que vio antes de que las puertas se cerraran y el elevador comenzara a subir, fue la intensa mirada de aquella mujer en su dirección.
Tardó unos instantes en poder reaccionar, pues todo aquello había ocurrido en tan sólo unos segundos, y su cerebro no podía siquiera terminar de procesar qué demonios había sido todo eso. Cuando al fin lo logró, acercó su mano sana a su radio y lo acercó a su boca para poder hablar por él.
—O... oigan... —murmuró tartamudeando un poco—. Creo que... tenemos otra situación aquí...
Sus compañeros no tardaron en responderle pidiéndole más información. Sin embargo, ella no tenía mucho más que decir en realidad.
— — — —
—¿Tú... la conoces? —murmuró Jaime despacio, una vez que logró salir de su impresión—. ¿Conociste a Gema?
La lengua de Verónica se trabó, siendo incapaz de poder responder la pregunta con la rapidez que el sacerdote requería.
—¡Qué si la conociste! —insistió Jaime, sacudiéndola un poco.
—¡Sí!, la conocí... —respondió Verónica rápidamente, casi gritando—. Era a mí a quien iba a ver a Chicago... ella y yo éramos amigas...
—Verónica, mejor no hables que empeorarás todo —le advirtió Damien con voz fría. No tenía ni idea de si lo que decía era cierto o no, pero en cualquier escenario ese hombre parecía demasiado inestable como para jugar con él.
Verónica quizás estaba más que dispuesta a hacer justo lo que Damien le indicaba, pero Jaime no estaba de acuerdo.
—¿Qué fue lo que le sucedió? ¡Dime! —espetó el padre Alfaro, sacudiendo un poco la pistola cerca de la cabeza de Verónica, y por consiguiente no ayudando ni un poco en que ésta se calmara.
—¡Murió! Se suicidó hace dos años...
—No, no es cierto. Ella nunca lo haría.
—A mí también me sorprendió —respondió Verónica con voz temblorosa—, pero es que siempre fue una persona muy extraña... Nunca podías saber lo que le cruzaba realmente por la cabeza.
—¡No! —exclamó Jaime, casi furioso—. Ella no era así. Ella era dulce y buena; era una persona totalmente entregada a Dios.
La confusión se volvió más que clara en el rostro de Verónica, sobreponiéndose incluso un poco a su miedo.
—¿Entregada a Dios? —musitó despacio, virándose ligeramente en su dirección—. Lo... siento... Creo que estamos hablando de una persona diferente...
Por supuesto que sí. La Gema de la que esa chica hablaba y la que Jaime había conocido, eran personas totalmente distintas. Sin embargo, esa había sido precisamente la historia durante los últimos años.
Siempre que escuchaba a alguien referirse a Gema Calabresi, las cosas que había hecho, y cómo había terminado... sencillamente para Jaime era inconcebible creer que estuvieran hablando de la mujer con la que él había pasado tanto tiempo, a la que había instruido, a la que había...
¿Qué le había ocurrido realmente? ¿Qué la había hecho cambiar tanto...?
Alzó su mirada al frente en ese momento, exaltándose visiblemente ante el notable cambio que se había suscitado. Entre Damien y sus dos guardaespaldas, había ahora una tercera persona. Justo detrás del muchacho Thorn, se había materializado una vez más la imagen de Gema, con ese vestido blanco de monja, pero sin su velo dejando así al aire sus cabellos rubios rizados y cortos.
Nadie además de él parecía percatarse de su presencia; ni la joven a la que Jaime seguía teniendo aprisionada con su brazo, ni siquiera Damien en el momento en el que aquella visión de Gema se le aproximó por detrás y rodeó su cuello con sus brazos. Aproximó justo después su rostro a la mejilla izquierda del muchacho, dándole un pequeño beso en ésta, seguida de una larga lamida desde ese mismo punto, hasta terminar en su sien. A cada momento teniendo sus lascivos ojos azules fijos en Jaime, como si lo estuviera provocando...
Damien ni siquiera pestañeó.
El sacerdote reaccionó de manera asertiva, extendiendo su brazo hacia el frente, y apuntando con su arma en dicha dirección. Pero no apuntaba precisamente hacia la visión de Gema que sólo él veía... sino más bien directo a la cara de Damien.
Los guardaespaldas reaccionaron al mismo tiempo, alzando de nuevo sus armas en dirección al intruso. La respiración de Verónica se cortó, mirando con ferviente temor el cañón de aquellas armas que, de hecho, más bien parecían apuntarle a ella... Sin embargo, de momento nadie disparó, y el rostro de Damien apenas y se mutó ante la palpable amenaza.
—En serio no quiere hacer eso, créame —musitó el chico, con tanta tranquilidad que rozaba básicamente la indiferencia ante lo que ocurría.
—No, no quiero... —musitó Jaime, exaltado y nervioso—. Pero ella me trajo hasta aquí, y aquí hay alguien que la conoció. Y tú estás aquí. Esto no puede ser una coincidencia.
—Oiga, a mí no me mire —respondió Damien, soltando incluso una risilla irónica—. En verdad no tengo idea de qué demonios está hablando.
—¿Ah no? —Los dedos de Jaime apretaron con fuerza el arma; el índice temblando nervioso sobre el gatillo—. La Gema que yo conocí nunca hubiera hecho lo que todos dicen... al menos de que alguien la influenciara. Al menos de que alguien le lavara tanto el cerebro que perdiera por completo la noción de su fe, o de quién era... ¿Fuiste tú? ¿Tú le hiciste eso a ese ser tan noble bueno...? ¿Eres tú realmente al que hemos estado buscando todos estos años?
La sonrisa burlona de Damien se esfumó, al igual que gran parte de su actitud despreocupada y estoica. Su mirada se tornó algo seria, incluso un poco... agresiva. Aquellas últimas palabras habían disparado algo en él, y Jaime lo sintió. Y al ver de nuevo hacia esa oscuridad en sus ojos... se sintió de golpe envuelto y absorbido por ella.
—¿Y quién cree usted que soy exactamente? —inquirió Damien, resonando en los oídos de Jaime como una enérgica orden, a pesar de que lo había dicho en apariencia tranquilo y despacio.
Jaime se sintió tan sumido en aquel chico, que cuando fue capaz de reaccionar se dio cuenta de qué Gema ya no estaba detrás de Damien; y de hecho, se había movido y ahora caminaba... justo detrás de uno de los guardaespaldas, que se había movido hacia un lado sin que se diera cuenta, y lo tenía en una mejor posición de tiro.
Jaime por mero reflejo giró rápidamente, con todo y Verónica, dirigiendo el cañón de su arma hacia la amenaza más próxima. En los segundos siguientes, todo fue sólo confusión y ruido. Se suscitaron una serie de disparos, algunos del arma de Jaime, pero la mayoría por parte de Jimmy y Willy. El estruendo de estos fue acompañado de un fuerte grito proveniente de Verónica, y el rugido de un par de relámpagos retumbado el cielo.
Y luego, de nuevo el silencio.
En todo ese lapso de segundos, Damien se quedó totalmente quieto en su sitio, inmutable ante toda la confusión. Y, como era de esperarse, ninguna bala lo tocó; ni siquiera le pasó cerca.
Viró su atención lentamente hacia un lado; Jimmy estaba en el suelo, con una fea herida en su hombro que se presionaba mientras gimoteaba. Al otro, Willy parecía estar ayudando a Verónica, que igual se había caído entre todo el ajetreo. Y justo delante de él, bocarriba en el piso, se encontraba el misterioso intruso. Sus ojos estaban fijos en el techo, y sus dos manos estaban aferradas al mero centro de su torso, y ambas se encontraban en esos momentos empapadas de sangre. El hombre soltaba además algunos balbuceos que bien pudieron haber sido palabras, o simples intentos de jalar aire.
Damien caminó con paso calmado hacia el extraño. Éste viró ligeramente sus ojos hacia él cuando estuvo de pie a su lado.
—Se lo dije —murmuró Damien, bastante serio para ser algún tipo de comentario irónico—. Levántese —soltó justo después con voz de mando.
De inmediato se agachó, tomó al hombre de sus ropas con una mano y comenzó a arrastrarlo por el suelo hasta la pared. Con algo de brusquedad hizo que se sentara con su espalda contra el muro, golpeándole un poco la parte trasera de su cabeza al hacerlo. El extraño tosió un poco de sangre, que cayó al suelo a su lado.
—Hey, míreme —exclamó el joven Thorn, y tomó entonces el rostro del hombre con fuerza entre sus dedos, obligándolo a virarse hacia él. La mirada de Jaime parecía no poder enfocarse bien, y su cabeza batallaba para permanecer erguida—. Después de hacer todo este alboroto, creo que lo mínimo que me debe son un par de explicaciones. Empecemos por lo más sencillo: ¿quién es usted?
Jaime no respondió, o más bien ni siquiera pareció escucharlo en realidad. Sus ojos amenazaban con cerrarse, y su cuerpo entero con desplomarse hacia un lado, pero Damien lo sujetó con tosquedad para evitarlo.
—Nada de quedarse dormido. Le hice una maldita pregunta: ¿quién es usted y qué hace aquí?
Jaime alzó su mirada apenas un poco hacia él, y por un instante fue capaz de mantenerse en esa posición por su cuenta. Y con una voz carrasposa, pero que intentaba sostenerse firme y segura le respondió:
—Soy un soldado de Dios... Como muchos otros que vienen por ti, Damien Thorn...
Damien enmudeció al oír aquella declaración, con tantas interpretaciones posibles pero que para Damien sólo una tenía importancia.
"Nosotros no somos los únicos que te tienen el ojo puesto. Hay más gente rascando tu puerta trasera, y tú ni siquiera te has dado cuenta."
Las palabras de aquel detective retumbaron en su cabeza, en especial esa advertencia sobre las personas "creyentes" que estaban detrás de él. ¿Era a eso a lo que se refería?
—Señor... —escuchó pronunciar la voz de Willy en ese momento, claramente consternado.
Aquello hizo que se olvidara por un momento de ese sujeto, y se viró en su lugar hacia donde Willy y Verónica se encontraban. Esta última estaba ahora sentada en una silla, sollozando en voz baja; y, más importante, su mano estaba presionada contra su costado izquierdo. Cuando su mano se retiró unos instantes, dejó a la vista que su suéter y blusa estaban empapados de rojo justo en esa área.
Una bala la había alcanzado...
—Damien... —murmuró la joven italiana, presa del pánico.
—Carajo... —soltó Damien con fastidio, parándose en ese momento y aproximándose hacia ella—. ¿Quién de ustedes imbéciles le dio? —cuestionó mirando a Willy y a Jimmy, pero ninguno parecía dispuesto a confesar (en especial éste último que aún seguía tirado en el suelo.
Una vez que Damien se aproximó a donde estaban, Willy se dispuso a ir ayudar a su amigo, dejando de momento a Verónica con él. Damien se agachó a su lado, mirando fijamente la tela verdosa de ese feo suéter que Verónica traía, oscurecida en una mancha húmeda deforme.
—Esto sí que no le va a gustar a Ann —masculló más hastiado que preocupado.
—Por favor, Damien —murmuró Verónica, al borde del llanto—. Ayúdame...
—¿Y qué esperas que yo haga? —le respondió Damien, encogiéndose de hombros.
—Por favor...
Y las lágrimas se soltaron justo en ese momento, rodando por sus mejillas. Su voz estaba además cargada de miedo, y sus ojos de súplica. Normalmente Damien apreciaría una escena como esa con fascinación, o absoluta indiferencia. Sin embargo, en esa ocasión ninguna de esas dos palabras describía del todo cómo se sentía.
Se alzó de nuevo, mirando a su alrededor. Willy ya había ayudado a Jimmy a pararse, pero igualmente era evidente que él tampoco estaba muy bien que digamos. Y a unos metros de los pies de ambos guardaespaldas, divisó el arma de Jimmy, que al parecer se le había escapado de las manos al recibir el disparo.
Damien soltó un pesado suspiro de resignación y comenzó a avanzar... hacia el arma en el suelo.
—Supongo que perderemos nuestro vuelo —maldijo con aburrimiento en su voz—. Willy, llama al 911.
Esa repentina orden los tomó por sorpresa.
—¿Está seguro, señor?
—Es lo moralmente correcto, ¿no? —respondió Damien, agachándose en ese momento a recoger el arma en el suelo. La abrió para ver que aún le quedara alguna bala; justamente le quedaba una—. Sólo hay que decir la verdad —explicó introduciendo de nuevo el cartucho, y caminando ahora hacia el sacerdote herido contra la pared—. Otra vez la estúpida seguridad de este edificio no sirvió para nada, y otro loco armado subió hasta acá. Nos amenazó, y... —estando ya de pie delante del intruso, extendió el arma, con el cañón suspendido a sólo unos cuantos centímetros de su frente—, murió herido por mis guardaespaldas en legítima defensa propia...
A pesar de la amenaza inminente, adicional por su puesto a su horrible herida, Jaime no pareció temer o reaccionar de forma más notoria que antes. Damien pensó que quizás para ese momento estaba ya más delirante por la pérdida de sangre que consciente de lo que pasaba. Por ello le sorprendió ver cómo cerraba los ojos, y al instante siguiente comenzaba a susurrar despacio y con bastante fluidez:
—Dios mi Señor y Protector... acepto de buena voluntad, venida de tu mano, el tipo de muerte que te plazca enviarme... con todas sus angustias, penas y dolores... Me postro pidiéndote la última de todas las gracias...
Su oración fue cortada sólo cuando tosió de nuevo un poco de sangre y se dobló sobre sí mismo presa del dolor.
—¿Le das las gracias a Dios por tu muerte? —masculló Damien, burlón—. Te aseguro Dios no fue el que hizo que te metieras aquí de una forma tan estúpida.
Jaime abrió sus ojos y lo volteó a ver despacio. Y al lograr divisar de nuevo el rostro sonriente y satírico de esa aparición con la forma Gema, mirándolo de regreso por encima del hombro del chico que sujetaba el arma delante de él, supo que en efecto sus palabras eran ciertas. Dios no lo había llevado hasta ahí, sino otra cosa muy diferente...
Lo que rompió el silencio justo después no fue el inminente disparo final del arma en la mano de Damien, sino de nuevo el distintivo sonido de la campanita del ascensor sonando al llegar a su piso.
El muchacho desvió su mirada de aquel hombre a la entrada del departamento. Divisó en ese instante las puertas del ascensor abriéndose, y una nueva y desconocida persona saliendo por ellas: una mujer alta, de largos cabellos rubios ondulados, una chaqueta de cuero, y pesadas botas que resonaban en el suelo mientras avanzaba hacia la entrada con rapidez.
Y antes de que Damien pudiera reaccionar, o quizás incluso terminar de procesar esa imagen en su cabeza, de nuevo todo se sumió en locura...
—¡Alto ahí...! —escuchó a la voz de Willy exclamar a sus espaldas. Damien se volteó a verlo sobre su hombro por mero reflejo. El guardaespaldas sujetaba su arma delante de él, apuntando directo a la nueva intrusa.
La imagen de Willy y su arma duró en el rango de visión de Damien apenas unos instantes, pues de un parpadeó a otro el cuerpo entero del hombre salió disparado hacia atrás en la forma de una enorme bola de fuego incandescente.
Willy, o lo que quedaba de él, se estrelló con fuerza contra la pared contraria, destrozándose y cayendo al suelo como un montón de carne carbonizada. Los sillones y la alfombra comenzaron abruptamente a arder también; todo en una simple fracción de segundos.
—¿Pero qué mierda...? —exclamó Damien estupefacto y se volteó rápidamente al frente.
La extraña miraba fijamente en la dirección en la que yacían los últimos rastros de Willy y las llamas, pero casi al instante se viró hacia él. Y Damien pudo verlo claramente en sus ojos: una tremenda y corrosiva ira que sentía que le hacía arder la piel con tan sólo mirarla.
De pronto pudo ver por el rabillo del ojo como Jimmy, aún herido, se le lanzaba encima a la extraña posiblemente con la intención de taclearla. Y estuvo bastante cerca, pero al último instante la atención de aquella mujer se fijó en él, y al momento siguiente el resultado fue bastante parecido al de Willy. El cuerpo incendiado del último guardaespaldas salió disparado como una bola de fuego hacia la cocina, explotando y cubriendo aquella otra habitación de más llamas.
En algún momento se escuchó de fondo otro grito de horror por parte de Verónica, aunque parecía bastante lejano y ajeno a lo que acontecía.
La extraña se detuvo un momento, sujetándose la cabeza con una mano y cerrando unos momentos los ojos, como si una fuerte migraña le hubiera invadido. Pero no dejó que aquello la detuviera por mucho, y de inmediato su atención se fijó en el que a todas luces era su objetivo real.
—¡Ni siquiera lo pienses! —espetó Damien con fuerza, alzando su mano con el arma en su dirección. La mujer, estupefacta, sintió en ese momento que perdía el control de su cuerpo, y comenzaba a dar pasos torpes hacia atrás; como una fea y descoordinada marioneta.
Damien disparó una vez, a un costado de su pecho. Al intentar un segundo disparo, sin embargo, el gatillo sonó pero no salió nada; por supuesto, sólo le quedaba una bala.
La atacante cayó al suelo, herida e inmovilizada. Damien tiró el arma con despreció hacia un lado, y se le aproximó con rapidez con la intención de acabar con eso de una u otra forma.
—¡Estoy más que harto de todos ustedes! —exclamó el chico colérico—. ¡¿Cuántos más quieren venir por mí?! ¡¿No ven que ninguno puede hacerme nada?! ¡Nada!
Tomó en ese momento a la mujer de su cuello con una mano, y como si fuera una simple muñeca la alzó. Ella seguía sin poder moverse con libertad, ni tampoco concentrarse lo suficiente para atacar. A lo mucho pudo alzar sus manos al brazo que la aprisionaba, sin obtener ningún resultado. Y los dedos de aquel sujeto se apretujaron contra su piel, amenazando con hacer su tráquea papilla si tan sólo apretaba un poco más...
—Todos ustedes no son más que gusanos bajo mi zapato. Los aplastaré a todos y cada uno, así como aplasté a su querida líder...
Su monólogo fue cortado de golpe, interrumpido por un fuerte quejido de dolor que lo obligó a retroceder, soltarla y tomar su cabeza con ambas manos. Ese dolor intenso le taladraba la cabeza desde dentro, justo como esa tarde, y hacía que todo su cuerpo se entumiera.
Charlie cayó de rodillas al piso, tosiendo con fuerza, pero teniendo su mirada fija aún en su objetivo. Se sentía de nuevo libre; o al menos lo suficiente para poder pensar con claridad. El efecto de lo que ese sujeto había hecho en ella se había disipado.
La reacción de ese bastardo... era resultado de lo que Abra le había hecho esa tarde; de alguna manera Charlie simplemente lo supo. Así como la joven de Anniston había terminado herida y débil tras su encuentro, él tampoco había salido ileso de ello. Y de no ser por eso, posiblemente ella ya estaría muerta.
«Gracias, pequeña» pensó orgullosa, esperando que de alguna forma ese pensamiento le llegara a Abra, aunque sabía que lo más seguro era que no fuera así. Pero sin importar qué, no desaprovecharía esa oportunidad que le había dado.
Aún a pesar de su falta de aire, aún a pesar del dolor de sus dos heridas de bala, Charlie se logró poner de pie, logró concentrar toda su mente, todo su ser y toda la energía que le quedaba en un único y mortal ataque.
Todo el aire alrededor de Damien se tornó caliente de golpe, hasta niveles imposibles. El chico alzó su rostro, y ante la mirada atónita de Verónica, y un aún consciente Jaime, su piel se enrojeció, y decenas de ampollas comenzaron a formarse en su cara. Damien alzó sus manos, mirando cómo justo lo mismo ocurría en toda su piel.
—¡¡Aaaaah!! —gritó el muchacho Thorn cuando un increíble dolor le recorrió todo el cuerpo, y un instante antes de que todo se cubriera de una enceguecedora luz que brilló casi como el sol.
—¡Damien! —exclamó Verónica horrorizada, pero no fue capaz de ver ni decir nada más.
Se suscitó en ese momento una tremenda explosión que agitó todo el edificio, y una fuerte y caliente onda expansiva empujó a Jaime y a Verónica hacia atrás, haciéndolos volar lejos del epicentro de aquella descarga. Charlie, por su lado, permaneció de pie firme en su sitio; sólo sus largos cabellos agitándose por el aire, pero sus dos ojos fijos en el mismo punto.
Todo estaba cubierto de un fuego abrasador. La pared que daba a la terraza literalmente había desaparecido, al igual que parte del techo y el piso. No había tampoco rastro alguno de ninguno de los sillones de la sala, de las puertas de la terraza... ni del propio Damien...
FIN DEL CAPÍTULO 109
Notas del Autor:
Literalmente, ¡todo explotó! De nuevo no era mi intención original dejar el capítulo en este punto, pero fue más que necesario. Aún estoy un poco ansioso por todo lo que acabo de escribir y mi cabeza da vueltas. Espero que igualmente les haya causado una reacción aunque sea un poco parecida. Y por supuesto, espero que haya captado lo suficiente su atención para aguardar pacientes el siguiente capítulo.
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