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Capítulo 107. Al fin nos conocemos de frente

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 107.
Al fin nos conocemos de frente

Luego de hacer sus dos llamadas, la segunda a uno de esos misteriosos sacerdotes que supuestamente podían darles una mano con esa precaria situación, Cole volvió a recostarse en la camilla lo más cómodo que le fue posible. Y ya fuera por el efecto de las medicinas o el cansancio normal de todo lo ocurrido ese día, no tardó mucho en caer dormido. Y, al menos de momento no parecía estar siendo acosado por alguna otra pesadilla, y eso ya era ventaja. Igual Matilda se mantenía cerca por si se presentaba cualquier cambio.

Por supuesto, la psiquiatra de Boston estaba también agotada. Ese día no había sido tan pesado para ella como para Cole, pero igual le estaba pasando una molesta factura. Una parte de ella igualmente tenía deseos de recostarse un poco, pero no estaba en sus planes a corto plazo hacerlo. Por un lado por qué las únicas tres camas del lugar estaban ocupadas por los heridos, y el sillón por Roberta (o Charlie, o como se llamara), y por el otro por qué para su mente resultaba simplemente imposible mantenerse tranquila más de unos cuantos minutos. Le preocupaba Cole, le preocupaba Samara, le preocupaban las personas peligrosas que quizás los estuvieran siguiendo, le preocupaba la policía, y en parte también le preocupaban esos desconocidos que irían por ellos.

Y claro, le preocupaba también esos otros temas que no había compartido directamente con ninguno de sus actuales compañeros de aventura aún; ni siquiera con Cole. Cuando volvió del baño, hizo todo lo posible para sacarle la vuelta al incidente de la billetera y la fotografía de su madre. De momento lo logró, pero era posible que el final de esa conversación tuviera que darse tarde o temprano.

Al final, todo eso acumulado no le permitía siquiera sentarse, y en su lugar sólo caminaba de un lado a otro por toda la bodega, pensativa.

—Harás un hueco en el piso si no te detienes —le comentó Kali con un tono irónico desde la mesa de la improvisada cocina.

La mujer de cabellos morados había colocado ahí su silla, y desde hace rato se encontraba muy concentrada en una laptop en la que revisaba todas las noticias y comunicados con respecto a lo ocurrido en Beverly Hills. La buena noticia era que, al menos hasta el momento, no había en internet ninguna mención directa hacia Cole o Matilda, y todos los que reportaban al respecto se limitaban a mencionarlos como "dos personas desconocidas", y los más osados se atrevían a señalar que fueron un hombre y una mujer. Aunque claro, nada de eso les podía dar completa certeza de qué era lo que sabía la policía; o, más bien, qué versión les dio Thorn de lo ocurrido exactamente.

Como fuera, Matilda no hizo caso del comentario de la mujer en silla de ruedas, y continuó con su andar sin variación.

—¿Qué te preocupa en realidad, Maty? —musitó Charlie desde el sillón, justo cuando pasó delante de ella—. Desde hace rato te veo bastante intranquila; incluso más que nosotras. Y hasta algo pálida. ¿Te preocupan también esos padres traficantes que vendrán?

—No —respondió Matilda rápidamente—. Bueno, quizás un poco, pero no es eso... No lo entenderías...

—Pruébame —le desafió Charlie, sentándose rápidamente y haciéndose a un lado para hacerle espacio—. Siéntate y cuéntale a la tía Roberta qué te preocupa. No seré Eleven, pero tengo su misma experiencia de vida, o incluso un poco más.

Matilda se detuvo al oír su propuesta, y se volteó a verla claramente dubitativa entre aceptar o no. El que mencionara a Eleven justo en ese momento hizo más mellas en su cabeza de las que ya había; en verdad le vendría tan bien poder hablar con su antigua mentora en esos momentos...

Miró entonces a Cole de reojo; seguía profundamente dormido, y seguía también tranquilo. El ver eso le dio un poco más de seguridad, pues el asunto en cuestión tenía que ver con él de cierta forma, y lo que menos deseaba era que la escuchara. Sonaba tonto, hasta quizás un poco infantil; pero era justo como se sentía.

Se aproximó cautelosa al sillón y se sentó a lado de Charlie. Ésta la observaba atenta. Matilda respiró hondo y se sentó derecha, intentando calmar cualquier ansiedad o duda que pudiera tener, o al menos hacer que ésta no se reflejara al exterior.

—¿Usted... cree en fantasmas? —soltó la mujer castaña de golpe, tomando un poco (o mucho) por sorpresa la mujer rubia.

—¿Fantasmas? —respondió Charlie, claramente confundida.

—O demonios, o... no sé, aceptaría hasta duendes en estos momentos.

Charlie no pudo evitar soltar una pequeña risilla en ese instante, pues aquello le sonaba más como una extraña broma. Sin embargo, la seriedad que adornaba los ojos de la castaña le hacía deducir que en efecto no lo era.

—¿Por qué me preguntas eso tan de repente? —cuestionó Charlie, tomando una postura más serena—. ¿Qué tiene que ver con... cualquiera de las cosas que están pasando aquí?

Matilda guardó silencio, y su sola postura dejaba ver que no tenía muchos deseos de responder esa pregunta. Charlie tomó un sorbo más de su cerveza, tomándose además unos segundos para darle forma a sus ideas. Y entonces le respondió con un tono bastante más calmado y sereno, en especial tratándose de ella; casi parecía que lo estuviera diciendo otra persona diferente.

—De acuerdo. Te diré que en mis años viajando y conociendo... gente, he visto muchas cosas raras y escalofriantes; incluidas algunas que uno podría fácilmente identificar que no son de este mundo. Pero si con "fantasma" te refieres al alma de una persona muerta caminando delante de mí y hablándome, tendría que decir que al menos yo directamente nunca he visto algo parecido o que pudiera catalogar como tal. Y si con demonios te refieres a espíritus malignos de la Biblia, con cuernos y cola, poseyendo gente o queriendo quitarte tu alma... sería prácticamente el mismo caso. Los mayores horrores que he visto, fueron cometidos por personas vivas de carne y hueso.

Hizo una pausa para dar un sorbo más de su cerveza, ya bastante cerca de acabarse si es que no lo había hecho con ese último sorbo. Se inclinó entonces hacia Matilda, como si fuera a susurrarle un oscuro secreto que sólo ella debía oír.

—Lo que sí sé muy bien, y lo he verificado de sobra, es que existen personas en este mundo que son mucho más sensibles a eso que la mayoría no podemos ver; incluso los que son como nosotras dos. Como esa jovencita de allá —señaló entonces en dirección a las camillas, en específico a la ocupada por la aún inconsciente Abra Stone—. O como tu amigo, ¿no? —añadió justo después, apuntando ahora con su pulgar hacia Cole al frente de ellas—. Y bajo ese panorama, a mí no me queda más que creer en su palabra, y confiar en que eso que ellos ven y sienten en efecto existe a nuestro alrededor. Y también que eso puede, o no, representar un peligro para nosotros.

Matilda agachó su mirada, pensativa pero también algo preocupada. Cuando Cole les contó por primera vez que podía ver y hablar con fantasmas, ella la respondió que no podía creer en algo que no pudiera ver o probar por su cuenta. Y que a diferencia de todas sus habilidades especiales como telequinesis, telepatía, proyección astral, visión remota, precondición, y un largo etc., el ver fantasma de momento sólo dependía de la palabra de la persona y de ningún otro tipo de prueba que la sustentara.

"Había una época en la que la palabra de un hombre bastaba para inspirar confianza" le había contestado Cole, y en ese momento a Matilda le había parecido una de las respuestas más absurdas que había oído. Pero extrañamente lo que más le daba vueltas de aquel momento no era eso, o siquiera la descripción que había dado de sus encuentros pasados con fantasmas. Lo que más recordaba era la frase con la que había rematado toda esa discusión:

"¿Qué la hizo ser así doctora? Tan... adulta"

¿Tenía algo de malo haber visto todo eso desde la perspectiva más escéptica de un adulto? ¿O debería quizás haber tenido la mente más abierta y receptiva de un niño? Como ella misma recordaba que era...

—¿Eso te asusta de alguna forma? —intervino de pronto Kali, y ambas mujeres en el sillón pudieron ver cómo aproximaba su silla de ruedas hacia ellas—. ¿Pensar que existen monstruos así allá afuera que pudieran acecharte?

Por la forma en la que decía aquello, Matilda intuyó que su postura debía ser muy similar a la expuesta por Roberta.

—No —respondió rápidamente, aunque casi de inmediato su confianza vaciló—. No exactamente, al menos...

Se puso en ese momento de pie y se alejó un par de pasos del sillón, dándoles la espalda a las dos mujeres.

—Yo... —comenzó a balbucear despacio—. Yo soy una persona brillante, valiente, y muy poderosa; muchas personas me lo han dicho en el pasar de los años. Y cada problema o situación difícil que tuve que enfrentar desde que era una niña, lo he podido resolver yo sola, usando esas cualidades a mi favor.

Hubo una pequeña pausa, en la cual sus ojos se posaron fugazmente en donde reposaba Samara.

—Pero ahora —prosiguió—, por primera vez en mucho tiempo... me asusta la posibilidad de estarme enfrentando con algo que no importa que tan inteligente sea, o que tanto explote el máximo de mis habilidades especiales... no seré capaz de resolverlo. Eleven me advirtió desde el inicio de esta locura que yo no era la persona adecuada para esto, pero sólo hasta ahora me doy cuenta realmente de que tenía razón. Quiero ayudar a esa niña con todas las fuerzas de mi corazón. Pero lo que vi en ese departamento al tocarla me dejó desconcertada, y ahora no sé qué hacer...

Guardó silencio, y toda la bodega se sumió en el mismo. Matilda no se atrevía a voltear y verlas directamente; no soportaba la idea de que la juzgaran, ya fuera por su cobardía, o incluso por su soberbia. De nuevo se había abierto de temas bastante personales con dos completas desconocidas; y de nuevo, quizás era lo que necesitaba.

El silencio fue interrumpido por una risa socarrona que surgió de los labios de Kali, y obligó casi por inercia a que Matilda se virara hacia ella. No le sorprendió demasiado verla sacar del bolsillo de su camisa su cajetilla de cigarros, y colocarse uno de ellos entre sus labios.

—Ustedes tres sí que son muy parecidas —comentó de pronto mientras usaba su encendedor de bolsillo para prender el cigarrillo—. Eleven, tú... y también esta idiota de aquí —con el último comentario se permitió señalar a Charlie a su lado para dejar claro de quién hablaba—. ¿O me equivoco?

—Lo de idiota estaba de más —respondió Charlie con ligera molestia—. Pero la verdad es que sí, te entiendo —añadió justo después, centrando de nuevo su atención en Matilda—. En mi caso, llegó un momento en que mis habilidades estaban en su punto máximo, y me creía completamente invencible; una fuerza imparable capaz de calcinar el mundo entero si así lo deseaba. Creí que podía hacerlo todo, y hacerlo yo sola. Cómo has de adivinar, aprendí algo tarde y por las malas que no era así; y Eleven tuvo que pasar por algo muy parecido también.

Esbozó en ese momento una sonrisa pequeña, pero bastante bondadosa y suave; de nuevo contrastando con su habitual actitud mucho más tosca que había mostrado hasta ese momento.

—A las chicas rudas como nosotras nos es difícil pedirle ayuda a alguien más, ¿cierto? —comentó con cierto tono de complicidad en su voz—. Pero tarde o temprano se vuelve necesario, y eso no tiene nada malo; no te hace menos fuerte.

—Dímelo a mí —masculló Kali con voz burlona—. La ayudé con una cosita hace años, y es tiempo de que no puedo quitármela de encima.

—Estarías muerta sin mí, anciana.

—Lo mismo digo.

Ambas mujeres comenzaron a reír con completa naturalidad.

Matilda guardó silencio, y miró sutilmente hacia otro lado, casi como se sintiera un poco avergonzada. Una parte de ella sentía que esas palabras no tenían relación alguna con ella, pero sabía que no era así. Lo que Charlie acababa de decirle era una descripción simple, pero bastante acertada de cómo había sido su forma de afrontar los problemas durante gran parte de su vida.

—Sé que no te conozco de mucho tiempo —añadió Kali, aproximando un poco su silla hacia Matilda—, pero puedo darme cuenta sin ningún problema de que eres brillante, fuerte y todo eso con lo que te describiste. Y si en verdad quieres ayudar a esa niña, estoy segura de que lo harás. Pero si no crees poder hacerlo sola, no lo hagas sola; así de simple.

«Así de simple» repitió Matilda en su mente, y una sonrisita divertida le adornó el rosto; quizás la primera sonrisa sincera de toda esa tarde.

—Gracias, a ambas —murmuró Matilda con gratitud, y de inmediato añadió—: No sé si lo van a tomar a bien o a mal, pero... en serio esto fue casi como hablar con El. Ambas son más parecidas a ella de lo que creen.

El comentario pareció aflorar cierta sorpresa en los rostros de las dos mujeres.

—Yo definitivamente no sé cómo tomármelo —respondió Kali, jalando una bocanada de su cigarrillo.

—Ni yo —añadió Charlie, un poco reticente.

Parecía que el ambiente se tornaría incómodo, pero de hecho fue todo lo contrario. Las tres comenzaron a sentirse un poco más relajadas en ese momento, en especial Matilda.

De pronto, dicha tranquilidad fue agitada cuando las tres escucharon unos quejidos venir de un lado, a algunos metros de ellas. Al girarse, pudieron ver que estos venían de Abra, recostada aún en su catre. Y no sólo se quejaba, pues su cuerpo comenzó a agitarse un poco sobre su lecho.

—Abra —musitó Charlie despacio, y palpablemente alarmada. De inmediato se paró, dejando su botella en el piso, y se dirigió presurosa hacia ella. Matilda no dudó en ir detrás, y Kali se les unió poco después.

Para cuando las tres llegaron al costado de la camilla de Abra, ésta ya había abierto lentamente sus ojos, e intentaba enfocarlos (con dificultad) en el techo sobre ella.

—¿Dónde... estoy? —masculló distraída, y al parecer aún somnolienta.

—Tranquila, estamos en la bodega —escuchó la voz de Charlie pronunciar, estando agachada a su lado—. Te desmayaste y te trajimos aquí. ¿Recuerdas lo que pasó?

Abra volteó a verla con un movimiento lento y débil de su cabeza. Su vista poco a poco se enfocó, y pudo reconocer el rostro de la mujer rubia que la había estado acompañando todos estos últimos días.

—¿Roberta? —murmuró la joven despacio, sujetándose la cabeza con una mano. En cuanto escuchó su pregunta, intentó en efecto recordar lo sucedido, pero todo en su cabeza era un confuso revoltijo. Ésta además le dolía bastante, y el resto del cuerpo no se quedaba atrás.

—¿Sientes algún tipo de dolor? —murmuró de pronto otra voz, que al inicio a Abra le resultó desconocida.

Al virarse, la joven pudo ver al otro lado del catre a Matilda, de cuclillas sobre ella para poder revisar su rostro, en especial sus ojos, y el pulso de su muñeca. En cuanto la vio, un primer recuerdo vivido le vino a la cabeza; en específico la imagen de esa misma mujer entrando al departamento de Damien, literalmente tumbando la puerta y mandando a volar al joven Thorn hacia la piscina.

—Usted... —susurró despacio, y de inmediato hizo el intento de sentarse, pero Matilda la detuvo.

—No te levantes todavía. Recuéstate un poco más.

Abra no tenía las fuerzas suficientes para oponerse, así que en cuanto ella la empujó lentamente de regreso a la camilla, no le quedó de otra más que hacer justo lo que le indicaban.

Matilda comenzó a examinarla lo mejor que sus dedos, ojos y oídos le permitían. Su pulso era débil, pero estable. Sus pupilas estaban algo dilatadas, y parecía sensible a la luz. Abra le describió lo mejor que pudo todos los dolores que sentía, con un poco de dramático humor. Pese a todo parecía estar bien, aunque ciertamente esos dolores le causaban un poco de preocupación, en especial si significaba que pudiera haber algún daño neuronal que no pudiera detectar con una exploración tan superficial como esa. Al igual que Cole, lo más recomendable sería llevarlos a un hospital lo antes posible, pero era un momento que aún parecía un poco lejano en esos momentos.

—Es un placer conocerte al fin, Abra —comentó Matilda con una sonrisa amistosa una vez que terminó su examen; su voz sonaba más acorde a la que solía usar con sus pacientes más jóvenes—. He oído muchas cosas increíbles de ti.

—Gracias... —murmuró la joven rubia, un tanto insegura—. Y a mí Roberta me dijo que usted es... la favorita de la Sra. Wheeler, o algo así. —Al oír ese comentario, Matilda miró de reojo a Charlie con marcada desaprobación; ésta sólo se encogió de hombros—. Aunque no sé qué signifique con exactitud —añadió la joven seguida de una pequeña risilla, que le provocó un repentino dolor en alguna parte de su pecho.

—¿Conociste a Eleven? —preguntó Matilda, con reserva.

A Abra aún le resultaba un tanto extraño ese apodo de "Eleven" que solían usar Charlie y Kali, y al parecer esta mujer también. Pero, ¿quién era ella para criticar?

—Algo así —respondió con recato—. Conocí más a su hija, Terry.

—Terry —repitió Matilda, despacio—. ¿Cómo está ella? ¿Y Sarah y Jim? ¿Qué hay de Mike? —preguntó un poco exaltada, mirando también a Charlie y Kali en busca de que alguien le respondiera.

—Todos están bien —respondió Charlie—. Lo mejor que pueden estar dado lo que pasó, claro. Pero todos son muy fuertes, en especial Terry.

Matilda asintió, concordando con su aseveración. Se sintió un poco culpable de golpe; en su intento inconsciente de esconderse de cualquier mala noticia, ni siquiera había tenido el detalle de hacerle una llamada a Mike para ver cómo se encontraban sus hijos y él. En cuanto estuvieran en algún lugar más seguro corregiría ese error.

—¿Qué pasó con Damien? —escuchó que preguntaba Abra de pronto, escuchándose más de fuerza en su voz.

La psiquiatra la miró al inicio un poco desconcertada, como si ese nombre no le dijera nada en particular, y en parte era así. El nombre de Damien Thorn aún no se había guardar del todo en su cabeza ligado al rostro de aquel individuo que casi la asfixiaba estando a kilómetros de distancia de ella.

—Hablas de ese chico, ¿cierto? —musitó Matilda con seriedad—. No lo sé con seguridad, pero lo más probable es que siga con vida, si es lo que preguntas.

Abra se viró en ese momento de regreso a Charlie y Kali al otro lado. Ambas la observaban con una mezcla de alivio y preocupación; alivio por qué ya hubiera despertado, y preocupación pues era evidente que no estaba aún al cien de sus fuerzas.

—Lo siento —susurró la joven con lamento—. Me dijeron que no me expusiera, pero hice todo lo contrario. Ahora él sabe que estoy aquí.

—Descuida —comentó Charlie con voz comprensiva—. Lo bueno es que estás bien.

—Y al parecer pudiste al menos darle a ese mocoso una bien merecida patada psíquica en su cabezota —añadió Kali riendo. Su risa fue contagiada a Abra, pero de nuevo se arrepintió de ello rápidamente.

—Además —intervino en ese momento Matilda, jalando de nuevo su atención—, Cole me dijo que si no fuera por tu intervención, él de seguro habría muerto en ese lugar antes de que yo pudiera llegar. Así que ambos te estamos muy agradecidos por eso.

Al escuchar eso último, y en especial el nombre de Cole, Abra tuvo el reflejo de recorrer su mirada por el resto de la bodega, alzándose sólo un poco en su catre. A su lado, detrás de Matilda, había otra camilla, en dónde distinguió a Samara, recostada sobre su costado derecho plácidamente dormida. Su presencia resaltó notoriamente, pero no le resultó del todo extraña.

Giró un poco más su cabeza, y frente a ella, a algunos metros, reposaba en efecto el hombre rubio al que Damien le había disparado; el mismo que había de alguna forma invocado a todos esos espíritus a la vez. Estaba dormido, pero con vida.

Abra suspiró despacio, sintiéndose un poco aliviada; ese sentimiento, sin embargo, no le duró demasiado.

Abruptamente, casi como un repentino chapuzón frío, una sensación incómoda le recorrió el cuerpo entero de los pies a la cabeza. Sintió como los vellos de su nuca se erguían, y su piel se erizaba un poco. Sus oídos se agudizaron de una forma extraña, comenzando a escuchar las voces y los sonidos de los que estaban cerca de ella a un menor volumen, pero en contraposición todos los sonidos que se encontraba más alejados parecieron aumentar en su nivel. Lentamente comenzó a mirar en todas direcciones, hacia cada rincón, como si esperara ver algo, o alguien, moviéndose entre las sombras de las cajas arrumbadas.

—¿Abra? —murmuró Charlie, percibiéndose para ella como un murmullo lejano. Evidentemente su estado de alerta se volvió bastante notable en su rostro—. Oye, ¿me escuchas, nena?

Abra no respondió. Siguió observando a su alrededor, percibiendo cada sonido, cada movimiento, y al mismo tiempo no logrando encontrar nada tangible que justificara su aprensión.

Con marcado y doloroso esfuerzo, comenzó a sentarse en su cama para poder ver mejor, apoyándose en sus temblorosos brazos.

—Te dije que no te levantaras —le advirtió Matilda, y de nuevo tuvo la intención de hacer que se recostara. Sin embargo, la joven la detuvo murmurando una sencilla y corta frase:

—Algo no está bien...

Las tres mujeres a su alrededor se sobresaltaron al escucharla decir eso tan repentinamente.

—¿Qué? —exclamó Charlie con receló, inclinándose hacia ella—. Oye, ¿a qué te refieres?

Abra no sabía cómo contestar aquello. Era como un mal presentimiento, una sensación de que algo horrible estaba ocurriendo, o estaba por ocurrir; y sus sensaciones la mayoría del tiempo resultaban bastante acertada. Pero nunca habían sido tan confusas como en ese momento, y cada vez que intentaba enfocarse más, una punzada de dolor le picaba un costado de su cabeza y la hacía retroceder. Si tan sólo estuviera en mejor condición...

—Tranquila, pequeña —comentó Kali despreocupada, inclinándose un poco al frente para tomarla de la mano—. De seguro aún estás un poco confundida por acabar de despertar.

—¿Tú... crees? —murmuró Abra, apenas logrando abrir ligeramente uno de sus ojos debido a la migraña que la invadía.

—No te preocupes por nada, y sólo recupérate. Nosotras te vamos a pro...

Sus palabras fueron cortadas en ese mismo instante, opacadas de entrada por el fuerte estruendo que retumbó en el eco de la bodega. Y casi al mismo instante, del pecho de la mujer brotó un flashazo rojizo como un rocío, salpicando el rostro de Abra e incluso entrándole un poco a su ojo abierto.

Los segundos siguientes fueron confusos y revueltos para todos, pero lo fueron en especial para la joven de Anniston. Su visión se tornó borrosa y rojiza. En sus oídos retumbaba aquel estruendo, que poco a poco se volvió claro lo que había sido: un disparo. Cuando logró enfocar lo suficiente, lo primero que distinguió fue el rostro de completo desconcierto de Kali; sus ojos desorbitados, fijos en ningún sitio. Sus manos se alzaron, al principio lentamente pero luego presurosas hacia el centro de su pecho. Justo en ese punto, sus ropas tenían un pequeño agujero perfecto, por el cual su sangre brotaba y empezaba a manchar sus ropas y dedos.

El cuerpo entero de Kali se ladeó hacia un lado abruptamente, cayendo con todo y su silla de ruedas contra el suelo.

—¡Kali! —exclamó Charlie con fuerza, su voz apenas siendo percibida por la joven Stone por debajo del aún presente estruendo del disparo.

La mujer rubia se agachó rápidamente a lado a lado de su amiga, sólo un instante antes de que un segundo disparo fuera hecho, y éste casi le rozara su cabeza por unos centímetros de diferencia; de haberse agachada un segundo antes, quizás le hubiera dado directo en la sien.

Matilda reaccionó lo más rápido que pudo, y se volteó rápidamente en la dirección que habían venido los disparos, pero justo en ese momento el tercero, el cuarto y el quinto de ellos se suscitaron uno detrás del otro. Rápidamente alzó sus manos, se concentró lo mejor que pudo, y con su telequinesis desvió las balas hacia los lados, haciendo que chocaran contra las paredes y contra una columna.

—¡Al suelo! —exclamó con fuerza, virándose sólo un momento hacia atrás. Charlie estaba de rodillas sujetando a Kali y presionando una mano fuertemente contra su pecho. La mujer de cabellos morados gimoteaba de dolor, y un hilo de sangre se deslizaba por la comisura de su boca.

Abra estaba petrificada en su camilla, pero al escuchar la instrucción de Matilda intentó tirarse al suelo junto con las dos mujeres. Tuvo problemas para poder moverse por la debilidad y el dolor de su cuerpo, pero al final se tumbó a un lado de Charlie, golpeándose un poco la barbilla en el proceso.

Matilda se viró de nuevo al frente, y logró captar por el rabillo del ojo a tres personas, que de momento no eran más que siluetas confusas. Éstas comenzaron entonces a moverse entre las cajas de la bodega y los vehículos, al parecer los tres con sus armas en mano, ocultándose rápidamente de su vista. Cada uno había tomado una dirección diferente; los estaban rodeando.

Miró rápidamente hacia un lado, hacia la cama de Samara, aún dormida, y luego al otro en donde estaba Cole. Ambos separados; si les disparaban no sería capaz de protegerlos a ambos...

No, no era tiempo de dudar o caer en pánico. Si era tan brillante y poderosa como decía ser, era justo el momento de demostrarlo.

Sin vacilación alguna, Matilda se apresuró y elevó con sus poderes una de las pesadas y grandes cajas, arrojándola contra uno de los atacantes, que rápidamente saltó detrás de una de las camionetas para esquivarlo. Los demás aprovecharon ese momento de distracción para moverse. Charlie comenzó a jalar a Kali herida hacia atrás de unas cajas para resguardarse, y Abra se arrastraba cómo podía pecho a tierra detrás de ellas. Matilda tomó a Samara en sus brazos, y corrió también en la misma dirección. A sus espaldas escuchó el sonido de más disparos, y casi le pareció sentir el aire agitado de alguno de ellos pasándole muy cerca de la cabeza; uno de hecho sí golpeó la caja justo a su lado, astillándola.

Matilda se colocó detrás de la caja con el resto, y colocó a la aún inconsciente Samara en el suelo junto con Abra. Kali seguía consciente, respirando con dificultad. Su camiseta estaba empapada de rojo, al igual que su boca. Charlie le presionaba con fuerza la herida.

—Resiste, amiga, resiste —insistía Charlie con firmeza, aunque su voz se quebraba un poco.

Matilda se asomó a ver en dirección a Cole; parecía estarse despertando por el ajetreo pero aún era ignorante del peligro real en el que se encontraba. Matilda miró también con horror como uno de los atacantes se aproximaba sigiloso en su dirección, con su rifle alzado.

Debía reaccionar rápido.

—¡Quédense aquí! —les indicó a las otras, y antes de que pudieran decir algo comenzó a correr hacia Cole, claramente exponiéndose, pero no le importó de momento.

Rápidamente con su telequinesis hizo que el sillón de la sala improvisada saliera volando en contra del atacante que se aproximaba. En ese segundo y más cuidadoso vistazo, Matilda logró reconocerlo; era el hombre alto de piel oscura que había estado en el pent-house de Thorn más temprano. Éste vio azorado el mueble dirigiéndose hacia él, y se tiró al suelo. El sillón pasó por arriba de él, estrellándose contra una columna unos metros detrás.

El movimiento repentino del sillón pareció bastar para que Cole terminara de despertar, y se alzara un poco en su camilla.

—¡Cole!, ¡al suelo! —le gritó Matilda con fuerza, ya estando a un par de metros de ella.

Cole se viró hacia ella, justo para ver como un disparo más le rozaba su brazo izquierdo a la psiquiatra, rasgando su blusa y haciendo que un hilo rojizo de sangre dibujara la trayectoria de la bala que siguió de largo hasta dar contra la nevera en la cocina.

Matilda gimoteó de dolor por la herida. Perdió el equilibro al siguiente paso, y cayó de bruces al suelo a los pies de la camilla.

—¡Matilda! —exclamó Cole espantado, e hizo por reflejo el intento de pararse, pero el dolor de su pierna se extendió por todo su cuerpo en cuanto intentó presionarla contra el suelo, y lo hizo caer también.

James para ese momento ya se había casi levantado, o al menos lo suficiente para poder alzar su rifle y apuntar en su dirección. Matilda notó esto, y de inmediato hizo que la camilla ahora vacía se dirigiera como un proyectil en su contra. Y antes de que pudiera dar aunque fuera un disparo, ésta se precipitó contra él y una de sus patas de metal lo golpeó directo en la frente, abriéndosela.

El verdadero se tendió sobre su espalda, agarrándose su frente con una mano.

Matilda, aún el piso, jaló con su telequinesis a Cole hacia ella. El policía prácticamente se deslizó por el suelo hacia al psiquiatra, que lo recibió tomándolo fuertemente de sus brazos.

—¿Estás bien?

—Eso está abierto a interpretación...

Matilda se paró como pudo, y alzó a Cole, con sus manos pero también con la ayuda de su telequinesis, y ambos comenzaron a avanzar hacia el refugio improvisado detrás de las cajas. La herida de su brazo le ardía, y comenzaba a sentir su sangre resbalándose, haciendo que la ahora tela húmeda de su blusa se pegara a su piel.

Mientras avanzaban a duras penas, sin que lo supieran ambos se encontraban en la mira del rifle de Kurt, que los apuntaba apoyado sobre el cofre de la camioneta. Tenía el dedo en el gatillo, listo para dispararle a Matilda directo en la cabeza, y luego hacer lo mismo con el policía. Sería pan comido...

Un instante antes de que lo hiciera, sin embargo, comenzó a sentir como el arma en sus manos se calentaba abruptamente, hasta volverse insoportable. Kurt dejó salir un agudo grito de dolor que dejó en evidencia su posición, y soltó el rifle rápidamente. Se miró las manos, y éstas estaban rojas y con algunas ampollas.

—¿Qué demonios...? —espetó el guardaespaldas furioso, pero también bastante confundido.

Escuchó en ese momento las pesadas botas de alguien aproximándose por un costado, por lo que reponiéndose del dolor de sus manos rápidamente sacó su pistola, listo para disparar. A unos metros de él, vio a una mujer rubia de chaqueta de cuero, aproximándosele con rapidez y mirándolo con sus ojos centellantes. Kurt tuvo un momento de vacilación al reconocer a esa mujer; la misma que había visto la noche anterior en ese barrio en Malibú, afuera de la casa de la fiesta; la bibliotecaria con la que había compartido un cigarrillo.

—¿Tú...? —exclamó el guardaespaldas, sorprendido.

Charlie no le respondió nada, y en su lugar Kurt comenzó a sentir un tremendo ardor, en especial en la parte superior de su cuerpo. Sus ojos comenzaron a arder también, y se le dificultó ver. Comenzó a disparar prácticamente a ciegas, pero sus tres tiros no dieron en el blanco. El calor fue aumentando, y aumentando, hasta que sintió como la piel de su cara comenzaba a incendiarse. Y sólo fue capaz de soltar un corto aullido de terror y sufrimiento antes de que toda su cabeza se prendiera en llamas, y un instante después prácticamente explotara en pedazos carbonizados de carne.

El cuerpo sin cabeza de Kurt cayó de espaldas al suelo, aún con llamas consumiendo sus hombros y los pedazos chamuscados de lo que alguna vez fue su cuello. Charlie se paró a un lado del cuerpo, observándolo con una ferviente rabia en su mirada. En otra época ya lejana, se hubiera sentido culpable por haberse dejado llevar de esa forma por su rabia y hacerle un daño tan horrible a una persona; pero ya no más. Su intuición, que rara vez se equivocaba, le decía que había sido él quien hizo el disparo que le dio a Kali.

—Pendejo bastardo —espetó llena de odio, sumida en el pensamiento de que debió haberlo matado con todo y su jefe la otra noche...

Pero no había tiempo para más remordimientos, debía encargarse de los demás. Sin embargo, en cuanto se giró, por el rabillo del ojo pudo ver a Mabel, apuntándole directo con su arma. El primer instinto de Charlie fue intentar moverse para esquivar, un instante antes de que Mabel disparara. La bala igual terminó dándole directo en su hombro izquierdo, entrando por el frente y saliendo por detrás.

—¡Ah! —gritó Charlie con fuerza. Aquello la sacudió, pero se contuvo y rápidamente saltó para colocarse al frente del vehículo, refugiándose.

Se sostuvo con fuerza de su herida, e intentó concentrarse lo mejor que su dolor le permitía para cauterizarla ella misma. El proceso no fue nada agradable, pero lo resistió. El aroma de su propia carne chamuscada se mezcló con el de la cabeza de Kurt, que ya comenzaba a impregnar el aire entero de la bodega.

Mientras Charlie estaba enfocado en eso, un James ya más recuperado de su último golpe se aproximaba a ella por un costado. Cuando Charlie al fin se percató de su presencia, intentó rápidamente reaccionar y darle a ese sujeto el mismo trato que le había hecho a Kurt, o quizás una versión más moderada. Sin embargo, antes de que ella pudiera atacar, James se concentró primero en hacer su movimiento, y de un segundo a otro la mujer rubia quedó totalmente inmovilizada y su cuerpo cayó al suelo sin fuerza alguna.

El viejo truco mental de James había sido más rápido que la explosión de energía de la herida Charlie.

Una vez que la tuvo asegurada, el verdadero se acercó con su rifle en mano, listo para dispararle directo en la cabeza.

—No, no aún —pronunció con fuerza la voz de Mabel, deteniendo sus intenciones. La verdadera salió de atrás de la camioneta, pasando incluso sobre el cuerpo inerte de Kurt sin el menor cuidado—. Esta paleta es un pez más grande de lo que pensé —señaló agachándose a un lado de Charlie para mirar su rostro de cerca—. Tenemos que sacarle todo el jugo posible...

James no estaba muy seguro de eso, en especial después de ver lo que le había hecho al otro paleto. Pero en efecto se veía que era una presa única en su tipo, y el matarla así nomás sólo les daría una pequeña fracción del poderoso vapor que escondía en su interior. Y si querían tener las fuerzas suficientes para acabar con Thorn luego de eso, definitivamente ocuparían lo mejor posible.

La Sombra bajó su arma tal y como se lo indicaron. Sin embargo, un segundo después sintió un fuerte empujón, y su cuerpo salió volando hacia el frente, casi chocando con Mabel pero ésta se movió a un lado, esquivándolo. James siguió de largo, chocando con fuerza de frente contra una columna y cayendo de espaldas al suelo, aparentemente desmayado.

Mabel se giró de nuevo a dónde estaban los demás objetivos. Luego de dejar a Cole con Abra, Kali y Samara, y además ponerse un vendaje rápido e improvisado en su brazo herido, Matila ahora se dirigía hacia ellos, tan determinante y firme como había entrado al departamento de Thorn. De seguro ella era quien había empujado a James de esa forma.

Mabel rápidamente se refugió detrás de la camioneta, sentada en el suelo muy cerca del cuerpo Kurt. Matilda se aproximó cautelosa, aunque su atención se fijo en Charlie tirada en el suelo. Vio rastros de sangre en el suelo, provenientes de la herida de bala en el hombro, y temió lo peor. Se dirigió un poco más apresurada hacia ella, se agachó a su lado y la giró para recostarla sobre su espalda. La herida no sangraba gracias a la cauterización exprés. Aún tenía pulso y seguía respirando. Sin embargo, sus ojos estaban bien abiertos y cristalinos, y no reaccionaba en lo absoluto.

—Roberta, ¿puedes oírme? —le murmuraba despacio, dándole pequeñas palmaditas en su mejilla, pero no había ningún cambio. Debía ser algún tipo de estado catatónico derivado de un ataque psíquico. Podría ser temporal o...

Mabel saltó de inmediato justo enfrente de ella, con el cañón de su arma casi pegado al rostro de Matilda. Ésta, sin embargo, ya se había dado cuenta de que estaba ahí, por lo que en cuanto salió y enfocó su atención a ella, el rifle fue prácticamente arrancado de las manos de la Doncella antes de que pudiera disparar, y encima de todo luego giró en el aire golpeándola en un costado de la cara y tumbándola al suelo, dejándola desorientada.

Matilda pensó si acaso debía hacer algo... más con ella, pero de momento priorizó la seguridad de Charlie. Comenzó a alzar a la mujer rubia para llevarla con el resto, pero apenas y logró hacerla levitar unos centímetros antes de que todo en su mente se apagara de golpe, como las luces de una habitación. El cuerpo de Matilda se precipitó al suelo junto con el de Charlie. Su mejilla quedó presionada contra el frío suelo. Y justo igual como la mujer de los ojos de fuego, los suyos quedaron abiertos y fijos en la nada.

James había logrado recuperarse más pronto de lo que Matilda pensó, y una vez de pie se aseguró de aplicarle el mismo tratamiento que a la otra mujer. Ahora ambas, las más fuertes de esos paletos, permanecían ahí paralizadas, tiradas en el suelo sin siquiera ser conscientes del pasar de los segundos.

Mabel se puso de pie un instante después, con su cara enrojecida en el área en que su propia arma la había golpeado. Al ver a las dos mujeres en el suelo y a James aproximándosele, se sintió más tranquila.

—¿Las tienes? —le cuestionó a su compañero, que respondió asintiendo con su cabeza.

—Ninguna se moverá ni un centímetro por un rato —señaló James con sequedad, acompañado además de un fuerte puntapié en un costado de Matilda, haciendo que su cuerpo se girara casi por completo en el suelo. La psiquiatra ni siquiera pestañeó.

—Excelente —murmuró Mabel, sonriente. Se agachó a recoger de nuevo su sombrero, que se había caído tras el último golpe, y se lo acomodó sin más en la cabeza. Le echó un vistazo rápido al cuerpo Kurt; esa paleta les había quitado la molestia de tener que matarlo ellos mismos.

Tomó también su arma y una vez lista, señaló con su cabeza en dirección a las cajas en las que los demás se ocultaban, indicándole a James que prosiguieran con lo siguiente. James asintió y comenzó a andar sigiloso en dicha dirección, con su rifle alzado y señalando al frente listo para cualquier cosa. Mabel lo siguió, dejando detrás a las aún inertes Matilda y Charlie.

Todo estaba bastante calmado conforme se iban acercando a su objetivo; ¿podría ser que ya no estuvieran ahí? Con dos heridos y una niña inconsciente, era poco probable que pudieran moverse demasiado, pero igual aún no sabían todo de lo que algunos de ellos podías hacer.

James al frente avanzó pegado a las cajas, listo para asomarse detrás de ellas. Pero antes de llegar a su objetivo, alguien saltó abruptamente hacia él, golpeándolo justo en un brazo con lo que parecía ser una pesada barra de metal. El verdadero retrocedió, resintiendo el golpe que casi lo hizo soltar el arma, pero resistiendo al final. Al alzar su mirada, pudo ver a su atacante: el detective rubio, intentando moverse torpemente sin apoyar si pierna herida, con su hombro apoyado contra la caja para no caer y su rostro empapado de sudor. Apenas y era capaz de sostener firmemente la barra entre sus manos. A James su apariencia le resultó casi patética...

Pese a todo, Cole se lanzó hacia él una vez, intentando volver a golpearlo. A pesar de su estado, aún parecía tener el instinto natural de proteger. Esta vez no tuvo tanta suerte, pues James fue capaz de detener la barra con una mano, y justo después le propino un fuerte rodillazo directo en la boca del estómago. Cole se dobló, perdiendo totalmente el aliento. Soltó la barra, y cayó al suelo, adolorido por el golpe pero especialmente por su pierna. En el suelo, James lo pateó dos veces más, una en el estomago y otra más en la cara. Cole quedó aturdido, a punto de caer de nuevo inconsciente.

—¿A este imbécil también hay que dejarlo vivo más tiempo? —musitó James, claramente molesto. Ya lo habían golpeado demasiado por una noche.

—Él era para ti, pero si no lo quieres, adelante —respondió Mabel sin mucha vacilación.

James no lo dudó y sacó en ese momento su arma corta, le quitó el seguro y le apuntó al hombre en el suelo directo al rostro. Más allá del vapor que obtendría de él, le deleitaba más la idea de quitárselo de encima al fin. Sin embargo, en un parpadeo el policía simplemente despareció de la vista de ambos, como si nunca hubiera estado ahí. Eso los dejó desconcertados, pero antes de que pudieran realmente cuestionarse qué había ocurrido, vieron que además todo a su alrededor comenzó a distorsionarse un poco, como si las paredes se doblaran como hojas de papel. Y de un segundo a otro el techo sobre sus cabezas comenzó a derrumbarse hacia ellos.

—¡Mabel!, ¡cuidado! —exclamó James preocupado, tirándose al piso junto con ella, cubriéndola con su cuerpo en espera de sentir las vigas de metal y los escombros golpeándolos.

Pero eso nunca pasó.

Tras unos segundos, James se alzó y miró hacia arriba, notando con asombro que el techo estaba en su sitio, y las paredes seguían tan firmes y estables como hace un rato.

—¿Una ilusión? —masculló Mabel, molesta y confundida.

Voltearon al mismo tiempo a ver en donde debía estar Cole, pero éste en efecto ya no se encontraba ahí. Pero virándose un poco hacia un lado, pudieron alcanzar a ver sus pies ocultándose detrás de las cajas mientras alguien lo arrastraba.

Furiosos, ambos se pararon rápidamente y se dirigieron corriendo al escondite, esta vez Mabel iba al frente, y apuntó con su arma en cuanto tuvo a la persona en su rango de visión. Ésta era Abra, que usando sus escasas fuerzas intentó jalar a Cole de regreso con el resto, en un vago intento de ponerlo a salvo. En cuanto sus atacantes estuvieron frente a ella, la joven cayó de sentón al suelo por la impresión, y un semiinconsciente Cole terminó también tirado en el piso, con su cabeza pegándose con éste.

Apoyada contra las cajas se encontraba Samara, con su barbilla reposando sobre su pecho y sus cabellos negros ocultándole el rostro. Y a su lado estaba una herida y muy débil Kali, esforzándose por seguir respirando mientras tenía su mano aferrada al pecho.

Sin embargo, la atención de Mabel estaba fija en la joven rubia sentada en el piso delante de ella; y, en especial, en esos ojos azules que la miraban totalmente espantada. Su expresión pálida, aterrada y perdida le resultó hermosa; casi excitante...

—Abra... cadabra... —murmuró despacio la verdadera, avanzando con pasos lentos hacia ella. Y mientras caminaba, y sin quitarle los ojos de encima ni un instante a su presa, se deshizo de su rifle y pistola, y en su lugar de su cinturón sacó un largo cuchillo de hoja brillante y delgada que sostuvo con delite frente a su rostro—. Al fin nos conocemos de frente, maldita mocosa...

Y al verla ahí frente a ella con ese cuchillo, y al escuchar su voz hablándole de esa forma, Abra la reconoció en el instante. Pero no del departamento de Thorn, donde apenas y había reparado en su presencia, sino de más atrás, de su primer encuentro con el infame grupo de monstruos autollamado el Nudo Verdadero...

—Tú... —murmuró Abra con su voz temblorosa, mientras retrocedía lentamente en el suelo—. Yo te conozco, estabas ahí esa noche... cuando mataron a Bradley Trevor. Eres... una de ellos... Pero, ¿cómo? Yo creía que...

—¿Qué cosa? —exclamó Mabel con ímpetu, interrumpiéndola—. ¿Qué nos habías matado a todos, paleta estúpida? Ya ves que no...

Comenzó caminar lentamente hacia ella, jugando y divirtiéndose con sus reacciones de ratón acorralado. Su avance se truncó unos momentos cuando sintió como una mano se aferraba a su tobillo, apenas con la debida fuerza. Al bajar su mirada, la verdadera vio la mano temblorosa de Cole, y a éste que la miraba desde el suelo, apenas consciente.

—¡Aléjate... de ella! —masculló el policía con un hilo de voz.

Su acto valeroso no duró mucho, pues al instante el pesado pie de James se presionó fuerte contra su muñeca, aplastándola hasta que los dedos de la mano se abrieron y la tuvo que dejar ir.

—Ya me tienes harto, paleto —masculló James con molestia, aún con su pie contra su mano, y él mismo sacó de un estuche en su cinturón un cuchillo de cazador, más grande y grueso que el de Mabel—. ¿Por qué no te mueres de una buena vez?

Su intención era abrirle el torso entero de abajo hacia arriba con el cuchillo y sacarle todas las entrañas de un sólo jalón. Cole lo observó fijamente, intentando mantenerse la mirada con la mayor firmeza que le era posible. Si era su inevitable final, sabría al menos que llegó a él luchando hasta el último momento.

Algo parecido a lo ocurrido anteriormente comenzó a repetirse. La figura de Cole desapareció de la vista de James, pero a los segundos volvió a reaparecer, como un flashazo. Y lo que rodeaba a ambos verdaderos también comenzó a desdibujarse, pero en pequeños parpadeos volvía a la normalidad. Mabel recorrió su mirada inquisitiva a su alrededor, y fijó su atención en la mujer con el cabello morado sentada contra la caja. Ella los miraba también de regreso, mientras respiraba entrecortada, y su nariz sangraba abundantemente. Lo que estaba intentando hacer, al parecer superaba por mucho las ya casi inexistentes fuerzas de su cuerpo herido.

—Así que tú eres la ilusionista —indicó Mabel con abrumadora tranquilidad, y del mismo modo se le aproximó.

Kali comenzó a intentar hacer algo para distraerla o confundirla, pero de nuevo sólo logró pequeños destellos antes de que Mabel alzara su pie y la golpeara con fuerza en el pecho con la planta de su zapato. Kali soltó un fuerte quejido de dolor, escupiendo sangre al aire. Cualquier intento de ilusión que estuviera intentando, en ese mismo momento se acabó.

—¡No!, ¡déjala! —exclamó Abra casi suplicante a sus espaldas, y el escucharla sólo incentivó un poco más a la verdadera.

Mabel presionó aún más su pie contra la herida, retorciéndolo un poco como si intentara limpiarse alguna suciedad. Kali siguió gimiendo con sufrimiento, aunque su voz era cada vez menos. Mabel observó como un denso rastro de vapor opaco se escapaba de la boca de la mujer que torturaba, y comenzaba a flotar sobre su rostro. La Doncella se inclinó al frente, y por el mero instinto de un animal hambriento aspiró el vapor profundamente por su nariz y boca. Se arrepintió, sin embargo, casi de inmediato de haberlo hecho.

Comenzó de golpe a toser con fuerza, y soltar pequeñas arcadas. Retrocedió un poco, quitando su pie del pecho de Kali, mientras se sujetaba el estómago. En cuanto quitó su pie, el cuerpo de Eight se desplomó hacia un lado, quedando recostada sobre su costado, y ya no se movió.

—¡Ugh!, ¡qué asco! —soltó Mabel, apoyada contra sus rodillas como si fuera a vomitar—. ¡Su vapor sabe rancio y viejo!

Unos segundos después se recuperó lo suficiente para, alimentada por el coraje, poder plantarle una fuerte patada en el abdomen a la mujer tirada. Ésta, sin embargo, no reaccionó en lo absoluto; había quedado totalmente inconsciente... o algo más.

—Esta anciana definitivamente no nos servirá —indicó Mabel, virándose sobre su hombro a James—. Termia de matarla antes de que intente otra cosa.

James asintió, y se olvidó un momento de Cole. Y el cuchillo de caza que empuñaba ahora tenía un nuevo objetivo. Sería rápido; un corte profundo en la garganta, o quizás sólo una apuñalada directa al corazón. No había necesidad de dedicarle más tiempo del debido.

—¡Basta! —exclamó Abra con fuerza, y como le fue posible se puso de pie y comenzó a avanzar, casi tambaleándose, hacia Mabel—. Es a mí a quién quieren, ¿o no? Yo maté a Rose y a todos sus demás amigos. ¡Deja a todos los demás en paz...!

Justo cuando estuvo lo suficientemente cerca, Mabel se giró rápidamente hacia ella, y sin reparo alguno encajó su cuchillo profundamente en el costado izquierdo de la chica, hasta casi hundirlo con todo y su puño. Azorada, Abra gimió de dolor con fuerza, e incluso por reflejo tuvo que sostenerse de su atacante para no caer. A Mabel el sonido de su voz sufriendo le resultó delicioso.

—Por supuesto que estoy aquí por ti, pequeña rata —declaró ferviente la verdadera cerca del oído de la chica, girando al mismo tiempo el cuchillo en su interior y haciéndola gritar aún más. La tomó entonces con su mano libre de su rostro, obligándola a verla a los ojos—. Pero también me comeré a todos estos vaporeros, sólo por estar contigo. Y disfrutaré enormemente cada bocado...

Un rastro de vapor surgió de la boca de Abra a la vez que gemía. Mabel, que tenía su rostro a unos pocos centímetros del suyo, recibió ese pequeño regalo con gusto, inhalándolo profundamente con su boca; aquello era casi como un obsceno beso entre ambas. Ese vapor era totalmente diferente al de hace un rato, y prácticamente le lavó por completo el mal sabor de antes.

—Dulce... fuerte... joven... —murmuró Mabel, casi extasiada—. Justo como Rose lo dijo... eres perfecta...

Los ojos de Mabel resplandecieron intensamente en ese momento. Esos ojos, acompañados de ese tonto sombrero en su cabeza, trajeron recuerdos bastantes feos a la mente de la joven Abra. Como pudo, alzó su mano derecha, presionando sus dedos contra el rostro de la mujer delante de ella. Comenzó entonces a enfocarse, a intentar golpearla directamente en su mente como muchas veces lo había hecho, incluso esa misma tarde contra Damien. Pero en cuanto hizo el esfuerzo, el dolor que le taladraba la cabeza se volvió punzante e intenso, incluso más que el de su apuñalada.

—Buen intento —masculló Mabel, orgullosa—. Pero ahora tú eres la que está débil... y yo soy más fuerte que nunca...

Sacó en ese momento el cuchillo de un tirón. Abra gimió y su cuerpo cayó al suelo. Ambas manos se aferraron con fuerza a su costado, del que brotaba la sangre y le manchaba los dedos. Intentó arrastrarse para alejarse de ella, pero no pudo avanzar más que unos centímetros antes de que Mabel la tomara, la girara y entonces se colocara sentada sobre ella, sometiéndola. Mientras la sostenía firmemente con una mano, con la otra colocó el cuchillo manchado casi por completo de rojo entre ambas, justo frente al rostro de Abra para que pudiera verla con esos lindos ojos azules aterrados.

—Todos estos años imaginé tantas cosas que te haría en cuanto te tuviera así ante mí —masculló la Doncella con un tono que resultaba casi lascivo—. Lamentablemente no hay tiempo para nada de eso... tengo mucho que comer esta noche...

Mabel acercó el cuchillo al cuello de Abra, lista para rebanárselo de lado a lado sin que su mano le temblara ni un poco. De hecho, estaba bastante ansiosa de hacerlo; de tomar al fin la venganza que tanto merecía, de que su rostro impregnado de placer fuera lo último que esa mocosa viera, mientras devoraba todo su ser y se llenaba de ella. Y alzando su mirada sólo un poco al frente, logró ver la imagen de Rose, ahí de pie, mirándola y sonriéndole con orgullo.

En cuanto acabara con eso, ya no sería más Mabel la Doncella.

Ahora seria la Mabel la Chistera.

Y el Nuevo Nudo Verdadero que crearía no sería como el anterior; sería más fuerte, mucho mejor...

FIN DEL CAPÍTULO 107

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