Prólogo
Prólogo
Elizabetha Stranford sostenía el cuerpo sin vida de su padre mientras comenzaba a transformarse en polvo de estrellas, pero no sentía remordimiento; lo que había hecho era lo correcto.
Los sonidos de las espadas comenzaron a cesar y solo el crepitar de las llamas que destruían el Ministerio de Almas, fue lo que la hizo volver a la realidad.
Sus manos estaban llagadas y su ropa destrozada, su cabello rojizo se pegaba a su frente por el sudor y sus emociones eran un torbellino.
La mano tibia de alguien la estremeció y se giró con brusquedad.
—Alexandra, gracias por todo —apoyó la cabeza en su mano y las lágrimas la invadieron, de pronto se sintió una niña.
Alexandra la ayudó a incorporarse y con voz calma le dijo.
—Usted es quien ahora debe gobernar, en usted recae nuestro futuro, debe ser fuerte. También en mi hijo Yann, él la ayudará.
Alexandra tenía el cabello rubio despeinado, lastimaduras en los brazos y la ropa un poco quemada.
Ambas se voltearon y vieron como los hechiceros de agua, comenzaban a apagar el fuego y las ruinas empezaron a ser visibles.
—La piedra de Maa't, ahora está destrozada —abrió uno de los puños y le enseñó el fragmento de la piedra—. Es lo único que ha quedado, no podemos sobrevivir sin esa piedra, la estabilidad física y psíquica de todo el Territorio Álmico, depende de ella y ahora... ¡Es culpa de mi padre! —gritó enojada.
—Solo contamos con este fragmento, debemos esperar para reconstruirla, las alquimistas aún no nacen y tampoco sabemos si los hechiceros poseen otro fragmento. Lo siento Elizabetha, debemos amoldarnos.
—Pero ¿Cómo mantendremos la estabilidad?
—La magia ancestral, es escasa pero es lo que nos queda —tomó el fragmento y lo sostuvo entre sus manos. Cerró los ojos y un fulgor surgió y lo envolvió—. Esto será suficiente por el momento.
Elizabetha se quedó pensativa un instante y sin decir nada, asintió y tomó la piedra y ambas se dirigieron al Ministerio que ya no estaba envuelto en llamas.
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