Capítulo 4 Una promesa
Capítulo 4 Una promesa
Días pasados
Katerina apenas podía mantenerse en pie y su alquimia era inútil. Había hecho tanto esfuerzo por lograr algo utilizable, una espada, un sable, una daga; una habilidad para mover objetos temporalmente; e incluso para crear un campo de protección y por ello, ahora le dolían las manos y la vista se le nublaba.
Toda su habitación pequeña estaba dada vuelta, hojas por doquier, las cortinas rotas, las sillas caídas, los cuadros deshechos. Nada estaba bien, pero necesitaba que lo estuviese.
Se sentó en la cama y comenzó a llorar, quería desaparecer, estaba harta, abotagada de todo. ¿Justo en ese momento aquel poder debía hacerse presente?
Alguien llamó a la puerta y sintió que todo se acomodaba en su mente, sabía de quién se trataba y eso la hacía cambiar. La puerta sonó de nuevo y un débil «Ya voy» , fue lo que llegó a decir. Se levantó y se miró al espejo que de milagro no estaba roto. Sólo tenía 15 años y era esbelta, blanca como la luna y su cabello oscuro y largo contrastaba con sus ojos verdes. Era una alquimista oscura y sus emociones eran un torbellino.
La puerta se abrió y Philip entró, tenía solo dos años más que ella, musculoso, cabello rojizo y ojos avellanas, siempre venía a verla. Había una amistad entre ambos, que no debía existir.
-¿Qué ha pasado mi querida? -dijo Philip con tono dulce, mientras se acercaba a ella y le acariciaba la mejilla.
-No puedo transmutar, Philip -dijo sollozando.
-Es tu poder, es cuestión de que puedas manejarlo, solo es eso. Estarás bien.
Philip la beso en la mejilla y sintió la calidez de ella, mientras la abrazaba. Ella sintió escalofríos y le sonrió ¿Acaso estaba mal sentir eso? Sí, lo estaba y ambos lo sabían muy bien, pero continuaban alimentando eso; para que creciera para luego morir.
-No deberías estar aquí, mis padres pueden venir.
-No lo creo, te han abandonado, te encerraron aquí, como si fueras peligrosa -dijo mirando alrededor.
-Lo soy, no puedo hacer nada, estoy maldita. Eso han dicho.
Volvía a llorar y él la abrazó y ese acto los hizo sentirse como si fueran uno, como si el dolor de ella fuera de él, como si las emociones fueran una sola mezcla y no había luz ni oscuridad, sino algo único.
Philip la besó de forma delicada, jamás lo había hecho, a pesar de llevar mucho tiempo deseándolo, no se atrevía y para ella, era su primer beso un beso dulce sabor a miel y limón, un beso prohibido.
-No podemos, Philip -dijo mientras ponía ambas manos en su pecho y se distanciaba.
-Lo sé, pero ¿Cómo frenamos esto? ¿Acaso hay alguna forma? -Él se apartó y suspiró decepcionado.
-Sabes del poder que llevo dentro, sabes que esto solo significa que el Azoth, quien lo vaya a portar, es una realidad a futuro.
Philip se acercó al espejo, apretó el puño y golpeó al espejo. Se quebró en pedacitos difíciles de ver y su mano sangró, pero el dolor no era comparable al que sentía dentro. Ella corrió a verlo, llevando un paño y envolviendo su herida.
-¡Pero qué has hecho! Ven, lavaré tu herida.
-No -dijo secamente mientras apartaba su mano y notaba como el paño se iba cubriendo de rojo-. El Azoth es una maldición, quien lo porte solo tendrá un final, morir al liberarlo. ¿Por qué nosotros, Kate? ¿Por qué no podemos amarnos en paz? -preguntó mirándola con los ojos llorosos y la voz quebrada.
-No lo sé, amor mío, quizás somos elegidos, quizás en nuestras manos está el futuro. Seguramente tendré un hijo y este poder será para él, esta oscuridad indomable será mi legado para contrarrestar al Azoth, para el sacrificio.
Philip se alejó y su mente comenzó a rememorar, alguien ya se lo había dicho; él sería el responsable de quién iba a poseer el Azoth.
Caminó un poco y vio algo en la cómoda, una carta y la tomó, era corta pero sus palabras le dolieron en lo más profundo. Volteó y le dijo.
-¿Es verdad? -dijo cambiando el ánimo, limpiándose las lágrimas y mirándola como una desconocida-. ¡Es verdad, Katerina!
Katerina tomó distancia, al ver que sostenía la carta.
-No fue mi decisión, mi unión con Lucien, ya se había decidido, solo que no sabía cómo decírtelo.
-Has estado jugando conmigo.
-¡No! -tomó su mano y lo obligó a que la mirase-. Yo te amo, pero lo nuestro no puede ser. Por favor, yo...
-Lo sé, ¡Maldita sea, lo sé! Pero... eres muy joven y... -su mirada volvió a ser como antes. La tomó en sus brazos y la volvió a besar, pero esta vez, de forma apasionada.
-Prométeme algo, por favor -tomó sus manos y las atrajo a su pecho-. Cuando sea el momento, haz lo que debes hacer, será la única forma de pasar mi poder.
-Está bien. Lo prometo -dijo en un susurro, mientras la acostaba en la cama y los besos se intensificaban.
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