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Capítulo 3 Acta est fabula

Capítulo 3 Acta est fabula

Katerina no había podido dormir. Había pasado la noche dando vueltas en la cama tratando de no hacer ruido para despertar a Lucien. Sentía que las cosas iban acomodándose como debía ser y que eso quería decir, que ya le quedaba poco tiempo.

Kanaria entró de forma sigilosa a la habitación y se acercó directamente a su madre, se subió a la cama y la abrazó.

—¿Qué sucede hija? —susurró acariciando su cabeza.

—No puedo dormir, siento que algo anda mal, algo me incomoda —levantó la mirada mientras estrujaba el vestido de ella —. Tengo miedo, mamá.

—No tienes por qué —mintió mientras la tomaba en brazos.

—Soñé que te morías —soltó de pronto, levantando la mirada.

Katerina no respondió, pero sabía que eso mismo le estaba rondando en los pensamientos.

En lugar de seguir la charla, la llevó al jardín y le enseñó una de las rosas azules, tomó los pétalos con cuidado sin arrancarla y extrajo un líquido brillante que juntó en una pequeña botellita.

—¿Qué es eso? —preguntó Kanaria acercándose.

—Son gotas de rocío, sirven para hacer tés relajantes. Los alquimistas los usamos cuando estamos estresados y así podemos equilibrarnos con nuestras emociones.

—¿Realmente sirve? —preguntó tomando la botella y observando cómo brillaba el rocío.

—A veces sí —suspiró de forma angustiosa—. Kanaria... quiero que sepas que te amo y pase lo que pase, no olvides eso y aunque el futuro sea difícil yo...

—¿Por qué me dices eso?

—Porque las cosas se pondrán difíciles.

El amanecer las hizo dejar en silencio la conversación y ambas lo miraron.

Kanaria se le acercó y la abrazó como si temiera perderla, la sensación de angustia que había estado empujando por salir, afloró como el sol y lloró, pero lloró por dentro. Mientras Katerina, le ponía la botellita en una cadena y se la ponía en el cuello.

Philip despertó turbado, había dormido poco y lucía terrible, tenía los ojos hinchados de tanto llorar.

Se lavó la cara y respiró profundo, mientras no dejaba de pensar en ella. Debería haber ido a verla, debería haberle dicho que no, no iba a hacer nada, que de seguro había otra forma, pero ambos sabían que no la había.

Tocaron a la puerta y salió del baño, aún con un pantalón desgastado y una remera en igual condición.

—Señor Philip, tal y como lo dispuso, estoy aquí —dijo un chico de piel trigueña y cabello oscuro, mientras entraba—. Disculpe. ¿Llego en mal momento?

—No, yo... perdí la noción del tiempo, pero sí, harás lo que hablamos anoche.

El chico lo observó y luego bajó la mirada.

—Mi señor, es la esposa de Lucien Allen. ¿Está seguro?

—Totalmente y dedícate a obedecer mis órdenes y no opinar, Blas.

Madre e hija, se encontraban en el jardín. Kanaria tomaba unos narcisos con sumo cuidado, mientras un frío la recorría por dentro, no comprendía bien por qué, solo que la incomodaba. Extendió los brazos a su madre y ella le acarició la cabeza y todo parecía calmo, todo parecía hermoso.

Ella sin embargo lo sabía. El tener a Kanaria, le había dañado de forma álmica y no podía transmutar demasiado. Ahora, esa oscuridad la empezaba a carcomer mediante enfermedades.

Blas ingresó al jardín como si fuera un invitado más, sonrió y se quedó oliendo las flores.

Kanaria fue la primera en verlo y corrió hacia él, mientras Katerina sentía un miedo recorrerla.

—¿Quién es señor? ¿Y por qué ha entrado así? —dijo muy seria, cruzando los brazos.

—Vine de visita. ¿Acaso tu madre no te lo dijo? —se puso a la altura de Kanaria y le acarició la cabeza.

Ella hizo un ademán rápido y corrió hasta su madre.

Katerina tenía rosas blancas y estas cayeron; una de las espinas, le lastimó el dedo, pero ella no se percató. Se quedó mirando fijamente al hombre, mientras sentía que las palpitaciones aumentaban, sintió un frío recorrerla y comenzó a respirar con dificultad.

Kanaria tiró de ella.

Blas con un rápido movimiento, se paró detrás de ella, pisando las rosas, las cuales hicieron un leve crujido y un líquido brillante salió de ellas.

—Madre, ¿qué pasa? —gritó Kanaria.

Blas la empujó de un solo envión y la niña fue a parar a unos metros.

—No quiero que mi hija mire —dijo Katerina con firmeza, mientras se miraba las manos que sangraban.

—Solo cumplo órdenes, una lástima que la niña esté aquí, pero por algo debe ser.

Lanzó una risita extraña.

Katerina lo miró con odio y sintió que debía juntar sus manos y transmutar lo que sea para defenderse. Pero no lo hizo.

Una daga plateada con un líquido dorado espeso, se clavó en su pecho. Blas, mientras lo hacía, sonreía de una forma horrible.

Kanaria intentó incorporarse, pero era inútil, no podía moverse, algo la retenía en el suelo. Entonces, sólo pudo ser una espectadora, activamente pasiva.

Katerina sintió que ese líquido iba comiendo su mente, se tensó y no pudo emitir sonido. Había gritos que se originaban en su interior, alaridos y un dolor inmenso. Las emociones fueron desapareciendo una a una, y con ella, su psiquis se contaminó. Revivió momentos trágicos, mientras sentía como si cayera a un abismo.

Kanaria comenzó a llorar y sólo pudo mover sus brazos primero, luego sus pies y así de a poco, con toda la fuerza que podía tener alguien de su edad, se incorporó. Transmutó una daga y corrió hacia el hombre, que estaba demasiado entretenido con la muerte psíquica de Katerina.

Él se sorprendió al sentir ingresar la daga en su hígado. Volteó abriendo grandes los ojos y se encontró con la mirada llena de odio de la niña.

Entonces vio cómo de la mujer que estaba desmayada con el cuerpo inerte, salía una oscuridad y se introducía a la niña.

El hombre tomó de la pierna a la pequeña y la hizo caer y entonces murmuró en su oído.

—Acta est fabula.

Mientras moría volviéndose polvo.

Kanaria se arrastró mientras las espinas que quedaban de las rosas se le introducían en las piernas, pero no le importó. Se levantó con la vista nublada por el llanto y se acercó a su madre muerta, totalmente fría y lanzó un grito horrible, como si algo dentro hubiera despertado, algo terrible.

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