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Volver a la academia era algo que le irritaba bastante. Ese mismo día se le acababan la libertad y el libre albedrío. En la academia debía seguirse absolutamente todo a raja tabla. La disciplina y el trabajo duro eran lo que más importaba allí dentro y, a pesar de que muchas veces había resistido ese impulso de lanzarse a la yugular de algún superior, Malachai siempre había sido un rebelde sin causa y no le gustaba demasiado eso de la subordinación.
Era consciente de que volvería a someterse a ese control de veinticuatro horas durante varios días a la semana de nuevo, que sudaría como hacía meses que no sudaba y que estaría tieso como un palo y en formación prácticamente todo el día. Tenía claro que no echaba para nada de menos aquella sensación.
Se sentía receloso ante el tema del escuadrón. Jamás se había llevado demasiado bien con sus antiguos compañeros de promoción. No habían sido seres de su agrado, y tampoco se había esmerado en crear demasiados lazos con ellos. Él siempre había estado a su bola, en su mundo, trabajando todo lo posible en su objetivo. Había estado aislado, no podía permitirse distracciones cuando pretendía ser el mejor de la promoción. Había soportado a instructores canallas, comentarios ruines y días infernales en los que en cualquier momento podría haberse derrumbado, y aún así allí seguía. Fuerte como un roble. Sin embargo, se mantenía escéptico al pensar en que debería compartir cuarto de nuevo con ocho soldados más, y esta vez estaban todos a su cargo. ¿Qué ocurriría si tenía que aguantar un espléndido reencuentro con uno de sus despreciables compañeros de promoción? Realmente si eso ocurriera estaría claro que el mismísimo Lucifer se estaría burlando de su mísera existencia, haciendo su vida aún más miserable para poder reírse de él cuando de nuevo se vieran las caras en el Infierno.
Con las manos a ambos lados del torso y la espalda recta se posicionó siguiendo la fila de personas frente al coronel Haraldsson. Era el primer lunes que pasaban en la academia y habían convocado a todos los capitanes de sus respectivos escuadrones en la sala de mandos del cuartel que había en la academia. Tras ellos, altos rangos iban y venían de acá para allá haciendo quién sabe qué. Malachai se distrajo por un segundo con las pequeñas pantallas que llenaban la habitación. Aquello le recordaba a la sala de control que había en la sede del SECMA, aunque no era para nada igual de grande.
Cuando ya hubieron junto a él doce soldados más el coronel carraspeó y se quitó el gorro con visera que levaba puesto. A continuación, Haraldsson comenzó a caminar lentamente hacia los lados, pasando por delante de cada uno de los soldados. Malachai se fijó en las medallas que llevaba cosidas al traje. El hombre habló con una voz que sonó áspera e imponente.
- Soldados, es una gran resposabilidad la que les hemos dado tan sólo a ustedes trece, deben sentirse halagados ya que si están aquí es porque les tenemos en muy alta estima y vemos un potencial enorme dentro de vosotros - Malachai permaneció en silencio, pero rió sarcástico en su mente. ¿En alta estima? Los cojones. Pensó. Ninguno de los que estamos aquí le importamos a ese viejo decrépito. No me vengas con gilipolleces.
>> Voy a ir directo al grano - Prosiguió - Puede que ustedes estén perfectamente preparados y realmente piensen que deben tomarse las cosas con calma, pero siento decepcionarles porque la cosas aquí no funcionan así. Les recuerdo que tienen un equipo a sus espaldas al que deben mantener, y si ellos caen ustedes también. ¿Comprenden? A partir de ahora son su responsabilidad, si ellos no trabajan o no dan la talla ustedes saldrán perjudicados - Malachai se puso muy tenso al oír aquello y su mente volvió a viajar hacia las posibilidades de tener el peor equipo de la historia. ¿Son cosas que pueden pasar cuando uno tiene el número trece de su parte, no? El coronel se rascó el canoso bigote. Tendría unos cincuenta años, quizá estuviera a punto de cumplir los sesenta. En cualquier caso, las canas blancas no solo se asomaban por su bigote. Seguramente en un par de años poco quedaría de ese castaño claro que cubría su cabeza - Para asegurarnos de que trabajen bien motivados, junto a algunos senadores hemos diseñado un sistema de trabajo y unas nuevas normas que puede que les aporte ese chute de energía que muchos necesitan - Soltó una pequeña risita. A Malachai le recordó al sonido que hace un cerdo al chillar - Verán, queremos buenos soldados a nuestra disposición, no podemos dejar nuestras vidas a cargo de unos pésimos hombres que nos lleven a la ruina, y por lo tanto tampoco podemos dejar que esa clase de hombres trabajen en nuestras instalaciones. ¿Quién sabe que tipo de desastres podrían causar? Por eso vamos a hacer una especie de corte. Dentro de dos semanas tendrán unas pruebas que pasar. Tómenlo como un examen que definirá su futuro. Los tres peores escuadrones quedarán expulsados de la academia y, por ende, perderán sus puestos de trabajo y deberán buscarse la vida en otro sitio.
El revuelo que surgió entre todos los capitanes fue tremendo, ninguno se creía lo que estaba ocurriendo. ¿Tantos años trabajando para acabar en la calle? El coronel Haraldsson los mandó rápido a callar.
- Veo que les a llamado la atención nuestro nuevo modus operandi. Veremos si surte efecto pronto. Es todo por ahora, vayan a sus respectivas habitaciones, allí los están esperando sus equipos. Espero que esta charla motivadora les haya cargado las pilas para hacer un buen trabajo. Buenos días.
Se puso firme antes de irse, y todos respondieron al gesto con un Si mi Coronel bien fuerte. Luego desapareció entre las máquinas y el resto de militares. Malachai había quedado estupefacto. Salió de la sala y se separó de los demás escondiéndose en unos de los pasillos del cuartel. Allí, frente a nadie, se permitió el lujo de soltar un suspiro y pasarse las manos por el pelo, estirándolo hacia atrás. ¿Aquello era una broma? Tantos años de trabajo, tantas cosas sufridas... ¿Para aquello? Sintió una corriente de energía que le bajaba a los puños. Por un instante tuvo la sensación de que el pecho se le comprimía. No, no señor. No pensaba perder su trabajo por nada del mundo, aquello y sus animales eran las únicas cosas constantes que tenía en su vida. No podía permitirse perder nada más. La ira le subió al rostro. ¿Y si le tocaba un equipo de palurdos a los que no pudiera dominar? Estaría perdido. Pero ya se iba a encargar él de hacer lo que fuese por mantener su trabajo, ya fuera por las buenas o por las malas.
En un arrebato de frustración le dio una patada a la pared.
- ¡Joder! - Exclamó.
Nadie pareció percatarse de aquello. Apoyó la espalda contra la pared e intentó serenarse. Cerró los ojos y dejó que su pecho se inflara y se desinflara hasta que no quedara ni un ápice de aire en sus pulmones. Luego repitió aquella secuencia hasta que su respiración alterada se tornó serena de nuevo. Sus manos, que antes se habían tornado en puños, se abrieron de nuevo y crujió sus dedos para liberar aquella tensión por unas décimas de segundo.
Seguía frustrado, enfadado y con ganas de matar a cualquiera que se le cruzada por delante, pero debía mantener la compostura. Se despeinó el cabello, poniéndolo de un modo desenfadado y dándole de nuevo ese aire descarado y salvaje de siempre y tragó con fuerza, haciendo que aquel nudo de nervios descontrolados le bajara por la garganta hasta la boca del estómago. Entonces el rubio miró a ambos lados y con las manos en los bolsillos aceleró el paso para salir de aquel lugar.
Las habitaciones estaban en unos grandes barracones situados tras el cuartel. Delante de estos se encontraban la zona de entrenamiento, con un gran gimnasio, pistas de obstáculos, de atletismo, un sitio para practicar tiro y una zona cubierta donde habían cuatro rings para combatir y muchos sacos de boxeo. Aunque de lejos no lo parecía, el complejo era muy grande y espacioso, además de tranquilo. Estaba alejado del ajetreo metropolitano, situado en un pequeño valle verde de la parte donde los de clase baja vivían y donde no había casas en un radar de unos dos kilómetros.
Malachai caminó tenso por los pasillos de los barracones. Al llegar a la zona de dormitorios suspiró de nuevo. Avanzó ante las puertas, siguiendo los números que había en cada puerta. Cada uno de estos indicaba la habitación destinada a cada escuadrón. 3...4...5... Por fin el rubio distinguió el número trece grabado en la puerta del fondo del pasillo.
Cuando ya estuvo delante de la habitación puso la mano sobre el pomo. Cerró los ojos y dio unos pequeños botecitos antes de abrir la puerta. Con un movimiento algo brusco giró el pomo y por fin descubrió lo que le aguardaba tras aquellos muros.
Ocho cabezas se giraron en su dirección y le observaron con curiosidad. Los individuos estaban distribuidos por las distintas literas de la habitación y estaban cada uno a lo suyo hasta que él había entrado a la sala. Un pequeño murmullo se oyó, casi inaudible. Luego todo fue silencio. Todos le observaban, pero sin embargo ninguno se había atrevido a mediar palabra o a moverse del sitio.
Malachai, algo incómodo, cerró la puerta tras de si y volvió a observar al grupo de extraños que tenía ante sus narices. Fue en ese mismo instante en que el rubio pudo detectar algo de movimiento al fondo de la habitación. Un chico bajó de la litera y, con los pies descalzos, cruzó la habitación hasta posicionarse frente a él.
El chico era algo más bajo que Malachai, de cabello castaño, tez clara y ojos color chocolate. Era esbelto, atlético y tenía el rostro de un rompe corazones. Una vez delante del rubio mostró una sonrisa encantadora. Sus dientes blancos relucieron y Malachai observó que tenía los colmillos algo puntiagudos.
- Tu debes de ser nuestro capitán. - Supuso. Y antes de que él pudiera decir algo, el chico hizo una elegante reverencia. Aquello desconcertó al rubio - Me presento; mi nombre es Tristán Hakon. Un placer.
Cuando Tristán se hubo incorporado, Malachai extendió la mano.
- Malachai Landvik - Objetó.
El moreno, aún con esa sonrisa cálida en el rostro, le estrechó la mano con energía. Le hizo avanzar un par de pasos hasta acercarse al centro de la habitación, desde donde podía ver con claridad a todos las personas de la sala.
- Deja que te presente al equipo - Se ofreció el soldado Hakon. Señaló a la izquierda del rubio con la mano. Allí se encontraba un hombre sentado sobre una de las literas de abajo. Era mayor que el resto, estaría a punto de cumplir los cuarenta. Su cabello era de un negro azabache y tenía los ojos de un gris casi cristalino. Un poblado mostacho adornaba su cara. Parecía estar en buena forma, pues sus músculos se notaban apretados bajo la tela del traje - Ese es Blaise Haugen.
El hombretón estiró los labios en en una fina línea y asintió con la cabeza.
- Capitán - Dijo, a modo de saludo. Malachai, al igual que él había hecho antes, también asintió en su dirección.
- Ellos - Prosiguió el moreno. Esta vez apuntó a la litera de encima de Haugen. Dos chicos de un cabello rubio oscuro descansaban apoyados contra la pared - Son Gøran Horn y Jakob Næss, hace a penas un año que salieron de la academia.
Los dos chicos a penas reaccionaron. Estaban afilando unos cuchillos cuando uno de ellos , Malachai suponía que aquel era Jakob, levantó la vista de lo que estaba haciendo e hizo un pequeño saludo militar con la mano. El otro ni siquiera se inmutó y siguió en su mundo como si nada. Eran muy parecidos físicamente. Ambos eran altos, rubios y de complexión delgada. Tenían la cara larga y ovalada, con una barbilla pronunciada y largas pestañas. Jakob parecía tener los ojos más oscuros, mientras que Gøran los tenía de un tono verde oliva. Una suave barba creciente poblaba su barbilla. Ambos no debían tener más de unos veintidós años. Tristán carraspeó antes de volver a hablar.
- Ahí tenemos a ... - Se dispuso a decir, pero el chico al que iba a anunciar se puso en pie como un torpedo y habló por él, interrumpiéndolo.
- ¡Es un placer conocerte! Mi nombre es Declan Wolff, tengo veintitrés años, estoy soltero, vivo con mis padres y mi grupo sanguíneo es cero negativo - Malachai frunció el ceño ante tanta información irrelevante. El chico extendió la mano hacia él y cuando el rubio fue a estrechársela el otro la apartó bruscamente y continuó hablando - Perdón por la pregunta pero ¿Siempre eres tan ruidoso? Hace unos segundos entraste a la habitación tan bruscamente que temía que le hicieras un boquete a la pared si soltabas el pomo de la puerta.
Malachai, sintiéndose ligeramente ofendido, frunció aún más el ceño.
- Declan, ya es suficiente - Se manifestó Tristán, cortándolo. Le cogió los hombros con delicadeza e hizo que volviera a sentarse sobre la cama - No se lo tengas en cuenta, tiene un trastorno de hiperactividad.
El rubio miró de nuevo al chico, y este le sonrió con la mejor de sus sonrisas, cual niño que sonríe después de hacer una travesura, mostrando unos pequeños hoyuelos en ambas mejillas. Su cabello parecía de un castaño algo oscuro bajo las sombras de la litera, pero cuando había estado de pie las puntas de su cabello a contraluz habían parecido de fuego.
La rubia que estaba sentada sobre la litera de Declan se incorporó entonces a la conversación.
- No se preocupe, Capitán. Mi nombre es Kayden Strand; yo me ocuparé de vigilarlo.
- No necesito una niñera - Se quejó el aludido haciendo una mueca - Ya soy mayorcito.
- Lo que tu digas Declan - Suspiró la rubia, con tal de que el chico se mantuviera tranquilo. Tristán miró a Malachai y se encogió de hombros, sin saber que decir. Luego hizo que se girara para ver a las personas del otro lado de la habitación. De nuevo, antes de que pudiera continuar con la presentación, el siguiente individuo desconocido prefirió presentarse por si mismo con una corta frase.
- Holden Toov para servirle, Capitán.
El chico tenía un aspecto sosegado. Descansaba tumbado sobre su cama, lanzando un pequeño objeto al aire y recogiéndolo para volver a tirarlo. Tenía el cabello de un rubio claro, pero para nada se asemejaba al de Malachai. Mientras que el suyo era de un tono casi blaquecino, el de Holden era de un rubio intenso, casi como el oro. Sin embargo, como el chico no le había mirado directamente, no fue capaz de distinguir el color ni los sentimientos que desprendía su mirada. A Malachai le gustaba mirar a la gente directamente a los ojos, muchas veces tenía la sensación de que haciendo aquello era capaz de descubrir los sentimientos más oscuros de cualquier persona, aunque también los más puros.
Como nadie pareció tomar la iniciativa, el moreno siguió presentando al último de miembro del grupo.
- Y ella es Kåre.
Malachai se topó con la afilada mirada de una chica que le observaba desde la última de las camas. El cabello oscuro le caía lacio a ambos lados de la cara, tenía el rostro fruncido y lo estaba escrutando de arriba a abajo con la mirada. Quizá tendría un par de años más que él, pero no estaba seguro. Ella se cruzó de brazos.
- ¿Eres un hombre de pocas palabras, no? - Dijo - Aunque por tu expresión parece que no sientes nada, estoy segura de que miles de cosas están pasando por tu mente ahora mismo pero no las dices - Ante el silencio del rubio la chica soltó una carcajada sarcástica. Malachai entornó los ojos - Interesante. Creo que nos llevaremos bien. Kåre Søren.
Tras una pequeña sonrisa ladina, la chica extendió la mano en su dirección. Algo dentro de Malachai hizo que la comisura de sus labios se elevara hacia arriba de un modo casi imperceptible. Estrechó la mano de la chica con fuerza y ambos se miraron entre si, desafiantes.
- Eso espero, Kåre.
Tras soltarle la mano, Malachai aún notaba los dedos de ella apretándole con fuerza. Aquel grupo de personas no era tan catastrófico como él había pensado que podían llegar a ser. Un veterano, un niño hiperactivo, otro tranquilo, dos muy callados, una rubia energética, una chica con un carácter interesante y míster simpatía. ¿No estaba tan mal, no? Podría haber sido mucho peor. Con mucho esfuerzo y trabajo todo podía arreglarse. Malachai soltó el aire que había mantenido preso en sus pulmones durante todo aquel tiempo, aunque no se permitió el lujo de relajarse puesto que no sabía qué rumbo podían tomar las cosas, y si aquel grupo de personas serviría para mantener su puesto vigente.
- La litera de encima de Holden es la tuya - Explicó Tristán - ¿Y ahora qué, capitán? - Cuestionó posicionándose a su lado. Malachai, ya desquiciado al oír tantas veces esa palabras y pensar en lo que aquello suponía, se quejó.
- Dejad de llamarme capitán. Soy Malachai, no un puto sargento de pacotilla. Aquí todos estamos al mismo nivel.
Blaise, que hasta entonces había parecido estar reprimido y con cara de seta, estalló en una carcajada. Se levantó de la cama y se aproximó hasta pasar un brazo sobre los hombros a rubio.
- ¡Joder macho, menos mal! Me toca mucho los huevos tantas formalidades, protocolo y esas mierdas.
Kayden soltó una pequeña risita. De golpe, un estruendoso sonido resonó por la habitación y los pasillos durante aproximadamente quince segundos. Declan, emocionado, saltó de de la cama y se posicionó frente a la puerta.
- ¡Es la hora de comer! - Exclamó.
Fue el primero en salir de allí. Luego todos se fueron dialogando e incluso algunos riendo. El rubio fue el último en salir y se tomo unos instantes para digerir toda la información recibida. Cuando ya a penas quedaba nadie en los pasillos, se encaminó hacia el comedor que estaba en la otra punta de los barracones. Tras hacer cola y recoger su ración de comida divisó a su escuadrón. Todos estaban sentados juntos en una mesa. Malachai, reacio a socializar, se fue a sentar solo en una mesa vacía situada al fondo del comedor.
Dejó la bandeja en la mesa. Con el cuchillo en la mano se dispuso a cortar el filete de pollo a la plancha que reposaba a un lado del plato. Entonces una voz interrumpió su degustación culinaria.
- ¿Me pasas la sal?
Cuando alzó la mirada se encontró a Tristán, que se había ido de la mesa para sentarse frente a él. El rubio le pasó el salero al chico sin objetar nada. Una sonrisa socarrona se formó en el rostro de Tristán.
- ¿Tan rápido nos rehuyes, capi? - Inquirió - ¿Hace falta que te recuerde que estamos todos juntos en esto? No te alejes de nosotros. Por tus gestos y la tensión que cargas encima veo que eres una persona bastante cerrada. Y justo por eso no debes hacerte esto - Señaló la mesa - a ti mismo - Apoyó los codos sobre la mesa y se acercó más a él en tono confidente - Déjanos conocerte. Somos buena gente, te lo aseguro.
- No es cuestión de que seáis buena gente o no, es mi forma de ser - Contraatacó él.
- Estoy seguro de que esto que veo no es Malachai en toda su totalidad. ¿Tan sólo no te aísles de nosotros, de acuerdo? - Tristán extendió la mano, como si del acuerdo de un pacto se tratara, esperando que el rubio aceptara. Malachai suspiró, pero tras unos segundos de indecisión estrechó la mano del moreno.
- Haré lo que pueda - Concluyó él - Pero no esperes que sea un osito amoroso o que sea la alegría de la huerta. Para eso ya estás tu.
- ¡Perfecto! - Exclamó Tristán, complacido. Su rostro recuperó esa sonrisa encantadora que había tenido al recibirle en la habitación. Lo cierto era que se moría de ganas de descubrir quién era realmente aquel chico de pelo blanco que estaba delante suyo.
Sin que Malachai se hubiera percatado de todo aquel movimento, toda la mesa se vio llena en cuestión de segundos por el resto de miembros del escuadrón. El rubio no esperaba aquel cambio de lugares y observó a Tristán desconcertado, este solo volvió a sonreírle.
Las risas y el parloteo inundaron la mesa y Malachai por fin pudo llevarse a la boca la pequeña porción de pollo que tenía pinchada en el tenedor. Entre tanto jaleo volvió a sumergirse en su mente. Estas dos semanas van a ser más interesantes de lo que me esperaba, pensó.
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