Capítulo 5
Por más que deseara lo contrario el día de la boda había llegado inevitablemente.
Henry estaba de pie frente al lavamanos del baño mirándose al espejo, llevaba puesto su traje a medida y sentía que tendría un ataque de pánico en cualquier momento. Se mojó el rostro con agua fría e intentó controlar su respiración. Hoy había despertado en su casa y al terminar la fiesta ya no podría volver a ella. Ni si quiera sabía cómo llegar a su nuevo hogar, ni cuál sería su habitación. Ahora se encontraba recibiendo a los invitados en la gran casona que su padre había alquilado para la ceremonia y posterior fiesta. Después de la fiesta César y Marlene se irían de luna de miel por una semana y él tendría que ir a la nueva casa familiar con la hija de Marlene a quien además no había tenido la oportunidad de conocer aún. Sentía que se ahogaba solo de pensarlo, pero no podía hacer nada para evitarlo. Volvió a mojarse la cara y escuchó sonar su teléfono. Lo sacó de su bolsillo y miró la pantalla.
Era su padre.
—¿Si?
—¡¿Dónde mierda estás?! Están llegando los invitados y no hay nadie recibiéndolos. Ya te dije que tenías que estar en la recepción, mi madre llegará en cualquier momento y si no te ve ahí me va a joder el día.
Y cortó la llamada.
Su abuela era la mujer más desagradable que conocía, por suerte la veía solo para matrimonios, bautizos y funerales, y siempre esperaba que fuera la última vez.
Ella nunca perdonó a su hijo por haberse casado con Estela y haber tenido un hijo con ella. No le agradaba su nieto y siempre lo comparaba con su madre. Le decía que era torpe, inútil y afeminado. Era una mujer cruel y chapada a la antigua y castigaba a su hijo con su ausencia cuando no la complacían sus decisiones.
Aunque ahora se veía en la obligación de venir a su matrimonio ya que una mujer de la alta sociedad no podía darse el lujo de no estar en la boda de su hijo menor, sin importar con quién se casara.
Henry se secó el rostro, acomodó su cabello y salió rápidamente del baño para ocupar su lugar en la entrada del salón. Muchos de los invitados que llegaban eran socios y amigos de su padre, los conocía porque su padre lo hacía ir con él a ceremonias y celebraciones relacionadas con su empresa, ya que un día sería él quien la dirigiera.
Estaba de más decir que César nunca le había preguntado a su hijo qué opinaba al respecto.
Mientras saludaba e invitaba a pasar a los recién llegados, logró ver a la distancia a su anciana abuela acercándose con lentitud. Henry se preparó mentalmente para recibir sus ataques y la esperó con una amable sonrisa.
—Querido, no pensé que me alegraría de verte, pero así están las cosas —le dijo agarrándolo con fuerza del brazo—. Llévame a mi asiento, me duelen las piernas.
La mujer se movía con dificultad, actuaba como si fuera mucho mayor. Henry no sabía si lo hacía para llamar la atención o realmente había envejecido mal.
—No has crecido mucho... —le dijo mirándolo hacia arriba con un tono de decepción en la voz. A pesar de que él la pasaba por dos cabezas— a tu edad tu padre era mucho más alto —Henry la llevaba en dirección a su asiento, pero la mujer era demasiado lenta, lo que le daba tiempo para seguir hablando—. No entiendo por qué tu padre hace esta payasada, ya no es un jovencito. Y además casarse con una mujer con hijos. Pensé que había tocado fondo cuando se casó con Estela —era cuestión de tiempo para que mencionara a su madre, Henry miraba el asiento de la vieja a la distancia y parecía que nunca iban a llegar—, pero no fue suficiente humillación, siempre busca la manera de ponernos en boca de todos. No sabes las explicaciones que tuve que dar cuando tu madre se fue sin ti ¿qué mujer desnaturalizada hace eso? Ni las perras lo hacen, y yo, a mi edad, dando explicaciones a todas las arpías del club —Henry tenía ganas de soltarla, respiraba profundamente, con los dientes apretados, para evitar responderle—. Espero que no sigas la tradición de ridiculizar a esta familia, búscate una mujer decente para cuando termines la escuela —habían avanzado tan poco que parecía que la anciana lo hacía a propósito para tener tiempo de humillar a su nieto—, nunca tuve esperanzas en ti, te pareces demasiado a tu madre, pero este matrimonio deja en claro que estamos en tiempos desesperados. —por fin llegaron a su asiento, justo cuando Henry sentía que no podía contenerse más. La dejó allí y sin decir una sola palabra se dio media vuelta y caminó hacia la entrada.
Entre las personas que ya estaban dentro del salón una joven captó su atención. Estaba con un grupo de invitados que reían encantados mientras ella les hablaba. Tal vez era la hija de algún socio de su padre. Era alta y delgada, llevaba el cabello dorado peinado hacia atrás, sus ojos eran grandes y felinos y su piel tenía un lindo color bronceado. Llevaba un vestido celeste con los hombros descubiertos y una amplia falda que terminaba bajo sus rodillas. Nunca había visto una mujer tan hermosa, no podía quitarle los ojos de encima, su presencia era magnética. Hubiese querido recibirla en la entrada para saber quién era, seguramente llegó cuando él se encontraba en el baño.
Seguían llegando invitados por lo que tuvo que volver su atención a la entrada, pero cada vez que podía volvía a observar a la joven.
Cuando todos los asistentes a la boda ya estaban dentro y Henry por fin estaba desocupado pensó que podría acercarse al grupo donde estaba aquella chica y tal vez presentarse, pero ella ya no estaba allí. Recorrió el lugar con la mirada, pero se había esfumado. El salón estaba repleto y ya todos comenzaban a tomar sus lugares.
El juez hizo su aparición y los invitados terminaron de acomodarse en sus puestos. Henry caminó rápidamente al frente para ocupar su lugar con la familia de su padre.
Al llegar a la primera línea de invitados vio que su padre estaba inclinado sobre el asiento de la abuela escuchando algo que ella le decía al oído, cuando terminó de oírla caminó a su lugar frente al juez y le lanzó a Henry una mirada asesina. Él se preguntó qué había hecho mal esta vez mientras tomaba asiento.
Por suerte su padre no lo había sentado junto a la abuela, si no al lado de Helen, la esposa de Arturo, el hermano mayor de su padre, que le preguntó por mera cortesía cómo estaba y luego dirigió su atención hacia el podio.
La orquesta comenzó a tocar y todos giraron para ver entrar a la novia, que venía con un vestido de encaje color crema, ajustado al cuerpo y de largo regular, escotadísimo pero adecuado para su edad. Lucía realmente elegante.
En ese momento Henry vio que quien acompañaba a la novia era la joven que antes había llamado su atención y casi se cayó del asiento. La bella mujer que había visto antes en el salón con el vestido celeste había resultado ser Ágatha, la hija de Marlene, al menos esa era la única explicación para que caminara junto a la novia con la marcha nupcial de fondo.
Claro que ahora que las veía una al lado de la otra se daba cuenta de que se parecían bastante. Marlene también tenía esos ojos felinos, era alta y esbelta, y el color del cabello, que él pensó era teñido, era casi el mismo, parecían una foto del antes y después.
La gente murmuraba lo bella que era la novia y su padre la esperaba con una sonrisa triunfal y los ojos brillantes en el altar. Henry estaba furioso con él mismo, de todas las mujeres que asistieron a la boda se tuvo que fijar justamente en la hija de esa mujer. Decidió no volver a mirarla en lo que quedaba de la velada ignorando el hecho de que durante la cena tendría que sentarse junto al matrimonio y Ágatha en la misma mesa.
Al terminar la ceremonia la gente comenzó a amontonarse alrededor de los recién casados. Todos querían felicitarlos y darles sus buenos deseos. Henry, cansado ya, esperaba que todo terminara pronto. Se dirigió a su mesa y espero allí.
Cuando la multitud comenzó a dispersarse vio que Marlene venía hacia él acompañada de su hija, mientras su padre seguía ocupado con sus amigos y familiares.
Él sabía que venía a presentarlos, ya que no habían tenido la oportunidad antes. No estaba de ánimos para actuar con simpatía, su padre podía obligarlo a mudarse y a cambiar de escuela, pero no podía obligarlo a relacionarse con su esposa e hijastra.
—Henry querido —le dijo Marlene con una gran sonrisa—, por fin puedo presentarte a mi hija, ella es Ágatha.
Ágatha tenía una sonrisa hermosa y a Henry le costó mucho trabajo no sonreírle al saludarla. Lo hizo con cordialidad, pero fríamente, aunque ella no pareció notarlo ya que lo abrazó fraternalmente haciéndolo sentir tremendamente incómodo. Se deshizo de su abrazo lo más rápido que pudo.
—Por fin nos conocemos, mi madre habló maravillas de ti —él notó por el calor de su rostro que se había sonrojado—. Hoy nos iremos juntos a casa, así los novios podrán irse a su luna de miel. —le dijo poniendo una mano sobre su hombro por unos segundos, luego la quitó.
Henry asintió con la cabeza y tomó asiento para evitar más abrazos. Los invitados habían comenzado a tomar sus lugares alrededor de las mesas y ellas hicieron lo mismo. Pronto se les unió César, ocupando su lugar entre Marlene y Henry. Por suerte Ágatha estaba en el otro extremo de la mesa, junto a su madre, donde Henry no la podía ver. Así podría olvidar que hace menos de una hora pensaba que era la mujer más bella que había visto.
La cena transcurrió entre brindis, felicitaciones y buenos deseos y al terminar la comida todos comenzaron a levantarse de sus mesas. Marlene y César hicieron lo mismo.
—Cariño, ve a divertirte —le dijo Marlene a su hija y dirigiéndose a Henry agregó—, y tú también querido.
—Me quedaré aquí, gracias. —dijo Henry intentando sonar amable.
Todos estaban de pie conversando, excepto los mayores que seguían sentados, hasta que la orquesta comenzó a tocar el vals y todos, incluido Henry aunque de muy mala gana, se agruparon alrededor de la pista de baile para ver a los novios bailar. Luego comenzaron a unirse otras parejas y la orquesta terminó de tocar para dar paso a una banda de música bailable. Henry volvió a su asiento a esperar que la fiesta terminara. Unos minutos después se le acercó Ágatha.
—¿Quieres ir a bailar? —le preguntó extendiéndole una mano.
—Estoy bien aquí, gracias. —la rechazó él sin dejar de mirar su teléfono.
—Te buscaré al final de la fiesta para irnos a casa. —le avisó Ágatha con una sonrisa antes de volver a la fiesta.
Más tarde, después de todas las trivialidades como partir el pastel y lanzar el ramo, los novios anunciaron que se irían para no perder su vuelo, pero que deseaban que todos siguieran disfrutando de la fiesta. Henry los vio despedirse de Ágatha y luego fueron hacia él.
—Cariño, Ágatha te llevará a casa pronto, pueden llamarnos cuando quieran. —le dijo Marlene al despedirse. Su padre solo le recomendó que aprovechara las vacaciones para estudiar.
En algún momento Henry se quedó dormido sobre la mesa. No supo por cuanto tiempo, pero al abrir los ojos ya casi no había gente y Ágatha lo sacudía amablemente diciéndole que era hora de irse.
—Henry, ya casi todos se han ido, vámonos a casa —¿Qué casa? se preguntó Henry malhumorado. Ni siquiera sabía cómo llegar—. Nuestro auto está afuera, ¡vamos!
Henry se levantó como pudo, aún cansado, y siguió a la hermosa chica del vestido celeste hacia la salida. Se subió al auto junto a ella, cruzó los brazos y fijó la mirada en la ventana.
Durante el camino ella intentó entablar una conversación con él preguntándole como lo había pasado, pero él seguía mirando por la ventana sin responder. Estaba tremendamente molesto por la situación en la que lo había puesto su padre. Después de unos minutos ella dejó de intentarlo, sacó su teléfono y comenzó a enviar audios describiendo la ceremonia, seguramente para sus amigas, lo que resultó ser más incómodo para Henry.
Unos cuarenta minutos más tarde Ágatha le avisó que faltaba poco. Estaban en un barrio de casas gigantescas con jardines muy cuidados, el auto avanzaba por una calle limpia y vacía, eso no se veía en la ciudad. Se notaba que en pocas horas amanecería y hacía mucho frio. El conductor se detuvo frente a una casa con grandes ventanas y muros de piedra, era hermosa aunque no parecía algo que su padre escogería.
El departamento en el que Henry creció era blanco y moderno, los muebles eran sencillos y funcionales, y la decoración minimalista. Esta casa en cambio era enorme e imponente, con un amplio jardín lleno de árboles y arbustos, y un portón de hierro forjado con decoraciones.
—Ya llegamos. —dijo Ágatha abriendo la puerta del auto.
Henry bajó por el otro lado y esperó a que ella sacara las llaves de su cartera.
Había varios metros desde el portón hasta la puerta de entrada. Cuando Ágatha abrió la puerta de la casa, Henry quedó impresionado con la decoración. Aunque el ambiente era muy acogedor, estaba bastante recargado y Henry lo reconoció como el gusto sofisticado/vulgar de Marlene. Se notaba que llevaban un buen tiempo viviendo aquí, esta casa no era nueva como le había dicho su padre y se preguntó qué más habría omitido.
—Toma —dijo Ágatha pasándole un manojo de llaves—, mamá te mandó a hacer una copia —por fin alguien pensaba en él—. Te llevaré a tu habitación, acompáñame.
Subieron por la escalera y Ágatha le señaló donde estaban los baños, luego abrió una puerta y le dijo:
—Esta es tu habitación. Adela, nuestra empleada, dejó tu cama lista, tus cosas están en esas cajas para que las puedas desempacar y tu ropa ya está en el armario. La puerta de al lado es mi habitación, esa es de invitados. Arriba está la suite de nuestros padres.
—Gracias. —dijo Henry esperando que se fuera.
—Con mamá estamos muy felices de tenerte aquí... —comenzó a decir Ágatha, pero Henry estaba demasiado cansado para escuchar toda esa mierda.
—¿Puedes parar de una vez? Nuestros padres no están, podemos dejar de actuar por ahora. —después de soportar a su padre, a su abuela y dormir sobre una mesa, ya no podía seguir siendo amable, quería encerrarse en su habitación y olvidarse de todo.
—¿Perdón? —Ágatha lo miraba extrañada— ¿a qué te refieres? no es una actuación.
—Puedo ver por qué tú y tu madre están tan felices con lo del matrimonio —dijo Henry señalando a su alrededor—, pero ahora que estamos solos no necesitas fingir.
—¿Estás sugiriendo que mi madre se casó con César por interés? —exclamó Ágatha ofendida.
—¿Y por qué otra razón? —la cuestionó él.
—Ok, sientes celos por tu padre, lo entiendo —decía Ágatha intentando mantener la compostura—, estás molesto, pero no puedes decir algo así de cruel. Ellos están enamorados.
—No estoy celoso. Mi padre es un maldito, lo conozco bien para saber que nadie en su sano juicio se casaría con él. —no debería haber dicho algo así, pero ya estaba agotado.
—Estás equivocado, tu padre es un gran hombre —Ella parecía estar realmente convencida de lo que decía, lo que Henry no podía entender—, lamento que tus padres se hayan divorciado pero...
Al escuchar eso Henry se enfureció, lo último que necesitaba era que le recordaran a su madre, y cerró de golpe la puerta de su habitación dejando a Ágatha afuera.
¿Cómo alguien podría creer que su padre fuera una buena persona? pensó.
Se sacó la chaqueta, los zapatos y se arrojó sobre la cama.
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