Capítulo 29
Henry ingresó en el internado un sábado en la mañana. Las clases comenzaban el lunes, por lo que tendría dos días para acomodarse en su habitación.
La tarde del día anterior Ágatha lo acompañó a comer con Estela al lugar de siempre a modo de despedida, y allí Henry le dio la buena noticia a su madre. Gracias a Ágatha y Marlene podrían seguir viéndose durante el resto del año. Estela no lo podía creer, y luego de agradecerle conmovida a Ágatha comenzó a proponer decenas de planes para las próximas reuniones.
Más tarde, cuando volvieron a casa, Marlene los esperaba con su propia fiesta de despedida para ambos. Ágatha se mudaría a su apartamento en unos días y la pobre Marlene se emocionaba hasta las lágrimas cada vez que alguien hacía un comentario al respecto. César había vuelto temprano de la oficina para no perderse la celebración, y luego de una magnífica cena con varios brindis se fueron a dormir.
Ahora César y Marlene estaban en la oficina firmando los últimos documentos para el ingreso de Henry, mientras él esperaba con Ágatha en la recepción. La escuela era una construcción enorme y antigua, las paredes estaban repletas de fotografías enmarcadas de políticos y empresarios exitosos que habían estudiado allí. Seguro a su padre le costaría un dineral este último año académico pensó Henry mirando a su alrededor.
—Falta una semana para que comiencen tus clases —le recordó Henry a Ágatha, estaban sentados en un sofá de cuero negro y estilo clásico— ¿Estás preparada?
—Me pongo nerviosa de solo pensarlo, pero el lunes me instalaré en el apartamento, tal vez con eso me tranquilice. Carla me va a ayudar, se mudó hace unas semanas a la casa de sus abuelos. Mamá también quiere venir, pero prefiero hacerlo sin su ayuda por una vez.
—¿Pudiste hablar con Marlene acerca de los permisos? —Henry sabía que cuando su padre saliera con Marlene de esa oficina, Ágatha se iría con ellos y él se quedaría allí solo y eso comenzaba a angustiarlo.
—Está arreglado, aunque me costó un poco convencerla. —Ágatha parecía estar orgullosa de haber logrado su cometido.
—¿Crees que sospeche algo? —preguntó él nervioso.
—Sí, ya sospecha, pero no se lo confirmaré aún.
—¿Confirmarlo? Pero podría decirle a mi padre. —dijo Henry entrando en pánico.
—No lo hará —Ágatha parecía segura de lo que decía—. No ganaría nada al hacerlo. Cuando estemos lejos se olvidará del tema, no te preocupes.
Henry se quedó pensando en lo que dijo Ágatha, quería creer que tenía razón. En ese momento su padre y Marlene salieron de la oficina.
—Todo listo. Vendrá un encargado a mostrarte tu habitación, ya deben haber subido tus cosas. —le informó César fríamente, parecía ansioso por volver a casa.
—Oh, que tonta —dijo Marlene de pronto, riendo nerviosa—, olvidé mi cartera, vengo en un momento. —se dio la vuelta y entró en la oficina.
Ágatha miró a Henry disimuladamente y él entendió que Marlene lo había hecho a propósito para dar una última indicación en la dirección.
Volvió unos minutos después.
—Me quedé conversando un momento, perdón —dijo Marlene. Se acercó a Henry y le dio un abrazo apretado—. Te extrañaré en casa querido, espero que te traten bien aquí.
César le palmeó el hombro de forma extraña, era lo más parecido a un abrazo que podría darle su padre. Ágatha le dio un abrazo y le dijo al oído que más tarde hablarían por teléfono. Luego todos se fueron y Henry se quedó solo en ese anticuado edificio experimentando una mezcolanza de sentimientos y sensaciones. Extrañamente uno de ellos era la sensación de libertad. El edificio era muy parecido a un castillo, frio, de techos altos y ventanas pequeñas, y pasaría un año confinado allí. Aun así se sentía mucho más libre allí que viviendo bajo el mismo techo con su padre.
Un hombre joven con barba y lentes le habló a Henry desde la puerta, venía para llevarlo a su habitación.
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