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Capítulo 27 parte 1

Faltaba solo un día para la navidad y los cuatro iban en el auto de camino a la casa de la playa. César había acordado con Marlene que pasarían las fiestas con la familia de su hermano Arturo y se irían después de año nuevo para pasar el resto de las vacaciones los cuatro como familia.

César conducía, había amanecido de muy buen humor, ansioso por salir rápido de casa. Marlene iba a su lado escogiendo música para el viaje de más de tres horas, intentando parecer tan feliz y entusiasmada como su esposo. En el asiento trasero iban Ágatha y Henry en silencio, uno a cada extremo del asiento, ella con la cabeza apoyada en el vidrio de la ventana mirando el paisaje y él observándola cada tanto, buscando la oportunidad en que sus miradas se cruzaran para decirle con los ojos que lo sentía.

Desde su llegada a casa el día anterior no habían vuelto a hablar a pesar de que ella dijo que lo entendía. Luego de esa conversación Ágatha lo dejó solo en su habitación y no volvió a buscarlo. Él pensó que sería bueno darle espacio, pero ahora comenzaba a inquietarse con su silencio.

César no paraba de hablar de la casa de veraneo de su infancia, hacía años que no iba, y no se cansaba de repetir que lo pasarían muy bien ahí. Marlene, tal vez agobiada por la aversión que sentía de pasar allí toda una semana, no había notado la atmosfera del asiento trasero.

Casi al final del camino César decidió que pararían para almorzar a pesar de estar a pocos kilómetros de su destino y Henry se alegró por esa improvisación, ya que significaba saltarse una de las comidas con sus tíos y primos.

La última vez que Henry estuvo en la casa de veraneo fue hace muchos años, antes de que su madre lo dejara, y al ver la imponente construcción de madera con un estilo clásico costero quedó impresionado. Sus recuerdos de niño no le habían hecho justicia a esa casa de dos niveles con ventanas de madera blanca, techo gris oscuro y fachada de madera azul claro.

En la entrada los recibió una mujer muy mayor con uniforme de empleada doméstica que trataba a César con mucho afecto, era obvio que lo conocía de toda la vida. Henry creía recordarla de cuando era pequeño.

—Qué lindo volver a verlo, han pasado ya tantos años —decía la mujer tomándole las manos—, oh, y el pequeño Henry cuanto ha crecido, y ellas deben ser su hermosa esposa e hija.

—Marlene, ella es Carmen, mi hermano y yo crecimos con sus maravillosas comidas —dijo César sonriendo con amabilidad a la anciana—. Carmen, lleva a los chicos a sus habitaciones, Marlene y yo iremos a ver a mi hermano.

—Pasen, pasen. Su hermano está en la sala. —dijo Carmen, luego hizo un gesto a los muchachos para que la siguieran.

La anciana los guió por las escaleras mientras hablaba de cuánto la alegraba que la familia se reuniera. La casa era enorme, en el interior todo era de madera pintada de blanco, marcos, escaleras y techo, y probablemente las paredes cubiertas con papel floreado también lo eran. El segundo piso tenía varias habitaciones separadas por un único pasillo, era una casa destinada a recibir a muchas personas. Carmen los guió hasta dos habitaciones contiguas, Ágatha escogió la segunda.

—El jardinero subirá sus maletas. —dijo Carmen antes de que entrasen en sus habitaciones.

Henry cerró su puerta y miró a su alrededor, toda la decoración del cuarto era en tonos azul marino y beige. Al fondo de la habitación un ventanal abierto dejaba entrar la brisa que llenaba todo del aroma del mar. Salió al balcón y notó que conectaba las dos habitaciones.

Unos segundos después Ágatha salió también encontrándose con que Henry ya estaba allí. Tenían vista directa a la playa y al mar.

—Es hermoso ¿cierto? —dijo él cruzando los brazos sobre la baranda del balcón.

—¿Aquí pasabas los veranos? —preguntó ella admirando el horizonte.

—Algunos, antes de que mamá se fuera. No tengo muchos recuerdos de ellos. —hace unas semanas reconocer aquello lo habría entristecido, pero ahora que él y su madre se habían reencontrado podía hablar del tiempo que estuvieron separados sin deprimirse.

—Es lamentable, un lugar tan bonito es ideal para crear recuerdos felices. —pensó Ágatha en voz alta.

—Estaremos aquí toda una semana. —Henry quería crear esos recuerdos con ella.

Ella lo miró por un momento, sin decir nada, y volvió a su habitación.

Odiaba ver a Ágatha así, pero no podía arrepentirse de la decisión que había tomado. Se quedó en el balcón respirando la brisa marina, solo se oían las gaviotas y las olas del mar, pronto atardecería. Pocos minutos después Carmen volvió para llevarlos a la sala.

César hablaba animado con su hermano Arturo, Marlene estaba de pie junto a él y al ver que Henry y Ágatha se unían a ellos los miró con una expresión de alivio. Helen, la esposa de Arturo, estaba sirviendo unas copas en la barra de un gran mueble de madera lleno de botellas de licor.

—Aquí vienen los muchachos. —exclamó alegre César invitándolos a acercarse con su brazo extendido.

Henry no veía a sus tíos desde el matrimonio, al que por suerte habían asistido sin los niños, y aunque eso había pasado hace casi siete meses, no había llegado a extrañarlos.

—Aquí está Ágatha, la conocieron en la boda —Ágatha los saludó mientras Helen repartía las copas—, en unos meses entrará a la universidad. Y Henry —anunció estirando el brazo para acercar a su hijo a él—, decidió terminar la escuela en un internado, lo mejor para mi hijo.

El mero contacto con su padre hizo que se le erizara la piel, pero hizo un gran esfuerzo para fingir una sonrisa para sus tíos.

—¿Un internado? —dijo Arturo escéptico— Jamás enviaría a mis muchachos a uno, son demasiado estrictos.

—Es solo por un año —intervino rápidamente Henry, sabía que debía apoyar a su padre en esto—, si mantengo mis calificaciones los rectores de las universidades estarán sorprendidos, será un punto favor.

—Yo creo que a los chicos les haría bien —dijo la tía Helen bebiendo de su copa—, los gemelos están demasiado consentidos.

Henry notó que Ágatha lo miraba con una expresión triste.

—¿Y dónde están los pequeños? —preguntó Marlene.

Helen los fue a buscar para que saludaran a la familia aunque no parecía muy entusiasmada. Volvió al rato con dos niños delgados, rubios como su madre y con pinta de estar molestos. Los gemelos tenían doce años, eran adictos a los videojuegos y tenían malos modales, pero su padre estaba demasiado orgulloso de ellos para verles algún defecto. Luego de saludar de mala gana se fueron rápidamente para seguir con lo que estaban haciendo.

Al día siguiente sería navidad así que los adultos comenzaron a hablar de la cena que les prepararía Carmen entre otros detalles. César y Arturo aún no tenían claro si su madre llegaría a tiempo, ella les dijo por teléfono que no se encontraba muy bien de salud, pero Henry sabía que en realidad ella se resistía a celebrar una navidad con la esposa e hijastra de su hijo menor. Siempre encontraba la oportunidad para hacer sus berrinches de anciana, aunque seguro que ella no era consciente de lo feliz que haría a la mitad de la familia al negarles su presencia.

Durante la tarde, mientras los adultos conversaban y bebían en la sala, Henry buscó la instancia para hablar con Ágatha, pero ella hizo lo posible por evitarlo, y en la noche se fue a acostar temprano y aunque Henry llamó a su puerta, ella no respondió.

Al día siguiente la abuela volvió a comunicarse para avisar a su hijo mayor que aún no se sentía del todo bien, y que tal vez en una semana más estaría mejor e iría a ver a los gemelos. Sus dos hijos fueron los únicos decepcionados con la noticia, incluso a los gemelos no pareció importarles, y Helen de pronto se mostró mucho más animada por la celebración.

Esa noche la cena de navidad fue muy agradable, su padre y su tío no estuvieron compitiendo por el trabajo ni por la familia como acostumbraban hacer, por el contrario, reían y recordaban anécdotas de su juventud en la casa de la playa. Henry se sentía muy extraño intentando imaginar a su padre como un adolecente en las historias que contaba el tío Arturo, parecía que hablara de un desconocido.

Para su sorpresa, Marlene y Helen congeniaron, y al terminar la cena abrieron una botella de espumante y se sentaron a conversar, minutos después Ágatha se les unió, Henry se sentó en un sofá con su padre y su tío, y los gemelos desaparecieron como siempre hacían después de las comidas.

Cuando faltaba media hora para las doce Arturo le pidió a Helen que buscara a los gemelos, quienes vinieron protestando debido a que los interrumpieron en sus videojuegos. A Henry le sorprendía que estuvieran de mal humor a pesar de haber jugado durante todo el día, aunque gracias a eso no tenían que verlos más allá de lo necesario. Una vez estuvieron todos salieron juntos a recorrer la orilla del mar.

La brisa era tibia, la playa estaba iluminada apenas por la luz de la luna y algunos de los faros del camino de entrada. Las olas iban y venían dejando la arena tan mojada que reflejaba el cielo nocturno. A Henry le hubiese gustado caminar junto a Ágatha por allí, pero ella no se desprendía del lado de su madre. Helen iba supervisando a sus hijos que comenzaron a jugar y correr por la orilla y César y Arturo cerraban el grupo atrás. Marlene notó que Henry iba solo y se detuvo para esperarlo.

—Ven con nosotras cariño. —dijo estirando una mano hacia él.

A pesar de todas las cosas que le molestaban de Marlene, su actitud cálida y maternal hacia él había logrado traspasar su coraza y era innegable el afecto que sentía hacia ella. Ahora que sabía que no la vería por mucho tiempo, o tal vez nunca más, estaba agradecido con ella y en paz. Tomó su mano y caminaron los tres juntos.

Iba a disfrutar estas vacaciones para luego despedirse de su padre por fin e ingresar al internado. Estaría su último año de escuela a salvo y tranquilo y luego ingresaría becado a la universidad que ya había escogido hacía años. Sería arquitecto, jamás trabajaría para su padre ni necesitaría su dinero. Ante esa premisa no podía deprimirse por nada.

Excepto por Ágatha...

A las doce volvieron a la casa, los regalos estaban a los pies del gran árbol de navidad en la sala, seguramente fue Carmen la encargada de ponerlos allí, y todos se reunieron alrededor para recibir sus obsequios. César y Arturo comenzaron a repartir los regalos. Los gemelos recibieron cada uno teléfonos de última generación, Ágatha recibió un bolso de diseñador para llevar a la universidad y Henry recibió una tableta de alta gama que era realmente un buen regalo, aunque su padre siempre le había dado lo mejor materialmente hablando, este regalo sería muy útil para todo lo que se proponía hacer en el futuro, así que se lo agradeció sinceramente. Marlene y Helen recibieron joyas de sus esposos y quedaron encantadas, luego ellas los sorprendieron, a Arturo con un reloj de oro y a César con un nuevo maletín de cuero con sus iniciales grabadas.

Unas horas más tarde Helen obligó a los gemelos a ir a dormir sin sus teléfonos y Ágatha aprovechó la oportunidad para retirarse. Henry esperó un tiempo prudente para despedirse e ir tras ella, no quería despertar sospechas.

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