Capítulo 23 parte 1
Llegó el último día de clases. Henry había recibido un reconocimiento por sus calificaciones por lo que Marlene lo esperaba en casa con una cena para celebrar con la familia. Los maestros los felicitaron a todos y se despidieron de ellos hasta el próximo año. Antes de irse a casa Henry sacó sus pertenencias del casillero y salió de la escuela. Como ese día las clases terminaron más temprano tenía tiempo de sobra y decidió volver caminando. Apenas había dado unos pasos cuando escuchó que alguien lo llamaba.
—¡Henry! Henry, cariño —no era la voz de Marlene, se dio vuelta y no pudo creer lo que veía—. Henry, espera por favor...
Su madre, Estela, estaba allí de pie llamándolo, lucía muy diferente a la mujer que tenía en su memoria. Su corazón comenzó a latir a mil, no estaba preparado para esto, desde la última vez que la vio, cuando ella lo rechazó en la puerta de su casa, creyó que no la vería nunca más. Se quedó congelado, estático. Ella fue a abrazarlo pero él se alejó rápidamente, incrédulo.
—¿Qué haces aquí? —preguntó abrumado, aún sentía que podría haberse confundido, que sería otra persona. Todo en ella había cambiado, se veía mayor pero no era solo eso, su cabello, que él recordaba ondulado y rebelde, estaba más corto y tomado en la nuca, llevaba maquillaje y ropa formal.
—Te he estado buscando —comenzó a explicar—, mandé decenas de cartas y llegaron todas de vuelta, me enteré que ya no vivían en el edificio. No sabía cómo contactarte. Tengo un amigo que trabaja en tu antigua escuela, me dijo que te habían trasladado aquí. Fue lo único que pude averiguar. —parecía estarse disculpando con él.
—¿Y para qué me buscas? —Henry no entendía el repentino interés de su madre y no podía ocultar su molestia.
—Después de que fuiste a pedirme ayuda me di cuenta que fui horrible, fui horrible contigo. —ella intentaba acercarse a él, pero Henry retrocedía con cada paso que Estela daba hacia él.
—¿Y viniste hasta aquí para decirme eso? —la cuestionó irritado.
—Cariño, nunca te pediré que me perdones por eso. Debí haber estado para ti, pero no tenía nada, no tenía trabajo, tus abuelos son gente humilde, no podía pedirles más. Pero me di cuenta que no podía seguir así, tengo estudios, creo que nunca te lo mencioné, nunca pude trabajar luego de casarme con tu padre, pero era hora de continuar. Verte hizo que me diera cuenta. Ahora tengo un trabajo y vivo sola. Sé que no te puedo llevar conmigo, no ahora, pero estaré aquí, quiero que lo sepas, jamás me rendí...
—¿Cómo que no te rendiste? Me dejaste en ese infierno, ¡te fuiste sola! —Henry había subido tanto la voz que casi gritaba, la gente en la calle se dio vuelta a mirar y él se vio obligado a bajar su tono—. Podrías haberlo denunciado, podrías haber luchado. —estaba furioso, no soportaba escucharla, él había dado por muerta su relación, pero verla lo hizo comprender que aún la amaba y la necesitaba.
—No podía, no podía hijo. Déjame explicarte lo que pasó. Vamos a otro lugar, vamos a tomarnos un café, dame una oportunidad, sé que ya no eres un niño, podemos hablar.
Pero justo ahora sí se sentía como un niño, quería correr a casa y ocultarse en su habitación, pero debía controlarse, sabía que necesitaba escuchar las excusas de su madre para que todo tuviera sentido por fin. Asintió mirando al piso y ella entendió
—Estoy en mi auto, vamos, buscaremos un lugar tranquilo. —Estela caminó y él la siguió en silencio.
Una vez en el vehículo ella condujo hasta el centro, buscó un estacionamiento y luego entraron en la primera cafetería que encontraron, ninguno de los dos habló en el camino. Estela escogió una mesa en un rincón alejado del resto de la gente, necesitaban privacidad. Cuando el mesero se acercó ella pidió dos cafés y esperó en silencio hasta que el joven los dejó sobre la mesa y se alejó a atender a otros clientes.
—Te agradezco que me des esta oportunidad Henry, tal vez no me lo merezco, aun así estas aquí —partió diciendo Estela, él miraba hacia afuera con los brazos cruzados y con su taza de café humeante al frente—. Primero que todo, nunca quise dejarte, no fue mi decisión, eres lo único importante en mi vida —explicó buscando sin conseguirlo la mirada de su hijo—. Las cosas con tu padre nunca estuvieron bien, cuando lo conocí él estaba con alguien más, pero yo no lo supe hasta que ya estaba embarazada. Él pensó que lo hice a propósito para amarrarlo y en ese momento supe que era el último hombre al que hubiese querido amarrar de alguna forma.
«Cuando César me propuso matrimonio pensé que había recapacitado, que había actuado mal solo por la sorpresa, y acepté creyendo que él merecía una segunda oportunidad. Ya estando casados supe que había sido obra de su madre. Ella puso el grito en el cielo cuando se enteró y lo obligó a pedirme matrimonio, era una mujer chapada a la antigua.
Yo había terminado mi carrera hacía poco, luego de la boda nos mudamos al departamento que él compró con ayuda de sus padres. Debido a todos los problemas tuve un embarazo difícil y pasé el resto del embarazo encerrada allí. Después de tu nacimiento nunca más tuve libertad de salir, de trabajar, ni de nada, aunque era feliz contigo, pensé que lo natural sería dedicarme a mi bebé.
César comenzó a demostrar rápidamente lo infeliz que era, discutíamos mucho y de pronto empezó a maltratarme, yo no sabía qué hacer con un bebé tan pequeño, no tenía dinero para nada y no me imaginaba pidiendo ayuda. Todos creían que yo era feliz y me avergonzaba la realidad. Él manejaba todo lo relacionado con dinero, nunca nos faltó nada, ni faltaban lujos en casa, pero yo no tenía nada propio. Pasaron los años, algunos no fueron tan malos.
Pasábamos las fiestas y vacaciones con su familia, un par de veces te llevé a casa de mis padres, algunas otras recibíamos a la familia en casa, pero de a poco nos fuimos aislando, a César no le gustaba que tuvieras contacto con tu familia materna y la suya me despreciaba.»
—Conozco la historia, yo también estaba allí. —dijo Henry impaciente, no le interesaba oír un repaso de su vida.
—Pero no conoces ni el principio ni el final y son importantes —respondió Estela comprensiva—. Con el tiempo y a medida que crecías fui juntando coraje —continuó—, no podíamos seguir así, César comenzaba a mostrar rechazo hacia ti, temía que empezara a maltratarte —Henry sonrío con amargura—. Supe que tendríamos que huir, ya no le tenía miedo y comencé a enfrentarlo. Le dije que nos iríamos, ese fue mi gran error, él me dijo que nunca me permitiría llevarte, que haría todo lo que pudiera para que no me vieras más. Comenzó a presionarme, cada vez que discutíamos me decía que tú no irías a ninguna parte, que tendría que irme sola, que me echaría, y empecé a desesperarme... —los ojos de Estela se volvieron vidriosos, hizo una pausa mirando al vacío, como si estuviera recordando algo—. No veía salida, además de amenazarme también me golpeaba, y un día... no sé qué me pasó, estaba decidida a que huyéramos con lo que teníamos, a donde fuera. Te iría a buscar a la escuela y tomaríamos un bus. Pero él llegó primero, de alguna forma lo sabía, así que volvió más temprano. Tú aún estabas en la escuela. Comenzamos a discutir, me empujaba, me recalcaba que eras su hijo, que si me quería ir me fuera sola. Estábamos en la cocina y detrás de mí estaban los cuchillos —Henry la miraba atento, de pronto interesado en las palabras de su madre, su café ya se había enfriado y Estela relataba todo mirando su taza, las lágrimas rodaban por sus mejillas—, creo que era lo que él buscaba, quería una excusa y yo se la di, tomé uno de los cuchillos, uno pequeño, y lo amenacé. Quería que me tomara en serio, pero él comenzó a reírse y me volvió a empujar, yo le advertí pero siguió, moví el cuchillo sin mirar y sentí que lo corté. Su brazo comenzó a sangrar, él se alejó de mí y yo solté el cuchillo, entré en pánico. Él agarró un paño de cocina y lo envolvió en su brazo, no era una herida grave pero en el momento pensé que se desangraría. Me dijo que con eso bastaba para meterme a la cárcel, que me denunciaría y no te vería nunca más —la detuvo un sollozo, se cubrió la boca con la mano y después de una pausa siguió con su relato—. Me dijo "toma tus cosas y desaparece", y lo hice, me fui.
«No sé cómo llegué a casa de tus abuelos, esperé por semanas a que me fuera a buscar la policía, pero nunca llegaron. Luego recibí la citación a la corte. Él me hizo saber por medio de su abogado que si intentaba conseguir tu custodia me acusaría por el ataque, me hizo renunciar a todo y no me quedó más opción que aceptar —Estela se secó las lágrimas y volvió a mirar a Henry—. Ahí te envié la carta esperando algún día poder explicarte. Créeme que no hubo día en que no pensara en ti, sabía con quién te había dejado, pero tenía miedo, creí que sería más fácil para ti esperar unos años antes que ir a verme a la cárcel, pero sé que has vivido un infierno y es mi culpa.»
Se cubrió el rostro con las manos y comenzó a llorar. Henry no sabía que decir, aún estaba procesando todo lo que acababa de escuchar. Sabía que su madre había huido y creía conocer sus razones, pero esto superaba todo lo que él habría podido imaginar. Sentía impotencia, sentía odio hacia su padre y pena por su madre, llevaba años pensando que ella había tomado la salida fácil, pero estaba tan equivocado. Estiró su brazo y le tomó una mano, intentando con ese gesto decirle que entendía.
—No te culpo —le dijo después de unos minutos—. Sé lo que es vivir con él, no debería haberte juzgado. —se avergonzaba de sí mismo por haber sido tan egoísta.
—Sí es mi culpa, tomé malas decisiones y tuviste que pagar las consecuencias, pero no seguiré cometiendo errores —dijo secándose las lágrimas—. Quiero estar para ti, sin importar las consecuencias, no puedo seguir perdiendo tiempo, ya me perdí tres años de tu vida.
—Después de que te fui a ver pensé que no sabría nunca más de ti, nunca imaginé que me buscarías. Me alegra que lo hayas hecho. —admitió Henry, reconciliándose con su madre.
—Lo lamento tanto por ese día, no podía meter a tus abuelos en problemas, ni siquiera debería haber recurrido a ellos pero no tenía a nadie más. Ahora ya no vivo con ellos, no los afectará si tu padre descubre que nos hemos visto.
—No le diré nada, te lo juro. —claro que no le diría, no permitiría que lo alejara de su madre otra vez.
—Está bien cariño —dijo acariciándole la mejilla—. Supe que se casó, ¿Cómo ha sido eso para ti? —preguntó Estela preocupada.
—Marlene y su hija Ágatha son buenas personas —dijo Henry con sinceridad—, estoy bien con ellas. Al principio fue difícil porque no las conocí casi hasta la boda, pero todo mejoró —de pronto recordó que Marlene lo esperaba en casa—. Ahora debo irme, prometí que llegaría para la cena.
—Me alegra que ya no estés solo con él —aún sostenía su mano—. Quiero que tengas mi número de teléfono y mi dirección, estoy a una hora de aquí, si tienes algún problema solo llámame y vendré por ti —le soltó la mano para buscar en su cartera una tarjeta y luego se la pasó—. Podemos juntarnos una vez a la semana para tomar un café, así podremos saber cómo nos está yendo, ¿te parece? Quiero que te tomes las cosas con calma, si no me quieres ver aún lo entenderé.
—Está bien —dijo recibiendo la tarjeta de su madre—. Te llamaré para que nos juntemos.
Estela le dio un abrazo apretado y le ofreció acercarlo a casa, él aceptó pero le pidió que lo dejara una cuadra antes. Cuando llegaron Henry le señaló la casa donde vivía y después de despedirse de su madre se bajó del auto.
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