Capítulo 17
El siguiente capítulo contiene situaciones que podrían afectar la sensibilidad de algunas personas.
Despertó durante la noche, esperaba que eso no se convirtiera en un hábito. Cerró los ojos intentando volver a dormir pero el hambre no se lo permitía. Se había saltado la cena y necesitaba comer algo. Se levantó lentamente debido al dolor de su abdomen y salió de su habitación sin hacer ruido, sabía que ya estarían todos durmiendo. Bajó las escaleras y entró a la cocina.
Adela le había dejado en un plato unas galletas caseras y un vaso de leche. Henry devoró las galletas y bebió de un trago la leche, luego tomó el vaso y el plato y los dejó en el fregadero. Cuando estaba a punto de subir las escaleras para volver a su habitación oyó voces que venían de la oficina de su padre y vio un haz de luz que se colaba por debajo de la puerta. Se acercó sigilosamente y logró identificar las voces de César y Marlene discutiendo, esforzándose por no gritar.
—No puedes tratar así a tu hijo ¿Acaso no entiendes lo grave que es lo que hiciste? —decía Marlene.
—Tengo que corregirlo, no puedo permitirle que actúe así, menos frente a su abuela. Siempre me ha dado problemas, tú no lo sabes porque apenas lo conoces. —se justificaba César.
—Mi hija también me dio problemas y nunca la pateé en el piso, es excesivo.
—Henry se ha escapado de casa, le falta el respeto a su abuela, me levantó la mano. ¡Qué querías que hiciera! Es un adolescente, necesita control. —César casi se olvida de no gritar.
—Lo tratas como si lo odiaras, si te hubiera visto así antes jamás me habría casado contigo, ¿acaso no amas a tu hijo?
—¿Y cómo quieres que lo trate? Cada vez que lo veo me recuerda a su madre. Ellos me arruinaron la vida, tuve que terminar una relación de años por esa mujer y su hijo. ¡Y además tengo que criarlo solo! No sabes lo difícil que ha sido.
—No puedo creer que hables así, igual que el padre de Ágatha, no reconoces tu responsabilidad.
—Marlene tienes que entenderme, hago lo que puedo, jamás lo he abandonado, le he dado lo mejor.
—Pero no le das ni un poco de afecto. ¿Crees que no lo noto?
—No puedo fingir algo que no siento.
—Es suficiente, no puedo oírte más.
Por los sonidos Henry supo que saldrían de la oficina, sabía que no debía haber oído esa conversación así que se metió en la sala de estar y se ocultó tras la pared. Marlene pasó caminando rápidamente y subió la escalera. Tras ella iba César intentando detenerla.
Cuando supo que estaba solo se sentó en el suelo y comenzó a llorar sin poder contenerse.
Siempre sintió el rechazo de su padre, a veces pensaba que esa era su forma de ser, que lo quería su manera, pero oír de su boca que no lo quería era distinto. Ninguno de sus padres lo quería, era insoportable. Ya no tenía fuerzas para aguantar hasta la universidad, estaba agotado. Lloró todo lo que no había podido llorar desde el domingo, ya ni siquiera notaba el dolor en su cuerpo.
De pronto recordó los analgésicos que le había estado administrando Marlene y creyó encontrar una salida. Eran fuertes, lo hacían dormir por horas. Si tomaba los suficientes todo acabaría, pensó. Ya no quería más, había sido demasiado. Marlene se los había dado con las comidas, seguro estaban en la cocina. Se levantó resuelto y fue a buscarlos.
Luego de tomar esa decisión sintió una paz interior que no había conocido en su vida. Era una sensación refrescante luego de tanto drama.
Los encontró en uno de los cajones. Estaba consciente que las pastillas por sí solas no harían mucho, así que se las llevó a la sala donde estaba el bar. Agarró una botella transparente con un licor amarillo, no sabía si era whisky o ron, no le importaba. Le quitó la tapa al envase de pastillas, puso varias en su mano y las metió en su boca, tomó un sorbo de la botella y se preparó para repetir. Antes de poder tomar la segunda dosis alguien encendió la luz y escuchó su nombre a su espalda, giró rápidamente, era Marlene.
—¿Qué haces aquí? Pensé que estabas durmiendo —Marlene notó que escondía algo—. ¿Estás bebiendo? —se acercó a él y vio el envase de pastillas—. Henry ¿qué mierda hiciste? —exclamó histérica, Henry pensó que le daría una bofetada, pero ella se puso pálida como si estuviera a punto de desmayarse.
Bastó con ver la expresión de horror de Marlene para que se diera cuenta de lo que estaba haciendo. Se arrepintió de inmediato y comenzó a entrar en pánico. No se quería morir, no sabía cómo había llegado a esa conclusión tan estúpida y precipitada. Ella comenzó a preguntarle cuantas pastillas había tomado, le quitó el envase y lo revisó.
Lo siguiente pasó todo muy rápido.
Marlene lo agarró del brazo con fuerza y se lo llevó corriendo al baño de visitas, lo empujó frente al retrete y le metió los dedos en la garganta. Henry vomitó inmediatamente, las pequeñas pastillas fueron expulsadas, aún no se disolvían. Pensó aliviado que eso sería todo, pero Marlene no se confió y lo hizo vomitar otra vez. Él ya estaba cansado y como si vomitar hubiese sido poco Marlene comenzó a reprenderlo.
—No puedo creer que hayas hecho algo así. —dijo Marlene decepcionada—. ¿Qué estabas pensando?
Él no sabía que decirle, estaba abrazado al retrete con su pijama salpicado de vómito y el pecho adolorido.
—Eres joven, tienes buena situación económica, en unos años ya no tendrás que lidiar con tu padre si no quieres, con ninguno de nosotros si lo prefieres...
—No quiero esperar más. —dijo exhausto con la voz ronca.
—Pero tendrás que hacerlo ¿Cómo pudiste pensar que esta era la solución? —lo cuestionó Marlene molesta.
Henry no quería hablar, pero tenía que dar una explicación.
—Escuché lo que te dijo papá... —al decir eso se le quebró la voz.
Se cubrió el rostro con los brazos y comenzó a llorar. Marlene se acercó y lo abrazó para contenerlo. Se sentía como un niño en sus brazos, Marlene era lo más cercano a una madre que conocía desde que la suya se había ido. Se quedaron en el piso del baño por varios minutos mientras Henry se desahogaba refugiado en el pecho de Marlene. Cuando finalmente logró calmarse se secó el rostro avergonzado.
—¿Se lo dirás? —preguntó con miedo. César sería capaz de matarlo él mismo.
—Claro que no, y a Ágatha tampoco. Ya pasé por esto con ella.
Saber eso lo sorprendió, no se imaginaba a Ágatha rendida, la Ágatha que él conocía era fuerte y optimista.
—¿Cuándo? —quiso saber Henry intrigado.
—Eso te lo tendrá que contar ella —Marlene fue tajante—. Debería haber sabido que pasaría esto... ¿Cómo no lo vi? —se recriminó masajeándose la frente con los dedos y luego agregó con rudeza—. Henry, no saldremos de aquí si no estoy convencida de que no volverás a intentarlo.
—No lo haré, te lo prometo. —lo decía en serio. Ahora que se sentía mejor se daba cuenta del error que había cometido. Estuvo a punto de terminar con su vida y estaba convencido de que su padre no lo valía.
Marlene lo acompañó a su habitación, buscó entre su ropa un pijama limpio y luego de pasárselo se dio vuelta para que se cambiara.
—Ve a acostarte. —le ordenó Marlene tomando el pijama sucio, parecía muy cansada, ya no sonreía como hacía cada vez que se dirigía a él y eso le dolió. Ella esperó a verlo en la cama, apagó la luz y salió cerrando la puerta tras ella.
Ya eran casi las cuatro de la mañana, Henry apoyó la cabeza en la almohada y se durmió al instante.
Al despertar vino inmediatamente a su cabeza todo lo sucedido en la noche y se avergonzó profundamente por su actuar. Claro que todo fue producto de un momento de debilidad, pero aun así no sabía con qué cara miraría a Marlene. El hambre pudo más que la vergüenza, así que se vistió y bajó a comer. Eran más de las diez, Ágatha estaba en la escuela y César en el trabajo.
Marlene no estaba en la cocina así que Henry le preguntó a Adela si sabía dónde estaba, ella respondió que aún no se levantaba. Henry se sintió muy culpable, Marlene había trasnochado por él.
Le pidió a Adela que preparara una bandeja con su desayuno y cuando estuvo lista la subió al cuarto de invitados donde Marlene estaba durmiendo por estos días. Antes de entrar dio unos golpecitos en la puerta. Al abrirla vio a Marlene quitándose el cubre ojos con el cabello hecho un desastre.
—¿Qué hora es? —se irguió preocupada.
—Aún es temprano. —mintió Henry acercándose con la bandeja.
—¿Me traes el desayuno? —preguntó extrañada, al parecer era lo último que se esperaba de él.
Él le pasó la bandeja y se sentó en el borde de la cama, frente a ella.
—Quería pedirte disculpas... y también darte las gracias —le costaba mirarla a los ojos después de todo lo sucedido durante la noche—. No quiero que estés preocupada, no volveré a hacer algo así, no ahora que sé que puedo contar contigo. —no sabía que más decirle, quería expresarle su gratitud pero no encontraba las palabras. Marlene lo miraba con cariño.
—Está bien. Puedes hablar conmigo para lo que necesites. —dijo acariciándole la mejilla.
Henry la dejó para que pudiera desayunar, él también fue a comer.
Cuando Ágatha volvió de la escuela encontró a Henry en la sala leyendo un libro. Ella se recostó en el sofá con las piernas cruzadas sobre el reposabrazos y dejó su mochila en el suelo.
Ágatha no sabía nada de lo sucedido durante la noche y Henry esperaba que Marlene cumpliera con su palabra y no se lo contara.
—¿Cómo has estado hoy? —preguntó Ágatha.
Él intentaba actuar con normalidad.
—Mejor —mintió—. ¿Cómo estuvo la escuela?
—Bien, por suerte ya queda poco, en unas semanas se habrá terminado la escuela para mí. ¿Cuándo volveremos a las clases de conducción?
—Creo que ya lo olvidé todo. —admitió apenado.
—Estoy segura que no, ¿quieres salir ahora? —propuso entusiasmada.
—¿Estás segura? —no se sentía con ánimos para salir, pero no quería que Ágatha y Marlene siguieran preocupándose por él.
—Claro que sí, me voy a cambiar y salimos —se levantó rápidamente y subiendo la escalera gritó—. Mamá saldré con Henry.
Su energía lo hizo sonreír, Ágatha siempre conseguía animarlo.
Salieron a su lugar habitual. Henry descubrió que no había olvidado nada, una vez se sentó frente al volante todo pareció tan fácil como si la última clase hubiese sido ayer, aunque había pasado casi un mes desde la última vez.
—Ahora llévanos a comer algo, me vendrían bien unas papas fritas —indicó Ágatha en el asiento del copiloto cuando ya llevaban casi una hora practicando.
—¿Quieres que conduzca por la calle? —preguntó Henry incrédulo—. No, aún no estoy listo. —se negó rotundamente esperando que Ágatha desistiera.
—Tendrás que hacerlo, de verdad que quiero papas fritas. —insistió ella de forma caprichosa.
Agatha no se rindió hasta que varios minutos después Henry reunió el valor necesario para conducir por las calles hacia el centro. Podría haberse negado hasta aburrirla pero tampoco quería decepcionarla.
Ágatha lo guió durante todo el camino, y al llegar al destino Henry tenía la sensación de poder hacer todo lo que se propusiera. Estaba feliz por primera vez en semanas y era gracias a Ágatha, así que dijo que él pagaría la comida.
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Advertencia!!
En caso de intoxicación por medicamentos NUNCA se debe inducir el vómito.
Lo correcto es llamar a un número de emergencia o dirigirse inmediatamente a urgencias.
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