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Capítulo 15

Durante una de las cenas familiares César comentó que su madre vendría a almorzar el próximo domingo. Quería ver la casa y conocer mejor a Marlene y Ágatha.

Esto fue la guinda sobre el pastel para Henry, estaba consciente que esa visita no sería nada agradable. Su abuela no tenía filtro, decía lo que pensaba cuando se le daba la gana y generalmente eran opiniones negativas.

Sin Agatha estaba solo frente a su abuela y su padre. Sabía que contaba con el cariño de Marlene, pero ella no era una persona confrontacional, y si la abuela decía algo ofensivo probablemente ella se quedaría callada.

Durante los próximos días Henry hizo todo lo posible por reconciliarse con Ágatha, como intentar hacer conversación durante las comidas o preguntarle cosas cuando se topaba con ella saliendo de su habitación, y a pesar de que de vez en cuando ella le respondía, podía sentir que aún estaba enfadada. Además las clases de conducción seguían suspendidas, lo que dejaba claro que su relación no había vuelto a ser igual.

Para Marlene también había sido sorpresiva la noticia de la visita de su suegra. Desde la boda hace unos meses no habían recibido visitas de familiares. La familia de Marlene vivía en otra región por lo que era entendible que no pudieran visitarlos aun, pero la familia de César no estaba tan lejos. Sobre todo su madre, quien vivía a menos de una hora en auto. Preocupada de dar una buena impresión, Marlene se había lanzado de cabeza a hacer los preparativos para recibir a la madre de César.

Ella era una excelente anfitriona, no por nada había trabajado tantos años en un importante hotel, y no dejaría escapar ningún detalle para recibir a su visita. Henry la vio corriendo de un lado a otro durante toda la semana y le entristecía que se esforzara tanto para alguien que no lo apreciaría.

*

Finalmente llegó el domingo, el día en que la abuela los visitaría.

Marlene le había preguntado a César por los platos favoritos de su madre para encargárselos a Adela, que de forma extraordinaria trabajaría en casa un domingo.

Al medio día César salió en su auto para buscar a su madre y en poco más de una hora ya estaba de vuelta.

Todo lucía impecable en casa, más de lo normal. Incluso Ágatha y Henry estaban vestidos para la ocasión. Y ya de regreso en casa, cuando César salió de su auto y se dirigió a abrir la puerta del lado de su madre, los tres esperaron junto a la entrada para saludar a la mujer.

La abuela caminó agarrada del brazo de su hijo estudiando todo a su alrededor con los ojos entrecerrados.

Apenas avanzaban, la anciana era muy lenta, pero a pesar de eso no parecía desvalida, al contrario, era intimidante. La abuela era perspicaz y observadora. Nunca se le escapaba un detalle. Por eso Henry siempre intentaba pasar desapercibido cuando ella estaba cerca. Pero hoy se sentía temerario y no aceptaría humillaciones de parte ella.

Después de pasar varios días angustiado pensando en este día, decidió que ya había sido suficiente. No podía temerle a esa vieja toda la vida. Con su padre le bastaba.

Al verlo su abuela pareció sorprenderse. Él estaba muy erguido y con una actitud desafiante que a ella no le gustó nada, Henry la miraba fijamente sin sonreír.

—Madre, esta es la casa. ¿No es hermosa? —preguntó César a la mujer.

A Henry le resultaba extraño cómo su padre era tan dócil en presencia de su madre. Era un hombre alto, de más de cuarenta años, voz potente y carácter rudo, pero ante su madre se convertía en un niño inseguro buscando aprobación, incluso cambiaba su postura frente a ella.

—¿Hermosa? Claro que sí, pero esta decoración hijo, ¿de cuando tienes gustos tan chabacanos? —disparó la mujer, agarrada al brazo de su hijo, antes de siquiera saludar.

—Mamá, no digas eso. —intervino César abochornado disculpándose con una sonrisa hacia Marlene.

Henry sonrió satisfecho, estaba disfrutando ver a su padre tan complicado. La abuela aun no terminaba de entrar en la casa y ya se estaba luciendo.

Recién ahí la anciana les prestó atención a Marlene y Ágatha para mirarlas de pies a cabeza mientras ellas le daban la bienvenida.

—Cariño —se dirigió Marlene a su esposo—, la comida ya está lista.

—Bien. Mamá, vamos a comer —le dijo amablemente a su anciana madre—. Te va a encantar la comida de nuestra cocinera, es la mejor.

—Ah, Por lo menos consiguieron una buena cocinera, en algo si escuchaste a tu querida madre.

Marlene y Ágatha se miraban en silencio. Comenzaban a entender lo que las esperaba.

Una vez en la mesa con la comida servida, la anciana le preguntó a Henry cómo le iba en la escuela, a lo que él respondió de la forma más breve que pudo.

—Bien. —dijo secamente volviendo la atención a su plato mientras la abuela esperaba que retomara su respuesta.

—Mamá, tú sabes que Henry es un excelente estudiante, tiene las mejores calificaciones como siempre. —completó su padre.

Era extraño escuchar halagos de parte de él, pero sabía que era solo para tranquilizar a su madre y demostrarle que hacía bien su trabajo de padre.

—Bueno, todo lo que tiene que hacer es estudiar ¿no? —dijo la anciana colocando la servilleta de tela sobre sus muslos.

La comida transcurrió entre preguntas de mal gusto de parte de la abuela y respuestas complacientes de parte de su hijo.

Marlene había reservado la cabecera de la mesa para su suegra, por lo que a un costado tenía a Henry y Agatha, y al otro a Cesar y Marlene. Una posición privilegiada. La mujer ya había bebido un par de copas de vino cuando Marlene se dirigió a ella.

—Suegra, ¿quiere más vino? —preguntó amablemente.

—Si por favor, y no me digas suegra, todos sabemos que este no es tu primer matrimonio —recriminó la vieja a Marlene sin mirarla a los ojos y levantando las cejas, como si no fuera digna. Marlene pareció descomponerse—. En mis tiempos te casabas solo una vez y te morías casada si no se moría tu esposo primero.

—¡Mamá! —exclamó César avergonzado—. Perdónala Marlene, mi madre aún no entiende que los tiempos han cambiado.

Henry observaba la situación aguantándose la risa, disfrutaba ver a su padre en aprietos. Marlene se había quedado muda y Ágatha parecía indignada.

—¿Por qué te disculpas? Es verdad lo que digo. ¿Dónde está el padre de esta muchachita? —señaló a Ágatha con el tenedor—. Ya nadie se preocupa de lo que dirán los demás, cuando Estela abandonó a Henry fue una vergüenza para esta familia y lo sigue siendo.

—Mi madre no me abandonó. —la corrigió Henry, de pronto no estaba tan divertido, aunque siempre supo que en algún momento los dardos irían hacia él.

—Henry, no empieces. —le advirtió su padre.

—¿Qué? ¿Acaso de verdad piensa que mi madre se fue por gusto? ¿No le contaste todo lo que hiciste para alejarla? —ahora estaba realmente alterado.

—Tu madre no era una santa querido, sé de lo que hablo. —dijo su abuela defendiendo a su hijo.

—¿Y cree que su hijo sí lo es? —la cuestionó Henry con el rostro encendido.

—Tu padre solo ha hecho lo que es mejor para ti, si Estela hubiese sido una buena madre no te habría abandonado. Ella debería haber solucionado sus problemas y quedarse con su familia, pero prefirió huir.

Ágatha, al notar la mirada que le estaba dando César a Henry, le tomó la mano para tranquilizarlo. Ese simple contacto hizo que su corazón diera un brinco. Miró a Ágatha sorprendido por su gesto. Ella con una mueca casi imperceptible le pidió que se calmara.

—¿Por qué no seguimos con el postre? —sugirió César a punto de perder la paciencia.

Adela comenzó a retirar los platos de la mesa, aunque no todos habían podido terminar su comida. Minutos después volvió con una bandeja con recipientes de vidrio y comenzó a ubicarlos frente a los presentes.

—Y tú jovencita ¿ya sabes que harás al terminar la escuela? —dijo la abuela tomando su cuchara. Ahora le tocaba a Ágatha.

—Claro, tengo varias opciones y lo estoy pensando bien, es una decisión importante. —respondió ella con gracia.

—Supongo que no esperarás que mi hijo te pague la universidad, espero que puedas conseguir una buena beca.

—Mamá, no es un tema que discutiremos durante la comida —la anciana levantó las cejas con desaprobación—. Madre ¿recuerdas a los Santana? eran vecinos nuestros. —continuó César intentando cambiar el tema y metiendo la cuchara en su postre.

—Claro que sí, ¿qué pasa con ellos? —preguntó la anciana con curiosidad.

—He cerrado un trato con ellos, tuvimos una junta en la semana. —se lo contó como un niño que muestra una buena calificación.

—Oh hijo, te felicito. Tu padre intentó por años cerrar un trato con ellos, si aún estuviera con nosotros, lo orgulloso que estaría —luego agregó dirigiéndose a los demás—. Mi difunto esposo era un gran empresario, de él aprendió mi hijo sus trucos. Era un hombre muy estricto pero logró llevar por el buen camino a sus dos muchachos. Aunque tenía muy mal carácter... —terminó diciendo como si hablara para sí misma.

—Ah, eso lo explica. —dijo Henry irónicamente mirando su postre. Su padre le lanzó una mirada de furia, y Ágatha y Marlene lo miraron sorprendidas.

Henry había decidido ignorar la advertencia de Ágatha.

—Creo que a tu padre le hace falta ser más duro contigo. Mi difunto esposo jamás hubiera permitido esa actitud en la mesa. —la abuela estaba realmente ofendida.

Henry la miró desafiante, con una incipiente sonrisa en los labios

—Qué lástima que el abuelo no esté.

—¿Y qué le pareció la comida? —Marlene intentaba evitar la discusión, pero ya su actitud era menos amable, se notaba que esta comida había sido demasiado para ella.

—No te molestes Marlene, nunca nada le parece suficiente. —dijo Henry.

—¡Henry! —César golpeó la mesa.

—¿Cómo es posible que seas tan irrespetuoso? Eres igual a tu madre, nunca conoció su lugar, deberías estar agradecido de la vida que te da tu padre.

—No lo sé, ¿tú estás agradecido de cómo fue tu padre contigo? —preguntó Henry a César impetuoso. La abuela lo miraba con la boca medio abierta.

—Fue suficiente, retírate de la mesa ahora. —nunca había visto así a su padre, con el rostro casi morado de ira.

Henry se puso de pie. Ya sabía que más tarde tendría que enfrentarse a las consecuencias de sus actos, pero no se arrepentía. Tal vez aprovecharía de escaparse por la ventana mientras terminaban de comer, claro que su ventana daba al patio, tendría que pensar en otra salida.

Antes de que pudiera salir del comedor escuchó a su abuela.

—No es necesario —dijo levantándose con la dificultad propia de una anciana—. Yo me voy ahora, ya vi suficiente. Y no esperes que vuelva pronto.

—Espera mamá, déjame llevarte. —le rogó César levantándose de su asiento para asistirla.

—Pídeme un taxi —gruñó la mujer, y señalando a su nieto agregó—. Será mejor que corrijas esa actitud. Tu hermano no tiene estos problemas con sus hijos.

—Tú vete a tu habitación ahora. —le gritó César a Henry con el teléfono en la oreja mientras contactaba un taxi.

Marlene seguía sentada y bebía de su copa resignada, Agatha la observaba con los brazos cruzados sobre el pecho.

Henry subió a su habitación y cerró la puerta. Estaba orgulloso de sí mismo por haber tenido el valor de enfrentarse a su padre y a su abuela en la comida, por primera vez en su vida no se quedaba callado ante los insultos, pero empezaba a pensar que no fue tan buena idea.

Comenzaba a sentir terror. Conocía bien a su padre, sabía que no dejaría pasar su transgresión, menos si su propia madre lo había instado a corregirlo. Tampoco le daría tiempo suficiente para pensar en algo.

No había pasado ni media hora cuando su padre entró como un tornado a su habitación. Henry estaba de pie junto a su escritorio. César cerró la puerta y sin decir una palabra se sacó el cinturón. Henry no lo podía creer, ¿a su edad pensaba pegarle con el cinturón? Era ridículo. Aun así consiguió asustarlo, y cuando su padre lanzó el primer golpe, sin pensarlo agarró el cinturón y se lo quitó de las manos para dejarlo caer al piso. César se quedó de piedra por unos segundos, no se esperaba eso. Le lanzó un golpe al rostro pero Henry lo detuvo con el antebrazo, eran reflejos, no era su intención seguir desafiando a su padre, ni si quiera estaba pensando con claridad. Pero César en lugar de desistir se enfureció más y tomándolo con fuerza por los brazos lo derribó. Henry cayó al suelo de espalda y mientras intentaba levantarse sintió una patada en el estómago que lo dejó sin respiración haciéndolo caer otra vez.

—¡¿Hasta cuándo me vas a faltar el respeto?! —exclamó su padre mientras repetía el movimiento y lo pateaba una y otra vez con furia en las costillas—. ¿Cuándo vas a entender que yo mando aquí?

Henry trataba de levantarse, sabía que su padre no se detendría mientras él estuviera en el piso, pero cada puntapié lo volvía a dejar sin aliento haciéndolo perder la fuerza en sus extremidades. Renunció a levantarse y se encogió adoptando una posición fetal para cubrirse de las patadas que su padre le propinaba, cuando de pronto la puerta de la habitación se abrió de golpe y entró Marlene lanzándose sobre su esposo para detenerlo.

—¡Basta! ¿Qué estás haciendo? —gritó mientras lo tiraba del brazo, hasta que él se dio vuelta y la empujó haciéndola caer sobre la cama. Al darse cuenta de lo que había hecho se detuvo e intentó acercarse a ella.

Henry quería ponerse de pie, pero la falta de aire lo había dejado con tos y arcadas, sentía un dolor horrible. Marlene se puso de pie y comenzó a lanzarle cosas a su marido gritándole, él intentaba calmarla y se protegía con las manos de todo lo que ella encontraba para arrojarle. Entonces Ágatha entró en la habitación y se quedó mirando todo con la boca abierta, sin saber qué hacer.

—Marlene por favor, no fue mi intención. —suplicaba César con las manos en alto.

—¡Eres un animal! —gritaba ella furiosa— ¡Aléjate! ¡Sal de aquí! —lo amenazó con arrojarle una gran enciclopedia que tenía en las manos.

Él salió con las manos arriba pasando por el lado de Ágatha, quien se presionó contra la pared para evitarlo.

Marlene le gritó a su hija para que cerrara la puerta, Ágatha parecía estar en shock, pero al escuchar a su madre reaccionó rápidamente y cerró la puerta con seguro. Marlene se arrodilló junto a Henry, que seguía tosiendo ahogado, para ayudarlo.

—Vamos, déjame levantarte. —ella tenía los ojos llorosos y temblaba.

A Henry el corazón le latía a mil por hora, aún no podía creer todo lo que había pasado.

Marlene le pidió ayuda a Ágatha y ella se acercó para levantar a Henry por el otro lado. Entre las dos lo llevaron a la cama donde él se encogió abrazándose el estómago. Marlene tomó su teléfono y marcó un número, Ágatha alarmada le preguntó que hacía.

—Lo voy a denunciar. —explicó decidida.

—¿Estás llamando a la policía?

—¡No! —la detuvo Henry, le dolía hablar, nunca había recibido una golpiza así—. No servirá de nada.

—Cariño, esto no está bien... —Marlene se acercó a él con los ojos llenos de lágrimas.

—Mamá ¿qué haremos? deberíamos llevarlo al hospital. —sugirió Ágatha angustiada.

Se escucharon golpes en la puerta.

—Marlene, hablemos por favor. —suplicaba César desde afuera.

—¡Vete! —respondió ella cortante.

—Amor, esto no tiene nada que ver con ustedes, tú no sabes cómo es criar hombres...

—A mí también me agrediste, no trates de manipularme.

—Tú no deberías haber entrado, Marlene por favor.

—Voy a llamar a la policía. —advirtió Marlene.

No hubo respuesta, se oyeron pasos alejándose de la puerta.

—Ágatha, ve al baño por unos analgésicos y agua.

—Mamá, no quiero pasar por esto otra vez. —Ágatha estaba pálida y temblaba.

Henry vio a Marlene caminar hacia su hija y darle un abrazo mientras le decía algo que él no logró oír. Ágatha salió de la habitación y Marlene se sentó junto a él acariciándole el cabello.

—Cariño, no podemos dejar esto así.

—No llames a nadie por favor. —rogó Henry.

Ahora que por fin tenía la oportunidad de quitarse a su padre de encima no sabía que era lo que lo detenía. Tal vez era la culpa que sentía de haber provocado todo ese alboroto. Pensaba que hubiese sido mejor quedarse callado durante la visita de la abuela y mantener las cosas en paz, como estaban hasta ahora.

Luego de unos minutos Ágatha volvió con unas pastillas y un vaso con agua. 

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