Misión
Corre el año 2002. Ya han pasado cuatro años desde lo sucedido en Raccoon City, y Cora continua encerrada en aquella solitaria prisión federal. Había estado soportando los interrogatorios y las numerosas pruebas que el gobierno estadounidense había decidido practicar en ella, en busca de la razón por la cual ella no había perdido la cabeza como el resto de las B.O.W (armas bio-orgánicas) que Umbrella había desarrollado. La joven se sentía sola, pero recibía las visitas de Claire con alivio, rompiendo la monotonía. En algunas ocasiones su cabeza reproducía imágenes de su pasado en forma de flashbacks tan rápidos que le producían migrañas, pues aquellos recuerdos habían sido reprimidos a propósito. En aquellos cuatro años, la joven no había logrado recuperar la humanidad que Umbrella le hubiera arrebatado en su niñez, aunque de vez en cuando, parecía que podía sentir emociones, pero como ella misma se percató poco después, solo eran un recuerdo en su cuerpo de lo que había perdido. Perfeccionó su forma de socializar, sin embargo, gracias a una joven psiquiatra que la visitaba algunos días de la semana. A pesar de que parecía ser tratada con relativa amabilidad, Cora se negó a dar información al gobierno sobre su pasado. En un momento dado, en uno de aquellos días en los que se encontraba esperando otra nueva tanda de pruebas, un hombre apareció en su celda, flanqueado por dos agentes del gobierno. Éste la observó desde el otro lado del cristal, antes de comenzar a hablar.
–Buenos días, Cora. Confío en que hallas dormido bien –la saludó con cordialidad, una sonrisa en su rostro.
–No duermo nunca, pero gracias por preguntar –sentenció, sentándose en la cama y observando al hombre–. ¿Qué quieres de mi? Imagino que no vienes solo por charlar...
–Tan directa como siempre... –se carcajeó el hombre, a quien la joven no tardó en identificar, pues había sido el que los hubo rescatado aquel día hacía ya cuatro años–. No, no vengo a charlar. Vengo a ofrecerte un trato –sentenció, captando el interés de Redfield, quien se cruzó de brazos.
–Vale, reconozco que me has picado la curiosidad –reconoció en un tono interesado–. ¿Qué clase de trato?
–Estamos al tanto de tus habilidades extraordinarias, como bien sabes –comenzó a decir, lo que provocó que la joven chasquease la lengua–, por lo que se ha insinuado en las altas esferas que podrías ser un valioso agente para nosotros. Ayudarnos en la lucha contra las armas bio-orgánicas.
–Para el carro un segundo –sentenció ella, haciendo un gesto con su mano derecha a modo de detención–, ¿me estás diciendo, que tras cuatro malditos años de mantenerme aquí encerrada, cuatro malditos años soportando prueba tras prueba, ahora me pedís ayuda? ¿Por qué debería aceptar?
–Bueno, entre otras cosas porque al fin serías libre de este lugar. Como agente del gobierno nadie tendría la potestad de tocarte –le respondió con una sonrisa, esperando convencerla, lo que observó no logró, por lo que se apresuró en añadir–, y claro está, te adjudicaremos a un agente que ya cuenta con la experiencia suficiente en el campo de batalla, y a quien tú conoces mejor que nadie –comentó, provocando que los ojos de la joven se dulcifiquen ante sus siguientes palabras–: Leon Scott Kennedy.
–Está bien, entonces –se levantó de la cama, acercándose al cristal–. Acepto –sentenció, encaminándose a la puerta de la celda, donde varios agentes la esperaban ahora para escoltarla–. Más os vale devolverme mi ropa y mis armas –comentó mientras caminaba hacia una habitación aislada, donde encontró su traje y sus pertenencias. Allí encontró también a una mujer que reconoció–. ¿Xenia?
–¡Oh, Cora...! –la abrazó con una sonrisa la científica–. ¡Cómo me alegro de verte por fin!
–¿Pero Xenia, qué haces aquí? ¿No trabajabas para Umbrella?
–No. En realidad siempre he sido una agente encubierta del gobierno. Me enviaron las altas esferas tras encontrar una carta que nos enviaron tus padres hace ya tanto tiempo –replicó con una sonrisa.
–Que cabrones... Así que éste era vuestro plan desde el principio –murmuró entre dientes con un tono calmado–: Conseguir que me uniera a vuestras filas.
–Bueno, no exactamente, pero me alegro de que haya resultado así –afirmó Xenia antes de hacer salir a los agentes que la habían escoltado hasta allí–. He mejorado un poco tu traje, Cora. Le he incluido kevlar por todas partes, para que de esa manera sea casi imposible que las balas lo traspasen –dijo de forma orgullosa–. De igual manera, hemos aprovechado cierto genoma de tu sangre que te permite cicatrizar tus heridas, así que ahora, tu traje se irá regenerando cuando sufra algún daño. No lo hará tan rápido como tú, pero al menos te mantendrá protegida.
–Gracias –replicó la joven de ojos carmesí–. Será mejor que me prepare: tengo un largo viaje hasta Sudamérica –comentó, comenzando a prepararse.
A los pocos minutos ya se encontraba preparada, habiendo decidido llevar una camiseta de tirantes de color marrón, junto con unos pantalones de camuflaje grises, guantes sin dedos negros y botas negras de combate. Asimismo, llevaba unas pistoleras a ambas piernas con sus dos revólveres. Decidió guardar su traje negro en la mochila que llevaba a la espalda. Tras suspirar, procedió a encaminarse hacia un helicóptero que debía llevarla hasta su destino: cerca de una aldea llamada Amparo, donde varias desapariciones han tenido lugar y se ha informado de que Javier Hidalgo, un famoso capo del lugar, se ha escondido. Parece ser que intentó contactar con Umbrella tiempo atrás, por lo que decidieron enviar a Leon a investigar. La joven se sentó en un asiento dentro del helicóptero y se colocó el auricular en el oído derecho para estar conectada con una agente de inteligencia, la cual llamó a su teléfono pocos segundos después.
–¿Hola? ¿Se me oye?
–Hola, soy Cora Redfield. Te recibo sin problemas –replicó la joven, observando a la mujer de piel oscura con lentes en la pantalla, quien le sonrió.
–Mucho gusto. Soy Ingrid Hunnigan –se presentó–. Seré tu enlace en ésta operación hasta que contactes con tu compañero de misión.
–Sí que has sido rápida... ¿Me estás localizando por GPS? –inquirió en un tono burlón, provocando una carcajada por parte de la mujer.
–Vaya, veo que eres tan aguda como dicen –comentó–. Pero sí, te estoy siguiendo la pista por satélite. De esa forma podré asegurarme de que te reúnes con tu equipo a la mayor brevedad posible.
–¿Equipo? –se extraño la joven, despegando el avión de la base estadounidense–. Pensaba que solo habían enviado a Leon...
–¿Leon? Oh, te refieres al agente Kennedy... –comentó, asintiendo Cora con la cabeza–. Al agente Kennedy se le ha asignado un compañero de la unidad SOCOM del S.O.U perteneciente a las fuerzas especiales.
–Deduzco entonces que este tipo debe tener un historial impresionante en el campo de batalla... –indagó la pelirroja, recibiendo un gesto afirmativo por parte de Hunnigan–. ¿Cuál es su nombre?
–Jack Krauser.
–Me aseguraré de recordarlo... –comentó antes de suspirar–. Contactaré contigo cuando llegue a Sudamérica.
–Hasta entonces.
La joven desconectó el teléfono durante el tiempo que estuvo en el helicóptero, pues necesitaba organizar sus ideas: ¿se acordaría Leon de ella? ¿La habría extrañado? Habían pasado ya cuatro años, y solo lo había visto en dos ocasiones en todo aquel lapso de tiempo... Admitía que apreciaba su compañía, y que de hecho estaba en cierta forma impaciente por verlo de nuevo.
A las pocas horas, el helicóptero llegó a Sudamérica, la aldea en la que supuestamente debía reunirse con Leon y Crauser encontrándose apenas a dos minutos de camino. Saltó del avión y comenzó su camino con cautela, conectándose de nuevo con Hunnigan. La joven no tardó en llegar a la aldea que se encontraba cerca de Amparo, donde se encontró con una calma inquietante, no habiendo rastro alguno de vida.
Esto está demasiado tranquilo para mi gusto... ¿Dónde está la gente?, se preguntó mientras avanzaba, sus pasos resonando en el aparentemente pueblo fantasma. Desenfundó sus armas mientras caminaba, escuchando cómo en una radio local informaban en español de que el numero de chicas desaparecidas ascendía a más de cincuenta. La joven se fijó entonces en los carteles pegados en una de las vallas de la ciudad: había multitud de rostros, y todos ellos jóvenes. No solo han desaparecido las chicas... No queda nadie en el pueblo. Algo va mal... Hay señales de pelea, como si se tratara de un campo de batalla, como aquellos que vi al servicio de Umbrella, reflexionó tras observar su entorno, el silencio como única compañía, aunque aquello no era nuevo para ella ,tras cuatro años aislada en una celda de máxima contención. Esto solo puede significar una cosa: muerte, suspiró mientras caminaba con cuidado entre las desiertas calles del pueblo. En un momento dado se percató de que alguien acababa de aparecer en la plaza principal del pueblo y se acercaba a ella. Esto no me gusta. Esa forma de caminar... Está infectado, pero es distinto, pensó antes de observar que su hipótesis era correcta, el hombre comenzando a caminar hacia ella a mayor velocidad, sus pasos algo torpes y tambaleándose. Disparó sin contemplaciones en la cabeza hasta derribarlo. Comenzó a caminar por las calles del pueblo, eliminando a los infectados por el virus de la forma más efectiva posible, eludiendo en gran medida a las hordas que se encontraban deambulando por las calles, las cuales parecían haber sido alertadas de una intrusión en su territorio. ¡Mierda! ¿Es que no se acaban nunca?, pensó mientras abatía a tiros a varios infectados. Si sigo así pronto me quedaré sin munición. Tengo que reservar lo máximo que pueda... Y si me veo en un apuro, me temo que tendré que usar mis habilidades, por mucho que me disguste. En un momento dado, la joven eliminó a varios infectados que aparecieron por un callejón, dispuestos a alimentarse de ella, uno de ellos tenía un tatuaje.
–Hunnigan, necesito confirmación –llamó por el teléfono–: los miembros de la mafia de Javier Hidalgo, los que trabajan para él, ¿tienen tatuajes de serpiente, verdad?
–En efecto, Cora –afirmó Hunnigan–. Se los conoce como Las Serpientes Sagradas, ¿por qué?
–Porque creo que acabo de matar a unos cuantos –sentenció en un tono bajo mientras se refugiaba en las sombras de una casa–. No sé qué es lo que está pasando aquí, pero creo que la gente del pueblo ha sido infectada por un virus, y creo que Javier es el artífice –le comunicó en un tono serio–. No es el mismo virus de Raccoon City, pero cumple su mismo objetivo: crear B.O.Ws.
–Entonces, será mejor que extremes las precauciones hasta encontrarte con el agente Kennedy –le aconsejó la mujer–. Volveré a contactar contigo cuando te hayas reunido con él y Krauser.
–Entendido –replicó la joven, saliendo de su escondite en busca de algún superviviente no-infectado.
La mujer de cabello trenzado caminó por varios minutos entre las casas flotantes del pueblo, las cuales estaban sobre el lago, entrando a una de ellas en la que se escuchaban gritos de auxilio. Se apresuró a entrar, encontrándose con un infectado que estaba atacando a un hombre. Con una calma gélida, la joven disparo con certeza al cerebro, logrando eliminarlo. Después se acercó con rapidez al hombre, arrodillándose a su lado.
–¿Quién eres? –le preguntó antes de descolgar su mochila, buscando el kit de primeros auxilios, aun a sabiendas de lo que podría ocurrirle al hombre–. Espera un momento, voy a vendarte eso... –comentó, vendando la herida de su pierna con firmeza.
–Gracias... –dijo el hombre en un tono suave–. Soy un guía. Debía ayudar a dos forasteros hasta Javier, pero...
–Shh. No hables ahora. Sé a quién te refieres –comentó en un tono bajo–. Uno de ellos es compañero mío –apostilló mientras trataba la herida de su frente–. Dime: ¿qué sabes de lo sucedido aquí?
–La chica...
–¿Chica? ¿Qué chica? –inquirió en un tono calmado mientras vendaba su cabeza.
–Ella es la responsable de traer el mal a esta aldea... –continuó–. Escapó de la mansión de Javier... Yo la ayudé... Pero entonces... Se escapó. No sé dónde estará ahora.
–Escúchame bien: quiero que te tranquilices y aguantes aquí hasta que lleguen mis compañeros, ¿entendido? –preguntó, el hombre asintiendo–. Cuéntales todo como lo has hecho conmigo ¿de acuerdo? Yo iré a buscar a la chica. ¿Sabes su nombre?
–Manuela. Se llama Manuela.
Cora asintió y salió de la casa con celeridad, segura de que en cuanto Leon y Krauser llegaran a la aldea seguirían su rastro, encontrando al guía. Con un poco de suerte, Leon sabría que se trataba de ella tras hablar con él. La joven decidió dirigirse a la iglesia cercana, pues de ser cierto lo que el guía le había contado, era el único lugar cercano en el que una chica asustada podría refugiarse. De igual manera, Hunnigan le había comentado la existencia de varios botes cerca de aquel lugar, por lo que no le vendría mal tomar uno prestado. La joven no tardó en llegar a la iglesia, donde encontró en efecto, a una joven vestida con un vestido blanco de tirantes algo manchado de sangre, en su brazo derecho había un vendaje desde su hombro a su muñeca, estaba descalza y llevaba el pelo corto pero recogido en dos pequeñas coletas a ambos lados de su cara. Observó cómo la muchacha cantaba una canción, percatándose de que un monstruo la escuchaba en el agua, como si estuviera hipnotizado. Dio un paso hacia la muchacha, la madera crujiendo sobre su pero, provocando que la chica la observase con una mirada sorprendida, antes de caer al suelo, inconsciente. En ese preciso instante, el monstruo que había permanecido tranquilo con el canto de la niña, pareció enfurecerse, procediendo a atacarla, sin embargo, algo lo detuvo, observando a la pelirroja de pies a cabeza, volviendo a retomar su calma anterior. Cora apenas se sorprendió, pues estaba segura de que aquel monstruo reconocía en ella el latente Virus-T, por lo que la identificaba como a una igual: una B.O.W. Se acercó hasta la chica, Manuela, tomándola en brazos y quedándose lo más quieta posible, esperando su despertar. En ese momento, el monstruo volvió a enfurecerse, esta vez volviéndose hacia la entrada de la iglesia, donde la joven fijó su vista, encontrándose con Leon y Krauser, quienes acababan de llegar. El monstruo bloqueó la vista de ambos hombres, quienes no lograron advertir quién se encontraba con la joven del vestido blanco. Comenzó una lucha feroz entre el B.O.W y los agentes, quienes intentaban por todos los medios neutralizarlo. La lucha duró varios minutos, hasta que la pelirroja decidió intervenir, usando su fuerza para ahuyentar al monstruo, propinándole varios golpes certeros en el estómago y cabeza, provocándole heridas profundas. El B.O.W se batió en retirada, procediendo la joven a volver a tomar a Manuela en brazos, Leon al fin fijando su vista en ella, acercándose.
–¡Cora...! ¿Qué haces aquí? –preguntó con una sonrisa.
–También me alegro de verte, Leon –comentó–. Pues déjame pensar... ¿Salvarte la vida, otra vez? –decidió apostillar ella con una sonrisa, de pronto observando cómo Krauser apuntaba su arma contra ella.
–Krauser, cálmate –le dijo Leon.
–No me fio de ella, Leon –replicó el soldado–. Ese monstruo ni siquiera la ha atacado. Estaba tan tranquilo... ¡Seguro que forma parte de todo esto! –exclamó, dando un paso hacia la pelirroja–. ¿Quién eres? ¡Responde!
–Soy Cora Redfield, vieja amiga de Leon y vuestro refuerzo en esta aventura –se presentó con calma–. Me han enviado para echaros una mano.
–Más vale que te expliques, Leon. No tenía conocimiento de que fueran a enviar a nadie más –le exhortó el soldado de cabello rubio a su compañero, quien asintió, suspirando con pesadez–. ¿Qué demonios está pasando aquí? ¿Ya habías luchado contra estas cosas? –cuestionó, su tono creciendo en impaciencia debido al silencio de ambos jóvenes–. Cuéntamelo. Si esta chica es amiga tuya y también está involucrada, necesito saber por lo que habéis pasado... ¡Todo!
–Todo empezó hace cuatro años, en una ciudad montañosa llamada Raccoon City...
Leon le explicó a Krauser todo lo que había acontecido aquel día de hacía ya cuatro años, cuando conoció a Cora, incluso llegando a explicarle la propia joven sus vivencias pasadas, bueno, parte de ellas, puesto que no confiaba del todo en aquel hombre. Sin embargo, ambos estuvieron de acuerdo en que lo que fuera que estaba sucediendo en la aldea, no era similar en lo más mínimo a lo sucedido en Raccoon City: a diferencia de aquella ocasión, en el pueblo parecía que las B.O.W eran controladas por un externo, algo nunca antes visto, aunque no para la de ojos escarlata, quien sabía de antemano el modus operandi de Umbrella. Krauser escuchó en silencio la historia de sus compañeros. No dijo ni una palabra al respecto.
Tomaron un bote y se dirigieron corriente arriba, hacia la mansión de Javier Hidalgo. Una vez en el bote, la pelirroja se sentó con la cabeza de Manuela apoyada en su regazo. Leon manejaba el timón del bote, observando con una mirada afectuosa y nostálgica a su compañera de aventuras pasadas, habiéndola extrañado y aliviado de ver que se encontraba bien y fuera de aquella horrible prisión. La joven comenzó a despertarse, por lo que la pelirroja sonrió.
–Eh, tómatelo con calma. Has estado inconsciente un buen rato –le dijo en un tono suave, los ojos de Manuela fijándose en su rostro y observando con atención sus ojos. La joven paseó su vista por sus alrededores, acurrucándose contra la pelirroja al ver a los dos hombres–. No tienes por qué preocuparte –le aseguró–. Estás a salvo. No vamos a hacerte daño.
–Nosotros te hemos salvado –intercedió Krauser en un tono de voz serio y algo hostil, provocando que escapase un suspiro pesado de los labios de la joven de piel pálida: no le agradaba su actitud.
–¿Estás bien? –le preguntó Kennedy a la chica, quien se llevó la mano izquierda al vendaje de su brazo derecho. Ella se refugió aún más en los brazos de la pelirroja, quien le acarició el cabello con suavidad, en un gesto reconfortante.
–¿Debes ser tú, eh? La chica que vino de la mansión de Javier –sentenció Krauser.
–Esta chica tiene nombre, Krauser –sentenció Cora, su tono frío–. Se llama Manuela.
–¿... Qué le ha pasado a la gente de la aldea? –inquirió Manuela en un tono suave, su acento español tiñendo sus palabras.
–Están muertos –sentenció Krauser sin una pizca de tacto, lo que hizo que Cora acariciase con suavidad el hombro izquierdo de la joven, quien parecía sentirse a gusto con ella.
–Manuela, estamos buscando a un norteamericano que se puso en contacto con Javier para hablar sobre un virus –le comentó la joven de ojos escarlata–. Necesitamos encontrar a Javier.
–Esperábamos que pudieras guiarnos hasta Amparo –le dijo Leon en un tono suave con una sonrisa amable.
Manuela fijó su vista en los ojos de la pelirroja, quien le sonrió con calma. Tras considerarlo por unos instantes, la muchacha asintió con la cabeza, confirmando que los ayudaría.
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