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La verdad de una pérdida

Una vez que el tranvía se puso en marcha hacia NEST, un breve silencio inundó la estancia, hasta que el policía del R.P.D decidió romperlo. La pelirroja, quien se encontraba supervisando el estado de sus armas y munición, alzó su rostro al escuchar su voz.

–¿Sabes una cosa? –le preguntó de forma indirecta a Ada–. Estoy deseando que el F.B.I asalte el cuartel de Umbrella y los detenga a todos.

–Y yo, pero no lo olvides, este no es tu trabajo –le recordó la mujer vestida de rojo en un tono serio, antes de fijar su vista en la otra mujer del tranvía–. Ni el tuyo tampoco. Esto es un caso federal--

Siempre que los gobiernos y sus marionetas se involucran en cosas así, prometen erradicar sus errores y juran que no volverán a suceder –la interrumpió Cora en un tono gélido, cruzándose de brazos–, pero resulta ser mentira.

–No puedo decir que no te falte razón, Acro –concordó Leon en un tono suave, observándola con sus ojos grises.

–Escuchadme los dos –insistió Ada–: cuando tengamos el virus continuaré sola –clarificó, lo que pareció molestar a Leon, quien se dio la vuelta para observar los raíles–. Eh, Leon... ¿Confías en mi? –le preguntó, su tono algo más suave, sintiendo la penetrante mirada de la otra joven en ella–. ¿Confiáis en mi? –re-formuló su pregunta, ahora girando su rostro para mirar a la mujer de cabello trenzado, quien dejó escapar una risa sarcástica.

–¿Confías en nosotros? –le preguntó el joven de cabello rubio-castaño, caminando hacia la morena, colocándose frente a ella.

–La verdad, de no hacerlo estaríais muertos. Los dos –replicó ella en un tono algo burlón pero que tenía una nota de seriedad.

¿Muertos? Seguro... Conmigo es impensable, pensó la de ojos rubí mientras continuaba en silencio, observando cómo Leon interaccionaba con la mujer de rojo.

–Ya... –comentó el joven con un tono que decía claramente que no se lo creía ni por asomo.

–Pensé que tú--que ambos--me ayudaríais... Y así fue –se justificó la morena en un intento por lograr que el policía y la mujer confiasen en ella. El joven caminó de nuevo hacia la ventana del tranvía, deteniéndose al escuchar las siguientes palabras de la mujer de rojo–. Si conseguís el Virus-G, me aseguraré de que nada de esto vuelva a pasar en Raccoon City.

–Promesas y más promesas... Que nunca se cumplirán –comentó la de ojos carmesí en un tono casi sarcástico–. ¿Te das cuenta de que es lo último que quiero escuchar, verdad?

–Ada... –comenzó a decir Leon, sentándose con ella en el banco del tranvía–. Acro tiene razón, y tú misma lo acabas de decir, es un caso federal, no tengo autoridad... –intentó explicarse, siendo interrumpido por la agente.

–Leon, mírame –le pidió en un tono bajo, lo que hizo arquear una ceja a la joven de cabello rojo, pues podía notar con claridad cómo esa mujer estaba intentando manipular a Leon con sus palabras, cosa que de alguna manera encontraba molesta–. Ahora soy una carga –sentenció en un tono de lastima, confirmando en efecto las sospechas de la joven de ojos escarlata–. Eres mi última esperanza para cerrar este caso –comentó en un tono suave, antes de percatarse de la presencia de la otra joven, corrigiendo sus palabras–. Ambos lo sois.

–No voy a dejarte aquí –se negó Kennedy, negando la pelirroja con la cabeza al comprobar que su manipulación había dado resultado, aunque no era su trabajo el hacerle ver eso, por lo que se mantuvo en silencio–. Y si necesitas ayuda...

Ada no dejó que el joven y novato policía acabase la frase, inclinándose hacia él y tomando su mejilla en su mano, posando sus labios en los suyos. Esto tomo al joven de ojos grises por sorpresa, quien no supo cómo actuar, mientras que la joven de lentes oscuras tuvo el extraño impulso de apartar la mirada. La morena rompió el beso en ese instante, mirando al novato a los ojos.

–Estaré bien. No te preocupes –sentenció en un tono meloso y suave, obviando por completo la presencia de Cora–. Debo llegar al final... –continuó, posando su mano izquierda en la pierna de Kennedy–. Y quiero volver a verte –apostilló en un tono dulce, el cual casi provocó una reacción emocional en la pelirroja, quien se sentía molesta por aquel nivel de chantaje emocional–. Tengo muchos planes. Créeme.

En ese instante de complicidad entre ambos, que se había tornado molesto a la par que incómodo para la otra mujer, la robótica IA del tranvía les informó de que acababan de llegar a NEST.

–Id –les animó la mujer de rojo antes de quitarse la pulsera con la identificación, entregándosela a la joven de cabello trenzado, quien se había acercado a ella–. Por favor –rogó, observando por un breve instante y por vez primera los brillantes ojos rubí de Cora, quien en un descuido se los dejó vislumbrar–. No queda tiempo... Lo necesitaréis –añadió tras comprobar que la mujer de ojos escarlata se colocaba la pulsera en la muñeca.

–Vale –concordó Kennedy, levantándose del banco y caminando hasta la puerta del tranvía, con la pelirroja a su lado.

–Genial... Trabajo en los laboratorios –comentó Cora en un tono que intentaba parecer bromista–. Ni que fuéramos cobayas... –apostilló, recordando sus propias vivencias, aunque logró hacer reír al joven de ojos grises.

–Acro, Leon –los llamó Ada antes de que salieran del vehículo–. Cuento con vosotros.

–Lo sé –replicaron ambos, saliendo del tranvía y comenzando a caminar hacia una de las compuertas blindadas–. Claire debe de haber llegado ya –comentó Cora–. La puerta ya está abierta –sentenció, señalando la puerta entreabierta, la cual atravesaron con cautela.

–Bienvenidos a NEST –los saludó una IA–. Disfruten de su visita.

De pronto, una joven que ambos reconocieron se asomó desde una habitación lateral, su rostro pasando de uno preocupado a uno aliviado en cuanto se percató de quienes eran.

¡Acro! ¡Leon! –corrió hasta ellos Claire–. Tenemos que darnos prisa y encontrar el antivirus... ¡Sherry está cada vez peor!

–No te preocupes, Claire, lo lograremos –sentenció Kennedy, antes de asomarse a la habitación en la que la pequeña estaba recostada sobre una cama, acercándose la pelirroja vestida de negro a ella.

¿Acro...? –preguntó Sherry en un hilo de voz, su infección claramente habiéndose extendido, provocando su agotamiento.

–Hola Sherry –la saludó con lo que esperaba, fuera una sonrisa agradable y dulce–. Ya estamos aquí. No te preocupes: vamos a conseguirte lo que necesitas ¿hm? –le preguntó, recibiendo un gesto afirmativo por su parte–. No te muevas de aquí. No tardaremos –le comentó, observando cómo Leon y Claire salían de la estancia, levantándose del suelo para seguirlos, de pronto sintiendo cómo la fría mano de la pequeña se aferraba a su muñeca.

–¿Tú también eres como ellos, verdad? –preguntó entre accesos de tos.

–¿A qué te refieres? –preguntó en un susurro la pelirroja, de modo que nadie las escuchase.

–Eres el experimento sobe el que mi mamá estuvo leyendo –comentó la niña rubia.

¿Qué te hace pensar eso? –preguntó con cautela, tanteando el terreno para averiguar cuánto sabía.

Tus heridas se curan muy rápido, tu fuerza es mayor, y tus ojos son rojos... Lo leí cuando mamá estaba distraída –comentó en un tono cansado, haciendo un esfuerzo por hablar–. Los ojos rojos los he visto en esos monstruos, pero no te has transformado y no nos has atacado... –confesó antes de mirarla–. ¿Quién eres en realidad?

–¡Acro, vamos! ¡No tenemos tiempo que perder! –se escuchó gritar a Leon desde el pasillo.

–¡Ya voy! –gritó, antes de posar su vista en Sherry, una sonrisa suave adornando sus labios–. Eres demasiado lista para tu propio bien, pequeña –comentó con suavidad antes de salir de la habitación, reuniéndose con la otra pelirroja y con el novato.

Los jóvenes estuvieron recorriendo los pasillos oscuros del laboratorio subterráneo de Umbrella, percatándose de que incluso en aquel lugar, el Virus-T había logrado infectar a la mayoría, si no a todos, los científicos y personal que allí trabajaban. No fue fácil el investigar el lugar, puesto que tuvieron que recorrer unas cuantas habitaciones en busca de chips electrónicos, para así poder acceder a varias de las zonas vedadas solo al personal. En un momento dado, lograron acceder a una zona que disponía de un puente que conectaba su área con un ascensor central, mas necesitaban un chip de nivel superior, el cual aún no habían localizado. Tras encaminarse con reticencia, eliminando varios infectados por el camino, las dos pelirrojas y el de cabello rubio-castaño llegaron a un área de botánica, en el cual, según un informe que localizaron, habían inyectado el Virus-T en la flora, logrando incluso crear humanoides con las propias raíces de las plantas, los cuales no tardaron en atacarlos.

¿¡Pero bueno, es que no se mueren nunca!? –exclamó Claire mientras disparaba con su pistola sin parar, en un esfuerzo por librarse de aquel monstruo que se estaba acercando a ella.

–¡Claire, apártate! –exclamó Cora en un tono agudo, lo que hizo que la joven la obedeciera, apartándose de su trayectoria justo en el instante en el que la mujer vestida de negro lanzaba una granada incendiaria a la criatura, logrando achicharrarla con efectividad.

–Cómo no, el fuego mata a las plantas... ¿Cómo no se me habrá ocurrido? –reflexionó Kennedy en voz alta, lo que provocó que Claire decidiera meterse con él.

–¿No será, porque estabas demasiado ocupado babeando por Acro como para pensar en cualquier otra cosa? –bromeó, ante lo cual, la otra pelirroja decidió apostillar.

–Oh, no lo creo –negó mientras recargaba sus armas–. Creo que más bien estaba pensando en cierto momento con cierta mujer de cabello oscuro...

–¡Dejad de meteros conmigo! –exclamó el joven de ojos grises, de nuevo molesto y algo nervioso por la forma en la que actuaba la joven de lentes oscuras. Seguía sin lograr comprenderla, y de alguna forma, seguía indeciso sobre qué debía sentir por ella.

Tras aquel cómico momento, debieron investigar de nuevo el área de botánica, pues uno de los chips electrónicos que necesitaban para continuar hasta donde se encontraban el virus y el antivirus estaba prisionero en el invernadero, el cual estaba infestado por plantas mutantes. Se vieron obligados a recurrir a maquinaria en uno de los laboratorios, sintetizando un tratamiento para las plantas del invernadero. Una vez lo tuvieron en su poder, se dirigieron de nueva cuenta a la sala adyacente al invernadero, donde, tras congelar el tratamiento en la sala de criogenización y convertirlo en un herbicida, fue dispensado por unos aerosoles en el techo y las paredes, logrando que la planta soltase el chip que necesitaban. Tras acercarse en el invernadero y coger el chip, los tres escucharon el ruido de pasos lentos pero pesados, por lo que Leon maldijo en voz alta al reconocerlos.

–¡Mierda! ¿¡Él otra vez!? –exclamó, mientras corría con las dos pelirrojas para escapar del lugar y llegar a la cámara con el Virus-G y el antivirus.

–¡Claire, date prisa y continúa! ¡Nosotros te cubrimos! –exclamó la pelirroja, mirando a la otra mujer de reojo–. ¡La vida de Sherry es más importante! –exclamó mientras disparaba a las criaturas.

Tras escapar a duras penas del invernadero bajo el ataque de varios humanoides planta y la tediosa persecución del Sr. X, como Cora lo llamaba, Claire logró llegar a la habitación en la que se guardaban las muestras, pero para bien o para mal, la puesta estaba cerrada, no pudiendo acceder al antivirus, y por tanto tampoco al virus. Claire quien había llegado primero, tuvo en ese instante una brillante idea, al recordar cómo Sherry no había querido recuperar su colgante, y por tanto aún lo llevaba ella encima. Comparó el hueco que se necesitaba para abrir la puerta y el colgante, percatándose de que cabía perfectamente. Colocó el colgante en el hueco, abriéndose la puerta, pero para su desgracia, no había muestra alguna del antivirus.

–¡Oh no! –se lamentó, llegando Cora y Leon en ese instante, girándose hacia ellos–. ¡El antivirus... No está! ¡No queda nada! –exclamó con los ojos a punto de llenarse de lágrimas.

–No te preocupes, Claire. Seguro que encontramos una solución –le aseguró Kennedy, antes de alargar la mano y coger una muestra del virus para Ada–. Volvamos con Sherry. Seguro que se nos ocurre algo.

–Leon tiene razón. No podemos darnos por vencidos –alegó Cora, su tono serio pero confiado, pues notaba que alguien había llegado a aquel lugar mucho antes que ellos debido a las marcas de pasos y al hecho de encontrar la marca de una mano en una de las paredes, y seguramente, era esa persona quien se había agenciado en antivirus, teniendo una ligera idea de su identidad.

Los tres decidieron entonces volver hasta la sala principal de NEST para encontrar otra forma de ayudar a Sherry, por lo que se apresuraron a salir del lugar, atravesando de nuevo el laboratorio y llegando al puente que habían atravesado para llegar a aquella habitación en la que se encontraban las muestras del virus y el anti-vírico. De pronto, aquel monstruo que ahora retenía menos de humano que antes saltó al puente desde el techo, apareciendo a su espalda.

–¿¡Otra vez tú!? –exclamó Claire con ira, desenfundando su pistola.

–Mira que es persistente... –comentó Leon, sacando su arma y apuntando al monstruo. Cora sacó sus pistolas, preparándose para aquel combate contra aquel monstruo.

¡William! –exclamó la voz de Annette apareciendo allí tras la puerta, armada con una pistola–. Esto debe terminar –sentenció intentando controlar sus emociones, colocándose frente a los jóvenes. Tras unos segundos disparó un agente que parecía contener algo del anti-vírico, desplomándose el monstruo en el suelo. Kennedy se acercó, arrodillándose junto al monstruo.

Annette suspiró, observando al monstruo que acababa de desplomarse en el suelo antes de girarse hacia Claire y entregarle un pequeño frasco.

Es el anti-vírico –clarificó la científica de cabello rubio.

–Corre. No te lo pienses. Si encuentras una forma de escapar, pon a la niña a salvo –le indicó la pelirroja vestida de negro a la otra Redfield, quien lo tomó en su mano, corriendo hacia el lugar en el que se encontraba Sherry, desapareciendo de su vista y de la de Kennedy.

–Le has llamado William, ¿por qué? –cuestionó Leon.

Era mi marido –sentenció Annette–. Esto no tendría que haber pasado... Todo es culpa de Umbrella –comentó en un tono airado.

–Eres de Umbrella –sentenció Cora en un tono gélido–. ¿Y me estás diciendo que no tienes nada que ver? Por favor...

–No lo entiendes. ¡Esto no era lo que pretendíamos! –intentó justificarse–. William... No debería haber acabado así. Yo... –comenzó a decir, su voz tiñéndose de una profunda tristeza–. Debí matarlo cuando tuve ocasión, pero... No sé por qué no pude.

–Así que tú lo creaste... –mencionó el policía novato, levantándose y acercándose a las dos mujeres.

–Creamos el Virus-G, pero nunca quisimos que...

–Intenta justificarlo como quieras, pero eres responsable –la hizo callar la de ojos rubí–. ¿Vas a decirme ahora que cuando creasteis el Virus-T nunca quisisteis que ocurriera esto? –le espetó en un tono frío que hizo temblar a la mujer rubia, pues veía claramente el mensaje implícito en sus palabras, las cuales le recordaban que ella había sido una de las múltiples victimas de a corporación.

En ese preciso momento, William, quien parecía haber sido derrotado, agarró a su esposa con su brazo, aprisionándola con fuerza, intentando partir su columna. Tras escucharse un sonido característico de huesos y tejido muscular resquebrajándose, William lanzó a Annette contra una de las paredes del lugar, dejándola poco menos inconsciente. Con un gran esfuerzo debido a sus heridas, Annette aprovechó la ocasión para presionar un botón que activó el descenso de la plataforma del puente, el cual comenzó a descender a un nivel inferior, con los dos jóvenes aún sobre él.

–¿¡Qué haces!? –exclamó Kennedy claramente nervioso, pues enfrentarse de nuevo a William, quien ahora parecía incluso más poderoso que antes, era poco menos que un suicidio voluntario.

–¡Leon! –lo llamó su compañera–. ¡No podemos dejar que escape! ¡Iría a por Sherry! –exclamó, dándole un argumento convincente al joven de ojos grises, quien asintió de forma leve, antes de saltar con ella al nivel inferior.

–¡Muy bien...! ¡Acabemos con esto! –exclamó el joven, comenzando a disparar a los ojos que William tenía por su cuerpo, mientras que la pelirroja se encargaba de lanzar granadas incendiarias y hacer explotar varios bidones de gasolina que había en el lugar.

En un momento dado, Birkin estuvo a punto de alcanzar a Kennedy, de no ser porque la joven de ojos escarlata interceptó el golpe, logrando soportar en sus hombros el colosal peso de aquel brazo mutado, lo que sorprendió a Leon. Sin embargo, no fue esto lo que lo dejó estupefacto, sino el hecho de que la joven en ese momento adquirió un tono de piel gris, marcándose sus venas de un color negro, las gafas de sol cayéndose al suelo, revelando sus ojos carmesí, que pasaron a ser de color dorado. En ese entonces, Brikin logró coger a la joven y lanzar su cuerpo contra una pared eléctrica, aunque ésta se recuperó con una rapidez nunca vista. Kennedy continuó disparando a la criatura, indeciso de si debía también disparar a la joven, quien claramente había sido infectada por algún patógeno. Sin embargo, sus dudas se disiparon en cuanto observó que, a pesar de haberse transformado, la joven no lo atacó y continuó peleando contra Birkin, haciendo uso de su resistencia, fuerza y agilidad para contrarrestar sus ataques, logrando al fin derrotarlo. La joven guardó sus pistolas en las pistoleras, limpiando su sangre y los fluidos que William había soltado en sus ropas. Sin esperar un segundo más, el novato apuntó con su pistola a su compañera, quien simplemente lo observó, estudiando su reacción.

¿Qué eres? –preguntó simple y llanamente el policía de ojos grises.

Un arma bio-orgánica –sentenció ella con calma–. Creada por Umbrella para ser eficiente en todos los sentidos.

¿Qué quieres decir? –presionó en un tono tenso el joven, dando un paso hacia ella.

–No hay tiempo para explicaciones ahora. Tenemos que salir de aquí –comentó la joven, caminando hasta el pequeño elevador que los llevaría hasta Annette, siendo detenida al sentir el agarre del joven en su muñeca.

¡Estoy harto de que nadie me de respuestas! –exclamó con ira, obligándola a mirarlo–. ¡Dime ahora mismo quién eres!

–Cora. Cora Redfield –respondió ella, sus ojos recuperando su tonalidad carmesí y fijándose en el rostro del joven de cabello rubio-castaño–. Ese es mi nombre. O lo era...

Eres la hermana de Claire... –se sorprendió Kennedy–. La que desapareció hace doce años.

–Así es.

Kennedy enfundó su arma y caminó con la pelirroja hasta el elevador que los llevaría hasta la científica de cabello rubio. Ambos se mantuvieron en silencio por unos segundos, hasta que el joven habló.

–No sé exactamente cuál es tu historia, pero está claro que estás infectada por un virus –comenzó a decir–. Déjame continuar –le pidió, observando que la mujer vestida de negro abría la boca para replicar–: pero si realmente fueras peligrosa y trabajaras para Umbrella, podrías habernos matado a todos cuando hubieras querido, dadas tus habilidades. Pero no lo has hecho –sentenció, recibiendo un gesto negativo por parte de la joven–. Por tanto, puedo confiar en ti.

–¿Estás seguro de querer confiar en mi, Leon? –preguntó ella con calma–. ¿Cómo sabes que no intentaré matarte?

Ya has tenido muchas oportunidades para hacerlo –rebatió él–. Sin ir más lejos, cuando Annette me hirió en el hombro –le recordó, provocando que ella observase su brazo izquierdo–. Pero en vez de eso me salvaste la vida. Ocurrió lo mismo cuando nos conocimos –le comentó–. Lo has hecho en más de una vez, y no solo conmigo. Si hubieras querido hacernos daño, no habrías dejado que Claire saliera de este lugar para ayudar a Sherry.

La joven sonrió de forma genuina al escuchar sus palabras por primera vez en muchos años. No sabía exactamente cómo, pero deseaba, esperaba, sentir agradecimiento y poder expresarlo, pues no había palabras que pudieran expresar lo que debería sentir por la confianza que Leon estaba mostrando con ella. Éste pareció comprender que la joven no lograba expresase, por lo que simplemente posó su mano derecha en el hombro izquierdo de la pelirroja con una sonrisa encantadora. Ambos subieron hasta el lugar en el que se encontraba Annette, acercándose la pelirroja de ojos carmesí a ella, arrodillándose a su lado.

–No tiene buena pinta, Annette –le comentó en un tono calculador, evaluando qué acción debía tomar.

–Duele más, créeme –dijo ella en un tono dolorido–. Lo siento. Siento mucho lo que te hicieron, Cora... –se disculpó por vez primera, sorprendiendo al policía.

–¿Cora, tú la conoces? –inquirió, Annette haciendo un gesto afirmativo con la cabeza.

–Fue hace mucho tiempo... Recordaba a duras penas su nombre, y de hecho, no la he reconocido hasta que la he vuelto a tener frente a mi –admitió la de ojos rojos.

–Lo que has dicho... –comenzó a decir el joven, ahora dirigiéndose a la científica–. No sé si puedo creerte...

–Solo dime que destruiréis la muestra.

–No. Es una prueba. Para el F.B.I –sentenció Kennedy, lo que provocó que la rubia pusiese los ojos en blanco por unos instantes.

¿Crees a esa zorra?

–¿Qué quieres decir? –preguntó el novato, claramente molesto por la forma en la que se había referido a la morena.

No es del F.B.I –le contestó Cora en un tono reflexivo–. Nadie tendría tanto interés en conseguir una muestra del Virus-G cuando ya hay un anti-vírico que podría salvar la ciudad. La única explicación posible es que sea una espía. Una mercenaria –comentó mientras las piezas del puzzle al fin encajaban en su cabeza, explicando la actitud de la mujer vestida de rojo a la perfección–. Y quiere el virus para venderlo al mejor postor.

–Eso es mentira –negó Leon en un tono molesto–. ¿Cómo puedes decir eso de ella, Cora? ¡Nos ha ayudado!

–Leon, escúchame –intentó razonar en un tono frío–. Conozco a la clase de gente que es como ella, que fingen emociones y se aprovechan de los demás para conseguir sus propios fines. Lo he visto más de una vez, y yo misma soy una experta a la hora de fingir mis sentimientos, así que sé de lo que hablo –comentó, su tono bajando lentamente–. Solo te pido que lo consideres por un momento. Nadie ayuda a nadie sin esperar algo a cambio. Ni siquiera yo.

Leon se mantuvo en silencio al escuchar sus palabras, dejando claro que estaba considerando su reflexión. En ese instante, Annete profirió un grito de dolor, recostándose en el suelo, con la pelirroja sujetándola en sus brazos para ayudarla.

–Cora... Por favor, sé que no tengo derecho a pedirte esto, pero... –dijo entre gruñidos de dolor–. Ayuda a Sherry –pidió, los ojos de la joven abriéndose con pasmo por unos segundos–. Dile que... Incluso si le fallé como madre... Yo siempre la he querido.

En ese momento la mano que había tomado la de la pelirroja cayó al suelo, observando la joven cómo una solitaria lágrima se deslizaba por la mejilla de Annette, quien dejó de moverse en ese preciso instante. Leon ayudó a su compañera a levantarse del suelo, quien observó sus manos manchadas de sangre, sintiendo un agudo dolor en la cabeza por unos instantes, dolor que desapareció tan rápido como había aparecido.

Ambos se encaminaron entonces al ascensor central que debía conducir a un tren subterráneo con el cual escapar del laboratorio, y por tanto de Raccoon City. Estaban corriendo hacia el ascensor central, cuando observaron que Ada ya se encontraba allí, abriendo la puerta del ascensor con una máquina especial.

–Justo estaba pensando en ti –le indicó el novato del R.P.D a la mujer del vestido rojo.

–Pues ya somos dos. Estaba preocupada –replicó ella, lo que hizo que Cora frunciese el ceño.

–Hacemos un buen equipo –sentenció la pelirroja, quien posó sus ojos rojos en Ada, que al instante pareció amedrentarse bajo su mirada–, pero quiero saber algo.

–Podemos irnos. Por favor, decidme que lo tenéis –comentó mientras los observaba, claramente alerta de los movimientos de la pelirroja, a quien ahora observaba con temor.

–Oh, lo tenemos –sentenció Leon, sujetando la muestra del Virus-G en su mano izquierda.

–Deja que verifique la muestra y nos largamos de aquí –le pidió Ada, extendiendo su mano derecha hacia él, lo que no hizo solo más que confirmar las suposiciones de Cora sobre ella, lo que provocó que Kennedy cerrase sus ojos con decepción antes de hablar.

–Antes de eso... Hemos hablado con Annette –le informó el joven de ojos grises–. Dice que no eres del F.B.I.

–Oh, Leon... –se lamentó la mujer antes de sacar su pistola y apuntar con ella a los dos jóvenes–. ¿Por qué no me has dado la muestra?

–Porque he visto que quería confiar en ti... –comenzó a decir antes de sacar su arma–. Y no puedo.

–Esperaba que no tuviera que acabar así –sentenció Ada–. Es una pena, comenzabas a caerme bien, X-E03 –comentó, apuntando su arma hacia la pelirroja, quien sonrió, sacando sus pistolas y apartándose un poco de Leon.

–Sí que has tardado en averiguarlo... –comentó con un tono sarcástico.

–Oh, sí. He sido lenta, me temo. Pero no ha sido difícil una vez he comprobado tus capacidades –replicó–: rápida cicatrización, ojos carmesí...

–Así que al final... ¿Solo era un peón para ti? –inquirió Scott Kennedy en un tono ofendido, vigilando el arma de la morena–. ¿Y ella era solo tu objetivo?

–Solo hago mi trabajo.

–Y yo el mío... ¡Así que baja el arma! –exclamó el policía, sin siquiera percatarse de que el lugar comenzaba a derrumbarse–. Estás arrestada.

–Dame la muestra, Leon –sentenció Ada–. No querrás que le haga daño a tu compañera...

En ese preciso instante, el puente por el que habían caminado anteriormente se desmoronó, lo que provocó una sacudida que los desequilibró a los tres. Sin embargo, lograron reponerse y volvieron a apuntar sus armas contra los otros. Con una mirada desafiante, la pelirroja guardó sus armas.

–Pues dispara. No creo que puedas –la animó–. ¿Y sabes qué? Comienza a intrigarme el averiguar si moriré de un disparo en la cabeza...

Ada observó a la mujer de cabello pelirrojo y trenzado quien tenía una mirada tan gélida, indiferente a su suerte. Después posó su vista en Leon, quien parecía estar en alerta constante y vigilando cada uno de sus movimientos, dejando claro que, de intentar algo, no dudaría en ayudar a la joven a su izquierda. Con un suspiro pesado, la mujer vestida de rojo bajó el arma. Claramente estaba en desventaja. En ese preciso instante, una bala pasó volando entre los dos jóvenes, impactando contra el hombro derecho de Ada, girándose todos para observar a la autora del disparo: Annette Birkin. La plataforma en la que se encontraban cedió, cayendo la muestra del Virus-G al vacío, mientras que Ada se resbaló, logrando Leon sujetarla por la mano izquierda a duras penas. Cora por su parte sujetó a su compañero para evitar que cayera al abismo.

Nadie conseguirá la muestra... –logró escuchar Cora a la científica rubia, quien se desplomó en el suelo pocos segundos después, esta vez definitivamente muerta.

–Leon, rápido –le dijo la pelirroja, observando cómo todo parecía destruirse–. Se ha activado el protocolo de auto-destrucción. Debemos irnos ya.

–Espera... Creo que puedo... –comentó el joven, antes de sentir una nueva sacudida en la plataforma en la que se encontraban, colocándolos más cerca del abismo–. ¡Mierda!

–Déjame –le dijo Ada al de ojos grises–. Salid de aquí.

–Calla. ¡Te tengo! –exclamó el novato, su tono de voz claramente desesperado.

–No vale la pena –sentenció ella–. Tu amiga tiene razón. Debéis marcharos.

–Ni lo pienses... –le advirtió Leon, negándose a soltarla.

–Cuidaros mucho –les deseó en un tono suave, aceptando su suerte–. Los dos –apostilló, lo que abrió los ojos de la joven, quien comprendió que renunciaba a su objetivo: la dejaba vivir. Segundos después, Ada se soltó del agarre de Kennedy, cayendo al vacío.

–¡No! ¡Ada! –gritó el joven al observar cómo desaparecía de su vista.

La pelirroja tuvo que tirar de su brazo para ayudarlo a ponerse a salvo y no caer junto con la plataforma, pues estaba demasiado afectado y en shock por lo que acababa de suceder. Comprendía que la pérdida de la mujer vestida de rojo lo afectase tanto, pues aunque no podía sentir emociones, comprendía que Leon se había encariñado con ella. Con calma, los dos comenzaron a caminar hacia el ascensor, entrando en él y observando con impotencia cómo todo comenzaba a perderse entre las explosiones y el fuego.

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