El inicio de la pesadilla
Correr. Era lo único que podía hacer en aquel momento. Correr hasta que las piernas se agarrotasen, el corazón bombeando la sangre al cuerpo de una forma casi taquicárdica, el aliento saliendo despedido de sus labios en grandes bocanadas y transformándose en humo blanco, su garganta seca y dolorida por el frío de la noche oscura y siniestra. Su visión era ahora borrosa por el esfuerzo, no logrando apenas enfocar su vista en el horizonte, tratando en vano de llegar a la puerta blanca que tenía frente a ella. No importaba lo mucho que el peso de la mochila pudiera ralentizar su carrera: debía llegar a la puerta como fuera. Podía escuchar los múltiples pasos que la seguían sin descanso, los cuales cada vez estaban más y más cerca de ella, lo que hizo desbocar aún más su corazón, el sudor tornándose frío por el miedo ante lo que se le venía encima. Unas fuertes manos la sujetaron con firmeza en ese instante, forzándola a intentar pelear con el que la estaba privando de su libertad. Fue inútil. Sintió una sensación punzante en el cuello, sus ojos verdes claros cerrándose con pesadez y sin que pudiera hacer nada por evitarlo.
Abrió sus ojos lentamente, su visión tratando enfocar su entorno a marchas forzadas, pues su despertar había sido brusco y repentino. Se percató al instante de que se hallaba en una habitación enteramente blanca, la cual solo contaba con la cama en la cual estaba recostada, a los pies de ésta un escritorio con una silla, y una puerta lateral, la cual no sabía a dónde conducía. Había otra puerta frente a la cama, la cual parecía precisar un escáner de tarjeta magnética para abrirla. Al igual que las paredes, el techo y el suelo, los muebles de la estancia eran también enteramente blancos. Cuando su visión se hubo acostumbrado por completo a la iluminación del lugar, sus ojos verdes claros vagaron por el entorno, observando que había dos cámaras de seguridad, las cuales parecían estar grabando y vigilando todos y cada uno de sus movimientos. Al sentarse en la cama, se dio cuenta de que su ropa había desaparecido junto con sus cosas. Ahora vestía una camiseta blanca de manga corta, pantalones de algodón blancos y zapatos blancos sin calcetines. Su cabello pelirrojo había sido recogido en una trenza delgada que llegaba hasta sus hombros. Con la mano derecha temblorosa y algo dubitativa, presionó con suavidad el lugar en el que había sentido el pinchazo, notando la marca de una jeringuilla. La habían vacunado en el colegio en varias ocasiones, por lo que estaba acostumbrada a ese tipo de pinchazos. Aquel lugar sin embargo, hizo que un escalofrío recorriera su espalda de forma involuntaria: no sabía qué hacía allí, ni tampoco sabía qué querían de ella esos tipos de la furgoneta oscura que la habían perseguido a la salida del colegio. Se sobresaltó de pronto al ver que la puerta con lector de tarjetas se abría, entrando por ella un hombre, que a pesar de estar en silla de ruedas, era mucho más alto que ella... Pero claro, solo era una niña de ocho años. Éste hombre iba flanqueado por otro hombre de cabellera rubia, enteramente vestido de negro y con gafas oscuras, las cuales ocultaban sus ojos. El hombre de la silla de ruedas se acercó hacia la cama en la que aún estaba sentada, observándola con una mirada extraña.
–Bienvenida a la Corporación Umbrella. Me llamo Oswell E. Spencer –le indicó con una sonrisa de oreja a oreja, su tono de voz dulce como la miel, pero falso como una moneda de diamante–. Este es un viejo amigo: Albert Wesker –lo presentó con calma.
–¿Estás seguro de querer decirle nuestros nombres? –inquirió Wesker en un susurro, dándole la espalda a la niña–. ¿Y si se vuelve un problema?
–De todas maneras, jamás podrá salir de aquí –susurró Spencer antes de volverse hacia la pequeña de ojos verdes claros–. ¿Cómo te llamas? –preguntó, provocando que la niña pelirroja se encogiera de forma leve, pues este hombre la aterraba.
–Cora –replicó con un hilo de voz–. Cora Redfield.
Los días y las semanas fueron sucediéndose sin pausa desde aquel momento en el complejo de la Corporación Umbrella. Día tras día, hora tras hora, mes tras mes y año tras año, la joven Redfield estuvo vagando por los pasillos y habitaciones del complejo, siempre supervisada por los científicos del lugar, soportando las pruebas que éstos hacían. Por suerte para la joven, una científica que se había encariñado con ella le devolvió un pequeño diario personal que llevaba en la mochila aquel día en el que fuera secuestrada. La de pelo carmesí arrancó las hojas que ya había escrito, logrando esconderlas en su habitación, en un punto ciego de las cámaras, antes de continuar escribiendo en sus páginas restantes. Los científicos le habían permitido escribir en el diario, pues por ordenes de Spencer, éstos debían dejar que Redfield se mantuviera cuerda para poder continuar sus pruebas. Uno de aquellos días, contando ahora con catorce años, estaba caminando hacia una gran habitación, su mirada fija al frente, su boca apenas dibujando una línea en su rostro pálido e indiferente. De pronto, su visión lateral captó un movimiento incesante, por lo que lentamente giró su rostro hacia la izquierda, observando a una mujer con una pequeña en brazos, a quienes los guardias de Umbrella intentaban separar por todos los medios a su alcance. La mujer, quien vestía también de blanco, como su hija y la propia pelirroja, fijó sus ojos en ella al fin, su mirada llena de terror.
–¡Por favor, ayúdanos! ¡Ayúdanos! –le gritó con desesperación, sus ojos inundándose de lágrimas saladas, logrando desembarazarse del agarre de los guardias y corriendo hasta la joven, agarrando su brazo–. ¡Por favor! –rogó de nuevo entre lágrimas, aferrándose con más fuerza a su brazo, la niña que la acompañaba también comenzando a llorar.
La pelirroja posó sus ojos en ella con una mirada indiferente, todo rastro de emoción eliminado de su rostro. Observó cómo la mujer que estaba arrodillada en el suelo la miraba a los ojos entre lágrimas. No hizo siquiera amago de responder a los ruegos de la mujer, notado cómo la científica que se había apiadado de ella se acercaba y arrancaba la mano de la mujer de su brazo.
–Vamos, Cora –le dijo con un tono serio antes de mirar a la mujer–. No deberías siquiera mirar a estas... Cosas –comentó con una voz de pronto endurecida–. Ven por aquí. Tenemos un trabajo que queremos que hagas –le comunicó, su mano derecha apoyándose en la espalda de la joven pelirroja, urgiéndole que siguiera caminando, dejando tras ellas los gritos desesperados de la mujer y la niña, los cuales fueron prontamente silenciados tras el sonido ensordecedor de dos disparos. Aquello provocó que Cora comenzase a girar su rostro, pero la científica la detuvo–. No. No debes ver eso.
Aquella noche, la de cabello carmesí de pronto abrió sus ojos y se percató de que se encontraba en su habitación de nuevo, vestida con su atuendo habitual blanco. No recordaba haberse quedado dormida, ni siquiera recordaba qué había sucedido tras el incidente con la mujer y la niña. Era como si una niebla densa se hubiera instalado en su memoria, incluso evitando que rememorase eventos de su infancia, como ya había comenzado a averiguar. Ésto no era novedad, pues en varias ocasiones ya había notado aquella extraña sensación, en la cual no lograba recordar sus acciones ni pasado, sin embargo aquella vez era diferente. Se sentía diferente. Se sentó en la cama con lentitud y precisión, de pronto notando una sensación de incomodidad en sus manos, provocando que sus ojos se fijasen en ellas, lo que resultó en una desagradable sorpresa: estaban llenas de sangre. Sin embargo, ella ni siquiera se inmutó por la visión de la sangre en sus manos. Su expresividad se mantuvo inerte en todo momento.
Los años pasaron inexorables, llegando el año 1998. La ahora adulta pelirroja, había cumplido los veinte años, habiendo transcurrido doce años desde que fuera secuestrada por la Corporación Umbrella. Sus antaño ojos de color verde claro habían pasado a un color escarlata debido a los experimentos que había soportado. Su antaño sonrosada piel era ahora pálida y casi gris en algunas ocasiones. Su cabello escarlata se había oscurecido de forma leve, la tranza llegando hasta su cintura. Como había comprendido desde aquel día, ya no era capaz de sentir absolutamente nada debido a los experimentos que Umbrella había realizado con ella, en busca de una mejora de uno de sus virus: el Virus-T. Asimismo, sus recuerdos de la niñez habían desaparecido casi por completo, solo logrando recordar dos rostros de forma borrosa y sus nombres: Claire y Chris Redfield, sus hermanos, gracias a las páginas ocultas de su diario personal, las cuales guardó en su interior de nuevo. Decidió buscar a sus hermanos. Umbrella la había utilizado para sus propios fines, pero ahora ella usaría sus habilidades en su beneficio. La habían entrenado en combate cuerpo a cuerpo, uso de todo tipo de armas, informática y múltiples idiomas, así como la habilidad de fingir emociones, y el pensamiento frío y lógico.
Con calma, esperó hasta que las cámaras de seguridad de su cuarto se apagaran, procediendo a hackear el terminal del escáner de la puerta, el cual no le llevó más de un minuto, aventurándose fuera del lugar, comenzando a caminar por los pasillos oscuros y silenciosos, ahora tomando un aspecto mucho más tétrico y amenazante. Continuó caminando en silencio y a hurtadillas por los pasillos, logrando esquivar una partida de guardias, quienes iban en dirección a su habitación, seguramente a controlar que no se hubiera escapado. Logró acercarse lo suficiente a uno de ellos como para arrebatar de su cartuchera dos pistolas duales, volviendo a ocultarse en las sombras. Localizó el almacén del lugar, entrando con cautela en su interior, encontrando un traje reservado a uno de los experimentos de Umbrella. Se acercó, cuando de pronto escuchó un sonido a su espalda, lo que provocó que se diese la vuelta rápidamente, apuntando con ambas pistolas al intruso, dispuesta a disparar.
–¡No, alto! –exclamó la científica–. ¡Soy yo, soy Xenia! –alzó las manos con rapidez–. He venido a ayudarte tras haber apagado las cámaras y las luces del lugar –comentó, la mirada de la pelirroja no apartándose de su rostro.
–¿Cómo sé que puedo confiar en ti? –le preguntó Cora a Xenia en un tono serio, carente de emoción–. Podrías perfectamente estar mintiendo para intentar tenderme una trampa.
–Si así fuera –comenzó a decir Xenia tras tragar saliva–, ¿crees que habría arriesgado mi trabajo y posición en Umbrella para devolverte tu diario?
La joven Redfield reflexionó sobre su respuesta durante unos segundos antes de bajar las pistolas. Xenia suspiró con alivio, cerrando la puerta con el cerrojo y avanzando hasta la posición de la pelirroja, entregándole un fichero amarillento. La de ojos escarlata tomó el fichero en sus manos con cautela, abriéndolo a los pocos segundos, encontrando la imagen de un hombre de cabello castaño corto, vestido con el uniforme de S.T.A.R.S. Alzó su rostro hacia Xenia, una de sus cejas arqueada en confusión.
–He investigado un poco en secreto. He logrado encontrar algo de información sobre tu hermano Chris. –admitió Xenia, los ojos de la pelirroja abriéndose por un breve instante debido a la información, antes de comenzar a leer los datos del fichero.
–Raccoon City... –leyó en voz alta la de ojos escarlata con calma, su voz apenas elevándose de un susurro–. ¿Es allí donde se encuentra? –preguntó con una voz seria.
–Sí –afirmó Xenia–. Según mi investigación así es. Pero... –comentó antes de sonreír–. Creo que querrás estar preparada antes de emprender el viaje –indicó, entregándole las llaves de un vehículo, antes de señalar al traje que allí había, así como varios instrumentos de combate, como cuchillos, mochilas, linternas,...
Cora asintió de forma lenta antes de vestirse con el traje que era enteramente negro, el cual consistía en: un maillot de tirantes, un top de cuero con cremallera, pantalones de cuero, botas negras de combate, guantes sin dedos, doble cinturón de cuero, y dos pistoleras. Asimismo, se equipó con una mochila a la espalda, y guardó dos cuchillos de combate en sus botas. Dejó varios tipos de munición, una linterna y otro tipo de armas de fuego en la mochila. Tras asegurarse de que se encontraba en condiciones, abrió la puerta del almacén con calma, comprobando que no hubiera nadie en el exterior. Tras hacerlo, se giró hacia Xenia.
–Ponte a salvo. No hables con nadie si no fuera necesario –le aconsejó antes de acercarse a la científica–. Lo siento.
–¿Por qué? –se extrañó la mujer de cabello moreno y ojos marrones.
–Por esto. –replicó la pelirroja con calma tras golpear su rostro, dejándola inconsciente. Tras hacerlo, salió de la habitación, comenzando a caminar hacia el aparcamiento exterior.
Entretanto, en una habitación, Albert Wesker se encontraba supervisando las cámaras de seguridad que acababan de recuperar la señal, observando con frustración cómo la sujeto no se encontraba en su habitación.
–¿Estás seguro de que debemos dejarla escapar, Spencer? –inquirió, volviéndose hacia el hombre en silla de ruedas, quien observaba cómo, a través de las cámaras, la joven de cabello carmesí y ojos rubí se subía a una moto de color negro.
–No hay problema Wesker –replicó Spencer con una sonrisa–. Si al final no nos es útil, siempre podemos enviar al T-103 a destruirla –concluyó con un tono malicioso, antes de notar cómo la joven provocaba un cortocircuito para colapsar las cámaras de seguridad y el sistema de protección de la instalación, logrando abrir las verjas para su fuga–. Será una batalla de proporciones épicas, considerando que ambos son experimentos únicos.
Una vez fuera del establecimiento, Cora se acercó a una moto de color negro, la cual no tardó en reconocer: una Kawasaki Ninja 250l. Con calma se subió al asiento e introdujo la llave en la hendidura, encendiendo el vehículo y empezando a calentar el motor. Tras hacerlo sacó un casco negro y se lo colocó, utilizando un pequeño portátil para intervenir la señal de las cámaras y el sistema de verjas, logrando abrirlo para escapar del lugar. Tras comprobar que las cámaras estaban apagadas y las verjas abiertas, guardó el pequeño portátil, y con un suspiro pesado, bajó la visera de su casco y accionó el acelerador de la moto, comenzando su viaje.
El sonido del motor del vehículo fue lo único que acompañó a la pelirroja durante su viaje hacia Raccoon City, donde Xenia le había asegurado que su hermano Chris se encontraba. De camino, decidió repostar en una gasolinera, escuchando en una emisora de radio una extraña alerta. Un hombre prácticamente histérico hablaba acerca de extraños sucesos en la ciudad. Según él, las personas habían comenzado a comerse unas a otras. Aquello provocó que los ojos de la joven se entrecerrasen debido a la información, recordando en ese momento haber leído a escondidas un archivo de datos que hablaba acerca de un brote de Virus-T en una ciudad en las montañas...
"Podría ser Raccoon City", pensó la de ojos escarlata antes de depositar la manguera de la gasolinera en su lugar, dirigiéndose al mostrador para pagar por la gasolina. Tras pagar en efectivo, la joven retomó su viaje. La muchacha estuvo viajando por un día más, llegando en una noche lluviosa a otra gasolinera, donde, de lejos, observó a una joven y a un hombre salir corriendo de allí, rodeados de varias personas... Personas que parecían estar descomponiéndose, y que no dejaron dudas en la mujer acerca de lo sucedido. "Esa chica... ¿Podría ser...?", se preguntó, decidiendo seguir a los dos jóvenes a una distancia prudencial, quienes ahora escapaban del lugar en un coche policial. A los pocos minutos, la mujer llegó a Raccoon Ciry, habiendo seguido el coche policial. Se percató al instante de que las calles estaban desiertas, los coches estacionados en cualquier parte y de cualquier manera, indicando que muy pocas personas habían logrado escapar. Observó cómo el coche policial se detenía a pocos metros de ella, por lo que estacionó la moto en un pequeño hueco, antes de casi sobresaltarse por las luces de un camión que se dirigía allí de forma descontrolada. Apenas tuvo tiempo para apartarse, saltando a la fachada de un edificio y agarrándose a su superficie, fijándose en cómo el coche de policía estallaba en llamas y a los pocos segundos el propio camión. Se acercó por la cornisa del edificio, dejándose caer encima de un camión, escuchando dos voces que se elevaban entre el caos.
–¡Claire! ¿¡Claire, estás bien!? –se escuchó decir al joven que había salido de la gasolinera con la joven, lo que provocó que por un instante el corazón de la pelirroja se quedase quieto, pues de ser cierto lo que acababa de escuchar, esa joven era en efecto su hermana menor.
–¡Sí! ¡Estoy bien! ¿¡Qué tal tú!? –le gritó Claire al joven de cabello rubio-castaño a través de las llamas del lugar.
–¡No puedo quedarme! ¡Es peligroso! –exclamó el joven, observando con horror cómo varios infectados se acercaban a él con pasos lentos.
–¡Sigue tú! ¡Te veré en la comisaría! –le indicó en un grito la joven de cabello pelirrojo al joven que había viajado con ella.
–¡Allí estaré! –replicó el joven, antes de sacar su revolver y comenzar a abrirse camino hacia la comisaría de policía de Raccoon City, al igual que Claire.
Por su parte, la pelirroja de ojos carmesí perdió de vista a su posible hermana menor, por lo que decidió seguir al joven de cabello rubio-castaño hasta la comisaría, siempre con el cuidado de no ser detectada. Tras acabar con varios infectados a base de pistoletazos en el cerebro, la joven saltó la verja exterior de la comisaría, logrando internarse en el lugar para investigar su interior. Ocultándose en las sombras, se percató de cómo un helicóptero se estrellaba contra la fachada de la comisaría, observando cómo el joven se acercaba a una puerta cerrada. De pronto, alzó su rostro, observando que Claire acababa de aparecer en el piso superior.
–¿¡Claire...!? –gritó el joven, mientras que los ojos escarlata de la joven pelirroja los observaban, antes de sacar unas gafas oscuras para ocultarlos.
–¿¡Leon!? –escuchó exclamar a la mujer con una camisa roja–. ¡Voy para allá! –indicó, bajando por las escaleras hacia la verja metálica con la puerta cerrada–. ¡Leon! Tenemos que dejar de vernos así –le comentó con una sonrisa, lo que hizo que Cora alzase una ceja.
–¿Estás bien? Ese helicóptero... Salió de la nada –se preocupó el joven de cabello rubio-castaño, su tono suave.
–Sí, estoy bien –afirmó Claire tras desviar la mirada hacia el helicóptero estrellado.
–No tendrás la llave... –comentó Leon mientras observaba la puerta cerrada.
–No, me temo... Pero me alegra verte. ¿Cómo vas?
–Voy tirando –replicó Leon con un tono algo desalentado.
–Vaya noche...
–Sí –concordó Leon–. ¿Algo sobre tu hermano y tu hermana? –preguntó, lo que hizo que Cora decidiera prestar más atención a la conversación.
–Sí, resulta que... –antes siquiera de que Claire pudiera terminar de replicar, el helicóptero se incendió y explotó, lo que provocó que Cora dedujese que aquel estruendo seguro que atraería a multitud de infectados al lugar–. Y creía que no podía ir a peor... –comentó con pesadumbre antes de mirar a los ojos de su compañero al otro lado de la puerta–. Leon, deberías irte.
Leon se giró entonces, observando que varios infectados que se encontraban en su lado de la puerta se alzaban del suelo, dispuestos a devorarlo. De igual manera, muchos infectados se arremolinaron en las verjas exteriores de la comisaría, atraídos por el estruendo.
–No te preocupes. Tú... Ponte a salvo –replicó Leon–. Y no desesperes. Encontraremos a tus hermanos.
–No, en serio, ¡están entrando por la valla! ¡Vete ya! –reiteró Claire, animando a Leon a desaparecer del lugar. Leon se alejó de la puerta antes de volver su rostro hacia la joven.
–Viviremos. Los dos. –comentó antes de salir del lugar.
Cora por su parte, logró escabullirse del lugar, saltando por encima de la puerta cerrada una vez Claire y Leon hubieron desaparecido del exterior, entrando a la comisaría por la planta baja, comenzando su investigación del lugar.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro