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Cambio de situación

Al cabo de unas horas, Leon, Cora y Sherry continuaron su marcha, en busca de un lugar civilizado.

–Entonces... –comenzó a decir la pequeña rubia–. ¿Vosotros sois pareja? –preguntó, lo que sorprendió a ambos. Intercambiaron una mirada sorprendida. ¿Qué eran exactamente? Habían flirteado, sí, y se habían ayudado en todo momento...

–No, nosotros... Nos conocimos anoche –replicó Leon con una sonrisa, aunque en su fuero interno, no negaba que la pelirroja le causara cierta atracción e interés.

–Sí, pero menuda primera cita habría sido –comentó la pelirroja con una sonrisa–. Lo que me recuerda, que me tiene que llevar a cenar –apostilló, lo que provocó que Sherry se carcajease.

–Sí, desde luego...

–¡Mirad! –exclamó Sherry, señalando un camión que venía en su dirección–. Quizá nos podría llevar –comentó, ante lo cual Cora y Leon hablaron en confidencia.

–¿Y si ha afectado a más? Nada nos garantiza que haya sido un accidente aislado –reflexionó la joven de ojos rubí, recibiendo un gesto afirmativo por parte del de ojos grises.

–Llévate a Sherry –le indicó, procediendo la mujer a ocultarse entre la maleza con la niña, mientras que Leon se quedaba en la carretera, el camión acercándose. En cuanto pasó por su lado, el conductor le dirigió un gesto con el dedo corazón de vete a la mierda, el cual hizo reír a la pelirroja, saliendo de su escondite con la pequeña–. Ha sido amable.

–¿Entonces, se acabó? –preguntó Sherry con inocencia.

–No lo sé, preciosa –admitió Cora.

–Pero si no, lo detendremos como sea –apostilló Leon.

–De eso puedes estar seguro –concordó la joven de ojos escarlata.

–Si estamos juntos irá bien. Vamos –dijo el joven antes de extender su mano derecha a Sherry, quien la tomó con una sonrisa, antes de tomar la izquierda de Cora.

–¡Eh! Podríais adoptarme –propuso la pequeña, lo que hizo reír a los dos jóvenes.

–¿Adoptarte? –preguntó con una sonrisa la mujer mientras la brisa mecía su trenza.

–¡Tendremos un perrito! –exclamó con alegría la niña.

¿Un perro? –se extrañó la mujer vestida de negro mientras caminaban por la carretera, alumbrados por los rayos del amanecer.

–¡Y un loro!

–¿Un loro? Genial... –comentaron los dos compañeros de aventuras.

–Mamá no me dejaba tener mascotas.

–Emmm... Ya –comentó la pelirroja.

–Oh, y podría aprender piano –aseguró con una sonrisa Sherry, ya planeando una vida mejor de la que había vivido en las últimas horas–. ¿Tocáis algún instrumento?

–Yo toco varios. Podría enseñarte –le propuso la de piel pálida.

–¿En serio? ¡Genial! –se entusiasmó la pequeña.

Tiempo después de caminar por la carretera y encargarse de varios infectados (en su mayoría eliminados por Cora y sus habilidades), no tardaron en llegar a un pueblo que parecía desértico, aprovechando para entrar a una cafetería y comer algo. Kennedy y Redfield se las arreglaron para encontrar ingredientes en el lugar, acercándose la joven a la pequeña.

–Dime Sherry, ¿qué te apetece desayunar? –le preguntó en un tono suave.

¡Mamá siempre hacía tortitas y huevos fritos con bacón! –contestó ella con una sonrisa.

–Entonces tortitas y huevos fritos con bacón –comentó con una sonrisa–. Sé preparar los huevos y el bacón, pero a la hora de hacer tortitas... Estoy perdida.

–Yo puedo encargarme de eso –dijo Leon apareciendo tras ella con una sonrisa.

–Casi estoy tentada a no preguntar pero, ¿cómo es que sabes hacer tortitas? –preguntó, entrando con él en la cocina.

–Oh, es una de mis muchas habilidades –replicó, recibiendo una mirada inquisidora por parte de su compañera–. Oh, me estoy metiendo contigo. Me enseñó mi abuela. Hace mucho tiempo.

–Oh, lo siento, no pretendía...

–Relájate –comentó mientras ambos empezaban a cocinar–. ¿Y tú? ¿Cómo es que sabes cocinar?

–Para bien o para mal, en Umbrella me enseñaron muchas cosas, entre ellas, a cocinar.

Ambos siguieron cocinando en silencio, hasta que el joven le propuso algo que la sorprendió.

–¿Quieres aprender a cocinar tortitas?

–¿En serio? Parece difícil...

–Vamos, te has enfrentado al Sr. X y a Birkin... No me digas que unas simples tortitas te dan miedo.

La joven no respondió, sino que se cruzó de brazos y lo comenzó a observar, recordando como estaba mezclando los ingredientes. El hombre de ojos grises entonces la atrajo hacia él y le colocó la sartén en la mano izquierda, mientras que en la derecha colocaba la espátula. Comenzó a enseñarle a preparar los ingredientes y cómo cocinar las tortitas sin que se llegaran a quemar. En todo momento de su explicación mantuvo su cuerpo cercano al de la joven, quien en un instante, logró percatarse de lo acelerado que latía el corazón del chico, sorprendiéndose al notar que el suyo parecía seguir su ritmo. Tras terminar de cocinar, Leon llevó los platos a una de las mesas de la cafetería, donde Sherry los esperaba con una gran sonrisa en su rostro. Cora se quedó un poco más en la cocina, preparando dos cafés y un chocolate, llevándolos a la mesa cuando hubo terminado.

–Mm... Café solo con un sobre de azúcar, ¿cómo lo has sabido? –comentó Kennedy mientras daba un sorbo a la taza con satisfacción.

–Pura suerte –replicó ella, entregándole el chocolate a la niña–. Que aproveche –dijo, antes de empezar a comer junto a la niña y su compañero.

Cuando apenas habían terminado su desayuno, el sonido de unos disparos los sobresaltaron, por lo que salieron discretamente por la puerta de la cafetería, percatándose de que había efectivos del gobierno estadounidense, quienes iban armados hasta los dientes, inspeccionando el pueblo. Se escondieron tras unas cajas en un callejón de la cafetería. De pronto, observaron que había un infectado cerca de ellos, siendo abatido al instante y sin contemplaciones por los agentes, lo que provocó que un grito escapara de los labios aterrados de Sherry. Aquello alertó a los agentes, quienes apuntaron sus armas hacia el callejón.

–¡Sabemos que hay alguien ahí! ¡Salid con las manos en alto y no os haremos daño!

Leon miró a los ojos a la pelirroja, preocupado en extremo por su condición, pues si los agentes se percataban de sus ojos podrían matarla. Sherry se encontraba abrazada a la pelirroja mientras temblaba de miedo. Kennedy decidió salir él primero, alzando las manos y caminando hacia los agentes.

–Estoy con una mujer y una niña. Hemos logrado salir de Raccoon City, pero no sé si habrá más supervivientes –les indicó con calma a los agentes, intentando que relajaran su actitud–. Por favor, la niña está aterrada –comentó, observando cómo uno de los agentes indicaba a sus tropas que se relajaran–. Cora, podéis salir ya.

Cora tomó de la mano a la pequeña y comenzó a caminar hacia los agentes, sintiendo que a cada paso, la pequeña temblaba aún más. Su propio corazón parecía latir desbocado: sabía perfectamente que podrían disparar en cualquier momento.

¡Alto! ¡No se mueva! –le gritó el agente que estaba cerca de Kennedy al percatarse de sus ojos–. ¡Está infectada! ¡Tenemos ordenes de eliminar a todos los infectados!

¡Señor, se lo juro, ella no está infectada! –exclamó Leon, colocándose frente a ella–. Créame, yo también pensé lo mismo, pero en todo el tiempo que llevo con ella, no ha hecho daño a nadie, ni siquiera a nosotros –intentó argumentar–. Por favor señor, sin ella no podríamos haber salido de la ciudad –rogó, esperando con el corazón en un puño, que el agente le creyese. Tras unos segundos, éste habló.

–De acuerdo. Los llevaré con mis superiores y ellos decidirán –sentenció–. Vamos, al helicóptero.

Al cabo de unas horas, Leon se encontraba en una sala aislada. Lo habían separado de Sherry, pero aún peor: se habían llevado a Cora, y no sabía qué sería de ella.

–Tenemos la autoridad de hacer lo que nos plazca contigo –le dijo una voz por un altavoz–. Contigo, con la niña y con el arma bio-orgánica.

–No las metáis en esto. Son inocentes –sentenció Leon con preocupación.

–La niña es una inocente que lleva en su cuerpo el anticuerpo del Virus-G. No te preocupes, estamos cuidando muy bien de ella –replicó la voz–. En cuanto a la mujer... ¿Inocente, dices? Según lo que sabemos tiene las manos manchadas de sangre y trabajó para la Corporación Umbrella. Sin embargo... Es un arma bio-orgánica de mucho valor, por lo que no la mataremos. Aún.

–Por favor... No le hagáis daño –rogó el joven de cabello rubio-castaño.

–Por otra parte... –continuó el agente sin hacer caso a sus palabras–. Tienes la experiencia que estamos buscando. Si quieres que esto termine pacíficamente, solo tienes una opción realmente –le comentó en un tono serio, mientras que el joven levantaba el rostro de entre sus manos–. Trabaja para nosotros.

–Acepto –replicó Leon–. Pero quiero saber que ambas están bien. Quiero ver a mi compañera.

Concedido –dijo la voz, dejando que saliera de la celda de interrogatorio, escoltándolo hasta otro bloque de celdas, en el cual, a través de un cristal, observó en una habitación enteramente blanca a la pelirroja.

El joven de ojos grises se acercó al cristal, colocando una mano sobre él. La joven de ojos rubí, al percatarse de que había una presencia observándola, giró su rostro, y Leon tuvo que ahogar un grito al observar su rostro, el cual había sido golpeado en varias ocasiones y con fuerza, a juzgar por los cardenales. La joven esbozó una sonrisa aliviada, acercándose al cristal y colocando su mano al otro lado de éste, frente a la de Leon. Éste observó con un estremecimiento cómo había marcas de pinchazos en sus brazos, por lo que la observó con una infinita lástima.

–Así que ahora eres agente del gobierno estadounidense... ¿Eh? –preguntó ella en un tono suave.

–Sí... Veo que te has enterado.

Las buenas noticias vuelan, como quien dice –comentó–. Parece que yo tendré que quedarme por aquí una temporada... –dijo con ironía–. Al menos Sherry y tú estáis a salvo.

–Desearía que las cosas fueran diferentes...

–Y yo –afirmó ella con calma–. Prométeme que vendrás a verme.

–Lo intentaré –concordó en un tono cariñoso–. Te echaré de menos ahí fuera.

–Lo sé –dijo con una sonrisa–. Yo también te echaré de menos –apostilló con una sonrisa genuina.

Aquello rompió en mil pedazos el corazón del joven, pues estaba siendo testigo de cómo ella se resignaba a su suerte... A su prisión. Tras unos pocos segundos se vio obligado a retirarse de la estancia, no sin antes dar una última mirada hacia la celda, en donde la joven seguía observándolo, siendo sus ojos lo último que vio antes de que se cerrase la puerta.

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