Anhelo
Tras escuchar el relato de Manuela, Kennedy y Redfield intercambiaron una mirada entre asombrada y extrañada, puesto que seguramente, el virus Verónica fortaleció las células de la muchacha, evitando su muerte. Sin embargo, ambos sabían gracias a las indagaciones de Claire, que el virus Verónica podía dañar significativamente las células cerebrales del huésped en el que se inyectase, y de ser incompatibles tomaría el control sobre las mismas. Incluso los investigadores de la familia Ashford fueron incapaces de controlarlo a voluntad. Sabían que no había excepciones ante aquella fatídica conclusión que sería el control del virus Verónica, sin embargo, el caso de Manuela parecía ser distinto al resto. Aquello les provocaba a ambos una gran curiosidad, pues, ¿cómo había logrado Javier evitar que Manuela se transformase en un monstruo? Decidieron investigar aún más en torno al lugar en el que Javier se encontraba escondido, percatándose de un gran número de secuaces en torno a varios camiones y furgonetas, habiendo dispuesto barricadas improvisadas con sacos frente a un gran edificio. La pelirroja se encontraba junto a Manuela, quien se sentía ahora débil y dolorida, intentando reconfortarla como le fuera posible, mientras que el de ojos grises examinaba con unos prismáticos a los secuaces de Javier.
–¡Leon! –lo llamó Krauser, el joven desviando su atención y caminando hacia él–. Deberíamos encargarnos de la chica antes de que sea demasiado tarde –propuso, lo que hizo que el joven de cabello rubio-castaño se sorprendiera–. Es solo cuestión de tiempo que se convierta en una amenaza.
–Javier sabe algo. Ha sido capaz de impedir que Manuela se transformara –rebatió Leon mientras desviaba su vista a su compañera, quien a pesar de estar consolando a la muchacha, parecía atenta a la conversación–. Cora y yo tenemos que llevárnosla y averiguar cómo –le comentó antes de sacar su teléfono móvil, entregándoselo a Krauser quien observó la pantalla, intrigado.
–Protocolo de armas anti-virus número 7600... –leyó el soldado de cabello rubio–. Estáis en una misión especial bajo las ordenes del Presidente. Tú y la pelirroja.
–Nuestra misión... es erradicar el virus de una vez por todas... –afirmó Leon–. Y con tu ayuda, es lo único que pretendemos.
–Bueno, soy un soldado. Y si vuestras órdenes son del Presidente, entonces estoy con vosotros –supuso Krauser antes de suspirar y extender su mano derecha hacia Leon, quien se la estrechó con una sonrisa amable, la mirada carmesí de Cora ahora sobre ellos con una sonrisa en el rostro–. Vamos. ¡Vamos a patearles el culo! –exclamó con una sonrisa.
Los cuatro procedieron entonces a acercarse a las numerosas barricadas y vehículos que Leon había estado observando anteriormente, teniendo cuidado de no ser detectados por los enemigos. Manuela caminaba cerca de los dos agentes, con la pelirroja siempre manteniendo un ojo sobre ella.
–Desde luego, no escatimó en seguridad –sentenció Leon en un tono irónico mientras caminaba, su arma preparada para disparar de ser necesario.
–Será que no le gustan los vendedores ambulantes –comento Krauser, lo que provocó que Manuela sonriese, y que Cora reprimiese una sonrisa.
–Bienvenida a casa, Manuela –se escuchó en una voz altanera a Javier por los diversos altavoces del lugar, cohibiendo a la castaña, quien se acercó más a la mujer de cabello rojo–. Gracias güeros por devolverme a mi hija –indicó en un tono falso–. Y ahora traedme a Manuela y matad a los gringos.
–¡Son demasiados! –exclamó Manuela, asustada.
–No te preocupes, Manuela –le dijo Cora, colocándose frente a ella–. No dejaremos que te toquen –le aseguró mientras comenzaban a caminar hacia el edificio, sus armas siendo disparadas contra los secuaces infectados de Javier–. ¡Quédate detrás, Manuela!
–¡S-sí! –exclamó ella, colocándose cerca de la espalda de la joven de ojos carmesí.
Leon, Krauser y Cora continuaron disparando a los infectados que comenzaron a acercarse a ellos por varias direcciones. La joven logró disparar a las piernas de varios infectados, haciéndolos caer al suelo, rematándolos Krauser y Kennedy.
–¡Asi que éste es el ejército de Javier! –exclamó Krauser tras hacer estallar la cabeza de un zombie–. Las Serpientes Sagradas...
–¿¡Qué ha hecho!? –exclamó Leon mientras continuaba disparando, haciendo caer a varios infectados al reventar sus piernas.
–¡Les ha pegado granadas! –replicó la de ojos rubí antes de disparar a la cabeza de otro infectado, logrando activar la granada, provocando una gran explosión que eliminó a los infectados de alrededor–. ¡Saquémosles partido! –les indicó mientras continuaba protegiendo a la muchacha de cabello castaño, quien aún se encontraba tras ella.
–¡Ahh! –exclamó Manuela al observar cómo varios infectados pertenecientes a las Serpientes Sagradas emergían del interior de un camión, lo que provocó que Cora se girase hacia su derecha, recargando con celeridad sus pistolas antes de comenzar a disparar a los distintos miembros, logrando hacerlos caer al suelo, donde no le fue difícil hacer estallar sus cabezas. Krauser la ayudó, utilizando su cuchillo para inmovilizar a los infectados.
Con calma y en un silencio total, comenzaron a caminar por el campo, encaminándose hacia un edificio cercano. En ese instante, un gruñido los alertó, girándose hacia otro de los camiones, de cuyo interior salían más infectados. Al observar que eran demasiados como para enfrentarse a todos ellos, Leon decidió tomar un desvío por un costado, topándose con más infectados. Tras deshacerse de ellos, Cora encontró varios sprays de primeros auxilios, los cuales guardó en su mochila. Continuaron caminando hacia uno de los pequeños edificios de madera que ahora quedaban frente a ellos, cuando de un cajón dispuesto a ser cargado en un camión, salieron más miembros del séquito de Javier, atacándolos. Krauser y Leon comenzaron a disparar mientras que Cora resguardaba a Manuela, lanzando granadas cegadoras.
–¡Corred! ¡Ahora! –exclamó Leon tras dejar de disparar, tomando Cora la mano de Manuela, comenzando a correr hacia una puerta de metal en el edificio mayor del lugar, topándose con más animales infectados, los cuales cortaron su paso.
–¡Esto empieza a ser molesto! –se molestó Cora, soltando varias granadas incendiarias y resguardando a Manuela de la explosión.
–Bien hecho, preciosa –la aduló Krauser, al observar que ya no quedaban enemigos frente a ellos–. ¿Siempre eres tan rápida? –inquirió, el rostro de Leon desencajándose por un breve instante al presenciar aquella especie de flirteo descarado.
–No deberías hablar tan pronto, Krauser –comentó ella en un tono severo, señalando varios infectados tras la puerta de metal, girándose por un instante a su espalda, donde más secuaces de Javier acababan de aparecer–. ¡Una fiesta de bienvenida!
–¡Oh, no deberían haberse molestado! –exclamó Leon con ironía, comenzando a disparar tras recargar sus armas.
–¡Por aquí! –dijo Manuela tras varios minutos de incesantes disparos–. ¡Creo que hay un pasaje subterráneo! –exclamó, señalando una puerta de hierro cerca de la puerta en la que habían aparecido más infectados.
–Bien hecho, Manuela –le dijo la pelirroja mientras corría con ella hacia la puerta, con Krauser y Leon siguiéndolas de cerca. Cuando fueron a entrar, la puerta se abrió desde dentro, apareciendo más infectados. En ese instante, Cora aproximó a Manuela contra ella, protegiéndola con su cuerpo, observando cómo incluso aunque disparara, los infectados las atraparían.
–¡Al suelo! –escuchó gritar a Leon, por lo que asintió y se agachó junto a Manuela, escuchando los inconfundibles disparos del arma de su compañero, quien con Krauser, logró deshacerse de ellos–. ¿Estáis bien? –les preguntó a las jóvenes una vez hubieron relajado su actitud, extendiendo su manos hacia la de ojos rubí, quien la tomó, levantándose del suelo junto a Manuela.
–Estamos bien. Gracias, Leon –replicó Cora en un tono suave. Los cuatro entraron entonces rápidamente al interior del pasadizo, cerrando la puerta tras ellos. Comenzaron a descender por las escaleras que los llevaban a un nivel subterráneo, donde Cora encontró munición para sus pistolas, su escopeta (la cual había conseguido en el pueblo), y el rifle de francotirador (el cual había logrado arrebatar a uno de los hombres de Javier).
Tras bajar las escaleras, un pasillo de gran extensión apareció tras ellos. Leon no tardó en percatarse de la presencia de una cámara de seguridad en el techo del subterráneo, haciéndole un gesto a su compañera de aventuras, quien hizo un gesto afirmativo de forma discreta, indicando que ella también se había dado cuenta y debían mantenerse alerta. Comenzaron entonces a internarse en el pasillo, el cual estaba francamente en una gran penumbra.
–Esto está muy oscuro... –comentó el joven de cabello rubio-castaño.
–No hay que temer a la oscuridad, Leon –le dijo Cora, posando una mano en su hombro–. Solo hay que temer aquello que se esconde tras ella.
Leon la observó con los ojos algo sorprendido, pues no esperaba escuchar aquellas palabras salir de su boca. Comenzaron a caminar por el pasillo, encontrando unas celdas a su izquierda, en las cuales había encerrados varios infectados.
–¿Será el almacén de armas bio-orgánicas? –reflexionó con calma Krauser mientras caminaba por el pasillo.
–Eso parece –replicó Leon en un tono contenido, recordando cómo la pelirroja también había sido infectada con ese propósito en mente, preocupado por cómo podría afectarle aquel estado.
–Bueno, no vamos a hacer el inventario –sentenció Krauser con un tono molesto. En ese instante, la puerta que había conducido a aquel pasillo fue cerrada con una verja metálica–. ¡Mierda, estamos encerrados! –exclamó, el camino frente a ellos también siendo cerrado por una losa de piedra.
–Sabía que esto no iba a ser sencillo... –murmuró Cora antes de girarse hacia las celdas por as que habían pasado anteriormente, observando cómo ahora estaban abiertas–. ¡Vamos! –indicó, armándose con la escopeta y comenzando a disparar, logrando hacer estallar varias cabezas de infectados. Tras unos minutos, lograron acabar con todos los que estaban allí.
–Tiene que haber una salida... –dijo Manuela una vez la estancia se hubo calmado. En ese instante, la muchacha presionó el icono de una serpiente en la pared, la cual comenzó a moverse.
–Esto promete... –comentó Leon con una sonrisa–. Veo que alguien va aprendiendo de la mejor... –mencionó, guiñándole un ojo a la pelirroja y a Manuela, la última sonriendo.
–Buen trabajo, chica –sentenció Krauser.
–Vamos –se dispuso a caminar la pelirroja, observando cómo las paredes del camino oculto parecían estar llenas de cartílagos. Manuela dejó escapar un grito ahogado por la sorpresa al ver aquello–. Pero qué...
–Son las víctimas de Javier –sentenció Krauser en un tono severo, observando el pasillo con los ojos entrecerrados.
–¿¡Por qué iba él a...!? –dijo en un tono preocupado la castaña.
–Sigamos. Tenemos que encontrar a ese tipo –sentenció Leon en un tono sereno, dominando sus emociones ante aquella situación, caminando por el pasillo. Cora caminó cerca de él con Manuela, Krauser cerrando la marcha.
Cora dejó que Manuela se acercara a ella, enterrando su rostro en su pecho, pues estaba aterrada por lo que su padre había hecho. La pelirroja evitó que viera más de lo necesario, como los esqueletos en las paredes, pues sabía cómo un trauma podía afectar la vida de una persona.
–¿Por dónde vamos...? –inquirió la de ojos rubí en un tono suave, observando una intersección con calma.
Tras decidir por dónde debían caminar (hacia la derecha) para llegar hasta Javier, llegaron a varias intersecciones más, en las cuales tuvieron que confiar en la intuición de la pelirroja y Manuela. Tras varios minutos caminando, tuvieron la pronta suerte de encontrar una puerta con un sello de serpiente en ella, el cual Leon pulsó, abriéndose otra pared y llevándolos a otro pasillo con celdas igual al que anteriormente habían dejado atrás. De nueva cuenta, tal y como ya lo habían experimentado, más infectados salieron de sus celdas, por lo que no tuvieron más remedio que comenzar a disparar sus armas contra ellos. Tras lograr derrotarlos, de nueva cuenta una puerta de metal se cerró tras ellos.
–¡Mierda! ¿Otra vez? –gritó Leon, comenzando a correr hacia el otro extremo del pasillo, donde Manuela, Krauser y Cora estaban pasando por debajo de la losa que se disponía a cerrarles el paso.
–¡Por debajo, Leon! –le indicó la de ojos rubí desde el otro lado. El joven de cabello rubio-castaño logró atravesar la losa a pocos segundos de que se cerrase, bloqueando su ruta de escape.
–¡Por los pelos! –exclamó Leon en un tono suave, una sonrisa adornando su rostro, observando a las dos mujeres, las cuales se mantenían juntas. Éstas correspondieron su sonrisa, y aunque a la pelirroja le costase hacerlo de una forma genuina, el joven apreciaba el gesto–. ¡Mirad! ¡Una escalera! –señaló el de cabello rubio-castaño tras entregarle una semiautomática a su compañera, con la munición correspondiente. Ella murmuró un simple "gracias" al recibir el arma, colocándola en un compartimento a su espalda. Entonces el de ojos grises se encaminó hacia la escalera, comenzando a ascender con cautela, con las mujeres y Krauser cerrando la marcha. En cuanto subieron la escalera, los cuatro se quedaron por un instante maravillados ante el hermoso jardín interior que se erigía frente a ellos.
–Bueno, pese a nuestras insalvables diferencias respecto al uso de las B.O.W, debo reconocer que Javier tiene buen gusto para la decoración de interiores –comentó en un tono sereno antes de observar los numerosos cuerpos que había por todo el lugar–. ¿Quiénes son estos tipos?
–Eran mis médicos –sentenció Manuela en un tono apenado–. Es culpa mía... Les hice contarme cómo me habían curado... –admitió en un tono cada vez más triste, el cual se horrorizó poco a poco–. Y entonces papá...
–Tranquila, Manuela –murmuró Cora, posando su mano izquierda den su hombro derecho–. Nada de esto es culpa tuya... –la intentó tranquilizar con un tono suave, provocando que la castaña decidiendo aferrarse a ella.
Comenzaron entonces a avanzar por el jardín, el cual disponía de una fuente central, lo que hizo recordar a la pelirroja a la Alhambra, la cual había visitado alguna vez según logró recordar, cuando trabajaba para la Corporación Umbrella. En ese preciso instante apareció de nueva cuenta uno de los enemigos a los que habían tenido que enfrentarse en el canal de agua, por lo que de nuevo, empezaron a vaciar sus cargadores. Sin embargo, apenas habían derrotado al primero, más de aquellos monstruos comenzaron a aparecer, lo que hizo que tuvieran que batirse en retirada por el momento, continuando sus incesantes disparos. Tras unos minutos en los que tuvieron que "darles de comer plomo" como dijo Krauser, al fin lograron recuperar el aliento, observando cómo ya no quedaban enemigos.
–¿Dónde demonios está Javier? –preguntó Leon en un tono algo impaciente, recargando su pistola y una semiautomática que tenía.
–Hay un lugar que podemos investigar... Un sitio al que no podía entrar... –dijo Manuela mientras observaba cómo Cora se colocaba bien sus ropas y recargaba su escopeta con un aire molesto.
–Llévanos allí –le indicó la pelirroja una vez colocó sus armas donde debía, comenzando a caminar con cautela hacia una puerta a un lado del jardín, abriéndola con su mano izquierda en un gesto suave. Al traspasar la puerta encontraron un invernadero, donde una gran planta destacaba entre el resto.
–¿Qué es esto...? –preguntó Krauser anonadado.
–Es un invernadero –replicó Manuela en un tono suave mientras observaba sus alrededores.
–Aunque más bien parece un jardín botánico... –comentó Cora en un tono algo bromista, lo que hizo apostillar a su compañero.
–Me has quitado las palabras de la boca –mencionó el joven de ojos grises.
–¿¡Qué demonios es eso...!? –se sorprendió Krauser, fijando su vista azulada en la gigantesca planta que destacaba en aquel inmenso lugar.
–¿¡Qué!? ¡Otra vez no! –exclamó Leon al percatarse de la presencia de una de las creaciones de Javier, una de las que anteriormente habían derrotado sobre la presa–. ¡Cora...!
–¡Entendido! –dijo ella, captando su indirecta y colocando a Manuela detrás de ella–. No te alejes de nosotros, Manuela –le ordenó en un tono autoritario.
–¡De acuerdo! –dijo la muchacha, observando con sus ojos canelas horrorizados cómo de nuevo, sus nuevos compañeros arriesgaban sus vidas por ella.
–¡Parece como si tuviera la piel de un dragón! –exclamó Cora mientras atacaba a la criatura con varias granadas y la escopeta, en un momento dado tomando el riesgo de acercarse demasiado, colocándose a su espalda–. ¡Cómete esto cabrón! –indicó, haciéndole tragar una granada incendiaria antes de saltar de su espalda, disparando con sus pistolas a su cabeza. Comprobó que no se moviera, guardando sus armas y caminó con calma hasta sus amigos, no percatándose de que la garra del monstruo se alzaba, golpeando ésta su espalda y provocándole una herida algo profunda que empezó a sangrar a los pocos segundos.
–¡Maldito engendro! –exclamó en un tono airado Leon mientras Krauser y él disparaban a la criatura, logrando acabar definitivamente con ella. Tras comprobar que realmente estaba fuera de combate, el joven se acercó rápidamente a la pelirroja, quien ya se encontraba evaluando los daños–. ¡Cora! ¿¡Cora, estás bien!? –exclamó en un tono apurado, observando la herida de su espalda–. Dios... No tiene buena pinta –comentó, percatándose de que podía verle los huesos–. Espera... Creo que tengo... –comenzó a rebuscar en su mochila algunas vendas, hierbas y desinfectante para tratarla.
–No te preocupes, Leon, no pasa nada –intentó calmarlo, Krauser y Manuela acercándose a ellos–. Me curaré pronto, lo sabes... Y además... ¡Agh! ¡Eso molesta! –se "enfadó" de forma breve, sintiendo cómo Leon aplicaba el ungüento en la herida, lo que le provocó un ligero malestar–. Porque no puedo sentir dolor, pero te juro que si fuera así, ¡te lo haría pagar con creces!
–Ya, eso lo imagino –comentó Kennedy con una sonrisa suave y algo nostálgica, recordando aquella vez hacía ya cuatro años, cuando la pelirroja fue herida en su brazo, también resistiéndose a que la curase–. De nada, otra vez –le dijo, mirándola a los ojos, lo que provocó que, como aquella vez, ella resoplase.
–...Gracias –musitó, aunque en aquella ocasión, Kennedy pudo discernir que, a diferencia de aquella vez hacía cuatro años, Cora había expresado agradecimiento de una forma más natural. Si bien era cierto que ella no podía sentir nada, él estaba agradecido de que al menos ella lo intentase. Sus manos temblaban ligeramente al colocarle las vendas en la espalda, lo que ella notó–. ¿Qué ocurre, Leon? –le preguntó en un tono bajo, intentando averiguar por qué de pronto parecía algo asustado.
–De todas las pesadillas que me han estado persiguiendo por cuatro años, hay una de ellas que no puedo concebir que se haga realidad –replicó él, observando cómo la herida de ella ya comenzaba a cerrarse, por lo que dejó que se acomodara la ropa.
No tuvo que decir más para que la pelirroja de ojos rubí comprendiese cuál era ese temor que lo había invadido de pronto: no podía soportar el hecho de perder a alguien más. Sin embargo, Cora no podía imaginar hasta qué punto aquello era distinto con ella, pues Leon había tenido la misma pesadilla recurrente en esos cuatro años: ella muriendo frente a él, y él no pudiendo hacer nada por evitarlo. Sabía que ella se curaría rápidamente de cualquier herida, pero no por ello dejaba de preocuparle... ¿Y si algún día ya no lo hiciera? Aquello lo comía por dentro, y no podía soportar la idea de que algo le ocurriese. Pensaba que era lo mismo con Claire, ya que ella era también una amiga muy cercana para él, pero en su viaje con ella hasta aquel momento le había aclarado las cosas. Desde el mismo momento en el que la conoció, Cora siempre lo había hecho enfadar, preocupar, pero lo más importante: lo había hecho reír. La encontraba frustrante, agradable, en ciertas ocasiones tierna, y no podía negar que siempre se había sentido atraído por su aire de misterio y su personalidad tan peculiar... Se había enamorado de ella.
–Vamos –intercedió Manuela tras observar cómo Kennedy y Redfield se miraban a los ojos por un largo minuto, ambos rompiendo aquel trance en el que parecía que se encontraban inmersos, con el de cabello rubio-castaño ayudando a su compañera a levantarse del suelo. Aquel intercambio de miradas y las forma en la que el de ojos grises se había apresurado en ayudar a la de cabello carmesí no pasó desapercibido para Krauser, quien les dirigió una mirada entre severa y algo amable, antes de hablar.
–Leon, Cora, mirad –les indicó, llamando su atención hacia un cuerpo cerca de la entrada.
–Un antiguo investigador de Umbrella... Podríamos haberlo interrogado –sentenció Leon, frustrado por no poder encontrar más respuestas.
–Bueno, ya no podrá ayudarnos mucho... –se resignó Cora–. De todas maneras, bien podría habernos contado una sarta de mentiras... Esos tipos es lo único que hacen.
–Cierto, se me olvidaba que tú los conocías bien ¿no es cierto, preciosa? –interrogó Krauser, observando el rostro de la joven de piel pálida en busca de cualquier reacción.
–No te equivocas –afirmó–. Llegué a conocer al creador de la Corporación Umbrella una vez... Hace mucho tiempo.
–No hay otra opción! –informó Krauser al observar sus alrededores tras meditar un momento acerca de la respuesta de Cora–. ¡Tenemos que subir!
Comenzaron entonces a ascender por la escalera metálica que había frente a ellos, la cual daba a una pasarela superior, también del mismo material.
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