GERMINACIÓN: VII
Antes de irse de Silvera, le pidió consejo a Rose con el jardín de su padre. Y Rose le pidió consejo a Luke. Entre los tres diseñaron y seleccionaron lo que necesitaría para dejarlo a punto. Rose le pasó unas cuantas bolsitas con un guiño travieso de ojo, como si en vez de semillas le estuviera dando drogas.
Lo guardó todo en el maletero y se encaminó a Boston una vez más. Otro de los motivos por lo que había decidido tan rápido el quedarse en Nueva York era ahorrarse el viaje. Odiaba conducir. Odiaba utilizar el coche. Laika tenía razón. Debía acabar con el despilfarro, no podía contentar a todo el mundo y si él le había dicho a su padre en el jardín botánico que se alegraba de no haber sido una soga al cuello para ellos, le tocaba a él jerarquizar sus responsabilidades. Uno mismo estaba por encima que el resto. ¿Cómo iba a ayudar a nadie si él no estaba en condiciones para hacerlo?
Cogió de una brazada todas las bolsas del vivero. Aparcó fuera el Ford, le daba pereza hacer todo el proceso de guardarlo en el garaje y quería hablar cuanto antes con Laika. Por la hora, ellos ya habrían cenado y él se contentaría con comer algo rápido de pie, pero puede que la pillara despierta. No quería pelear con la novia de su padre. Eran una familia. Extraña, pero una familia.
Decidió entrar por la puerta de atrás. Llevaba las manos ocupadas y no quería posarlo todo para buscar las llaves en el bolsillo del pantalón. Con un poco de suerte, la puerta corredera del salón seguía abierta y podía dejarlo todo en algún sitio apartado para empezar a trabajar al día siguiente.
No se equivocó, entró sin más problemas, se deshizo de los bártulos y se descalzó. Ni su padre ni Laika estaban en la planta de abajo. Le extrañó, porque tampoco habían encendido la tele. De golpe, se ruborizó. Puede que tuvieran que aplazar la conversación hasta el día siguiente. Le fastidió, porque sabía que no pegaría ojo en toda la noche. Sin embargo, lo aceptó resignado y empezó a subir las escaleras, con cautela, para no interrumpir nada.
—Yo no te he dicho eso, Leo.
La casa estaba sumida en el más absoluto silencio, por lo que los cuchicheos llegaron a sus oídos sin demora.
—No lo has dicho, lo has sugerido.
Del cuarto de Leo y Laika salía una rendija de luz por debajo de la puerta. Remo se quedó parado sobre la moqueta del último escalón. Frente al espejo del armario empotrado. Sus ojos le devolvieron la mirada. ¿Tenía que entrar en el cuarto de invitados y fingir que no había escuchado nada? ¿Permitirles hacer uso de la privacidad de su casa? O podía quedarse ahí quieto, igual que había husmeado en la habitación de Rose.
—Remo tuvo la mejor media de su promoción. Tiene un futuro brillante.
Se quedaría.
—Ha tenido buenísimas notas, lo que tú quieras. Después de eso dejó pasar el tiempo y no aceptó ninguna beca...
—No encontró ninguna que se le ajustara.
—Yo solo quiero decir que cada año sale gente más preparada y actualizada. Si no ha encontrado trabajo ya no lo va a encontrar o no lo está buscando.
Cada vez hablaban más alto. No gritaban, pero se les notaba molestos el uno con el otro. Remo no pudo pensar en nada porque debía asimilar que era el motivo de una discusión de pareja, como si tuviera cinco años y sus padres se mostraran reacios a la separación por la forma en la que podría afectar al niño.
—Tonterías. Todos los chavales se toman años sabáticos. Vaya estupidez. El trabajo sale tarde o temprano, yo no entré en la empresa hasta los 32.
—Eres programador, no es lo mismo.
—Él es...
—¿Qué? No sabes lo que es, porque no sabe qué hacer. ¿De qué va a buscar trabajo? ¿No ha llamado a la asociación? Bueno, da igual. Si ni cobraba.
No se oyó la voz de Leo replicar.
—Luego está el tema de la cicatriz. Si quiere pedir trabajo en una empresa, ¿quiénes van a querer que le represente alguien con la cara como la tiene?
Esa frase le había dolido. En especial porque nunca pensó que la cicatriz que le había quedado de un accidente fuera a repercutir en su día a día. Le había dolido la superficialidad que mostraba Laika en privado. Traición era la palabra que lo describía. ¿Solo aguantaba el tipo por su novio?
—Laika. —Leo atinó a llamarle la atención.
Remo quería irse de allí. Se le habían quitado las ganas de curiosear. Quería irse a la cama y cubrirse la cabeza con la almohada hasta quedarse dormido. Olvidar las palabras hirientes de Laika y despertar por la mañana renovado, fingiendo que su padre y su novia no estaban discutiendo por él, por una situación que no se iba a terminar en un futuro a corto plazo.
—Es la realidad, Leo.
—Es la realidad, pero podrías tener un poco de consideración. Mucha gente estúpida le juzgará por una cicatriz estúpida, pero para eso ya están los de fuera. No necesita que el rechazo venga de su propia familia, ¿ok?
»Mi hijo es la hostia en sus cosas. ¿Que tenga una mancha en la cara va a estropear todo su talento?
—Ya sé que es tu hijo. Pero no somos ricos.
—No nos hace falta ser ricos. Ganamos pasta entre todos. Vivian es profesora de universidad, en cuanto se recupere de los gastos improvistos la cosa mejorará.
—Es que no es mi hijo.
La última frase había sido lapidaria. Remo la entendía. Era cierto. Laika era joven, no tenía hijos. ¿Se lo habría planteado?, ¿tener hijos con su padre? ¿O tras ver la experiencia de Vivian creyó que Leo no era el tipo adecuado? ¿Le daba igual sacrificar su maternidad a cambio de conservar la magia de los primeros años de una relación?
—Laika... Joder. Joder, Laika. Vivian me pone contra las cuerdas y ahora tú. ¿Podemos entender que estamos ante una situación excepcional?
—¿Cuánto va a durar esa situación excepcional? Va a dejar a todo Estados Unidos sin gasolina.
—Ya lo hemos hablado. Hasta que encuentre trabajo.
«Así que no es la primera vez que hablan de mí», pensó. Pues claro, pasaba mucho tiempo fuera, con ellos en casa. Era inevitable. Incluso el comentario más inocente daba pie a hablar del tema.
—El chaval está confuso. Tiene el corazón dividido. No sabe si empezar de nuevo en Montreal o intentarlo otra vez en Nueva York. Incluso he pensado en decirle que se quede en Boston, que tampoco es mala opción, para que nos tenga cerca. Sigue con la amnesia... Está sufriendo, Laika.
—Sé que está sufriendo, por eso no podemos alargar la agonía más. No hace nada por avanzar.
—Es difícil. Quizás lo observas poco para apreciar sus pasitos hacia delante. Además, no quiero que se vaya a Montreal, ¿de acuerdo? Vivian lo quiere mucho, pero es una persona tóxica que no sabe apartarse cuando debe.
Tuvo sentimientos encontrados con su padre. Por un lado, le hinchaba de orgullo conocer su parte seria, comprensiva; la que lo entendía todo. Por otra, le ofendió la manera en la que hablaba de su madre. No sabía si Vivian era tóxica o no, pero era la que había estado al borde de la cama en el hospital, a su lado. Y él la había apartado.
—Leo, cariño, que no. Que no va a encontrar trabajo.
—¿Ya estamos otra vez con la dichosa cicatriz?
Escuchó pasos. Alguien se acercaba a la puerta. Tendría que haber sentido la urgencia de esconderse, de correr hacia la habitación o el baño, cualquier puerta abierta. No hizo nada. No podía. Se encontraba paralizado, como si hubiera probado el veneno que había hecho con Rose esa tarde.
—No es por la cicatriz. —Las palabras de Laika interrumpieron el paseo de quien creyó que era Leo—. Es porque está claro que no le interesa encontrar trabajo. ¿Qué hace en Nueva York? De todo menos encontrar trabajo.
«Al final la hadita malvada tenía razón», admitió para sí mismo. De haber tenido fuerza, habría sonreído.
—Tu hijo te está mintiendo en la cara y yo no puedo decirle nada porque no soy quién. Pero necesito que abras los ojos antes de que sea demasiado tarde. No quiero quedarme a recoger los pedacitos en los que te va a destrozar cuando te enfrentes a la realidad.
Silencio. Puede que dentro de esa habitación Leo tuviera expresión de duda en el rostro.
—Habla con tu hijo, Leo.
—De hecho, va a llegar en cualquier momento. Deberíamos dejarlo ya. Ya me ha quedado claro.
Le recorrió un escalofrío por la espalda. Se habían dado cuenta de la hora que era. Tenía una última oportunidad para escabullirse por el pasillo y llegar sano y salvo a la cama. Ni siquiera Tara se había metido por el medio. El destino le estaba dando una nueva oportunidad.
—¿¡Por qué duerme durante todo el día y se levanta a hurtadillas por la noche para usar el ordenador hasta que amanece!? —Laika no se convenció. Al contrario, estaba más nerviosa, casi desquiciada. Se notaba el temblor de su voz. ¿Iba a llorar? ¿Ella?—. ¿Que no le pasa nada? Yo no tengo un máster en Educación como tu mujer, pero no soy estúpida y sé que hay algo raro.
—Laika, tranquilízate.
—¡No, no me tranquilizo! ¡Estoy harta de que lo trates como si fuera de cristal! ¿¡Has visto la cuenta del banco!?
—¡Pues claro que la he visto, la lleno yo!
—¡Yo también, gilipollas!
—¡No faltemos al respeto que con insultos no llegamos a ningún lado!
Los gritos cesaron. Leo había llegado al límite y Remo no podía dejar de escuchar. No podía apartar la vista de su reflejo. No podía dejar de pensar en la promesa que le había hecho a Rose. Volvería a Nueva York.
—Le he tenido que comprar ropa y un ordenador. No me ha pedido nada. Casi no nos coge el teléfono, que pagué a medias con Vivian, para tu información, porque se sentía culpable. ¿Te importa si no le haces sentir culpable tú?
—No le hago sentir culpable de nada, no nos está escuchando. Te lo digo a ti.
—¿Te crees que Remo es estúpido y no se da cuenta de tu comportamiento? Ten un poco de vergüenza... Mi hijo estuvo a punto de morir.
Abrió la puerta, airado y sin pensar. Tardó en descubrirlo porque la luz no estaba encendida y Remo era un borrón en lo alto de la escalera. Padre e hijo quedaron frente a frente. Laika se había sentado a los pies de la cama, en un intento de controlar el llanto.
—¿Hace cuánto que estás ahí?
—Desde lo de la cicatriz, más o menos. —Le costó despegar los labios de lo mucho que los había apretado. Carraspeó, aunque tampoco pensaba decir mucho más.
—Joder... No estábamos hablando en voz baja, ¿no?
—No.
Leo se quedó sin ideas, sin bromas, sin ingenio. Permaneció bajo el marco de la puerta. Laika guardaba silencio tras escucharle hablar. Por fin el cuerpo de Remo respondía. Por fin la urgencia surtía efecto, le llegó un hormigueo desde el pecho a las extremidades y de ahí, a la punta de los dedos. Podía irse de allí y encerrarse en la habitación, a la espera de que su padre llamara a la puerta para soltarle excusas estúpidas o podía poner en marcha los consejos de Rose. A su manera.
—Si tanto te molesto puedes decírmelo. —Se acercó a la habitación de Leo, sin llegar a entrar. No iba a estrechar tanto el cerco. Laika estaba sorprendida e inmóvil, sentada sobre la cama. Al escuchar sus palabras, Leo abrió tanto los ojos que casi se le salieron de las órbitas—. Creo que tienes razón en muchas cosas. En otras no. ¿Pero cómo vamos a solucionarlo si te dedicas a malmeter? ¿Qué pasa, estás celosa?
Si había alguna posibilidad de arreglarlo, con las últimas palabras lo echó todo por tierra. O había sido muy maleducado o había dado de lleno, porque Laika pasó del shock a la furia en cuestión de segundos. Hinchó las aletas de la nariz para contestarle.
—¡Remo! —Leo fue quien lo reprendió, antes de que la sangre llegara al río.
—Es la verdad. Parece que le molesta que pienses en alguien más que en ella. ¿Quieres ser la única niña mimada?
«Vale, para ya». Se detuvo. No le hizo falta encontrarse con la mirada de Leo, que le suplicaba no hacerle elegir a quién defender en una discusión entre su hijo y su novia. Era injusto. Lo entendía.
—Leo... —Laika protestó, para que su pareja interviniera.
—No importa. Nunca he pretendido quitártelo y mucho menos hacerle daño. Quizás todo había sido muy fácil mientras no tenías que aceptar su pasado. —Se encogió de hombros y se fue antes de que Laika pudiera rebatirle algo—. Yo no pienso hacerle elegir.
Se encerró en la habitación. En ningún momento encendieron las luces y sentía que si él las encendía rompería la continuidad de una escena que se le antojaba surrealista. Buscó a tientas sobre la mesita auxiliar sus auriculares. No quería saber si su padre y Laika volvían a hablar, lo que decían. Si discutían. Si su padre elegía. Se había dado cuenta de que estaba muy cansado. De que el viaje le machacaba. Quería tirarse en la cama con la música puesta y dormir. Ya tendría tiempo para pensar.
Cogió el teléfono. La aplicación de la música seguía abierta. Tenía un mensaje de Rose deseándole las buenas noches. «Ojala nos veamos pronto», le había escrito, con los dibujitos de un brote de planta y la cabeza de un gatito al lado.
No contestó de vuelta. Ya era tarde.
«Nos veremos pronto».
***
Leo y Laika discutieron toda la noche. Tuvieron la decencia de no armar mucho jaleo, pero a veces se les escapaba alguna risa histriónica o un grito ahogado por la indignación. Remo se despertaba a ratos, a veces los escuchaba y luego volvía a sumirse en un vacío similar a las paredes verdes, manchadas y manoseadas por todas las personas que habían pasado por la misma habitación de hospital antes que él. Una sensación de opresión reptó por su cuerpo, desde sus piernas, hasta instalarse en su pecho, sobre su espalda. Estaba en una postura incómoda, pero no podía moverse. La única descripción aproximada era el hablar de encontrarse bajo una gran masa de agua. La presión le obligaba a incluso reducir su respiración.
De sus labios entreabiertos apenas se escapaba un hálito de vida que trató de adherirse al cristal. Sumarse a otras gotitas que resbalaban, en una carrera hacia el suelo de tierra. No era gravilla sino tierra y si se concentraba, llegaba a percibir un sonido muy sutil de una pequeña corriente de agua. Quiso buscar a la otra persona que se encontraba con él en el jardín, pero estaba echado en un ángulo desde donde solo veía la parte inferior, los pies... de haber compañía.
Al otro lado se divisaban manchas verdes aisladas en un mar de grises. La luz provenía de arriba, emitía mucho calor. El sudor le corría por el cuello, las mejillas, la frente. No podía respirar. Se iba a ahogar ahí dentro. Tenía el absoluto control de su cuerpo, pero una idea abstracta le impedía mover una pierna. Debía ser dócil, esperar. No oía las sirenas, ni los gritos de terror.
Pam.
Un portazo. Estaba en Boston. Pasos suaves por la escalera. Alguien había abandonado la comodidad de una cama. La discusión había terminado, aunque empezaría otra. Remo no abrió los ojos, estaba cansado. Le dolían los músculos. Los tenía agarrotados. Los apretó para relajarlos y se permitió tumbarse boca arriba. Estaba siendo una noche agotadora. No quería más noches así. Al día siguiente se marchó.
No tenía muchas cosas que recoger; le entró todo en la maleta que le había dejado su madre. Esperó a que Leo se durmiera en el sofá y colocó en la puerta de la nevera, bajo un imán, una nota en la que pedía disculpas por haber causado problemas. La decisión ya la había tomado, no estaba furioso, solo creía que era lo mejor para todos. Cogió un autobús de madrugada que fue bastante tranquilo. Casi todos los pasajeros se quedaron dormidos. Él lo intentó, pero le daba miedo. Fuera hacía frío y por la respiración de todas las personas que viajaban dentro del vehículo los cristales estaban empañados, llenos de vapor. Igual que en su sueño.
En el jardín de cristal había seres vivos respirando.
—Hola.
Llegó a Silvera muy tarde. O muy pronto, dependiendo del horario de cada uno. Rose había tardado diez minutos en despertar. La llamó al teléfono, para no molestar a Luke. Rezó en silencio a saber a quién para que no tuviera el móvil en silencio. No quería usar el timbre y que Rose creyera que iban a secuestrarla unos lunáticos en nombre de algún laboratorio.
—¿Te han echado de casa? —le preguntó, cuando vio la maleta y la bolsa de deporte que colgaba de su hombro. No había mostrado sorpresa.
—Me he ido yo.
Su amiga lo invitó a pasar. Estaba descalza y en pijama. Fuera hacía frío, por lo que se apresuró a entrar.
—Para la hora que es, no voy a volver a dormir. Puedes echarte en mi cama. Ya veremos más tarde dónde te hacemos hueco —murmuró.
—Si no podéis, me buscaré algo de momento, no te preocupes por mí. —Las mejillas de Remo se encendieron.
—Claro que podemos. Si no, no te lo habría ofrecido. ¿Crees que soy la clase de persona que hace ofrecimientos por compromiso? —Lo condujo hacia su cuarto para que dejara las cosas. Ella cogió una bata—. Pon las maletas por donde puedas. Y cuidado con Tejo, que estaba por aquí hace un minuto. —Se abrochó la bata. Observó la torpeza con la que se desenvolvía Remo—. ¿Te dejo dormir? Yo voy a hacerme un café.
—Voy contigo, no creo que pueda dormir ahora mismo.
No le hizo preguntas. Se limitó a preparar el desayuno para todos, aunque sí estaba pendiente de él por el rabillo del ojo.
—No entiendo por qué he tenido que llegar a este punto —dijo en voz no muy alta, para no despertar a Luke.
—¿Ha sido muy grave?
—No. No se han enterado todavía. Me refería a algo más... profundo. No entiendo cómo hemos llegado a tener que averiguar si a mi novia la asesinaron o fue solo un accidente.
Ninguno de los dos habló más durante los siguientes minutos en los que Rose abrió y cerró armarios, encendió electrodomésticos y colocó platos. Luke apareció poco después. Cuando se encontró con Remo, se restregó los ojos.
—Buenos días, papá. Hoy te has levantado muy temprano, ¿no?
—Escuché ruidos y me levanté a ver si te pasaba algo. —Le hablaba a Rose, pero miraba a Remo.
—Espero no molestar. Rose me dijo que podía quedarme aquí unos días mientras buscaba trabajo. —La explicación fue a toda prisa. Le daba mucha vergüenza.
—Cogió un autobús por la noche porque salía más barato y acaba de llegar. —Rose se sentó con una taza en la mano, mucho más tranquila.
Luke intercambió miradas con su hija y con Remo, como en un partido de tenis. Le costaba procesar las palabras. Al final, se adentró en la cocina y abrió la nevera para coger un cartón de zumo.
—Habladme cuando sea persona.
La risa de Rose terminó por llenar la estancia.
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