Mi amiguito
Estábamos ella y yo en la cama, como de costumbre. Hacía un rato que nos habíamos acostado por el cansancio cuando de repente se paró.
Lo miré. Lo miró. Intercambiamos miradas.
La temperatura fue subiendo desde que nos dimos cuenta. Me miró con sueño y deseo y supe qué debía hacer. La temperatura seguía subiendo. Ella empezó a sudar más y más.
“Por favor... Solo tú puedes hacerlo...” gimió con todavía más sudor. Cada vez que se paraba, ella se ponía incluso más caliente que yo.
Me levanté con gran esfuerzo de la cama, ella estaba tan empapada que si se hubiera levantado me habría llenado con sus fluidos.
Y entonces me acerqué y con toda la determinación que tenía presioné su punto favorito: la velocidad máxima del ventilador de techo.
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