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En un lugar y tiempo desconocidos para la mayoría de las personas de aquel entonces, un ser de extraña apariencia merodeaba en el centro de un frío y boscoso sendero, esta criatura tenía una figura humanoide que su altura y su silueta delataban, además de su capuz, otra característica misteriosa era que su rostro no podía ser visto, una sombra obscura se observaba en el lugar de su rostro.
Mientras daba camino a dicho poblado, al pasar entre arbustos, charcos, piedras y todo lo que se puede encontrar en la frondosidad del lugar, este ser no parecía reaccionar a estos obstáculos, haciéndolo parecer como si fuera transparente o flotara sobre éstos. Al llegar al final del espeso bosque comenzó a divisar las primeras cabañas que le daban la bienvenida a un pequeño pueblo. Las casas de hasta más de dos pisos eran conformadas por paredes de madera pintadas de negro y otras marrón oscuro y un aproximado de cuatro ventanas de cristal en cada piso, mientras los tejados eran de arcilla y formaban varias inclinaciones para así drenar el agua de la lluvia.
A esta criatura sin nombre no le fascinaba observar lo que tenía a su alrededor, ni siquiera a las personas que pasaban cerca de él ya que estas no podían verle, el sólo iba a realizar el trabajo que le había sido asignado: recolectar almas.
Una vez cerca de la plaza del pueblo, buscó una pequeña vivienda en la que se encontraba su siguiente "cosecha", una mujer de edad avanzada, reposando en su cama inhalando por última vez la esencia de la vida, mientras a su alrededor estaban tres personas adultas, quienes podrían ser sus hijos, alentándola en quedarse en el mundo terrenal por más tiempo, sin embargo la mujer mayor estaba preparada para irse. El ser encapuchado miró la escena de manera monótona, siempre observando las mismas reacciones cuando se trata de un familiar ¿Cuántas veces ha visto esa escena en toda su existencia?
Sin tiempo que perder alzó su brazo derecho, su antebrazo esta arropado por una camisa purpura con líneas verticales blancas, seguido de un guante grisáceo que cubre toda su mano hasta la muñeca, con la mano izquierda levemente descubierta de su capucha, desenfunda su otra mano para mostrar que debajo de la prenda no hay piel, sino huesos, huesos que no tienen tendones que les permitan ser unidos al resto del cuerpo, huesos que son de un color levemente amarillento.
Acercándose lentamente a la mujer en reposo, observó que de su frágil cuerpo emanaba una débil flama purpura con destellos blancos, acercando su mano desnuda a la anciana, recitó unas palabras antes de tocar su aun tibia piel.
-Hic et nunc, acta est fabula (Aquí y ahora, tu historia termina).- Dijo, tocó la frente de la anciana, quien dando su último aliento cerró los ojos lentamente para ya no despertar jamás.
Los familiares notaron que la dama ya no reaccionaba, y el ser, colocándose su guante de nuevo, formó una guadaña que se materializó al tomar una nube negra que apareció a su lado.
Usando el filo de la guadaña, tocó con la mayor delicadeza posible el pecho de la ahora occisa, una vez alejando la cuchilla del cuerpo corroboró que ahí estaba la pequeña flama purpura que visualizo anteriormente, se cercioro de que estuviera adherida a la punta, y tomándola entre sus huesudas manos ahora vestidas, cubrió el pequeño destello de luz y salió de la cabaña sin necesidad de abrir la puerta, dejando en desconsuelo y de luto a la familia.
Al atravesar la puerta se dirigió al pequeño jardín ubicado detrás de la cabaña en la que estuvo momentos antes.
-Requiescat in pace (Descanse en paz).- susurró el ser de negro para después abrir las manos y donde antes estaba la flama, ahora aparecía una mariposa blanca que revoloteó alrededor de él. -Debes ir a Regnum, vuela y encontrarás tu camino.- Y obedeciendo dicha orden, la pequeña ánima se fue volando entre las copas de los árboles.
Estaba a punto de irse cuando divisó que en ese jardín estaban sentados tres niños en el césped, un niño de piel levemente morena, cabello azabache en corte de tazón, cejas levemente gruesas y ojos azules como la profundidad del mar vista desde un peñasco, calculó su edad de entre doce y trece años, por lo que aparentemente él era el mayor del pequeño grupo.
A un lado de él estaba una niña, tenía cabello largo, rubio cenizo y ondulado, sus ojos almendrados de un bello color avellana, piel clara y sus mejillas tenían rubor dándole una imagen de inocencia, por su expresión le pareció que era una niña de carácter sensato y decidido y supuso que era la mediana de la pequeña pandilla.
La más pequeña parecía ser un par de años menor que los otros dos niños, con su cabello castaño cobrizo que le llegaba un par de centímetros más abajo de los hombros, parecía que una ventisca le había jugado una travesura pues su cabello se encontraba alborotado, sin embargo tenía aspecto más infantil. Sus mejillas eran más ruborizadas y llenas de pequeñas motas cafés, tanto en sus pómulos como en el puente de su nariz. Su piel es rosa palido y sus ojos pardos, contrastaban el color verde claro en sus pupilas y un leve marrón en el centro, como si fueran aceitunas en un plato de porcelana color beige.
-Me gusta porque es azul.- Habló el niño azabache.
-Esta tiene muchos colores, es linda.- Mencionó la rubia.
El hombre encapuchado, desde la distancia en la que se encuentra, solo escucha leves risas y pocas palabras provenientes del pequeño grupo, pero deduce que están hablando de flores, las cuales el define como "ramas delgadas con brotes coloridos que desprenden diferentes aromas". Le parece un poco lamentable que no pueda tocar una flor sin que ésta comience a marchitarse en menos de lo que una hoja de roble aterriza en el césped.
Los niños detienen su charla al escuchar los sollozos provenientes de la vivienda, se levantan bruscamente y entre sus miradas deciden si entrar o no, en cuestión de segundos asienten únicamente los dos mayores para después correr hacia la entrada de la casa, dejando a la menor con un ademán en señal de que se detuvieran, la castaña quedo estática en su lugar cuando sintió un escalofrió recorrer su espalda; nerviosa comenzó a mirar a su alrededor y saber qué le provoco tal sensación, sus ojos se detuvieron en un árbol cerca del jardín.
"¿Puede verme?" se preguntaba el recolector de almas al ver que la mirada de la pequeña se dirigía hacia él, pero no comprende cómo, si su presencia es nula para que los humanos no lo detecten y cause problemas. De alguna manera pareciera que la castaña lo mirara directo a los ojos, a pesar de no mostrarlos debido a la capuza que cubre su rostro. Es algo que nunca le había pasado en todos sus siglos como inmortal. Antes de que alguno de los dos pudiera realizar alguna acción, la voz ahora entrecortada de la segunda integrante del trío se escuchó:
-Ami...- entre hipidos y lamentos se acercó a la menor y antes de hablar intentó estabilizar su respiración -La abuela se ha ido, ahora dormirá para siempre-.
Las lágrimas no tardaron en salir y caer sobre sus rojas y moteadas mejillas, saber que aquella mujer a quien consideró como una madre ya no estará para darle abrazos en épocas de inverno, ya no tendrá a quien ayudarle a cocinar o acompañarla a comprar alimento, ya no tendrá quién le cante cuando se sienta triste, ahora solo serán recuerdos.
La pequeña escena de ambas niñas llorando desconsoladamente hubiera conmovido a cualquiera, sin embargo para el hombre de rostro oculto no le parece nada fuera de lo común.
-Me paenitet (Lo siento)- Fué lo que dijo antes de ser cubierto por sombras y desaparecer en el suelo como si de un charco se tratase.
Horas pasaron desde aquella peculiar visita, el sol que antes estaba en su punto más alto, ahora estaba por ocultarse detrás de las montañas que rodeaban el pueblo, mezclando el lienzo azul con ríos dorados y naranjas y bañando todo el terreno frondoso de dichos colores.
El panorama que se podía observar en ese momento era admirable, sin embargo unas cuantas personas no fueron participes de su disfrute, pues se encontraban en la iglesia del pueblo orando por la mujer mayor que acaba de partir. Fuera de la capilla estaba de nuevo el sujeto de negro, observando la edificación blanca que tenía en frente, notando que su estructura es similar al de una casa común en los alrededores, lo que destaca es que en la parte de la entrada principal sobresale una torre que es un par de metros más alta que el techo, en el tope hay una pirámide prolongada hecha de madera que en su punta llevaba una cruz de hierro.
Una vez que analizó el lugar por fuera, ingresó y se dirigió a sentarse en una de las primeras bancas de madera que dejan un espacio desde la puerta hasta el altar, la iglesia parecía ser para doscientas personas, sin embargo en el velatorio había no más de treinta personas; incluyendo a los pequeños niños que estaban en el jardín donde liberó el alma.
El momento del entierro llegó, y todos se trasladaron al cementerio por una puerta lateral cerca del altar, no obstante la sombra prefirió quedarse fuera del camposanto, observando a una distancia considerable las acciones de las personas, cada una dejando en la parte superior de la caja una flor blanca, todas similares. Cuando llegó el momento de que la niña de cabello alborotado colocara su flor, esta no era blanca, era de un color rojizo y conformado por cinco pétalos, dándole forma de una estrella; la pequeña, con sus ojos hinchados y mejillas y nariz roja de tanto llorar, pasó en silencio a depositar la flor y miró por unos momentos la caja, dando su última despedida con la mirada provocando que su llanto regresara. Los niños mayores pasaron también a dejar su flor, preocupados se llevaron a la menor del grupo afuera del cementerio intentando distraerla del dolor de la perdida. Sin darse cuenta de la presencia oculta en la sombra de los arboles junto al cercado del cementerio.
-Ami, la abuela está en un lugar mejor ahora, ya no sufrirá por la tos y su dolor de pecho.- Comentó la rubia mientras acariciaba en círculos su espalda.
-Lo se... pero la voy a extrañar mucho.- Respondió Ami entre hipidos.
-Mi padre me dijo una vez, que una persona vive cada vez que se hable de ella, y muere completamente cuando es olvidada- El mayor de los tres esbozó una sonrisa comprensiva, intentando calmarla mostrándole que no debía de martirizarse a sí misma –recordaste su flor favorita, eso es bueno.
-¡Es cierto! Y ella nos platicó hace un año que los lirio araña rojo rean sus favoritas, yo no lo había recordado hasta que la trajiste. –dijo levemente entusiasmada la castaña, provocando a Ami una débil sonrisa en su rostro rojo y lleno de pecas.
-Como hubiera dicho ella: los recuerdos no envejecen.- dijo Ami y sus ojos aceitunados mostraban un poco más de ánimo, relajando a los mayores.
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