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Capítulo 3

Stella apenas pudo reaccionar que ese sujeto ya la había girado y pegado su torso a su espalda. ¿Cómo era posible que aún podía sentir...eso sobre su mano? En su cabeza la orden era clara; no mover ni un solo musculo, las consecuencias podían ser mortales.

Reparó en los tres hombres sobre la puerta observándolos con detenimiento. Dos de ellos tenían su atención en ella, pero de esa forma que ningún santo ni amuleto podría salvarla. Era...espeluznante. Sobre todo, aquel que vestía de negro, con un abrigo largo llegando a sus rodillas casi tan igual que el mismo Conde Drácula.

Eso no era bueno, el Conde Drácula no era bueno.

¿Y el otro? ¿Ese del mismo porte, pero con cabello rubio peinado hacia atrás? Ni siquiera su vestimenta más clara la tranquilizaba. El análisis era firme, sin importarles ni un poco lo que estaba ocurriendo con ese enfermo detrás suyo.

¿Qué le harían?

Carajo, Lea...

Un jadeo casi que silencioso escapó de sus labios. La punta del cuchillo contra su espalda fue suficiente para advertirle lo que pasaría si no seguía la corriente a lo que sea pasara por la cabeza de ese enfermo. Era lo que era, un completo desequilibrado incapaz de ponerse en el lugar de una trabajadora que se aferraba a su única fuente de sustento.

Un imbécil que no le preocupa en absoluto la posición en la que estaban. Lo supo por la tranquilidad de su respiración contra su mejilla.

—¿El llamado de Iván era tu excusa? —preguntó Donovan inundando toda la habitación con su voz.

Stella sintió que su piel se erizaba, que ni siquiera un baño caliente podría recuperarla de la helada que caía sobre ella solo por encontrarse en un espacio cerrado con cuatro tipos que sorteaban el número para ver quién era el peor de ellos.

—No quería decírselos tan...abruptamente —aludió León rodeándola con su brazo libre.

Stella abrió sus ojos con ímpetu, y eso llamó la atención de Sergei.

—¿Decirnos qué? —inquirió Emilio de brazos cruzados —. ¿Qué tenías una mujer en tu habitación? —chasqueó su lengua desinteresado —. Me largo. No pienso quedarme a que se me termine de ir el apetito —los miró de arriba abajo.

Stella intentó moverse, dar un paso hacia adelante queriendo huir, pero la cárcel humana era fuerte, y ya sentía el cuchillo cortando su piel, o era simplemente el miedo jugando estragos en su cabeza.

León sintió la mirada de Sergei sobre su agarre, causando que apretara sus dientes ante la manía que tenía de estar en todos los detalles.

—¿Qué pasa Sergei? ¿Mmm? —meció su cabeza de lado. Una sonrisa socarrona alzaba sus labios —. ¿Observando para aprender?

—De ti no me interesa aprender nada.

León tiró su cabeza hacia atrás riendo. Era claro cómo provocarlo.

—Recuerda lo que hablamos —dictaminó Donovan tirando de las mangas de su saco, dando la media vuelta para irse. Su familia aguardaba en su casa.

Aquella joven intentó descifrar algo de esa conversación, de esa intensidad y tensión que surgía por cada palabra que intercambiaban entre ellos. Era como si cada uno buscara la peor reacción del otro, y aquello fue contundente para que el fuerte brazo apretara más su abdomen.

Jamás creyó que un abrazo podría matar una persona.

—Stella es mi pareja, te aconsejo que no vuelvas a sacar el tema de ese compromiso delante de ella. No le hace bien —espetó contundente acariciando algunos de sus mechones, atento al pulso disparado de esa mujer y la manera en la que quedó rígida contra su cuerpo.

Oh, pero sus hermanos alzaron la cabeza en un solo segundo creyendo que lo que acababan de oír era una tontería, quizá una jugarreta. Y eso le fastidiaba, que tuvieran ya admitido que fuera imposible.

—Esto de las peleas te afecta un poco la cabeza ¿no? —arremetió Emilio señalándolo, ganándose la risa de Sergei —. Seguramente sea eso y no que nos estás tomando de estúpidos de creernos que esta mujer es tu pareja —advirtió alzando sus cejas.

Stella tragó en seco, la tensión era cada vez más latente y podía esperarse cualquier cosa, incluso que se empezaran a golpear entre ellos. Y el no poder defenderse o pedir ayuda porque no sabía si tenía la posibilidad de que alguno se apiadara de lo que llevaba en su espalda.

—Primero deberías ponernos en contexto de lo que tú entiendes por pareja —aludió Sergei reprimiendo la risa y siguiéndole el juego a sus hermanos.

León pasó su lengua por sus dientes. Sentía que su sangre hervía y que la presión en su mano dependía de como saliera esa nueva e inesperada jugada. Ella lo presentía.

—¿Quién es esta mujer? —quiso saber el Pakhan con curiosidad, tanteando su barba incipiente.

—Stella.

—¿Stella qué?

Buen momento para improvisar.

—Vaya sorpresa, no sabes el apellido de tu pareja —jadeó Emilio abriendo su boca con fingido asombro ante la tardanza.

Lo merecía, era consciente que esa nueva actitud de su hermano tenía sus razones, que el haberle hecho los días un infierno estaban explotando ahora sobre él.

Cuando la sintió abrir sus labios lista para hablar, se adelantó.

—¿Qué carajos importa su apellido? Si en poco tiempo será Markov —farfulló entre dientes escupiendo cada palabra, buscando callarlos, que terminaran de presionarlo y llevarlo con una familia turca de la que haría una masacre el primer día.

Stella giró su cabeza sobre su hombro topando su mejilla con la fría nariz de ese tipo. En sus ojos desfilaban los peores miedos y amenazas que podría lanzarle, y es que ya no quería despojarlo de su miembro, quería arrancarle cada parte de su cuerpo por la estupidez que estaba diciendo.

Donovan lo miró con sigilo, sin ninguna emoción en su rostro, únicamente seriedad y una inmensa autoridad de la que se despojaba frente a su mujer y sus dos hijos.

—¿Te piensas que dar nuestro apellido es una especie de acto de caridad? —arremetió Emilio metiéndose a la habitación, teniendo a cada lado a sus hermanos.

—Ya ves, Emilio. El amor mueve montañas —lo provocó entre sonrisas jocosas.

Apenas a un metro de distancia, esa mujer sintió el fuerte perfume que aquel hombre ante ella emanaba. Dos cosas logró percibir; poder y oscuridad. Le agregaría una tercera; terror, justo cuando él volcó sus ojos en ella y extendió su mano.

No.

Nunca.

No iba a hacerlo. Se negaba rotundamente a estrechar su mano.

Le bastaba con saber que el aura en esa habitación era la misma pese a ser cuatro hombres distintos, y que debía mantener sus manos limpias.

Lo vio fruncir sus labios y asentir aceptando su eventual rechazo, dejando caer esa mano cargada de anillos y tatuajes.

—Bastante educada —se burló.

—Es claro que no es su pareja, no sabe su apellido y ni siquiera ella sabe quiénes somos —arremetió Sergei recargando su cuerpo en la puerta.

Stella dejó salir una bocanada de aire. Una tenue luz de esperanza aparecía en ese lugar y gracias a uno de ellos.

Pero tan pronto como se descansó, el cuchillo subió por su espalda advirtiéndole que todavía estaba allí, que él tenía el control, y que ella debía abrir la boca, para salvarlo. No más.

—S-sí, soy su pareja, y estábamos discutiendo justo cuando ustedes llegaron —exclamó con más tranquilidad de la esperada. No descifró nada en aquellos rostros más que la exigencia de que continuara hablando...y mintiendo —. Sé que están presionándolo para que se comprometa con otra mujer, y yo simplemente no puedo...—sacudió su cabeza ocultando sus lágrimas. Sintió la sonrisa de ese tipejo sobre su hombro. Iba a salirle caro, muy caro —, no puedo soportarlo.

—¿Y por eso lo tenías agarrado? —increpó Emilio acariciando su barba.

—Estábamos discutiendo.

—Vaya forma de hacerlo.

—Solo quería que me escuchara.

—Y la manera era apretarlo hasta dejarlo violeta.

Dios, este hombre ¿Cuánto más iba a buscar que su mentira se derrumbara? Ni siquiera le dejaba pensar su próxima respuesta que volvía a hostigarla.

—Son asuntos personales, de cada pareja. Supongo que ustedes tendrán las suyas ¿no? —arremetió alzando su mentón, en una especie de desafío.

—Cállate —lo escuchó murmurar entre dientes contra su oído.

Stella movió su brazo hasta pegar su codo al abdomen de ese sujeto. ¿Quién carajos era él para mandarla a callar?

—¿Dónde has conocido a León? —increpó Donovan acercándose a admirarla como si fuese un animal exótico recién llegado al Zoo.

—En el sup—

—En mi pastelería.

La facilidad con la que contestó solo hizo que León pegara su frente a su cabeza ocultando la rabia que empezaba a dominarlo. Iba a deschabarlo, a dejarlo en evidencia frente a sus hermanos de que no podía sacar una simple pastelera de esa esquina.

—¿Tu pastelería? Mmm —repitió Emilio achicando sus ojos.

—Él quería un pastel de fresas y por equivocación terminé dándole uno de ciruelas. Lo cierto es que los nervios me traicionaron y no supe lo que mis manos tocaban. Quiso probarlo ahí, mirándome a los ojos —sonrió con nostalgia ignorando que ahora el cuchillo ya no la tocaba, sino ese tipo que hacía un ovillo la tela de su vestido —. Lo peor vino después.

—¿Después? —curioseó Emilio intrigado.

—Es alérgico a las ciruelas —admitió con una mueca de pena en sus labios —. Comenzó a faltarle el aire y quedó atragantado con una ciruela, tuvimos que despejar el lugar y sujetarlo para que la expulsara.

León carraspeó fuertemente. A ella le pareció oír su sentencia de muerte quemando contra su nuca justo cuando el más joven de ellos soltó una carcajada.

No iba a detenerse, no pensaba echarse para atrás. Llegó ahí con una misión y sin esa pastelería no se iría.

—Con que alérgico a las ciruelas, eh. Vaya caja de sorpresas —se mofó Emilio arqueando su ceja.

León sacó su cabeza de su escondite y les sonrió sintiendo sus mejillas arder, y su mano necesitando cortarle el cuello a esa mujer.

—Tantos años y no lo sabíamos. Pudimos tener tu muerte en la palma de nuestra mano —continuó Sergei con el mismo tono de diversión que Emilio.

Pero Donovan no se había reído ni un poco, ni siquiera sonrió. Tenía la firme atención en la pulsera de esa joven.

—¿Qué significa?

Stella giró su rostro hacia él, sorprendiéndole la corta distancia que los separaba. Por instinto cubrió aquel amuleto. No le agradaba como lo miraba.

—Es...es un regalo.

Su voz casi que inaudible, su garganta seca y sus manos temblorosas fueron claves para él. Stella creyó que iba a continuar con su cuestionario, pero él solo le sonrió con educación en medio de las carcajadas de esos tipos.

Donovan alzó su mano y todo se tornó una paz inaudita comprobándole a esa joven que era él quien mandaba.

—Mañana te esperamos para cenar, Stella —anunció con calma, sus brazos detrás de su espalda lo mostraban sereno, tranquilo.

—No creo q—

—Stella —reiteró cortando la excusa de León —. Será un honor que nos acompañes y sobre todo, que sigas contándonos sobre tu historia con uno de mis hermanos.

Fue como si un balde de agua fría cayera sobre su cabeza, como si todas las mentiras que soltó sin pensar en las consecuencias se las mostraran una a una. No midió en lo que se estaba metiendo hasta que él la tuvo atrapada en su propia red.

—No rechazarás nuestra invitación ¿cierto? La oportunidad de presentarte el resto de la familia.

—Don, n—

—Cállate —exigió sin mirarlo. En una especie de hechizo, esa mujer terminó asintiendo con su cabeza, causando que Donovan suspirará triunfante.

—Así me gusta.

Ni siquiera creía que algo más pudiera alejarlo de su objetivo hasta que su teléfono sonó y su expresión se suavizó.

—Mañana, los dos —señaló a ambos para luego marcharse.

—Ojo con las ciruelas, León —canturreó Emilio con las manos en los bolsillos de su pantalón siguiendo a su hermano.

Únicamente quedaba Sergei atento a esa nueva pareja, pero sobre todo al rostro cargado de miedo de esa mujer. Bufó sacudiendo su cabeza y emprendió camino por el pasillo.

La bocanada de aire retenida saliendo de su cuerpo casi la desploma en el suelo. El dolor en su cervical era atosigante, su cabeza punzaba. Su cuerpo parecía haber corrido una maratón sin punto de llegada. Así fue el cansancio que sintió con solo hablar con esos sujetos.

Antes que pudiera cerrar sus ojos y limpiar el sudor de su frente, ya estaba siendo arrinconada ante la pared más cercana y el cuchillo ahora estaba directo a su cuello.

—¡¿Qué carajos fue eso?! ¡Eh! —bramó entre dientes tirando todo el peso de su cuerpo sobre su agarre.

Stella volteó su rostro reteniendo las lágrimas. En su cabeza las palabras de Lea se repetían sin parar, estaba en problemas.

—Solo...solo quería mi pastelería.

—¿Tu pastelería? ¿Eh? Esa estúpida pastelería es lo que quieres —vociferó a escasos centímetros de sus labios.

No se atrevía a devolverle la mirada, a enfrentar la crueldad de sus ojos, la locura que brotaba de ellos.

—¡Es mía!

—Oh, no, no —chasqueó su lengua —. ¿Creías que apareciéndote aquí ibas a ablandarme? —rio macabro —. Quizá si pasaras por mi cama primero podrías llegar a convencerme.

Aquello fue bestial, y la ira, la vergüenza que acababa de pasar se tornó una pelota de rabia retumbando en su pecho de lado a lado. Era sorprendente como pasaba de un extremo a otro en cuanto a sus emociones, y todo era por él.

—No has podido convencer a tus hermanos y vienes a exigirme a mí que te convenza —se burló frunciendo sus labios.

—Mucho cuidadito como me hablas, eh—apretó su brazo contra su cuello. El cuchillo firme contra su piel. Aun así, ella no iba a retractarse y eso parecía enloquecerlo. Sus nudillos rozaron la piel sensible de su cuello, allí donde su pulso se marcaba despavorido —. ¿Cómo arreglaremos las mentiras que has dicho?

—No pienso arreglar nada —indicó apretando sus dientes, odiando la manera en la que su piel se erizó.

—Claro que lo harás. ¿Sabes por qué? —sonrió macabro —. Porque si no haces lo que digo mañana tienes esa pastelería en llamas, y no querrás que tantas personas pierdan la vida por tu culpa —ironizó disfrutando del pavor que se reflejo en aquellos ojos al recordarle la misma amenaza del primer día.

—No te atrevas a poner un solo pie en mi propiedad.

—¿Quién lo prohibirá? ¿Tú? —apretó su dedo en su pecho señalándola sin borrar la misma sonrisa de sus gruesos labios, para luego acercarse a su oído —. ¿Qué le gusta beber a tu amiga? No creo que sea solo vodka.

Stella palideció en el acto, su cuerpo rígido ante el escalofrío que la sucumbió. Tenían a Lea.

—Por favor...por favor —se encontró suplicando, sus piernas apenas soportaban la fuerza de su cuerpo, y el ardor al sentir su piel cortarse la hizo gritar en medio de un llanto agónico.

—Mañana vas a ir a esa cena conmigo y arreglarás las mentiras que les has dicho a mis hermanos sobre mi —ordenó entre dientes. Stella supo que no le agradó la manera en la que se rieron de él —. Pero sobre todo vas a portarte muy bien, como una novia ejemplar —sujetó su mentón.

—¿Qu-ué pasará con mi pastelería? ¿Para que la quieren?

León rechistó.

—Todo dependerá de ti.

—¿De mí? —refutó nerviosa, odiando la manera en la que esa oscura mirada se alternaba entre sus lágrimas y la sangre en su cuello.

—Si te comportas y haces que esa cena sea lo que espero, sacaré a mis hombres de tu local —aseguró sin pasar por alto la mueca de asombro de esa joven —. ¿Creías que no lo controlaba todo? Sé hasta qué hora abres las putas cortinas.

Stella no se fio ni un poco, ni de su amenaza ni de la promesa. Había más, un trasfondo impenetrable.

—Les has dicho que somos pareja, que vas a darme tu apellido...

León carcajeó desinteresado.

—No le daría mi apellido a nadie, de eso se ocupan mis hermanos. Niños, mujeres...deberían poner una asociación ¿O una institución? qui—

Stella frunció el ceño ante semejante divague. Él mismo se preguntaba y respondía. Incluso parecía estar en otra realidad paralela, pero no lo suficientemente lejana como para dejarla ir.

Dios, quería que alguien la salvara de las garras de un psicópata como él, que le borrara del cuerpo la sensación inmediata y espeluznante de sentir su lengua en su cuello, allí donde el pequeño corte del cuchillo esparcía gotas de sangre.

No estaba bien, ese calor barriendo por su cuerpo era morboso. Necesitaba huir, sujetar a Lea de un brazo y correr sin mirar atrás.

León tiró su cabeza hacia atrás, soltando un gemido profundo al saborear su cuello, y retrocedió con seguridad. Fue entonces que ella reparó en su cuerpo, en la naturalidad con la que se imponía sin importarle que todo de él estaba a la vista, que su...Dios, eso no podía ser real.

—Mañana pasaré a buscarte. No intentes desafiarme.

—N-no.

—Deja de responder —espetó con dureza —. Largo —meció su cabeza indicándole la salida, la sangre en sus ojos lograba intimidarla como nunca antes nadie lo había hecho, y no porque estuviese desnudo, sino porque esa mirada no podría olvidársela jamás.

Apenas alcanzó a salir de la habitación sus pulmones recobraron el oxígeno vital para seguir de pie. A tropezones intentó llegar a la misma puerta, pero su cabeza no terminaba de procesar lo ocurrido. La catástrofe provocada por sus comentarios, el mundo en el que se metió de lleno casi que sin pensarlo.

—¡No tienes idea lo que acaba de pasar! —Lea apareció junto a la multitud de personas que la recibió al regresar a la pista. El olor a alcohol estaba impregnado en su aliento.

—Vámonos, rápido —exigió empujando a cualquiera que se le cruzara.

—¿Qué pasa? ¿Has podido encontrar algo? —preguntó alzando la voz por encima de la música.

¿Algo? Encontró el mismísimo infierno.

—No te apartes ni sueltes mi mano —pidió guiando el camino.

—Tendrías que haber visto lo que yo vi, era inmenso, tenía cabello rubio y me sacó de la barra. ¡Creí que era para bailar, pero no! —carcajeó torpemente sin dejar de parlotear, su cabello alborotado.

—Me alegra saber que al menos una de nosotras se ha divertido —murmuró por lo bajo, deseando que esa noche terminara y que su amiga pusiera la cabeza en la almohada dándole el silencio que necesitaba para dimensionar el caos en el que estaba metida.














Volvimos! Pero en la tardanza, sepan que no he tenido nada de tiempo y aún sigo sin él, por lo que las actualizaciones pueden retrasarse...

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Nos vemos en el próximo.❤️

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