
Capítulo 1
—Hoy tienes muchos clientes.
—¿Serán los pasteles?
—Mientras no sean los de menta y chocolate, que se lleven todos —acompañó con una risa. Cada tanto tosía y un pañuelo aparecía en escena.
Stella sabía que eso venía ocurriendo cada vez más seguido. Todas las mañanas sacaba el pañuelo disimuladamente para cubrir su boca. Según él era la edad, los años que trabajó y el mal clima de Santa Barbara.
—Esos siempre los guardo para ti, William —rechistó guiñándole un ojo.
—Sabes que puedes vender todos esos pasteles que con esa pintoresca sonrisa ya puedo irme feliz —aludió entre bromas.
—¿Aunque tengas sesenta?
—Y bien puestos, eh —sonrió peinando su cabello hacia atrás —¿Están todos? —inquirió revisando la bolsa y apartando el ticket de pago.
—Tres de menta, dos de chocolate.
—Qué sería de este viejo sin ti.
Stella recargó sus brazos en el mostrador. Algunos de los clientes ojeaban en las vitrinas cuál sería el pastel que llegaría a sus casas esa misma tarde. Otros conversaban sobre la leve música de fondo optando por frutilla o chocolate, y William siempre se metía primero en la fila intentando conversar un poco con ella.
Lo venía haciendo hace años, comprar todos los días. Stella desconocía otro miembro de su familia. Tampoco es que tuviera que estar averiguando. Pero cada vez que lo veía no podía evitar preocuparse por él, por ese cambio abrupto en su salud que él parecía no darle importancia. Se parecía tanto a su abuelo, sus mañas y gestos. William podía sacarle el mal humor de cualquier día solo con aparecer en el local.
—¿Estás seguro que no quieres casarte conmigo para quedarte con mi negocio? —arqueó su ceja rojiza.
—No si yo muero primero —bromeó ganándose una risa de parte de Stella —. Mañana la misma orden, un poco más de menta —susurró con picardía.
—Luego vendrá tu medico a cerrarme la pastelería por estar dándote tanto azúcar.
—Ese imbécil mejor que se calle. Yo estoy bien, tonterías.
Stella negó con su cabeza.
—Ve con cuidado —señaló con su cabeza hacia la puerta en el preciso momento que tres motos aparcaron en la acera.
—El peligro lo pasa mi corazón cada vez que entra a este lugar.
Las mejillas de esa mujer quedaron rojas, quizá hasta más intensas que el color de su cabello recogido.
—Hasta mañana, Stella. Cuida ese cabello —saludó su amigo antes de irse.
—¿Podrías decirme la diferencia entre este pastel y el cheesecake que tienes ahí? —Un nuevo cliente apareció delante de William.
—¿No lo quieres más rojo?
—Ya parece el infierno en tu cabeza —aludió abriendo la puerta.
Stella siguió su trayecto a través del ventanal. Vivía a pocas cuadras del local, aun así, no identificaba su casa de las únicas tres de la esquina
—¿Señorita?
—Si, sí. Disculpe —sonrió cálidamente al nuevo cliente. No era uno, eran dos hombres vestidos de negro observándola fijamente —. Un segundo, por favor.
—Voy a aprovechar a sacar las medialunas.
—No, no. Mejor sigue atendiendo —ordenó quitándose el delantal —Tengo que enviar la tercera tanda de donas. No sé por qué están tardando tanto —rechistó preocupada que no salía nadie con las bandejas. Ya podía percibir a tres clientes aguardando pro ellas.
—¿Segura?
Lea, su única compañera en el mostrador y amiga desde el Instituto ya se posicionaba frente a la caja para atender al próximo cliente.
—Si —asintió metiéndose rápidamente a la parte de producción —. Ellos están primero —le indicó señalando a los dos sujetos vestidos de negro.
Apenas dio algunos pasos cuando escuchó a Lea maldecir intentando abrir la caja. Si, era vieja, de hecho, la misma que siempre estuvo ahí desde que su abuelo la compró décadas atrás. No quería deshacerse de ella por más que pasara el doble de trabajo para abrirla y cerrarla.
—Cada vez me convenzo más que esta caja tiene vida y tú solo la entiendes —murmuró Lea bufando.
Decidida, y porque la mañana ya venía siendo complicada, dio marcha atrás con su decisión.
—Ve a fijarte qué está pasando con las bandejas. Estamos atrasados y la gente empieza a irse —susurró contra su oído tomando el lugar de nuevo en la caja, fingiendo frente a los clientes que los nervios no la carcomían viva.
Suspiró con fuerza, acomodó sus hombros y puso su mejor sonrisa.
—¿El cheesecake no?
—Y el otro pastel —le recordó su pregunta.
Atando de nuevo su delantal, Stella se movió hasta llegar a la otra vitrina agradeciendo que al menos algunos clientes ya estaban siendo despachados por la caja rápida. Por más que conservara las reliquias de su abuelo debía aprovechar el espacio de esa esquina, y claro, el avance de la tecnología para que el propio cliente se cobrara.
Tal vez si no estuviese más atenta a cada cosa que pasaba en su pastelería lo hubiese ignorado, pero por el rabillo del ojo los vio moverse junto con ella, y estaba casi segura que había un tercer hombre con ellos. Un rápido vistazo por todo el local le advirtió que el tipo con el teléfono en la mano cerca de la puerta iba con ellos.
No le daba buena espina. Conocía a todos sus clientes, los que venían de otros puntos de la ciudad, alguno que otro turista, pero esos tres no entraban en ninguno de esos grupos.
—¿Entre el cheesecake y el lemon pie? —inquirió tras abrir la vitrina.
Algo no iba bien.
—Exactamente.
—El lemon pie —sugirió sacando la bandeja.
Alzó su rostro aguardando por una respuesta.
El tercer tipo ya estaba con ellos, su mirada recorría todo el recinto con sigilo, como si estudiara cada punto del local. No era muy lujoso, pero desde que su abuelo le dejó la llave supo ponerle de su esencia. El rosado y el blanco decoraban cada pared, junto a las mesas y vitrinas del mismo color. Afuera, apenas se podía ver hacia adentro por la cantidad de flores y enredaderas.
En ningún momento reparó en ella, de hecho, le daba la espalda. Tampoco creía que le importara tan maleducado gesto cuando su teléfono volvió a sonar y se acodó contra el mostrador.
Los otros dos parecían aguardar por lo que ese tercero dijera.
Stella sacudió su cabeza, y tras suspirar se dispuso a terminar con esa sensación extraña. Los quería fuera de su vista cuanto antes.
—Debo seguir atendiendo. Si pudieran decidirse se los agradezco.
Esperaba no haber sonado prepotente, o de hecho sí. Al menos el tipejo que se apoyaba como si estuviese en la barra de algún bar se daría cuenta que la pastelería no daba tregua con tanta gente.
Stella dio un paso hacia atrás con disimulo al verlo girar en una especie de cámara lenta y recargar su cuerpo sobre sus brazos en el mostrador.
Con las manos temblorosas dejó la bandeja en su lugar antes de hacer un enchastre al percatarse de esa sensación extraña en su pecho. Extraña para quien no la tuvo antes, para ella no era más que un aviso, lo supo apenas aquellos ojos oscuros se posaron sobre los suyos.
Había ocurrido únicamente dos veces antes; la primera cuando su abuela estuvo a punto de fallecer, y la segunda cuando la señora Cowen intentó cruzar la avenida sin mirar.
No bastaba detenerse en descifrar esas sensaciones. Ya las conocía, ya tenía en claro que debía usar su pulsera. Tal vez no serviría de nada, pero después de salvarle la vida a dos personas era claro que ahora debía salvarse a si misma.
—Te ves un poco...pálida —dijo señalándola. Stella logró contar los anillos en su mano, la monstruosidad de cada uno de ellos acompañados de tantas cicatrices. Una sonrisa burlona cubrió aquellos gruesos labios, de esas que escondían una maraña de secretos, de ventajas —. No termino de decidir si es por el miedo o el color de tu camisa.
De por si ignoró el tono de su voz, ni siquiera se detuvo a pensar porqué sonaba entre amigable y macabro, como si tuviese dos caras.
Metió uno de sus mechones detrás de su oreja y cortó tres porciones del lemon pie. Necesitaba que se fueran, que desaparecieran de su pastelería. Algunas personas giraban a verlos poniendo su atención en esas botas estilo militar y pantalones cargos. Algunos jovencillos que pasaban por la esquina se detenían a ver las tres motocicletas sacándose fotos.
Y ese que se acomodaba al mostrador como si fuese su casa no despegaba sus ojos de cada movimiento que hacía con el cuchillo, fascinado.
¿Dónde carajos estaba su pulsera? No podía dejar de pensar el último lugar donde la dejó mientras limpiaba el merengue del cuchillo.
—Puedes cortarte.
—¿Perdona?
—Tienes el dedo muy cerca del filo. Y te ves muy distraída, nerviosa también —señaló hacia el cuchillo.
Stella lo soltó y trató de recobrar su respiración. Se alejó ante la puntada en su cabeza. Masajeó su sien y pestañó con la ilusa esperanza de que desaparecieran. Cuando volvió en sí, la imagen fue incluso más clara, y solo entonces pudo apreciar mejor a quien tenía en frente.
El mismo tipo que la ayudó hace dos días a entrar las bolsas que los proveedores dejaron en la puerta sin mediar palabra. Únicamente llevó casi todas metiéndose al local y desapareció sin alcanzar a oír las gracias de su parte. Ella tampoco reparó mucho en quien era, el malestar por tener que entrar el pedido era mayor.
¿Esos eran los ojos que estuvieron ante ella? Porque estos eran los más oscuros y tenebrosos que alguna vez pudo apreciar. De haberlos visto los recordaría, tenía esa mirada que se queda grabada en la mente ante tanta intensidad y crueldad.
Su dueño, un hombre alto, cabello negro y rasurado que invitaba a pasar la mano por él para sentir las cosquillas. Sus labios gruesos parecían tersos. Cejas negras y pobladas resaltaban junto al lunar en su mejilla derecha siendo alcanzado por su barba incipiente.
Dios, no podía ignorar el siniestro contraste que hacían sus ojos y cejas casi que monstruoso, como si estuviese juzgándola y planeando su destino final.
No estaban allí por ningún pastel, mucho menos para optar entre el cheesecake y el lemon pie.
—¿Qué es lo que buscan?
La sonrisa ensanchando aquellos labios le dio la razón.
—¿No podemos probar este manjar? —señaló las porciones.
Stella apretó su agarre en el cuchillo hasta que sus nudillos quedaran blancos. De nuevo ese sujeto estuvo pendiente a sus movimientos.
—Tengo más clientes aguardando.
—¿Y?
—¿Cómo que Y? —lo imitó, pero ni así podría igualar la frialdad que tiñó aquel rostro.
Él se incorporó, tiró de su chaqueta y pasó sus dedos por su cuello. Una especie de tic que marcaba su mandíbula al girar su rostro hacia sus acompañantes.
Stella creyó oír que les decía algo, pero la música y las voces de los clientes lo opacaban.
—La esquina que está ubicada esta pastelería, me pertenece. Vine a darte una visita, y de paso avisarte que tienes tres días para cerrar este lugar —le informó sin más, con simpleza, sin importarle cómo le afectara su orden.
Una corta risa escapó de sus labios.
Esos sujetos no eran normales, tal vez ni siquiera humanos y ella iba perdiendo el tiempo imaginándoselos.
—Siguiente —anunció alzando la voz. Un nuevo cliente apareció señalando el cartel a espaldas de Stella.
Lo atendió sin problemas, incluso le resultó sorprendente que el mismo tipo que tuvo el descaro de pedirle la pastelería aguardara pacientemente sonriendo a que ella culminara con su acto de distracción.
No fue hasta que abrió la caja registradora que se percató de la nueva compañía detrás del mostrador, y el cuchillo contra su abdomen.
Ya tenía en claro que iban a asaltarla. Por primera vez estaba siendo víctima de lo que su abuelo siempre le pidió se cuidara.
—Shh Shh —susurró pegando su cuerpo a la espalda de esa joven. Su respiración quemando en su mejilla —. El cliente está esperando por el cambio, Stella...
—¿C-cómo saben mi nombre? N-no, n-o —tartamudeó rezando para que su rostro no mostrara todo el pánico a sus clientes. Por la altura del mostrador solo podrían ver a ese tipo pegado a su espalda, casi tan igual a un abrazo.
—N-no, n-no —la imitó con gracia —. Vas a darle el cambio a ese tipo y vas a escuchar atentamente lo que tengo para decirte ¿eh? —disertó pasando su nariz por su cuello, inhalando el aroma a vainilla que emanaba de su piel. Stella mordió su labio conteniendo el llanto, el desespero por tener que fingir que no tenía un chuchillo a punto de introducirse a su piel.
—S-son veinte —exclamó hacia el pobre hombre que la miraba con curiosidad. Era la primera vez que la veía siendo abrazada mientras le cobraba los pasteles de crema. La juventud de ahora —. Gra...—El cuchillo se afirmó a su abdomen —. Gracias —tragó en seco.
Su respiración se atascó en cuanto los dedos que sostenían el cuchillo tantearon la textura de su camisa.
—El rojo no te sienta bien. Tienes el cabello ya de ese color. Lo apagas —comentó entre murmullos.
¿Qué carajos significaba aquello?
—Es solo...ropa.
—La ropa es la impresión que se llevan las personas de ti. ¿Sabes lo que me ha dicho esta camisa apenas te vi? —inquirió socarrón. Stella podía jurar que estaba sonriendo contra el hueco de su cuello.
—N-no.
—Que ni siquiera eliges qué ponerte. Tu armario es una caja de colores. Me sorprende que puedas manejar este lugar con tanta desorganización personal.
—Es mi pastelería —recalcó con carácter girando su rostro hacia él.
No podía dejarse ganar, aunque su vida dependiera de la presión que ese lunático ejerciera en su piel.
—Era. Ahora vas a cerrarla.
—Es mi negocio, mi único ingreso ¿Cómo quieres que lo cierre?
—¿Tratas de desafiarme?
Stella jadeó ante el ardor en su piel.
—Este local ha sido de mi familia durante años, tengo la documentación que lo verifica. Estás equivocado.
—Además me tratas de mentiroso. ¿Sabes? No es buena idea llamar de mentiroso a alguien que odia las mentiras.
—N-no quise...no. —Su labio temblaba, sus manos apenas pudieron moverse al mostrador y apretar el botón de pánico.
—Tres días —recalcó con vehemencia —. Si cuando regrese no tengo este lugar vacío te sacaré a la calle junto con toda esta cantidad de mercadería.
Tirando su cuerpo hacia adelante, Stella giró quedando de espaldas al público, pero teniéndolo a él en todo su esplendor frente a ella. Su boca se secó ante la forma en la que mecía su cabeza y sostenía aquel cuchillo como todo un profesional. Ni siquiera podría compararlo con el suyo, ese la abriría de lado a lado mientras que el otro apenas cortaba un trozo de pastel.
Su dedo tanteó el botón debajo del mostrador, apenas logró sentir la textura cuando ese sujeto ya la tenía aprisionada entre su cuerpo reteniendo su mano casi que quebrándola.
Estaban dando toda una escena para los clientes, nadie de ahí lograría ayudarla ni comprender que su vida estaba en riesgo.
—Por favor...—apretó sus ojos llorando y girando su rostro odiando esa cercanía que la invadía.
—¿Vas a llorar? ¿Vas a rogarme que no me quede con tu local? —murmuró alternando su mirada entre sus labios y el pulso en su cuello.
—Juro que es mío...por favor, no puedo cerrarlo...—jadeó ahogándose en aquel llanto o en la manera en que su espacio personal era invadido y tenía aquel inmenso cuerpo de celda.
Las lágrimas barrían por sus mejillas empapándolas. Su mirada cristalina intentó congeniar con aquella oscura, que sintiera un poco de misericordia, de sensibilidad.
Su cuerpo quedo tieso al sentir aquellos labios sobre sus mejillas, la punta de su lengua limpiar las lágrimas como si estuviese saboreándolas, disfrutándolas por muy morboso que sonara.
—Verte llorar es un privilegio, Stella —sonrió apretando su mano en su cintura —. Me fascina el sabor de tu lamento, y me importa muy poco lo que hagas para impedirlo. Tres días para que te largues por tu voluntad de este lugar, o te saco a rastras a la calle. No querrás que incendie este lugar ¿no? Puedo hacerlo ahora mismo. Todas estas personas —señaló alzando su mentón —, se quedarán contigo adentro. Me ahorra el trabajo burocrático y sobre todo el tirar abajo este recinto. Tanto color me hace doler la cabeza —chasqueó su lengua fascinado, sus pupilas se dilataban al verla llorar, su pecho subir y bajar entre jadeos de suplicios —. No, no. ¿Cómo vas a llorar por esto? —sostuvo su mentón.
—Suéltame —bramó alejándose, odiando la forma en la que la tocaba, la sensación de su lengua aun presente en su piel, la monstruosidad con la que se adueñaba de ese lugar sin que nadie pudiera detenerlo. Lo seguro que sonaba al decir que quemaría tantas personas.
Sobó su muñeca, allí donde aquellos dedos apretaron hasta dejarla roja.
—Estoy dándote una oportunidad. Te recomiendo que la aproveches —demandó severo.
—¿Cuál es la oportunidad si están queriendo sacarme de mi negocio?
—Por las buenas o por las malas. Tienes tres días para elegir cuál manera prefieres. Yo ya he elegido la mía —canturreó perverso, tomándose todo el tiempo de recorrer su cuerpo con su mirada lleno de descaro.
Se sintió casi tan igual como estar expuesta sin ropa alguna frente a un tipo que no paraba de morderse el labio y acariciar su barba deleitado.
Le provocaba asco, incluso una rabia inaudita, desconocida. Apretó sus manos en un puño. Su debilidad al principio no era más que el miedo y la energía oscura que emanaba ese sujeto.
—Yo también —anunció arqueando su ceja.
—¿Ah sí? —inquirió. Su voz sonaba más ronca —. ¿Y cuál ha sido tu elección? Ilumíname para que me importe —alzó su mano en extraños ademanes.
Stella tenía en claro que no era un hombre con el que jugar, el cuchillo en su abdomen fue claro, el estado de pánico de su cuerpo también, aun así, no iba a renunciar a lo suyo solo porque unos okupas la amenazaran. Seguramente tenía que ver con el lado norte de la ciudad. Las dos bandas criminales que no paraban de anunciar en la televisión.
Simples maleantes que se creían el poder que no carecían.
—Me has dado tres días. Espéralos, no vaya a ser que te mate la ansiedad —retrucó afirmándose al filo del mostrador. Podía oír su propia conciencia exigirle que se callara, pero se trataba de su vida entera, de sus días dedicados al negocio de su abuelo ¿Y ese tipo tenía el descaro de exigir algo que a ella le correspondía por ley?
Lo escuchó reír carente de gracia dejando a la luz su blanca dentadura, sus dedos acariciando aquellos labios.
¿Acaso era sangre seca en su mano?
—Me agrada la idea de las sorpresas. Yo también tengo una para ti. — ¿Cuál? Quiso decirle —. La guardamos para después ¿Qué te parece? Las decimos al mismo tiempo como dos niños de preescolar y vemos si resultan lo mismo. Fascinante —abrió sus ojos a tope y asintió con su cabeza.
Stella frunció el ceño ante la rareza con la que hablaba, la frialdad en cada gesto, el aburrimiento que derrochaba al oírla, como si se esperase cada respuesta, y sus manos...no dejaba de moverlas. A veces una sola abriendo sus dedos, o las dos como si lanzara un hechizo.
¿Qué?
Lea abrió la puerta de regreso al local deteniéndose de inmediato al ver alguien ajeno al personal de ese lado.
—Él es...—
—No recuerdo haberte pedido que me presentes —arremetió él con firmeza causando que Stella se alejara discretamente —. Tres días —espetó por última vez.
Solo cuando cruzó hacia el otro lado fue que esa joven pudo soltar una bocanada de aire retenida. Sus hombros cayeron con todo el peso de ese encuentro.
—¿Qué estaba haciendo aquí?
—No lo sé...no s—
—No creí que lo conocieras —opinó Lea dejando la bandeja de donas sobre el mostrador.
—¿Qué? ¿Tú si lo conoces? —se interesó acercándose.
—Es el dueño del nuevo casino de la ciudad. ¿Recuerdas aquel que fuimos por el cumpleaños de Steve? El que tiene un antro —parloteó observándola.
—Si, creo que lo recuerdo —confesó frunciendo el ceño —. Pero no a él, nunca lo vimos ¿o sí?
—No, no lo vimos, pero todo mundo sabe que está ahí cada noche controlando el negocio. Algunos dicen que tienen una puerta por la que entran otra clase de mercadería —susurró depositando la última dona en la vitrina.
—¿Drogas?
—Mujeres, drogas, armas. Todo lo contrario a lo que pase arriba. Como si fuese un infierno debajo del casino.
Stella llevó su mano a su boca mordisqueando sus uñas tratando de asimilar y poner toda esa nueva información sobre la amenaza que había recibido. Bastaba unir todo para saber que querían esa esquina para otro casino.
Por mas que perteneciera a su familia por décadas, si la tuviese que adquirir hoy mismo no le daría la vida para llenarse de prestamos y pagarlos. Era un privilegio el que su abuelo tuviera la idea años atrás de invertir cuando el precio era accesible. Además, ese tipo no era el primer interesado en aparecer por allí y ofrecer una suma de dinero o preguntar si la pastelería estaba en venta.
Pero negocios ilegales, eso era otra cosa.
—Este sujeto...el que estaba aquí —carraspeó nerviosa —. ¿Es de las bandas criminales de las que hablaba Steve, esas de la televisión?
—Probablemente. —Lea alzó sus hombros —. Esa gente no anda con rodeos. Si quieren algo lo consiguen a la manera que sea. No nos conviene ofrecerles nuestros servicios si eso vino a pedir. Una vez aceptas no hay marcha atrás —chasqueó su lengua con desdén.
—Claro, si...lo mismo le dije —mintió tamborileando sus dedos en la mesada —. Dices que está todas las noches en el casino.
—Aja. Al menos es lo que tengo entendido. Creo que el apartamento arriba del antro es suyo. No estoy segura, sabes que me gusta el chisme y los clientes te cuentan la vida de Dios y todo mundo —bromeó.
—Tienes razón —la acompañó entre risas —. Interesante —susurró al quedar a solas.
Era su pastelería o huir como una cobarde.
🔪🔪🔪
—No has tocado la comida ¿Tan incomodo está el ambiente?
—Lo suficiente para no querer sentarme donde ella está.
—No puedes evitarla, siempre que vengas a mi casa ella puede estar —comentó dejando los platos sobre la mesada.
—Lo tengo en claro. Es la quinta vez en dos semanas que llego y está aquí —arremetió entre dientes atento a los cubos de hielo en su vaso.
—¿Cómo va lo del casino?
—Hablas de negocios ahora, cuñada —alzó sus labios en una sonrisa, recargando su cuerpo en la pequeña isla de mármol. De fondo las voces de sus sobrinos y la de Emilio sonaba desde la sala, y claro...la suya.
—Quiero estar tranquila de que todo marche bien.
—Donovan —adivinó.
—Si...Amelia me ha contado lo preocupado que está por esas peleas que tienes —confesó secando los cubiertos.
—Comienzo a creer que en esta familia hay dos grupos.
—Nada de eso, solo nos mantenemos informadas entre nosotras —rechistó quitándole importancia, pero si León no la conociera, y no pasará cada vez que iba a comer a esa casa un rato a solas con ella, le creería semejante mentira.
—Puedes decirle a Amelia que todo va bien. No hay necesidad de que hablen de mi entre ustedes. Tienes una duda, me llamas —arremetió tras un nuevo sorbo que terminó quemando su garganta. De a poco juntaba el valor para salir de ese lugar e ignorarla por completo.
—No lo dije antes porque Emilio me lo prohibió —soltó de repente dejando su tarea de lado. Eleanor volteó encarándolo y apartando el flequillo de sus ojos
León meció el vaso en su mano.
—¿Qué has investigado ahora? Me interesa mucho esa faceta de espía que has sacado en esta familia —indicó alzando el vaso para ver a través de él.
—Pero no puedes decir nada —susurró acercándose, alternando su vista hacia la puerta por si Emilio aparecía. León carcajeó al verla tan sospechosa —. Es en serio.
Él alzó sus manos en el aire en señal de rendición.
—A ver, qué tienes para mi —silbó interesado. No podía negar que esa mujer siempre llevaba ventaja sobre sus hermanos. Sabía apañárselas para junto con Amelia, de un país a otro, saber dónde estaban cada uno de ellos, los negocios y sobre todo las conversaciones entre Donovan y Emilio.
—La prima de los Aksan q—
—Lo sabía —interrumpió chistando, la ira tensando sus brazos —. Que malditos hijos de puta. Lo sabía —maldijo refregando su rostro.
—Tu padre está preocupado q—
—Ese viejo que no me altere la paciencia —espetó apretando su mandíbula. Eleanor lo observó afligida —. Si piensa que tengo que seguir el camino de Donovan y Emilio se equivoca.
—Tienes el aviso de que no puedes hacer peleas clandestinas, Donovan va a meterse a los casinos y Emilio lo va a acompañar —detalló tratando de que entendiera, pero sobre todo que lograra cambiar su actitud antes de que su vida tomara el rumbo que él no quería.
León jadeó incrédulo comenzando a caminar por la cocina. Iban a enloquecerlo, a sacarle lo que merecía y sobre todo las nuevas responsabilidades que su hermano le había asignado.
—No sé por qué creí que cuando Donovan asumiera esto iba a cambiar. Es peor que mi padre, quiere meter sus narices en todo.
—Es el Pakhan.
—Pero la organización es de todos —recalcó contundente.
Eleanor se acercó antes de que su esposo sospechara de esa demora en la cocina.
—Debe haber algo que puedas hacer para no casarte con ella.
—No sé, no tengo cabeza para eso ahora —bufó molesto, refregando su rostro.
—En una semana vendrá Donovan para la reunión de presentación. ¿Seguro que no tienes nada?
No podía creer lo que oía, la cantidad de información que tenía su cuñada. Estaba desesperado, al borde de la locura.
—León. Piensa. ¿Seguro que no tienes nada? —insistió con firmeza tirando su largo cabello hacia atrás.
Trató de pensar con la misma rapidez con la que Eleanor le daba los datos.
—No lo sé —suspiró abatido —. En este momento estoy a punto de instalarme en la esquina de Santa Barbara, la de los túneles.
—¿Ya la tienes? —abrió su boca con sorpresa. Lo vio dudar —. Consíguela, por tu bien.
Él asintió estando de acuerdo.
—Si, sí. Mañana ya lo hago.
—Al menos así podrás ponerlos contentos por un tiempo —exhaló más tranquila, cruzada de brazos. Era como sacarse un peso de encima, y en esa semana apenas pudo tener un momento a solas para darle los detalles.
—Me gusta este puesto de espía.
—Cuando puede beneficiarte.
—Tu lugar en esta familia es sagrado. No por nada eres la primera mujer que aceptamos todo.
—Y lo que me ha costado —renegó sacudiendo su cabeza.
—Bueno, tampoco es qu—
—Elliot no quiere ir a dormir si no vas primero, milaya.
Claro que Emilio usaría la primera excusa que envolviera a sus hijos para cortar con esa conversación, o simplemente porque no ser el centro de atención de su esposa por más de diez minutos lo volvía loco.
—Yo me marcho. Hablamos luego —informó sin demorarse más.
Besó la mejilla de su cuñada, un rápido y sincero gracias en su oído y pasó al lado de su hermano aguantando las ganas de querer gritarle lo que ya sabía.
—Avísanos cuando llegues —la escuchó decir en ese tono maternal que la caracterizaba.
—Tiene casi treinta años, milaya —arremetió Emilio mirando por ultima vez a su hermano para darle la espalda y enfocarse en su esposa.
La sincera y enamorada risa de Eleanor no tardó en aparecer cuando él la acorraló en la mesada y murmuró vaya uno a saber qué.
Era momento de irse, así lo hiciera con una sensación incómoda en su pecho que no debía de existir. Siempre les desearía lo mejor, a pesar de todo, a pesar de que cada vez que los veía la aguja de la envidia lo asaltaba.
Pasó por la sala, se acercó a saludar a Elliot que jugaba con el teléfono de su madre.
—Titi, esto —señaló el aparato alzando su rostro hacia él.
—¿Qué es eso? ¿Un nuevo juego? —se agachó a su altura.
—Mhm —asintió pasando aquellos pequeños dedos por toda la pantalla.
León acarició su lacio y rubio cabello. Era el único que estaba despierto de los cinco. Emilio decía que esperaba a que sus hermanos se durmieran para estar con sus padres.
—León...
No.
No.
Pasó su lengua por sus dientes tragándose la rabia como vino haciéndolo por meses.
—Nos vemos luego, Elliot —se despidió incorporándose.
Ni siquiera volteó a mirarla. Directamente se dirigió a la puerta ignorándola.
—León, ¿Puedes detenerte un segundo?
—No sé quien te ha dado la confianza para hablarme, pero yo no he sido. Largo —dictaminó entre dientes, escupiendo cada palabra. Su motocicleta aguardaba a escasos metros que parecían kilómetros si la tenía pisándole los talones.
—Solo quiero que hablemos. Tratar de arreglar las cosas por el bien de Eleanor y su familia.
El descaro de esta mujer.
—No hay nada que arreglar, paso de ti que es diferente.
Ella se detuvo justo entre la motocicleta y él impidiéndole el paso, pero sobre todo poniendo aquel rostro al que tantas veces apreció a escasos centímetros.
—Te cuesta aceptarlo, lo entiendo, pero no vengas a mostrarte como la victima cuando nunca has tenido el coraje para decir lo que sientes.
La risa que salió de sus labios se sintió gélida, distante y Caroline lo supo al instante.
—Te haces muchas películas en esa cabecita que tienes, ¿eh? ¿Lo que siento de qué? ¿Quién te ha dado autoridad para hablar de lo que siento o no? —espetó de mala manera.
Caroline negó con su cabeza resignada.
—Nos debemos una conversación y lo sabes.
—Hablaré contigo cuando se me de la gana. Mientras tanto quiero que desaparezcas de mi vista. No existes para mi —afirmó macabro, como si la aborreciera. Y eso era lo que caracterizaba a ese hombre, la facilidad para enmascarar todas sus emociones con esa frialdad siniestra.
—León, por favor.
—¿No tienes un guardia que entretener? Ve —bramó pasando por su lado. No iba a quedarse ahí parado dándole importancia.
—Sabes porqué lo hice, pero no me permites explicarte todo lo que quiero decirte.
Abrazándose a si misma lo vio subirse y encender el motor. El casco entre sus manos del mismo color que la motocicleta, que su ropa, incluso que su propio corazón, creía ella.
—Lo has elegido, las explicaciones se las das a él. A mí ya no me interesan —demandó austero.
—Alek no quiere oírlas tampoco.
—Ooh, así que por eso estás insistiendo y avergonzándote a ti misma —rechistó silbando —. Tengo demasiadas cosas que solucionar, todas ellas me importan. ¿Tú? —chasqueó su lengua entre risas que parecían sacadas de una película de terror. Caroline mordió su labio conteniendo el llanto —. Has dejado de hacerlo cuando tomaste la decisión de irte con él. Ahora te has quedado sin ninguno y pretendes ver de dónde puedes beneficiarte.
—Nunca quise beneficiarme ni aprovecharme de ti, mucho menos lastimarte. Solo estoy pidiéndote que me escuches.
—A las únicas mujeres que escucho son las de mis hermanos y con eso tengo suficiente —disertó con seguridad —. Trata de cruzarte menos en mi camino. Estas personas son mi familia, tú no pintas nada entre nosotros —bramó escupiendo en el suelo dejando por entado que el rencor era cada vez mas latente, irreversible.
Aaah, aquí empieza León y su mundo. Sepan que todos los hermanos van a aparecer 🫣🥹🥹, y para quienes no sepan o no recuerden quien es Caroline es la mejor amiga de Eleanor, aparece siempre en el primer libro 🫣.
Aquí hay mucho que raspar, y aunque asuman lo que pudo pasar entre León y Caroline todavía no saben nada 🤣🤣🤣
Y Stella? 🥵🥵🥵 no saben lo que será ni lo que es 🫣🫣🫣🤭
Espero que les guste, arrancamos con todo y seguimos con los Markov 💕💕💕💕
Gracias por el apoyo ❤️
Nos vemos en el próximo.❤️
¡No se olviden de comentar y decirme qué les parece! ❤️
❤️Instagram: @justlivewithpau (Aquí subo todo lo relacionado con las historias -También adelanto escenas (y pistas) y anuncio qué día actualizo, así como los nombres de los libros y videos ⭐️✌🏻.)
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