Fin del primer capítulo
En ese tiempo Lucien poseía treinta años, bien medidos. Justos y contados como si fuesen millones en un banco y mejor. Sin lágrimas que los hicieran salados, y sin rencores que frieran sus cabellos tostados.
Bien esta que tener treinta años entonces era ser tan solo dos años distante de su edad actual. Pero no significaba menos.
Dado a la realidad de ser un simple inversionista. No llamaba la atención, ni tampoco el desagrado. Tenía tres amigos, y si el tuviera uno más o uno lo perdiera. Para él sería más que suficiente. Comía bien, se acostaba temprano. Llegaba puntual a los días de plaza y como era mucho su antojo y poca su melancolía. Visitaba diversas calles y olisqueaba de lejos las hierbas aromáticas y las florecillas sin valor que crecía por única merced de la llovizna.
Veía lejanas las bancas, se acercaba a una de ellas. Allí sentado, trifaba el pan. El día era calmo, pero mientras desmenuzaba migajas. Creando bolitas, con la punta de los dedos, algo le disgustaba. Una mujer estaba discretamente sentada al lado de él. Discreta, porque no hablaba, ni murmuraba para sí. Ni se arreglaba el cabello, pasándolo por detrás de la sonrosada oreja. Con sus manecitas blancas muy quietas y sus breves pestañas cargadas de indiferencia para con los demás. A Lucien le pareció grosera.
Entonces se preocupo, mirando hacia sí mismo. Encontrándose similar y con similar grosería que ella.
¿Qué hacia ella? ¿Porqué estaba allí? mirando, no encontró quién pudiese presentarlos, por lo que se resigno. Tenía varias dudas, y ella se retiraba. Luego ya no. Y Lucien sentía como un capricho inconcluso se ponderaba dentro. No quería hablar con ella, sino obtener como perla, como tesoro de flor, la persona. Se levanto para presentar en toda formula su capricho, y luego olvidarla. A punto de irse fue que se detuvo. La verdad pura, se le descubría. Provocándole alivio llevándole al temor. Debido a que en ese momento Melissa, sentada, le reemplazaba. Tal como si ocupase su lugar como si estuviera todavía allí Lucien, completo. Pero no estaba.
Había parte de él que quería seguir comiendo así. De pie junto a la banca. Él abandonando hacer su parte, dejo incumplido el capricho. Razón misma por la cuál Melissa se hayo libre de pensamiento.
-Que oportunidad tan desperdiciada- se lamento Lucien en sus 32 años, pues recordaba.
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