3. Los autobuses incorrectos de la vida
Anezka
No puedo olvidar el altercado que tuve con aquel chico, aún si han pasado un par de días desde entonces. Con tan solo recordarlo mis mejillas arden de furia. No puedo creer que haya personas tan maleducadas como para criticar a otros mientras discute con su novia.
Trato de alejar esos recuerdos de mi mente, pero no dejan de perseguirme. No puedo decir que fue un mal momento, pero tampoco fue uno bueno. La sensación agridulce que sentí en ese momento vuelve a mí, pero no permito que me afecte tanto como antes.
El sonido del semáforo indicando el paso peatonal me saca de mis pensamientos y al igual que todas las personas a mi alrededor, cruzo la calle.
Hoy es mi primer día en el taller de escritura y no pienso dejar que nada lo arruine.
Según la información que obtuve de Internet, para llegar a la escuela tengo que tomar un autobús verde a un par de cuadras de mi apartamento. Aún no conozco las calles de la ciudad ni el transporte que se utiliza, pero mi ansiedad se calma cuando veo que un autobús con las mismas características se aproxima a la parada en donde espero.
Entro al autobús, pago con la tarjeta que solicite antes de llegar aquí y me coloco en uno de los asientos junto a la ventana. Sé que es una situación completamente cotidiana, pero el simple hecho de haberla llevado a cabo con esa facilidad hace me sienta mucho mejor.
Veo los paisajes pasar por la ventana. El verde los árboles, las flores floreciendo bajo la cálida luz de sol, las personas yendo de un lado a otro, viviendo sus vidas. Es increíble ver como algo tan sencillo puede ser tan bello.
Una sonrisa se instala en mi rostro el resto del viaje, y cuando llego a mi destino me bajo del autobús y corro hacia la universidad, pero me detengo rápidamente al notar que tiene un nombre diferente al que aparece en los documentos de inscripción. Reviso la ubicación en mi teléfono, y el gps me indica que estoy mucho más lejos de lo que debería. ¿Acaso tomé el autobús equivocado?
—Señora, disculpe —le pregunto a la que parece ser una profesora que se dispone a entrar a la universidad—. ¿Sabe donde...?
—No español —me responde en inglés.
Hable por instinto y olvide usar el idioma correcto, pero la profesora se va antes de que pueda corregirme y preguntarle de nuevo.
Busco a alguien cerca y termino por acercarme a un grupo de chicos sentados afuera del campus, esperando uno de los autobuses.
—Disculpen —pregunto, esta vez en inglés, mientras les enseño la ubicación con el teléfono—. ¿Saben como llegar a esta universidad?
Una de las chicas resopla y dice algo de manera despectiva que no logro distinguir. Habla demasiado rápido y siento que junta las palabras cada vez que las pronuncia, por lo que a pesar de estar hablando inglés, me es difícil entenderla. Ella sigue hablando mucho más rápido de lo que mi cerebro puede traducir, y tras un fuerte suspiro, se aleja con sus compañeros en cuanto su autobús llega.
El nerviosismo comienza a apoderarse de mí, y las voces de mi familia y amigos diciéndome que estaba cometiendo un error al irme resuenan dentro de mi cabeza, hasta el punto que parece que están justo frente a mí. Puedo ver sus rostros decepcionados y la mirada de desaprobación cruzando sus expresiones.
Trato de despejarlos, porque no puedo permitir que un ligero tropiezo termine por derrumbarme. Doy unos pasos hacia atrás y en algún punto termino chocando con alguien. Volteo para disculparme y me encuentro con una señora mayor observándome con curiosidad.
—Oh, ten cuidado —exclama con una ligera sonrisa—. ¿Hablas inglés?
—Si... —respondo en su idioma—. ¿De casualidad sabe como llegar a este lugar? —pregunto, enseñándole el teléfono con la dirección.
—Parece que llegaste al lugar equivocado —dice, con un tono de voz suave—. No te preocupes, suele pasar. Además, los nombre de ambas escuelas se parecen mucho. —Eso es cierto, y es aún más difícil distinguirlas cuando la pronunciación es igual de complicada—. No sé que autobús pueda llevarte hasta allá —dice, tratando de hacer memoria—. No son rutas que frecuente. Pero puedes caminar todo derecho por esta calle y al cruzar el boulevard das vuelta a la derecha. Caminas unos metros más y llegaras a tu destino.
Las instrucciones son fáciles de seguir, y una sonrisa se forma en mis labios casi por reflejo.
—Muchas gracias.
—No es nada, niña —dice, restándole importancia—. Está algo lejos, así que puedes pedirle a un taxi que te lleve.
—Estoy bien, me las arreglaré sola —digo. En este momento un taxi es un lujo qué no puedo permitirme—. Gracias de nuevo.
Me despido de ella y me dirijo rápidamente por la dirección que indicó. Ya voy tarde a clase, por lo que me apresuro lo más rápido que puedo para tratar de llegar. Aunque estuve a punto de pasar por un momento de crisis, me alegra haber encontrado a alguien dispuesta a ayudarme, y aunque ella no lo sepa, fue suficiente para calmar mis temores.
No importa cuanto corra, la escuela está demasiado lejos, por lo que cuando llego al aula todos los estudiantes están recogiendo sus cosas para retirarse. Me escabullo entre las personas que intentan salir y me las arreglo para acercarme al escritorio de la profesora.
Ella es demasiado alta, aún comparado con mis 1.70 m. Tiene un largo cabello oscuro sujeto en una coleta y unos ojos cafés ocultos bajo unos lentes de marco grueso color vino, y que me devuelven la mirada en cuanto entro en su campo de visión.
—Usted debe ser la profesora Cristal —digo, tratando de recordar su nombre impreso en el horario del taller—. Mi nombre es Anezka, soy...
—Cristel —corrige, mientras acomoda un grupo de hojas de su escritorio—. Tu eres la estudiante de intercambio, ¿no es así?
—Si, lamento llegar tarde —me disculpo—. Aún no conozco bien la ciudad y me terminé perdiendo.
—Señorita Anezka —dice, volviendo su atención a mí—, comprendo que viene a visitarnos desde muy lejos, pero esa no es excusa para que llegue hasta el final de la clase. La responsabilidad es un valor que creí que tenía, o de otra forma, no hubiera sido aceptada en esta institución.
—Lo sé, lo siento, no volverá a pasar —digo, y no puedo evitar bajar la mirada ante su tono de voz autoritario.
Ella suelta un suspiro, rebusca entre sus cosas hasta encontrar un hoja en blanco y empieza a anotar nombres y números como si se los supiera de memoria. No dice nada más hasta que termina de escribir y me da sus anotaciones.
—Es común que este tipo de sucesos pase con los extranjeros —explica—. Lo que le acabo de dar es la lista de algunos estudiantes que se ofrecen a ser tutores. Consiga uno, y trate de no llegar tarde la próxima vez.
Asiento rápidamente y salgo del aula después de darle las gracias. Si consigo un tutor puedo aprender a moverme mejor por la ciudad, a no equivocarme de nuevo de autobús y a encajar mejor en su cultura. No importa como lo vea, es una buena oportunidad, así que no dudo en llamar a la primera persona de la lista en cuanto encuentro un lugar en donde sentarme.
Me arrepiento al instante.
Vuelvo a llamar al siguente, y al siguiente, y al siguiente, y en menos de 15 minutos termino por agotar todos los nombres de la lista.
No es que sean malas opciones. De hecho todos fueron muy amables y se ofrecieron a ayudarme con gusto. Desde la chica de último grado hasta el chico de intercambio que lleva una temporada aquí. Pero el problema, el único y más grande de hecho, es que todo en esta vida tiene un precio, y el precio de un tutor resulta ser mucho más alto de lo que pensaba.
Definitivamente no es algo que pueda permitirme pagar. Por un momento pensé que al ser estudiantes sus tarifas se encontrarían a un precio accesible, pero no fue así. Quizá sea porque aquí la moneda tiene más valor, o porque los sueldos son más altos al igual que los precios, o simplemente puede que estén acostumbrados a ofrecer sus servicios a niños ricos que deciden irse al extranjero en busca de una nueva vida, y no de una oportunidad de subsistir como yo.
No gano nada en darle más vueltas al asunto ni buscar razones de su rechazo, porque sé mejor que nadie que cualquier persona puede desplazarte de su vida solo porque no cumples con sus expectativas. Aún si son personas a las que creías amar. Después de todo, me paso lo mismo con Dan, mi ex novio.
Me levanto de la banca y me dirijo hacia la calle, pidiendo con todo mi ser no equivocarme de nuevo de autobús para ir a mi trabajo. En todo el camino no puedo alejar mis pensamientos de él. Ahora que lo pienso, nuestra relación fue muy tóxica desde un inicio. Podíamos durar horas hablando un día, y al siguiente podría no saber nada de su existencia. Solo me hablaba cuando se acordaba de que tenía una novia y nunca mostró ningún detalle lindo hacia mí. Aún así, mis padres lo amaban. ¿Cómo no hacerlo? Para ellos Dan era tan buen chico que ignoraban toda señal que demostrara que en realidad no era tan buena persona como aparentaba. Es cierto que tiene un buen trabajo en un despacho de abogados y que según papá, tiene una buena preferencia en cuanto a equipos deportivos se refiere. Pero también es cierto que solía tratarme como a una muñeca que podía manejar a su gusto, y que se enfadaba cada vez que me negaba a hacer algo por él.
No era de extrañar que explotara cuando le conté mi decisión de irme.
—¡Te vas a arrepentir de esto! —gritó, y su voz se escuchó fuertemente por toda la sala, opacando el sonido de la televisión reproduciendo uno de sus partidos de fútbol—. ¡Solo haces esto para abandonarme!
—¡Aquí ya no hay más oportunidades para mí! —defendí—. No puedo conseguir trabajo en ningún sitio, porque resulta que me falta experiencia para algunos, pero estoy muy sobrecalificada para otros.
—¡Yo puedo mantenernos muy bien a los dos!
Y eso también era cierto. Pero ese ofrecimiento no lo hacía por amor, sino porque sabía que mantenerme bajo su sombra solo incrementaría más su poder hacia mí.
—Y yo jamás podría siquiera pensar en depender de ti para siempre.
Eso fue lo último que le dije antes de salir de casa. Al día siguiente regresé cuando él aún estaba en el trabajo y de mis cosas me llevé solo lo que era capaz de cargar, ya que mi vuelo salía pronto. Le mandé mensajes para avisarle que estaba a punto de subirme a ese avión, y ni siquiera yo entiendo la razón, pero una parte de mí esperaba que apareciera en el aeropuerto. En cambio, la única respuesta que recibí de él fue el leído de los mensajes.
Mis padres me dieron completamente la espalda, diciendo que estaba cometiendo un gran error al dejar a Dan, y que no me atreviera a regresar si esta tontería del intercambio no funcionaba.
—Entonces tal vez deberían adoptar a Dan como su preciado hijo —dije antes de colgar.
Ya no tengo nada que perder, ni tampoco un lugar al cual regresar. Por eso necesito desesperadamente que esto funcione. Necesito demostrarme que no cometí un error y que yo también tengo derecho a ser feliz. Pero como si el universo estuviera empeñado en llevarme la contraria, termino equivocándome de autobús, otra vez.
Al final llego el trabajo mucho después de la hora acordada y no sin antes dar una gran caminata a lo largo de la ciudad.
La casa a la que llego es grande, de dos pisos, con una fachada pintada de color beige y unas grandes puertas de madera oscura. No se necesita demasiada inteligencia para darse cuenta que es el hogar de una familia muy bien acomodada.
Cuando la puerta se abre me recibe una pequeña niña de cabello marrón peinado en dos coletas desiguales, y vestida con un overol que la hace ver muy adorable. Me agacho para estar a su altura, y ver con mayor claridad sus ojos negros.
—Hola, me llamo Anezka —me presento con una sonrisa, tratando de hacer que mi inglés fluya bien —. ¿De casualidad están tus padres en casa?
La niña esboza una pequeña sonrisa y se adentra en su casa, dejando la puerta entreabierta. Si el exterior de la casa era bueno, el interior lo es aún más, y eso que no he entrado por completo. El piso parece ser completamente de mármol y las paredes están pintadas de un tono blanquecino con detalles en azul marino. Los pocos muebles que alcanzo a ver parecen finos, aún en la distancia. Hay un espejo justo en la pared frente a mí, es grande y tienen un marco dorado brillante. Puedo ver mi reflejo ahí. Con mi vestimenta y mi rostro lleno de ojeras debido a que aún no me he acostumbrado al cambio de horario, no parezco encajar para nada en este mundo.
Unos tacones resuenan por el piso bien pulido, y frente a la puerta no tarda en aparecer una señora de largo y ondulado cabello marrón con finos rayos rubios. Vea como la vea, la niña parece una pequeña copia de ella.
—Hola, mi nombre es Anezka, soy la niñera —digo, ofreciéndole la mano para presentarme.
—Claro, yo soy Joana —dice, tomando mi mano—. Pero, ¿no sé supone que deberías de haber llegado hace poco más de una hora?
—Lo sé, y me disculpo por eso. Acabo de llegar hace poco y aún sigo tratando de adaptarme, por lo que tuve algunos problemas en llegar.
—Entiendo —dice, haciéndome una señal para que entre, y cuando lo hago ella cierra la puerta—. Seguramente ya conociste a Charlotte, es mi hija.
—Si, lo hice. Es una niña encantadora —digo, y aunque no la escuche decir nada, su pequeña sonrisa fue suficiente para ablandar mi corazón.
Siempre me han gustado los niños, al menos cuando son pequeños, porque cuando llegan a la adolescencia pueden ser un verdadero tormento. Y puedo decir que tengo experiencia en ese aspecto, ya que después de todo fui yo quien se encargo de cuidar a mis tres hermanos menores.
—Necesito que cuides de ella algunos días de la semana —explica Joana—. Ella es algo reservada. De hecho desde la muerte de su padre no ha vuelto a decir nada.
—Lamento oír eso —me disculpo con sinceridad. No sé lo que le ocurrió a su esposo, pero debe ser muy difícil para su pequeña hija poder lidiar con todo eso.
—Es por eso que necesito tu ayuda —aclara, asegurándose de que su hija no esté cerca para escuchar nuestra conversación—. Necesito que actúes como una amiga para ella, alguien en quien pueda confiar.
—Puede contar conmigo.
—Eso espero —dice—. Te daría un gran bono extra si logras hacer que hable otra vez —bromea, pero puedo sentir el pesar en su voz—. Aunque supongo que no debo hacerme muchas esperanzas, después de todo ni los mejores expertos han logrado ayudarla.
—Haré todo lo que pueda —aseguro tratando de sonar firme.
—Bien —asiente—. Por cierto, ¿has pensado en contratar a un tutor para que te ayude a instalarte? —pregunta, cambiando de tema. Seguramente ha contratado a varias niñas antes por medio del programa, por lo que debe ser algo normal para ella.
—Estoy viendo opciones —contesto, aunque en el fondo sé que ya he descartado todas por falta de dinero.
Como si leyera mi mente, Joana se acerca a una pequeña mesa situada frente al espejo, toma su bolso y de ella saca unos cuantos billetes.
—No es mucho —admite, ofreciéndome el dinero—. Pero puedes tomarlo como un adelanto. Solo asegúrate de no llegar tarde la próxima vez.
Mi orgullo no me permite aceptar el dinero, pero por otro lado necesito una forma de mantenerme a flote hasta que logre establecerme aquí, así que con un poco de duda, lo acepto.
—Muchas gracias. No la defraudaré.
—Me alegra oír eso —dice, acompañándome a la puerta—. Ya es tarde, asi que por hoy ve a casa, y la próxima semana empezaremos con el trabajo.
—Desde luego, muchas gracias de nuevo.
—No es nada —dice, esbozando una leve sonrisa—. Cuídate y bienvenida.
Le agradezco de nuevo antes de que cierre la puerta. No me atreví a contar el dinero frente a ella, pero una vez que estoy lo suficientemente lejos de su casa lo hago, y el dinero cubre exactamente la cifra del tutor más barato que encontré. Sin embargo no puedo evitar pensar que podría utilizar ese dinero para algo más útil, como pagar por adelantado la renta o comprar algo de comida para la semana.
Mi mente se abruma por completo. Hoy ha sido un día pesado, y no he hecho más que dar vueltas y vueltas de un lado a otro, sintiendo que no estoy llegando a ninguna parte. Me las arreglo para regresar al departamento, aunque vuelvo a equivocarme de transporte y termino caminando un buen tramo.
Cuando entro al edificio saludo a Candace, quien esta sentada en la recepción leyendo una revista con los audífonos puestos. La música suena fuertemente incluso fuera de ellos, así que asumo que no me ha escuchado, ya que no recibo ninguna respuesta de ella.
Me dirijo a mi departamento y me dejo caer en la cama una vez que llego. El cansancio me esta consumiendo y no puedo creer que apenas sean las 6 de la tarde, aún cuando siento que ha pasado una eternidad desde que me desperté esta mañana.
Veo a mi alrededor, visualizando cada parte de mi nuevo hogar. Es algo viejo y necesita varias mejoras, como un toque de pintura nueva y una remodelación de cuadros, pero eso es algo en lo que pensaré después. Mi vista se enfoca en el folleto de Renta de novios falsos, y en ese momento una idea llega a mi mente.
Me levanto y tomo el anuncio en mis manos. Busco en el teléfono las tarifas y me sorprende ver que es mucho más económico rentar un novio falso que contratar a un tutor escolar. El objetivo es buscar a alguien que me enseñe a como moverme por la ciudad, como interactuar con los demás y darme a entender mejor, y no hay mucha diferencia entre sí lo hace un estudiante o una persona común y corriente. Incluso en otra situación sería capaz de pedirle ayuda a la misma Candace, pero presiento que aún no le caigo tan bien como para pedirle algo así.
Pero viéndolo desde otra perspectiva, ¿si alguien es capaz de fingir que te ama, no sería capaz también de enseñarme la ciudad como si de un guía de turistas se tratara? Pensándolo bien sería mucho más sencillo para la persona contratada, y apuesto que mucho menos incómodo. No puedo ni siquiera imaginar como alguien es capaz de fingir cariño por un completo desconocido, y que logren hacerlo convincente me parece la habilidad de un gran actor.
Todavía queda tiempo para que llegue la noche, así que aunque estoy increíblemente cansada vuelvo a tomar mi bolsa y salgo del departamento para dirigirme a la ubicación del folleto, esperando esta vez tomar el autobús correcto.
Hago una nota mental para anotarla después en mi libreta de ideas.
Primera aventura en el extranjero: rentar a un falso novio extranjero.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro