Capítulo 20 - Sangre llama sangre
Row quedó inmóvil, en shock. Sus ojos viajaban de Wendigo a Nalzheehí y de regreso. La bestia astada gruñía con sospecha mientras el hombre se mantenía de rodillas, suplicándole que se detuviera.
—Por fin estaremos satisfechos y el vínculo se romperá —dijo Naz con voz temblorosa—. No hace falta que nadie más muera.
Wendigo bufó y soltó la pierna de Row. Tuvo que tensar al máximo la mandíbula para no gritar después de que las garras salieran de las heridas.
—Golden... Gate —dijo el monstruo. Naz asintió mientras se ponía de pie, logró ver la mirada de desprecio proveniente de Row.
—No quise que terminara así.
—¿¡Y cómo querías que terminara!? —gritó ella con furia—. ¡Son tus sobrinos! ¡Bastardo!
—No entiendes lo que sucede —contestó Naz en camino hacia Wendigo.
El monstruo se irguió en sus patas traseras. Row escuchó huesos rompiéndose, costillas en movimiento. La caja torácica de Wendigo se abrió por la mitad, las costillas se separaban como patas de araña y su carne se rasgaba por voluntad propia. Su cuello, brazos y piernas se abrían como la boca de una criatura que solo se veía en pesadillas.
Row lo vio con claridad. No había nada dentro de la criatura. Era un cascaron incompleto, una parte del todo.
Naz se deshizo de las pieles que lo vestían, le dio la espalda a Wendigo y comenzó a retroceder. En el momento que se acercó lo suficiente, la carne y piel del monstruo lo aceptó, cubriéndolo como si esa fuera su verdadera piel. Poco a poco se cerró, y a medida que lo hacía, la musculatura del monstruo crecía. Abandonaba su apariencia famélica, sus astas, al igual que sus garras, perdían las partes podridas y eran sustituidas por nuevas, más fuertes, sin embargo, su olor no desaparecía.
Cuando ambos se volvieron uno, Wendigo soltó un rugido que hizo temblar el lugar. Volvió a dirigir su vista a Rowina. Ella intentó levantarse, pero el dolor en su pierna apenas la dejaba pensar, de inmediato llevó la mano a su oído.
—¡Kai! —fue lo único que logró gritar cuando Wendigo la azotó con el dorso de su garra, haciéndola rodar en el suelo y que perdiera su comunicador en el proceso.
Aún aturdida, intentó arrastrarse para escapar de aquel monstruo. Se negaba a dejarse devorar por esa cosa. Sintió como la sujetaba de su cabellera y era levantada del suelo, Naz la llevó al nivel de su cráneo.
—Tranquila, no morirás —prometió. Esa vez no arrastraba las palabras ni sonaba como si le costara decirlas, pero aún se escuchaba el siniestro tono demoniaco—. Si te hace sentir mejor, haré que sufran lo menos posible... —comentó antes de soltarla.
—¿Por qué? —preguntó ella al recuperar el aliento,
—¿En serio quieres saber? —Row podía sentir la respiración de Wendigo en su espalda, como un depredador que mantenía a su presa sometida—. La historia que le conté a Nakai... sigue siendo la misma —afirmó al voltear a Row con facilidad, obligándola a verlo directo a sus cuencas—. Sin embargo... El Wendigo no llegó de la nada... —dijo mientras el cráneo se acercaba a su oído—. Yo lo invoqué.
Row no podía dejar de temblar ante esas palabras. Él mismo se había convertido en el monstruo que asesinó a su familia.
—Nací sin nada... sin poderes... una vergüenza para nuestro clan —soltó mientras los gruñidos del Wendigo se hacían más fuertes—. No importaba cuánto lo intentara, yo no era suficiente para los Wanikiy. Mis propios padres me veían con decepción y pena, hasta que encontré la respuesta, magia más antigua que la humanidad, una promesa de poder que nunca podías imaginar. Pero para recibir debes dar —aclaró—. Poder requiere poder... un sacrificio.
—Por Dios...
—Sacrifiqué lo que más quería en este podrido mundo. Me dio el poder de consumir vida, devorar fuerza —confesó mientras se erguía en dos patas—. ¡Este es el poder del Wendigo! —exclamó, imponente en su postura—. ¡Un poder maldito que te lleva a la hambruna, el deseo primitivo de consumir poder y jamás detenerse! —En eso comenzó a golpear el suelo con sus garras, como si sufriera, Row se arrastró lejos de él.
—¡Un poder que te lleva a asesinar a los tuyos y perseguirlos solo para devorar su esencia! ¡Solo así acabará! —Wendigo escupía profecía tras otra, agitaba la cabeza de agonía. Row lo veía sufrir por cuenta propia, hasta que de repente se detuvo, observaba el suelo—. Solo acabará cuando su fuerza sea la mía...
—¿Row? —preguntó Nakai, intentaba comunicarse con ella.
Él y Dakota habían subido en Forajida después de presenciar el arresto de Liaying Lau y los demás Leones Blancos. Se dirigían a Golden Gate en un intento de alcanzar los camiones con las armas restantes. No podían permitirles abandonar la ciudad.
—Eso fue extraño —dijo Dakota—. Tengo un mal presentimiento.
—Yo también, aunque confío en que puede cuidarse sola. Por ahora debemos detener esos camiones —aseguró Nakai, con duda en sus propias palabras.
—¿Cómo planeas detener un vehículo en movimiento? —preguntó su hermana.
—Yo no, tú lo harás.
—¿¡Qué!?
—Aunque pueda alcanzarlos, no puedo ponerme en medio del camino y dejarlos arrollarme. No podemos tomar el riesgo de hacerle demasiado daño y que el camión explote destruyendo el maldito puente Golden Gate. Tendrás que salir y hacer que frenen —explicó Nakai.
—Creo que nos estamos saltando un par de pasos en este curso de superhéroe... —dijo ella con pánico en su rostro—. Nakai, no sabemos cuántos son ni cuántos matones haya en ellos. ¿Quieres que salte de camión en camión?
—¿Tienes una mejor idea que no cause más daño colateral? —preguntó con sarcasmo. Dakota guardó silencio—. Yo confío en ti. Viste lo que hiciste allá atrás contra esos criminales, comienza a confiar en ti misma.
—Espero que esta cuestión de hermano mayor no se te suba a la cabeza después de diez años —reclamó ella.
—Si eso sucediera, ¿crees que te dejaría saltar a un vehículo en movimiento lleno de armas de destrucción masiva?
—Touché.
La noche cayó sobre San Francisco. A la distancia podían ver las luces que iluminaban el icónico puente de la ciudad. Estaban cerca de la entrada a la autopista y Renegado no se tomaba las molestias de ser un conductor precavido, el motor de Forajida rugía en cada tramo que recorría.
—¡Los veo! —exclamó Dakota señalando al inicio del puente. Para Nakai era difícil detallarlos, pero sí pudo reconocer un par de camiones de carga incorporándose al Golden Gate.
—Justo a tiempo. —Maniobró para adelantarse a los otros autos, la cantidad de personas que estaban en el área era preocupante. Nakai no pudo evitar sentirse nervioso ante tantos inocentes, pero a partir de ahí quedaba en manos de Dakota—. Muy bien, es tu turno —dijo hacia su hermana.
Dakota tragó saliva mientras veía cómo se acercaban a los camiones a gran velocidad. Aún con duda en su mente, asintió y bajó la ventanilla. Se sujetó del techo de Forajida y con sus garras se aferró a ella.
—No dañes la pintura.
—¡No estás ayudando! —gritó ella, ya con el torso fuera del vehículo. Podía ver las demás personas alrededor reaccionando a una chica en el techo del auto, muchos reconocieron a Renegado y frenaron de golpe—. Un paso a la vez —habló sola, en su lucha contra la resistencia del viento y las cegadoras luces de todos los autos que iban y venían.
Aferraba sus garras cada vez más, pensando con cuidado sus movimientos. Logró ponerse boca abajo con el abdomen pegado al auto.
—¡Prepárate! —escuchó a Renegado, cerca de rozar al parachoques del primer camión.
Dakota respiró varias veces. Se preparaba antes de impulsarse con brazos y piernas hacia adelante, para su sorpresa, con suficiente fuerza como para saltar más alto que el camión. Al darse cuenta no pudo evitar sentir un miedo paralizador que la obligó a cerrar los ojos, solo para, un segundo después, sentir cómo aterrizó en una superficie metálica, cual gato había caído de pie.
—Increíble... —susurró, pero la fascinación fue puesta a un lado. Tenía una misión. Clavó sus garrar y avanzó al asiento del conductor. Con sumo cuidado se sujetó del borde del camión, estuvo a punto de destrozar la ventanilla, cuando se dio cuenta que no había nadie tras el volante. Confundida, volteó a ver a Forajida, la cual se mantenía cerca. Dakota alcanzó el comunicador en su oído—: ¡No tiene conductor!
—Debe ser piloto automático, intenta desactivarlo y detenerlo.
Dakota asintió. Con su codo, rompió el vidrio para después deslizarse dentro del enorme vehículo. A simple vista parecía un camión normal, decidió irse por lo más sencillo. Sujetó el freno de mano y tiró de él con fuerza. Las múltiples ruedas comenzaron a rechinar con potencia mientras los neumáticos dejaban una estela negra en el asfalto. El tráiler se deslizaba en un tambaleante movimiento de un lado a otro.
—Mierda. —Nakai empujó el vehículo con Forajida, intentando alinearlo, pero el peso del monstruoso camión era demasiado para el charger.
Dakota volvió a salir por la ventana. El camión comenzaba a desacelerar mientras el faltante pasaba a su lado a varios metros. Sabía que debía saltar en ese instante o sería demasiado tarde, debía confiar en si misma o no sería capaz de lograrlo.
—Aquí vamos... —susurró al tomar impulso para saltar con todas sus fuerzas.
En su elevación sobre Forajida para alcanzar el último vehículo, por un segundo sintió que todo el mundo se desaceleraba. Casi perdió el objetivo, pero logró golpear su abdomen con el borde del tráiler y sus garras rasgaron claras líneas en el techo, logrando aferrarse en el último minuto.
Se reincorporó con dificultad, recuperando el aliento perdido por el golpe. De nuevo tuvo que arrastrarse hasta la cabina del conductor y romper el parabrisas. Entró en un certero movimiento.
—Una última —susurró mientras tiraba con fuerza del freno de mano.
De nuevo los neumáticos rechinaron con fuerza, pero de inmediato Dakota escuchó una fuerte explosión a la vez que el camión se ladeaba a la izquierda. Su cabeza se goleó con la puerta del conductor.
Nakai maldijo entre dientes. El neumático delantero izquierdo del camión recién explotado se le obstaculizaba en frente y ahora el gigantesco vehículo comenzaba a patinar en la autopista. Varias personas ya comenzaban a hacerse a un lado para permitirle el paso. Nakai aceleró, acercándose a la puerta del copiloto. Esperaba que Dakota estuviera lista para saltar.
—¡Salta! —gritó Nakai por el comunicador.
Dakota volvía en sí misma al sentir un calor recorrer la mitad de su rostro. Se lo palpó para luego ver con pánico sus dedos pintados de rojo. Había roto el cristal de la ventanilla con su cabeza, pero eso tomó un segundo plano al observar que el camión se acercaba sin control a la defensa central del puente. En alerta, escuchó la bocina de Forajida al otro lado del asiento del copiloto, clavó sus garras en el techo para impulsarse.
Nakai comenzaba a preocuparse, hasta de pronto la ventanilla explotó en miles de cristales. Dakota había saltado a través de ella y ahora se encontraba en el aire. Renegado giró con fuerza el volante, Forajida derrapaba en la misma dirección que Dakota, quien tenía sus garras listas para aferrarse al capó del charger. Aterrizó con fuerza en Forajida mientras seguía rechinando, hasta que la defensa lateral del puente la detuvo violentamente. Las bolsas de aire se activaron y por un segundo todo se detuvo.
Renegado luchó unos segundos para desinflar las bolsas de aire y salió del auto. No pudo evitar sentir un fuerte mareo al pararse erguido, obligándose a no vomitar dentro del casco. El primer camión se había detenido ya a mucha distancia detrás de ellos, mientras el segundo se había volteado y yacía en el suelo a pocos metros. Fue la imagen del cuerpo de su hermana inmóvil en el capó del auto la que lo distrajo de cualquier otra cosa.
—Dakota... —fue lo único que dijo al acercarse a ella. Con cuidado la volteó boca arriba, pudo ver la sangre que provenía de su cabeza. Su propia respiración se alteró a tal punto que apenas podía mantenerse consciente. No podía escuchar la respiración de ella por encima de la suya. Le sujetó la mano, su pulso era débil—. No, no, por favor —suplicó, apretándola con fuerza.
—Lo que toma vida también puede darla...
Nakai sintió escalofríos al escucharlo. Una voz distante, pero clara. Recordó lo que su madre le dijo esa vez en los muelles antes, los poderes de su clan podían quitar, pero también podían dar. Removió sus guantes y los de Dakota aún con esperanza de que tuviera lo suficiente en su sangre.
—Por favor, hermanita... —susurró, sujetando su mano. Se concentraba tanto como podía, enfocado en la sensación que lo invadía cada vez que cada impacto lo hacía más fuerte, ese hormigueo que recorría su cuerpo haciéndolo sentir invencible. No importaba si en ese momento se sentía completamente opuesto—. ¡Funciona por favor! —suplicó.
—No es cuestión de fuerza, Kai... —escuchó a su lado. Podía ver aquella niebla que traían los espíritus consigo. Aunque la noche había caído, la distinguió con claridad, el rostro de su madre portaba una sonrisa cariñosa—. Es todo lo contrario —dijo, serena.
—¿Mamá? —fue lo único que logró decir Nakai, aunque ella no estuviera ahí físicamente, sentía su presencia, su calidez.
—Sé que cuando obtienes fuerza de alguien más, te hace sentir poderoso. —Tayen posó sus manos sobre el rostro de su hijo—. Pero cuando la das, te sientes vulnerable, aterrado, insuficiente —explicó—. Tú eres más fuerte de lo que crees, Nakai, puedes dejar a otros entrar a tu vida.
—Yo...
—Ya no estás solo —lo interrumpió—. Jamás lo volverás a estar —dijo en un tono maternal que creía haber olvidado hace ya demasiados años.
En ese instante, un hormigueo invadió su brazo, las venas de su mano comenzaron a emitir una ligera luz naranja que viajaba desde su hombro hasta la punta de sus dedos, donde entonces las manos de Dakota comenzaron a hacer lo mismo. El brillo le viajó por todo el cuerpo, la fuerza de su hermano corría por sus venas como una llamarada que devolvía la luz.
Dakota despertó de golpe, tomando una bocanada de aire mientras se sentaba a recuperar el aliento.
—Tranquila —repetía Nakai sin soltar su mano.
—¿¡Qué paso!? ¡El camión!
—Los detuviste, lo hiciste genial.
—¿Qué fue...? —preguntó mientras veía su mano. Incluso Dakota podía sentirlo. No solo se sentía bien, se sentía increíble. Su corazón latía a mil revoluciones, dándole la capacidad de correr por días sin detenerse—. ¿Qué fue lo que hiciste? ¿Estás llorando?
—Aún no estoy muy seguro... y no, pero fue gracias a ella —contestó Nakai con una sonrisa.
A su lado, Dakota podía ver a la mujer de cabellera lacia azabache y piel tostada. Sonreía mientras la veía. No podía explicar la sensación de calma que le transmitía, pero, por alguna razón, sabía quién era. Lo sentía.
—¿Mamá? —preguntó con voz temblorosa. Tayen asintió con felicidad.
—Mi niña... —Aún después de la muerte podía sentir una incomprensible cantidad de amor por sus hijos. Verlos en ese momento la llenó de un orgullo inmensurable.
—Te dije que de una u otra forma la conocerías —le recordó su hermano con una leve pero honesta sonrisa.
Las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de Dakota, escurriendo la pintura de guerra, pero no le importaba.
—No saben lo feliz que esto me hace... pero vinimos a advertirles —aclaró ella, Nakai, por un segundo, no entendió.
—¿El Wendigo? —preguntaron los hermanos al mismo tiempo.
—Sí, Kai... —escuchó una segunda voz detrás de él, Ajeiwa. Aunque se mostraba contenta de ver a sus nietos, poseía un aura seria.
—¡Sání! —exclamó Dakota con alegría.
—Hola, querida mía... has crecido tanto...
—Sání, ¿qué sucede con el Wendigo? —preguntó Nakai. De inmediato los rostros de Tayen y Ajeiwa fueron invadidos por tristeza.
—Ese monstruo... —intentó hablar Tayen.
—Es mi hijo —terminó la frase Ajeiwa.
El estómago de Nakai se revolvió al instante. Quedó paralizado. Cruzó miradas con Dakota, la misma mirada y el mismo sentimiento de traición e indignación corría en ella.
—Pero... el Wendigo estaba en otra parte mientras él estaba con nosotros —intentó defender a su tío.
—Nalzheehí y el Wendigo son dos que son uno —aclaró Ajeiwa.
—Mi hermano nació sin poderes, algo increíblemente raro en nuestro clan —dijo Tayen.
—Hanakai y yo lo amábamos sin importar si tenía poderes o no —aclaró Ajeiwa—. Su propio resentimiento con nuestro clan y quizá la presión que mi esposo ponía en sus hombros a demostrar que no importaba que no tuviera poderes, que era un Wanikiy orgulloso como todos nosotros, lo orilló al autodesprecio. Estábamos seguros que solo necesitaba tiempo para encontrar su lugar en el mundo, pero lo que hizo fue algo de lo que jamás le creímos capaz.
»A finales del siglo diecinueve, después de haber alcanzado la paz con asentadores locales, de los pocos que sabían de nuestra existencia, Nalzheehí encontró una manera de obtener lo que anhelaba, un ritual maldito y prohibido por nuestros ancestros que invocaba un poderoso espíritu capaz de otorgarle poder a quien lo deseara por el precio justo. Como toda magia oscura, hace falta un trato equivalente, poder por poder.
»El ritual necesitaba a alguien que poseyera lo que deseabas tener, quitárselo, tomarlo para ti mismo. Mi hijo quería probar que él era el mejor de todos nosotros, así que sacrificó al mejor de todos nosotros. Sacrificó a su propio padre. Le devoró el corazón para tener su poder. El ritual lo vinculó con el espíritu del Wendigo, una bestia devoradora insaciable. Todo lo que él deseara, el Wendigo lo tomaría y lo consumiría. Así hasta el final de los tiempos en un frenesí de hambruna solo capaz de ser detenido cuando aquel que lo invocó cumpla su anhelo de poder o muera enloquecido de la propia voracidad causada por su propia maldición, pero aquel que invoca el Wendigo nunca queda saciado.
—Mi hermano, esa misma noche que terminó el ritual, volvió a nuestra aldea convertido en esa cosa. Arrasó y asesinó a todos a su paso —continuó Tayen—. Nosotras fuimos las únicas capaces de escapar, obligadas a no volver a usar nuestras habilidades y ocultándonos en la sociedad para que Wendigo no nos encontrara. En especial, con la esperanza de que jamás lograra dar con ustedes dos.
—El destino tenía otros planes —agregó Ajeiwa.
En ese instante, Nakai soltó un grito desgarrador a la vez que golpeaba el suelo, fracturando el asfalto debajo de él. Dakota, aún sentada en el capó de Forajida, mantenía la mirada baja, apretaba los puños con tanta fuerza que las garras se clavaban en las palmas de sus manos.
—¿Por qué nos lo dicen ahora? —preguntó Dakota.
—El Wendigo crea un punto muerto en el Plano Astral, los espíritus no pueden acercarse a menos que él lo permita. Nos mantenía alejadas de ustedes —explicó Ajeiwa—. Es una criatura de muerte y oscuridad más poderosa de lo que creen... estuvo jugando con ustedes todo este tiempo.
—¿Por qué no se reveló antes? Tuvo varias oportunidades de matarnos —preguntó Nakai.
—Cuando Nalzheehí y el Wendigo están separados son más débiles, seguramente estaban buscando sus debilidades, probándolos para poder cazarlos, aprendían de ustedes.
En un momento todo cobró sentido. Su repentina aparición, su interés por terminar lo más pronto posible con la red de armas alienígenas, el hecho de que el espíritu de Mac Davis se apareciera solo para sembrar miedo y demostrarle que el Wendigo era real, su incapacidad de hablar con sání la noche que despertó después de la explosión, asesinó a los 60-3 para debilitarlo mentalmente y de seguro su tío era el causante de la explosión del buque de carga. Todo conectaba.
—Kai... —la voz de Dakota se escuchaba tensa, con miedo—. Row está con él.
Nakai maldijo entre dientes, dirigiendo su vista al camión volcado al frente. Debían acabar con eso rápido. Corrió al vehículo y se acercó a las puertas traseras del tráiler, arrancándolas con una sola mano, pero para su sorpresa, estaba vacío.
—Mierda... —soltó retrocediendo. Tenía sentido. Sin conductores, un lugar con solo dos salidas, Nakai se dio cuenta de lo que todo eso era una trampa.
Un rugido ensordecedor azotó sus oídos, provenía del primer camión detenido. Sobre el tráiler se veía la silueta del monstruo. Sus astas se alzaban ahora más altas y filosas, había abandonado su aspecto famélico. Wendigo dio un paso adelante, dejándose caer sobre sus pezuñas y quebrando el asfalto. Se escuchó una malévola risa provenir del fondo de su cráneo.
—Veo que esos humanos cumplieron... —dijo victorioso mientras se acercaba. Las luces del Golden Gate contrastaban con su pelaje negro y hacían ver las cuencas de la calavera de ciervo como pozos sin fondo.
Dakota se mantuvo de pie, guiada no por miedo, sino por la ira de sus antepasados, el orgullo de sus ancestros, por su familia. Nakai se unió a su lado, colocándose su casco; luego observó a su hermana, sus garras estaban deseosas de luchar y en sus ojos se veía la furia de una guerrera, sintió orgullo y respeto ante ella. Renegado volvió la vista ante la bestia, tronó las vértebras de su cuello en preparación.
—¿Dónde está Row? —preguntó Renegado.
—Viva... con suerte —respondió el monstruo, en una combinación de las voces de Nalzheehí y el Wendigo.
Dakota gruñó cual lobo, mostraba sus dientes ahora más parecidos a colmillos.
—Vas a pagar por todo lo que hiciste... —prometió la joven heroína.
—Voy a devorarlos... y acabaré con esta maldición.
—¿Cómo pudiste? —preguntó Nakai—. ¡Era nuestra familia!
—Veo que a Ajeiwa le dio tiempo de contarles... ¿También les contó cómo mi propio clan me trató como un paria? —preguntó el monstruo, encorvándose para caminar a cuatro patas—. ¿¡Cómo me hicieron esforzarme hasta que me rompiera los huesos solo para darme cuenta que jamás sería como ellos!? —exclamó, y de pronto agitó la cabeza como si quisiera quitarse algo de encima—. Devóralos... —arrastró.
Al igual que cuando estaban separados, un gruñido sustituyó todas las palabras, incluso podía ver el pelaje de la bestia erizándose, una ráfaga helada con olor nauseabundo.
—Se acabó la charla —declaró Renegado, justo antes de que Wendigo se impulsara a cuatro patas hacia ellos—. ¡Detrás de mí!
Ambos mantuvieron su posición. En el instante que Wendigo se acercó con su zarpa levantada para atacar a Renegado, él predijo la trayectoria del ataque, logrando atrapar e inmovilizarle su monstruosa mano.
Dakota vio su oportunidad. Saltó y tomó impulso extra de la espalda de Renegado, se abalanzó sobre Nalzheehí y usó sus garras para dejarle marcas en el cráneo mientras se sujetaba de sus astas. Con un latigazo de su cuello, el monstruo arrojó a Dakota para después dirigir sus fauces al hombro de Renegado, rompiéndole su traje y enterrándole sus colmillos en la carne.
Wendigo, con solo su hocico, levantó a Renegado y lo azotó contra el suelo, pero no desistió y aprovechó la energía cinética de cada impacto para devolvérsela a la cabeza golpe tras golpe. Sin embargo, con cada impacto sus mandíbulas se cerraban más, sangre comenzaba a brotar del traje de Renegado.
Un rugido diferente al de Wendigo se hizo oír. Dakota embistió al monstruo con suficiente fuerza para desestabilizarlo, causando que soltara a Renegado y se concentrara en su segundo atacante. Antes de poder defenderse, Dakota se deslizó bajo sus patas y logró cortarle uno de los tendones. Nalzheehí rugió de dolor.
Después sintió ser sujetado de sus astas. Renegado tomó la cornamenta con fuerza y azotó el cráneo de Wendigo contra el suelo. Antes de que pudiera recuperarse, procedió a pisarlo con tal fuerza que grietas se marcaron en el asfalto bajo sus pies, al igual que algunas pequeñas en el cráneo de la bestia.
Dakota le trepó por el lomo y cortó con sus garras cuantas veces pudo. De la carne de Nalzheehí brotaba sangre de un rojo tan oscuro que parecía negro, el olor era casi insoportable, pero no dejo que la detuviera.
Renegado estuvo a punto de volver a pisar el cráneo de Wendigo, cuando su pie fue atrapado por una de sus garras, al igual que el brazo izquierdo de Dakota. La bestia se levantó al instante, con ambos hermanos sujetados como muñecas de trapo.
—Vas a verla morir —aseguró Wendigo a Renegado, y arrojó a Dakota por los aires hacia el borde del puente.
Por suerte su hermana logró sujetarse de uno de los cables de acero, evitándole caer a una muerte casi segura.
Renegado, aún colgando de cabeza, logró alcanzar la garra de Wendigo con sus manos y sujetarlo por uno de sus dedos. Todavía tenía la fuerza suficiente para doblarlo en dirección opuesta y quebrárselo. Su tío lo soltó a causa del dolor. Renegado cayó al suelo de espaldas, pero giró hacia atrás, y usando la fuerza de sus brazos, se volvió a impulsar arriba con sus piernas extendidas, pateando a Wendigo en el pecho con la fuerza de un cañón.
El monstruo cayó de espaldas y Renegado se colocó sobre él, le golpeó el cráneo una y otra vez sin descanso. Con cada uno, las grietas en la calavera de ciervo se hacían más grandes.
—¡Eran tu familia! —gritaba Nakai sin detenerse—. ¡Eran mi familia!
Renegado estuvo a punto de acabarlo usando ambos brazos como martillo, pero Nalzheehí clavó sus garras en el costado de su abdomen. Pudo sentir cómo sus órganos internos eran desgarrados. Una patada de su pezuña envió a Nakai contra el camión volcado, aboyando el metal con su silueta.
Wendigo se reincorporó. Saboreaba son su lengua viperina la sangre que goteaba de la punta de sus garras, la sangre que por fin saciaría su hambre.
—¡Oye, monstruo! —escuchó a la distancia. Volteó a ver de dónde provenía, solo para ver un neumático gigante que lo golpeó en el rostro—. ¡Ven por mí! —gritó Dakota desde el borde del puente.
Wendigo rugió con fuerza antes de dar caza a la chica.
Dakota trepó los cables de tensión tan rápido como pudo. Subió hasta llegar a la vía de servicio, la pequeña pasarela que llevaba a lo más alto de las torres que sostenían al Golden Gate. Dakota escaló con mayor rapidez, de vez en cuando se giraba hacia atrás para ver al Wendigo perseguirla mientras trataba de equilibrar su enorme cuerpo en los cables de acero.
—¡Atrápame, monstruosa rata de alcantarilla! —exclamó sin detenerse. Cada vez el viento soplaba más y la temperatura bajaba.
Se acercaba a las torres. La niebla característica del puente se comenzaba a acumular poco a poco, hasta el punto que Dakota no pudo ver a Wendigo siguiéndola, era tan espesa que apenas podía reconocer sus propias manos a través de ella.
—Te arrinconaste a ti misma... —escuchó la voz de Nalzheehí. Ella respiró profundo, cerró sus ojos, recordando las palabras de su hermano. Debía confiar en sus instintos, sus poderes, en sí misma.
Con detenimiento, escuchó a su alrededor. Cada sonido que hacían los cables cuando el viento los movía, detalló el olor, la humedad de la niebla, la putrefacción de Wendigo, sintió las vibraciones bajo sus pies.
De un segundo a otro, todo el olor se hizo más fuerte y los cables frente a ella se agitaron fuertemente. Dakota abrió los ojos, preparada para el ataque de Wendigo, quien se había precipitado a atacarla en un salto.
Dakota se dejó caer, deslizándose por la pasarela y a la vez extendiendo su mano para desgarrar la unión entre el brazo y el hombro de Nalzheehí. Un rugido de dolor se escuchó en todo el puente, mientras Wendigo caía ahora con una extremidad inutilizada. Sin equilibrio, terminó resbalándose fuera de la pasarela, apenas logró sujetarse de un cable con su único brazo bueno, gruñía de dolor.
—Yo... yo —intentaba hablar.
—No harás nada, ya no —lo interrumpió Dakota, viéndolo desde arriba.
—Lo lamento... —escuchó Dakota, era únicamente la voz de su tío—. El hambre es... una pesadilla —dijo Nalzheehí—. Quiero que acabe.
Dakota bajó la guardia un segundo, lo suficiente para que Wendigo usara toda la fuerza de su brazo restante para elevarse y atrapar el tobillo de su sobrina con sus colmillos. Dakota gritó de dolor mientras la intentaba arrastrar al vacío. Clavó sus garras en el metal de los barandales de seguridad, los colmillos de Wendigo se aferraban cada vez más durante el forcejeo.
—¡Nakai! —gritó por ayuda mientras luchaba por su vida.
De la niebla, una silueta oscura comenzó a formarse, casi siniestra, con la marca de una garra de oso en su pecho, Renegado tomó la mano de su hermana para que se sujetara de él.
—¡Oye, maldito! —gritó Renegado, dirigiéndose a Wendigo.
El monstruo observó la ira del justiciero en sus ojos. Le causó, por primera vez en muchos años, algo que jamás había sentido: miedo. Renegado tenía en sus manos un objeto, el cual reconoció como un pedazo de la cornamenta que le logró arrancar en medio del combate.
—¡Esto es por los Wanikiy! —dijo Renegado antes de clavarle su propio cuerno en el centro del cráneo. El hueso se quebró por fin y le provocó la salida de una torrente de asquerosa sangre negra.
Wendigo no pudo resistir el dolor y liberó a Dakota de su agarre. Ambos hermanos vieron caer a Nalzheehí, su tío, a través de la niebla. Lo perdieron de vista, hasta que retumbó su impacto contra la bases del puente y luego el cuerpo cayendo contra al agua.
Nakai abrazó a Dakota con fuerza. Ella respondió con el mismo gesto, apenas capaz de controlar su respiración, entonces reventó en llanto en brazos de su hermano. Nakai entendía el sentimiento, habían conseguido justicia por su clan, por su familia.
Pero no eran capaces de sentir orgullo por eso.
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