001
— Ponte derecha y sonríe — Sentí una mano apretar mi brazo y solté un quejido de dolor.
Acate sus ordenes de mala gana y puse una falsa pero perfecta sonrisa en mis labios.
— Muy bien, cariño, ahora camina y quédate callada, no quiero pasar ni una sola vergüenza hoy, ¿Entendido?
Asentí de mala gana y entramos por las grandes puertas del salón de eventos, el cuál estaba repleto de mafiosos y "empresarios".
No sé en qué momento caí en este miserable mundo, pero lo odiaba.
Bueno, sabía perfectamente en qué momento, pero de solo pensarlo me daba asco.
¿Qué padre es capaz de vender a su única hija para pagar un deuda? Solo un cobarde.
— Pon mejor cara — Escucho como me murmuran entre dientes y me contengo para no rodar los ojos.
Odiaba con todo mi corazón a Martin Pérez, mi idiota y asqueroso prometido.
— Hombre, Martin, ¿Y está belleza que te acompaña? — Dice un hombre trajeado que me come con la mirada.
Hombres idiotas, todos iguales, como los odio.
— Ya sabes, Roberto, las putitas mueren por estar conmigo y está no fue la excepción — Dice Martin pasando su mano por mi culo — Aunque está estuvo de suerte, ya sabes.
Desvío la mirada de esa asquerosa conversación y trato de olvidar que el miserable que está a mi lado me está manoseando.
— Iré con unos socios, no hagas ninguna ridiculez — Me dice apretando una de mis nalgas, provocando que muerda mi labio inferior para evitar quejarme del dolor.
— Claro, cariño — Murmuró.
Suelto un suspiro de alivio cuando lo veo irse, al fin, aire fresco por un rato.
Me dirijo al patio trasero, dónde había poca gente y podía tener un momento de paz. Caminaba con tranquilidad por los arbustos del jardín, hasta que mi paz acabo cuando me tropecé con alguien y casi caigo.
— Perdón, no te vi — Dice la persona tomándome por la cintura, evitando que me cayera.
Mi mirada baja a ver la mano, la cuál está llena de tatuajes, y subo la mirada, para toparme con unos ojos azules encantadores y un cabello platino.
— Si, ya me di cuenta — Digo de mala manera, haciendo que está alce una ceja.
— Te pedí disculpas, algo que nunca hago — Dice con un tono indignado.
— Pero igual casi me haces caer — Reprochó de brazos cruzados — ¿Debo felicitarte? — Digo con una sonrisa torcida.
La peliblanca bufa y le doy una detallada de pies a cabeza, era hermosa, la verdad.
— ¿Disfrutando la vista? — Dice con burla al cacharme viéndola.
— Sigue soñando — Digo con las mejillas sonrojadas.
— Dime, bella dama, ¿Cuál es tu nombre? — Me dice con una sonrisa.
— ¿Por qué debería decírtelo? — Le digo con una ceja alzada.
— ¿Prefieres hablar conmigo o estar allá adentro? — Me pregunta con una ceja alzada.
Suelto un bufido, tenía razón, prefería estar en cualquier otra parte que con ella.
— Mara Vargas — Le digo soltando un suspiro — ¿Y tú eres?
— Hermoso nombre para hermosa mujer — Me toma la mano para darme un beso en el dorsal de esta — Victoria.
— ¿Simplemente Victoria? — Pregunta curiosa.
— Es lo único que te puedo decir, hermosa — Dice con una sonrisa ladina — Aunque me encanta esta plática, debo ir a hacer cosas adentro.
— Supongo que adiós, Victoria — Le doy una media sonrisa.
Escucho mi nombre de la voz de Martin y hago una mueca, me doy la media vuelta, dándole la espalda a Victoria y veo como Martin se acerca a mi.
— ¿Qué haces acá? — Me pregunta con el ceño fruncido.
— Estaba.. — Miro detrás de mi y veo que ya no hay nadie — Tomando aire.
— Bien, vamos adentro — Dice tomándome del brazo — Ya nos iremos, debemos descansar para ir a una fiesta mucho mejor.
Notó su sonrisa maliciosa y trago saliva, no me gustaba esto para nada.
— Y aparte, podemos disfrutar un rato juntos — Dice pasando su asquerosa mano por mi cuerpo.
Optó por no decir nada y seguir su paso, no quería llegar a ningún sitio a solas con el.
— Conduce hasta el penthouse en Venecia — Le dice Martin al chófer.
Eso quedaba a 4 horas.
— ¿Venecia? — Pregunto con una ceja alzada.
— Así es, allá será la gran fiesta — Dice este con una gran sonrisa — Te lo aseguro que esto cambiará nuestras vidas.
Me daban mala espina sus palabras, sentía que esto saldría horrible para mí.
— Ven — Me jala por mi brazo así el — Quiero una liberación, bonita, y tú sabes cómo.
Veo como con su otra mano desabrocha su cinturón y suelto un suspiro de derrota, sabiendo perfectamente que hacer.
Odiaba mi vida.
Me encantaría morir justo ahora.
*Al día siguiente por la mañana*
— Tienes todo el día para arreglarte, a las 7 de la noche pasaré por ti — Me dice Martin subiendo su pantalón — Quiero que te pongas muy bella, necesitas deslumbrar.
Cubro mi cuerpo con las sábanas de la cama y ruego porque se vaya rápido, quería limpiar toda la suciedad que sentía en mi cuerpo por su culpa.
— Nos vemos luego, cariño — Escucho su voz burlona salir del cuarto y suelto un suspiro tembloroso.
Que asco de vida.
Duro casi dos horas bañándome, pasando el jabón repetidamente por dónde sus manos estuvieron.
— Te odio Martin Pérez — Murmuró para mí — Ojalá te mueras.
Luego de salir del baño, veo un vestido muy revelador encima de la cama junto unos tacones de aguja.
Hago una mueca, ese no era mi estilo, aunque desde que estaba con ese idiota siempre me obligaba a vestir así.
Escucho como tocan la puerta y supongo que no es Martin, ya que el nunca toca.
— Adelante — Digo sentándome en la cama.
— Buenas tardes, señorita Mara, me mandaron para maquillarla y peinarla — Me dice una chica de alrededor de 20 años con varios maletas en sus manos.
— Claro, pasa — Le doy una media sonrisa y me siento en una de las sillas de la habitación — ¿Sabes que me harás?
— Si, ya me dieron instrucciones.
Me abstengo a rodar los ojos y simplemente le regaló una sonrisa con un asentamiento de cabeza, dejando que haga su trabajo.
Luego de un maquillaje profesional y elegante, aliso mi cabello y lo peino, poniéndome un broche de flores al finalizar.
— Muchas gracias, te quedó muy lindo — Le digo con una sonrisa.
— A la orden, señorita, me alegro que le gustará — Me dice con una sonrisa.
Luego de que la chica me ayudara a ponerme el vestido, se retira de la habitación y yo me quedo poniéndome los tacones.
Al estar frente al espejo, detalle mi cuerpo y no me veía mal, pero no terminaba de acostumbrarme a este tipo de ropa.
Me sentía asqueada.
— Señora Mara, el señor me pidió que la pasará a buscar para llevarla la sitio de la fiesta — Escucho la voz del chófer al otro lado de la puerta.
Bueno, al menos no me iría con esa cosa que tengo por prometido.
Salgo de la habitación y sigo al chófer, el cual me abre la puerta del auto y siento como su mirada recorre mi cuerpo.
Suelto un suspiro mientras veo las alumbradas calles de Venecia pasar.
Cómo me gustaría ser libre de nuevo, aunque nunca tuve total libertad por culpa del imbécil de mi padre, pero estar a manos de Martin era mil veces peor.
Me sentía sola y desprotegida.
Odiaba mi vida.
— Señorita, llegamos — Me dice el chófer sacándome de mis pensamientos.
Al bajarme del auto, analizo el lugar y se nota que es muy elegante todo, aunque no veo a Martin por ninguna parte.
— El señor dijo que lo esperara adentro — Me dice el chófer y asiento.
Entro a la mansión con la barbilla en alto, ignorando todas las miradas e intentos de charla que me daban.
¿Dónde estará el idiota de Martin?
— Perfecto, ya estás acá — Escucho la voz del susodicho.
— Ajá — Murmuró dándome la vuelta para verlo.
— Acompáñame — Dice tomando mi muñeca para jalarme entre la multitud para luego entrar a una puerta y caminar por un pasillo.
Aunque antes de entrar por esa puerta me pareció ver una cabellera platina conocida, pero no recordaba de dónde.
— ¿A donde vamos? — Le pregunto.
— Te confesaré algo, ya me aburriste — Dice con cinismo mientras nos paramos en una puerta — Ya no te quiero más, pero voy a sacarte provecho una ultima vez mas.
Mi corazón se acelera e intento huir de allí, pero la puerta se abre y el idiota de Martin me empujó adentro, dejándome encerrada en aquella habitación.
— Llévala ya al escenario — Escucho la voz de un hombre.
— No, no, no, suéltenme — Digo moviéndome con brusquedad, aunque dos manos gigantes me tomando por cada brazo.
Me arrastran hasta otra puerta, que da a un pequeño escenario que da a un público lleno de hombres, los cuales empiezan a vitorear al verme salir.
— Suéltenme — Grito removiéndome.
— Se nota que es una fiera, ya la quiero tener en mi cama — Grita uno de los hombres.
No, no, no.
No otra vez.
No quiero otro Martin en mi vida.
¿Por qué me pasaba esto a mi?
— Que empiece la subasta — Dice uno de los hombres del escenario.
Mi rostro se vuelve pálido y me remuevo con brusquedad, aunque lo único que logro son más gritos y que los hombres que me tienen agarra, apretén mas su agarre.
— Mil dólares — Empiezan a subastarme.
Que horrible suena eso.
Subastarme.
Cómo si fuera un maldito objeto.
Una maldita muñeca que pueden manejar con facilidad.
— 5 mil dólares — Dice otro.
— 15 mil dólares — Dice un viejo gordo con cara de pervertido.
No, por favor, no.
— 20 mil dólares — Dice uno mucho más joven.
— 50 mil dólares — Dice de nuevo el viejo con aires de superioridad.
La sala queda en silencio y me aterró.
— 50 mil dólares a la una, a las dos y a las tr...
— Dos millones de dólares — Dice una voz femenina desde la puerta del lugar.
Ahora sí que todo queda en silencio.
No lograba ver el rostro de la mujer, pero su voz se me había conocida.
— Vendida a la diavolessa.
La diavolessa.
Había oído hablar de ella, bueno, Martin me había hablado de ella.
Ella junto a la patrona eran de las poderosas del mundo.
Todo el mundo les tenía miedo.
Se decía que la diavolessa era más despiadada que la patrona, aunque a las dos tenían que tenerles cuidado y respeto.
— Camina — Uno de los tipos me saca de mi shock dándome un empujón de regreso a la sala.
— Si no quieres quedarte sin mano, es mejor que trates con cuidado a lo que es de la diavolessa — Dice un chico moreno que esta dentro de la habitación.
Increíble, ahora pase de ser de Martín, a ser propiedad de una de las mafiosas más peligrosas del mundo que no tengo ni idea de quién sea.
— ¿Estás bien? — Me pregunta el chico y asiento con la cabeza.
— ¿Quién eres?
— Soy Mauro — Me dice — Soy la mano derecha de la diavolessa, ella me ordeno venir a buscarte, ya nos iremos de acá.
Asiento levemente y no tengo más opción que seguirlo, aunque antes de salir al gran salón lleno de gente, se quita su chaqueta y me la da.
— Tápate, te ves incómoda.
Tomo la chaqueta que me ofrece y la paso por mis hombros, cerrándola en mi pecho.
— No es mi tipo de vestimenta favorita — Murmuró.
Mauro simplemente asiente y salimos de aquella horrenda fiesta.
— ¿Y tú jefa? — Pregunto con curiosidad.
— A ella la verás luego, ahora irás a descansar, mañana debemos irnos temprano — Me dice entrando al auto junto a mi.
— ¿Irnos? ¿A donde?
— Eso ya no puedo decírtelo — Me dice con seriedad — Ahora dejar de hacer tantas preguntas.
Suelto un bufido — Perdón por querer saber que pasará con mi vida de ahora en adelante.
El moreno suelta un suspiro — Se que todo esto es muy repentino, pero no te quedan muchas opciones y debes obedecer si no quieres graves consecuencias.
— ¿Qué podría pasarme? ¿Morir? Sería un regalo de Dios para acabar con esta miserable vida — Le digo apoyándome en la ventana, resignada a no decir más.
Puedo notar la mirada de lastima que el moreno me da, pero no dice más nada.
Mis ojos se fueron cerrando lentamente, estaba muy cansada de todo y solo quería descansar.
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