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Todo Tiene Solución


   Era un día caluroso en mi ciudad. Consideraba mi pequeña aldea o pueblo como un gran universo con mil posibilidades. 

   Caminaba con mis sandalias por la acera, viendo entonces de soslayo una tienda de mascotas donde los perros jugaban dichosos entre los raros parques que estaban diseñados para ellos.

   Sin embargo, a pesar del largo recorrido a pie desde mi escuela hasta mi casa, me sentía rebosante en alegría y energía pues las ideas brotaban de mi cual cascada de manantial. Y cada una era para ayudar a mi alrededor, a todas esas personas que tenían un mal día por una razón que sólo cada individuo conoce.

   Terminé por entrar a aquella tienda de mascotas tras saludar a los perros que se acercaron a olfatearme y, borrando la sonrisa de mi rostro, miré como mi mejor amiga agarraba de la mano al chico que me gustaba.

   Ese chico no sabía de mis sentimientos en lo absoluto, era una simple atracción por mi parte, pero mi mejor amiga se aventuró a invitarle a salir y le terminó gustando al igual que a mi. No estaba molesta con ella, pues no se puede confiar en el corazón, pero si muy decepcionada de su actitud y eso era lo que principalmente me tenía alejada de su presencia.

   En cuando ellos dos me vieron, mi amiga salió de la tienda tan rápido como pudo junto al chico de linda sonrisa. Ignoré por completo su mirada avergonzada y proseguí a saludar al gerente del lugar, un señor mayor y con los cachetes caídos, muy adorable a mi parecer pues con él me podía sentir alta. Él era jorobado y yo trataba siempre de andar derecha para presumir mi poca altura.

   El viejo me comentó sobre raros cambios que golpeaban la ciudad, cosas inimaginables y que me crisparon los vellos de la nuca. Los pájaros ya no cantaban igual, decía él mientras miraba por la ventana del negocio, y el agua que bebemos ya no tiene la misma pureza que nosotros necesitamos para tener energías, prosiguió. Luego me miró detenidamente, dijo que yo era especial por mi simple maña de no tomar agua, que mi energía y propotencia eran únicas y que posiblemente haría grandes cambios en un futuro.

   Eso me enterneció por completo pues el señor veía en esta simple muchacha de 15 años, algo que nadie más veía. Alguien más lo hubiese tomado como un señor de malos hábitos, un pervertido tal vez, pero para mi, desde pequeña, era la figura de abuelo y padre que necesitaba. 

   Cuando mi padre nos dejó, mi madre y yo decidimos hacer lo posible por llevar nuestras vidas juntas y amarnos entre nosotras, pues eso era lo que más necesitabamos, cariño. Más sin embargo, ambas también le teniamos cariño a este señor al que probablemente no le quedaba mucho tiempo de vida.

   Tras un abrazo fuerte al dulce anciano, me separé de él con una sonrisa y él me miró con nostalgia. Sabía que él había sido un militar en sus tiempos de joven, y las fotos en el muro de su despacho decían que había sido de los mejores defensores de esta pequeña aldea, omitiendo quizá que había sido un chico guapo y atractivo en su juventud.

   Fue mientras dejaba mi encargo sobre el comedor que algo azotó mis nervios y no pude controlar el equilibrio de mi cuerpo. El anciano se sostuvo igualmente del mostrador  y pude notar como su piel lentamente se pintaba de blanco, sus ojos perdían brillo momentáneamente y sus manos se volvían puños con nudillos rojos.

   Ignoré aquel hecho por un instante y miré hacia afuera, donde los perros miraban a la misma dirección por un momento antes de volver a su juego particular. Aquel sentimiento llamado angustia envolvió mi cuerpo y corrí fuera del negocio, centrándome en el centro de la amplia calle vacía.

   Corrí lo más rápido que pude tras mirar el cielo, sin poder tener un pensamiento claro de lo que había pasado con mi cuerpo. Entonces, interrumpiendo mi andar, mi sandalia se rompió, haciéndome caer estrepitosamente en la acera y ocasionándome una raspadura en el brazo.

   Con ambas sandalias en mi mano, seguí corriendo lo más rápido que pude. Lo único que me llegaba a la mente era que mi madre estaba en el apartamento del piso 14 esperando a que llegara a casa para almorzar después del colegio. Lo único que llegaba a mi mente era el calor de los brazos de mi madre durante un abrazo y la sonrisa cálida que su rostro me podía dedicar las 24 horas del día.

   Choqué con varias personas que caminaban entre sueños, como si nada pasara, y fue que la adrenalina explotó en mi cuerpo. Aquellas personas, no eran normales, sus pieles no eran morenas como las nuestras ni sus ojos claros como los nuestros. Sus ropas no eran casuales como las nuestras y su idioma no concordaba con ninguno antes escuchado en una aldea en la que podiamos hablar cualquier idioma.

   Varios de esos raros especímenes me miraron mientras corría, y seguí corriendo porque no había nada más importante que mi correr no se detuviese por tonterías. 

   Entonces volví a tropezar, esta vez con personas inevitablemente conocidas para mi mente.

   Mi mejor amiga y su novio me miraron extrañados y rápidamente me levanté para agarrar sus manos. Corran, fue lo primero que les dije y empecé a correr. Raramente, ellos me hicieron caso y siguieron mi acelerado trote, ya mi mejor amiga sabía que íbamos a mi casa y  yo asimilaba que ya ella imaginaba que yo posiblemente estaba preocupada.

   A la entrada del edificio, saqué las llaves sin titubear y abrí las rejas que me impedían llegar rápido al ascensor. Mi mejor amiga me miraba ciertamente neutral y extrañada, y luego se volvió a las personas que empezaban a acercarse a nosotros.

   Esos seres extraños se apegaron a la puerta de la residencia en cuanto nosotros estuvimos adentro, en la sala principal, y yo no podía hacer más que mirarles con repugnancia. Llamé al ascensor y milagrosamente éste llegó a mi llamado.

   Fue ahí que oí el metal romperse y me volví a las rejas que ahora habían sido derretidas.

   Halé de inmediato a mis contrarios para que entraran al ascensor y éste, sin esperar mucho, cerró sus puertas. Marqué el piso deseado, el 14, y jugué mientras con las llaves que tenía en mis manos.

   Las puertas por fin se abrieron y pude abrir fácilmente la puerta de mi casa. Entrando junto a mis amigos, para no alargar la oración. Me encontré el apartamento en penumbras y frío, muy frío. 

   Cerré la puerta tras ver a mis acompañantes entrar y caminé a la cocina. Allí habían tres almuerzos guardados en loncheras y una carta entras ellas.

   "Si ves esto, es porque lograste pasar los obstáculos del camino y salvaste a dos personas importantes para ti en el trayecto. No estaré contigo en este viaje de descubrimiento, pero les dejo esta comida que los llenará de energía. 

   Mi pequeña hija, tus institos serán los que te salven la vida y la de tus amigos, aprende a escucharlos.

   Te quiere, mamá."

   Aunque mi madre no estuviese en casa, comprendí que el apocalípsis que se acercaba estaba predicho. Miré a mis acompañantes y les comenté que aquella deliciosa comida, era para ellos. Sus rostros fueron de total impresión pero no se negaron a sentarse a comer.

   Tenía hambre a decir verdad, pero, si lo que decía la carta era cierto, tenía que guardar algunas cosas para estar preparada. 

   En mi haitación, saqué un bolso y metí mi computadora junto al cargador, un libro de estudios vacío y un block de dibujo junto a los miles de lapices y lapíceros que se guardaban en ese morral. 

   Miré entonces por la ventana de mi habitación y mi mirada se ensombreció, tenía que pensar fríamente antes de actuar sobre cada cosa. Volví a la cocina y comí en silencio, sintiendo como el alivio golpeaba suavemente mi cuerpo y me hacía pensar que todo estaría bien si hacía lo correcto.

   Entonces recordé que posiblemente no teníamos escapatoría con las locuras que habían sucedido en la planta baja del edificio. 

   Por algún motivo, saqué de una gaveta un spray sin titulo que pintaba la superficie de una hermoso color carmesí. Caminé hacia la puerta del apartamente y rocíe toda la puerta con aquel objeto y parte del piso. Fue en ese momento que escuché un sin fin de gritos a las afueras de mi hogar, en el pasillo del piso en el que estaba.

   Los gritos eran apagados con brusquedad y yo no me quería imaginar cómo o quiénes lo hacían. 

   Pronto vi una silueta fuera de la puerta, una silueta que tocó el timbre un par de veces. Corrí silenciosamente a la cocina para que mis acompañantes no se movieran, y me obedecieron al instante. 

   Sentí como la criatura tocaba la puerta, supuse que la estaba estudiando, pero tras unos minutos de silencio, seguí escuchando los gritos agonizantes desde el piso de arriba.

   Suspiré y terminé de comer junto a mis amigos, luego les guie a mi habitación para ofrecerles nuevas ropas, porque ya tenía un plan para salir de este agujero en el que nos habiamos metido. Saqué un sin fin de abrigos delgados y sueteres para cambiarnos las ropas del colegio, y me alegré de que mis prendas le quedaran bien a mi amiga y a su novio. 

   Era notable a diferencia entre nosotras. Ella era delgada, morena y bonita, sarcástica, mientras que yo era un poco gorda, mi cabello era churcado y trataba de contagiar mi felicidad, aún cuando hablase con sarcasmo en mi tono de voz.

   Tras vestirnos y con mi bolso al hombro y atado para que no cayese mientras corría, me dirigí a la ventana de mi habitación y saqué los vidrios. Miré hacia arriba y noté que en lo alto, el cielo aún se podía ver azul cuando el resto cambiaba a raros colores verdes o morados, como si fuese aire infectado.

   Pensando en ello, saqué unas mascarillas que tenía en el morral y las repartí, riendo por ver que las marcarillas tenían labios pintados y una barba, ésta última se la entregué al chico. 

   Entonces agarré con firmeza la pared de afuera y empecé a escalar lo mejor que podía, con cuidado y estando al tanto de que mis amigos no cayesen. Teniamos que trepar 4 pisos más, no era tanto, pero daba miedo o, por lo menos, yo me estaba muriendo de miedo.

   Sin embargo, llegamos a salvo a la azotea del edificio donde todo estaba por completo vacío. De allí, nos acomodamos las capuchas sobre la cabeza y empezamos nuestro recorrido sigiloso de azotea en azotea, aprovechando que todo estaba en calma.

   Sabía que íbamos por el edificio Rosewalt, pero el hecho es que estábamos lo suficientemente alejados del grupo de criaturas desconocidas para mis ojos.

   De un gran salto, fuimos cayendo por cada techo de ventana con un ruido sordo y sentí, durante aquella peligrosa caída, como mis manos acariciaban el viento y éste se dejaba guiar por mis manos, como si el viento nos protegiera durante una mortal caída de 20 pisos, porque sabía que el Rosewalt tenía 20 pisos de gente millonaria.

   La llegada al suelo se acercaba y mis acompañantes me agarraron las manos, y cerraron sus ojos en medio de una oración al creador porque nos salvara de ésta, mientras yo estaba segura que saldriamos intactos por los mismos poderes de él.

   Un montón de hojas suaves fueron nuestro soporte al llegar al suelo y rápidamente emprendimos a un lugar que hasta yo desconocía. Caminábamos con la mirada baja y cada uno pendiente del alrededor, pero fue entonces que escuchamos el temor invadir a los habitantes a nuestras espaldas y notamos como un grupo de personas, las cuales se bañaban en una piscina, salieron sin rechistar del agua para esconderse lo mejor que posible. 

   El padre de familia, un hombre moreno y con bigote, me miró y me hizo una señal de que me escondiera también.

   Miré a mis acompañantes, estaban por mirar hacia sus espaldas. No miren y síganme, murmuré lo suficientemente fuerte como para que me escucharan, y caminamos un poco más en la acera, viendo de soslayo los negocios que de repente parecían carteles de la mafia con personas enmascaradas cuidando de ellos, hasta que nos topamos con el negocio de mascotas que extrañamente no había cambiado.

   Los perros seguían jugando, haciendo lo suyo, pero se comportaban ciertamente raro. Les miré, sus ojos estaban blancos, pero aun así les guie a que me siguieran a los adentros de la tienda.

   Estando adentro, cada perro se escondió en un lugar diferente, o eso me pareció a mi. Cerré sin rechistar las cortinas del negocio y rocíe aquel spray en el vidrio, luego me dispuse a buscar al viejo que posiblemene sabía qué ocurría.

   No lo encontré.

   Si nos separamos, tenemos que encontrarnos a las afueras de mi edificio. Fue lo primero que se me ocurrió comentar en aquel momento decisivo para los tres.

   Mi mejor amiga, después de mucho tiempo, me abrazó. Ignoré mi rencor hacia ella y sólo pensé en que tal vez, y sólo tal vez, no nos volveriamos a ver. 

   El chico, por otro lado, se dedicó a recorrer el lugar en busca de pistas y fue cuando encontró otra dirección. Señalando con la mano nos sugirió encontrarnos en aquel lugar, un bodegón a las afueras de la ciudad, y me pareció mejor idea a lo que asentí.

   Entonces nuevamente una rara sensación golpeó mis nervios haciéndolos explotar. Hasta pronto, dijimos todos, y caímos ante un extraño sueño que no me dejó visualizar más nada que el hermoso color carmesí que tenía el spay de las ventanas.

   (...)

   Desperté de golpe y me encontré con tres caras desconocidas a mi alrededor. Eran niños ciertamente de buen aspecto que me miraban con detenimiento y que me ayudaron a levantar. 

   Me fijé en mis ropas, no eran las de antes, eran peores y más sucias, cosa que me molestaba por completo. 

   Miré entonces a mis acompañantes y estos mantuvieron la mirada baja en cuanto la puerta del local se abrió. Un hombre gordo y grande, un ladrón tal vez de esos que pescaban sus presas en la noche, entró al local con su vista perdida en mí. Fruncí el ceño sin poder evitarlo, y el tipo se dio cuenta de mi falta de respeto hacia su persona.

   Sus pasos se adelantaron a mi, y fue que un chico, quizás de 30 años, se interpusó entre los dos con aires burlescos. No dejaré que le hagas algo, ella es valiosa y no merece ser tocada, escuché decir y me sorprendí por tales palabras. Era la segunda persona que decía eso de mí, así fuese una persona mala.

   El hombre frunció su ceño y sacó de su bolsillo una navaja. Me asusté en cuanto apuñaló al chico y este se mantuvo en pie, sangrando lentamente con su mirada puesta en su atacante. 

   Me obligué a no gritar y di un par de pasos hacia atrás mientras el desconocido volvía a acercarse a mi. Espero que no arruines la mente de mis esclavos, comentó con su mano en mi quijada. Me deshice de ese toque sin miedo alguno. 

   Entonces un chico se volvió a interponer entre los dos, me di cuenta de que el chico que antes sangraba, se había vuelto otro muchacho de mi edad que llevaba la misma ropa de antes. No pude fijarme en su mirada, solo sabía que trataba de evitar que el hombre grotesco se me acercara, y lo logró después de su insistencia.

   Ustedes sobrevivirán aquí, así que espero que no hagan nada que me perjudique, dijo el tipo antes de salir de la habitación con un portazo. Evité reír porque eso era justamente lo que iba a hacer.

    El chico moreno que me había defendido era ciertamente atractivo, pero eso no evitó que le recordara que yo podía protegerme sola. Su mirada burlesca seguía siendo la de antes en cuanto me dijo que, con mi caracter feroz y energético, podría ganar muchos enemigos. 

   Me limité a decirle que yo no me valía de ellos. Y me volví al par de niños menores que yo que me miraban atentos, como si los fuese a regañar.

   Supe por boca del chico defensor que, el par de niños, eran hermanos y no hablaban nuestro idioma. Supuse que mi bolso lo debía tener el raro hombre y rogaba que mis amigos estuviesen bien donde sea que estuviesen.

   El chico lindo, con su rostro burlesco, me preguntó si podría ayudarme a escapar junto a los demás. Era obivo que su sentido intuitivo estaba a la perfección y sabía lo que pensaba, así que no le vi problemas.

   Sin embargo, mientras dibujaba un plano en mi mente, otra ola de gritos gruturales inundaron la pequeña habitación en la que estábamos los 4. 

   Quizá había sido un instinto, pero los chicos se apegaron a mi con sus miradas fijas en las paredes, como si viesen algo que no debía estar ahí, y fue cuando me senté frente a ellos y junté sus manos en busca de calmarlos, porque no podía irme con chicos nerviosos a la calle donde posiblemente los humanos estuviesemos siendo exterminados.

   Ellos me miraron, les sonreí, y entre todos nos colocamos en pie. 

   Sabía que si ese tipo había podido entrar a aquella celda, nosotros podríamos salir, así que pensé en las posibilidades que tenía, cosas locas cruzaban por mi mente cuando encontré una cerradura en el techo de aquella caja.

   Reí alegre y me pregunté si alguno de los chicos llegaría a aquel agujero, pero ninguno era tan alto. Entonces el chico lindo se posicionó a mi lado y me preguntó por mis pensamientos, señalé la cerradura del techo y él me alzó rápidamente, dejándome sorprendida pues yo imaginaba que era muy "gorda" para que me cargaran.

   Él esperó a que hiciera algo, y yo me quité el collar para hacer una llave con él. Así logré abrir la puerta y ayudé a todos a que salieran de allí.

   Lo primero era ir por mis cosas, todos me acompañaron, y el chico lindo de tez morena guiaba el camino directo a una gran casa que estaba cerca de un terreno baldio.

   Allí, la entrada fue más fácil de lo esperado y fue cuando entre todos notamos que el hombre estaba hartándose en cerveza mientras veía el fin del mundo desde su despacho. Por raro que sonáse, no nos vio.

   Pude, desde allí, adentrarme a la casa y recuperar mis cosas. Pensé principalmente en agarrar cualquier tipo de armamento para defendernos, y los chicos que me acompañaban pensaron lo mismo pues habían encontrado el salón de armas blancas y de fuego. Iba a ser la primera vez que iba a combatir con violencia, pero no me arrepentiría si tenía que atacar para defender a mi nuevo equipo.

   Revisé mi bolso, todo estaba en orden, y sonreí al ver el spray aún entre los bolsillos.

   Sin embargo, nuevamente los gritos se escucharon, esta vez eran ensordecedores y me provocaron dolor de cabeza.  Noté que mis acompañantes tapaban sus oídos en medio de la agonía y no supe qué hacer para defenderlos del ruido que era ajeno.

   Rompí las ventanas de la habitación en la que estabamos, dejé que el aire entrara, y agarré a mis compañeros lo mejor que pude para caminar a otro sitio. Fue cuando vi una balsa en medio del terreno sin color, una balsa grande y amarilla en perfecto estado.

   Caminé hacia ella y la pinté con el spray carmesí antes de montarnos. Las andrajosas ropas se mancharon de aquel rojo y, por algun motivo, aquello nos calmó. Así como la calma antes de la tormenta.

   La tierra empezó a temblar y la tranquilidad en nosotros daba miedo.

   Por un momento pensé que iba a morir, que aquí había terminado todo. Y mi sospecha concluyó en cuanto me di la vuelta y vi como una inmensa ola de agua se aproximaba a nosotros. Un tsunami arrasaba con todo a su paso: edificios, comercios, personas y especímenes no provenientes de nuestro territorio.

   Di la orden de que se agarraran con fuerza de la cuerda que tenía la balsa, los niños copiaron mi acción y el chico lindo enrrolló uno de sus brazos en la cuerda y con su mano sobrante, agarró mi mano, pues el miedo ocupaba nuestros cuerpos sin saber si sobreviviriamos a algo tan catastrófico como esto.

   Cerré los ojos al sentir en agua sobre mi cabeza y tomé aire al igual que todos y me sentí bajo el agua. Abrí los ojos en medio de la adrenalina de no soltar a mi compañero y a los niños, que tuve la oportunidad de admirar como aquellos seres extraños se ahogaban en su miseria sin tener la oportunidad de flotar, y como la balsa velzomente era expulsada a la superficie de toda el agua, siendo aquello algo increíble.

    Todos soltamos el aire de nuestros pulmones y nos miramos: nuestras ropas estaban por completo cambiadas y nuevas, mojadas, pero era otra ropa la que llevábamos sobre nuestros cuerpos. 

   Los colores de nuestra bandera se pintaron en el cielo y pronto más balsas empezaron a surgir del agua, sólo con aquellas personas que tuvieron la capacidad de sobrevivir a un mundo profanado por seres desconocidos, sólo aquellos que no se rindieron logramos escapar del abismo que nos pudo haber consumido.

   Me abracé con mis nuevos compañeros, estaba rebosante de alegría, y fue cuando me fije que el cielo volvía a ser de color azul despejado. Igualmente me fijé en los hombres uniformados que caminaban sobre el agua, sonrientes, orgullosos, pero no eran hombres comunes: eran fantasmas, espíritus de guerra y prosperidad que habían tocado la tierra para salvarnos de una devastación sólo a los que nos lo mereciamos.

   De lejos, pude ver a mi madre junto a mis amigos. Les salude emocionada.

   Luego presté atención a uno de los soldados que se detuvo frente a mi balsa, lo detallé, y era el anciano cuando joven, ese chico que no pasaba los 30 y que llevaba un montón de medallas de honor por haber ganado la guerra.

   Miré nuevamente a mis compañeros y nos empezamos a reír, casi llorar de la alegría por haber pasado por tantas cosas y aun así estar ahora a salvo.

---Fin---

No tiene nada que ver con Yaoi... Llegando al final, lo asocié con la situación de mi país, Venezuela.

No nos rendiremos.

Seguiremos luchando por la libertad de un pueblo, un gobierno corrupto y dañino. Seguiremos por los caídos y que se van de su tierra con lágrimas en los ojos.

Espero que les haya gustado esta locura que ingenié.

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