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ESPECIAL DE NAVIDAD - Emociones

CAPÍTULO ESPECIAL NAVIDAD 2023

24 DE DICIEMBRE, 2014.

Aplasté mi trasero en la montaña de nieve formada en el patio trasero de la casa de Katrina Ricci. Estaba sola en la oscuridad de la noche mientras veía a través de las ventanas los cuerpos saltando y bailando al ritmo de ABBA. En su mayoría, compañeros del FBI.

Empujé la botella de vodka en mis labios sensibles por el frío arrasador. La piel de mis piernas se quemaba ante el tacto de la nieve, no era sensato tirarse allí con un vestido corto, pero quería sentir un dolor físico que reemplazara el dolor emocional.

Una brillante cabellera roja bailó por la rendija de la puerta de la cocina, luego apareció el feliz rostro de Katrina, mi amiga y compañera de unidad. Sus ojos verdes chispeantes por el licor y alguna fumada de hierba. Escaneó mi cuerpo, ni siquiera se sorprendió por verme tirada como un despojo humano. En su lugar, se echó a reír, y yo también me reí.

—Perra, terminarás como un cubito de hielo.

—Ojalá —deseé, dando otro largo trago.

Katrina suspiró, sacudiendo la cabeza. Salió por completo y se detuvo a escasos pasos de mí, sin inmutarse por el clima helado.

— ¿Has hablado con él hoy? —preguntó suavemente. Yo sacudí la cabeza—. Hijo de perra.

—No lo es. Solo está pasando navidad con su verdadera esposa, yo soy la otra.

Recibí un golpe de nieve en el pecho.

—No digas ese tipo de mierda. Está muy jodido.

— ¿Verdad que sí? —Me reí sin humor—. Qué puta gracia cómo acabé.

—Tenemos el consuelo de que legalmente no es su esposa. Eso no lo quita lo imbécil, por cierto.

— ¿Y cuál es la ventaja si ese pequeño detalle solo lo sabemos tú, Jess, él y yo?

—Una mierda. —Se rió, me agarró de los antebrazos y me puso de pie, demostrando su fuerza—. Es hora del karaoke. Necesitamos alguna mierda depresiva y eres la única en ese humor.

Mi mundo dio vueltas cuando me soltó. Recuperar el equilibrio sobre mis tacones me tomó varios segundos, no me impidió beber más vodka en el proceso mientras Katrina sacudía la nieve de mi ropa y piernas.

—Tienes la piel rojísima, Madison. Estás puta loca.

—Vamos por el micrófono.

Di tropezones pasando entre la gente amontonada en la sala de estar, Katrina masculló maldiciones tratando de que no pegara mi cara contra el suelo de cerámica. Nuestros compañeros estaban igual o más ebrios, se limitaban a festejar mi regreso. David me atrapó antes de llegar a la tarima improvisada para colocarme un cintillo con cuernos de reno y luces.

Nunca mejor acertado, seguramente mi pareja estaba follándose a su esposa de mentira como regalo de navidad.

El pinchadiscos, en realidad sobrino de Katrina, se acercó a mí con un micrófono.

— ¿Qué vas a cantar, guapa?

Susurré mi respuesta en su oído. La cara del muchacho era un poema. A la mierda los villancicos, a la mierda la navidad.

Frank me lanzó besos desde la lejanía, otros compañeros me gritaban palabras de ánimo. Creo que la única persona con cara de culo era Amber, a diferencia de su novio Ryan y su mirada de cachorrito. De pronto, la bulla murió cuando la música resonó en la estancia. Tres segundos después de compresión gritaron de la emoción, y como siempre, la diversión de ser testigo de una persona despechada y borracha.

Eso me animó más. Nada me daba pena o vergüenza, no tenía un pelo de tímida, y borracha aún menos. Me aferré al micrófono y di el espectáculo de mi vida.

You and me, we made a vow. For better or for worse. I can't believe you let me down, but the proof's in the way it hurts.¹

Katrina se emocionó tanto que me apuntó con la cámara de su teléfono, a pesar de que todos hacíamos el juramento de no grabar nuestros momentos de humildad, o humillación, pero ni siquiera me importó. Estaba tan inmersa en mi dolor, cantando a todo pulmón con tanta rabia que incluso le grité directamente a la cámara como si fuera él. Como si ese teléfono fuera el hombre que me tenía rota.

I have loved you for many years, maybe I am just not enough. You've made me realize my deepest fear by lying and tearing us apart² —Sentí las palabras tan propias que estuve a punto de llorar, pero solo hice una peineta y acabé mi espectáculo para mis compañeros entretenidos.

Tal vez no soy suficiente.

Sé que no soy la única.

Lo sabía tan, pero tan bien.

Recibí aplausos, besos en el aire, gritos de apoyo e insultos hacia un hombre que no conocían solo para cagarse en la persona que me había hecho daño. Aunque sí lo conocían, pero no sabían que era mi persona.

Nunca lo harían porque no era suficiente para él, no lo suficiente como para dejar de ser su sucio secreto.

Katrina me apartó del bullicio, que rápidamente se concentró en el romance vivo de Amber y Ryan y su karaoke en pareja.

—El intercambio de regalos es en una hora. ¿Te acompaño arriba?

Me alejé de sus caricias en mi brazo en cuanto lo detecté como lástima.

—Creo que voy a cantar Last Christmas, definitivamente le di mi corazón la navidad pasada para que luego me hiciera mierda, aunque siga con él porque soy una cabrona.

—Joooder. Espero que más nunca vuelvas a estar así por un hombre, no sé si seguiré allí para aguantar tus estupideces.

—Nunca jamás mi puta vida —le juré, dejando caer mi frente en su hombro—. Nunca me recuerdes todas las estupideces que he dicho, como mujer me mataré.

—De eso puedes estar segura. Te traeré agua.

Aguanté una carcajada viendo cómo el vestido rojo de cuero le dejaba media nalga a la vista. Nada que nadie en esta casa hubiera visto ya. Esa pelirroja era una gran amiga. Si no estaba Jessica, mi lugar seguro era Katrina. Le agradecía su interés y preocupación por mí, pero después de mi espectáculo dramático solo quería huir de allí.

Palpé mis tetas para asegurarme de que mi teléfono seguía en mi sujetador y corrí como pude hacia la salida. Otra cosa no sensata era conducir en estado de ebriedad, pero qué más coño daba, dar pena ajena por un hombre era suficiente humillación como para merecer morir.

Saqué las llaves de mi coche del sujetador junto con mi teléfono y me marché de allí, sabiendo que a Katrina le darían mil ataques cuando se diera cuenta de que mi coche no estaba. No estaba pensando nada coherente mientras me dirigía a la iglesia más cercana.

Era algo tan contraproducente que me servía.

Perdí la fe en Dios hace muchos años, pero por alguna razón, siempre acababa corriendo a él cuando me sentía al borde del colapso. Era mi relación más tóxica.

Estacioné de una forma que era probable que recibiera una multa si una patrulla pasaba, no tenía tiempo de ser buena ciudadana en vísperas de navidad. Mi necesidad primordial era sentarme en la casa de Dios y preguntarle por qué seguía trayendo sufrimiento a mi vida.

Me sorprendió encontrar el interior vacío, pero resultó mejor para mí, porque no quería que nadie fuera testigo del momento en que comencé a llorar. Derramar ese líquido me convertía en una persona débil, una persona que no era la Madison Donovan que el mundo conocía.

Ignoré el silencio solemne y el extraño escalofrío de incertidumbre. No me sentía sola. Observé el prístino lugar sagrado en búsqueda del padre o algún creyente, pero no encontré más que soledad y un silencio roto por mis breves sollozos de niña pequeña. Tal vez no veía nada, pero sabía en mis huesos que alguien más estaba allí, en algún rincón.

Desganada, empujé la puerta del confesionario. Me dejé caer en la banca y golpeé mi cabeza contra la pared, hipando entre llantos. Era agotador reprimir todo el dolor durante tanto tiempo.

A ese punto, no lloraba porque mi novio estuviera festejando la navidad con su esposa, ya lloraba por haberme dado cuenta de todos los meses que había estado conformándome con ser el plato de segunda mesa. No recibir ni un solo mensaje suyo durante el día de navidad me abrió los ojos, de pronto sentí que cayó sobre mí todos los meses de espera, las incontables noches en soledad porque él se iba antes de levantar sospechas, los mensajes sin contestar, las citas plantadas, las veces que fingía que no me conocía en público o me trataba con indiferencia.

El dolor que había suprimido explotó ese día.

Debía parecer patética.

— ¿Hola?

La repentina aparición de una voz masculina me asustó. Me paralicé, al igual que mi llanto cesó. La razón de aquellos escalofríos estaba del otro lado, mi intuición nunca fallaba. No estaba sola.

— ¿Padre? —murmuré mirando la pequeña rejilla en la pared de caoba. Estaba tan oscuro que era imposible ver mucho.

—No, no soy un padre. Al menos no de iglesia.

— ¿Y qué haces allí?

—Supongo que me equivoqué. Es la primera vez que vengo a esto.

Fijé mi vista en el techo con el ceño fruncido. Era una voz grave con un tono ronco sedoso que no parecía local, aunque mantenía un casi perfecto acento americano. Mi instinto me decía que saliera, que huyera, pero me quedé allí en silencio, en compañía de un desconocido al otro lado.

— ¿Por qué viniste? —cuestioné después de un rato, solo para evitar romper en llanto.

—He hecho cosas muy malas. ¿Y tú?

—Yo también. ¿Eres de aquí?

—No, estoy de paso, por trabajo.

— ¿Qué trabajas?

—Si te lo digo tendría que matarte.

Enderecé mi columna vertebral, la borrachera me bajó unos grados considerables. No llevaba mi arma de servicio pero mis puños eran suficientes si algo malo sucedía. No quería ponerme en modo policía, no en navidad y con un despecho encima, así que me volví a relajar contra la pared. Me convencí de ponerme a sobrepensar sus palabras, si tal vez tenía a un asesino en serie al lado.

—Ya estoy muerta.

Lo oí reír por lo bajo.

— ¿Por eso llorabas?

—Sí.

— ¿Por amor?

Lo pensé varios segundos. Nunca en un año, cinco meses y doce días de relación, le había dicho que lo amaba, porque en casi dos años de conocernos aún no sabía si lo que sentía era amor o dependencia. Él me lo decía pero yo nunca respondía. Mis ojos se humedecieron y no pude controlar el nuevo llanto.

—Sí.

—Si tu novio te deja pasar así navidad, es un completo cabrón.

—Está con su esposa —confesé, asqueada de mí misma.

—Bueno... Eso explica porqué estás aquí. Está bien, yo he estado con mujeres casadas. Sería hipócrita juzgarte.

—Ya. Es que es más complejo que eso —justifiqué, con la repentina necesidad de no parecer una zorra ante un desconocido—. Es más que mi novio, y su matrimonio no es legal.

— ¿Lo conociste soltero o casado?

—Soltero. Ya teníamos una relación cuando se casó con ella, pero fue por obligación de su familia.

Una amarga risa brotó de él, enviándome una ola de calor.

—Sigue siendo un cabrón si no tuvo los cojones de mandar a la mierda a su familia por ti, de elegirte sobre los demás.

—Él me ama —espeté, molesta conmigo misma por defenderlo sin pensar.

Lo mío ya era una jodida obsesión.

—No conozco tu concepto de amor, pero yo no le haría eso a la mujer que amo.

Apoyé la cabeza en la fina pared que nos separaba, sabiendo en el fondo que tenía la razón, que de lo contrario no estaría llorando en navidad en una iglesia, con un desconocido que le gustaba maldecir en la casa del Señor.

— ¿Cómo amas a tu novia?

—No tengo novias. Nunca.

— ¿Por qué?

Sentí un ligero golpe en la caoba, señal de que había apoyado la cabeza igual que yo, y eso me provocó un sentimiento de añoranza.

—No he querido a nadie lo suficiente.

— ¿Nunca?

—En el pasado —admitió vacilante—. Es algo tonto, éramos muy pequeños.

— ¿Qué pasó con ella?

—La perdí.

Las palabras flotaron en el aire en una nube de nostalgia melancólica. No supe cómo responder a aquello, no había especificado a qué se refería con «perder» pero supuse que de cualquier manera era doloroso.

— ¿Crees en el destino? ¿Crees que algún día, o quizá en otra vida, la recuperarás si están destinados?

—A veces tengo la fantasía de que la vida nos acercará sin que yo intervenga, pero son gilipolleces que imagino cuando voy a dormir después de leer un cuento de hadas a mi hija.

Me hizo reír. Fue mi primera risa sincera en todo el día. De pronto, me había encontrado cómoda hablando con el desconocido, y no sé cuántas horas pasaron hasta que olvidé el motivo de mis lágrimas. Incluso las historias de su hija me parecían maravillosas.

— ¿Dónde está su madre?

—En algún bar de Las Vegas, no es importante. La he criado yo desde que nació.

—Eres buen padre.

—Estoy lejos de serlo. ¿Piensas tener hijos con tu novio fantasma?

—No —respondí tensa, evitaba llorar de nuevo—. Nunca.

—Mmm. ¿Cuántos años tienes?

—Veinticuatro.

—Joder, estás pequeña. Es normal.

— ¿Acaso tienes cuarenta? —bromeé sin ánimo.

—Veintisiete.

—Y tu hija tiene tres años, no está mal, supongo.

—No fue planeado, de todos modos... —Su voz se desvaneció a medida que la música y los gritos de júbilo aumentaron en el exterior de la iglesia—. Es medianoche. Feliz navidad.

Cerré los ojos. No había nada de felicidad en mí, solo el crecimiento de un resentimiento peligroso y el comienzo de una barrera.

—Ah, sí. Feliz navidad.

— ¿Hay un deseo de navidad que hayas pedido?

—Que mi supuesto novio pasara la noche en mi cama.

Una carcajada divina retumbó en el diminuto confesionario. El sonido refrescante me robó una sonrisa contenida. Tenía una risa tan grave como su voz que era divertido oírla.

Entre la penumbra de nuestro hueco de pecados, vislumbré que su mano se apoyó en la rejilla de forma superficial. Parecía un movimiento inconsciente, sin ninguna intención oculta, pero un impulso hizo que posara mi mano contra la suya. La rejilla de hierro era el único material entre nuestras manos, pero su calor se extendió hasta mí y un estremecimiento familiar me recorrió la columna para concentrarse en mi vientre.

—Di la verdad.

— ¿Por qué crees que es mentira?

—Respondiste muy rápido, y por lo que he conocido de ti los últimos sesenta minutos, no eres una persona que pide deseos a la ligera. Si lo haces, sería algo más profundo que eso.

Abrí la boca para replicar pero nada salió. Odiaba que me analizaran, al hacerlo era más fácil llegar a mí, lo que de verdad era, lo que un desconocido descubrió muy pronto para mi propio bien.

—He deseado una familia —confieso en voz baja, casi avergonzada—. Es la primera vez que deseo algo así. Un esposo de verdad, mi enorme colección de ropa y quizá un coche demasiado caro, tal vez un tigre que mi esposo compraría ilegalmente solo para complacerme. También pasar la noche de navidad en la cama, ¿por qué no? Una relación de amor real... Nunca pasará, pero también suelo fantasear como tú.

—Lo mío es más complicado, tú podrás realizar ese deseo de navidad algún día.

—Es imposible.

—Es posible.

— ¿Cómo? No conoces ni mi nombre, vamos.

—Me has agradado, y nadie me suele agradar mucho, menos una mujer. Así que me encargaré de que tu deseo se cumpla, mujer de dedos desconocidos.

Acarició la yema de mis dedos lo poco que la rejilla le permitió. Mis labios se estiraron en una tonta sonrisa, era un hombre optimista.

—Tienes mucha fe.

—Estamos en un lugar de fe.

— ¿Qué has pedido tú?

—No pido gilipolleces al universo.

—Te dije el mío. Di la verdad.

Suspiró. Con cada minuto que pasaba, el hombre me parecía más atractivo. No en el sentido literal, era algo más de mirar risueña nuestras manos, deleitarme con su risa, sonreír por las historias de su hija o su forma de hablar incluso en la iglesia. Podía suponer que pocas cosas le importaban en su vida, su hija y su perro eran lo primordial, y eso solo me calentó el corazón.

—Si lo digo en voz alta no se cumplirá. No soy supersticioso pero tampoco me voy a arriesgar.

—Yo lo dije —protesté, dando un suave golpe a la rejilla.

—Tu deseo lo cumpliré yo, está bajo control.

—Dímelo a mí —insistí con mi voz tierna de manipulación—. Tal vez pueda ayudarte.

Tardó varios segundos en confesar su deseo con triste anhelo.

—Deseé que ella encuentre el camino a mí, este año, el que viene, el próximo, el día que sea. Que regrese conmigo.

En el fondo, deseé lo mismo para él. Fuera quien fuera esa mujer, necesitaba llegar a su vida y oír las palabras que yo más anhelaba, pero que no recibía.

—Ah... Puedo investigar dónde vive y hablarle bien de ti.

—Podrías, aunque yo sé dónde está.

Fruncí el ceño. La bonita historia de amor había perdido el rumbo.

— ¿Entonces por qué no la buscas?

—Porque quiero que sea ella quien me encuentre. No quiero irrumpir en su vida porque sé que le haré daño con la mía, quiero que me elija por sí sola. Esperaré mil años si es necesario, si nunca sucede entonces seguiré queriéndola en silencio, mientras ella sea feliz.

—Para ser un hombre sin novias, eres bastante romántico.

—Quizá he estado encerrando esa parte de mí para dársela a ella.

Cerré los ojos, soñando en lo que sentiría si alguien hablara así de mí. Era algo tonto, pero para mí era algo más que romántico. Esbocé una sonrisa, qué bonito sería que alguien esperara por mí con tanta efervescencia. Fue sencillo envidiar a la mujer, envidiar la forma en que él pensaba de ella.

Se me escapó una lágrima al pensar en lo bonito que sería que alguien me entregara todo su amor solo a mí, porque en ese momento estaba compartiéndolo con otra mujer.

Fantaseé con ser la primera opción, deseé ser suficiente para él. Y tan solo desear algo así dolía más que un cuchillo enterrado en mi pecho.

—Ella tendrá al hombre correcto...

—Tú también —aseguró tiernamente—. Pareces una mujer increíble, mereces más que estar escondida.

Controlé un sollozo. El desconocido acarició las puntas de mis dedos y fue el gesto más reconfortante en días.

—Lo sé...

El brusco sonido de las puertas de la iglesia resonó en el silencioso lugar. Mi mano abandonó la rejilla, mi cuerpo en alerta ante cualquier amenaza. Antes de salir del confesionario escuché las pesadas y rápidas pisadas de tacón, seguido de gritos femeninos entrecortados.

— ¡¿Madison?! ¡Sé que estás aquí, puta loca, Dios me perdone la boquita!

Exhalé de golpe. La tensión de mi cuerpo desapareció. Katrina me había encontrado.

—Creo que llegaron por mí —informé al desconocido que permaneció en silencio. Me asomé por la puerta, una borracha pelirroja revisaba debajo las bancas—. Aquí estoy.

Se puso de pie y me miró como si me hubiese vuelto loca. Corrió hacia mí, cubriéndome los hombros con una chaqueta de cuero marrón. Se veía más preocupada que enojada.

— ¿De verdad condujiste borracha para venir a confesarte?

—Para expiar mis pecados antes de navidad. Inténtalo un día.

Puso los ojos en blanco.

— ¿Nos vamos? Frank nos espera afuera.

Asentí con la intención de caminar detrás de ella, entonces recordé que el desconocido seguía dentro del confesionario. Me detuve frente a la puerta de la cabina del padre, toqué la manija dispuesta a descubrir la cara del hombre, pero mi mano tembló. Me llené de dudas de repente, podía dar un empujón y acabar con el misterio, pero una fuerza mayor me dijo que así era mejor. Supe que la mejor opción era irme sin conocerlo más, no sabía si llamarlo presentimiento, solo sentía que era lo correcto.

Mi lado sensato percibió el peligro detrás de esa puerta.

Abrí la cabina contraria.

—Ya me tengo que ir.

El sujeto guardó silencio. Pensé que quizá la fantasía acabaría ahí, o peor, que todo me lo había imaginado. Estuve a punto de cerrar la puerta cuando su voz cálida emergió.

—Fue un placer conocerte.

—Lo mismo digo... Buena suerte con tu hija y la mujer que buscas. Espero que te encuentre.

—Me convenciste de que lo hará —aseguró con firmeza, y más serio añadió—: Te ayudaré con tu deseo.

— ¿Cómo lo harás? —hablé con ironía.

—Desde las sombras. Te mencioné que he hecho cosas malas, a veces hago cosas buenas también. Te lo has ganado.

Mi cabeza de borracha aceptó la promesa, a pesar de saber que era imposible, quería irme con un bonito recuerdo.

—Feliz noche de navidad.

—Feliz navidad, Madison. Te buscaré cuando haya cumplido mi parte.

Cerré la puerta, suspirando con una sensación de tristeza y emoción en partes iguales. Katrina me cogió del brazo, me llevó al coche haciendo mil preguntas sobre mis pecados recién confesados, y yo le conté todo.

—Qué extraño —dijo Frank con aparente miedo—. Es como una de esas apariciones extrañas. Y en una iglesia. Quizá era un fantasma.

No lo contradije, pero tampoco estuve de acuerdo. Había sido real. Todo. Sin embargo, la promesa del desconocido era menos que real.

En ese instante, no supe lo real que sería.

¹inglés. Tú y yo, hicimos un voto. Para bien o para mal. No puedo creer que me hayas decepcionado, pero la prueba está en la forma en que duele.

²inglés. Te he amado durante muchos años, tal vez no soy suficiente. Me has hecho darme cuenta de mi miedo más profundo mintiendo y destrozándonos.

Feliz navidad para todos. Gracias por estar conmigo. ❤

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