9. Trampa (+18)
— ¿Qué tienes?
—Nada.
Aprieta los labios.
— ¿Qué pasó ahora?
—Ya te dije que nada, Dominic.
—Ya. A mí sí me pasa algo —admite—. Y ese algo eres tú.
Dominic me coge del brazo y me besa. Me besa con premura y profundidad, arrancándome un gemido. Mi cuerpo me traiciona. La mala leche se esfuma a velocidad de la luz. Estoy sorprendida por su salvaje arrebato pasional.
—No te haces una idea de lo cabreado que estoy. Estás guapísima y allá afuera no dejan de comerte con los ojos. —Su voz es grave y su mirada feroz—. Te conozco desde hace casi dos meses, Madison, y nunca había estado tan seguro de algo.
— ¿De qué?
—De que me perteneces.
Entreabro la boca para que me entre aire en los pulmones. Posa una mano en mi mejilla, mirándome a los ojos. Él ve algo de lo que no estoy segura, porque sonríe.
Yo no soy de nadie. Estoy subyugada.
—Dime que confías en mí, nena.
Me sorprende lo fácil que sale mi respuesta.
—Lo hago.
— ¿Sabes que no haría nada sin tu consentimiento?
—Lo sé —susurro.
Su mano atrapa la mía y la lleva hasta el duro bulto entre sus piernas. Un cosquilleo ataca en mi entrepierna y mi temperatura corporal se eleva. Me incita a tocarlo. Hago lo que me pide. ¡Vaya paquetazo! Muevo la mano de arriba hacia abajo, sin apartar la mirada de la suya. La respiración se le va agitando más con cada caricia.
—Te vas a poner de rodillas, te la vas a meter en la boca, me voy a correr dentro de esta preciosidad y te lo vas a tragar —susurra, recorriendo mi labio con el dedo.
El estómago me da un vuelco y la respiración se me queda atrapada en la garganta. Nunca me habían hecho una proposición tan guarra, aunque eso ha sonado más a una orden que a una proposición.
Me levanto el pesado vestido y, lentamente, me arrodillo en el piso. Quiero complacerlo, por una vez quiero sentir que causo en él lo mismo que causa en mí. Le recorro el cuerpo con la mirada y encuentro que tiene la vista baja, mirándome con los párpados pesados.
En mi vida jamás me he arrodillado ante un hombre, hoy todo cambia, y si estoy así no es porque él me lo haya ordenado, estoy abajo porque puedo y porque me apetece; porque la sexualidad se goza, no se oculta por pudor o ser todavía un tema tabú.
Suelto la hebilla del cinturón con un ruido seco. Empiezo a desabrocharle los botones de la bragueta del pantalón, pronto libero su ansiosa erección. Me atraganto con mi propia saliva, estoy admirando una maravilla. ¡Es una bestia! No estoy segura de que me quepa toda en la boca.
Estoy acostumbrada a tamaños menores. Venga, normales. El tamaño resulta cultural, subjetivo y muy emocional por parte del género masculino. Las mujeres no necesitamos una extensa longitud para sentir placer.
Por eso me quedo admirando la erección frente a mí, según mis cálculos de mi vida promiscua, es completamente perfecto. Dominic tiene el poder de satisfacer de lleno a una mujer sin la necesidad del miembro, y viendo lo que veo, es un premio doble.
Mi mirada conecta con la suya. Tiene los ojos llenos de lujuria y los labios húmedos y entreabiertos. Es la imagen más erótica que haya visto jamás. Me tiene completamente fascinada.
–Joder —gruñe con los dientes apretados—. Nada podría superar la hermosa vista que tengo ahora, Madison.
Entonces caigo en cuenta de que estamos a plena vista en un balcón, si alguien se aparece por la piscina verá un escandaloso espectáculo. A Dominic le da igual, por tanto, a mí también.
Abro los labios cuando se acerca y se introduce despacio en mi boca. Lo agarro con decisión de la parte de atrás de los muslos y tiro de él hacia mí. Respira con dificultad y sisea algo en árabe.
Está tenso. Cierra los ojos, apretando con fuerza la mandíbula. Le concedo un momento para que recupere la compostura. Le cuesta mantener el control. Deslizo la boca hacia la punta. Me sujeta la cabeza con fuerza e inclina la suya en busca de mis ojos, dibuja círculos en mi pelo con las manos mientras yo se lo sujeto con firmeza y le paso la lengua por la punta para terminar con un beso suave.
Lo estoy disfrutando un montón. Estoy absorta en lo que le estoy haciendo, necesitada de sentir que puedo controlar a este hombre tan dominante como a los demás.
Se la lamo entera, gozando su palpitar sobre mi lengua. Sigo recorriéndola arriba y abajo, presionando la punta de la lengua contra su hendidura cuando llego a la gruesa cabeza. Decidido a observar lo que le estoy haciendo con mi boca, mantiene los ojos abiertos, y yo varias veces lo miro para contemplar el placer marcado en su expresión. De vez en cuando deja escapar pequeños chorros de aire entre los dientes.
Lo dejo sin aliento cuando le pongo la mano en la cara posterior del muslo y lo empujo hacia mi boca. Me llega tan profundo que tengo que esforzarme para no vomitar a causa de la invasión.
—Así, relaja la mandíbula, nena. —Empiezo a retirarme, y me deja sin respiración al embestirme—. Hasta el fondo, Madison.
Tiene el control, otra vez.
Envuelve los dedos alrededor de la cola en mi pelo, sale lentamente y vuelve a meterla soltando un largo gemido de puro placer.
— ¡Joderrr! —grita, empujando de nuevo con fuerza—. Ya lo decidí, me voy a quedar contigo.
Cierro los ojos y absorbo el asalto. Saco los dientes y los arrastro por su piel tensa cuando se retira. Dominic suelta una maldición y empieza a murmurar en su idioma. Continúa con los increíbles ataques, embistiendo mi boca mientras yo intento retomar el control. Desplazo una de mis manos hasta la base del tronco, me retiro un poco para apretársela con firmeza, luego arriba y abajo se la acaricio con ansia.
Lo siento hincharse y palpitar en mi boca. Está a punto. Rodeo, lamo y absorbo el glande hinchado, él profiere palabrota tras palabrota. Envuelvo su erección con los labios en el momento en que derrama su semen caliente y cremoso en mi boca. Acepto todo. No dejo que se escape ni una gota. Como me lo pidió, me lo trago con él todavía dentro de mí.
De las veces que he practicado felaciones, jamás me habían acabado en la boca, y mucho menos yo me lo tragaba. Miro hacia arriba. Con la cabeza hacia atrás, suelta un alarido grave de satisfacción. Ha valido la pena arrodillarme.
Aminora el ritmo de las embestidas, adopta un ritmo más perezoso mientras vive las últimas oleadas de su orgasmo. Lamo y chupo los restos de tensión con ternura. Tiene la respiración agitada. Se inclina para levantarme y busca mis labios.
¡Se la acabo de chupar a un narcotraficante!
Enloquecí.
—Eres maravillosa. —Me mira con los ojos grises nublados—. Muchas gracias, pequeña diablura.
¡Vayaaa! Nunca nadie me había dado las gracias por chupársela.
Sello mis labios con los suyos. Lo beso despacio, apasionado, mientras mis manos se ocupan de guardar su semi erección en el pantalón.
—Quiero pedirte algo.
—Pídeme lo que quieras, nena —resuella, sobre mi boca.
—Acaba con esto. Las subastas. No vendas más mujeres.
Suspira, su mirada inflexible fija en la m
—Lo hago por su bien, Madison. Si no fuera por mí ya estarían muertas. No necesitas saber los detalles, solo créeme que las ayudo.
Las ganas de iniciar una discusión acalorada haciendo uso de mis estudios en leyes no me faltan.
—Eso no justifica el hecho de vender mujeres —insisto, sin dar mi brazo a torcer.
—Nada de lo que hago es justificable.
—Puedes hacer lo mismo sin venderlas. Las mujeres no somos objetos o muñecas sexuales, Dominic. Ninguna merece ser tratada como mercancía, nunca hemos merecido lucir como un pedazo de carne o una buena esposa para el hombre. Tratas de hacer un bien de la manera equivocada.
Apoya su frente en la mía, cierra los ojos, toma una gran bocanada de aire. Le acaricio suavemente el cuello, deseando que funcione. Transcurridos pocos segundos, abre los ojos y en ellos reconozco la resignación y la chispa de culpabilidad.
—Hay mucha gente peligrosa relacionada, terminar esto me costaría millones y millones.
—Imagina que una de ellas soy yo —le ordeno—. Que por alguna razón, acabé en el mundo bajo, apareces tú con la ilusión de salvarme, pero vuelvo a caer en unas manos que no deseo, por obligación. Me has robado la última oportunidad que tenía de vivir.
El gris de sus ojos se oscurece en una milésima de segundo, dándome el efecto deseado. Sea lo que sea que pasa por su cabeza, es grave, porque tiene una mirada de asesino que nunca le había visto. Enmudecido, su vista desciende a mis brazos, con ambas manos acaricia el interior de mis codos cubierto de tela, viendo algo que yo no, algo que le causa dolor.
Separo los labios para preguntar qué sucede, pero las caricias ascienden por mis hombros hasta detenerse en mi cuello. Toca la piel descubierta de mi cuello con cuidado, como si temiera lastimarme.
La profunda agonía en sus ojos me empieza a preocupar, porque lo que lo está atormentando, sé que no tiene nada que ver con la subasta. Es fácil de notar.
— ¿Estás bien? —murmura, encerrado en sus propios pensamientos.
—Estoy bien.
—Yo debí... Debí...
Con mis manos en sus mejillas, lo obligo a dejar de ver mi cuello. Está absorto en algún mal recuerdo, sé reconocer el sufrimiento provocado por el pasado porque yo misma lo he vivido durante años. Lo tranquilizo con suaves caricias, le transmito seguridad y confianza con la mirada, hasta que regresa a sus cinco sentidos.
—Perdóname. —Su susurro barítono me pone el vello de punta.
— ¿Por qué?
Lo que sea que sucedió dentro de él, se desvanece en el aire. Su rostro vuelve a relajarse.
—Hablaré con mis socios, se lo avisaré a Siena y ella se hará cargo del cierre de las subas...
Lo dejo con la palabra en la boca. Lo beso. Un poquito de chantaje emocional realista y ya estamos. Dominic Callaghan se muestra imponente, le gusta controlar, pero no se da cuenta de que yo tengo el mismo poder en él.
Arlington.
Es lunes por la noche, dos equipos élite pertenecientes a la DEA y el FBI están preparados. Por primera vez en mi carrera en la agencia antidrogas, en lugar de estar en escena, estaré en el exterior siendo el cerebro de la operación.
Entramos al muelle y los coches derrapan en el asfalto. Saltamos fuera cubiertos por chalecos antibalas. Echo un vistazo a los yates mientras corro al contenedor donde está todo el equipo informático. Pantallas y portátiles, una moderna sala de operaciones dentro de un contenedor oxidado.
Tomo asiento en mi respectiva silla frente a los computadores y reviso las cámaras mientras escucho los comentarios de los agentes. En la sexta cámara que muestra una amplia vista de la zona de embarcación, reconozco el rostro de Dominic a través de una ventana.
Hay un caos afuera y balas volando por todos lados, la voz me sale algo indecisa al dar órdenes; no es la situación, no son los disparos ni el drama, es el hecho de que Dominic puede morir ahí. Varios chismosos están detrás de mí observando también las cámaras como si fuera una película de acción.
En la tercera cámara diviso a Ryan en acción, cada vez más cerca del yate. Los hombres de Dominic no se dan por vencidos y continúan protegiéndolo. Entonces la guardia costera hace aparición y pierdo la paciencia.
—Pero ¡¿qué diablos hacen aquí?! —grito, apretando botones con furia—. Di claramente la orden de que la guardia costera no metiera las narices.
Suelto un grito de frustración al ver que no puedo hacer nada apretando botones como loca.
—Agente Donovan, si puedo...
— ¡Deténganlos!
El agente Adam asiente, resignado. Regreso la mirada a las cámaras, es un desastre. Esto no debería estar pasando, era una operación estrictamente de la DEA y el FBI, todo está coordinado y una metedura de pata nos costaría todo.
—Es increíble que nadie pueda hacer nada —siseo, tiro el pinganillo en la mesa y le quito el seguro a mi pistola—. Me voy a lanzar al maldito bote si es necesario, ya que nadie tiene los cojones de hacerlo.
— ¡Agente Donovan!
En contra del plan, salgo del contenedor y calculo la distancia entre el barco de la guardia costera y la orilla del muelle. Es mucha. Buscando otra manera de llegar a él, miro la alta grúa pórtico a mi izquierda.
— ¡Madison! ¡¿Qué haces afuera?! —me grita Ryan, parapetado con otros agentes más, lejos de mí.
Le levanto el pulgar. Confío en que lo haré bien, soy muy perfecta para morir, repito en mi cabeza para que se reúna toda la confianza en mí misma. Alguien importante para mí en el pasado mencionó que mi método parecía la ley de atracción.
Corro a la grúa, sorteando balas que puedan acabar en mí. Subo por las escaleras de emergencia de la grúa, no puedo perder tiempo en el viejo ascensor. Estando arriba, suelto la respiración que estuve aguantando. Estoy muy lejos del suelo, y Dios sabe lo mucho que me aterran las alturas.
Guardo la pistola en la parte de atrás del pantalón, y, armándome de fuerzas, me pongo a cuatro patas en la orilla para gatear por el extremo. Las manos me tiemblan. No miro hacia abajo. Mantengo la barbilla en alto hasta por fin llegar a la punta. Despacio, poco a poco, me pongo de pie.
Tengo al barco cerca, un metro quizás.
—Vale, es un saltito y ya...
Doy unos pasos hacia atrás, agarro potencia y corro lo más rápido que puedo para saltar hacia el barco. El viento golpea en mi rostro y puedo notar cómo mi corazón se detiene, vuelve a palpitar cuando caigo estrepitosamente. Me doy tremendo porrazo.
—Hostiaaaaaaaaaaa.
— ¡Hey! ¿Tú quién...?
Saco la pistola y le disparo al hombre en el pecho. Extiendo los brazos, aún tirada sobre mi espalda. Me ha quedado doliendo el culo, ¡y yo que esperaba una caída de pie como en las películas!
Por fin, me pongo de pie y dejo de perder tiempo. Me muevo por el barco derribando a los que se me cruzan. Voy entrar a la cabina cuando oigo una voz polaca. Ya decía yo que la guardia costera parecía muy entrenada.
Śmierci se nos ha adelantado.
Entro a la cabina. El hombre al timón me mira, impresionado, pero antes de que yo pueda hacer algo, pega con el puño un botón rojo. Todo pasa en cámara lenta al mismo tiempo; le disparo en el hombro, los hombres en el yate se tiran al agua, el FBI consigue subir al yate, y este prende en llamas.
Inmóvil, observo perpleja la escena. El yate explotó y con él los oficiales del FBI que entraron.
Enseguida me hago cargo del timón y acerco el barco al muelle. En tierra busco a Ryan por todos lados, pensando en todos los desplantes que le he hecho. Al menos me gustaría pedirle perdón por permitir que se rompiera él solo el corazón.
Entonces veo a un hombre completamente mojado en una de las ambulancias que ha asistido. El alma me vuelve al cuerpo. Es él. Corro a su encuentro, el pobre tirita del frío.
—Salté a tiempo —suspira, exhausto.
— ¿Qué pasó, Ryan? ¿Y Callaghan?
La desesperación de encontrar a mi novio no me permitió pensar en él, el espécimen. Ryan hace una débil sonrisa, me dice que él seguía adentro cuando la bomba explotó. Apenas cruzaron palabras siquiera.
No sé por qué, un pinchazo ataca mi pecho. A su lado sentí una adrenalina que constantemente deseo, que solo él me proporcionó.
Supongo que se acabó.
Antes de marcharme del muelle, horas después, sin señales de vida de Dominic, dirijo la mirada a las oscuras aguas cubiertas por una ligera neblina. Un escalofrío recorre mi columna vertebral. Doy varios pasos hacia atrás, mientras la curva de mis labios se eleva.
—Vamos, Donovan, la búsqueda seguirá mañana —escucho la autoritaria voz de Lockwood.
Aprieto los labios para ocultar la sonrisa. Lo miro con una máscara sombría en mi rostro.
—Claro. Vámonos.
Desconecto el móvil del cargador y contesto la llamada en FaceTime. En tanto la imagen carga, me quito las gafas y mordisqueo un extremo del bolígrafo. Ya puedo sentir el drama en el aire.
—Madisabel.
La rústica voz de Maximiliano Donovan se hace presente y me estremece; él es el único hombre que puede hacerme temblar de miedo. Observo con interés lo que hay detrás de él, parece estar en un restaurante.
—Papá, que solo puedo verte mitad de la cara...
Se rasca la calva hasta que reacciona.
— ¡Oh, mierda! Estúpida tecnología inservible... Ahora sí, ¿cómo estás, Madisabel?
Durante un rato hablamos sobre la emoción que he vivido últimamente. Maximiliano, siendo un general honorífico de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos jubilado, vocifera cómo planea matar a cualquiera que me toque.
No lo dudo, estaba entre los rangos oficiales más altos, solo detrás del General del Ejército, el mayor rango. Formó parte del Estado Mayor Conjunto. Es obvio de quién heredé el gusto por esta vida.
—Te conseguí el marido perfecto: rubio, ojos verdes, alto, galán y francés. ¿Te envío el paquete o vienes por él?
—Papá, llevas desde hace años encontrando el marido perfecto y a todos me he negado. Pensé que ya había quedado claro.
—Pero, ¿por qué no te gustan los que escojo? —Frunce el ceño, airado.
—Porque buscas tarados robotizados, eso sin mencionar que a todos les metes miedo y no se atreven ni a mirarme. Además, soy libre de elegir a quien quiera.
— ¿Será que prefieres a cierto bobo que no te valora como mereces?
—Papáaaaa, no te metas con él.
Él se encoge de hombros y pone su cara de chulo. Se había tardado en hablar mal de Ryan. Mi bendecido padre es de lo que no hay. No se corta en decirme las cosas de golpe, directo, es un insensible. Y Ryan, bueno, nunca ha sentido lo que se dice amor por él.
—Sabes lo que pienso del Rayon ese, Madisabel.
—Ryan, papá.
—Sí, da igual. Tú espantaste a la cuarentona que me lanzó los tejos en el súper.
De solo recordar las obscenas miradas que la mujer le lanzaba a mi padre en el supermercado, me dan arcadas.
— ¿Quién flirtea en el pasillo de limpieza? —exclamo a la defensiva.
— ¿Quién dice que su padre es su sugar daddy para ahuyentar a una mujer? —contraataca, reprobatorio.
No me arrepentí en ese momento cuando me echó la bronca, menos ahora. Esa mujer tenía garras y actuar como la novia jovencita de mi padre fue lo único que la alejó. Aún recuerdo su turbada mirada al creer que éramos una de esas polémicas parejas. Lo disfruté.
—Papá, eres un atractivo hombre mayor millonario. Las come-billeteras están al acecho.
Una sonrisa arrogante se expande en su rostro.
—Los únicos come-billeteras son mis hijos. Llegó la comida. Cuídate mucho, no bajes la guardia, mi guerrera. Te amo. ¡Esto lo defenderemos! —agrega el lema del ejército.
—Te amo más, papá. Esto lo defenderemos.
Sonríe ampliamente y su cara desaparece. Ha puesto el móvil en la mesa y no ha cortado la videollamada. Disfruto un rato escuchándolo gozar del almuerzo, él tiene la costumbre de hablar mientras come, así esté solo. ¡Es todo un caso!
El viernes una de las secretarias me deja un periódico. Lo echo un vistazo mientras bebo café, no he dormido casi nada. Un artículo llama mi atención, lo leo detenidamente y una amarga risa se me escapa.
Un agente de la DEA en Chicago advirtió que el lunes dejaron escapar una camioneta con, presuntamente, ochenta kilos de cocaína. Del cártel Callaghan. El sospechoso se hace llamar Rojo.
—Buena jugada, Bill —susurro dando otro sorbo de café.
Hizo que fuera a por el yate y diera vía libre a la camioneta. Tiene mérito.
El artículo también deja en claro que Dominic Callaghan está muerto. Eso creen todos.
La puerta de la oficina se abre. Ryan entra con pinta de andar apresurado. Lo miro con el ceño fruncido, no aviso que vendría. Detrás de él entra Jessica, igual de espléndida que siempre.
Ambos se sientan frente a mí como si yo les hubiera dado previo permiso.
— ¿Qué tal tu día, princesa?
—Lo mismo de siempre. ¿Qué hacen aquí?
Le lanza una impaciente mirada a mi amiga.
—Tengo que irme de viaje a Las Vegas esta tarde.
— ¿Qué? ¿Por qué tan lejos?
—Una misión importante. No sé cuándo volveremos. —Mira la hora en su reloj. Rodea el escritorio y me da un beso en la frente—. Se me hace tarde, cuídate. Te amo, princesa.
Se marcha igual de rápido que llegó. Yo quedo boquiabierta viendo la puerta. Miro a Jessica esperando una explicación, ella se encoge de hombros. ¿Qué tendría ella que saber?
—Mírale el lado bueno, te lo vas a quitar de encima —se mofa. Tiene razón.
—Y ¿tú qué haces aquí? ¿No deberías estar defendiendo a algún capullo en la corte?
Yo tengo una obsesión por enredarme con hombres malos, su obsesión es defenderlos en la corte.
—Tengo una semana de vacaciones desde hoy, ¡gracias a Dios! Tenía que venir a verte antes de ir a Washington a casa de mis padres. Qué trágico lo que pasó con... ya sabes quién. ¡Ostras, era tan guapo!
— ¿Desde cuándo te gusta visitar a tus padres?
—Estoy intentando acercarme más a ellos, ya iba siendo hora. —Estira los labios en una sonrisa.
Miro con recelo el carmín en ellos, su largo pelo sobre un hombro... Alguien toca la puerta. Le indico que pase, una joven rubia de uniforme azul entra con una caja embalada en las manos.
—Entrega para la señorita Donovan.
Señalo la mesa, algo confundida por la caja. La chica, intimidada por la mirada de Jessica, deja la caja en el escritorio. Firmo el papel que me entrega y prácticamente sale corriendo.
Jessica no se tarda en atacar.
— ¡¿Le viste las ojeras?! Qué horror.
Ignoro la arrogancia de mi amiga. Sacudo la caja, que no es tan grande, y suena. Curiosa por saber qué hay, agarro las tijeras y la abro utilizado la afiliada punta. Dentro de ella hay una cajita cuadrada de terciopelo azul, no hay más nada, ni una nota o algo. Nada.
— ¿Habrá sido Ryan? —opina, mirando el contenido.
—De haber sido él habría flores y osos de felpa por todos lados.
Levanto la tapa de la cajita. Tanto Jessica como yo dejamos salir un jadeo.
—Diablos, Madison, tienes la vida resuelta.
Sujeto con delicadeza el collar y lo observo más detalladamente. Un collar de diamantes reales, muy brillantes. ¡Y cómo pesa! Tengo una fortuna en mis manos.
Estamos hablando de millones de dólares. Es hermoso y elegante, sencillo, un collar corto y clásico. Y para qué mentir, me encanta. Una joya cualquiera no merece decorar mi cuerpo.
—Ryan nunca en la vida podría permitirse algo como esto con el sueldo que gana —suspira, reclamando de mis manos el collar. Se podría decir que veo en sus dos signos de dólar.
Sonrío.
Sonrío porque sé quién ha sido.
Hay un solo capullo arrogante multimillonario que me regalaría un collar de diamantes.
—Dominic está vivo.
Me mira, aunque no sabría si es alegría o envidia lo que leo en su mirada.
Esta es mi primera vez en una rueda de prensa. Aparentemente insultar a Dominic se comparó a insultar al presidente, viendo lo visto. Un capítulo más de: «apoyemos al hombre porque la mujer por derecho es inferior».
El director de la DEA me cede el podio y me mira fijamente antes de dar la vuelta. Él mismo me dijo lo que ahora tengo que decir para aclarar todo, porque ni siquiera me dejarían aclarar las cosas por mi cuenta. Creo que la razón es obvia, mis jefes quieren manejarme, ¿porque soy mujer?
Pero como bien dijo Jessica hoy antes de irse: nadie puede callar a Madison Donovan.
¿Se habrá dado cuenta el director del garrafal error que ha cometido al darme el poder de un micrófono?
—Los conocedores de leyes, sabrán que mi libertad de expresión está protegida por la primera enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, por lo que puedo expresarme sin ataduras.
Petrificados, el director y unos cuantos más de la agencia y el Departamento de Justicia, no pueden creer lo que hago. Sí, rompo sus reglas. Sonrío, dulcemente. Al cuerno el planeado discurso estúpido que escribieron para mí.
—En mi criterio, no es ilegal decir la verdad al público. Acepto a quienes replican que no conozco a ese hombre, pero no hace falta conocerlo para saber de qué talla es debido a la naturaleza de su oficio. Nadie puede quitarme mi libertad de expresión. Así que sí, esa es mi opinión sobre ese hombre, y no voy a rechazar mis palabras.
—Señorita Donovan, antes de usted han existido casos similares provenientes del género masculino y no fueron tomados en cuenta, usted es la primera mujer en verse envuelta en esto y que sale perjudicada. ¿Diría que el sistema está regido por el machismo? —me pregunta, un periodista de la última fila.
—Sí —afirmo, tan pancha—. Constantemente hacen este tipo de cosas; no solo a mí, a la población femenina en general por la creencia misógina establecida. A aquellos, debo decirles que consideren bajar los niveles de testosterona y la arrogancia de machitos, porque yo puedo decir lo que me dé la gana. Y no estoy ofendiendo a nadie, solo reafirmo mi derecho. Sí, soy mujer, con mucho orgullo y con los pantalones más puestos que muchos hombres.
— ¿Insinúa creerse la mejor? —agrega un periodista con las cejas arqueadas.
—No, cariño, no insinúo ser la mejor, lo soy.
Sam, al lado del director se tapa la boca para no reír, mientras el otro vejete parece estar a punto de un infarto. Los he dejado a todos boquiabiertos, no entiendo porqué se sorprenden.
— ¿Se considera feminista? —pregunta, la misma tía del CNN en el aeropuerto.
Sonrío ante la peculiar pregunta que suelo evitar con frecuencia. La simple palabra revuelve mi estómago y trae recuerdos oscuros a mi mente. No puedo considerarme parte de algo que me genera escalofríos por una visión distorsionada que Alexa provocó.
Por primera vez en mucho tiempo, doy mi honesta opinión desde mi traumatizado recuerdo adolescente.
—El feminismo se ha visto modificado a través de los años, para bien y para mal. Respeto y admiro a todas esas mujeres que defienden nuestros derechos, a aquellas que me han dado la oportunidad de ejercer una profesión y gozar casi de una total libertad de expresión. Podría enumerar las razones por las cuales prefiero no pertenecer a este u otro movimiento, pero no me apetece compartir mi vida privada en televisión nacional. He vivido la experiencia de ver a mujeres manchando años de trabajo, utilizando la discriminación que se ha intentado aplacar, un supuesto empoderamiento que solo se encarga de minimizar a todo el género masculino. Ese porcentaje de «defensoras» me molesta.
— ¿Se refiere a que el movimiento feminista es hipócrita? -vuelve a preguntar. Me inclino, dispuesta a soltarlo todo.
—Existen muchos puntos a tratar que nos extenderíamos por horas, querida. Veamos, hay ciertas situaciones en las que ellos salen desfavorecidos en nuestra comparación. Hay cosas que si tú y yo hacemos, no tendrá el mismo resultado que si lo hiciera él. —Señalo al camarográfo detrás de ella, que mira hacia los lados con timidez—. En ocasiones no los toman en cuenta. Por supuesto, el privilegio masculino sigue estando superior al femenino, lamentablemente, pero hay puntos de quiebre. Y, querida, no es mi problema, porque vivo en mundo de hombres donde siempre tengo que mostrar mi valor, evitar que me pisoteen y manden a lavar la ropa o hacer la cena. Joder, las mujeres ya debemos luchar por nuestros derechos, no lo haremos por los suyos. Pero si alzaremos la voz utilizando el valor de derechos, debería ser respetado para evitar caer en la doble moral e hipocresía.
La periodista entorna los ojos, desafiante. Quiere más. Supongo que es parte del movimiento y se ha ofendido, a pesar de que no lo he hecho con esa intención, pues apoyo profundamente a todas esas mujeres. Solo he dado mi opinión al respecto. Sin embargo, parece que le saliera humo por las orejas.
Fui criada con la doctrina feminista ruda de Alexa Sloane, una ideología que mancha la verdadera. Aún así, tuve el sabio ejemplo de mi padre, quien nunca permitió que mi opinión sobre él se dañara por culpa de la manipulación constante de mi madre. Él estuvo allí, y sigue estando, para demostrarme que nunca podré meter millones de personas en un mismo saco, aunque la mayoría esté podrida.
— ¿Podríamos suponer que está en contra del derecho del aborto o eso no interfiere en su vida privada? —remata, soltando todo su veneno en un tono cínico.
Vuelvo a sonreír mientras por dentro siento la necesidad de exigirle que me respete y no aplique ese tono de voz conmigo. Me temo que no puedo hacerlo en televisión nacional.
—Yo estoy a favor del derecho que tengo sobre mi propio cuerpo. No, un feto no siente. El aborto debería ser legal en todo el mundo, la educación sexual debería ser más tomada en cuenta en las escuelas. Por supuesto que estoy a favor, querida periodista, y para que le quede claro y no busque enredarme en noticias amarillistas: nunca dije que estoy en contra del feminismo, porque no estaría jamás en contra de las mujeres que salen a protestar por mí y por miles más.
El seleccionado público del periodismo y miembros políticos locales me ofrecen unos segundos de aplausos en los que la periodista me reta con la mirada. Curvo los labios y alzo la mano para pedir silencio y poder culminar.
—Hay fallas de ambos lados. ¿Por qué somos las débiles y vulnerables? ¿Por qué siempre la víctima es la mujer y no también el hombre? Actualmente hay gestos que son un insulto. Cariño, puedo y me bajo de un coche sola, puedo y pago la cuenta, pero si un hombre me abre la puerta o paga la cuenta no me voy a ofender. Sé lo que valgo y sé qué soy capaz de hacer. Así que para culminar tu serie de preguntas que no han tenido nada que ver con esta rueda de prensa, por cierto; debo aclarar que un pene no te hace más fuerte ni mejor que una mujer, y una vagina no te hace más débil ni menos que un hombre. Todos somos una misma raza, somos seres humanos. ¿Podría decirme su nombre, señora?
Ella hace ver que le disgustó el «señora», siendo que se nota que es menor que yo. Pero venga, se lo buscó conmigo.
—Emily Stewart, trabajo para la CNN.
Dirijo mi dulce e inocente mirada a la cámara principal, mi sonrisa es igual de «dulce e inocente». Nunca había tenido esta idea, pero hoy estoy segura de proponerme hacer un cambio. Ha despertado mi vena caritativa.
Ya sé qué hacer con el dinero que mi padre ha acumulado de herencia.
—Quiero anunciar antes de dar esto por finalizado, que en algún momento estaré regresando con una organización internacional sin fines de lucro, la cual me encargaré yo misma de su dirección y creación. Con la misión de brindar apoyo a la lucha por lograr la justicia de género y los derechos del ser humano en todo el mundo. Para ser una fuerza impulsora de progresión contra el sistema opresor, de manera clara, honrada, respetuosa y equitativa. En la búsqueda de este apoyo al género femenino y masculino, te invito, Emily, a formar parte de esta misión como próxima embajadora.
Mi sorpresivo discurso roba jadeos en la audiencia. Mis jefes siguen pálidos, pero agradecidos con el ligero cambio que acabo de aportar, porque sé que solo les importa la imagen que esté dando, aunque yo esto no lo haga por mi imagen. A Emily Stewart se le desencaja la mandíbula. Venga, que de ser periodista del CNN a esto, es un gran paso.
Como bien oí por ahí: «mátalos con amabilidad».
Los periodistas empiezan todos a hacer miles de preguntas al mismo tiempo. Los guardias de seguridad los contienen ante mi seña para que hagan silencio. La próxima vez que esté en una rueda de prensa, será por la inauguración de la organización.
—Guarden mis palabras porque no será la última vez que me vean. Señora Stewart, me estaré comunicando con usted. Gracias y hasta luego.
Con mi despedida, recibo mucho más flash de las cámaras, gritos y aplausos. Conservando la misma sonrisita malvada y dulce que usé durante la rueda de prensa, me dirijo hacia donde mis superiores esperan, inmóviles.
No existen nervios o miedo, porque a pesar de que claramente expresé al país que me la suda lo que digan mis jefes, sé que no me despedirán porque están tan conscientes como yo, de que soy muy buena en lo que hago.
bien, tuve q editar una parte de la rueda de prensa pq al parecer no entendieron lo que ella quiso decir, así que esta vez traté de explicar mejor su punto de vista. Igualmente, agradeceré que no me funen a mí porque sus pensamientos no son los míos. Esa es su opinión y sus razones tiene, las cuales se ven ya para mitad del segundo libro. Así que hagamos la paz. Si no les gusta y dejan de leer, no me importa, no voy a cambiar una trama o el pasado de ella pa q les guste, chaíto 🤝
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