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8. Imitadora

Los miembros restantes de los Perez se gritan en clave y, al final, terminan yéndose de la finca con más de la mitad de ellos muertos. Huyen a mil kilómetros por hora dejando una nube de arena, de ella emerge Dominic sin chaqueta, sujetándose el brazo izquierdo, por el que cae un chorro de sangre.

Obligo a mis pies a moverse.

—Joder, el cabrón se me fue —sisea, cabreado—. ¿Estás bien?

—Sí, bien. —Le agarro el brazo para revisar la herida—. No hay herida de salida, Dominic.

Él, muy acostumbrado a que le disparen, resopla. Este hombre carece de sentido común.

Patrón, esos malparidos se llevaron veinte kilos —jadea, un hombre, sosteniendo el sombrero contra su pecho, con el miedo reflejado en la mirada.

¿Qué espera para recuperarlo? —escupe, Dominic.

—Ssí, patrón.

- ¡Muévase pues, huevón! -Exclama, muy cabreado. Sin entender de lo que hablan, dejo que me agarre del brazo y me lleva dando zancadas al interior de la casa -. Qué vaina tan berraca.

Un tal Luke lo hace sentarse en el sofá, mientras ubica la bala para sacarla. El espécimen se desenvuelve con destreza hablando, tanto que me deja pasmada lo bien que le sale el acento colombiano.

Vuelve su atención a mí, mirándome con su gesto serio.

—Fue un almuerzo explosivo.

¡Y que lo fue!

Más tarde, cuando regreso al hotel, recibo la noticia de que he de volver al punto de búsqueda y pasar la noche allá, en una campaña. Me controlo para no poner mala cara y decirles que yo no puedo dormir en suelo de lo que parece una selva, rodeada de bichos e insectos.

Y como bien predije, durante la noche peleo con hormigas, mosquitos y otros insectos que ni siquiera puedo identificar.

Llega la hora de levantarse, mi cara lo dice todo. No dormí absolutamente nada, y eso me pone de mala leche. Adam me regala una taza de café para iniciar el día, a esa taza le siguen dos, tres y cuatro.

Lo que parece ser un lunes cualquiera en Medellín tras la pista un cártel, se vuelve un lunes de persecución, teniendo a los Pérez quietos en un lugar exacto. El coronel Briceño no pierde tiempo. Como agente enviada desde Arlington, la responsabilidad de extraditar a Estados Unidos, será mía. Si es alguno queda con vida.

La pequeña casa donde encontramos a los Pérez está a un soplido de caerse, cerca de las montañas. Rodeamos rápidamente la residencia, y cuando recibo por el dispositivo en mi oído la señal de avanzar, voy a por todas.

Disparo en la manija y abro la puerta de una patada. Sam corre delante de mí. Entramos, con la pistola en alto, y la acción empieza cuando de algún lado, alguien dispara en el hombro a Adam, que está detrás de mí.

Empezamos a matar y a perseguir. Dos se van por la izquierda, pero el Jojo elige la derecha. Corro detrás de él con otros más, de vez en cuando estira el brazo hacia atrás y nos dispara, hasta que uno de nosotros consigue impactar una bala en su espalda. Y otra más en el mismo lugar, que sale de mi pistola.

Para cuando lo alcanzamos, despatarrado en el pasto, agonizando, clavo una rodilla a su lado y me inclino lo suficiente para que nadie más escuche lo que tengo para decir. Lo he visto en sus ojos, me ha reconocido, pero no tiene las fuerzas para hablar.

—Esta va por la bala en el brazo de Dominic.

Me incorporo. Sin dilaciones, apoyo el cañón en su frente, disparándole a quemarropa. Una investigación forense declararía que el último disparo es asociado a una venganza, concluyendo que existía una relación entre la víctima y el homicida.

La había. Y ya me cobré.

— ¡Recorcholis, Madison! —exclama, Sam.

—No más Jojo Pérez.

Las otras dos cabezas del cártel corren la suerte de permanecer vivos cuando los esposan. Aunque no sé qué sea mejor, si morir o vivir para pasar el resto de su vida en la cárcel. Si planean fugarse, no creo que logren salir del ADX Florence.

Es la prisión citada como la más segura de los Estados Unidos y del mundo, construida para los criminales más peligrosos no sólo de los Estados Unidos, sino del mundo entero, como terroristas. Por su extrema seguridad, ningún prisionero ha logrado escapar o realizar un intento de fuga desde su apertura en 1994.

Primero se matarán antes de siquiera intentar escapar.

***

— ¡¿Mataste al Jojo?!

— ¿Qué esperabas? Lo tenía a mi alcance, se desangraba, moriría de todas formas.

Cierro la maleta, tiro de ella hasta que cae al piso. Tengo que dar una vuelta a la habitación para asegurarme de no dejar nada.

—Sabía quién era yo —añado.

-Era de esperarse. Joder, Madison -masculla -. Voy a regresar para el último del mes, es mucho tiempo sin verte, maldición. -Escucho otra voz masculina diciéndole algo en español -. Deje esa mondá así, ahora me encargo yo. ¿Nena?

—Aquí sigo.

—Estaré regresando el viernes a Estados Unidos. Espero que no te me pierdas de vista, otra vez —me advierte—. Agarre 'sa vaina, hombre. 'Jueputa que no ve que estoy...

Miro el techo, pidiendo paciencia al Todopoderoso.

Al atardecer pisamos tierra estadounidense en el condado de Fremont, Colorado. Camino por la pista de aterrizaje agarrando los brazos de los Pérez. Hay una periodista del CNN, y otros más, detenidos por oficiales de seguridad. Soy consciente de los helicópteros de los noticieros, sabía que habría prensa, por eso dediqué unos minutos en el vuelo a ponerme más hermosa.

Estrecho manos con unos cuantos agentes y miembros del gobierno, cuatro oficiales se encargan de los Pérez, quedando yo por fin libre. Son unos colombianos muy irritantes.

— ¡Agente Donovan! ¡¿Es verdad que fue dada de baja en el caso del cártel de Callaghan?!

— ¡¿Mató a Frederic Willows?!

— ¡Madison, Madison! ¡¿Qué opinas sobre Dominic Callaghan?!

Me detengo antes de entrar a la camioneta, el oficial me premia para que entre pero no lo hago. Volteo en dirección a la periodista con una grabadora extendida lo más cerca a mí.

—Que es un capullo arrogante.

—Ahora, agente, ¿me puede explicar qué es eso de «capullo arrogante»?

—Eso es lo que es —contesto, sin remordimientos.

El director Bennet se reclina en la silla, cruza los brazos y me mira, a través de las gafas de pasta, curioso.

—Ese afirmación me parece inválida, tomando en cuenta que usted no lo conoce para juzgarlo.

—No, no lo conozco, pero estoy segura de que lo es.

—Tal vez, pero ahora su cara —planta un periódico en el escritorio, frente a mí—, está en este y muchos más periódicos, con el título de «Agente de la DEA insulta al líder de un cártel de drogas». No puedo permitir que el nombre de la agencia esté involucrado de esa forma, creí que sabía que tiene sumamente prohibido nombrar en público a Callaghan.

—Y lo sé, señor.

—Entonces espero que esto no se repita, agente Donovan.

—No, señor.

Es increíble cómo corre una tonta noticia sin importancia, recién pronuncié esas palabras el día de ayer y ya es noticia internacional. Al menos, a mí no me importa que mi preciosa cara esté por todos lados.

Incluso ya tengo un hashtag en el Twitter que es tendencia: «AlEstiloMadison». La fama me sienta bien.

—Qué ovarios —dice, Jessica, en la privacidad de mi oficina—. ¿El sujeto en cuestión no se ha comunicado contigo?

—No, ha de estar muy ocupado en sus cosas. ¿Ya te conté que me metió mano y me dejó a mitad de un orgasmo?

Jessica pone el grito en el cielo.

—Eres un zorrón. —Suelta una carcajada. Se me escapa una sonrisa mientras tecleo en el computador—. Como sea, tenemos que hablar sobre Ethan, te has saltado...

El pitido de un móvil la interrumpe. Móvil que resulta ser el mío con el aviso de un nuevo mensaje. Le pido un segundo mientras reviso el contenido del mensaje de número desconocido.

«Muy chistosito lo de capullo arrogante. Tú y yo tenemos que hablar».

Muy lejos de acojonarme, sonrío, completamente divertida. Y mucho más lejos de enojarme, decido que es hora de guardar el número en contactos.

Espécimen.

***

Ryan besa mis nudillos, coloca mi mano sobre su mejilla, desliza las suyas por mi cintura y busca mis labios con ternura. Por costumbre, acepto la invasión de su lengua, lo sujeto del cuello mientras doy la vuelta a la tortilla, me apodero del control del beso. Provoco un gemido en él que a mí no me provoca nada.

Recibo de golpe una serie de imágenes en mi cabeza, todas ellas son el rostro de Dominic cerca del mío, tentando mi boca, con sus fuertes manos en mi nuca, dueño de una exuberante pasión.

—Princesa. —Es su voz ronca, profunda, pero el hecho de saber que él no usaría ese apelativo, me obliga a abrir los ojos.

—Ya —siseo, separándome. Le doy la espalda y paso el dorso de la mano por mis labios—. ¿Por qué has venido tan tarde? Necesito descansar para mañana.

Voy a la cocina, escuchando cómo cierra la puerta del apartamento. Abro mi estante secreto y agarro la botella de Belvedere a la mitad, estoy sirviéndome en un vaso cuando aparece Ryan, con las manos en los bolsillos.

Cuando dice que tiene información de alguien importante, Siena, acapara toda mi atención.

—Regresó de Rusia, en la agencia creen que estará en la subasta de este mes con Callaghan. Se supone que no debería decir nada, pero sé lo importante que es para ti.

Sonrío al hombre de frágil corazón frente a mí. Y por esto es que no he podido terminar con él, es una fuente de información del FBI muy importante, la única que tengo.

Y esta vez tengo un pase asegurado a esa subasta.

Es viernes, día en que él dijo que vendría, y estoy esperándolo en una parada de autobús. Tal como indicó, poco después de yo llegar, una camioneta Range Rover se detiene frente a mí. Es él. Abro la puerta trasera y entro sin más, quitándome las gafas de sol.

— ¿Con que capullo arrogante?

—Pensé que lo superarías.

¿Cómo hace para verse tan guapo? Hoy eligió un traje azul de corbata gris, es tan perfecto desde los mocasines italianos hasta el elegante peinado hacia atrás.

—No cuando me insultó tan públicamente, agente Donovan. —Aprieta los labios, mirándome con severidad—. Su rebeldía merece un castigo.

— ¡Ni castigo ni leches!

Tras una larga respiración, aprieta un botón en la puerta de su lado y un cristal opaco se interpone entre el chófer y nosotros.

Desplaza el brazo por mis hombros, sin perder tiempo me agarra de la barbilla y toma mi boca con posesión. Me gustaría resistirme, pintarle la mano en la mejilla, pero lo deseo. Lo deseo. Da igual el lugar, la hora o el momento, lo deseo. Así sin tapujos.

Y hoy estoy especialmente receptiva. Me siento a horcajadas sobre él. Se muestra sorprendido por mi atrevimiento, puesto que es él quien siempre me seduce a cometer travesuras.

—Mírame, Madison —exige alejándose.

Obedezco su petición, enfrentando dos lunas brillantes. Dominic tiene unos maravillosos ojos que hacen abrir la bocaza, sin pensar primero:

—Me encantan tus ojos.

Curva los labios.

—Los aborrezco.

— ¿Por qué razón?

Vacila por un momento.

—Porque es un constante recuerdo de mi padre.

Como respuesta, lo beso. Un beso caliente, cargado de erotismo. Me rodea con sus brazos la cintura. Una de sus manos abandona mi cintura para subir por mi espalda hasta llegar a mi pelo. Lo agarra y tira de él. ¡Madre mía!

Cualquier pensamiento sobre su padre desaparece de mi mente. Existen muchas cosas que me exciten, y que Dominic me tire de el pelo acaba de convertirse en la primordial.

Mi cuello queda expuesto a su boca y lo chupa, lo lame, con capricho y me hace suspirar de placer. Esta vez no me preocupo en advertirle que no me marque. A la porra todo.

Mis caderas toman vida propia y se mueven sobre él. Su respuesta es inmediata. Noto cómo crece, cómo se endurece, a través de la tela de nuestros pantalones. Me suelta el pelo y puedo volver a besarlo a mi antojo. Adoro su boca.

De pronto, sus manos están a cada lado de mis pechos, los junta y los aprieta. Le devoro los labios y oigo un gemido gutural salir de su interior. Endurece mis pezones mientras juega con mis pechos y yo me deleito con el sabor de su boca.

¡Me está magreando las tetas!

—Me encantan tus tetas. Ya son mías.

—Hmm...

—Madison, estoy hablando en serio.

—Bésame...

Su boca vuelve a la mía por el resto del viaje. Estoy a plena luz del día paseando en una camioneta con Dominic Callaghan mientras nos besamos, y es lo mejor.

-Me he tomado la libertad de invitar a tu amiga la que se parece a ti a tomar unas copas.

Me retiro completamente de él y su boca. Sus manos me mantienen contra él.

— ¿Jessica?

—Sí, así se llama.

—Te pasaste tres pueblos, Dominic. ¿Y ella aceptó?

—Encantada.

¡Cómo no! Es un zorrón, claro que aceptaría encantada. Pero ¿de qué va este tío?

—Y ¿con qué derecho invitas tú a mi amiga a esas cosas? Lo llevas claro si crees que me voy a dejar mangonear por ti.

—Tranquila. Iremos a una fiesta privada, estará bien —dice, tan pancho, que quiero soltarle una fresca.

—Jessica está loca, Dominic, no puedes estar...

Pone un dedo sobre mi boca, con la cara seria.

—Vamos a ir a tomar algo, estarás con tu amiga la que se parece a ti mientras yo resuelvo algo, y la pasaremos bien, ¿entendido?

Si hablamos de hombres dominantes y posesivos, este se lleva la palma. ¡Es un chalado en toda la extensión de la palabra!

—Que no se cague tu Chu. Ya llegamos al apartamento de tu amiga. Deberías avisarle que baje.

Chi —gruño.

Me dan ganas de matarlo. Estoy ofuscada y a él parece darle igual, porque la sonrisa de crío está plasmada en su rostro. Llamo a Jessica y le ordeno que baje, bajándome yo del regazo del capullo arrogante.

Una agente de la DEA y una importantísima abogada, de copas con un narcotraficante. Hay que joderse.

—No le hagas caso a Jessica, es muy lanzada —le advierto.

-Solo tengo ojos para ti.

No lo mires. No lo mires.

El día de hoy, la señorita Rosenblum tiene el honor de alegrar nuestras vistas con un magnífico vestido Gucci de seda hasta las rodillas, azul cielo. Uno que, casualmente, también tengo en mi armario.

Ni corta ni perezosa, le planta dos besazos a Dominic, y él muy a la labor. No quepo en mi estupor.

—Maddie. —Besa mi mejilla, a modo de saludo, apoyando la mano en la rodilla de él.

¿Por qué ha tenido que sentarse a su lado y no al mío? ¡Hace de las suyas! Siento un sabor amargo en la boca.

Dominic nos lleva a un sofisticado bar del cual no tenía idea de su existencia, me entero de que para entrar hay que tener membresía, que es exclusivamente para «criminales».

En compañía de Jessica me siento en la barra, Dominic pide una copa para ambas y susurra en mi oído que volverá en un rato. Luego, en presencia de mi amiga, sujeta mi barbilla y me besa.

—Me da miedo el parecido —murmura para mí, antes de dejarnos solas.

Ella con su cara hecha un poema, habla sin parar. Yo la miro, analizando sus palabras. La verdad es que siempre me ha llamado la atención, no es que me gusten las mujeres, pero estoy tan fascinada con mi belleza que el hecho de que Jessica se parezca mucho a mí, me atrae.

Cuando la conocí no usaba carmín en los labios, tenía el pelo a la altura de los hombros, no vestía como ahora. Se podría decir que cambió drásticamente desde que aparecí en su vida. Dejándose el pelo largo, ha imitado hasta la más mínima conducta mía, desde la personalidad hasta el aspecto físico. Y no le había dado importancia.

¿Mi mejor amiga quiere ser yo?

—Está como un tren, Madison —cuchichea, extasiada.

Curvo los labios en una diminuta sonrisa. ¡Si hasta se operó las tetas para usar la misma talla que yo! Drásticamente de usar 34-A hasta 36-B.

No sé en qué mundo he estado viviendo, pero, ya sé a qué enfrentarme.

***

— ¿La pasaste bien? —pregunta, a la vez que la camioneta se detiene en la puerta de mi apartamento.

—Claro, sobretodo la parte en que le seguiste el rollo a Jessica.

—Es una copia, tú eres la original, y yo prefiero lo original.

Escondo mi sonrisa maliciosa. Tiene razón, yo soy la original. Ella es una envidiosa más, una de miles. Con el ánimo mejor, empleo mis tácticas de seducción con caricias en su pierna y la mirada devora hombres.

—Dominic, quisiera pedirte algo...

— ¿Qué quieres? —pregunta, pasando la mano por mi pelo.

—Una invitación a la subasta de mañana.

Dominic me mira extrañado, y adivino de inmediato su respuesta. Si es cierto que Siena asistirá, estará con ella durante la noche.

—No. Pídeme otra cosa.

—Vale —suspiro, sin perder la calma—. Si no me invitas, tendré que volver a entrar por mi cuenta. Nos vemos allí.

Agarra mi brazo para impedir que baje de la camioneta. Con cansancio fingido, lo miro. Aprieta los labios en una fina línea. Está luchando consigo mismo.

— ¿Para qué quieres ir? Ya tienes acceso a mí cuando lo desees. ¿Tiene que ver con la DEA?

—Claro que no, Nick. Quiero ir..., contigo.

Cierra los ojos, respira profundamente, y suelta mi brazo lentamente. Me mira, adoptando aquel gesto perdonavidas.

—Irás conmigo. El jet sale a las nueve en punto, vendré a buscarte en un rato. Tienes dos horas. La etiqueta será blanco y negro.

Sin poder contenerme, le doy un beso en los labios. Soy una blanda. Y una maldita actriz.

Detroit.

El largo vestido negro de Marc Jacobs se pega a mi cuerpo como una segunda piel. Ya he visto cómo visten las mujeres de esta gala, así que he de estar a la altura. De mangas largas y cuello alto, tiene un óvalo en la espalda, dejando piel al descubierto. Una fila de diamantes de imitación decora el cuello, sustituyendo así una gargantilla.

La abertura en la pierna deja a la vista mis piernas estilizadas con unos Jimmy Choos plateados de aguja. Estoy hermosísima.

Quería recogerme el pelo en un moño para resaltar la zona desnuda de la espalda, pero señor Aburrido no ha estado de acuerdo y hemos peleado por ello. Termino cediendo, y aun sin él estar de acuerdo, me hago una cola alta.

En la limusina, Dominic me entrega una copa con champán y arruga el ceño al verme revisar mi maquillaje en el espejo de mano.

— ¿Por qué te gusta llevar los labios rojos? Así no puedo besarte sin pintarme yo también.

—No lo sé —le contesto, siendo sincera—. Siempre ha sido así.

Me arrebata el espejo, obstinado. Lo lanza por ahí. Lo miro, airada, ¿de qué va?

—Estás como una puta diosa, aunque me gustas más sin tantos potingues. —Acaricia mi labio inferior.

Empiezo a respirar mal. No me ha besado desde ayer en la camioneta, y no parece tener intenciones de hacerlo.

Observo a través de la ventanilla la imponente mansión donde se llevará a cabo la subasta. Entonces recuerdo que el FBI está aquí. Detengo a Dominic de la chaqueta cuando está a punto de bajarse. Cierro la puerta que ha abierto el chófer.

— ¿Qué pasa? —Luce confundido.

— ¿Dónde se esconde el FBI?

—Ah, es eso. Están cerca, pero no tanto. Si bajas del otro lado, no te verán la cara, solo la espalda —contradiciendo lo que antes ha dicho, besa mis labios—. Déjame abrir la puerta para ti.

Arqueo las cejas, mirándolo bajar con galantería. Lo lleva claro. Para cuando Dominic rodea la limusina, yo voy por el tercer escalón hacia la mansión. Sonrío cuando siento su mano en mi culo.

—Eres un dolor de cabeza.

-Puedo bajar por mí misma, Dominic.

Un hombre nos abre las puertas, y esperando ver gente, me llevo una sorpresa al ver lo vacío y silencioso que está el lugar. Dominic me guía a un pasillo, en una puerta ingresa un código de cuatro dígitos en el panel al lado. La puerta se abre y nos da paso a la escalera hacia abajo que lleva a un gran salón.

Y aquí estamos.

Camino del brazo de Dominic, sintiéndome parte de la mafia también. ¡Vaya tela! Altiva, veo a las otras mujeres; ninguna más hermosa que yo, pero no está Siena.

—Nena, ¿ves a la rubia de allá?

Miro en la dirección que señaló disimuladamente. Una rubia de buenas curvas ríe en los brazos de un moreno. Enseguida me suben los colores. Es Christine con Xavier.

—Está más flaca que tú —añade, sonriendo.

—Cállate la boca, Callaghan.

No paso por alto que muchas personas posan la mirada en nosotros más del tiempo necesario, curiosos y confundidos. Esperaban ver a Siena, no a mí. De repente, me encanta ser yo quien vaya de la mano de un espécimen como Dominic.

Todo un rompecorazones, está impecable en un traje blanco con corbata negra, agarrando una copa con elegancia mientras resuena la música de los violines en el salón. Dominic Callaghan es el deseo de cualquier mujer.

Un pelirrojo que ahora sí me es bastante familiar, se acerca a nosotros, con el mismo traje negro que utilizan los empleados de Dominic. Cuando me ve, ya no es la misma expresión tímida de antes, ahora es chulesca mientras mastica goma de mascar.

— ¿Dónde coño está Siena? —gruñe, Dominic.

—Está enferma, pero ya debe estar por llegar, jefe.

—Más le vale...

—Hola, Madison —me saluda, Bill. Todavía resentida, pongo los ojos en blanco, ignorándolo. Él sonríe y regresa la mirada al cabreado a mi lado—. El vejete quiere que lo llames. Problemas en Grecia.

—Joder, qué fastidio.

—Mira, llegó al fin.

Volteamos a ver hacia las escaleras, y efectivamente, Siena baja los escalones acompañada de un tío con pinta de vampiro de lo pálido que es. Ha llegado mi presa.

—Espérame aquí un momento —me dice, dándome un beso en la coronilla—. Bill, quédate con ella.

Me toca quedarme con el pelirrojo viendo cómo alcanza, apresurado, a la búlgara con cuerpo de modelo.

Siena Hordwich es uno de los puntos clave del FBI y la CIA, criminal profesional en el tráfico de diamantes y asesina a sueldo, tiene una estrecha relación con Dominic Callaghan siendo su proveedora de diamantes y otras obras de arte que ha robado.

En el 2012 la DEA descubrió dicha relación, que también estaba inclinada a lo íntimo. Siena ha sido la única mujer relacionada sentimental con el narcotraficante, de ahí uno de sus apodos: Mujer de Callaghan.

El FBI quiere llevarla a la cárcel, la CIA quiere matarla, y yo quiero revisar en lo más recóndito de su cabeza para obtener todo lo que sepa sobre el cártel. Eso sin contar que mató a mi tío paterno, ex agente especial del MI6.

Esa tía me las debe.

No me gusta el cosquilleo en la garganta ni el sabor amargo en mi boca cuando apoya la mano en la nuca de Dominic, hablándole muy cerquita.

— ¿Ya probaste los canapés? —murmura, Bill—. Están ricos.

—Deliciosos.

En realidad no los he probado, ni tengo ganas de hacerlo hasta que Dominic esté alejado de esa tía enana. Lo está manoseando con su acompañante allí presente, que de cerca es más bonito, fornido, de ojos claros y poco pelo. Ha de rondar los treinta y pico.

Dominic le quita la mano de su nuca y le reclama algo, el pinta de vampiro le dice algo en el oído logrando que el espécimen relaje los hombros. Siena pone los ojos en blanco y desaparece tras la pesada cortina negra que oculta a las prostitutas.

Un viejo rechoncho aparece anunciando que la subasta dará inicio y la multitud se acerca a la plataforma al fondo. Siena no ha salido y pretendo ir a por ella, romperle el cuello y todo listo, pero Dominic regresa a mí en un santiamén sin darme oportunidad de moverme de su lado.

El jefazo ha de estar presente en este momento, y con él, yo. Sale la primera chica, la segunda, la tercera, mientras me muero de impaciencia. A parte, no llevo bien este rollo de venta de mujeres; pienso hablar con el espécimen seriamente sobre esto.

La subasta finaliza, no quedan prostitutas, y la fiesta continúa para quienes deseen quedarse. No he logrado moverme ni un centímetro lejos de este chalado. Un tío con cara de macarra le avisa a Dominic que la Muñeca ha claudicado, terminada su labor se ha marchado a casita.

Me da la mala leche. ¡He venido para nada!

Paso el resto de la velada enfurruñada por no haber cumplido mi objetivo. Dominic nota mi mala leche y me arrastra a un reducido balcón. Miro boquiabierta que hay otra planta inferior, ¡una piscina interior!

Cierra la puerta, pasa el seguro y me clava su seria mirada gris.

¿Quién ganará?

Próximo capítulo... 🔥🔥

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