7. Explosión
Bogotá, Colombia. 🇨🇴
—Las tres cabezas del cártel de los Pérez han sido localizados en Medellín cuando ocurrió un tiroteo hace dos días, se presume que el cártel Callaghan fue su contrincante, pero no estamos seguros. Por ahora debemos centrarnos en los Pérez, más tarde pasará el coronel Briceño para brindar más detalles y mañana por la mañana estarán viajando a Medellín.
—Entendido, señor McCann, estaremos preparados.
El embajador estadounidense me sonríe amablemente.
—Estoy seguro de que su ayuda será eficiente.
—Eso no lo ponga en duda —afirmo, devolviéndole la sonrisa.
Al momento de llegar al hotel no aguanto el salir a dar una vuelta, tengo un poco de temor de perderme en una ciudad que desconozco, donde no hablan mi mismo idioma, así que me limito a dar una vuelta alrededor del hotel.
Creo que soy la única con una blusita pequeña con el frío que hace, pero el pedazo de tela es hermoso, por lo que no me arrepiento y camino muy segura de mí misma. Uno que otro hombre me dicen cosas, que imagino son cumplidos, pero que no puedo entender.
Admiro las hermosas calles. Es una muy linda ciudad, debo venir más seguido.
De vuelta al hotel, me quito la sandalias y procedo con el vestido mientras busco el móvil en mi bolso. Encuentro seis llamadas perdidas de un número desconocido y una de Mauro, el brasileño, una de mis aventuras. Curiosa, me pregunto qué querrá, cuando llevamos meses sin hablar.
Paso de devolverle la llamada, es un tío muy intenso, así que decido averiguar quién me llamó con tanta insistencia.
— ¿Dónde coño estás?
En ropa interior, me detengo abruptamente en el umbral de la puerta del baño, boquiabierta.
— ¿Cuál es tu problema?
—Pues que te me has perdido de vista por dos días. Y te pregunté algo.
Ni siquiera recordaba que Dominic Callaghan y yo tenemos una especie de relación amor-odio. El trabajo me consume.
—No sé qué creas tú, pero yo tengo una vida y un trabajo exigente, tengo responsabilidades.
—Tu trabajo soy yo.
¿A este hombre se le quemaron los cables?
—No eres el único narcotraficante de la bolita del mundo —me mofo.
—Madison, no me gusta repetirme. Contéstame —pide, respirando pesadamente al otro lado de la línea.
—En Colombia —respondo, resignada, mirándome en el espejo. Madre mía, estoy gordísima.
No dice nada. De hecho, llego a pensar que se ha cortado la llamada si no fuera por la pesada respiración audible.
—Joder... Vale. Hablamos luego, me necesitan. Y Madison, estás en terreno desconocido, cuídate.
La preocupación teñida en su voz me sorprende un poco, pues él no tiene por qué preocuparse por mí. Nos conocemos hace cinco horas. Eso me lleva a recordar la atención que pone en mí, el interés, desde el secuestro. Me ha tratado bien desde el primer momento. Es atento, quizás cariñoso, caballeroso... Cuando no está siendo un gilipollas irritante.
La mañana siguiente, en compañía de Sam y Adam, abordamos un helicóptero del ejército colombiano que nos deja en Medellín. Nuestro paso por el hotel es fugaz, dejamos el equipaje y enseguida una camioneta todoterreno nos espera para acercarnos a lo profundo de Medellín.
El coronel Briceño, me enseña un mapa y me explica la ruta que seguimos. Los Pérez son los responsables de aproximadamente un cuatro por ciento de la droga que entra a Estados Unidos. Lo cual es mucho, puesto que el cártel Callaghan no deja mucho margen, teniendo el setenta por ciento de ingresos al país.
—Agente Donovan, tenemos un canal abierto, la frecuencia de los Pérez —me gritan desde afuera.
Salgo de la campaña y me reúno con los demás. Nunca me voy a cansar de este trabajo.
Bajo al restaurante del hotel y tomo el desayuno bajo la atenta mirada de mi sirviente favorito —el morenazo de barbita sexy—. Estoy segura de que el moreno lleva la cuenta de cuántas veces he mordido el sándwich.
La pantalla del móvil sobre la mesa se ilumina, aparece la fotografía de Lucas y a regañadientes, tengo que contestar.
— ¡Tengo a un soplón!
—Explícate —me intereso.
—En Medellín, gracias a un contacto conseguí a un tipo que está dispuesto a hablar sobre el cártel Callaghan, está allá.
—Buen trabajo, Sagfrield. Hoy mismo me reuniré con él, comunícale que estaré esperándolo en la dirección que te enviaré.
—De acuerdo, agente mía.
Lucas finaliza la llamada, dejándome con la boca abierta. ¿Me llamó suya? Primero me guiña el ojo y ahora esto. Me da la impresión de que ese hombre es un donjuán nato, un descarado. Eso sin mencionar que me molesta cuando me dejan con la palabra en la boca.
En el mensaje envío la dirección, no hago ningún comentario sobre su comportamiento. La curiosidad me puede y antes de salir al lugar de encuentro, busco su nombre en las redes sociales, pero no hay ningún Lucas Sagfrield de ojos grises. Muy curioso..., o quizás no le gustan.
En mi habitación, prendo el portátil e inicio el sistema de la agencia. Una ventana con su foto e información personal. Veintiséis años, nacido en California, solía trabajar como agente especial en Los Ángeles, y está en una relación con Catalina Cruz, graduada de Medicina General.
Pero eso no me dice nada de él. Así que hago uso de su fotografía de la agencia para buscar en internet alguna red social con esos rasgos. El sistema no tarda en encontrar una cuenta en Instagram, pero es privada, solo puedo ver su foto de perfil.
Es él con una gran sonrisa y una morena de dentadura alineada y el tipo perfecto de nariz que envidio. Ambos con las mejillas pegadas a un lobo blanco con gris de brillantes ojos azules que también sonríe a la cámara.
No tiene muchos seguidores, por lo que me imagino que comparte fotografías con los más cercanos. Desisto. Tengo una cita pendiente como para seguir de cotilla.
Él toma asiento en la silla frente a mí. El guardaespaldas detrás de él me mira buscando una aprobación. Asiento en su dirección y nos deja solos en la mesa del restaurante, pero sin dejar de observarnos con el rabillo del ojo.
Entorno los ojos, entrelazando los dedos sobre la mesa. Es pelirrojo, con pecas esparcidas por su nariz y de ojos café. Siento que lo conozco de algún lado, pero no sé de dónde, no he conocido a mucha gente pelirroja.
— ¿Cómo te llamas?
—Jack, mucho gusto, agente —dice, con acento británico.
Apuesto mi vida entera a que está mintiendo.
—Vale, yo soy Sophie, y te advierto que a partir de ahora estás tratando con la DEA, así que cuida tus palabras y acciones, ¿entendiste? —Asiente, tragando saliva ante mi tosco tono—. No habrá dinero, ni recompensa o chantaje. Tú hablas, nosotros escuchamos y sales impune de este lío.
—Está bien... Hay una camioneta que saldrá el primero de abril cargada con unos cinco o diez kilos de cocaína, partirá de aquí a Texas, y de allí a Chicago. Rojo es el encargado de llevarla, es la mula, alto y de color.
Vaya. Es una buena cantidad tomando en cuenta lo poco que solemos interceptar. Lo que me resulta curioso es la fecha. Porque ya conseguí el barco con el cargamento de droga del que Dominic habló, y llega el mismo día.
—Ahora, encontramos un envío marítimo para la misma fecha, ¿qué sabes de eso?
—Nada.
—Sí que sabes —replico—. Tú accediste a esto, Jack, ahora cumple o me veré obligada a dejarte en evidencia frente el cártel.
Titubea antes de hablar.
—Si Callaghan se entera de esto, me mata.
—Si me lo dices, ten por seguro que no lo hará —le tranquilizo—. Te mantendremos en el anonimato.
—Es una trampa, un despiste. Pretende que la DEA vaya por la camioneta mientras que el barco llega con más de cien kilos. Los distrae, pierde diez kilos, pero gana más cien en dólares. Es como su modus operandi.
—Creo que serás de gran ayuda, Jack. —Sonrío levemente. Él, incómodo, se rasca la nuca.
Un camarero se acerca a la mesa, a pesar de que expresé claramente que no comeríamos, pero deja dos vasos con cóctel, con una nota en inglés que dice ser de parte de la casa. No estoy muy a la labor, así que solo bebo un trago, sintiendo en mi paladar el sabor a fresas y uno más amargo que no logro identificar. Tal vez sea licor.
Jack continúa diciéndome más cosas, no tan importantes, pero detalles vitales. Intento prestarle atención, los párpados me pesan y de vez en cuando se me cierran solos. Enfoco con esfuerzo la vista en él, hasta que siento un pinchazo agudo en la boca del estómago.
Voy a vomitar.
—Disculpa un momento, debo ir a los servicios.
Mi sirviente de barba sexy me detiene, preocupado, pero le indico que me espere. Necesito vomitar, no es nada nuevo. Solo que esta vez es diferente, al vomitar consigo sentirme peor que antes. Me lavo la boca y abro la puerta, mi cuerpo se vuelve pesado, mi vista se distorsionada.
Joder, creo que me vengo dando cuenta de la verdad demasiado tarde. Caigo en brazos de un pelirrojo, oyéndole murmurar una disculpa.
Una caricia en la mejilla, ligera, constante. Un fuerte aroma a menta, y a coco. Poco a poco recupero la conciencia, despertando. Gimo y observo confundida a mi alrededor frotándome la cara. Esta no es mi habitación... Es un coche. Y en los asientos frente a mí está él, mirándome dormir, tan pancho.
Que me aspen.
Para provocarme nada más, baja la mirada, despacio, y asoma la lengua entre sus labios para acariciar brevemente el inferior. Esa bajada de mirada. Es la bajada.
¡Será capullo!
—Deja de hacer eso —siseo, sentándome como respecta.
—No estoy haciendo nada, Madison.
Corrijo, «un capullo arrogante».
—Más te vale dejarme ir en este instante. ¿Me estás siguiendo?
—Esta vez no —admite, sin escrúpulos—. Ya estaba aquí cuando me llamaste, necesitaba verte.
—Ah ¿sí? ¿Para qué? —Cruzo las piernas, con una expresión de chulita—. ¿Acaso las colombianas no ceden al gran Dominic Callaghan?
—Ninguna es tú, querrás decir.
—Serás payaso.
Por el rabillo del ojo lo veo esbozar una pequeña sonrisa de pillo. Es un fanático de la labia. Tengo que acostumbrarme a que cuando dice ese tipo de cosas es para fastidiarme.
—Este payaso quiere besarte.
—Olvídalo. Llévame al hotel.
Sigo sin querer mirarlo, porque sé que si lo hago, caeré. Suspira profundamente, luego su gran cuerpo descansa a mi lado, dejándome recibir de golpe su delicioso aroma. No hay nada más excitante que un hombre que huela bien. Y Dominic es como un afrodisíaco.
Su mano se posa en mi rodilla, dibuja círculos, perezoso. El tacto es suave, muy diferente al de Ryan, que son más rústicas por el trabajo que realizó durante la adolescencia. Las manos de Dominic parecen que nunca haya agarrado un martillo o una pala. Sus uñas son cortas e impecables.
—Algún día te darás cuenta de que conmigo no tienes elección, pequeña diablura. Sí o sí me darás esos hermosos labios. Por ahora, tendré que aplicar la fuerza bruta.
Sus manos agarran mi cintura y me lleva a su regazo, suelto un grito ahogado al caer sobre él, sorprendida por la rapidez del movimiento y la facilidad que ha tenido para agarrarme. Este hombre es fuerte. Mis manos aterrizan en sus hombros.
—No te sujetes el pelo así —gruñe. Acto seguido, procede a quitarme las horquillas que mantiene mi moño en su lugar—. Te ves muchísimo más hermosa con él suelto, llévalo siempre así y nunca te lo cortes.
—Siempre está suelto, hoy tenía calor.
—Ya te hablé, Madison Isabel. —Termina con las horquillas, me peina con los dedos, dejándolo sobre mis hombros. Las puntas rozan su pantalón, de lo largo que está—. Así, mucho mejor. Ahora bésame.
La verdad no entiendo porqué me lo pide, porque pega su boca a la mía sin dejarme pensar en nada más. Separa mis labios y desliza la lengua, suave, deliciosamente, dentro de mi boca. Pero sobretodo, no entiendo a este espécimen. Solo soy capaz de sentir miedo. Y cuando mi lengua responde las caricias de la suya, casi automáticamente, más miedo me da.
Llegamos a una finca. Repleta de hombres armados, grandes paquetes de cocaína apilados por todos lados. He visto este tipo de escenas demasiadas veces, pero el hecho de no poder hacer nada, no arrestar a alguien o revisar la mercancía, lo hace muy diferente.
En cada rincón suena el tipo de canción del que Keith me habló, que escuchan los colombianos, aunque no sé cómo se llama la música acompañada del acordeón.
—Espérame en la sala —me dice al oído, besa mi cabeza y camina hacia un pequeño hombre con sombrero de paja y un libro en la mano.
Sin objeción alguna, sigo derecho. No me puedo creer que esté en la finca de un narcotraficante en Medellín sin una misión de por medio, ¿quién lo diría?
Los hombres ni siquiera me miran cuando entro. Me extraño. Ignoro el hecho de que están más concentrados en la cocaína que en mi belleza y me acerco al sofá de la sala.
En la mesa de café que está al lado, hay una pila de tres cajas pequeñas con cinta, pero esta está rota. Y a través de la tapa entreabierta se distingue algo negro, unos cepillos, no estoy segura. La curiosidad me puede.
Paletas y pinceles. Es maquillaje y accesorios para este. ¿Para qué tiene él estas cosas?
No estoy cabreada. Él no es nada mío y soy una mujer sensata que no anda haciendo escenas por tonterías. Mucho menos por alguien que solo es trabajo para mí —que también me gozo—.
—Cierra eso, Madison —escucho la demandante voz detrás de mí.
Obedezco y lo encaro con una sonrisa. Claro que, a pesar de lo que he dicho, nada me quita la chulería.
—Qué lindos colores. Como mujer te digo que le encantarán.
—Seguro que sí.
Recelosa, entorno los ojos. Busco algún indicio de burla, diversión, algo que me indique que lo dice para fastidiarme, pero no, permanece impasible.
—Y ¿quién es la desafortunada mujer de tu vida? —Mi voz destella un veneno que no pretendía usar.
—Se llama Mariella, pero no es mi vida.
Su respuesta me toma por sorpresa, siendo sincera. Yo creía que solo quería jugar conmigo, pero esta vez no parece ser así.
—Ya veo. La próxima vez te puedo dar mi ayuda femenina para elegir lo mejor para tu novia —agrego un matiz de malicia, a pesar de que lo dije en serio.
—Es muy hermosa, pero no es mi novia, diablura. Aunque sí que podrías ayudarme a elegir el anillo que le daré en su cumpleaños.
Se pasó tres pueblos.
Luego de sus irritantes palabras el lugar queda en silencio, solo son audibles la cinta plástica con la que cierran los paquetes en una esquina. La tensión es obvia en el ambiente, ambos permanecemos mirándonos a los ojos, desafiantes, retándonos.
—Los quiero afuera ya.
Los dos hombres de inmediato dejan el trabajo y salen obedientemente de la sala, cerrando la puerta. En un parpadeo lo tengo a escasos centímetros de mí. Su brazo rodea mi cintura pegándome por completo a él, la respiración se me acelera inhalando el suave olor a coco. Puedo sentir las mejillas calientes, estoy sonrojada. Cada vez que me agarra así, sin previo aviso, me da un no sé qué.
Su mano libre viaja a mi rostro, abarcando mi mejilla.
—Te ves linda celosa —susurra. Para mi desgracia, empieza con una dulce seducción en mi cuello, sus labios empezando a torturarme—. Entornas los ojos, te pones roja, la voz te sale ronca... Es tan caliente. —Su lengua traza una línea a través de mi garganta subiendo hasta llegar a mi boca, suspiro.
Odio sentirme así, vulnerable como una niña. Nunca nadie me ha hecho sentir más pequeña, más débil, más vulnerable. Soy yo la que siempre tiene el poder, sin embargo, con Dominic todo pasa a la inversa.
Una sola caricia, un solo beso, me hace querer entregarle mi cuerpo, mi alma, darle todo de mí.
Es escalofriante, no puedo caer en su juego de seducción. No puedo rendirme a su seducción, me repito a mí misma una y otra vez.
Dominic Callaghan jamás me tendrá de piernas abiertas. Tampoco entrará en mi frío corazón.
¿Celosa, yo? Pobre, ¿cómo se lo digo?
— ¿Para qué me has traído? —exhalo, aferrada a sus bíceps.
— ¿Te gustaría almorzar conmigo, Madison?
¡Qué aplomo tiene!
—Pero eso tenías que preguntármelo antes de secuestrarme por tercera vez.
—Si te lo pedía no vendrías. Esta charla no tiene sentido. —Besa mis labios—. Vamos.
Tira de mi consternado cuerpo con nuestras manos entrelazadas. Es imposible este hombre. En el comedor, mientras esperamos la comida, busco el móvil en el bolsillo de mi chaqueta, pero está vacío. Reviso el otro. Lo mismo. Tengo que avisar que estoy bien.
—Dominic, ¿y mi móvil?
Me mira. Ahí está el brillo de la culpabilidad.
—Yo lo tengo.
¿Y ya? ¿No piensa devolvérmelo?
—Dámelo.
— ¿Para qué?
—Es mi móvil, Dominic, no tengo que darte explicaciones.
—Con ese humor no vas a conseguir nada —murmura, sacando su iPhone último modelo.
Vale, si quiere que se lo pida de la mejor manera, eso haré. No estoy para discutir, me duele la cabeza.
Abandono la silla, doy los únicos dos pasos que nos separan, me inclino y con chulería, le quito el móvil para dejarlo en la mesa. Sus ojos vuelan a mi escote, no le dejo disfrutar por mucho de las vistas. Mi lado atrevido sale a flote cuando me siento en sus piernas, le sujeto la cara entre mis manos.
—El móvil es mío, por tanto exijo que me lo regrese, señor —susurro, cerca de su boca.
—Joder.
Mete la mano dentro de la chaqueta y saca el móvil blanco. Así es que se hace, pero la próxima vez que me haga lo mismo, seré lo menos amable posible.
— ¿Te gustó? —inquiere, cuando una señora de aspecto latino se lleva los platos.
—Muy rico —afirmo, sintiéndome culpable por haber comido tanto—.Va siendo hora que dejes de invitarme a comer, vas a hacer que termine como una bola. Estoy gorda.
Me mira incrédulo. Echa la silla hacia atrás, se para abrochándose la chaqueta del traje y me tiende la mano. La acepto, me paro frente a él y permito que me haga dar una vuelta.
—No podrías estar mejor, Madison.
—Bueno, sé que soy muy guapa...
— ¿Entonces?
—Es que...
Un fuerte estruendo y una nube de fuego se extiende a nuestro lado, la intensidad de la explosión destruye la pared y nos lanza al piso. Dominic salta sobre mí enseguida, cubriéndome con su cuerpo. La nube nos alcanza por poco, lo primero que hago es toser por el humo, con los ojos entornados. El rostro de él, sucio por el carbón, inspecciona el mío en busca de alguna herida.
— ¿Estás bien?
Quiero responderle que sí, pero diviso a un hombre levantando la pistola en nuestra dirección, sobre los restos de la pared destruida. Dominic está inmerso en otro mundo buscándome heridas que mi reacción es envolver las piernas alrededor de su cintura para hacerlo girar y caer de espaldas, a la vez que le saco la pistola del estuche en su pantalón debajo de la chaqueta y le disparo al tipo en el pecho.
Este grita y aprieta el gatillo antes de caer. Rápidamente me acuesto sobre Dominic para esquivar la bala que pasa sobre nosotros.
—Pero, ¿qué está pasando?
—Bienvenida a mi mundo, nena. —Sonríe.
¿En serio me sonríe cuando acaban de tirar una bomba que derrumbó la pared a nuestro lado?
—Tienes serios problemas.
—Toma. —Con dificultad por mi peso, saca otra pistola de su espalda—. Me quieren matar, tenemos que movernos.
—Pero me gusta más esta —replico, con su pistola de oro en mis manos.
—Joder, Madison, te voy a conseguir una igual pero mueve el culo.
A regañadientes, cambiamos de pistolas. Detrás de él, salimos saltando los escombros. Es entonces cuando quedo sorprendida por la guerra que se ha formado. Dominic comienza a disparar, sin más, hago lo propio. Disparo y esquivo. Hasta que lo reconozco en el techo de una camioneta, es Jojo. El líder de los Pérez.
Es para joderse.
Un tipo lanza un puñetazo en la mandíbula a Dominic, seguido de otro en el estómago. Intento acercarme pero mi camino es obstruido por un tío con pinta de vagabundo. Entorno los ojos, es un pesado. Basta de una patada, tres puñetazos y un disparo para liberar mi camino.
Dominic está devolviéndole el golpe al tipo, le reparte unos cuantos más y agarrándolo por el cuello de la camiseta, gira en mi dirección. Tomándolo por sorpresa, impacto mi pie contra su cabeza, con el puño le pego en la nariz y seguidamente disparo en su cabeza.
El árabe, que todo este tiempo lo mantuvo de pie, me mira con la mandíbula desencajada. Me encojo de hombros, disparando al que venía por detrás de Dominic. Tira lejos al muerto y me agarra del brazo, con algunas gotas de sangre en la mejilla.
—Eres tú.
—Cuando estemos a salvo me dices tus cosas poéticas.
Levanta el brazo a un costado, dispara.
—Tengo que ir a matar a un gilipollas por aquí cerca, necesito que sigas viva y sin rasguño para cuando regrese.
Vuelvo a disparar detrás de él.
—Soy muy perfecta para morir, Dominic.
Me regala una pequeña sonrisa y me besa con fuerza brevemente antes de echar a correr en dirección del Jojo Pérez.
No sé identificar quiénes pertenecen al cártel Callaghan y quiénes a los Pérez, así que me escondo detrás de una carretilla y le disparo a los que con seguridad distingo como de los Pérez. Mientras esté con Dominic, tengo que ser del cártel Callaghan ¿no?
La guerra sigue en pie, y lamentable, la pistola se queda sin balas. Maldigo en voz baja. A la antigua será. Me voy moviendo por detrás de los coches, matando a golpes a quienes se me atraviesan. Rompo la ventanilla de un coche y agarro un pedazo de vidrio que incrusto en el cuello de uno.
Alguien me agarra por detrás. Mi pierna automáticamente sube, pegando con el tobillo la entrepierna del tipo. Pero al voltear, descubro que golpeado las pelotas de Jack, el pelirrojo soplón.
—Hola, Madison, soy Bill —gime de dolor.
Callo su boca con un seco derechazo.
—Bill mis cojones.
Se lo merecía.
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