6. Castigo
La noche siguiente salgo temprano del trabajo, un dolor de cabeza se apoderó de mí, incluyendo mareos. Mis defensas la mayoría de las veces están bajas y siempre que entro en desesperación y estrés, vomito y demás. En otras palabras, parezco mujer embarazada.
Samara y yo bajamos juntas al aparcamiento privado del edificio, noto que ha cambiado el Maybach por un Range Rover blanco. ¿Cómo una recepcionista tiene ese gran auto? No hago preguntas al respecto y me despido de ella, la cual se va a toda velocidad.
Yo miro mi humilde Mercedes. Es preciosísimo y me costó un montón comprarlo, trabajando con esfuerzo, así lo conseguí. Papá quiso regalarme uno y me negué, no me gustan que me regalen las cosas, prefiero ganármelas.
Al bajar del coche en el aparcamiento del conjunto residencial donde vivo, mi piel se pone de gallina. De vez en cuando hay gente por aquí y por allá, pero hoy está completamente solo. Para variar, las luces LED en el techo titilan, fallando.
No sé por qué, vuelvo a abrir la puerta del coche, tiro dentro mi bolso y demás, para cerrar con seguro. Percibo una presencia detrás de mí, me mantengo inmóvil en mi lugar y lo siento acercarse cada vez más y más hasta que siento un duro pecho contra mi espalda y sus manos en mi cintura.
Lo sabía.
La camioneta estacionada al lado derecho de mi plaza jamás la había visto, ahí suele estar el pequeño coche amarillo de la vecina medio chiflada. Desde que la vi al entrar supe que algo no iba bien.
No pongo resistencia. Una mano se acerca a mi rostro, el movimiento me permite inhalar un fuerte aroma a coco. Las comisuras de mis labios se alzan en una pequeña sonrisa, un trapo es colocado contra mi nariz. Casi al instante, caigo en sus brazos antes de perder el conocimiento.
Lo primero que noto al despertar son mis brazos alzados. Parpadeo varias veces, recuperando la vista, reconozco el tipo de baldosas del piso. Estoy en la misma habitación en la que Callaghan me secuestró y mis pies están sujetos por una correa de cuero a dos pilares entrecruzados, separados a la altura de mis hombros.
Santa mierda.
—Buenos días, alegría.
Levanto la mirada de golpe y trago en seco al ver a Dominic sentado en la orilla de la cama frente a mí.
Me mira..., fijamente; después de una eternidad, baja la mirada y recorre mi cuerpo hasta volver a mis ojos.
—No tienes idea de lo caliente que te ves.
—Hola a ti también, imbécil. Tengo mucho trabajo pendiente como para que me vuelvas a secuestrar, ¿por qué no lo haces dentro de una semana cuando tenga tiempo libre?
—Porque debo hacerte pagar veintiséis muertes y lastimosamente mi agenda está full la próxima semana.
—Le hice un favor al mundo, y le haré otro más cuando te envíe a la cárcel por el resto de tu vida.
Dominic echa la cabeza hacia atrás y se ríe por un corto tiempo.
—Relájate, nena. —Se pone de pie y acorta la poca distancia entre ambos. Desliza una mano por mi cintura y desciende hasta tocar mi culo, doy un respingo y lo miro, conmocionada—. Solo quiero darte un beso.
Roza su nariz con la mía, pasa sus gruesos labios por mi pómulo y me besa debajo de la oreja, provocando cosquillas en todo mi cuerpo.
Soy tan receptiva a él que me asusta, porque nadie nunca me ha hecho vibrar tan fácil.
—No me toques el culo, degenerado.
—No sé qué estés sintiendo tú, Madison, pero yo siento que nos conocemos de toda la vida.
—Siento la pronta satisfacción de agregar el delito de acoso sexual a tu expediente.
Sonríe contra la piel sensible de mi cuello y se aleja para verme. Quedo prendada de sus ojos grises.
—Mientras más me rechazas más me encantas.
—Eso es triste. De seguro ninguna mujer te ha rechazado.
—No, solo tú, porque eres tú, Madison.
Lo miro un poco confundida por la profundidad y la seriedad de sus palabras ¿Qué quiere decir eso?
Dominic parece alegrarse de verme perdida, se saca una venda dorada del bolsillo de la chaqueta y la usa para cubrirme los ojos. ¿Es normal que me empiece a sentir nerviosa? Mucho.
—Cuando bloqueas a una persona de un sentido, los demás se vuelven más receptivos, sensibles. Como tu habilidad de oír —susurra, acariciando mi nuca con los labios—, el tacto. —Su mano recorre la curvatura de mi cuello, dejo de respirar—..., y el olfato.
Vale, acaba de enviar al infierno lo que le dije.
Recorre mi espalda con la mano y me aprieta aun más contra él. Mi pecho entra en contacto con el suyo. Me ataca un deseo de pasar las uñas por su cuerpo, ansiosa por descubrir si los músculos de su pecho son tan fuertes como es evidente a través de la tela, la esculpida definición de su torso.
Agarra mi cabeza con la mano libre, me acaricia el labio inferior con el pulgar y se inclina para capturar mis labios.
Sorprendida, soy incapaz de pensar ni de moverme mientras sus cálidos labios separan los míos. Devora mis labios y mi lengua con un excitante frenesí. ¡Madre mía, me está besando!
Todas las hormonas de mi cuerpo responden al instante. Un gemido escapa de mi garganta mientras sigo el vaivén de sus besos. Esto está tan mal, pero, se siente tan bien.
La sensación del sólido cuerpo contra el mío es tan increíble que no puedo evitar desear poder aferrarme a sus hombros, tocarle por todos lados, tirar de su pelo. Muevo las manos y la correa a su alrededor me hacen presión.
Por amor a Dios. La lengua de Dominic juguetea con la mía, el deseo dentro de mí brota con una intensidad que me es desconocida.
Inhalo ese aroma a coco mientras mi cuerpo palpita de deseo, con una necesidad que casi raya en el dolor. Esto es, realmente, increíble. Dominic no deja que el más mínimo tejido se interponga en su deseo, me desabrocha varios botones del torso para poder meter la mano y agarrarme el pecho.
Los pezones se me ponen de punta cuando acaricia y abarca uno de mis pechos sobre el sujetador en su gran mano. Después, aprieta con la fuerza precisa que a mí me gusta haciéndome suspirar de placer sobre su boca.
Coloca la otra mano sobre mi pierna desnuda y, despacio, va subiendo por ella. Su caricia es fuego sobre mi piel, me remuevo inquieta bajo su mano. No es para nada cómodo estar atada de manos y pies en situaciones como esta.
Por dentro, me regaño y grito de rabia, pero mi cuerpo reacciona de otra manera desviando por completo las órdenes de mi cerebro, solo puedo saborear su boca, sus besos, gemir ante la habilidad de su lengua y la manera en que me está haciendo perder el control.
—Maldita sea, es muchísimo mejor de lo que pensé —dice, sin aliento, sobre mi boca.
— ¿Me imaginaste atada e indefensa mientras me besabas sin compasión? —jadeo, peleando con las correas en mis muñecas—. Eres un maniático del control, ¿no es así? Déjame decirte que yo soy igual y si no me tuvieras atada, ya te habría agarrado del cuello para que no dejaras de besarme.
Soy una insensata.
Entonces, pone sus dedos sobre mí, debajo de la falda, apartando el delgado tejido de mis bragas para llegar hasta el punto sensible de mi sexo.
Oh, Dios.
—Eres tan sensual, nena, joder... Joder, mira lo húmeda que te has puesto por mí.
—Quítame la venda. Suéltame.
—No.
—Gilipollas.
Gimo al sentir su tacto mientras su pulgar da vueltas alrededor del pequeño manojo de nervios con una hábil mezcla de presión profunda y ligera. Dejo caer la cabeza hacia atrás exhalando un doloroso gemido, Dominic toma provecho de mi garganta libre y utiliza la lengua para besar y chupar mi piel.
—No me marques —musito, con la voz ahogada.
— ¿Tienes novio, Madison?
—Debes saber que... ¡Dios! —Unos movimientos circulares, suaves como una pluma, terminan cuando introduce un dedo en mí—. No soy tan fácil, no sé qué me pasa contigo. Eres un aprovechado, maldito violador...
Arrastra mis fluidos hacia arriba, alrededor de mi clítoris, y a continuación mete dos dedos dentro de mí provocando que tire con fuerza de las correas. Terminaré con las muñecas lastimadas, pero, necesito un orgasmo. Necesito liberarme ahora más que nunca.
— ¿Has hecho esto con una mujer, Madison? —Su voz refleja su propio deseo.
Pero, ¿qué pregunta es esa?
—Respóndeme, nena —sisea, y clava hasta el fondo tres de sus dedos.
— ¡Dios mío! ¡No! No... No me gustan las mujeres. Quítame la venda...
—Pero te besas con ellas.
—Era mi mejor amiga, estábamos ebrias y elevadas —le confieso con tanta facilidad y confianza que me sorprende.
—Hmm... Eres impredecible, nena.
—Jesús, solo cállate la boca y hazme llegar.
—Mi nombre no es Jesús.
Sus hábiles dedos se zambullen y salen con largas y constantes embestidas, con todos los músculos en tensión me aprieto alrededor de sus dedos. Desearía poder ver su rostro ahora mismo, mientras se apropia de mi mente y mi cuerpo. Lucho con las correas mientras la tensión en mis piernas me advierten que estoy cerca, mis gemidos son fuertes, suelto una que otra palabrota.
—Este es tu castigo, ¿te gusta? —susurra en mi oído.
—Sí —jadeo. Entonces, los tres dedos abandonan mi cuerpo de golpe y me siento perdida—. No.
Pero, ¡qué gilipollas! Cuando recupero la visión y el raciocinio, veo a Dominic llevar a su boca la prueba de mi éxtasis en sus dedos, en la imagen más excitante que hasta ahora he visto. Cierra los ojos y suspira de placer.
—Perdóname —dice, el muy capullo, sin de verdad sentirlo.
— ¿Me estás tomando el pelo, Dominic? He permitido que me masturbes para nada. Vete a la mierda, Callaghan. Ya suéltame porque te voy a arrancar las pelotas.
Sonríe de lado, aun con los dedos entre sus labios y una mirada juguetona. No sé si comérmelo a besos o matarlo. Me ha dejado insatisfecha e irritada. La cabeza me empieza a doler.
—Con respecto a lo anterior, señorita —dice, agachándose para liberar uno de mis pies—, sé que no eres fácil, no hacía falta que me lo dijeras. Entiendo lo que sentías, la necesidad, la tensión entre tú y yo, todo es muy fuerte, Madison. —Se detiene en mi rostro y acaricia mi mejilla—. Te entiendo.
Vale, esto es surrealista. Madre mía, ¿en qué estaba pensando? Soy una zorra, pero, no tengo tiempo para lamentaciones. Ya engañé a Ryan, violé la ley como nadie ha hecho, no hay vuelta atrás.
—Para de comerte la cabeza con tonterías que no vienen al caso —murmura dejando por fin mis manos libres. Pero mi libertad dura muy poco. Doy un grito ahogado cuando me levanta en sus brazos y me deja suavemente en la cama—. Te deseo, tú me deseas, estamos atraídos el uno por el otro, olvida todo lo demás. No hay límite para dejarse llevar por el..., por la tensión sexual. Bien podemos llevar una hora conociéndonos y podríamos ceder al deseo. Tú dijiste que eres una mujer libre, entonces déjame ver esa mujer.
Parpadeo sin poder creer lo que me ha dicho. ¿Ahora se cree filósofo?
Pero al cuerno. Este hombre me encanta como nadie antes, y esa es mi llave para llevarlo detrás de las rejas.
Dominic me indica que no me mueva. Por alguna razón, obedezco su orden. Él entra al baño y sale con una toallita húmeda, frunzo el ceño y abro la boca para preguntarle qué piensa hacer, entonces dobla las rodillas al pie de la cama para abrir mis piernas.
Me muero de la vergüenza, tenso las piernas para que no pueda abrirlas y ver más allá. La mirada escéptica que Dominic me lanza la descifro, sé que es estúpido puesto que ya me metió los dedos, pero no observó debajo de la falda, solo tocó.
—No tienes nada que no haya visto antes, nena.
—Eres un gilipollas.
—Lo soy. Abre estas esbeltas piernas para que pueda limpiarte, pequeña diablura.
A regañadientes, me abro para él. No puedo creer lo que estoy haciendo. Cierro los ojos cuando sus cálidos dedos rozan mi piel, bajando mis bragas negras de encaje.
—Joder, son bonitas. Me las quedaré. —Lo oigo cuchichear. Limpia con parsimonia mi sexo, y yo me pregunto si suele hacer esto con las demás tías a la que se tira—. Eres muy bonita aquí abajo, Madison.
—No lo puedo creer. —Me echo a reír.
— ¿Qué te da risa? —Está serio—. He visto muchas, las con...
—Vale, ya entendí, no hace falta que me cuentes sobre las vaginas de tus putas.
Suspira.
—Yo no tengo putas, Madison.
—Casi que no, chuloooo.
—No.
—Así que solo haces esto conmigo. —Abro los ojos, apoyo el torso sobre mis codos para mirarlo muy concentrado en su labor—. De estúpida no tengo ni un pelo, Callaghan.
—Créeme cuando te digo que nunca he tratado a una mujer ni la cuarta parte de como te trato a ti.
Me quedo mirando sus movimientos, sus ojos grises fijos en mi intimidad, pero no de una manera obscena, sino con cariño, como si esta no fuera la primera vez entre nosotros.
Lo que ha dicho sobre mis bragas resulta ser verdad, guarda el pedazo de tela en el bolsillo del pantalón bajo mi atenta mirada, después de dejarme limpia. Así que regresaré a casa sin bragas porque el espécimen me las robó sin mi permiso. Aunque no es como que pueda objetar mucho al respecto.
Al llegar al apartamento me llevo la sorpresa de encontrar a Ryan en el sofá, con Bon en el regazo. Enseguida siento que tiene rayos X y verá que estoy desnuda debajo de la falda. Antes de que se le ocurra acercarse y hacer preguntas, huyo a mi habitación.
***
—Eres experta jugando con mi mente.
—O solo soy mejor que tú en el ajedrez.
—Discrepo.
Sonrío ampliamente cuando aparta de mala leche la mesa con el tablero. Lo miro detenidamente mientras se sirve un trago de whisky, todo con su cara de culo.
Es un malísimo perdedor. Manipulé sus movimientos con mis trucos de seducción y distracción, es cierto. Jugué con su mente. Aunque también soy buena en el ajedrez.
Estamos en el patio de su casa, en pleno mediodía, como dos viejos amigos. Siendo sincera después del numerito de ayer estaba dispuesta a mandarlo a paseo, pero ha sabido cómo seducirme para pasar el día con él.
Me balanceo en la hamaca, a gusto con la brisa, el cantar de los pájaros, y la maravillosa vista de un Dominic vestido de sport, puesto que hicimos un poco de ejercicio más temprano.
Alcanzo mi vaso con limonada en la mesita de vidrio a mi derecha. Definitivamente no hay nada que le quede mal a Keith.
—Quiero jugar otra vez.
—Eres muy tramposa, no.
—Entonces póquer.
—Si incluye que nos quitemos la ropa, sí. —Eleva la comisura del labio, sin apartar la mirada del móvil.
—No
—Entonces no.
Estiro las piernas y me impulso hacia atrás con un gruñido. Es un guarro. Todo lo quiere asociar a que estemos desnudos.
Dominic le sonríe lleno de ternura al móvil, haciéndome fruncir el ceño. Ha estado muy pendiente con mensajitos y risitas, no es que esté celosa, pero me gusta que me presten atención cuando hablo. Se lo ve muy cariñoso manipulando el móvil. Tengo que morderme la lengua para no preguntarle si es con una tía con quien habla, no creo que un hombre lo emocione tanto.
Por fin, apaga el aparato y lo coloca en la mesita de vidrio.
— ¿Mucho trabajo?
—Algo así —responde, sin notar mi sarcasmo—. No son capaces de coordinar una entrega sin mí —se queja en voz más baja, pero lo oigo, y llama mi atención.
—Imagino que enviar droga por avión no es tan sencillo...
—Es que no es por avión, es por barco.
Oculto una sonrisa al ver que cayó redondo. Sé lo que hago, y él o no se da cuenta de su error o le da igual, porque su expresión continúa relajada.
—Ah, conozco de esas cosas, ponemos suma atención en los barcos con mercancía extranjera.
—Eso es lo peor, que viene de Texas, no de México.
Tomo un trago de limonada, satisfecha con la información.
Dominic suspira, resignado, y se para del sofá. Recoge la cesta llena de cerezas frescas, rodea el reposa pies y me indica con un gesto de cabeza que le haga espacio en la hamaca.
Se recuesta y automáticamente mi cuerpo rueda sobre él por el peso. No sé cómo, consigo recostarme, con medio cuerpo sobre el suyo. Vayaaa, espero que las cuerdas resistan, este tipo pesa un montón.
Él, sin parecer disgustado, pone la mano libre en mi muslo al descubierto y pasa mi pierna por su cintura.
—Tienes mucho músculo, como esto se caiga y me dañe la columna, te iré a buscar así sea en el infierno.
—Chorradas —espeta. Arranca una cereza y la sostiene entre sus dedos, jugando con ella—. ¿Cómo beso?
Frunzo el ceño. ¿Se refiere a si besa bien o mal? Pues, qué pregunta tan ridícula. Solo nos besamos de verdad una vez, ayer, pero eso es suficiente para juzgarlo, así que soy sincera:
—Riquísimo —le aseguro. Él suelta una carcajada y se lleva el tallo de la cereza a la boca, segundos después se saca el tallo, que ahora es un nudo—.¿Ves? Las cerezas reconocen que besas rico.
Vuelve a reír. Mi corazón late con fuerza al verlo reír de esa manera, real y desenfadada. Una risa de verdad. Es muy hermoso.
— ¿Rico?
—Muy rico.
—Pruébame cómo besas tú.
Vale, no sé cómo se supone que lo haga pero no le daré el gusto, tengo que quitarle esa sonrisita socarrona. Y yo de estúpida subiéndole más el ego.
—Ni tan rico besas, ahora que lo pienso mejor —me retracto.
—Nena, deja de mentir y haz el nudo. ¿O es que en realidad se te da de pena besar?
Bajo su divertida mirada me meto el tallo a la boca con chulería. Pues bien, ¿qué tan difícil puede ser hacer un nudo a un tallo con la lengua? Muevo la lengua alrededor del tallo y, no sé cómo, con rápidos movimientos, consigo hacerle un nudo. ¡Punto para mí! Saco la lengua y él agarra el nudo.
—Bien hecho —me alaba, tira el tallo al piso, sin importarle nada. Es tan educado—. Ya sabía que besas bien.
—Más que bien —farfullo.
Le da un mordisco a una cereza sin dejar de mirarme, él es tan intenso siempre. Entorno los ojos, agarro una cereza y procedo a comerla bajo su atenta mirada. Desvío los ojos al árbol en el cual subí la vez que escapé, moviendo la cabeza al ritmo de la música dentro de la casa.
—¿Te gustan los animales?
—Sí —respondo, volviendo a sus ojos.
—Dentro de un rato tengo que enviar una lista de los peces que quiero para mi nueva pecera, ¿me ayudarás a elegirlos?
— ¡Claro! Son muy monos —sonrío cual tonta, apoyando la barbilla en su pecho.
Confundida por mi reacción, intento separarme, pero él pone una mano en mi nuca, deteniéndome.
—No sé qué voy a hacer contigo, Madison. Bésame.
—No.
Dominic tensa la mandíbula. Joder.
—No te estaba preguntando, te di una orden.
—Dominic, estás loco. A mí no me vas a venir a dar órdenes. Yo no sigo órdenes.
—Vas a hacer que me cabree por una gilipollez —sisea, con una mirada mordaz—. Volveré a decirlo: bésame. Te mueres por hacerlo.
—Eres muy creído, ya te dije que no pienso...
—Joder. Qué terca eres.
Tira de mí y sella nuestros labios, adueñándose con fiereza. Gimo en protesta, pongo las manos en su pecho intentando alejarme pero la estabilidad de la hamaca no ayuda. Caigo completamente sobre él. La cesta de cerezas cae a un lado mientras Dominic se apropia de mi cintura.
Aprieta mi culo con ambas manos, robándome un jadeo, baja hasta mis muslos y me impulsa hacia arriba, de manera que mis rodillas reposan a cada lado de su cuerpo. Chupa mi labio inferior, pasea la lengua por él y me hace sisear de placer cuando profundiza el insaciable beso. Mis dedos se agarran a los mechones de su pelo.
Es una pérdida. Me rindo. Me rindo a sus besos. Soy una insensata, una estúpida y demás, una débil. Esa es la palabra correcta: débil. Me dejo llevar por él.
Dios, besa de maravilla. Las cerezas no se equivocan. Mi razón se nubla cuando sus labios tocan los míos, a partir de allí, ya no tengo remedio. Me entrego.
***
Salgo del ascensor leyendo rápidamente la hoja que recogí de la administración, o más bien, leo por encima. Tengo que llegar a tiempo a la reunión, agentes de la DEA de otros estados y de Colombia vendrían hoy, y yo lo olvidé por completo. Por Dominic.
—Buenassss nochessss, cuchiiii.
Doy un respingo del susto. La hoja se resbala de mis dedos al igual que mis gafas, que estaba a punto de ponérmelas porque mi vejez ocular no me permite leer bien tantas letras chiquitas.
—Diablos, Samara, ¿qué coño hacías en mi oficina?
—Cuchi, ¿con esa boca besas a tu papá? —Abre demasiado los ojos—. Solo dejaba unas carpetas. ¿Por qué vienes tan tarde? La reunión está a cinco minutos de empezar.
—Sí, sí, ya.
Tiro todo en el escritorio y como una loca busco entre una pila de carpetas la que necesito. Soy un desastre. Mi escritorio es un desastre. Eso me hace recordar el despacho de Dominic cuando lo he acompañado hoy a elegir los peces, todo estaba pulcramente ordenado. Me he dado cuenta que es quisquilloso con el orden, mientras yo soy lo contrario.
Por suerte, la reunión marcha bien. Intervengo un par de veces, opino, y acabo con la misión de viajar a Colombia en conjunto de Sam y otro agente el fin de semana para servir de ayuda. Nunca he visitado el país, la idea de ir me emociona por dentro, obviando el hecho de que me aterra estar en lugar donde no conozco el idioma.
—Permiso, ¿me mandó a llamar?
Levanto la mirada del papeleo en el escritorio. Lucas Sagfrield ha asomado la cabeza por la puerta entreabierta que dejé para él. Asiento levemente y con vago gesto de mano, lo invito a sentarse. Me quito las gafas, sintiendo un ligero pinchazo en mi frente.
—No me diga que ya la cagué, es mi primera semana.
El atrevimiento de sus palabras me sorprende, pero lo oculto bajo mi máscara impasible. Durante un segundo quedo prendada del gris de sus ojos, son encantadores, con una perfilada y respingona nariz entre ellos.
Necesito una rinoplastia.
—No, agente Sagfrield. Te he llamado porque necesito que alguien investigue un par de cosas, y serás tú. —Alcanzo el folder que dejé sobre la impresora y se lo entrego—. Es toda la información que necesitarás, es imprescindible que consigas algo en contra de Aguirre. Tal vez así consigas ir a México cuando tenga que ir.
—Nunca he ido a México. —La manera en que lo dice, y su sonrisa, me deja pensando cómo identificar si ha sido sarcasmo.
—Pues más te vale hacer bien tu trabajo.
Lucas sonríe de lado, me guiña un ojo, se echa hacia atrás el mechón rebelde que cae en su frente y se va, así sin más.
¿Me ha guiñado el ojo?
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