4. Escape
En mi tercer día de encierro, no hago nada, me limito a escuchar a través de la puerta los ataques de Callaghan y el ruido de pistolas siendo accionadas.
Keith es a la única que veo durante el día cuando pasa a dejarme las comidas. Después de la filosófica cita de ayer que duró hasta las tres de la madrugada, pensé que Callaghan volvería hoy a joder. Pero no sucede.
Al cuarto día, se vuelve a aparecer en la habitación por la noche. Esta vez pillándome con el culo aplastado en el piso, en posición de indio, con las manos en mi regazo mientras inhalo energía positiva y exhalo energías negativas, eliminando toxinas. Practico la meditación del Tai Chi para conectar con mi lado espiritual y mi relación con el ambiente que me rodea,
Fue una práctica necesaria que Alexa, mi madre, me enseñó desde pequeña.
Con algo tengo que distraerme o me volveré loca.
—Hola, Madison —dice, con su arrollador tono de voz sexual. ¿Lo hace a propósito?
— ¿No tienes que ir a traficar cocaína o cosas así? Estoy controlando mi Chi.
Dominic arruga el rostro.
— ¿Qué coño es Chi?
—Es la energía vital del interior de nuestro cuerpo, propio de la medicina tradicional china, como un impulso energético que cubre lo que nos rodea en un invisible mundo de nuestros pensamientos y las emociones -le explico suavemente, relajada -. Estamos regidos por tres fuertes influencias: la energía del sol, de la luna y la naturaleza; mantienen nuestra calma y equilibrio mental y físico. Aunque es muy fácil caer en un desequilibrio, entonces nuestro cuerpo lo somatiza como: debilidad, decaimiento, todo referente al pensamiento, nuestras ideas, etcétera. Entramos como en un espiral de malas decisiones, malas conductas, así como todo lo contrario al Chi, como un Chi rebelde.
—No entendí.
Suspiro, hastiada, y mi espalda recta se encorva.
—Nos brinda movilidad, la energía recorre nuestro cuerpo, puede calentarlo y dejarlo a una temperatura según la energía del exterior, nos transforma a medida que nos atraviesa, nos permite tener la mente más clara. Todo por el bien de nuestra paz interior...
—Así que me siento, respiro profundo, y me renuevo por arte de magia —se burla de mí, de mi pasión.
Lo miro mal, ya me desequilibró con sus tonterías. Me pongo de pie y siento lo relajante de mis movimientos, de cada extremo de mi cuerpo.
—Es complicado controlar la respiración, tienes que concentrarte en el sonido de ella, cómo llena los pulmones y cómo sale. Es pura energía que te une al universo, te llena de paz...
—Es una tontería —espeta —. Para eso voy a por un buen masaje y un vaso de whisky, así controlo yo mi Chi.
—No sabes lo beneficiosa que es la meditación y cómo es capaz de alinear nuestra mente y nuestro cuerpo. Por eso eres así de gruñón e insoportable.
—Es una chorrada porque tú lo practicas y eres igual de gruñona e insoportable que yo.
— ¡Porque tú me pones así! ¿Ves? Mi Chi se fue a la mierda.
—Mujer, cuida esa boca, joder.
Pongo los ojos en blanco, le doy la espalda y agarro la liga en la mesa de noche para atar mi pelo en una cola alta.
—Ayer que no hice nada, ni te vi la cara, y hoy, que me pongo espiritual, me vienes a joder. Vamos a repasar las normas de este secuestro, Dominic —lo miro seria, con las manos en la cintura. El muy gilipollas sonríe. Siempre que me ve cabreada sonríe, pero, ¿qué le pasa?
—Madison Isabel, ayer estuve muy ocupado. Hoy dejé de lado ciertas mierdas para poder sacarte un rato.
— ¿Al yate? —pregunto, despacio, dejándome comprar pero sin que él lo note para que no se crea mucho.
Me ha traído a un burdel. Un prostíbulo. No sé exactamente qué es, las luces de diferentes colores me dificultan la vista en la oscuridad del lugar, pero puedo identificar a mujeres casi desnudas sobre plataformas en forma de círculos.
—No puedo creer que me hayas traído a donde visitas a tus putas.
Él no me responde, pone una mano en mi espalda y caminamos a una área más privada del ruidoso lugar lleno de hombres con pintas de criminales y mujeres con pintas de zorras. Un espacio VIP que cuenta con un cómodo sofá rojo y una mesita elegante, sobre ella, un narguile de vidrio con un fino tallado.
Si hay que caracteriza la cultura árabe, es la tradición de fumar pipa de agua, un sistema que envía el humo del tabaco a través del agua para, según, «purificar». Pero se sabe que igualmente jode los pulmones.
Dominic me permite sentarme primero, y luego pasa él, sentándose a mi lado. Bajo la tenue luz de esta área más privada, puedo notar con más claridad mi alrededor. Las mujeres no están desnudas, como creí haber visto, llevan trajes de danza del vientre muy sofisticados a simple vista y bailan sensualmente al ritmo de la música árabe que retumba a través de los parlantes.
—Aquí no hay putas, Madison —aclara, soltando el botón de su chaqueta—. Pedí que tuvieran la Shisha preparada para cuando llegáramos. ¿Has fumado de esto antes?
— ¿Cómo funciona esta cosa?
—El carbón calienta el tabaco, al aspirarlo recorre el cuerpo hasta llegar al agua, donde el humo se torna más condensado, y también, para darle sabor si se le añade licor o zumo —me explica, detenidamente —. Es como cuando me explicaste la mierda del Chu.
—El Chi —le corrijo, obstinada —, y yo sí entendí lo que dijiste.
—Vale, maestra del Chi, la base de la Shisha es la más común y una de mis preferidas: agua, whisky y miel —dice, acompañado de una sonrisa de lado que me da cosquillas en el vientre.
Hoy veo sus ojos grises más brillantes y claros que antes. Agarra la manguera del narguile y la lleva a sus labios. Inhala lentamente y cuando exhala, el olor del humo que escapa de su boca alcanza mis fosas nasales y llama mi atención. Verlo fumar esa cosa ha sido tan... caliente.
Dios mío. ¿Por qué se tiene que ver tan guapo en esos trajes súper pijos? ¿Por qué no se viste con la misma ropa cutre que suelen vestir los narcotraficantes?
Me tiende la manguera, mirándome a los ojos, yo la acepto de inmediato. Tengo curiosidad.
—Si inhalas muy fuerte, el aire se calentará por los carbones, lo suficiente para carbonizar la Shisha y terminarás tosiendo humo con sabor a mierda. Así que inhala normal y de manera corta, relajada y haciendo pausas para que la Shisha pueda enfriarse.
Asiento, distraída, y acerco a mis labios la manguera. Siento un revoltijo en el estómago por tener en la boca algo que acaba de estar en la de Dominic. Es increíblemente fuera de lugar que esté teniendo pensamientos morbosos con ese hombre.
Entorno los ojos, los cierro, y hago lo que me indicó. Lento, suave, pausado; me siento como la hostia después de exhalar tres veces. El sabor que deja en mi boca me resulta delicioso, exquisito, y entre él y yo, nos lo fumamos.
Ahora que puedo apreciar mejor el lugar, no está tan mal. Dominic me explica que es como un club de reuniones exclusivas para inmigrantes del medio oriente del cual él es dueño, y que, tiene más clubes en el país. Un lugar para relajarse, fumar, beber, y llevar a cabo negocios. Vuelve a recalcar eso de que aquí no hay putas. Pero bueno, eso es cosa de él.
Cuando terminamos con el narguile, Dominic pide a uno del servicio otro más y la «cena». Entonces, emergen de una cortina negra al fondo, seis mujeres que caminan con un velo que oculta sus cuerpos. Cada una de ellas se acerca a cada mesa del área VIP, por tanto, una se planta frente a nosotros.
Con un traje verde de pedrería hermosa, juega con el velo de manera lenta. Extiende los brazos y deja caer el velo hacia atrás, dejando a la vista su rostro cubierto hasta la nariz por otro pequeño velo que resalta sus ojos negros. Empieza a mover las caderas suavemente como la canción lo amerita, y yo me pierdo viéndola bailar.
Incluso podría decir que yo estoy más emocionada con ella que el mismísimo Dominic.
Me encanta cómo bailan esta danza, la facilidad de seducir a un hombre y crear tensión. Movimientos simples, sensuales y atractivos. Me siento como la vez que obligué a mi padre a inscribirme en una escuela de ballet después de ver una presentación en vivo. Lo abandoné a los tres meses, pero, quedé con experiencia gracias a mi capricho.
El narguile y la cena, que resulta ser una pizza que luce extremadamente deliciosa, llegan a nuestra mesa justamente cuando la canción acaba y las bailarinas regresan a las plataformas para bailar otra canción. Me he enganchado por los siete minutos que duró.
— ¿Sabes qué es extraño? —Levanto la voz por el volumen de la música, al terminar con mi tercer pedazo de pizza —. Ningún secuestrador me dejó dormir en una habitación con cama y televisión por cable, no me llevaron a cenar en un yate, tampoco me dieron a fumar de un narguile y comer pizza. Probablemente este sea el mejor secuestro de mi vida.
—Joder, Madison, ¿otra vez?
—Es algo de no superar, tú no lo entiendes porque no has sido secuestrado cuatro veces.
Ignoro su cabreo por mi constate comparación y voy a por otro pedazo de pizza. Está buenísima, no me pueden juzgar por ello. Si estuviera en compañía de un pretendiente, controlaría mi ansiedad, pero estoy con Dominic, el mafioso que me «secuestró», así que me da muy igual.
Dominic se acomoda de costado, muy cerca de mí, y pasa un brazo detrás de mí en el respaldo del sofá.
—Cuéntame, Madison, ¿qué estudiaste en la universidad?
—Me gradué de Ciencias Políticas y un doble grado en Ciencias Económicas en la George Washington. Tengo un Juris Doctor en la Escuela de Leyes de Yale y un LL.M de derecho penal en la Universidad de Virginia.
—Impresionante, de verdad. ¿Querías ser abogada o lo hiciste por el FBI?
—No planeaba hacer el JD ni el LL.M, quise ir directamente al FBI, pero mi padre no me lo permitió. Debía ser la mejor en una agencia, así que elegí la materia que mejor se me daba y que estaba relacionada al trabajo.
Mi voz al final sale más aguda de lo normal, al sentir su dedo pulgar rozar la piel de mi hombro desnudo. Oh, Dios. Puedo verlo en su mirada, está seduciéndome.
—Buen punto. —Sonríe, mira el hombro que ha rozado a propósito —. Yo abandoné Administración en el tercer semestre, supondrás la razón.
Ya no es solo el pulgar, ahora tres de sus dedos acarician mi hombro. Lo miro con una ceja arqueada y una pequeña sonrisa.
—Con certeza.
—Ah, habibi, agmal a'ouyoun filkone ana shiftaha. —Su voz es un susurro que por suerte llego a oír, pero no le pregunto qué me ha dicho, porque es obvio que me mentirá como hizo en el yate.
Aspiro de lo poco que queda del narguile para ignorar la tensión que se forma entorno a nosotros. Miro a las mujeres bailar y a los árabes que en sus mesas disfrutan de una Shisha.
Al principio creí que usar una blusa sin mangas y unos vaqueros que dejaran muy en visto mis tobillos, sería una ofensa para Callaghan. Quería molestarlo con ello, pero el muy capullo está contento con mi apariencia porque no deja de mirarme, y su mano acaricia por completo mi hombro, enviando un hormigueo a mi cuerpo.
Suavemente, la desliza hacia mi cuello descubierto gracias a mi coleta alta. Yo me resisto a mirarlo, a apretar los muslos porque está generando en mí mucho con tan poco, eso me aterra. Su caricia insiste cuando se dirige a mi nuca y su otra mano me quita la manguera de las manos para abarcar mi barbilla con dos dedos.
—Mírame, Madison —es una orden disfrazada en ternura que enseguida obedezco.
Mi Chi se desestabiliza. Mala decisión. Mirarlo significa ser atraída como una abeja al polen, por unos intensos ojos grises.
Todo él es intenso. Profundo. Imponente.
Dominic se acerca cada vez más, mientras yo no hago nada por separarme o frenarlo con una orden terrorífica de las mías. Solo puedo admirar la marcada mandíbula de este hombre y los labios que más arriba están, entreabiertos y húmedos. Deseo pasar mi lengua por ellos, mordisquearlos, finalmente besarlos para probar su cavidad bucal.
Una atrayente fuerza involuntaria me hace desear más, pronto me encuentro respirando con dificultad, con ansias de acariciar el ancho tórax frente a mí, sus hombros, hundir las manos en su pelo mientras le exijo que me dé más, más, y más.
Definitivamente estoy muy mal.
—A'la sihraha. —Murmura, a poca distancia de mi boca, mientras me rindo y cumplo los deseos de tocar sus fuertes hombros.
— ¿Ah?
—Que tus ojos son mágicos.
Si los míos son mágicos, negros y comunes, ¿qué serán los de él?
Casi puedo sentir nuestros labios rozar, pero ninguno se atreve a acortar la distancia que nos separa. Lo voy a besar, al cuerno, necesito saber cómo besa, a qué sabe, si no me volveré loca. Lo agarro firmemente del cuello, ladeo un poco la cabeza y soy quien se decide a terminar con tanta tensión sexual.
—Siento la interrupción.
Ambos, absortos en otra dimensión, nos asustamos por la fémina voz que echa a la basura mi única oportunidad de besar a Dominic. Madre mía, soy una fácil. Estuve a punto de lanzarme directo al vacío. Iba a hacerlo, lo besaría. ¿En qué estaba pensando?
Primera y última vez que me dejo llevar por las emociones. Esto, bajo ninguna circunstancia, puede volver a repetirse.
Llega el quinto día, no hay señales de Dominic, según Keith él ha tenido que salir de emergencia a México. Entonces, esta es mi oportunidad. Solo debo esperar a que traigan el almuerzo y esa será mi salida.
Si espero a que Callaghan se digne a liberarme, terminaré muriendo de vieja en esta casa. Como si fuera una de esas mujeres que se casan con el hombre que las secuestran para matarlas pero, de repente, se enamoran. A veces me pregunto si estarán bien de la cabeza.
Esas cosas no pasan.
Tampoco creía que un narcotraficante me secuestraría para «conocerme», pero la vida nos da sorpresas. Desde el primer momento que miré sus ojos, supe que había algo más que lujuria en ellos, pero no sé qué es.
Que haya hecho estas cosas conmigo, no es nada normal. Hay gato encerrado en todo esto, y tengo que descubrir cuáles son las verdaderas intenciones de Callaghan conmigo.
Tomo entre mis dedos el colgante en mi cuello, que es la placa de la DEA en miniatura, bañada en oro. Soy la mejor agente que puede tener la agencia, soy la mejor en todo, claro que podré escapar de aquí.
Cambio la ropa para dormir por unos vaqueros y un ancho suéter negro. Reviso la habitación y el cuarto de baño por completo, buscando cosas que puedan servirme, algo debe haber. En un cajón del baño consigo una horquilla que se me resbala de las manos por tonta. Me agacho para buscarla por el piso de cerámica, la encuentro al fondo debajo del lavabo.
En la pared de baldosas noto que particularmente una de ellas sobresale más que las demás. Con curiosidad, gateo y me acerco, inspecciono la baldosa que con solo empujar con mi mano, ella hace un sonido y se abre de un tirón en una pequeña gaveta secreta. Dentro, una pistola envuelta en plástico. Sonrío.
—Eso es... Y tiene balas. Gracias, Dominic.
Espero ansiosa a que llegue la hora del almuerzo. Por fin, me iré de aquí. Me paro cerca de la puerta, no mucho tiempo después escucho suave pasos acercarse. Es Keith. Observo la manija moverse y me preparo. Cierro los ojos, sostengo el arma hacia arriba, la pobre va a pensar que estoy mal de la azotea, pero tengo que escapar.
Voy a lamentarlo.
— ¿Señorita Madison? —Exclama, entrando.
Respiro profundamente, salgo detrás de la puerta y paso un brazo por el cuello de Keith. La bandeja con comida cae de sus manos e intenta separarme, aplico más fuerza con mi brazo en su garganta y con un movimiento final, la dejo inconsciente.
No la mataría, por Dios. Pongo su cuerpo en la cama y le susurro unas disculpas. Pobre, no se lo merecía.
Asomo la cabeza por el umbral de la puerta, miro que no haya nadie cerca y procedo a caminar por el pasillo sigilosamente. Voy a bajar por las escaleras cuando aparece un hombre armado mirando hacia arriba, doy un salto detrás de la pared, con el corazón acelerado. Soy la mejor, pero, allá abajo hay muchos hombres. Me matarían rápidamente.
A regañadientes regreso al pasillo, viendo las seis puertas, en alguna ha de haber una ventana. Empiezo desde la primera puerta: cerrada. Pruebo con la segunda, cerrada. Voy por la tercera, la contigua a la habitación donde yo dormía, y esta se abre. Siendo nada más y nada menos, que la habitación principal.
No me detengo a celebrar, porque tampoco hay una jodida ventana, pero estoy segura de que aquí están mi placa y mi móvil. Si están en el despacho, no habría manera de recuperarlos. Pongo la habitación patas arribas, buscando en cada más mínimo rincón, debajo de una almohada encuentro un preservativo.
¿Este guarro guarda condones debajo de la almohada para cuando vaya a tener sexo? Madre mía.
Reviso las gavetas de la mesa de noche, la tercera y última no cede cuando intento abrirla. Quito la horquilla en mi pelo y maniobro con la cerradura, ya lo he hecho antes. Una sonrisa se forma en mi rostro cuando la gaveta se abre por sí sola.
Soy yo en mi mejor momento.
Y allí están, mi móvil, la placa y otras tonterías más de Dominic. Paso la cadena de la placa por mi cabeza, alegre de volver a tenerla puesta. Prendo el móvil y me apresuro a buscar el contacto perfecto para esta delicada situación.
— ¿Quién es? —Murmura un adormitado hombre.
—Despierta ya, soy Madison. —Le gruño.
—Por amor a Dios, Maddie, ¿estás bien? ¿Dónde estás? ¡Dios, estamos muy preocupados por ti!
—Sí, Ryan —suspiro, saliendo de la habitación —. Estoy bien. En casa de Callaghan, pude salir de la habitación donde me encerró. Tengo un plan para salir, así que escucha con atención.
Respira con dificultad. Le pido a Dios misericordia. Ryan sufre de asma y situaciones como esta lo vuelven loco, no sé por qué pensé que él sería el indicado. Le explico lo que recuerdo del camino hasta acá y pido que espere por mí en un punto de encuentro.
—Vale, ¿me llamarás cuando estés allí?
Entro en la última habitación del pasillo, vacía de paredes son blancas, sonrío al ver una ventana. Pongo el pasador a la puerta, abro la ventana y asomo la cabeza. Trago saliva. Está alto, muy alto. Ni siquiera sabía que estábamos en un tercer piso.
—Sí, Ryan. —Siseo con la mirada clavada en el verdoso suelo tan alejado de mí, recuerdo mi famoso salto al Amazonas. Bueno, para mí esto es igual.
—Te amo —exclama y no evito poner los ojos en blanco —. Cuídate.
—Soy muy perfecta como para morir, lo sabes. Ahora nos vemos.
Corto la llamada antes de que empiece con sus tonterías románticas. Madre mía, se supone que soy su ex y no deja de decirme «te amo» cada que puede. Es como un grano en el culo.
Regreso a mi objetivo. Saltar.
Si caí a toda velocidad de un helicóptero derechito a una selva, ¿qué es esto? Pan comido.
El diseño exterior de las paredes tienen un tipo de barandas cortas con unos diez centímetros de distancia vertical entre ellas. Espero que no sean resbaladizas. Guardo la pistola y el móvil en los vaqueros.
Saco un pie, luego el otro quedando sentada en la ventana, con cuidado doy la vuelta y apoyo los pies en una baranda. Cuanto trato de bajar a la otra baranda, ñ tengo un desliz y por poco caigo, pero logro sostenerme de la ventana.
—Esta me la vas a pagar, Callaghan.
Le brindo un poco de aire a mis pulmones y sigo con mi misión. Esta vez bajo más rápido y mejor, solo tenía que expresar mi odio hacia Dominic desde un principio.
Al tocar el suelo le agradezco a Dios todopoderoso que no me rompí el cuello.
Entonces, desde arriba se escuchan voces provenientes de la habitación. Corro a esconderme detrás de un arbusto. Alguien grita mi nombre. Ya se dieron cuenta. Ahora sí que debo correr.
Camino agachada detrás de los arbustos hasta llegar al patio trasero, me escondo detrás de un árbol. La mayoría de los hombres entran a la casa, quedando seis afuera.
Vale, ¿qué tan difícil puede ser? Seis disparos, justo en la cabeza, luego correr por la puerta trasera abierta. Respiro hondo para empezar a trepar por el árbol, tratando de no hacer mucho ruido. Una iguana en una rama echa a correr en dirección contraria cuando me ve, y menos mal, porque les tengo miedo.
Me siento en una firme rama y doblo las rodillas con cuidado para que no me vean ni tampoco caer de culo al pasto. Saco la pistola, quito el seguro y apunto al primero.
Disparo. Rápido. Fugaz. Consigo dejar a los seis en el pasto con un hueco en la frente. Sonrío, una vez más, me salió perfecto.
Bajo del árbol más rápido de lo que subí, los disparos han de haber alertado a los demás. Cuando estoy a punto de salir, un montón de hombres salen de la casa. Cruzamos miradas. Yo soy la primera en correr.
¿Tengo plan B? Ah, Ryan.
Rodeo la casa por el bosque con ellos persiguiéndome y disparando, cada vez que puedo me giro para disparar. Logro darle a uno que otro, pero son muchos, yo sola no podría contra ellos. Bajo presión, con balas tratando de entrar en mi cuerpo, hago el esfuerzo de recordar el tiempo y las direcciones. Cosa que no es sencilla teniendo como veinte hombres detrás.
Torpemente saco el móvil y marco a mi plan B.
—Santo Cristo, ¿dónde estás? Ya estoy aquí.
-Me están persiguiendo y me perdí un poco -digo, agitada.
—Voy a disparar a ver cuán lejos estamos —hago una mueca, pero espero en silencio el disparo. Lejos, por la izquierda, se escucha.
—Otra vez.
Esta vez son dos disparos que logro diferenciar del resto, y que me guían. Si no me apuro iré derechito al infierno, porque al cielo tengo claro que no iré.
— ¡Ya te veo! Estoy sobre un edificio a tu derecha —levanto la vista, y efectivamente, allí está de francotirador —. Les voy a tirar una bomba, necesito que escales lo más rápido que puedas las escaleras exteriores de este edificio en 30 segundos.
Joder, ¿por qué mi vida no puede ser normal?
Respiro forzosamente mientras me acerco un poco cada vez más. Ryan se encarga de matar a cada hombre que me pisa los talones. Veo la escalera a pocos metros de distancia, pero tan lejos.
Sobre los disparos escucho gritar a mi ex que suba, acelero mucho más el paso, prácticamente me lanzo a las escaleras cuando sucede el estruendo de la bomba y el temblor que le sigue. El fuego se expande rápidamente, amenaza con alcanzarme, Ryan me tiende su mano, la agarro y él me impulsa hacia arriba, de un salto quedo entre sus brazos.
Le va bien en el gimnasio.
Sonríe, acaricia mi cara con adoración mientras yo jadeo como un perro, cansada, sudada, muerta. He de estar hecha un asco, pero él me observa con alegría, veo cómo sus pupilas se dilatan.
Aparto sus manos de mi rostro con un poco de fastidio.
—No sabes lo preocupado que estaba por ti, me has hecho vivir ya cinco pesadillas.
—Pensé que eran más por las operaciones que hice en el FBI.
Él ladea la cabeza pensando en lo que dije, luego me mira y arquea las cejas.
—Tienes razón, pero ya son cinco veces secuestrada, te encerraré en una celda de máxima seguridad.
Pongo los ojos en blanco. No doy para más, necesito una cama y una buena ducha. Me hago la inválida —que tan mentira no es— solo para que Ryan se ofrezca a llevarme en brazos hasta el coche. Lo hace, me hago la difícil por un minuto hasta que acepto que me cargue.
Apoyo la cabeza en su hombro, mientras camina hacia el coche que dejó aparcado en la carretera. Esto es lo único bueno de que tu ex no te supere.
Y es que yo, soy muy difícil de superar. Una vez que me prueban, no hay vuelta atrás.
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