37. Contraataque (EXTENDIDO)
Reacción ofensiva contra el avance del enemigo, de un rival o del equipo contrario.
Capítulos Contraataque y Repetición
El rugido del motor se mezcla con el eco de los disparos que vienen del coche detrás. Dominic saca medio cuerpo por la ventanilla, pistola en mano, y devuelve el fuego, haciendo explotar una de las luces delanteras. Un nuevo disparo rebota en el chasis del Lamborghini, y Dominic se desliza de nuevo al interior, jadeando.
—Tienes que perderlos ya.
— ¿Perderlos? Yo pensaba hacerlos chocar.
Piso el acelerador aún más, llevando el Lamborghini al límite. Veo una curva cerrada adelante y una idea se forma en mi mente. Al entrar en la curva, suelto el acelerador por un instante, haciendo que el coche detrás intente acercarse demasiado. Luego giro bruscamente el volante, derrapando de lado y cerrándoles el paso. El coche que nos sigue no logra frenar a tiempo y se estrella contra una roca en la orilla. Las llamas iluminan el retrovisor mientras los dejo atrás.
— ¿Ves? Te dije que me luzco con las manos.
Él sonríe, aunque su rostro está pálido.
—Admito que estoy impresionado, te ves hermosa allí con toda esa sangre en la cara y conduciendo como una demente suicida.
—Sí, ahora tengo que sacarte la bala.
—En el yate nos espera un médico.
—Todavía estamos lejos. Yo resuelvo esto.
Afortunadamente, encuentro una farmacia abierta cerca. Estaciono el Lamborghini en las sombras y me giro hacia él.
—Déjame ayudarte antes de que empeore.
Me quito la cinta gruesa que sujeta mi pelo y la ato alrededor de su muslo, haciendo un torniquete improvisado.
Me entrega su billetera sin una palabra y en la farmacia recojo todo lo que necesitaré en tiempo récord. De regreso, me pongo unos guantes de látex y bajo la luz interior del coche evalúo la herida. Hay demasiada sangre por todas partes y mis manos tiemblan un poco cuando agarro las gasas. Intento calmarme mientras aplico el yodo, pero el frasco se me resbala dos veces.
—Hay que relajarnos. —Su tono bajo y calmado es sorprendente considerando la situación—: ¿Quieres cantar?
Parpadeo, incrédula, y suelto una risa nerviosa.
— ¿Cantar? ¿En serio?
— ¿Por qué no? —dice mientras navega por el equipo de sonido. Su voz, aún débil, entona suavemente—. I'm dreaming of one kiss from you, a love long and true...
La melodía es conocida. Es una canción de mi cantante favorita, Britney Spears, una de esas por las que Dominic siempre se burla de mí. Me quedo mirándolo, sorprendida. ¿Cómo siquiera se sabe la letra?
—We'll go on and on and —le sigo el ritmo, aunque mi voz es un susurro.
A medida que cantamos al mismo tiempo, siento que la tensión se disuelve poco a poco. La situación es absurda, pero también extrañamente íntima. Hay algo en su actitud que me reconforta.
—No te distraigas demasiado —murmura, aunque sigue cantando.
Sonrío mientras localizo la bala con las pinzas y la saco con cuidado. A medida que suturo la herida, admiro su resistencia, aunque veo el sudor en su frente y los puños apretados.
—Gracias, cielo.
—No ha sido nada. —Guardo los utensilios ensangrentados y busco la barra de chocolate junto con el analgésico. Le extiendo ambas cosas—. Come esto y toma una píldora.
Mi mano queda en el aire cuando lo veo mirándome fijamente.
— ¿Qué pasa? —pregunto, sintiendo que mi voz tiembla un poco.
Dominic agarra mi mano y tira de mí hacia él. Estoy demasiado sorprendida para resistirme. Quedamos cara a cara, a escasos centímetros de distancia. Su mirada se fija en mis labios, especialmente en el inferior, lastimado. Lo roza con suavidad antes de acortar la distancia.
Un gemido escapa de mis labios, una mezcla de satisfacción y dolor. Mi mano sube instintivamente a su nuca, aferrándome a él mientras nuestras respiraciones se mezclan.
Una vez a bordo, nos recibe un médico. Es un hombre mayor, profesional pero con el aire cansado de alguien acostumbrado a lidiar con emergencias como esta.
Primero revisa a Dominic mientras yo me apoyo en una barandilla cercana, observando cómo el médico evalúa la herida en su pierna con una eficiencia envidiable. Dominic apenas reacciona, salvo por los ocasionales chasquidos de su lengua cuando el dolor parece superarlo.
Luego, el médico se vuelve hacia mí.
—Tú también necesitas atención —dice, señalando mi rostro y mi brazo.
Recién entonces noto que tengo un corte en el antebrazo, cerca de la herida de bala. El médico limpia la herida mientras examina mi rostro.
—Te golpearon fuerte —comenta mientras pasa los dedos cerca de mi mandíbula—. Tienes una posible fractura nasal, pero no parece grave. Sin embargo, sí me gustaría que fueras al hospital a evaluar la gravedad de la contusión en las costillas y el estómago.
— ¿Mi nariz está bien? —Mi voz delata mi miedo—. ¿Voy a necesitar cirugía? Sea honesto, doctor, mi nariz es perfecta, y lo digo objetivamente.
—Ahora hay hinchazón, pero no veo necesaria una cirugía. Por cierto, buen trabajo con la herida del señor Callaghan, lo hizo muy bien dadas las circunstancias. Su sutura fue limpia.
—Gracias...
Cuando termina, me siento más humana pero todavía desaliñada. Me lavo rápidamente en un baño, usando el agua tibia para quitarme la sangre seca del rostro y los brazos. Mi cabello sigue siendo un desastre, pero al menos me siento más limpia.
Cuando regreso a la cubierta principal, Dominic está recostado en un sofá, con la camisa desabotonada y una expresión más relajada. A pesar de todo, su mirada se levanta en cuanto aparezco.
— ¿Te sientes mejor? —pregunta, su voz algo más suave que de costumbre.
—Como nunca.
Él sonríe, y aunque es pequeña, esa curva en sus labios tiene un peso extraño. Hay algo en el aire del yate, algo entre nosotros, que me hace sentir fuera de lugar, vulnerable.
—Deberías descansar —añade, rompiendo el silencio.
—Podría decir lo mismo de ti.
No dice nada, pero sus ojos no se apartan de mí mientras me dejo caer en una de las sillas cercanas. La adrenalina se desvanece, pero algo queda ahí. Y eso, aunque no sé cómo sentirme al respecto, es suficiente para mantenerme despierta un poco más.
—Lo que hiciste hoy por mí fue más de lo que esperé. Estoy orgulloso de ti.
Parpadeo varias veces, confusa ante el inesperado halago. Dominic me está mirando con una seriedad que me desarma. No hay una intención oculta.
—Te dije que se me da bien torturar y sacar información.
Mi broma intenta aliviar la tensión que de repente siento en mi pecho.
—No estoy hablando de eso, Madison. Hablo de tu valentía y de cómo sobrellevaste la presión. —Su voz es baja, pero intensa, como si quisiera que cada palabra quedara grabada en mí—. Te metiste en un ducto estrecho, enfrentaste a un loco con la nariz fracturada y contusiones, condujiste a doscientos kilómetros por hora, luego me sacaste una bala y suturaste mi piel. Todo eso sin quejarte ni preocuparte por ti misma, y aunque pude ver un rastro de tu vulnerabilidad, lo manejaste de maravilla. Me enorgulleces. Tenía que decírtelo.
Estoy muda. No esperaba esto, no esta noche, cuando todo parece tan caótico, tan confuso. ¿Qué debería decir ahora?
Mi lado terco y orgulloso quiere reclamarle por mencionar mi vulnerabilidad, como si fuese un defecto, porque he lidiado con más sangre y heridas más profundas sin titubear, pero ni siquiera eso puedo vocalizar.
En el fondo, sé lo que me paralizó en el coche. Lo que me hizo temblar mientras veía la sangre. Pero no quiero analizarlo, porque no me gusta lo que significa.
No me permite hablar ese ligero pinchazo en el pecho que no es dolor físico, sino algo más. Algo que me incomoda y me reconforta al mismo tiempo. La sensación de que, por primera vez en mucho tiempo, alguien que no sea mi padre me dice que está orgulloso de mí. De manera genuina.
—Estás cansada —concluye él tras largos segundos de mi silencio, como si no esperara una respuesta—. En cuanto Bill esté disponible, te acompañará a una casa.
Mierda. No debí quedarme callada.
— ¿Por qué?
—Cuando Angelo se dio cuenta de que yo no iba a caer en su trampa de mentiras y descubrieron que nos llevamos las cajas, se volvió una reunión violenta. Me fui porque no quería exponerte a la masacre que ocurriría si yo respondía, pero el sector italiano no se quedará así. Llegarán en cualquier momento para terminar lo que empezamos en el club.
—Bien. Es decir, puedo pelear. No estoy tan mal.
—Escapé del club para evitar eso, Madison. Has hecho mucho por hoy.
Más que una orden, parece una declaración final, como si no hubiera espacio para discusión. Siento que un fuego se enciende en mi pecho. No quiero que minimice lo que puedo hacer, ni ahora ni nunca.
—He hecho más antes.
—Eso no significa que vaya a dejarte lastimar más. Ve a la casa, o a una clínica si lo prefieres, descansa y en unas horas estaré contigo.
— ¡Tú tienes un disparo en la pierna! ¿Cómo eso te hace más capaz de estar aquí que yo? Ni siquiera hemos hablado de lo que pasó. Tengo que contarte mu...
—Hablaremos mañana. —Su voz es más suave esta vez, pero no menos firme—. Sé que eres capaz, solo no quiero que te hagas más daño.
—No recibiré más daño del que haré. Suena estúpido pero créeme que es así. Esconderme va en contra de todo lo que soy.
Suspira profundamente, y puedo ver la mezcla de frustración e incredulidad en su rostro.
—Me quedaré aquí. Si quieres echarme, vas a tener que enviarme a tu ejército de guardias. Hazlo si todavía dudas de lo que puedo hacer cuando estoy enojada de verdad. Y ahora lo estoy.
Cargo otro cartucho en la pistola y disparo hacia arriba, apuntando a los drones que nos sobrevuelan y disparan sin descanso. Me subo a la mesa de la cubierta superior, saco un pequeño dispositivo explosivo, lo activo y lo lanzo a uno de ellos. Sonrío cuando impacta de lleno y el dron estalla en pedazos. Desde la proa, a pesar de la oscuridad, Bill me hace una señal con la mano. Es la confirmación para el siguiente movimiento. Corro hacia las escaleras, disparando a otro de los cinco drones que quedan.
—Si luchaste contra uno de ellos, ya sabes que son buenos en técnica —me había dicho Dominic antes, colocando con cuidado dos navajas en fundas ajustadas a mis muslos.
—Las artes marciales son parte de Śmierci.
—Vas a tener que luchar contra eso.
—Dominic... —le sonreí con sorna—. ¿Qué te hace pensar que no sé de artes marciales?
Pongo un pie en la cocina del yate. Un hombre alto y atlético, vestido de negro y con pasamontañas, deja de revisar los cajones de la encimera y se voltea hacia mí. Levanta las manos en señal de defensa, estudiándome. Bajo su mirada, coloco la pistola en la encimera.
— ¿Instructor chino? —pregunto en italiano mientras estiro los dedos y adopto una postura de guardia baja. Responde que fue japonés. Sonrío—. El mío también.
Brama algo en italiano antes de lanzarse hacia mí. Uso la isleta como apoyo para impulsarme y lanzar una patada voladora que lo impacta en la coronilla, derribándolo. Aterrizo en el suelo con precisión, pero él se recupera rápido. Reconozco en sus movimientos los principios del karate tradicional: bloqueos altos, posiciones sólidas y patadas precisas. Esquivo sus ataques, respondiendo con contras rápidas basadas en muay thai y jiu-jitsu, disciplinas que he perfeccionado durante años.
Cuando intenta un giro aéreo directo a mi cabeza, intercepto su movimiento con una patada a su rodilla de apoyo, haciéndolo tambalear. Intenta atraparme, pero soy más rápido en saltar a la isleta hasta llegar al otro lado. Me sorprende agarrándome del cabello, estrellando mi espalda contra el borde de la isleta. Un dolor de muerte recorre mi columna, pero lo ignoro.
—Este es un dispositivo de entrada y salida de audio —había dicho Dominic, insertándome un auricular en el oído antes de todo esto—. Lo necesitaremos para mantenernos conectados en todo momento. Es resistente al agua.
—Madison, respira. Por favor. —Su voz, tranquila pero cargada de preocupación, atraviesa el caos como un bálsamo.
Tanto como puedo, tomo una profunda respiración.
El hombre intenta golpearme en el estómago, pero uso la fuerza de su ataque en su contra. Me impulso hacia arriba y lanzo una doble patada giratoria que lo envía contra el refrigerador. Al caer, rodeo los dedos alrededor del mango de las navajas en mis muslos y, con un movimiento preciso, corto su garganta.
La sangre salpica mi cuello y rostro. Lo observo mientras se aferra a la vida, pero ya es tarde. Reviso sus bolsillos, encontrando solo un teléfono antiguo, que guardo. Recupero la pistola y avanzo hacia la proa, mi camino plagado de gente del sector italiano de Smierci.
Rompo cuellos, bloqueo ataques y ejecuto movimientos rápidos. Las técnicas que utilizo combinan fuerza y precisión: patadas frontales, proyecciones de aikido, y remates rápidos con las navajas. Solo disparo cuando es absolutamente necesario.
Siempre he tenido un exquisito gusto a la satisfacción que significa vencer a alguien sin la facilidad de un disparo. Es algo que nunca he confesado a nadie porque sé cómo se oye: me da más placer herir o matar con las manos.
Al llegar a la proa, reconozco a Dominic como francotirador, cubierto por Luke y Colt. Su pierna herida limita sus movimientos, pero no su precisión.
—Qué guapo te ves —murmuro al verlo con el rifle en mano.
Él ni siquiera voltea.
—Recuerda lo que te expliqué, cielo.
Respiro hondo, apunto y disparo tres veces con precisión letal. Los hombres caen mientras salto detrás de una barandilla. Montándome en la barandilla, me lanzo al agua helada. El choque me arranca un jadeo, perdiendo la pistola en el proceso. Con los pulmones ardiendo, nado hacia la base del yate, donde coloco un dispositivo explosivo en el tubo especificado. Activo el temporizador y regreso a la superficie.
Respiro una larga bocanada de aire al sacar la cabeza del agua, limpiándome los ojos. Se me ha congelado hasta el culo.
Las olas me zarandean mientras nado. Llego al muelle y, con esfuerzo, me subo a las tablas de madera. Estoy empapada, temblando, y mi cuerpo está al límite. Pero no hay tiempo para descansar. Las luces de las patrullas se acercan.
Debo continuar con el plan: largarme de aquí.
Tengo la piel de gallina, estoy tiritando, y mi garganta comienza a picar, mis ojos a arder, pero no ceso la búsqueda del número de contenedor correcto por el puerto.
Encuentro el contenedor 325, abro los candados y me deslumbra un Audi R8 rojo. Es una obra de arte. Mientras admiro el vehículo, una linterna ilumina mi rostro.
— ¡Policía! ¡Suba las manos! —grita alguien en italiano.
Levanto las manos, pero cuando el oficial intenta sujetarme, giro su brazo con una llave de judo, desarmándolo y presionando su carótida hasta que pierde el conocimiento. En cualquier momento se despierta. Lo arrastro fuera del contenedor y entro al coche, encendiendo la calefacción.
Santo. Cielo. Qué alivio.
El rugido del motor es un bálsamo. Salgo a toda velocidad, esquivando con éxito un par de patrullas.
—Te estoy viendo, cielo. Trata bien al volante, no seas suicida.
Por la notable tranquilidad de su voz, deduzco que ha conseguido llegar al coche suyo con Bill. Manejo sin detenerme, hasta que una explosión ilumina el cielo. El yate está en llamas.
—El primero en llegar gana un premio del otro —digo, sonriendo satisfecha.
—Madison, esto no es... —Aumento otros números en el velocímetro. Lo oigo sisear. Eso me divierte—. Tú te lo has buscado. Bill, pisa el acelerador.
Detengo el coche detrás del Lamborghini en un frenazo brusco. Salgo furiosa, cerrando la puerta de un golpe, con la adrenalina y la rabia bloqueando temporalmente el dolor en mi cuerpo. La mueca de diversión en la cara de Dominic y Bill me dan ganas de estrellarles la cabeza contra el coche.
— ¡Han hecho trampa! —les grito, indignada.
Las camionetas blindadas del cártel empiezan a entrar en la villa, pero mis ojos siguen fijos en el idiota frente a mí.
— ¿Es mi culpa que cometas errores?
— ¡Claro que no lo hago mal!
—Sí.
— ¡Te oí decirle a ese imbécil todos los movimientos sucios!
Bill se encoge de hombros, sin perder su calma.
—Creo que la señorita me ofendió, jefe.
—Seguro que no oíste bien. —La respuesta de Dominic es casi un susurro.
Lo mato.
La verdad es que llevaba ventaja, pero Bill, en su estúpido afán de jugar sucio, me adelantó. Y ahora no solo estoy mojada, cabreada, adolorida y cansada, sino también deseando lanzarme encima de ellos.
Me dirijo hacia la casa, notando que cuatro guardias se apresuran a seguir mis pasos, y uno de ellos se adelanta para abrirme la puerta. Es una villa impresionante, pero no tengo tiempo para admirarla.
—Tienes un premio que darme.
— ¡Ya te lo puede dar Bill!
En los escalones de la entrada, el frío de mi cuerpo se ve reemplazado por un calor ardiente como el de su grisácea mirada; sus brazos me rodean en un abrazo reconfortante.
— ¿Te parece bien si te doy chocolate caliente, un baño y un abrigado pijama?
—Suena bien. Pero yo gané.
—No, lo hice yo. Aún así... Después de que me des mi premio, tendrás uno de consolación.
—De acuerdo, pero que sea muy dulce el chocolate.
— ¿Mi bebé tiene antojos? —mofa, entornando los ojos. Sé exactamente a qué se refiere. Le doy un manotazo en el hombro y él sonríe, divertido.
—Dios mío, eso fue tan vergonzoso, no puedo más.
—Vamos, perdedora. —Me besa de nuevo, esta vez en la mejilla, y sigue caminando—. Al baño primero.
Aunque hay tantas cosas que necesitamos hablar, la última en mi mente es eso. Mi cuerpo está agotado, y hace tiempo que la adrenalina dejó de ser suficiente para mantenerme en pie. En la bañera, ni siquiera podemos mantenernos de pie, los dos luchamos por encontrar el equilibrio mientras el agua caliente nos envuelve.
El dolor en mis huesos es ahora el único compañero constante.
Nuestros premios por la carrera tienen que quedar para el futuro. No veo ninguna posible manera de doblarme y chupársela. Soy valiente, pero no tanto.
Mis pensamientos se desvanecen cuando Dominic, a pesar de su pierna herida, me ayuda a vestirme.
—No puedo acostarme... —trato de moverme, pero un grito de dolor se escapa de mis labios.
— ¿Estás bien? —Corre a mi lado todo lo rápido que puede, sus manos sujetándome con delicadeza—. Tranquila. Yo te acuesto.
—No me puedes cargar, tu pierna...
Pero él no duda ni un segundo. Me toma en sus brazos, sorprendentemente firme, a pesar de la agonía que veo reflejada en sus ojos. Aprieta los labios, me sujeta con más suavidad de la que creí posible, y me deja acostada cuidadosamente sobre la cama.
—Lo siento. —Le oigo susurrar en la oscuridad de la habitación, con su cuerpo protegiendo el mío debajo de las sábanas.
— ¿Por qué? —mi voz sale apagada, a medio camino entre el sueño y la conciencia.
—Por dejar que te lastimaran tanto.
—Fue mi decisión. —respondo, apenas audible. El sueño me está venciendo, pero me acurruco en su pecho, buscando consuelo en su calor—. Cuando duermo contigo casi no tengo pesadillas, entonces déjame dormir.
Siento el suave roce de sus labios en mi cabeza.
—A mí también me gusta dormir contigo. Más que con nadie.
Esas palabras me desconciertan un segundo, y mis ojos se abren de golpe.
— ¿Con quién más duermes?
—Con Sandra —contesta con un rastro de diversión.
Mis ojos se cierran de nuevo, aliviada por la respuesta.
La primera en despertar soy yo. A pesar de que mi cuerpo aún clama por clemencia, mis ojos se abren y alcanzo el teléfono más cercano para ver la hora: el de Dominic.
3:45 p.m.
Observo su rostro relajado, el hombre que me tiene aprisionada en sus brazos. Es casi insultante la forma en que me atrae. Con un ligero desdén, me aparto de él. Cojo su dedo pulgar y desbloqueo el iPhone. Está tan rendido que no se da cuenta de nada. Con él a solo centímetros de mí, reviso el teléfono y tomo fotos con el mío de todo lo que podría serme útil en la misión.
Las manos me pican al ver el nombre de Audrey en iMessage. No debería entrar allí, no tengo ninguna razón para hacerlo. Pero esa espina en mi pecho sigue picando, y quiero arrancármela. Echo un vistazo a Dominic, que suelta un ronquido y sigue durmiendo.
A la mierda.
Tal vez, si están más unidos de lo que me hizo creer, pueda encontrar algo relevante en la conversación. Claro, por supuesto. Con esa convicción, entro al chat. Solo voy a echar un vistazo.
Con los pensamientos revueltos, devuelvo el teléfono a su lugar. Toda esta cuestión de Audrey y el papel que juega en la vida de Dominic no termina de quedar claro para mí. Ella está enamorada, y de manera sutil, me nombra como si yo fuera la otra mujer. Si pudiera, le escribiría que este imbécil es todo suyo. Aunque no lo culpo por quedarse dormido, joder, nos acostamos casi a las seis de la mañana.
Lo pienso durante varios minutos, observando la lámpara en el techo. Finalmente, dejo escapar un suspiro y pongo los ojos en blanco. La mierda de las chicas ayudan a las chicas.
Sacudo a Dominic por el hombro. Al principio se resiste, tapándose la cara con el brazo, pero al oír mi voz decide despertar. Recorre mi rostro con ojos soñolientos, con una expresión entre cansada y confundida.
— ¿Todo bien? —pregunta con voz ronca.
—Tengo hambre.
—Pásame el teléfono, te pediré el desayuno.
—El almuerzo —le corrijo, dándole su teléfono.
Dominic frunce el ceño y, cuando ve la hora, sus ojos se abren con comprensión. Maldice en voz baja varias veces, y noto cada signo de preocupación y arrepentimiento en su expresión mientras teclea rápidamente en el teléfono. Un leve retorcijón en el estómago me obliga a bajarme de la cama.
—Quédate acostada.
—Necesito ir al baño.
***
El dolor me golpea con brutalidad. Después de almorzar en la cama, me encuentro en una clínica privada. El día se disuelve entre estudios, radiografías, ecografías y un largo tratamiento intravenoso. Mi nariz está bien; un médico la anestesió y la trató, ahora está vendada. Tengo moretones en la espalda y el abdomen, pero nada grave. Estoy bien
Bien jodida.
Pensé que Dominic me dejaría en la clínica con los guardias e iría a España a enmendar su cagada con su futura esposa y madre de sus «mínimo» siete hijos. Pero no lo hizo. Me tomó por sorpresa que se quedara conmigo. Se sienta en un sillón reclinable, con la pierna estirada sobre un cojín, mientras atiende sus asuntos con el teléfono o a través de Bill.
Es de noche cuando despierto de una siesta debido a las acciones de la enfermera en mi brazo, revisando todo. Espero a que se marche para girarme hacia Dominic, que está absorto en una tablet, con el ceño fruncido.
—Ya podemos hablar.
Al instante, deja la tablet en la mesa de café, toda su atención ahora en mí.
— ¿Te sientes mejor? Vuelve a dormir si lo necesitas, cielo.
—Estoy bien. ¿Qué te contó Bill?
—Todo. Pero no sabe qué viste dentro de la caja que estaba abierta. ¿Qué había allí, Madison?
— ¿No la abriste? —inquiero curiosa, cuando dejé la caja en la sala del yate, pensé que la revisaría.
—No. Explotó con el yate.
Qué puta suerte tengo.
—Eran dispositivos de rastreo y explosivos. La persona que lo coaccionó para hacer eso tiene relación directa con ese laboratorio. Y también con Angelo, porque sabía que esas cajas estarían allí.
—Ninguno de nosotros sabía que Alleri había llevado esa mercancía al club. ¿Reconociste el origen de los dispositivos? ¿Algo que nos dé una pista de su fabricante?
—No —miento sin titubear—. No tenían nada identificable y era imposible examinarlos en tan poco tiempo sin herramientas.
En realidad, no hizo falta desarmarlos yo los reconocí al instante. Después de todo, los he utilizado casi tres años. Todos los equipos de las agencias que he conocido son fabricados por las mismas empresas o tienen características similares, pero son equipos personalizados. Y los que estaban en esa caja eran pertenecientes al modelo Phantom versión C4, desarrollado específicamente para la DEA.
Agradezco que la caja haya sido destruida. ¿Cómo le explico que esta vez no fui yo? ¿Y que no sé quién intervino en mi misión?
—Estaré afuera un rato —dice, poniéndose de pie sin mirarme más.
—¿No crees que merezco una respuesta también?
Dominic se detiene, pero no voltea ni dice nada.
—Ya suponía que traficaban con armas, pero ¿qué es todo eso del laboratorio? ¿Qué eran esas sustancias de alto riesgo? ¿Es tuyo?
El silencio se hace más pesado, y la lujosa habitación privada de la clínica se llena de tensión.
—Merezco saberlo, Dominic.
—Tal vez te lo diría si no fueras una puta agente de la DEA. —Su voz se vuelve más dura, sus ojos más oscuros al volverse hacia mí—. ¿Me acabas de mentir, Madison?
Esta vez soy yo la que se queda en silencio, y eso hace que su mirada se intensifique, que su respiración se haga más pesada. Es imposible que me haya delatado con mi lenguaje corporal; sospecha porque ya me conoce demasiado bien.
—Te voy a contar una historia —dice finalmente—, lo haré breve porque sé lo intuitiva que eres. Hace unos años uno de mis socios conoció a una pelirroja en uno de sus clubes. Tenía esa cara de hija de puta y un aura tan peligrosa que cada miembro de la organización se opuso a la instantánea obsesión que él desarrolló por ella, porque era la mierda guapa más manipuladora y cautivadora que se cruzó en nuestro camino. Era peligrosa, así que yo hice mi trabajo: la investigué. Ella lo había hechizado de una forma tan puta enfermiza que él habría sido capaz de todo, incluso darle toda nuestra información secreta. Le contó cosas que nunca debieron salir de nuestro maldito círculo, hasta que yo le enseñé su verdadera cara: era una agente encubierta de la DEA.
Hace una pausa, observándome con intensidad, mientras intento mantener la calma. Mi garganta se cierra.
Habla de Katrina Ricci.
—No me sorprendió, si te interesa. A él sí, y de qué puta manera. La mujer en la que confió, a la que le entregó todo, lo estaba traicionando todo el tiempo. Cada detalle que él le contó del negocio, su vida, de su intimidad, ya lo sabía la DEA. Y vaya mierda de problemas se ganó por eso. Mató a sus padres mientras ella estaba en su cama, luego llegó y la apuñaló. Ella se defiende, el imbécil se deja golpear, y la agente escapa. Se desvaneció, y él..., él sigue obsesionado con ella. Incluso tiene un enorme cuadro de ella en su sala de estar, para recordar cada día la traición que le debe pagar con la muerte.
Mi garganta está seca.
Sabíamos que la fachada de Katrina había caído, que desapareció dejando un mensaje claro: que no la buscáramos. Pero no sabíamos que Nikolai Vasiliev la apuñaló tras matar a sus padres. Ni siquiera sabía que tenía padres. Decía que su familia estaba muerta, por amor a Dios.
Me concentro en no apartar la mirada de Dominic, mientras mis ojos se llenan de lágrimas con la facilidad de una actriz experimentada.
— ¿Crees que deba contarte qué sucede en ese laboratorio, Madison? —insiste, dando más lentos pasos hacia mí—. ¿Debo siquiera creer que todo lo que me has dicho es verdad? Porque impuse castigos a mi socio. Lo encerré en un maldito calabozo durante una semana, y parece que ahora hago lo mismo contigo.
Cuando termina de hablar ya se encuentra cernido sobre mí, con unos ojos que atrapan a lo míos sin piedad. Tranquila, pero sin dejar de estar nerviosa por su cercanía magnética, enrosco los dedos en el cuello de su camisa negra abotonada.
—Sí. Sí puedes creerme, Dominic.
La tensión entre ambos es palpable, como un hilo delgado a punto de romperse. Me obligo a respirar hondo, luchando contra la oscura y prohibida atracción abrumadora que siento por él.
Tiro de su camisa y, al instante, nuestras bocas se encuentran en un beso furioso pero cargado de pasión. Le permito descargar toda su frustración en mí, tomándome del cuello mientras sus labios atacan los míos como si fuera lo único que puede calmarlo, como si yo fuera lo que más odia en el mundo pero no puede evitar.
Ojalá pudieras contarme cómo lo lograste, Katrina.
A partir de aquí, los últimos capítulos del libro serán totalmente diferentes a la antigua versión (cambio ligero del desenlace). 🌷🫶🏻💗
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