36. Instintos (EXTENDIDO)
Breve recordatorio
•Arkan: cártel mexicano liderado por los hermanos Rafael y Santiago Aguirre.
•Smierci: la organización criminal más grande en el universo de la historia, dividida en sectores por cada país que forma parte de la organización, entre ellos: Sector Alemán (líder, Tyler Denich), Sector Italiano (líder, Angelo Alleri), Sector Ruso (líder, Mikhail), Sector Coreano (líder, Jung-su), entre otros.
•Mario Odel: el líder principal que controla todos los sectores de Smierci, también líder del Sector Polaco.
•KDO: Organización coreana de drogas, la más poderosa de Corea del Sur, liderada por Kai Jing.
•Grupo Polanski: red criminal italiana de droga, armamento y delitos financieros. Líder Donatello Polanski.
•El Círculo: aparente organización de la que Dominic forma parte.
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Aviso: este capítulo es LARGO, ya que es la versión extendida de lo que pensaba publicar antes. Mi disculpa por perderme tanto tiempo sin actualizar. En otras palabras, aquí verán dos capítulos en uno, dividido en dos partes.
PARTE I. Instintos
El Club Nocturno se erige frente a mí, que resplandece con luces de neón y ritmos envolventes. En el estacionamiento, me ha tocado bajar del coche primero mientras Dominic habla por teléfono. Mi estado, aunque equilibrado, sigue con efectos residuales de la marihuana. Me convenzo de que es debido a eso que siento un estremecimiento recorriendo mi cuerpo ante la escena que se despliega ante mis ojos.
Dominic desciende del coche con una soltura cautivadora. Su presencia es arrebatadora: mocasines oscuros que contrastan con su pantalón blanco, y una camisa negra que resalta su musculatura. Cada detalle cuenta, pero es su rostro el que captura mi atención. La rigidez de su boca, la mandíbula marcada y la mirada gris, inexpresiva pero penetrante, acompañada de un ceño fruncido que le da un aire de misterio.
— ¿Segura que quieres hacer esto?
—Por supuesto.
—Alleri es impredecible. No te separes de Bill, esto tiene que salir bien. No quiero arrepentirme de darte todo el control en esto.
Siendo miembro de Smierci y líder del sector italiano, es seguro que Angelo Alleri tiene alguna foto mía con dardos en su pared. Probablemente sea el caso de cada miembro líder de Smierci, somos la pesadilla del otro.
El interior del club es una mezcla de opulencia y misterio, con luces púrpuras que iluminan las paredes curvas y sofás blancos impecables. Las risas discretas y el murmullo de conversaciones se mezclan con el bajo constante de la música.
Dominic camina junto a mí como si el lugar le perteneciera, lo que, considerando quién es, podría ser cierto. Mi atención recae en la gente: figuras elegantes con aires de superioridad, vasos de cristal en sus manos, y miradas que se desvían hacia mí más de lo que me gustaría.
—Nos están viendo...
—Es por ti. —Su mirada recorre mi cuerpo con un descaro que me hace fruncir el ceño—. Mirarte es como verte desnuda.
— ¿Qué demonios? No enseño nada.
—Me lo imagino.
—Tú ya me has visto desnuda. Los demás no.
—Pero se lo imaginan.
— ¿Podemos dejar de hablar de mi desnudez? Especialmente en un lugar lleno de gente con ganas de matarme.
Dominic sonríe de lado, pero su expresión cambia cuando nos acercamos al reservado en el área al aire libre.
La vista del mar bajo la luz de la luna es impresionante, pero no me deja disfrutarla. Me guía hasta el reservado, que está ocupado por Angelo Alleri y otro hombre cuya cara no reconozco, pero cuyo aire de amenaza es imposible de ignorar. Dominic me estrecha la mano justo antes de llegar, una señal clara de que debo seguirle el juego.
Cuando Angelo se pone de pie, su sonrisa es tan falsa como el color de su cabello negro. Su apretón de manos con Dominic es cordial, pero su mirada hacia mí es como una evaluación.
—Esta debe ser tu última adquisición —dice en italiano, y siento su mirada deslizándose por mi figura—. Qué sorpresa.
—Cuidado con tus palabras, Alleri. —Dominic le lanza una mirada gélida, y el ambiente se tensa al instante.
Angelo alza las manos, riendo con suavidad.
—Solo un cumplido. ¿Puedo hablarle? —Su pregunta es más una simple burla que Dominic responde con un mortal silencio—. Madison, escuché que también tuviste un encuentro con Kai y Mikhail. ¿Algo interesante que compartir?
—Sí, que la próxima vez no voy a desperdiciar balas en advertencias.
Angelo alza una ceja, claramente sorprendido, y luego sonríe con un aire sombrío. Debe recordar con perfección la única vez que nos vimos, durante un operativo de la DEA, y cómo le apunté el arma cinco veces.
—Impresionante. Tienes más veneno en las palabras que la mayoría de las armas de Dominic.
—Tenemos asuntos pendientes, Alleri —interviene Dominic con un tono cortante.
Los detalles del trato son intercambiados rápidamente. La pugna por el control de los territorios en Italia entre Angelo Alleri y el Grupo Polanski es una de las más feroces. Aunque Dominic mantiene relaciones cercanas con los Polanski, hay momentos en los que trabajar con el enemigo es inevitable.
El conflicto más reciente gira en torno a un cargamento de armas que debía salir de Italia a través de uno de los puertos controlados por Smierci. Angelo accedió a facilitar la operación con la condición de establecer una tregua temporal. Formar esta tregua con Śmierci iba en contra de los principios de la relación con el Grupo Polanski. Sin embargo, según Dominic, Donatello Polanski no se opuso, aunque bajo una condición que él no quiso revelarme.
Para mi sorpresa, las armas en cuestión son producidas y distribuidas por la organización de Dominic. No me compartió detalles sobre el tipo exacto de armamento, pero sí destacó que son únicas, caras y muy solicitadas en el mercado negro.
Cada cargamento está asegurado por millones de dólares, pagos que los compradores realizan mediante transacciones en paraísos fiscales. Perder un cargamento valorado en más de ocho millones de dólares no solo representaría un golpe económico colosal para Dominic, sino también un problema de confianza con los compradores.
Y precisamente eso ocurrió: el cargamento enviado desde el puerto de Polanski desapareció. Según Dominic, fue una de las mayores operaciones de venta que la organización ha concretado. Tres millas después de zarpar, el radar perdió el rastro del buque.
Tras dos días de amenazas, reuniones tensas e intentos de asesinato, Angelo Alleri aceptó la culpa. Según explicó, hubo un fallo logístico que desvió la embarcación a una isla incorrecta. Ese error le costó un millón de euros de su parte en las ganancias, pero, misteriosamente, no pareció importarle. Además, se comprometió a devolver el buque con el cargamento intacto.
Y eso es lo que Dominic ha venido a verificar.
Justo cuando el ambiente parece estabilizarse, nuestra oportunidad llega. Aunque no de buena manera. Uno de los hombres de Angelo se acerca rápidamente al reservado, susurrándole algo al oído.
El hombre que acompaña a Angelo, uno de sus guardaespaldas o tal vez un lugarteniente, no ha dicho una palabra desde que llegamos. Sin embargo, siento su atención clavada en mí incluso cuando no lo estoy mirando. Me observa como si intentara descifrar un enigma o encontrar un fallo en mi fachada.
Es ese tipo de mirada que se siente en la piel, como un hormigueo que se arrastra bajo la superficie. Intento ignorarlo, pero cada vez que alzo la vista, sus ojos ya están allí, oscuros, vacíos.
Inhalo profundamente y agarro con más fuerza la mano de Dominic aún en la mía, manteniéndome firme. He aprendido a no mostrar incomodidad, aunque por dentro me hierve la necesidad de decirle algo.
— ¿Qué pasa? —pregunta Dominic, su tono helado.
Angelo sonríe, pero sus ojos reflejan una alerta evidente.
—Parece que tenemos un problema. El cargamento no llegó completo.
Noto a Dominic tensarse gracias a nuestro agarre, pero yo sigo intrigada por el compañero de Angelo. Cuando finalmente se atreve a sostener mi mirada, arqueo una ceja, sin apartar los ojos. Si busca intimidarme, eligió a la persona equivocada.
— ¿Qué caja falta? —Dominic aprieta la mandíbula, y su tono bajo me hace estremecer.
—Eso es lo que estamos averiguando. Pero mi fuente dice que alguien de tu gente metió mano.
—Será mejor que tengas pruebas de lo que insinúas, Alleri. No vine con ánimos de derramar sangre entre tanta gente.
La expresión serena de Angelo se ve alterada por un breve instante, un destello que estoy convencida de que solo yo puedo percibir.
—Vamos a resolver esto como dos caballeros —expresa con una sonrisa llena de falsa seguridad—. Tus paquetes de especial seguridad están aquí, intactos. Seguro que podemos llegar a un acuerdo antes.
El silencio que sigue es como una bomba a punto de estallar. Dominic me lanza una mirada breve, y puedo ver el cálculo en sus ojos.
—Madison, ve con Bill. Necesito que busques esas cajas como te expliqué. Si encuentras algo... maneja la situación.
— ¿Y si no hay nada?
Dominic se inclina hacia mí, su aliento rozando mi oído.
—Si no hay nada, averigua quién miente. Y, si es necesario, elimínalos. No pierdas ninguna caja con la etiqueta del laboratorio que te enseñé. Con discreción.
Me encuentro caminando por un pasillo oscuro hacia uno de los cuartos privados de almacenamiento del club, con Bill siguiéndome como una sombra silenciosa.
Cuando llegamos al cuarto, la puerta está apenas entreabierta. Ningún guardia a la vista, eso es ya una señal de alerta. El cuarto debería estar custodiado por la gente de Angelo.
Alguien se nos adelantó.
Bill, con su rostro de acero, saca su pistola y me hace una señal para avanzar. La habitación es pequeña y está abarrotada de cajas, todas marcadas con un sello: un diseño circular con un borde dorado y una estrella brillante con efectos de luz que irradian, creando una impresión de luminosidad y profundidad.
Sin embargo, no estamos solos.
Un hombre está inclinado sobre una caja con una etiqueta del laboratorio, manipulando algo en su interior. Su pistola descansa cerca, apoyada en la mesa a pocos centímetros de él. Su descuido es mi ventaja. A mi señal, Bill se mueve con la precisión de un depredador: lo inmoviliza, sujetándole los brazos a la espalda con una fuerza que hace crujir las articulaciones. Yo recojo la pistola del hombre y la apunto directamente a su sien.
La tapa de la caja cae con un golpe seco, y una luz roja en un panel lateral parpadea.
—Hola, soy Madison. Un placer. ¿Y tú qué? ¿Qué haces aquí? ¿Dónde están los guardias?
El hombre balbucea, con los ojos desorbitados y el sudor resbalando por su frente.
—N-no sé nada...
—Yo creo que sabes bastante si abriste una caja con un sistema de seguridad privado —replica Bill.
— ¡Ya estaba abierta! No tuve que desbloquear nada.
Acerco la pistola con más firmeza a su sien y lo hago caer de rodillas con un golpe seco detrás de la pierna. Sin soltarlo, clavo el tacón de mi bota en la parte interna de su muslo, presionando justo sobre un punto nervioso que lo hace jadear de dolor.
— ¿Para quién trabajas? —exijo con voz firme, sin apartar la mirada de sus ojos.
—N-no sé... Yo no sé nada.
—Si no quieres que te meta una bala entre ceja y ceja, más te vale colaborar. —Mi voz es un susurro frío, pero lo suficientemente letal como para que lo piense dos veces.
—Ya la oíste —agrega Bill, dándole un empujón para mantenerlo en su lugar.
— ¿Qué estabas haciendo con esas cajas?
— ¡Solo sigo órdenes! No tengo nada que ver con Callaghan, Alleri o Śmierci.
Tomo un profundo aliento, luchando contra el impulso de apretar el gatillo.
—Lo repetiré una sola maldita vez más. ¿Qué hacías con la caja?
El hombre tiembla y mira hacia la caja como si quisiera que esta lo salvara.
—Tenía que... Tenía que colocar el caballo de Troya.
Mi mente trabaja a mil por hora, procesando sus palabras. Antes de que pueda cuestionarlo más, Bill interviene, señalando la caja que aún emite el tenue brillo rojo.
—Madison. Échale un vistazo. El código es 900214 y el pin de apertura, 2602.
Respiro hondo y asiento. Siento la tensión en la figura de Bill detrás de mí mientras desactivo el sistema de seguridad. Cuando levanto la pesada tapa, me quedo inmóvil por un momento. Dentro de la caja, apiladas con precisión, hay pequeñas cajas negras. Cada una marcada con el mismo círculo que adorna el exterior pero con el símbolo de riesgo biológico. Su contenido es lo que realmente me deja sin aliento.
Lentamente levanto la mirada hacia el desconocido. Algo no encaja. Su expresión nerviosa no es la típica de alguien atrapado con las manos en el contrabando. Su sudor, su postura, la forma en que mira a la caja. Hay algo más en él.
No es uno de ellos.
PARTE II. Aura
Desde el pasillo, el eco de pasos apresurados nos alerta. Vienen más hombres, y por el sonido de sus botas, no parecen estar en una visita amistosa. Con un movimiento rápido y calculado, aseguro la tapa de la caja. La luz roja parpadea antes de apagarse por completo. Yo me giro hacia el sujeto, que parece dispuesto a soltar algo.
—Ni una palabra —le advierto, presionando la pistola contra su frente.
Bill lo empuja hacia un rincón detrás de una pila de cajas, obligándolo a agacharse. Yo me coloco a su lado, mi pistola apuntando a la puerta mientras el sonido de una llave entrando en la cerradura nos pone en alerta máxima. La puerta se abre de golpe, y tres hombres entran. Reconozco a uno de ellos de lejos: un matón habitual de Angelo, con una cicatriz en el lado izquierdo de su mandíbula. Se mueve con la confianza de alguien que ha hecho esto demasiadas veces.
— ¿Todo en orden aquí? —pregunta el matón, mirando alrededor mientras sus compañeros revisan las cajas cercanas.
—Parece que sí —responde uno de ellos.
—Cuánto dinero hay aquí —comenta el tercero, riendo suavemente mientras ajusta la correa de su rifle.
El matón de la cicatriz pasa peligrosamente cerca de nuestro escondite cuando habla.
—No veo nada fuera de lugar. Vamos a seguir custodiando afuera.
— ¿Quieres revisar las cámaras?
—No seas idiota. Si algo estuviera mal, la alarma ya habría saltado. Vámonos antes de que Angelo nos parta la cara por dejar la puerta. No podemos permitir que Callaghan toque esto antes de que se cumpla el objetivo.
Los hombres inspeccionan brevemente el lugar antes de salir. La puerta se cierra con un golpe seco, y el sonido de las botas alejándose finalmente rompe la tensión que había estado conteniendo mi pecho como una presa. Bill me lanza una mirada, pero yo me enfoco en el tipo que seguimos sosteniendo como rehén. Me inclino hacia él, notando cómo evita encontrarse con mis ojos.
— ¿Qué demonios haces aquí? —pregunto, colocando la pistola bajo su barbilla y obligándolo a alzar la mirada.
—No tengo que decirles nada.
— ¿Sabes lo que Dominic haría si descubre un infiltrado?
El hombre traga saliva con dificultad, pero antes de que pueda responder, un golpe contra la puerta vuelve a tensar el ambiente. Bill levanta un dedo, señalándome que guarde silencio. El hombre entre nosotros no respira, o al menos eso parece.
—Plan B —susurra Bill, casi inaudible, señalando con un leve movimiento de su cabeza hacia el techo.
Aprieto la mandíbula y me inclino hacia nuestro prisionero, con el cañón de la pistola rozando su piel.
—Si nos delatas, no será Dominic quien te mate. ¿Entendido?
El hombre asiente, sus ojos llenos de un pánico que intenta ocultar.
Bill se sube a la mesa para alcanzar el ducto, saca una herramienta del bolsillo y afloja la rejilla con precisión. El metal cede con un leve chirrido. Se asoma al interior del ducto, evaluando el espacio antes de girarse hacia mí.
—Funcionará. Pásame la primera caja.
De un empujón al rehén, le obligo a levantar una caja y pasársela. Bill la toma y desliza otras dos dentro del ducto antes de impulsarse y entrar con agilidad. El eco metálico de su cuerpo al entrar me hace tensar.
—Bien, pásame otra —murmura desde arriba, su voz amortiguada por el ducto.
—Casi tumbas el ducto. Ve al gimnasio.
Bill suelta un suspiro audible, pero no discute.
—Asegúrate de colocar cajas en los espacios vacíos que dejamos —ordeno en voz baja al tipo, quien parece estar a punto de desmayarse.
Me limpio las manos en los pantalones antes de subirme a la mesa. Bill asoma la cabeza para observar cómo me preparo para subir.
— ¿Quieres que te haga barras? —me suelta desde arriba, con esa burla tan característica suya.
—Cierra la boca y hazte a un lado —le respondo mientras me impulso, alcanzando el borde del ducto con ambas manos.
Cuando me deslizo hacia adentro, el frío metal del conducto se siente helado contra mi piel. Bill ya está un poco más adelante, acomodando las cajas en fila para facilitar el movimiento. Me asomo hacia abajo buscando al infiltrado, su respiración descontrolada mientras empuja otra caja hacia el ducto. Cuando finalmente llega el turno de la última, el hombre se mueve torpemente, golpeándola contra el borde de una mesa.
Clank.
El sonido retumba como un disparo en la habitación silenciosa. Mis ojos se clavan en él, y su rostro se vuelve ceniciento.
— ¡Idiota! —gruño, tirando de su brazo para que termine de meter la caja, y me paso al otro lado del ducto.
— ¿Qué fue eso? —se escucha una voz detrás de la puerta.
Apunto la pistola al hombre.
—Sube rápido.
Él asiente, su respiración entrecortada mientras se mete de cabeza al ducto. Bill y yo atrapamos cada uno de sus brazos, arrastrándolo hacia dentro justo cuando escucho la puerta abrirse.
—Todo parece intacto —dice uno de los hombres, su tono cauteloso.
— ¿Cuándo piensa volver el puto hacker a abrir esto? —pregunta otro.
—Debe estar en el baño o algo.
—Ve a buscarlo. ¡Ya!
Desde el ducto, apenas puedo distinguir sus pasos moviéndose por la habitación. La puerta se cierra con un suave clic, pero ninguno de nosotros se mueve hasta que el eco de sus pasos se desvanece. El espacio es angosto, el metal frío contra mis palmas y rodillas mientras avanzamos empujando las cajas. Esperaba muchas cosas de esta noche, pero gatear viendo el culo de Bill en mi cara no era una de ellas. Eso me hace pensar en la vista que el falso empleado del FBI debe tener de mí.
Quien se ha vuelto mi pelirrojo favorito parece coincidir con mis pensamientos, porque se detiene y alza una mano para que nos quedemos quietos.
—Como estés mirándole el culo a la señorita, quien te meterá la bala entre ceja y ceja seré yo.
El hombre, todavía pálido, se sienta sobre sus talones. Su mirada va de mí a Bill, como si intentara calcular sus posibilidades de salir vivo.
Cero.
—Una vez más —comienzo, mi voz baja pero cargada de veneno—. Habla ahora o no saldrás de aquí entero.
Bill se ríe entre dientes, aunque el sonido carece de humor.
—Vamos, chico. Hazle caso. No querrás que te obligue.
El hombre traga saliva, y su respuesta es apenas un murmullo:
—No sé nada...
—Estás a punto de aprender lo que significa cooperar.
Le doy un golpe certero con la culata de la pistola en el cráneo. Su cuerpo se tambalea hacia adelante, y antes de que intente recuperarse, le agarro del pelo con una mano, tirando con fuerza para que levante la cabeza.
El tipo gime de dolor, sus palabras atascadas en su garganta, pero sé que no podrá resistir mucho más.
—Te daré una última oportunidad —mi voz es un susurro afilado—. Si no hablas, voy a empezar a creer que no valoras tu vida.
El hombre se sacude, su mirada desesperada buscando apoyo en Bill, pero este simplemente asiente hacia mí, como si le dijera: Haz lo que ella dice.
— ¡Está bien! —jadea, su voz temblorosa—. Solo me dijeron que colocara los dispositivos en alguna caja del laboratorio. ¡Eso es todo!
— ¿Dispositivos? —Bill se inclina hacia nosotros—. ¿Quién te lo ordenó?
El hombre traga saliva con dificultad, sus ojos moviéndose frenéticamente entre nosotros.
—No lo sé. Solo recibí un sobre con dinero y una orden. ¡Juro que no sé quién está detrás!
Cierro los ojos un segundo, exhalando para no perder la paciencia. Lo que dice podría ser verdad, pero aún así, levanto la pistola y la presiono contra su frente, obligándolo a mirarme directamente.
— ¿De verdad crees que eso es suficiente?
— ¡Es todo lo que sé! —grita en un susurro, con lágrimas ya acumulándose en sus ojos—. Me dijeron que lo hiciera y que no hiciera preguntas, que mis antecedentes penales iban a desaparecer si lo conseguía. Solo soy un jodido ladrón de bancos.
La confesión no me sorprende, pero me confirma lo que ya sospechaba. Por lo que sé, los códigos de las cajas son genéricos, y estos solo son conocidos por un pequeño grupo de gente, pero este sujeto tampoco es el hacker.
— ¿Dónde está el hacker? —inquiero.
—Cuando llegué no había nadie, puedo jurarlo. Solo una caja abierta. —Las lágrimas fluyen de sus ojos—. Fue casi un milagro. Yo vine solo.
— ¿Cómo pensabas abrir la caja?
—En el sobre que me dio el señor del traje, había un papel con las dos claves y las instrucciones para entrar. Dijo que me debía asegurar de que el paquete estuviera en la caja antes de que se la volvieran a llevar.
—Es el protocolo —murmura Bill pensativo, luego continúa con la explicación—. Los productos de alto riesgo del laboratorio son delicados. Las cajas han sido movidas muchas veces, ha pasado más tiempo del adecuado; todos los productos deben regresar al laboratorio para un análisis y descartar las muestras que se hayan dañado antes de volver a realizar el envío.
— ¿Sabías eso? —pregunto al tipo, él sacude la cabeza frenéticamente.
— ¡No lo sabía! ¡Lo juro! Ni siquiera sé qué es ese laboratorio o qué son esos productos.
Ya somos dos.
Lo observo por un largo momento, evaluando si hay algo más que pueda sacarle. Finalmente, tomo una decisión.
—Es suficiente.
Antes de que pueda reaccionar, golpeo con fuerza el mango de la pistola contra el costado de su cabeza. El hombre se desploma sin un sonido, su cuerpo cayendo pesadamente en el reducido espacio del ducto.
Bill suspira.
—Necesitábamos más información.
—Yo ya tengo lo que necesito.
— ¿Cómo, Jeannie?
—Analizando. Tengo buen instinto, Bill. ¿Tienes un silenciador?
—Sí —responde con cierta duda.
—Dámela rápido. Tenemos que continuar.
El pelirrojo lanza un fugaz vistazo a nuestro carismático rehén desmayado. Bill sonríe de lado, aunque su expresión sigue siendo dura. Le cuesta un poco, pero logra entregarme su pistola con silenciador.
—Siempre tan considerada, muñeca.
—Esto es misericordia, comparado a lo que tu amo o Smierci le haría.
Aprieto el gatillo.
En la salida de emergencia de la azotea, tres hombres nos esperan y se apresuran a recibir las cajas con eficiencia. Bill coordina todo con gestos rápidos, como siempre que su líder está ausente.
Al salir al aire libre, me sacudo el polvo de las rodillas y la ropa. Bill me chifla para captar mi atención, luego lanza una cuerda y unas llaves que atrapo al vuelo.
—Son del coche. Ya sabes qué hacer.
Antes de que pueda replicar algo, agarro la caja con los dispositivos del FBI. Solo siete cajas importan, pero esta, la que tengo en mis manos, es la clave.
— ¿Qué haces? —pregunta impaciente.
—Dominic me pidió que le llevara una. No hay tiempo de charlas, busca a Luke.
No le doy tiempo de más, sujeto bien la caja que no debe pesar más de dos kilos y cojo mi propio camino, diferente al de ellos. Desciendo por un declive del techo con sumo cuidado, luego de lanzar la caja sin cuidado. Agradezco mentalmente no haber elegido zapatos tan altos hoy. Los bordes de la azotea están rodeados de tubos de metal, pero el riesgo de resbalar y caer al mar sigue presente.
Cuando llego a la superficie plana, mi vista se encuentra con una hilera de supercoches perfectamente alineados debajo de mí. Entre ellos, el Lamborghini púrpura que será mi escape.
Antes de que pueda moverme, un ruido detrás de mí pone mis sentidos en alerta. Giro, pero no lo suficientemente rápido. Un tubo de metal se coloca contra mi garganta con fuerza, inmovilizándome contra un cuerpo masculino.
Mi mente trabaja a toda velocidad, calculando mis opciones mientras el frío del metal muerde mi piel.
— ¿Creías que sería tan fácil escapar? —murmura una voz desconocida cerca de mi oído, cargada de amenaza.
Sin entrar en pánico, dejo que una sonrisa lenta y peligrosa se forme en mis labios. Si él cree que me tiene acorralada, está a punto de aprender lo equivocado que está.
—Cuando te vi supe que era una señal del destino, luego de que asesinaste a mi hermano cuando intentabas lastimar a mi jefe. No eres consciente de lo que provocas en un hombre ¿verdad?
— ¿Estás tú consciente de a quién tienes agarrada?
—Shh. —Me sacude—. ¿Haces santería?
— ¿Qué puto tipo de pregunta es esa? —espeto, intentando mantener mi enfoque en otro tubo metálico.
Lo grandioso de estos tubos, es que uno de los extremos es puntiagudo, filoso, como un arma.
—Puedo sentirlo. Tienes una vibra oscura. Mi familia es de chamanes, ¿sabes? Mi hermano era el mayor... —Su voz se vuelve más siniestra, susurrante—. Tienes mucha maldad. Oh, ragazza, tu mente está jodida.
—Cállate —mascullo, cerrando los ojos un instante para calmar mi respiración y concentrarme en mi objetivo.
— ¿No me crees? Entonces, ¿cómo sé que estás enferma? No debiste salir de donde sea que te tenían encerrada, ragazza.
Es suficiente.
Con un movimiento rápido, me impulso sujetándome del tubo. Utilizando mi peso, libero uno de mis pies para golpearlo en el costado, obligándolo a soltarme por completo. Aprovecho su desconcierto y me lanzo hacia el otro tubo que había visto antes.
— ¡No puedes escapar de mí! —ruge, recuperando su propio tubo metálico mientras me giro para enfrentarlo.
Y entonces lo noto: es el rubio raro que no dejaba de observarme en el reservado con Angelo. Sus ojos están llenos de odio, pero yo no estoy mejor.
Hago girar el tubo en mis manos, invitándole a jugar. Es muy peligroso hacerlo, el lugar es reducido, y si no caemos a un duro concreto, será al agua, no sin antes golpear contra las rocas de la orilla. Pero él da un paso hacia mí, y lo tomo como una confirmación.
Ambos cargamos al mismo tiempo, los tubos chocan con un sonido metálico que reverbera en la altura. Su ataque es rápido, una estocada baja que apenas esquivo saltando. Contraataco golpeando su espalda con la punta plana, pero él se recupera con una velocidad que no esperaba.
Lo giro y vuelvo a pegarle con la punta plana. Se aproxima más a la orilla por el impulso del golpe, pero enseguida se aleja y vuelve a mí. Chocamos y cruzamos los tubos con las intenciones muy claras: que uno de los dos muera.
Me propina una patada en el estómago que me lanza hacia la orilla del techo. El impacto me deja sin aire, y mi cabeza queda fuera del techo. Me basta un vistazo para ver lo lejos que estoy del suelo. El tubo de metal, que aterrizó en mi estómago también, se desliza por mi cuerpo golpeando mi nariz hasta caer al vacío.
Me cago en todos sus putos muertos.
—Mira lo que me has hecho hacer, preciosa —se burla, acercándose lentamente mientras toso y me limpio la sangre del rostro.
—¿Siempre hablas tanto antes de perder? —Me río, escupiendo sangre en el proceso.
Me rehúso a rendirme. Mi mano se extiende hacia el tubo de metal que había perdido, y con un impulso rápido, vuelvo a ponerme de pie.
—Ha sido divertido. —Le sonrío, con pasos calculados hacia él.
Chocamos de nuevo, cruzando los tubos, y en un momento de descuido, logro un golpe certero en su muñeca, haciendo que su tubo caiga al suelo. Aprovecho la apertura y con todas mis fuerzas le doy un giro al mío para posicionar la punta filosa. Sin dudarlo, lo clavo en su pecho, observando cómo su mirada se apaga lentamente.
Sostengo el tubo un momento más, asegurándome de que su cuerpo ya no ofrezca resistencia. Con un último esfuerzo, lo arrastro hacia el borde derecho del techo y lo empujo con fuerza. Su cuerpo desaparece en las profundidades del mar de Amalfi, acompañado por el eco de las olas chocando contra las rocas.
No me detengo a ver cómo cae. Dominic podría aparecer en cualquier momento. Recojo la caja y me dirijo al punto de escape. Ato un extremo de la cuerda a un soporte cercano, reviso las llaves en mi bolsillo y comienzo a descender con rapidez por la pared. El concreto finalmente toca mis pies, y respiro aliviada.
Odio tantísimo las alturas.
Me meto en el asiento del piloto del coche, el corazón latiéndome con fuerza mientras miro alrededor. El Lamborghini es una obra de arte: controles impecables, diseño futurista, y un volante negro con detalles en violeta que parece hecho para mis manos.
Muevo el asiento hacia adelante, ajustándolo a mi medida. Estoy ansiosa, pero no puedo evitar sonreír cuando enciendo el motor. El rugido suave y amenazante que emite me pone la piel de gallina. Piso el acelerador unas cuantas veces, sintiendo cómo la máquina vibra bajo mi control. Esto será divertido.
Con una mano en el volante, escaneo el lugar. No hay ninguna puerta visible, solo un portón enorme al final del estacionamiento. ¿Por dónde demonios saldrá Dominic? Para matar el tiempo, enciendo el equipo de sonido, y los graves de Migos llenan el coche.
—My bitch is bad and boujee —tarareo mientras tamborileo los dedos en el volante.
Un portazo me saca de mis pensamientos, haciéndome brincar. Giro la cabeza justo cuando Dominic entra, despeinado, con la respiración agitada.
— ¡Arranca! —grita, cerrando la puerta con fuerza.
Antes de que pueda preguntar qué pasa, una puerta lateral del estacionamiento se abre de golpe, y un grupo de hombres armados aparece. Dominic baja la ventanilla para disparar mientras me señala el portón al final. Decido no cuestionarlo y piso el acelerador. El Lamborghini ruge como un depredador, avanzando directo hacia el portón.
¡Plas!
El metal cede bajo el impacto, volando en pedazos. Dominic apenas alcanza a meterse de nuevo en el coche antes de que pasemos por debajo.
—En la próxima esquina, gira a la derecha —ordena entre dientes mientras recarga su arma. Su tono es más tranquilo ahora—. Y no bajes la velocidad.
Obedezco, maniobrando entre las curvas cerradas de las montañas. La carretera está vacía y oscura, pero no me relajo. Miro por el retrovisor y maldigo en voz baja al ver un coche acercándose rápidamente.
Antes de que pueda preguntar nada sobre qué ha pasado para que las cosas se salieran de control, noto la mancha oscura en su pantalón.
— ¡Dios! —exclamo—. ¿Quedó dentro la bala?
—Sí... Maldición. —Su respuesta es apenas un siseo, y su rostro se tensa mientras presiona la mano contra la herida—. Fue una bala perdida.
Antes de que pueda decir algo más, el rugido del motor detrás de nosotros me distrae. Otro coche se acerca a toda velocidad, sus faros iluminando nuestro interior.
—Bien, cielo —dice Dominic, mirándome con una sonrisa torcida—. Es hora de que me demuestres qué tan buena eres al volante.
Le devuelvo la sonrisa, apartando la mirada del retrovisor y concentrándome en la carretera.
—Espero que no te marees fácilmente.
Subo el volumen de Motor Sport y piso a fondo el acelerador. Esto se pondrá interesante.
Feliz año nuevo 🫶🏻
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