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35. Alucinación

Experiencias perceptivas que no tienen correlato con estímulos externos reales; es decir, son percepciones sin base en el entorno físico observable.

RE-EDITADO

Costa de Amalfi, Italia. 🇮🇹

El yate se balancea suavemente sobre las aguas del Mediterráneo, y la brisa matutina acaricia mi piel. El desayuno transcurre en un silencio interrumpido por el ruido de los tenedores contra cerámica, las aves dispersas en el cielo y las radios de los guardias, discretos pero vigilantes, que se mantienen a distancia, sus ojos escrutando el horizonte en busca de cualquier amenaza.

El chef preparó un banquete adecuado a mi dieta y preferencias, al igual que las de Dominic. Decir que no me tomó de sorpresa descubrir uno de mis habituales desayunos servido en la mesa, sería un fraude. Lo hizo, pero no dije nada ni actué consciente de ello, porque no quería pensar en el hecho de qué tantas cosas estaba conociendo Dominic de mí.

A tempranas horas de la mañana lo sentí levantarse de la cama, aún cuando el cielo seguía oscuro. Sentí su cálido aliento en mi mejilla cuando depositó un beso y la forma en que acomodó la sábana sobre mi cuerpo. Luego, lo oí entrar al baño.

Esa fue mi señal para hacer mi trabajo, porque como imaginé, él al salir del baño y vestirse, me despertó. Me comporté normal, como si no hubiera estado hurgando entre sus cosas ni tenido una pesadilla durante la madrugada. Él tampoco hizo mención de ello, a pesar de que noté su cuerpo tenso y la distancia conmigo. No sabe cómo comunicarse y yo he estado deseando que no lo intente.

Aunque siempre es demasiado pedir.

— ¿Te gusta la comida?

Es la segunda vez que me dirige la palabra desde que me indicó que me preparara para el desayuno.
Le echo una mirada despreocupada, se concentra en esparcir crema blanca en un sándwich. Sin quererlo, mis ojos se desvían al brazo descubierto que se mueve lento, entonces los estira para acomodar la manga de la camisa y me deleito en la flexión de sus músculos.

Levanta la vista del pan y sé que se debe a mi silencio. Me fijo en mi propio desayuno al instante, disimulando que no me quedé perdida en él.

—Sí. Está balanceado.

— ¿Y te sientes bien?

—Sí.

—Esta madrugada no lo parecía.

— ¿Por qué? —Finjo curiosidad—. ¿Qué pasó?

Dominic frunce las cejas, mirándome con atención.

— ¿No lo recuerdas?

—No.

—Tuviste una pesadilla, pedías ayuda y decías que no querías estar allí, donde sea que fuese. Querías moverte pero tú misma te detenías, como si estuvieras atada al colchón.

Los latidos de mi corazón aumentan en un ritmo frenético. Toma demasiado de mí no acariciar mis muñecas ni ceder al pánico que se forma en mi interior.

No recuerdo qué sucedió exactamente en mi pesadilla. Mi mente es un borrón de imágenes. Dominic no tenía que presenciar eso, él no tenía que saberlo nunca, simplemente nadie tiene el derecho.

—Ah. A veces me pasa. Un pequeño trauma de la infancia.

— ¿Segura? Porque lo sentí más que algo pequeño.

Enfrento su mirada analítica y me limpio la boca con una servilleta antes de hablar.

—Estuve en un accidente automovilístico cuando era pequeña, estuve meses internada en un hospital. Me generó un trauma. Suelo soñar que volví a la camilla, sin poder moverme y sufrir por ello.

—Llamaste a tu papá.

—Soy muy apegada a él y él estaba en el ejército, en Washington —respondo sin dudar.

Dominic no es nada estúpido, ni yo, anoche vio más de lo que me está contando. Le cuesta creerme y yo me cuestiono qué pasó con exactitud para que él dude de la veracidad de mis palabras.

Bebo un sorbo de jugo, sin apartar mi mirada de la suya, que busca cualquier vulnerabilidad en la mía.
Tendrá que excavar bastante hondo por ello.

—Lo siento. —Es todo lo que dice, regresando la atención a su sándwich.

—Sigo viva, no hay nada que sentir.

—Buen punto.

Así, el escabroso tema cierra y yo me permito volver a respirar con normalidad. Debajo de la mesa, lejos de su inspección, froto mis muñecas.

Poco después, Luke se acerca a nosotros y se inclina hacia su jefe para decirle algo al oído. Las manos de Dominic se cierran en puños al tiempo que tensa la mandíbula, pero no habla, se limita a asentir y con eso Luke se marcha, echándome una mirada de desconfianza.

Está siendo el reemplazo de Bill y eso me desagrada. Estoy acostumbrada a un cabello rojizo, sonrisas secretas y el continuo mascar silencioso de su chicle. Por otro lado, el aura ensombrecida de Luke, sus tatuajes, los piercings en la cara y las malas miradas, no son algo que quiero cerca.

No me cae bien, no le caigo bien; eso le agrada al hombre enojado frente a mí que se  pone de pie lanzando un resoplido.

—Termina de comer y espera aquí a Luke. Tengo algo que resolver.

Adiós, amor mío.

Disfrutando de la vista al impresionante paisaje de la Costa de Amalfi, saboreo un trozo de sandía y gimo complacida. Cierro los ojos y me dejo llevar por la sensación de paz.

De pronto, algo cambia.

Una presencia, apenas perceptible, se cierne a mi lado. No puedo verlo, pero lo siento. Algo lejano que llama mi nombre. A pesar de estar sola en la mesa, una extraña sensación de inquietud recorre mi cuerpo.

Mi instinto me dice que mire, que busque la fuente de esa llamada que proviene desde mi lado izquierdo. Al hacerlo, mis ojos se encuentran con los de otra persona, sentada en la silla contigua. Mi cuerpo entero se paraliza.

Allí está: un niño pequeño, de salvaje pelo negro y rostro poco definido. El niño me mira con ojos azules suplicantes de atención, de mí.

¿Cómo es posible que haya un niño aquí?

Antes de poder reaccionar, el niño desaparece ante mis propios ojos cuando parpadeo incrédula. La visión tan real me deja aturdida y llena de miedo, que me levanto de un salto, mi corazón latiendo con fuerza.

¿Qué diablos fue eso?

Me alejo rápidamente hacia el lugar donde se ha marchado Dominic.

Tal vez esté saltándome las sesiones con Ethan, pero tomo las medicinas. No estoy enloqueciendo, es por la pesadilla, porque no hay ningún niño a bordo, ¿cierto?

No hay niños.

No sé quién era él, no sé por qué me veía así, como si me estuviera rogando algo. No se parecía a nadie que conozca. Es imposible.

No hay ningún niño.

No era real.

No estoy loca, fue... No es...

Me doy de bruces con el pecho de un hombre. El choque me empuja hacia atrás y en mi distracción pierdo el equilibrio. El hombre atrapa mi cintura a tiempo y me coloca de pie, soltándome tan rápido como puede.

Alzo la cabeza y descubro el rostro sin emoción de Luke.

—El jefe me mandó a buscarla. Sígame.

Da media vuelta sin más, sin fijarse si lo estoy siguiendo o no, lo cual es el caso.

Me apoyo en la barandilla con la mirada perdida en el agua, que se mece con suavidad. Dejo que dicha tranquilidad se refleje en mí. Respiración tras respiración.

Estás bien. Estamos bien. Continúa.

Cuando cruzo el umbral de la habitación que me indica Luke, un aire denso y cargado me envuelve, impregnado del humo de un porro que Dominic sostiene entre sus labios. Está reclinado en una mesa redonda, su mirada fija en la enorme pantalla que adorna la pared, donde las imágenes en vivo muestran, desde múltiples ángulos, la casa de Dominic en Arlington, abarrotada de policías y agentes de la DEA.

Cubro mi boca con la mano no por sorpresa, sino para disimular la sonrisa burlona que amenaza con surgir.

—La DEA acaba de irrumpir en una de las propiedades. En mis putas narices, así de simple. Esto es como un jodido documental —murmura con desdén hacia el televisor. Su voz es un eco cansado mientras toma una profunda inhalación del tabaco—. Sírveme un trago, cielo. Sin hielo.

Confundida por su aparente indiferencia ante el caos que se desarrolla afuera, me quedo en silencio un momento. Le sirvo el trago y deslizo el vaso hacia él sobre la mesa. Su mano se cierra alrededor del vaso antes de que pueda apartar la mía, y siento cómo mi respiración se detiene al ser atraída hacia su cuerpo por su toque firme.

—No sé qué pasó... —empiezo a decir, pero él coloca el porro de marihuana en mi boca.

—Inhala —ordena con voz grave. Cumplo sin pensar, su mirada intensa atrapando la mía mientras él da un largo trago de licor—. ¿Recuerdas lo que te advertí hace poco?

— ¿Cómo olvidarlo? —replico con ironía, dejando escapar una nube de humo que se disipa entre nosotros—. Duermo todas las noches pensando en eso.

Con un sorbo profundo de licor, su mano libre se aferra a mi cintura, acercándome a él hasta que mi vientre se presiona contra su entrepierna. Mis cejas se arquean al sentir la firmeza de su miembro; yo esperaba la frialdad del cañón de una pistola.

— ¿Me apresuré en desearte éxito?

—Tengo trabajos más importantes que incautar unos cuantos billetes tuyos.

—Tú conoces la dirección, cielo. Solo di la verdad y sigamos adelante.

Su calma es inquietante; no muestra signos de estallar, lo que resulta aún más preocupante.

—Dominic, nadie en la agencia sabe lo nuestro. No fui yo.

— ¿Qué demonios no saben?

Pongo los ojos en blanco y le arrebato el porro. Él aprieta advertidamente mi cintura mientras lleno mis pulmones y contengo el humo unos segundos antes de soltarlo lentamente.

—Que mantengo una relación íntima contigo. Básicamente, todo lo que hago contigo es a espalda de ellos. ¿Esto que pasó? No sé, quizá supiera si no me hubieses hecho irme de Colombia como un energúmeno.

— ¿Qué más?

Miro sobre mi hombro hacia la pantalla; los rostros borrosos de hombres inspeccionando la zona son desconocidos para mí.

—Esa no es mi unidad. No son mis agentes los que están allí.

—Ya lo sé.

—Entonces, ¿por qué me acusas? —pregunto, sintiendo una punzada de frustración.

—Porque me gusta verte mentir.

—Eso es jodido. Si es así, mátame.

Sacude la cabeza, el brillo en su mirada crece más intenso.

—No me tientes, cielo. Son días difíciles y la organización no dudará en matarte.

— ¿El Círculo?

—Sí. —Apaga el porro contra el cenicero junto a nosotros y me toma de los muslos para sentarme sobre la mesa—. Eres carne fresca para mis socios; no en el sentido sexual. Somos tipos violentos; el abuso no es lo nuestro. La tortura sí lo es.

— ¿Luego qué? ¿No harás nada?

—Tengo trabajos más importantes.

— ¿Fue eso una burla, Dominic Callaghan?

Me da un mordisco en el hombro.

—Es la verdad.

—Se nota —susurro mientras deslizo un pie por su impoluta camisa negra. Admiro su mano varonil atrapando mi pie y llevándoselo a la cintura—. ¿Lo que pasó en Sidney con la KDO fue más importante?

Dominic se lame los labios y baja la mirada hacia mí con intensidad. La marihuana fluye por nuestros cuerpos y llena el aire que respiramos.

—Claro. Son negocios.

— ¿A tiros?

—Discordias —resta importancia, concentrado en acariciar mis muslos—. Quiero lamerte.

Ignoro el latido traicionero entre mis piernas ante su proposición tentadora.

— ¿Por la presencia de Mario Odel? ¿Problemas con los Aguirre?

—No vas a huir de lo que hiciste haciéndome este interrogatorio descarado.

—Es interesante que Odel estuviera allí si era algo entre Arkan y tú.

Su expresión oscila entre exasperación y enojo cuando toma mi nuca y me empuja hacia atrás. Mi cuerpo queda atrapado contra la mesa; aunque siento un objeto incómodo bajo mi espalda, me pierdo en la sensación de su toque posesivo.

Se inclina sobre mí, intentando parecer amenazador al sujetar mi garganta, pero siento todo menos miedo; lo que arde dentro de mí es deseo incontrolable.

— ¿Qué pasó en San Diego?

— ¿Qué hacías de vacaciones con Audrey? —replico, dejando entrever mi desdén. 

Un tic nervioso se manifiesta en su mandíbula.

—Deja de nombrar a otras mujeres.

—Pensé que estábamos haciendo preguntas estúpidas.

Dominic se levanta para servirse otro trago, liberándome de su agarre.

—Aquí no hay nada estúpido. Solo problemas.

—Entonces dime qué sucedió en Sidney —vuelvo a insistir, apoyándome sobre mis codos.

—Eso no tiene nada que ver con nosotros.

—No hay nada de nosotros.

Deja el vaso vacío en la mesa con un sordo golpe. Me sorprende la brusquedad al sujetar mi cara entre sus manos. Estudia mis ojos, mi rostro, con detenimiento.

—Dímelo.

— ¿Qué te digo?

—Mencioné que íbamos a hablar de algo, y me ibas a mirar a los ojos. Tienes una memoria excepcional, cielo, sabes de qué hablo.

—Sí, sí es una estupidez que te preocupes así por mí. Es un arma de doble filo.


—No lo entiendes.

Con creciente molestia, aparto su mano de mi cara, buscando distanciarme de él hasta que esta tormenta emocional se disipe. Pero mi intento se ve frustrado cuando vuelve a empujar suavemente mi pecho hacia abajo, forzando el contacto entre nosotros.  

—Entiendo esto mejor de lo que crees, Dominic.

—No; no entiendes que me importa una mierda —admite sin contemplación—. Nadie te dejará salir viva de esto, Madison. Me preocupo por razones válidas.

La seriedad en su voz me hace estremecer; su preocupación es palpable y real como un golpe en el estómago.

—He salido indemne antes.

—Antes no te habías relacionado conmigo. El tiempo se está acabando.

— ¿Eso crees?

—Si no te mato yo, lo hará alguien más: ya sea de la organización o uno de mis enemigos.

— ¿No me vas a proteger? Además, ¿qué significa una amante más para tus enemigos?

Su mirada se endurece, y una chispa peligrosa brilla en sus ojos.

—Vuelve a insinuar esa sandez y...

— ¿Y qué?

—Ya conoces el final de los traicioneros en este mundo. —Su tono se vuelve pesimista—. Ya no tienes salvación, irán por ti. A menos que...

— ¿Qué?

—Te asustaría.

—Dímelo.

En este momento, cualquier cosa servirá. Ya sabía que la gravedad de esta «relación» es más seria que cualquiera del pasado. Sabía que entraría a fondo en el inframundo del crimen, pero tal vez estoy pecando de confianza al darme este lujo con él.

—Será mejor que no, cielo.

—No dejaré que me mates —declaro con firmeza, deseando aplastar cualquier atisbo de inseguridad dentro de mí—. Nadie lo hará.

Dominic emite un suspiro profundo y desliza sus dedos bajo el vestido que me ciñe la figura; este cae hasta mi cintura mientras siento cómo su respiración se vuelve más errática al notar mi ropa interior.

—Empieza por comportarte. Luego acepta mi preocupación totalmente racional.

—Me vas a dejar morir, Dominic.

No es una pregunta, es una afirmación dolorosa que golpea contra mi pecho como una realidad innegable.

—Te haré vivir, Madison. Cada segundo de nuestras vidas.

Mi corazón late desbocado al verlo descender sobre mí; su aroma me embriaga y el deseo por él se intensifica, superando cualquier atisbo de miedo. Y aunque la advertencia está ahí, su promesa de vida resuena en mi interior.

Dominic no es un héroe, es un fuego que puede consumirme.

—No me hagas promesas vacías, Dominic —respondo, mi tono afilado como una daga—. No estoy aquí para ser tu proyecto o tu diversión.

Él sonríe, esa sonrisa arrogante que siempre me pone en guardia. Es peligroso, sí, pero también liberador. Creo que estoy a punto de cruzar una línea, y eso me excita y aterroriza a partes iguales.

—Eres más.

—Pero dejarás que me ma...

Me agarra con fuerza de las caderas y hunde su lengua en mi boca, arrasando con todo a su paso. Mis defensas comienzan a desvanecerse ante sus besos, y comprendo que estoy atrapada en esto. En él.

En un arrebato, le doy un empujón. Me observa atónito, con la respiración entrecortada, mientras yo bajo de la mesa para lanzarlo al sofá más cercano. Caigo encima de él, buscando su boca con un desenfreno que él corresponde con fervor.

De mis labios escapan gemidos cuando envuelvo su cuello, atrayéndolo hacia mí con una desesperada necesidad de fundirme en él; sentirlo en mí.
La realidad detrás de ello resuena en mi cabeza.

Lo necesito.

Lo necesito tanto que siento que mi cuerpo no soportará el dolor. Mis sentidos están más elevados que nunca y la droga en nuestro sistema intensifica la conexión entre nosotros.

—La marihuana —susurro al comprender.

—No sé si la droga es la marihuana o eres tú. —Me coge del rostro y susurra sobre mis labios—. Creo que eres tú.

Con sus manos firmes en mi trasero, se restriega contra mí. Jadeo en su boca abierta y no puedo resistir la tentación de lamer su lengua.

Dominic hunde una mano en mi pelo, profundizando el beso. Jesucristo, jamás me habían besado así. Nos devoramos de una manera tan deliciosa que podría correrme solo así.

Muevo las caderas contra él y los gemidos se mezclan entre ambos como una sinfonía erótica.
Mis manos son veloces al soltar el cinturón, manipular el cierre y liberar la dureza palpitante que gotea como prueba irrefutable de nuestro arrebato. Los gemidos de Dominic se ahogan entre nuestros húmedos besos; creo que ni siquiera se ha dado cuenta de que he tomado el control.

—Quiero que hagamos lo del otro día. Sin penetración —susurro casi suplicante.

—Hazlo. Móntame, cielo.

—Rómpeme las bragas.

El ardor estimulante en mi piel se mezcla con el rasguido de la tela. Mientras él se esfuerza por liberar mis senos del vestido, yo estimulo mi centro con su virilidad. Lo cubro con mi esencia, lo acomodo entre mis resbaladizos pliegues y comienzo a balancearme sobre él como si estuviésemos teniendo sexo.

Admiro maravillada la escultural imagen debajo de mí: tengo a este hombre gimiendo por mí, con la piel ruborizada y la mirada perdida en mis senos que rebotan al ritmo frenético del momento. 

Él se aventura a mordisquear y lamer mi cuello; su mano juega hábilmente con mis sensibles pezones. Exhalo un soplido de placer cuando la humedad de su lengua entra en contacto con mis senos ardientes. 

La sensación de su cuerpo empujando contra mi entrada, tan cerca de romper esa barrera sagrada, es la gota que desborda el vaso de mi deseo. En un instante, los efectos de la marihuana nos envuelven, llevándonos a un estado de éxtasis donde el orgasmo se convierte en una experiencia arrebatadora, dejándonos exhaustos y saciados.

Me desplomo en su pecho, perdida entre sus anchos brazos. Solo unos segundos después, me separo un poco para advertirle que estoy cansada. Sin embargo, Dominic, con firmeza, me sujeta por la espalda y se pone de pie.

—Dije que te quería lamer y lo haré.

—Te juro que no puedo más... —respondo con un quejido apenas audible mientras el contacto con la rígida mesa me recuerda la realidad.

La fatiga pesa sobre mis párpados, haciéndolos casi imposibles de abrir, pero reacciono al sentir sus labios sobre los míos; esta vez lo hace con una dulzura inesperada.

—Estoy pegajosa —me quejo, notando nuestros fluidos mezclados en mis muslos—. Y sucia de ti.

—Tú y yo. ¿Qué más delicioso que eso?

En compañía de Luke y tres guardaespaldas, recorremos parte de la costa amalfitana. El pueblo, pequeño y montañoso, es un lugar mágico. Como buena turista, no dejo de tomar fotos en cada rincón, e incluso Dominic se presta para ello sin quejarse. Visitamos la catedral de Amalfi, el Claustro y la Cripta de San Andrea, mientras mi cámara captura cada momento.

Desde lo alto de una montaña, disfrutamos de un café con un panorama mágico.

—Una foto estaría bien —sugiero, sacando mi teléfono del bolsillo de Dominic.

—Otra vez...

Lo ignoro; mi buena vibra es inquebrantable. Me vuelvo hacia el paisaje y levanto el teléfono. Dominic gruñe pero finalmente accede. Justo cuando estoy a punto de tomar la foto, él me sorprende plantándome un beso en los labios. Aunque la imagen sale movida, se ve claramente el momento entre nosotros. Hasta me da un poco de corte admitir que es una linda foto.

Después de intercambiar varios besos, decidimos bajar a un restaurante recomendado por el dueño de una tienda local. Aunque el lugar está lleno, Dominic conversa con Luke, quien desaparece dentro del restaurante y regresa con la noticia de que tenemos una mesa con vista al mar. Qué sorpresa.

De entrada, nos sirven limoncello artesanal, uno de los licores de la Costa Amalfitana, y atún de Cetara, junto a la carta del menú.

—Ese escote es adorable —murmura, su mirada fija en la parte que ha mencionado—. Cuando regresemos, haremos cosas sucias.

Mi vientre burbujea ante sus palabras.

— ¿Qué tan sucias?

—Muy sucias. Después, iremos a una reunión.

—Me parece bien.

— ¿Has ido a Dubai alguna vez, cielo? —Mi respuesta es una sacudida de cabeza—. Te llevaré.

— ¿Te gusta pasearme?

—Es satisfactorio.

—Te gusta consentirme.

—Lo que sea que pidas te lo daré.

—Estás loco. —Sonrío mientras apoyo la barbilla en mis manos entrelazadas—. Tienes un fetiche por mí.

—El más obsesivo de los fetiches.

Desvío la mirada hacia el mar detrás de él; es demasiado guapo con su polo gris y su rostro recién afeitado. De vez en cuando mi retina necesita un descanso.

Un clic me saca de mis pensamientos: él ha capturado otro momento mío mientras se queja del número excesivo de fotos que tomo.

—Estás hermosa. —Baja la mirada al iPhone y su sonrisa se expande—. Qué bonita eres, maldición. La pondré de fondo de pantalla.

Me inclino a su lado con la curiosidad de ver si cumplirá su palabra, y lo hace, reemplaza la foto de una hermosa niña, abrazada a un peluche de abeja, por la mía. Es una pequeña muy tierna que a pesar de los ojos color miel y el cabello castaño, su cara es un reflejo del hombre a mi lado.

— ¿Quién es la niña?

—Mi sobrina.

Mis sentidos se agudizan. ¿Dominic no es hijo único?

—No sabía que tienes hermanos. ¿Cuántos son?

—Somos cinco.

Lucho por no atragantarme con mi propia saliva.

—Así que hay más tipos como tú arruinando mujeres allá afuera, ¿eh?

Un brillo de diversión ilumina sus ojos.

—Uno solo. El otro ya está comprometido.

Son tres hermanos. Dos hermanas.

—Entonces, ¿ella es tu única sobrina? Es muy hermosa. ¿Cómo se llama?

—Sí es, Sandra.

—Qué lindo...

—Como tú, pero no hablemos de eso. Tenemos algo que discutir.

— ¿Sí? —cuestiono curiosa. Yo quería saber más de su familia—. Si se trata de lo de anoche, yo no...

—Es sobre Rodríguez.

Mis palabras se detienen en mi garganta. La curiosidad que antes llenaba mis ojos se transforma en una chispa de alerta.

— ¿Qué pasa con él?

—Sé lo que pasó en Colombia, y me lo ocultaste.

—Yo... No tenía ninguna razón para decírtelo. Nunca hemos hablado de él.

—Intentó matarte, eso era suficiente —remarca severo.

—No es así. Solo quiere asustarme. No lo había hecho hasta ahora.

—Madison, puede que tantos años detrás de ese loco te hicieran ideas raras en la cabeza, pero no hay ninguna razón para justificar a ese cabrón.

La frustración comienza a burbujear dentro de mí. Mi vena defensiva salta al ataque.

—Eso es especulación. ¿Ideas raras?

—Las personas se obsesionan cuando quieren algo, las cosas se distorsionan y se forman vínculos.

—Esa afirmación es una generalización que no se me puede aplicar. Limita tu argumento a hechos concretos y no a suposiciones sobre el comportamiento humano.

Dominic respira hondo. Ambos sabemos que la discusión puede tomar otro rumbo más personal.

—Madison, entiendes de lo que hablo.

—Sé de lo que él es capaz. No quiere matarme, quiere romperme; va a aprovecharse de todo lo que crea que me importa para joderme. Su venganza es matarme en vida, Dominic.

Expulso el aire que retuve al hablar sin pausas. Mis palabras resuenan entre nosotros como un eco ominoso.

—Entonces tienes que cuidarte —dice al fin, su voz baja pero firme—. Tiene una venganza pendiente contigo y conmigo también.

Asiento lentamente. Bebo un sorbo de agua para refrescar mi garganta seca. Necesito calmarme un poco. No ganaré nada discutiendo con él por José Luis. Su seguridad al insinuar que formé una especie de vínculo con un objetivo me ofendió más de lo debido.

Solo recuerda la misión.

Está bien —acepto, con un suspiro resignado—. No quise pelear contigo ni echar a perder nuestra... cita.

Sin esfuerzo aparente, toma mi silla y, con un movimiento fluido, la arrastra hacia su lado. El sonido del metal deslizándose sobre el suelo resuena en el aire y atrae la mirada de varios comensales.

Sus músculos se tensaron mientras lo hacía, y cada movimiento era un testimonio de su fuerza natural. No hago más que mirarlo hechizada. Es un acto simple, pero en sus manos adquiere una cualidad casi magnética; no solo movió una silla, sino que también atrajo la atención de una manera casi hipnótica.

—No echaste a perder nada.

Recibo sin ninguna queja un beso que sin duda reafirma sus palabras. Coloco una mano en su mejilla y dejo que sienta lo agradecida que estoy con él. ¿Agradecida por qué? No lo sé, pero sé que ha sido una satisfacción oírlo confirmar que es una cita.

¿Una cita?

Esta misión está triunfando.

El plato fuerte llega a la mesa cuando estamos de regreso en nuestra burbuja personal del amor. Le encanta meterse conmigo por tomar tantas fotografías, aunque accedió a que le ensañara a tomarlas mejor.

— ¿Quieres probar? —me ofrece, acercando una cucharada de su comida hacia mis labios.

Asiento, porque su comida se ve exquisita y debo aprovechar cada gramo de carbohidratos antes de esclavizarme en el gimnasio a dieta. Abro la boca, y mientras saboreo los toques marinos y salados, siento cómo su mirada recorre mi rostro, buscando mi reacción.

—Delicioso —murmuro complacida.

—De nada. Verte comer mejora mi humor de mierda.

— ¿Muchos problemas?

—Más de lo usual.

Puedo ver cómo su mente divaga hacia otro lugar, así que decido aprovechar la oportunidad para traer el tema que me interesa a colación. Otra vez.

—Entonces, estos rumores que hay sobre Arkan... —digo sutilmente, acercando el tenedor a mis labios—. Dicen que están buscando expandirse eliminando a la competencia.

Dominic frunce el ceño, su mirada se oscurece un poco.

—Arkan siempre está tramando algo —responde, con un tono cauteloso—. Pero no tengo información concreta en este momento.

Siento que debo presionar un poco más, así que le doy un pequeño empujón.

— ¿Y qué hay de Tyler?

—Tyler está jugando sus cartas; siempre lo ha hecho.

—Dime qué pasó en Sidney —pido, dejando caer el tenedor y fijando mi atención en él.

—Ya te lo dije temprano. Son negocios.

—Solo quiero entender lo que sucede. No es tan complicado.

Dominic se queda en silencio por un momento, como si sopesara mis palabras.

—Arkan está haciendo negocios con Tyler; quiere expandirse a Alemania. Hace poco maté al primo de Rafael, por eso planeó el ataque en Sidney. Tyler solo se unió a él ese día para demostrar lealtad y compromiso con Arkan.

—Esa alianza con Arkan puede ser un arma de doble filo, según lo que sé.

—No te equivocas. La actuación de Tyler en mi contra no le agradó a Mario, interfiere en nuestros negocios.

—Todo tiene sentido, pero ¿qué hacía Kai Jing allí?

Toma un sorbo de su bebida antes de responder.

—El imbécil cree que puede renegociar los términos de nuestra alianza con la KDO para obtener más ganancias, me persigue muchas veces y estuvo allí pensando que yo estaría. Lo más posible es que eso acabe como el trío de idiotas con Rafael y Tyler.

—Necesitarás aliados en Smierci. No sé cuál es la magnitud real de ese «Círculo» del que formas parte, pero todo Smierci contra ti es imposible de parar.

Él me observa intensamente, evaluando cada palabra que digo.

—Tal vez tengas razón —admite—. Tengo buena relación con algunos sectores, pero necesito saber exactamente qué está pasando entre Rafael y Tyler antes de hacer movimientos en falso.

Asiento de acuerdo con él. No puede actuar sin antes estudiar al enemigo, pero yo sí puedo, porque Dominic acaba de darme lo que necesito para conseguir a Santiago Aguirre. 

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