32. Incontrolable
Incapaz de ser controlado. Una avalancha de emociones incontrolables
La matrícula del Mondeo que nos persiguió fue bastante fácil de rastrear, se encontró un reporte de robo del día anterior y el ladrón había sido identificado como un hombre de complexión musculosa, abundante barba y un tatuaje en la nuca.
Cuando el coronel Briceño me ofrece la fotografía impresa, un nudo se forma en mi garganta. El tatuaje es un escorpión. Es la marca representativa del cártel Los Escorpiones, el que ha existido por un decalustro en México y que hoy es liderado por José Luis Rodríguez, quien está en la cárcel por mí.
Oh, mi historia con Rodríguez es de todo menos bonita. Mi mayor logro y mayor desgracia personal. Sus amenazas siempre han sido sutiles, y en los últimos meses ha estado haciéndose el tonto conmigo. Lo suyo habían sido las palabras, no las acciones. Al menos, en lo que a mí respecta.
Hasta ahora.
José Luis es demasiado respetado en su cártel y por su gente en Smierci, siendo él el líder del sector mexicano. Aunque esté en la cárcel, es imposible que alguien de su gente haya ido detrás de mí si no fuera por orden de él. Estar tras las rejas no le ha costado su máximo puesto. Lo que significa que el imbécil de Rodríguez me mandó a matar.
La pregunta es: ¿qué lo desencadenó?
¿Se enteró que metí mis narices en la secta Narak? ¿Decidió de repente vengarse por capturarlo?
No, José Luis no actúa por impulso así. Lo estudié por años, él se convirtió en mi vida por demasiado tiempo, lo conozco bien y sé que no iría por mí sin una razón de peso. Claro que atraparlo lo es, pero es un enfermo que decidió dejarme viva por alguna obsesiva razón suya.
«Prefiero verte viva y sufriendo día a día que en una tumba. No quiero verte muerta, mamacita, quiero que respires», fueron sus palabras exactas una vez.
Entonces, ¿qué pasó?
— ¿Puedo regresar a Estados Unidos ya?
El director Fernández duda antes de hablar.
—Sería conveniente que regreses después con Beltrán.
Oculto mi impaciencia dando un trago de café. Desde el otro extremo de la mesa, el comandante Quentin me dirige una mirada de advertencia. Quiere que me calle, pero yo quiero ir y preguntarle a José Luis Rodríguez qué pretende conmigo.
—Estoy de acuerdo. Debemos cerrar el proceso y los términos como lo exige la ley y nuestro reglamento —expresa el jefe de apoyo operacional, Jonathan Davidson, en su forma de holograma desde la sede central—. La única excepción que hemos aceptado es el regreso de la agente Brianna Vincent debido a las secuelas de la misión, pero la agente Donovan debe permanecer en Colombia y cumplir sus funciones hasta el final.
En el momento que cojo la fotografía del tatuaje para mostrarla, puedo notar cómo el comandante cierra los ojos lentamente.
—Este lunático intentó matarme hoy. Con mucho respeto, señor, estoy en amenaza y una visita a Rodríguez es necesaria. Ahora no estoy para firmas y formalidades. Ya cumplí mi deber.
—Entiendo, pero visitarlo no hará que mágicamente la deje en paz. La invito a repasar el reglamento, porque sus funciones no han terminado.
—Mire, señor Davidson, con mucho respeto yo...
—Lo que la agente quiere decir es que ha entendido su posición y esperará pacientemente la culminación de nuestro trabajo aquí en Colombia. ¿No es así, agente Donovan? —enfatiza el comandante, casi que atravesándome con su filosa mirada y advertencia silenciosa.
Se me está calentando la sangre.
Finjo una educada sonrisa y volteo a ver al jefe Davidson, asiento y pronuncio suavemente:
—Como usted diga, señor.
La satisfacción brilla momentáneamente en sus ojos marrones. Todos en esta sala sabemos que ganarme es una victoria personal y eso me enfurece aún más. Si estoy siendo terca, no me importa, pero también soy inteligente. Ya quedó claro que no voy a llegar a ningún lado, y menos sin el apoyo útil del comandante. Ya despedí de mi equipo a un hombre y hoy sancioné a Lucas, si me rebelo un poco más, seré yo la próxima.
Debo quedarme en Colombia otros días más.
Son la una de la madrugada cuando por fin puedo entrar a mi carpa personal. Echo un rápido vistazo al teléfono en la cama mientras me desvisto. Algo me llama a prenderlo, pues ha estado apagado desde que nos fuimos hoy temprano, pero ignoro ese sentimiento cuando me veo desnuda. Estoy hecha un desastre.
No es hasta después de que me doy un baño y cumplo mi rutina de cremas, que enciendo el aparato electrónico. Entonces, me sorprendo al notar que olvidé algo.
Olvidé la existencia de Dominic.
Y empiezan a entrar las mil llamadas perdidas de cierto espécimen, también cientos de mensajes, todos incluyen las palabras: mierda, joder, coño, puto.
—Qué estresante es, por Dios —siseo revisando el montón de mensajes.
Una de las cosas que menos quiero hacer justo ahora es tener que soportarlo, pero he estado aplazando tanto tiempo el viaje a Italia que ya empiezo a temer que haga una locura como venir a buscarme. No deja de amenazarme con eso y él es tan loco que es capaz de hacerlo.
Rebusco entre mi equipo de trabajo hasta encontrar el teléfono encriptado de repuesto que no utilizo, ya que no está conectado al sistema de la agencia. En esta zona cubierta por la DEA cualquier llamada desde mi teléfono normal que haga será interceptada por seguridad, así que esta es mi única forma de llamar a Dominic.
Lo conecto al portátil especial y mientras espero ansiosa a que el proceso de desviar la señal finalice, mi teléfono normal suena en mi mano.
Ya no sé qué es peor: hablar con Ryan o con Dominic.
— ¿Qué quieres, Ryan?
Escucho su pesado suspiro.
—Sé que terminamos mal, pero no seas así. Antes éramos amigos.
—Compañeros de trabajo, no amigos.
—Está bien, Madison, como quieras —resopla sin ánimo—. Te llamo para saber si puedes ir a Filadelfia conmigo el nueve de junio.
— ¿Por qué iría a Filadelfia contigo? —Un segundo después, caigo en cuenta de todo—. No. No, Ryan. Tú y yo terminamos. No tengo nada que ir a hacer con tu familia.
—Por favor, princesa —pide derrotado—. Anastasia está a poco de dar a luz y hará una fiesta. Quiere que seamos los padrinos del niño.
— ¿Acaso no le has dicho a tu familia que terminamos?
—No he tenido la oportunidad...
—Ryan, ¿qué diablos esperas que haga? No iré contigo ni seré madrina de nadie, menos del hijo de ella.
—Es mi hermana, no me gusta que hables así de ella. Solo es un bebé, princesa. Yo le dije que no querrías pero insistió.
— ¿Qué me importa que insista? Es un no, Ryan. Ya está dicho, no esperes que cambie de opinión. Resuelve tu problema.
— ¿No puedes ni siquiera hacer esto como pago por los años de infidelidad que me regalaste?
El comentario apunta directamente a mi orgullo.
—No te preocupes tanto por mí, querido. Sé que algún día pagaré lo que hice, pero no será con tu familia. Prefiero sufrir de otra manera.
—Qué mala eres, Madison. Tan solo piénsalo, por favor.
—No tengo nada que pensar —espeto terminando la llamada.
No sé qué podría esperar ese hombre de mí. Piensa cosas y toma decisiones estúpidas que nunca comprendo el porqué. Sabe que terminamos en malos términos, que su hermana Anastasia y su madre me declararon la guerra del odio, y aún así quiere que vaya y sea madrina del sobrino, ni más ni menos.
—Qué equivocado estás, joder...
Tiro mi teléfono a la cama con el tic en mi ojo presente. Y no desaparece cuando me toca enfrentarme a la rabia de Dominic. Si dejaron ir a Brianna por las secuelas mentales de la misión, también deberían dejarme a mí, porque tan solo con Dominic podría estar a punto de volverme loca por completo.
—Dominic, hasta ahora es que he podido sacar el móvil —repongo, con el cansancio notable en mi voz—. Ha sido una locura de día, no estoy para tus estupideces irracionales.
— ¿Es una estupidez irracional preocuparme por ti, Madison?
—Sabes que sí.
El energúmeno al otro lado de la línea suspira pesadamente, murmurando quién sabe qué en árabe.
—Vamos a hablar sobre eso y me vas a mirar a los ojos —declara de forma determinante, haciendo que sienta un cosquilleo en el estómago—. Así que ve a la ciudad para que Bill te recoja.
—No puedo, tengo que quedarme hasta terminar la misión.
— ¿Qué cojones significa eso? Ya tienen al hijo de puta de Simón.
—Sí, pero hay papeleo que formalizar y trámites que completar para realizar la extradición, llenar todos los huecos legales, investigar lo incautado; el trabajo no está terminado.
—Te he dado mucho tiempo libre, Madison. Hicimos un trato y sigues sin cumplir tu parte. ¿Quieres que vaya y te saque de ahí?
La amenaza hace que enderece mi espalda al instante. Observo el interior de la carpa con una pizca de ansiedad e incertidumbre, ese loco es bastante de capaz de venir hasta aquí y entonces joderlo todo.
Intento mantener mi voz calmada para poder tranquilizarlo. A él y a mí.
—Iré al terminar, supongo que serán dos o tres días extra para mí. Después estaré contigo.
—Tres días te doy. Tres —recalca contundente—. Al cuarto día, te vas a arrepentir.
José Luis Rodríguez tendrá que esperar un par de días más para volver a vernos.
ITALIA.
SÁBADO.
2 DE JUNIO, 2018.
El vuelo a Italia se resume en horas de sueño eterno. Incluso cuando bajo del avión, solo soy capaz de reconocer una zona solitaria donde solo hay un par de hombres trajeados caminando por el lugar y una enorme Mercedes Benz esperando por nosotros al pie de las escaleras.
Un segundo después de tocar el cómodo material de los asientos del coche, vuelvo a caer prácticamente muerta con los lentes de sol puestos y una botella de agua entre mis manos. Empiezo a salir del profundo sueño al sentir el tacto de una mano en mi rostro, quitándome los lentes. Entre parpadeos soñolientos, admiro dos ojos grises.
—Joder... —musito.
—Joder debería decir yo. Baja del puto coche —demanda, a través de la ventanilla abierta.
Nos despertamos cabreados, eh.
Apenas bajo del coche, le arrebato los lentes de sol y me los vuelvo a poner. Mis labios se abren con una exhalación de sorpresa al ver un encantador puerto desplegarse ante mis ojos
— ¿Qué...? ¿Dónde estamos?
Las casas de colores pastel se alinean a lo largo del paseo marítimo, con enredaderas que trepan por las fachadas y balcones adornados con flores vibrantes. Parpadeo varias veces, sin saber cómo llegué hasta este pequeño paraíso.
Finalmente, mi sorpresa alcanza su punto máximo al divisar el reluciente yate atracado en el puerto. Su casco blanco resplandece bajo el cálido sol mediterráneo, y un par de marineros pulen meticulosamente la cubierta mientras otros hombres de negro custodian nuestro alrededor. El contraste entre la sencillez del entorno portuario y la elegancia del yate crea una imagen fascinante que quiero admirar con más atención, pero Dominic tiene otros planes.
De repente, mis pies dejan de tocar el piso de madera y me encuentro sobre el hombro de este hombre impulsivo.
—Eh, ¡bájame!
Ignora mis protestas y avanza con paso firme hacia el yate. La brisa marina juega con los mechones sueltos de mi cabello mientras él maniobra hábilmente para evitar que el viento levante mi vestido. En la lucha por soltarme, la fuerza con la que Dominic me sostiene es un recordatorio silencioso de su presencia imponente.
— ¡Dominic, bájame en este instante! —exijo, mi voz mezclándose con el sonido de las gaviotas y el murmullo del mar. Pero él solo responde con una palmada en mi trasero, su mirada fija en el camino que se abre ante nosotros—. ¡Eh!
Dominic sube la pasarela del yate, los hombres se detienen en sus tareas para observar la escena, algunos con muecas de asombro y confusión. Puedo apostar que este tipo de teatralidad no es común en su jefe cabrón.
—Imbécil, me estoy mareando.
A pesar de mi posición incómoda, intento vislumbrar el interior del yate a través de las puertas de cristal que se abren hacia el salón principal.
El interior del yate es tan impresionante como su exterior. Los detalles en madera de caoba brillan bajo la luz tenue, y los sofás de cuero blanco invitan a sumergirse en su comodidad. Obras de arte moderno adornan las paredes, y una escalera de caracol conduce a las cubiertas superiores.
— ¿Está aquí Audrey?
Mi chiste me cuesta otra palmada en el culo que esta vez sí duele. Pateo al aire más enojada que antes. Sabía que se molestaría por mi tardanza en responderle las llamadas, pero no esperaba un cabreo irracional como este, parece un loco.
Nos adentra en una habitación y cierra con tal fuerza la puerta que creo que por poco la tumba. Me empotra contra la misma, coge un puñado de mi pelo y cubre mi boca con la suya. Sujeta mis manos sobre mi cabeza, empujando mi cuerpo contra la madera de la puerta. Me abandono a sus besos, dejándome llevar por el exuberante y carnal deseo.
En cuestión de un clic olvido lo molesta que estaba por el espectáculo cavernícola. Su lengua arremete la mía como un tsunami. Estoy tan sorprendida como excitada por este arrebato. El calor se adueña de mi cuerpo como la fiebre, la pasión hace que mi piel se erice y mis pezones se endurezcan contra su pecho.
Suelta mis labios bruscamente. Lo miro fijamente a los ojos, enloquecidos por la cólera. Estar bajo su penetrante mirada es algo intenso, arrasador, y yo estaba durmiendo hace solo tres minutos.
—Dominic, ¿qué...?
—Silencio.
—Mira, imbécil, tú... —Mi voz se apaga al ver la navaja que se saca del bolsillo trasero. No pretenderá matarme a estas alturas ¿no?
Mi quijada se descoloca mientras desliza la navaja por el escote de mi vestido, cortándolo a la mitad. Estoy en un estado de estupefacción tan paralizante que ni siquiera soy capaz de reclamarle.
El deseo hace mella en él cuando observa mis apretujados pechos en el sujetador negro de encaje. Los colores me suben al recordar que por estar apresurada, como siempre, me coloqué unas bragas grises de algodón. Y cuando el vestido cae a mis pies, esboza una ladeada sonrisa.
—Encantador.
—Me arruinaste el vestido.
—No será lo único.
Deja libre mis muñecas solo para apartar el pedazo inservible de tela. Admira durante un par de segundos mi cuerpo, hasta que vuelve a acercar la navaja.
Mi corazón se acelera cuando la punta roza mi hombro, pasa por debajo del tirante del sujetador y lo rompe. Hace lo mismo con el otro.
— ¿Crees que la ropa me la regalan?
—Te compraré otro.
—No se trata de que me...
Dominic apresa mi boca con posesiva vehemencia, su manera de callarme la boca cuando le viene en gana.
Meto las manos por debajo de su camisa abotonada, desesperada por sentirlo más a fondo. Acaricio sus formados pectorales y aruño su piel.
El desenfreno de sus besos me hace gemir de auténtica pasión, quita de mi cuerpo las prendas restantes y me levanta, indicándome en silencio que le rodee con las piernas.
—Mira lo que traje para ti. —Sigo su mirada y mi corazón se detiene una milésima de segundo al ver el par de esposas colgando del cabezal de la cama. Cada aro está unido por una cadena de metal—. Te has ganado un castigo, cielo.
Me desliza en la cama, abriendo mis piernas. Se coloca entre ellas y estira sus brazos para encerrar mis dos muñecas con las esposas esponjosas. La impresión del momento me paraliza como suele suceder cuando Ethan me ata a la camilla. Debo respirar profundamente varias veces para controlar mis latidos descontrolados y poder hablar.
—Dominic, creo que no quiero...
Parece dispuesto a ignorarme mientras la palma de su mano recorre mi garganta con posesión, entonces se detiene en mi pecho.
— ¿Por qué estás tan nerviosa? —Me coge de la barbilla—. ¿De verdad no quieres esto?
Me mira a los ojos, intenso, y me estremezco cuando abarca todo mi sexo con la palma de su mano.
—Sí quiero —susurro, consumida por él—. Pero quítame las esposas. No..., no estoy cómoda con ellas.
—Está bien. Lo haremos sin ellas.
El alivio recorre mi cuerpo tras ser liberada. En silencio le agradezco porque respetó mi decisión, no dudó en soltarme al notar que de verdad no lo quería. Un acto humano básico que se ha perdido.
—Agárrate a la cabecera —ordena despacio, deslizándose por mi cuerpo—. Manos allí y ojos en mí.
Sin apartar su fogosa mirada de la mía, entreabre los labios y deja caer un hilo de saliva que se desliza por todo mi sexo. Jadeo, sintiendo un cosquilleo en mi vientre. Extiende la humedad a lo largo de mis labios en una sutil y rápida caricia, luego introduce un dedo en mi abertura. Cierro de golpes los ojos, contrayendo los músculos alrededor de él.
—Te necesitaba tanto que no soporto el malestar. —Inclinándose sobre mí, apoya una mano en el colchón y acerca su boca a la mía—. Me volvía loco.
Me pasa la lengua por el labio inferior. Traza una línea de besos a lo largo de mi mandíbula, mordiendo mi mejilla, hasta llegar al lóbulo de mi oreja y tirar de él. Mi aliento entrecortado es cada vez más pesado.
—Te hubieras tirado a Audrey...
—No nombres a otra maldita persona mientras estamos juntos —sisea, hundiendo el dedo aún más—. Estás solo conmigo.
— ¿Con cuántas te acostaste estos días?
—Con nadie.
Mordisquea mi barbilla para luego descender hacia mi pecho. Se apodera de uno de mis pezones, lo rodea con la boca y succiona, aprieta mi carne posesivamente. Arqueo la espalda, avivada por el punzante dolor debido a la sensibilidad. Me lleno de frustración apretando la cabecera por el irrefrenable deseo de tocarlo.
Su tacto es mágico entre mis muslos, con caricias profundas y movimientos expertos. Introduce otro dedo y me arqueo aún más hacia arriba para recibir sus acometidas, extasiada y con ganas de más.
— ¿Por qué no te tiraste a otra?
—Cállate —demanda contra mi piel.
Me roba suspiros entrecortado con mi estómago tensado, mis pezones endurecidos, al compás de cada círculo que dibuja en mi clítoris con el pulgar y las embestidas de sus dedos.
Estoy locamente ahogada en placer por él, inundada de necesidad por él y solo él. Por cada sensación que provoca en mí, por cada beso.
—Siento ganas de orinar —jadeo en su boca y puedo sentir su sonrisa.
—Cielo, ¿vas a eyacular?
Mis muslos se estremecen, anunciando lo cerca que estoy del clímax. Estimula todos los puntos claves tan bien a tal punto que he perdido la cordura.
—No lo digas así, por Dios —me quejo, entre el placer y la incomodidad del término.
Es algo que solo he conseguido sola, hacerlo con otra persona sería mi primera vez y por alguna razón me siento cohibida por exponerme así. A Dominic.
—Déjate llevar. —Me coge la cara entre las manos, lamiéndome la boca hasta el fondo.
Dominic cambia de posición, abandona mi cuerpo para introducir su largo dedo corazón y el anular. Con la palma me frota el clítoris, rozando con las yemas mi punto G y esa es la gota que rebasa el vaso. Echo la cabeza hacia atrás en un grito de abandono erótico, relajo mi cuerpo y le hago caso. Me dejo llevar, haciendo que mi orgasmo sea tan poderoso como ninguno otro antes.
Con los ojos cubiertos por una capa de lágrimas, observo entre gemidos el líquido transparente que libera mi interior. Dominic mira ese hecho con igual o más fascinación que yo, y eso lo llena de renovada energía. Ataca mi cuerpo con presumida violencia y desenfreno sin salir completamente de mí. No deja siquiera que descanse del orgasmo cuando ya está formando el próximo, invadiendo en la zona húmeda entre mis muslos. Es tan sorpresivo sentir cómo mi cuerpo vuelve a explotar de éxtasis en tan poco tiempo, que las lágrimas se desbordan por mi rostro.
Bloquea mi grito con un beso rudo, cargado de lascivia. Lucho en vano con su arrebatada lengua, le muerdo el labio inferior y él responde con una mordida más fuerte.
—No cierres las piernas, Madison —masculla. Lame sus dedos con los restos de mi sabor—. Sabes tan delicioso que creo que probaré un poco más.
—Dominic... —exhalo un débil gemido—. Por favor.
Se abre paso entre mis muslos y coloca mis piernas sobre sus hombros. Anticipadamente, lloriqueo como niña pequeña por lo que hace conmigo.
Abre mis hinchados y sensibles labios con los dedos, pasándome la lengua por todo mi sexo, recoje cada fluido que emana de mí. Me aferro a la cabecera y cierro mis ojos humedecidos. El sonido morboso de su boca comiéndome solo sirve para ponerme peor. Me tortura con cada lamida, esta vez ejerce en mí lo suficiente para volverme loca, pero no para hacerme correr.
Clava los dedos en la carne de mis muslos, y tras una última penetración de su lengua, rompe el contacto, arrancándome un sollozo. Procuro ralentizar el latido de mi corazón. Espero ver una sonrisa petulante burlándose de mí, pero mis ojos nublados distinguen una expresión suave.
—Castigada.
— ¿Estás de puta broma? —inquiero, cabreada—. ¡Esto está muy jodido! ¡Termina!
—No hoy —concluye, bajándose de la cama. Me lanza una camiseta suya que atrapo en el aire—. Por cierto, te ves preciosa corriéndote.
— ¡Dominic! —exclamo indignada—. Yo no merezco ningún castigo solo por cumplir con mi trabajo. No puedo ceder a todos tus caprichos.
— ¡¿Caprichos?! —explota, mirándome desequilibrado—. Me entero de que te dispararon, no contestas las llamadas o mensajes...
—Por amor a Dios, ¿eres así de intenso con todas las mujeres que te tiras?
Suelta un resoplido de irritación y abre los brazos luciendo frustrado hasta las narices.
— ¿Cuál es el jodido afán de meter a otras mujeres cuando los únicos aquí somos tú y yo?
— ¿Mi afán? —repito incrédula—. No soy la única en tu vida, no esperes a que ignore eso.
— ¿Estás celosa?
Oh, oh. El tic en mi ojo me ataca y frunzo el ceño sin entender cómo llegamos a este punto. Me regaló dos orgasmos consecutivos maravillosos y me dejó morir en el tercero. Deberíamos seguir allí.
—No. Estoy molesta porque me castigaste.
—Solo admite que estás celosa. Todo el tiempo sacas a otras mujeres.
— ¡Pues allá tú! ¿Qué quieres? ¿Que me disculpe por trabajar?
—Ese sería un buen comienzo —afirma muy digno—. Tienes bastantes cosas por las que disculparte.
—Ah, ¿cómo cuáles? Aparte de tener una vida y no responder como robot.
—Lo que hiciste en San Diego y el balazo de ayer son suficientes —declara crítico.
—Realmente estás siendo...
Dominic levanta una ceja, las manos en su cadera, con la amenaza escrita en todo su rostro. Posee un aura peligrosa que intimida bastante cuando quiere.
—Termina la frase —me reta.
Puede que no le tenga miedo, pero no quiero arruinar nuestra reciente reconciliación si dejo que mis verdaderos pensamientos se escapen.
Tomo una profunda respiración antes de bajarme de la cama y acercarme a él con parsimonia. Dominic permanece inmóvil sin perder ningún detalle de mis movimientos. Sujeto su cintura para besar suavemente sus labios rígidos. Su primera reacción es alejarme, frunce el ceño y me mira como si me hubiera vuelto loca.
— ¿Qué haces?
—Me estoy disculpando, ¿contento?
Para reafirmar mis palabras, aparto sus manos de mis hombros y vuelvo a besarlo. Esta vez sí me corresponde pero mantiene su expresión defensiva.
—No estás diciendo una mierda, Madison, me estás besando.
—Pues así me disculpo yo. Si quieres que lo vocalice, jódete, entonces.
—Deja ese vocabulario tan vulgar. Te vas a cuidar más a ti misma a partir de ahora. No me importará encerrarte si no lo haces.
—Lo haré.
—Déjame ver eso. —Coge mi brazo herido, retira la bandita, entonces empieza a murmurar en árabe. Sacude la cabeza haciendo aspavientos—. Joder, Madison. Tienes un talento innato para hacerme cabrear.
—No puedo salir ilesa si mi trabajo es atrapar a estúpidos como tú.
Entorna sus ojos peligrosos en mi dirección.
— ¿Me estás diciendo estúpido?
Juego de manera inocente con el dobladillo de su camiseta y me encojo de hombros.
—Sí.
—Nadie se ha atrevido a decirme eso en la cara.
Aprieto los labios en busca de refrenar una sonrisita traviesa. Ya sé que nadie lo ha insultado en la cara como yo, y eso me divierte un montón. Se merece cada insulto, sé que estoy hablando por cientos de mujeres.
Me subo a la cama con un ligero toque de provocación en mis movimientos deliberados. Me acuesto frente a él jugando con mi cuerpo en pequeñas caricias y una mirada malévola atrapando la suya.
— ¿Qué harás al respecto?
—Te salva el privilegio de bonita —dice e ignora totalmente mi coqueteo. Observo con incredulidad cómo abre la puerta—. Traeré tus maletas.
— ¡Eh! ¿No crees que estamos en medio de algo? —Señalo mi cuerpo de arriba abajo—. Tú lo iniciaste, terminalo.
—Era un castigo, Madison. No hay final feliz.
Idiota, idiota, idiota.
Mil veces idiota.
Si piensa que saldrá victorioso de esta habitación, con esa cara satisfecha y las manos cubiertas de mi derrota, se equivoca más que nunca.
Esta la gano yo o no la gana nadie.
—Está bien.
Me saco la camiseta negra de un tirón volviendo a mostrar mi completa desnudez. Dominic se paraliza en el marco de la puerta y sus ojos casi se desbordan cuando deslizo mis dedos por mi aún sensible sexo, robándome un bajo gemido.
— ¿Qué cojones crees que haces?
—No depender de ningún estúpido para darme placer. ¿Puedes darme intimidad? O bueno, si te quitas la camisa sería un incentivo, no tengo problema con el voyeurismo.
Aprieta la mandíbula totalmente cabreado. Oh, mi Dios, se está enojando de verdad. Cierra la puerta de un golpe dando pasos amenazantes hacia mí, pero yo tengo valentía.
Más que valentía, un apetito sexual voraz.
Se ve tan ilegalmente guapo con esos ojos grises oscuros por la rabia y el deseo, con la tela de ropa marcando a la perfección cada músculo firme que besaría hasta el cansancio, y ese olor... Ese aroma masculino con rastros de coco que deja en el aire.
Todo el cuadro es un incentivo maravilloso. Juego con uno de mis senos en tanto mis dedos encuentran un ritmo perfecto en mi clítoris.
—Ahora sí te estás pasando de la puta raya.
—Seré buena y dejaré que te corras aquí —susurro pícara, con el índice en mi labio inferior.
—Ah. ¿Lo harás?
Su tono grave me hace estremecer y mi mano vacila entre mis muslos cuando se desabotona la camisa blanca.
Sí, sí, sí.
—Mmm. —Asiento, recibiendo su peso sobre mí, su pecho desnudo contra el mío. Casi gimo de tan solo deslizar mis manos por su cintura—. Yo también me volvía loca por ti.
Sé que estoy perdida cuando me toma de la garganta y besa mi boca con absoluta devoción. Me entrego sin reservas a él en cuerpo, alma y mente.
Entre cada beso, cada susurro sucio tan suyo, me pregunto si podría él olvidarme. A mí.
Porque si de algo estoy segura, es que él nunca saldrá de mi cabeza y nunca dejarán de atormentarme el sabor de sus besos y el tacto de sus caricias cuando esté con alguien más.
¿Cómo se olvida al primer hombre que de verdad te hizo sentir cuando creías ser incapaz de hacerlo?
De volver a sentir una presión en el pecho por segunda vez.
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