3. Peculiaridades
Hoy no hay máscaras entre nosotros, no en mí. La mujer rubia y de ojos azules que conoció en la fiesta no existe más, ahora soy yo mi largo pelo tan negro como el carbón y llameantes ojos oscuros, que destilan malicia y poder.
Lo sé porque a veces me miro en el espejo fijamente, preguntándome qué hice para merecer tanta belleza.
¿Qué hizo él para merecer su belleza? De origen árabe, Dominic desprende sexualidad por cada poro de su piel; imponencia, majestuosidad. Tal que con solo estar en su presencia, sientes que debes obedecer sus órdenes.
Dominic señala con el índice la única silla frente al escritorio. Mis guardias tiran de mí y me obligan a sentarme, aun con las manos esposadas. Les dirijo una mala mirada por sus bruscos movimientos.
—Fuera de aquí. —Mi voz es autoritaria, como de costumbre, pero ninguno de los dos me hace caso, para mi pesar. Solo obedecen al Jefe.
¿Con que así es?
Desvío la mirada a Callaghan, descubro una expresión un poco desconcertante. No sabría decir con exactitud si está cabreado o excitado por que me haya atrevido a desafiar su autoridad sin siquiera conocerlo.
Durante un par de segundos, nos retamos con la mirada. Sé qué intenta, quiere seducirme con esos pozos grises, su marcada mandíbula y esos labios, ni muy finos ni muy gruesos, son perfectos.
¿Por qué estoy detallando esa particular zona de su anatomía?
No se lo permito, no le permito que me seduzca. Y funciona, porque él es el primero en apartar la mirada. Sonrío.
Desde que pude manipular a mi papá, supe que podía manipular a cualquier hombre.
—Fuera —alza la voz, ronca y sensual—. Ahora me encargo yo.
—Un momento, quiero mi móvil y mi pistola.
—Madison, esto es un secuestro.
—No lo es si yo estoy de acuerdo —le respondo con chulería.
Una sonrisa baila en su grisácea mirada. A este punto, ya no sé si lo que él siente por mí es atracción o simplemente es un psicópata que se obsesionó conmigo. Sus actitudes no son nada normales.
Con una mirada les ordena salir y nos dejan completamente solos. Baja los pies de la mesa, se pone erguido y adopta la típica posición de un CEO que tiene el mundo a sus pies.
—De haber sabido que elegirías el botón equivocado, habría aplicado otro juego contigo.
— ¿Te han dicho lo gilipollas e irritante que eres?
Me sonríe.
—Normalmente esas personas no viven para contarlo.
—Vas a pagar caro el haber matado a un agente de la DEA.
—Yo no apreté el botón, Madison.
¡Es imposible! Llevo menos de cinco minutos conociéndolo y ya lo quiero estrangular por hacerme perder la paciencia tan fácil.
Pongo mis esposadas manos en el escritorio y me inclino en él. Dominic levanta las cejas, me mira fijamente, se adentra en mí y el contacto visual es tan intenso que casi puedo sentir los latidos de su corazón, como si fuera el mío.
—Ya hiciste lo que querías, ¿por qué me traes? ¿Qué quieres de mí? Y desde ya te voy diciendo que eso de enviarme flores y cartitas me importa un rábano. Te lo puedes meter todo por el culo.
—Por Alá, mujer, cuida esa boca —exige. Se pone de pie, lleva una mano a su espalda y saca una pistola, la deja suavemente en el escritorio y se aleja mueble-bar—. De ti quiero muchas cosas.
—Ah, ¿sí?
—Así es. Te he hecho un favor, ya luego me lo agradecerás. Si te he traído, es para conocerte mejor... ¿Sabes, Madison? No he dejado de pensar en ti desde que te conocí.
Presiono firmemente el cañón de la pistola en su nuca, quito el seguro. Dominic no reacciona sorprendido o nervioso, sirve whisky en un vaso de cristal y bebe de él. Él sabía que yo agarraría la pistola, por eso la dejó.
¿Por qué?
—Me parece curioso, hace más de tres semanas que empezaste a marcar mi nombre en cadáveres. ¿Cómo me conociste?
—Te vi en las noticias —murmura, sirviéndose más alcohol —. Estabas saliendo de una granja y llevabas a José Luis Rodríguez esposado. Joder, creo que no eras consciente de lo hermosa que te veías, con tu pelo bailando por el viento y ese uniforme tan pegadito.
Presiono más el arma contra su nuca. Me ha hecho sonrojar, eso es nuevo, y me molesta.
—Eres un espécimen muy peculiar, Dominic Callaghan.
Aún sin estar tocando su cuerpo, a través del arma puedo sentir cómo cada músculo de esos dos metros de altura se tensan tras mis palabras. Repaso la oración, pero no encuentro nada extraño en ella que justifique su reacción.
Tres segundos después, se recompone.
—Dispárame, para eso te dejé la pistola.
— ¿Quieres que te dispare?
Lo veo sonreír con el borde del vaso en los labios.
— ¿Lo quieres tú?
—Muy chistosito.
Mi distracción por bajar la guardia me cuesta mi posición, él se aprovecha. Agarra mis manos, me arrebata la pistola y termino en un golpe seco chocando contra su duro pecho. Así de rápido, Dominic me tiene espaldas, con el cañón de la pistola ahora en un costado de mi cabeza.
No sé si ya se me quemaron los cables o si su delicioso aroma me drogó, porque esta nueva posición me hace sonreír de puro placer.
—Nadie ha estado tan cerca de matarme —me susurra al oído, bajando la pistola por mi cuello a mi pecho. La desliza entre mis pechos y pierdo la respiración —. Has sido una mala santa, pequeña diablura, ¿cuál te domina?
—Depende de cómo me trates —exhalo, cerrando los ojos.
—Y ¿con cuál Madison estoy hablando justo ahora? —El cañón acaricia superficialmente mi vientre al igual que su nariz mi cuello—. ¿La mala o la santa?
Abro los ojos, sumida en la ensoñación orgásmica que él me ha metido. Esta vez soy yo quien aprovecha el momento, igual de rápido que él, le quito la pistola y la presiono contra su abdomen, ya que las esposas no me dan mucha movilidad.
—La mala.
No pensé muy bien las cosas, actué por instinto, y ahora he terminado a poca distancia de su rostro. Creo que puedo frenar mis deseos, mis burdos pensamientos, pero entonces él me mira con esos ojos grises y todo se nubla, se desvanece.
Soy alta, comparto una estatura casi exacta a la de él, aún así, respiramos el mismo aliento. Un movimiento en falso y nuestras bocas podrían terminar chocando. Lo cual por alguna oscura razón me atrae.
Empiezo a preguntarme cómo besará, a qué sabrán sus labios, si podría hacerme perder la cabeza, iniciar un incendio dentro de mí o solo chispas con un beso.
—Maldita sea, Madison.
Está igual de ansioso que yo, me anhela, me desea, como cualquier otro hombre, y eso me llena de vida.
—Vas a desgastar mi nombre.
—Es un precioso nombre, me encanta decirlo, pero me gustaría desgastar tus labios.
—Eso es lo que todos quieren, y que ninguno obtiene.
—Nada impedirá que un día me apodere de tu boca, y desde ese día será solo mía, no lo olvides
—Quiero una cama y televisión por cable, si me vas a secuestrar para conocerme, al menos haz que valga la pena. —Sigo evitando eso del apoderamiento de bocas.
— ¿También quieres un mayordomo? —Su pregunta carece de diversión.
—Si serás tú, por supuesto que sí.
Y sonríe.
Lo he dicho en serio, pero tal parece que se lo ha cogido a chiste. Me quita la pistola, la guarda y como si me llevara a una celda en la prisión, me saca del despacho.
En la madrugada me escapo, esta hermosa dama que está acá se pira.
Lo lleva claro si cree que jugaré a la casita por unos días mientras tengo un trabajo que atender.
Mientras me guía por un pasillo, me cruzo con un montón de hombres armados y otros cargando paquetes de drogas. Pienso en la ironía de la situación.
Él es un espécimen peculiar y este es un secuestro peculiar.
***
Me encerró. En una habitación sin ventanas ni ningún mínimo hueco por donde escapar, obviamente. Al menos, tengo una cama y televisión por cable.
Una menuda mujer de la tercera edad, pelo blanco y adorable rostro, me ha traído una pequeña valija con ropa —que es de las pijas— y productos de higiene personal. Se llama Keith y dice ser la «nana» de Callaghan. No sé cómo una persona tan dulce puede aguantar algo tan amargo.
Por la tarde me resigno a ver un programa de televisión sobre pastelería, un gran error porque el estómago me exige una buena porción de tarta.
—Madison Isabel.
—Ay, no.
Dominic hace digna aparición desde que me encerró, hoy con una pulcra camisa blanca y pantalón negro de vestir. Vamos, como para mojar pan.
Su cara de mala leche me transmite que no ha pasado un buen día. Pues ya somos dos.
—Si no has venido a traerme la cena, ya te puedes ir yendo.
Él se mira las manos vacías. Me mira.
—Vengo a torturarte, eso es lo que suelo hacer en un secuestro.
—A ver, guapito, ya te dije que si yo estoy de acuerdo, no es un secuestro —espeto gesticulando con las manos—. Así que no habrán torturas ni nada de esas cosas, tú solo dime hasta cuándo me tendrás aquí y yo esperaré.
Esconde las manos en los bolsillos del pantalón, se apoya en la puerta y cruza un pie sobre el otro, mirándome con interés y fascinación. Debo admitir que logra intimidarme un poco, me siento en la cama con mi espalda recta y mi actitud de un digno miembro de la realeza.
—Mira, Callaghan, no sé qué es lo que...
—Eres hermosísima —suelta de sopetón. Cierro la boca de golpe—. De seguro te lo han dicho muchas veces, ¿verdad?
—Estás en lo correcto —digo, orgullosa.
—Me gustas. Y no me voy a cansar hasta conseguir que seas mía.
— ¿Tienes alguna prueba empírica de eso?
Eso le sorprende, entorna los ojos y la comisura de su labio se alza levemente. Ha de estar pensando en lo afortunado que es, en que yo esté siguiéndolo el flirteo. Lo que no sabe es que lo hago por diversión, y porque de una forma extraña, jugar con los hombres me genera cierto placer desde que era niña.
—Yo no la llamaría «empírica».
Recorre mi cuerpo con una mirada ardiente, tardando más en mis pechos hasta descender a mis piernas al descubierto.
—Me estás imaginando desnuda ¿verdad?
—Muy desnuda, Madison, también otras cosas que no puedo decir —admite, su mirada oscurecida—. Vístete, te voy a sacar.
He sido secuestrada varias veces en mi vida, y esta es la primera vez que mi secuestrador dice que me llevará a pasear. Si saca un documento donde diga que, oficialmente, me ha comprado y soy de su propiedad, no me sorprendería.
— ¿Para qué? Si así estoy bien —le digo, mirando mi blusa blanca.
—Estás en bragas —objeta, serio.
—Claro que no, son unos pantalones cortos.
—Pues le falta mucha tela porque parecen bragas y así no me vas a salir.
¡No me lo puedo creer!
Me río. Debe estar tomándome el pelo, el muy pillo. Me bajo de la cama y me dirijo a la puerta, hacia él, pero no se mueve. Cruza los brazos sobre el pecho y me mira muy serio. Ah, vale, no era una broma.
— ¿Me querías conocer? Pues vale, a mí nadie viene a decirme qué debo o no ponerme —le digo, ofendida.
—No te has enterado de nada, Madison Isabel —sacude la cabeza.
—Pruébame.
Me puse unos vaqueros.
Conste que me cambié porque quería salir de ese encierro, respirar aire, no porque él se las diera de chulito como si yo fuese mujer suya para andar mandándome. Eso sí que no.
Un Porsche descapotable nos espera en la puerta, un pelirrojo muy mono le lanza las llaves y me guiña el ojo, masticando chicle, al pasar por mi lado. Dominic gruñe y tira de mí al bonito coche.
Antes de dejarme entrar, me pone espaldas a él. Protesto pero me manda a callar, pasa una mano por mi pelo. ¿Me está peinando? Su otra mano entra en mi campo de visión, tiene una venda envuelta en ella. Abre los dedos y la tela cae, la desliza por mis ojos atando los extremos en mi nuca.
—No puedes saber cómo llegar a esta casa —me explica.
Con su ayuda entro al coche, minutos después siento el viento chocando contra mi rostro y el típico ruido de una ciudad despierta.
— ¿Me llevas a la muerte?
—Si así le quieres llamar a un yate, entonces sí.
Echo memoria al modelo de auto en el que tengo el culo, cada especificación exacta, y a base de mis recuerdos, estiro el brazo en dirección al equipo de sonido. A ciegas voy tanteando, cuando de repente una mano de largos dedos se envuelve en mi muñeca. Guía mi mano hasta un punto exacto, no sin antes esparcir una suave caricia en mis nudillos.
Me trago una extraña sensación de picor en la garganta y compruebo que puedo manejar el sonido que llena el interior del coche
— ¿Es que no tienes otra cosa que no sea Hip Hop de los noventa? —me quejo—. No es que no me guste, porque sí, pero joder.
—Tienes un aura de que solo oyes Britney Spears, las Spice Girls, y sus contemporáneas.
Me quedo muda por un par de segundos.
—Tú qué vas a saber...
Alcanzo a oír el atisbo de una risa ronca. Su mano se atraviesa en la mía para manipular la pantalla. Como una buena niña, espero que seleccione algo que sea de mi gusto.
—Veamos si Spotify tiene lo que buscas —murmura con un resto de diversión.
Las potentes bocinas comienzan a reproducir las primeras notas de la canción y yo tengo que hacer un esfuerzo por no moverme al compás.
Lo ha hecho a posta, si me quito la venda sé qué veré a un hombre satisfecho y divertido de mi gusto musical. Sabe que tiene la razón y me da coraje dársela, pero apenas el coro suena por segunda vez ya no puedo soportar más estar tan tiesa como si tuviera un palo en el culo.
—No, I don't want no scrub, a scrub is a guy that can't get no love from me —canto con pasión—. Hangin' out the passenger side of his best friend's ride, trying to holla at me.
No sé si de verdad pasa o son ideas mías, pero creo oír su risa. No una burlona, una de esas risas que se te escapan cuando algo te gusta mucho y es inevitable reírte.
Al tener de regreso mi vista, lo que observo frente a mis ojos me deslumbra. Dominic me ha ayudado a caminar a ciegas hasta el puerto, ha desatado la venda y aunque solo veo una pequeña parte exterior, el yate me encanta. «La pequeña S», está escrito en una cursiva letra plateada al costado.
Es de noche, las suaves ondas del agua reflejan en ella las estrellas que iluminan el cielo y crean un relajante sonido pacificador.
— ¿Me has traído porque hemos llegado a la parte en la cual el secuestrador viola a la secuestrada? —Levanto las cejas, volteando hacia él.
Dominic suspira profundamente, mira al cielo por unos segundos y regresa la mirada a la mía.
—Si tanto insistes, terminaré haciéndote cosas de un verdadero secuestrador —gruñe—. Ahora sube al maldito yate.
Madre mía, a este hombre se la va la olla muy fácil. ¿Y qué es eso de decir tantos tacos? Yo terminaré hablando como albañil gracias a él si sigue así.
De cierta manera, me ofende que me hable así de bruto, y por ende me enojo. Le dirijo una ácida mirada, con chulería, subo al yate. Él me sigue y guía escaleras abajo, donde se extiende una bonita sala de estar con una pequeña cocina al fondo. Nuestras pisadas resuenan en el piso de madera barnizada.
Sin permiso del dueño, me siento en el sofá en L, extiendo los brazos en el respaldar y cruzo las piernas.
—Entonces, ¿qué hacemos aquí, señor? —Utilizo el mismo tono seductor que fingí siendo Christine.
Estoy jugando sucio.
Dominic levanta una ceja con escepticismo, se desabrocha el botón de la chaqueta y la desliza por sus hombros. No me pierdo ningún detalle de sus músculos flexionándose, visibles a mis ojos gracias a la camisa blanca ajustada de Hugo Boss.
Está jugando sucio.
—Vamos a conocernos mientras cenamos el Kibbe que nos han dejado preparado en el horno.
— ¿Qué es Kibbe?
—Son parecidos a unas bolitas de carne extra molida con trigo —me explica desde la cocina, se inclinada al abrir el horno y no sé por qué mis ojos caen a su culo —. Están rellenos de carne molida, piñones, cebolla, nueces y condimentos.
—Ah... —Sacudo la cabeza cuando se voltea con una bandeja en las manos. No escuché nada de lo que dijo por mirarle el culo pero sea lo que sea, me gustará, soy muy fácil con la comida.
—Es un platillo árabe, lo comía mucho antes.
— ¿Naciste en la capital de los Emiratos Árabes? —Es una buena oportunidad para saberlo.
—Sí, Madison —murmura, sin mirarme, sirviendo la comida en unos platos —. Cuando tenía tres años vinimos a Estados Unidos, pero seguíamos viajando a los Emiratos muy seguido. Aprendí a manejar fácilmente el árabe y el inglés, mi padrino era ruso, por lo cual también crecí aprendiendo el ruso.
—Vaya.
Entonces, parece que estamos sosteniendo una conversación amena y civilizada; él se encarga de acomodar los platos en la pequeña mesa de comedor, estamos solos... ¿Será normal que esto parezca una primera cita? Esto es increíble. No sé por qué no he hecho algún movimiento para huir, cuando tengo la salida fácil. Sin embargo, me comporto.
Y eso ya es mucho.
Nos sentamos en la mesa a degustar el Kibbe, me encanta apenas doy el primer mordisco. Soy fan de la comida occidental y muy condimentada, el Kibbe acaba de convertirse en uno de mis platillos favoritos.
—Dime algo en árabe —le pido como estúpida, mientras bebo un sorbo de vino.
—Ya mashratil llaiali, winta fbalii wa khaiali. —Me mira, con un brillo particular en la mirada. Su ronca voz hablando el árabe altera mis terminaciones nerviosas, pero lo ignoro.
—Ya. Ahora, ¿qué has dicho?
—Dije que la comida está muy buena.
Frunzo el ceño, lo miro fijamente, buscando un atisbo de gracia, algo que me indique que está mintiendo. Porque ha sonado como una garrafal mentirijilla, puede que me haya dicho el peor insulto y yo nunca lo sabré.
Él no se deja intimidar por mí, come los últimos restos de la comida en su plato sin apartar su mirada de la mía, muy seguro de sí mismo.
—He sido secuestrada cuatro veces desde que inicié en el FBI, y ninguno de mis secuestradores me llevó a cenar en un yate.
Dominic deja el tenedor y el cuchillo sobre el plato de manera elegante, igual que su forma de comer, y suspira mirando el techo, como hizo antes de subir al yate.
—Si vuelves a decir otra mierda igual, seré el peor secuestrador que tendrás en tu vida.
—Eres un narcotraficante muy peculiar, ¿por qué haces esto conmigo? Dime ya qué quieres de mí —le digo, limpiando con delicadeza mis labios con la servilleta.
—Quiero saber qué tengo que hacer para que me dejes besarte —confiesa, inclinándose en la mesa. Por instinto, pego la espalda a la silla —. Besarte y muchas cosas más. Jamás había aplazado algún envío de cargamento, hasta hoy. Esta cena me ha costado más de cien mil dólares.
—Besarme cuesta muchísimo más de cien mil dólares, y eso es algo que tú ni con todo el dinero del mundo podrás conseguir —finalizo, deslizando el tenedor en mis dientes con el último pedazo de Kebbe, haciéndolo con toda la sensualidad que puedo.
Él no pierde detalle de ningún movimiento.
—Eso es lo que piensas ahora, pequeña diablura, después suplicarás que te bese.
Me echo a reír sutilmente.
—Mi primer novio tardó cinco meses en conseguir mi primer beso, los demás después él no me han besado, yo los he besado. Y soy muy exigente.
—De eso no me queda duda, Madison —concuerda conmigo, con una pequeña sonrisa. Yo sigo en lo mismo.
—Y no me gusta mezclar el trabajo con el placer, lo llevas mal si crees que soy de esas que se lanza a montárselo con un narcotraficante.
—Si no mezclas el trabajo con el placer —dice, despacio —, ¿por qué sales con un agente del FBI?
Ladeo la cabeza y sonrío. Me ha jodido, pero la DEA y el FBI son diferentes, a pesar de compartir jurisdicción interna. Dominic me devuelve una sonrisa más descarada que la mía, y desliza el dedo por el borde de la copa.
—Porque a él no lo tengo que arrestar.
—Gracias, entonces, por dejarme en claro que si no tuvieras que arrestarme, ya estarías debajo de mí.
Capullo.
Me encojo de hombros, sintiendo cómo el aire que nos rodea de repente es cálido. No soy estúpida, y muchísimo menos una monja, la tensión sexual cada vez es más palpable, más obvia y fuerte. Por primera vez en mi vida, tengo ganas de agarrar a un hombre de la mano y tirarlo sobre una cama para que se adueñe de mi cuerpo por una noche.
Ni siquiera me pasa con Ryan, que en realidad, no es mi novio en estos momentos. Lo dejamos por el pequeño problema de la distancia y, cuando nos vemos, puede que de por medio hayan encuentros sexuales. Es una nimiedad. Son cosas de amigos que casualmente también son ex.
Callaghan se comporta como el caballero que no es y mantiene distancia de mí, la última copa de vino la bebemos en el exterior, a la luz de la luna y las estrellas. Incluso sostenemos una educada, pero muy interesante, charla sobre la política. Intercambiamos opiniones, discutimos nuestras preferencias, por un momento olvido quién es él.
El hombre es lo que una mujer desea: atractivo, inteligente, galán, y, huele extremadamente rico. Que sea guapo me descoloca, pero que tenga una contestación a cualquier tema que surja, es como un «boom». Puedo preguntarle qué piensa sobre los alienígenas y la vida exterior, y él me da una respuesta concisa. También puedo escoger el tema sobre la religión y él se desenvuelve fácilmente.
Acabo de confirmar que la inteligencia en un hombre vale muchísimo más que una cara bonita o buenos músculos.
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