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29. Memorias

Tomo una profunda respiración. Bloqueo el constante ruido que proviene del exterior de la oficina, aturdiéndome. Me concentro en la mirada severa de Lockwood, sentado detrás de su mesa. Pongo mis manos sobre la tableta que reúne toda la información de los Jones que hace pocos minutos acabo de revelar.

—Realmente debo viajar a California. Esto no puede ser una simple coincidencia. Los Jones han estado detrás de mí para «lastimar» a Callaghan, quien puede ser familiar de Hasan, el hombre que Arthur Jones mató. Es la raíz, el punto en común.

—Eso es especulación —rectifica y yo siento la rabia fluir de mí—. ¿Tiene alguna prueba que relacione a ese hombre con Callaghan? ¿Algo que valga la pena meternos con la jurisdicción del FBI por quinta vez en el mes?

—No, pero si voy a...

—Sin prueba, no hay delito.

—Déjeme viajar —insisto con más firmeza—. ¿Le parece coincidencia que los Jones vivieran en la misma urbanización donde vivía yo?

—Huele feo, pero el mundo es un pañuelo.

—Todo se conecta cada vez más, necesito averiguar qué sucedió hace dieciséis años.

Richard Lockwood resopla con evidente cansancio. Se frota los ojos y la panza sobresaliente. Es increíble la calidad de la tela de ese traje para soportar las magnitudes de mi jefe y no hacer estallar los botones.

—Supe que lidiar contigo sería como tener un grano en el culo cuando cruzaste estas puertas el primer día —farfulla irritado—. Trae el permiso para firmarlo, pero te lo advierto: tres días máximo, sin revolver el caso del árabe. Con lo de Narak, no estamos en los mejores días para tener problemas con el FBI.

No le respondo, cojo la tableta y me piro de la oficina a todo dar. Regreso en menos de cinco minutos con el papel correspondiente. Lockwood luce muy disgustado con la decisión pero firma el permiso de viaje por efecto laboral.

Para conocer las verdaderas intenciones de los Jones, el trasfondo de lo que parece una venganza hacia Dominic, primero tengo que destapar la historia completa. De principio a fin.

Me tomó dos días organizar mi unidad. Realicé mi primera tarea de selección de víctimas para Jung-su en un parque poco concurrido de la ciudad, siempre con las órdenes de Lilian Jenkins a través de un auricular, mientras ella y el resto del equipo estaban esparcidos por el sitio, ocultos.

Por otro lado, me abstuve de dormir para asistir al comandante Quentin y el plan de búsqueda y ataque hacia Simón Beltrán. El equipo en Colombia hizo un trabajo excelente dentro del cártel. Es solo cuestión de días para poder atrapar a ese malnacido. Lo tengo cogido de las pelotas y aún no lo sabe.

Envié mis órdenes y últimos planes de misión al equipo de apoyo en Colombia, los encargados de plantar la información en los lugares secretos donde los infiltrados en el cártel podrán encontrarlo sin levantar sospechas. La reunión con los altos mandos de Colombia está cerca, el proceso legal y diplomático que incluye los trámites de extradición al cual yo también asistiré. La destrucción interna del cártel debe llegar a su clímax.

Las horas de vuelo a California es el único tiempo libre que consigo para descansar, desde la última vez que toqué la cama hace dos días. He estado despierta a base de café, bebidas energéticas y pastillas especiales. La forma ideal para cumplir cada objetivo de mi trabajo.

Por esa razón, creo estar a punto de estallar de furia al despertarme a mitad de vuelo gracias a la constante vibración de mi teléfono. Estoy dispuesta a apagarlo, pero son tantas notificaciones que cedo a revisarlo, solo para encontrar un tweet que resume la catastrófica explosión de mensajes.

Incrédula, ingreso al link de la página web y leo la noticia completa, veo las imágenes filtradas. Estoy en discotecas, días diferentes, algunas son inocentes, en otras beso a Jessica y a otra mujer de cabellera castaña. Por supuesto, la imagen donde está Jessica está tomada desde el ángulo perfecto para que no se le reconozca. La cara de la otra mujer sí es visible, pero siempre voy tan a tope de alcohol que es imposible para mí saber quién es.

En otras imágenes se ve mi silueta con la mano cerca de mi boca, el objeto alargado entre mis labios, siendo bastante notable que estoy fumando algo, pero en ninguna fotografía la iluminación es lo suficiente buena para asegurar que es un porro de marihuana. Pocas veces me he arriesgado a hacerlo en público, la mayoría en los baños con Jessica, las veces que sucedió fuera de los baños fue gracias a ella. Tan astuta, mi querida amiga, quería asegurarse de capturar pruebas de aquello también.

Reconocí una de esas fotografías fumando, la decoración de halloween y la sombra en la pared de las alas de mi disfraz de hada. Comprender el mensaje es otro pequeño puñal en mi espalda. Hace un año, Jessica estuvo planeando todo desde hace más de un año.

No ha ido a la yugular, a Dominic, quiere alargar el juego, destruir hasta los cimientos. Convertir su traición, mi dolor por su abuso sexual, en un circo mediático.

Jessica puede dar el primer paso porque yo daré el último.

M. I. Donovan: Haz público el artículo 3.

Jenny Washington Post: Entendido.

Camino en silencio entre la fila de asientos, sujetando mi estómago. Me encierro en el baño, recojo mi cabello notando el mareo que nubla mi vista, me mantengo a una distancia prudente del inodoro y libero la ansiedad canalizada por mi estómago en un vómito.

Me duermo el poco tiempo restante de vuelo, y mi teléfono casi estalla de notificaciones cuando lo vuelvo a prender. En mi llegada al hotel, la primera llamada que acepto es de Richard Lockwood.

—Te dejo libre un día, uno solo, y lo revuelves todo. ¡Santo Cristo!

—Ya lo vi. Es falso.

—A ver, agente Donovan, ¿cuál parte? —espeta desesperado—. ¿Usted fumando hierba o usted besándose a las mujeres? ¿Tiene idea de lo grave que esto es para la agencia? Hemos negado todo de inmediato.

—Es falso —miento, entrando a mi habitación de hotel—. Ha sido obra de Jessica Rosenblum. Quiere manchar mi imagen.

— ¡¿Jessica qué?! ¿Quién diablos es Jessica?

—Solía ser mi amiga, es abogada del mismo bufete que trabaja con nosotros. Ha hecho trabajos para la DEA.

—Y esto... Lo que... La prensa... ¡Demonios, agente Donovan! —Suena exasperado.

—Presentí que lo haría, señor. En mis archivos está todo lo necesario para publicar una nota que desviará la atención, si lo necesitan.

—Jonathan está en eso. ¿Qué tan importante es tu noticia?

—Pruebas que incriminan a un senador en el tráfico de drogas de México en Arizona, es socio del cártel Arkan. Son pruebas contundentes.

El jefe Lockwood permanece en silencio varios segundos, luego lo oigo susurrar con otra voz masculina. Este es un método habitual dentro de las agencias: cortinas de humo. Siempre existe un respaldo con la información necesaria para ser utilizada cuando se requiera. Solo un grupo miembros seleccionados pueden hacerlo, saber escoger qué información resguardar y cuál utilizar, en cada momento oportuno. Yo entré en él al demostrar mi capacidad estratégica dos años antes.

La identidad del senador y todos sus sucios secretos los descubrí hace un año aproximadamente, y lo guardé, consciente de que serviría en el futuro.

—Quizá... Sí, quizá eso nos sirva.

—El agente Adam Bright tiene acceso al archivo del senador Maxwell, él se lo entregará, señor. Yo tengo algo preparado por mi parte.

—Estoy de acuerdo. El resto de los directivos la quieren aquí lo más pronto posible, agente. Mañana regresa.

— ¿Qué? El permiso...

—Está en problemas, agente —recalca severo—. Aquí mañana. Y aclare de una vez por todas que no es lesbiana antes de que suceda algo peor, Jesús.

Me desplomo en la mullida cama, hundo mi cara entre las suaves almohadas y ahogo un grito de frustración. He hecho mi itinerario a la perfección, todo está tan bien ajustado que reducir mis días de tres a uno lo destruye todo.

Ni siquiera tengo tiempo para revolcarme en la miseria, me doy una rápida ducha caliente para salir lo antes posible del hotel. Escojo un vestido midi azul marino sin mangas, de cuello redondo con botones frontales y falda plisada, acompañado de zapatos de tacón alto en color azul oscuro con punta puntiaguda. Completo mi atuendo de manera que soy fiel a mi estilo elegante pero laboral.

Recibo en la puerta del hotel el coche que alquilé y emprendo mi camino a mi antiguo hogar, tocando mi pulsera de oro blanco en un intento de controlar mi ansiedad. Es la primera vez que la uso en años, las pequeñas lunas en ella fueron lo que tocaba para mantener los pies en la tierra, y no me equivoqué al presentir que la volvería a necesitar.

Lo que no sé con exactitud es si se debe a la fotografía con Jessica o el viaje.

La urbanización Bright Sun está ubicada en la mejor zona de San Diego, cercada por muros altos en un estilo elegante antiguo, posee atracciones como dos pequeños parques, un gimnasio al aire libre, un spa, una heladería–cafetería junto a un pequeño supermercado, y una piscina enorme detrás del salón de eventos.

Los mejores beneficios para todos los propietarios. Algunos han financiado de manera activa dichos beneficios, como sé que Alexa otorgó el 30% del capital para el spa, del que aún recibe algunos ingresos. A pesar de que ese capital aportado salió de la cuenta bancaria de mi padre.

Veintiún casas tipo townhouse, habitadas por familias de clase alta que viven aquí desde que la urbanización se construyó. Dos años después de construida, papá compró una propiedad cuando Alexa quedó embarazada de mí. Nosotros fuimos la primera familia en abandonar la urbanización doce años después.

Pensar que los Jones vivían en el mismo espacio en el que yo crecí, al mismo tiempo, me revuelve el estómago. Las píldoras no están haciendo el mejor efecto hoy en doparme.

Estaciono el carro en la calle contraria de la entrada a la urbanización. Me acerco a la caseta de seguridad, tres hombres uniformados charlan entre ellos mientras otro se encarga de abrir el portón eléctrico para una lujosa camioneta que llega. A través de la vitrina, el uniformado más joven se inclina cuando me ve cerca.

—Hola, hola, dama. ¿En qué te puedo ayudar?

Le dirijo una fría mirada.

—Necesito entrar.

El joven de seguridad, que no debe sobrepasar los veinte años, asiente. Activa el computador y extiende la mano por el espacio descubierto de la vitrina.

—Identificación y dime de qué casa eres visitante.

Coloco mi placa de la DEA en su palma. Él observa sorprendido el objeto. Todo su cuerpo relajado se convierte en un templo rígido. La seriedad cubre su rostro al llamar la atención de sus compañeros, el cervatillo más asustado del bosque. Me pregunto qué lo hará parecer tan culpable de..., algo. Y sabiendo eso, no aparto mi tensa vista de él, sería hermoso verlo llorar por la intimidación.

Dos caras más voltean hacia mí, atentas, y el señor que debe rondar los sesenta años exhala de golpe, sus ojos tan abiertos como si hubiera visto un fantasma. No entiendo su reacción mientras echa a un lado al joven inquieto que estaba al borde de confesar cualquier cosa.

— ¿Madison? —susurra, su voz temblando de emoción.

Frunzo el ceño. Es normal que sepa quién soy si trabaja aquí desde que yo aún vivía en la urbanización, yo debería recordarlo, pero no lo hago. También podría deberse a mi reciente exposición pública, pero él se encarga de aclararlo por mí.

—Sí, soy yo. Busco al...

—Muchachita, cuánto has crecido desde la última vez que te vi. —Una sonrisa entrañable aparece en su cara arrugada por la vejez—. Eras una pulguita con vestido y corona, siempre dando órdenes como si este fuera tu reino.

—Ah, sí... —Asiento, aunque no sepa de qué habla por más que lo intente—. ¿Está aquí el administrador de urbanización?

— ¿Steven? Oh, no. Él salió en la mañana con la coordinadora de calle, están empezando los preparativos de navidad.

Joder, es cierto. Tal vez no recuerde mucho, pero tengo el álbum de fotografías de mi niñez. En los meses de diciembre las calles de la urbanización se decoran completamente navideñas, por todas partes.

—Ya. Le pediré que me abra la puerta, me gustaría echar un vistazo dentro de la urbanización.

Reconozco algunas casas a medida que el señor de seguridad, que aún no conozco el nombre, me guía por las calles cubiertas de plantas y arbustos. Los diseños de las propiedades, en su inicio, fueron el mismo. Tanto el exterior como el interior era idéntico en las veintiún casas, algunos dueños lo rediseñaron a su propio gusto, como Alexa, otros lo dejaron tal cual.

—La familia Gray se mudó hace un año, la niña Aurora obtuvo un trabajo en Europa y sus padres se fueron con ella —me cuenta, señalando una casa en reformación—. Hace tres meses otra persona la compró y la están remodelando.

—Mmm.

Me estoy impacientando, y este señor no hace más que hablarme sobre la vida de personas que no recuerdo. Mi cabeza empieza a palpitar, una capa de sudor frío se forma en mi piel y mi sistema digestivo protesta cada vez más. Con cada palabra de este señor me siento a un paso de vomitar otra vez o desmayarme.

— ¿Has vuelto a hablar con la niña Aurora? —pregunta interesado.

—No.

— ¡Vaya! Con lo apegadas que eran, muy amigas. Es una lástima.

— ¿Sabe a qué hora regresa el administrador?

—Debería regresar pronto —dice distraído. De repente se detiene, sonríe y apunta emocionado una casa al otro lado de la calle—. Tu casa.

Paralizada, sigo la dirección de su dedo. Mi antigua casa está igual que en las fotografías, a excepción del jardín que Alexa tenía muy bien cuidado, ahora es puro césped junto con algunas palmeras. El townhouse es de tres pisos, tiene un estilo moderno con una combinación de texturas y materiales que incluyen concreto, vidrio, madera y piedra natural. La entrada principal tiene una puerta negra moderna, flanqueada por paneles de vidrio. El cielo está parcialmente nublado pero todavía ilumina brillantemente la casa.

El impulso de aparentar el lujo y la elegancia hace que la vivienda destaque entre las demás de esta calle, cosa que no me sorprende de mi querida madre.

Es la primera vez que veo la casa en persona. Antes habían sido solo fotografías o vídeos caseros, ya que mis padres nunca quisieron traerme y con el tiempo perdí el interés. Ahora, siento un revoltijo de emociones en mi pecho.

— ¿Quién vive allí?

—Nadie ha vivido allí desde que ustedes se fueron. Un comprador la adquirió hace catorce años, pero no la habita. A finales de mes viene un equipo de limpieza. A veces, una señora se queda algunos días, pero no es la dueña. Creo que la utiliza como depósito, pues varias veces vino un camión con muebles y ese tipo de cosas.

Eso es interesante, pero le resto importancia, mi cuerpo se ve atraído hacia la casa y yo le obedezco. La casa está unida a otra en el lado izquierdo, al igual que el resto. Es la misma secuencia: dos townhouse, luego un pequeño espacio verde con bancas, otras dos casas y sigue el patrón. Cada calle tiene cuatro viviendas, esta forma el último par de la calle D.

La casa 11B-D.

Con total atrevimiento, atravieso el porche hacia el patio. La rejilla cruje bajo mis manos temblorosas mientras la abro, al patio que guarda secretos olvidados. El señor de seguridad, con su mirada curiosa, sigue mis pasos como un testigo silencioso de mi regreso.

Un destello fugaz de emoción electrizante recorre mi columna vertebral al contemplar mi zona de juegos, inmutable en su esencia. Una sonrisa nostálgica se dibuja en mis labios al vislumbrar la caseta del perro.

Sprinkles, dice el pedazo de madera en forma de hueso que cuelga en la entrada de la caseta. Las letras desordenadas e infantiles, apenas visibles tras el paso del tiempo, evocan la imagen de mi leal compañero de cuatro patas: un cocker americano de pelaje marrón, cuyo amor incondicional me acompañó hasta los diecisiete años.

A medida que me acerco a la valla que separa nuestro patio del de la casa vecina, una marea desconocida de sentimientos me embarga. Un extraño déjà vu se apodera de mí, como si los ecos del pasado se agitaran en lo más profundo de mi ser.

Es una valla de tablas de madera oscura, de quizá un metro de alto, que se mantiene pulcra. Mis ojos se detienen en la sola mancha que estropea la pintura, una huella amarilla de mano diminuta deja su marca.

Algo se remueve dentro de mí, rozando la pintura con mis dedos. Sin saber por qué, me inclino sobre la valla. Mi corazón late con expectación, y la sorpresa es inmediata al ver otra mano infantil pintada del lado vecino de la valla, esta de color gris.

Una mezcla de emociones me envuelve mientras trato de entender la inexplicable conexión que siento con ese lugar y las manos pintadas. No hay manera de que ese borrón amarillo sea mío. Es el tono amarillo chillón que tanto aborrezco. ¿Resulta que a mi pequeña «yo» le gustaba?

Entre susurros de recuerdos olvidados, imágenes difusas se abren paso en mi mente. Veo destellos de risas compartidas, juegos en el patio y conversaciones íntimas con una figura borrosa pero querida.

— ¿Quién vivía aquí al lado? —pregunto, con un nerviosismo incomprensible.

El señor de apariencia hispana y barba abundante se sorprende.

— ¿No lo recuerdas? Vaya, supimos que estuviste en coma, pero no que... —Me mira aterrorizado—. ¿Por eso actúas como si no me conocieras?

—No te conozco —le confirmo, incómoda con la casa, él, y todo—. ¿Quién vivía allí?

—Unos rusos, se fueron hace muchos años, poco después de ti. Esa pintura en la valla la hiciste con la hija de esa pareja, Ammy. Yo pedí que no la ocultaran cuando vinieron a pintar, me sorprendió que aceptaran.

— ¿Y sus padres?

—Dorothea, su madre. El padre era Khan..., Khan, no recuerdo el apellido tan extraño. Dorothea sí era estadounidense. Familia Campbell.

— ¿Esta familia tuvo alguna relación con Arthur Jones?

— ¿Él? No, nunca, que yo recuerde. Poco estuvo en esta calle.

Suspiro viéndolo rascarse la barba, pensativo. No estoy entendiendo nada de lo que sucede conmigo, no vine para revivir recuerdos que deberían permanecer muertos. Si era amiguísima de Aurora o Ammy, eso no importa.

El administrador. Arthur Jones. Mi enfoque está en ellos.

Saco mi tableta electrónica de mi bolso y deslizo el lápiz en la pantalla táctil. Tendré que empezar a rellenar el formulario desde abajo por ahora.

—Como habrás visto, soy agente federal, y quiero hacer unas preguntas. ¿Conoces a Arthur Jones?

—Sí, claro.

— ¿Podrías describirlo? Físicamente, solo para asegurar.

—Bueno... —Se rasca la cabeza carente de pelo—. Estatura promedio, un poco bajo, ojos azules, nariz ancha...

Escucho los vagos detalles que el señor recuerda, todo concuerda con las imágenes obtenidas de Arthur Jones en el sistema. Procedo con algunas preguntas de rutina, siempre atenta a cada palabra, en busca de algo más. Recolecto cada detalle.

Presiento a la persona que entra al patio incluso antes de oír sus pisadas. La voz del señor muere conforme ve a la persona detrás de mí. Yo obtengo la esperanza de que sea el administrador.

—Vámonos, muñeca.

Me congelo al oír la voz mordaz detrás de mí. Estupefacta, doy media vuelta sabiendo que encontraré una cabellera rojiza y dos ojos verdes muy cabreados. Nunca había oído ese tono de voz peligroso de él.

— ¿Qué diablos haces aquí? —espeto entre furiosa y confundida—. ¿Te mandó a seguirme?

El señor de seguridad se acerca con cautela, sujetando el estuche en su cintura de su arma de oficio, actúa con precaución.

— ¿Lo conoces, Madison?

—Sí. Está bien. ¿Podría revisar si el administrador ya llegó? Es urgente.

—De acuerdo. —acepta, pero no luce conforme—. Grita si pasa algo.

Asiento solo para tranquilizarlo, porque sería capaz de romperle el cuello a este lacayo en menos de un minuto. Bill mueve un pie inquieto, no dice nada hasta que el señor se ha alejado lo suficiente.

—Está furioso, mejor vámonos.

— ¿Qué diablos? No iré a ningún lado. Estoy trabajando.

—Muñeca, tenemos a un jefe loco de rabia en Sicilia, es lo más conveniente para la seguridad de todos.

Guardo la tableta con movimientos bruscos. Dominic ha rozado la última línea del descaro y ha traspasado la de la locura. Se ha pasado esta vez. Ya se había pasado antes, pero esto se llevó la palma. Es inaudito que haga estas tonterías tan irracionales e inmaduras. Poco a poco la rabia va creciendo en mis venas. El fuego se aviva.

—Todo eso no me importa. Es más, ¿cómo pudiste entrar?

—Mi poder de convencimiento —presume, la arrogancia rebosante en su voz—. Tenemos que irnos antes de que me busquen por allanamiento.

—Vete, Bill. Ya.

Resopla exasperado. Se abre la chaqueta negra como si necesitara aire extra. Yo también necesito más oxígeno o acabaré haciendo una locura. Ambos estamos al borde de ese barranco, siendo enloquecidos por el mismo hombre.

—El jefe te quiere en Italia.

— ¿Que me quiere dónde? —Me rio jocosa—. Que se vaya la puta mierda. Díselo y déjame en paz.

Bill levanta las manos en señal de rendición. Su cara se debate entre el abatimiento y la frustración, aunque sus ojos reflejan el cansancio de esto. Tal vez sepa que esto es una idiotez, pero le sea imposible negarse a riesgo de ganarse un tiro entre las cejas.

—El trapo sucio es de ustedes, solo cumplo órdenes. Te iba a buscar hoy para viajar a Italia pero él se enteró que saliste de la ciudad. Ni siquiera pude terminar de desayunar por correr hasta aquí.

Me trago la conmoción. El segundo al mando de Dominic no es el indicado para exponer mis emociones; por dentro suelto un grito de guerra.

La mano invisible en mi cuello aprieta con más fuerza cada día más, las ataduras con las que decoró mi cuerpo las ajusta y tira de ellas tal como hizo aquel día, asfixiándome. Aquello fue la representación visual de sus emociones derramadas en mí.

Atraparme. Atarme. Asfixiarme. Secuestrarme.

— ¿Qué sabes de Arthur Jones?

Él se encoge de hombros con impaciencia.

—Nada.

Le estampo mi placa en las narices. Casi literalmente. Él reacciona saltando hacia atrás.

— ¡Habla!

— ¿Por qué yo tengo que pagar las consecuencias de las peleas entre ustedes dos? —Emite un gruñido en lo bajito—. Ven conmigo.

—Estoy trabajando. Si no colaborarás, lárgate.

Bill toma la mala decisión de atrapar mi cuerpo antes de escapar del patio y su notable acoso. Esquivo sus manos, bloqueo el movimiento y empujo su cuerpo aplicando fuerza en sus muñecas. Se le escapa un jadeo aturdido, dudo que esperara que le propinara tal empujón violento. Me voy antes de que se le ocurra otra mala jugada.

—Espera... Jesús, solo espera un momento...

Ignoro sus ruegos. Dominic puede lanzar su cuerpo al río si le parece acertado, no me importa que su vida dependa de si permito ser mangoneada o no, que descanse en paz. Hoy no voy a ceder a otro estúpido juego infantil.

—Si vienes conmigo te cuento todo lo que quieras saber —exclama con un matiz de desesperación. Me detengo de golpe—. Incluso, ¿quieres ver su antigua casa? Te llevo. Está en la calle B.

Observo sus rasgos inquietos. Es raro verlo sin un chicle en la boca, su piel está más pálida de lo normal, las bolsas negras bajo sus ojos son notables y una capa de sudor cubre su frente. Está en un estado en el que aumenta la probabilidad de mentir para conseguir su objetivo. Es peligroso confiar en una persona desesperada, al menos en un setenta por ciento. Sobre todo si su vida está comprometida.

— ¿Tú cómo sabes tanto sobre eso?

—Él me delegó a mí la tarea de investigarlo.

Atrapado.

Porque el subordinado favorito ha sido fielmente leal a su rey, jamás revelaría información así, ni siquiera por su vida. Y sé que dicha investigación nunca existió. Dominic sabía quién era Arthur Jones cuando se enteró de la golpiza que me dieron, cuando Siena fue asesinada, y fingió no saber nada. De la misma forma que sé que Bill ha sido encargado de engañarme con un falso testimonio solo para sacarme de aquí.

Él se da cuenta que lo he deducido todo con una sola mirada de derrota. Intenta replicar pero levanto la mano para que se calle.

—No iré a ningún lado contigo, y ni pienses en usar la fuerza porque esta vez te romperé el brazo. A ti o al ejército que me traigas. —Señalo la camioneta, sabiendo que hay otros hombres allí dentro—. Puedes decirle que me llame porque no ventilaré nuestros asuntos con su lameculo querido.

—Se lo diría, solo que... Tengo órdenes de llevarte a la fuerza si no aceptas. Adentro están tres más.

Ardiendo de furia, me aproximo a su cuerpo para que oiga con claridad mis palabras pronunciadas en un bajo tono de voz, repleto de de veneno.

— ¿Quieres oír una confesión, Bill? Estoy enferma de él, en el peor sentido de la palabra. —Él titubea, yo utilizo mi fuerza para girar su cuerpo hacia la camioneta, y en el proceso le arrebato el arma que ocultaba en la cintura—. Esto es enfermo.

— ¡Muchacha! —El grito proviene detrás de nosotros—. Steven ya está en su despacho, puedes venir.

La interrupción es lo único que logra que Bill respire con más normalidad, afectado por nuestra evidente cercanía y el peligro que emana de mi cuerpo. En un veloz movimiento descargo la pistola, echo las balas en el bolso y devuelvo el arma a su lugar inicial. Tras dos golpecitos en su cintura, le doy un apretón de hombro que está muy lejos de ser un gesto de cariño.

—Ni se te ocurra ponerme un dedo encima. Sabes por qué envió cuatro hombres, ahórranos la molestia.

—El jefe se...

Callo su boca con un dedo. Su mirada pasa de aturdimiento a miedo puro, uno generado por mi piel en contacto directo con un área sensible. Es fácil deducir porqué le resulta atemorizante: sus compañeros nos están viendo, y ellos se lo dirán al jefe.

—Shh. Realmente no me importa. Es tu problema, no el mío.

Se aleja de mí sin pensarlo más, rebusca en el bolsillo de la chaqueta negra hasta dar con un paquete de chicles. Tiene un aura acusatoria que no comprendo ni pretendo comprender. He dicho lo que quería, es hora de continuar mi trabajo.

—Eres muy problemática, ¿me oyes? —exclama de mal humor cuando he empezado a caminar.

—Me encanta oírlo.

El administrador de la urbanización, llamado Steven, es un inmigrante irlandés que conserva sus raíces. Tiene sobrepeso y una barba pelirroja prolija de la que le encanta hablar, al igual que el hecho de que no ha conseguido rebajar porque es adicto a la comida tradicional irlandesa. Es información irrelevante para el caso, pero él se esmeró bastante en dejármelo saber. Me sorprendió conocerlo como el administrador, ya que esta es una zona de gente clasista y xenófoba, ¿cómo no? Pensé que quizá esta sociedad había avanzado un poco, hasta que mencionó ser sobrino del dueño y fundador.

Duda aclarada.

Resulta que su estrecha relación con este lugar lo coloca en el grupo de personas que más información tiene de los habitantes. Se muestra cooperativo durante el interrogatorio, aunque sus respuestas no sean tan claras. Conoce a Arthur y a su hijo Ericsson Jones gracias a los chismes, nunca en persona. Es una desventaja que paso por alto cuando revela nueva información.

—Escuché que fue difícil sobrellevar la muerte de su hijo, ¿de eso se trata esta visita? ¿Buscan al culpable?

— ¿De qué hijo hablas? —inquiero, con mi energía renovada.

Steven expulsa un bostezo, reclinado en el sillón de la pequeña oficina.

—Joshua, el hijo mayor de Arthur. Lo mataron luego de que él matara al árabe. No se encontró al culpable, aunque Arthur juró que fue el hijo del árabe. Incluso, se dice que había una única prueba en la escena del crimen que él mismo encontró y quemó. Nadie sabe por qué, si es que es real. Yo pienso que lo habría hecho para poder tomar venganza propia, ¿cierto? He visto todas las temporadas de NCIS: Los Ángeles.

— ¿Qué información tienes de Hasan?

—Nada, aunque vivió un tiempo aquí. Yo llegué cuando ya había desaparecido la mayor parte del papeleo en el traspaso al respaldo electrónico. —Se inclina en el escritorio y susurra como si fuera un secreto—: Se dice que la mafia amenazó al administrador anterior para borrar todo lo relacionado al árabe.

— ¿Quién era ese hombre? ¿Qué mafia en específico?

—Greyson Flint. Fue el administrador desde que se fundó esto, mi tío lo despidió luego de que descubrieran esta oficina hecha pedazos y él desapareció por varios días. En ese lapso, la información fue borrada. De allí el rumor, pues se dice que el árabe tenía movidas raras con la mafia italiana.

Mi teléfono vibra en mi regazo. Es la quinta vez y la cara rara del pastor alemán de Dominic no deja de parpadear en la pantalla, pienso en lo insoportable que es mientras escribo frenética todo lo que Steven me ofrece. Regresaré a Arlington con una sonrisa en la cara.

— ¿Ese suceso ocurrió en qué fecha?

Él juega con su barba pensando en la respuesta. Se lo ve bastante entretenido, como si en realidad esto fuera un episodio de NCIS.

—Creo que por los años dos mil cinco o seis. Solo sé que sucedió al mismo tiempo que hubo un ataque en su país, en Qamar. Fue noticia internacional. —Vuelve a inclinarse para susurrar—: Por eso también se dice que no fue la mafia, sino la realeza de Qamar, porque se estaba cayendo la monarquía y necesitaban borrar al árabe del planeta por completo. Para que no los relacionaran, ya sabes, se casó con una americana.

—Espera, ¿la realeza?

—Así es —confirma, complacido de mi atención—. Su familia. El árabe provenía de la monarquía de Qamar, uno de esos pequeños Emiratos o lo que sea.

—Entiendo... ¿Cómo se llama el hijo que Arthur acusó? ¿Qué sabes sobre la descendencia de Hasan?

—Muy poco. Verás, ese es un tema delicado por estos lares. Aún así, sé que hubo dos hijos destacables: Amira y Damir. La pareja del diablo. La gente es muy dramática por aquí —añade con una risa nasal—. Yo creo que fue él quien mató a Joshua para vengar a su padre. Se dice que se escapó la misma noche que Joshua murió. Más nadie supo de él, tampoco hubo pruebas suficientes para perseguirlo. Según dicen.

—Damir. —Saboreo el nombre en mis labios, suena muy conveniente. Lo anoto, considerando la idea de un cambio de nombre—. Ya veo. Hubo un gran movimiento de homicidios tan pronto, ¿conoces la razón por la que empezó? ¿Por qué Arthur Jones querría matar a Hasan bin Hakeem?

—Ni idea, agente. Hay muchos rumores, nunca nada confirmado. Es un puzzle que espero que resuelva, ya no hay buenas historias por acá —se queja, seguido de un bostezo que podría ofenderme—. Me gusta el ambiente NCIS pero ¿tiene algo más que preguntar?

—Sí, tengo unas cuantas más...

Completo mi lista de preguntas cinco minutos después, cortas anotaciones extras para corroborar con más precisión mi próxima investigación en Arlington. Estoy satisfecha con lo que he obtenido hoy, que ha sido más de lo que esperaba. Se lo agradezco en silencio a Steven con un apretón de manos, él me sorprende pidiéndome una selfie. Entonces señala la pared detrás del escritorio.

Un tablero de corcho que tiene varias fotografías sujetas por pines coloridos. Entrecierro los ojos, ¿eso que veo es Angelina Jolie en una alfombra roja detrás de Steven gritando?

Él sonríe orgulloso al notar lo que observo. El resto de las fotografías son con más personalidades del cine y música, pero él quiere que yo me una a ese tablero.

¿Sugiere que soy una estrella?

Desecho mi humor frío y pongo mi mejor cara de superestrella seductora delante de la cámara de su teléfono. Este irlandés acaba de transformar mi día nublado en uno soleado. Ah, nada como aumentar un poquito el ego.

Salgo de la oficina a la luz del día, el administrador sacude la mano e inclina la cabeza en un gesto formal de despedida.

— ¡Buena suerte con los demás! Esta gente es una tumba de millones de dólares.

Comprendo su advertencia tan acertada cuando voy tocando puerta por puerta de cada calle. Nadie está dispuesto a hablar, algunos ni siquiera salen o mandan a algún sirviente. Centro mis preguntas en el hijo de Hasan, Damir, apesar de que debería ser sobre Arthur. De pronto, solo quiero descubrir si aquel hijo es el mismo hombre con el que mantengo relaciones sexuales, pero estas personas parecen más interesadas en desplegar su gran resentimiento en Amira.

Todos.

—Amira era una mosca muerta para su corta edad —exclamó una señora mayor de la calle A.

—Amira era una promiscua —bufó con desdén otra señora.

—Amira dañaba la imagen de este lugar —aseguró un hombre canoso, que afirmó ser ex amigo de mi padre. No le creí, mi padre cuida su círculo de amigos de personas como él.

—Amira quería seducir a nuestros maridos para salvar a su padre de la bancarrota y las deudas con la mafia. —La señora refinada de la casa 14A-E habla con la mayor certeza, sujetando la cinta de su bata de seda—. No quiero que se me vuelva a incomodar para hablar de esa escoria humana.

Sin más, recibo un portazo. Observo la puerta con asombro y un hilito de rabia tirando de mí, controlo mis ganas de golpear la puerta para demostrarle quién soy yo. Una de las cosas que más me molesta es que me cierren la puerta en la cara. Qué tan repipi se ve y es solo otra señora amargada de las calles.

La urbanización debería llamarse Reino de Amargura; tal vez viví aquí por esa razón.

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