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28. Traición

— ¿Por qué dices eso de mí? —musita, sin preocuparse por limpiar el torrente de lágrimas o la patética posición de tirarse en el piso.

— ¿Qué debería decir después de que mi propia mejor amiga me traicionara de la manera más asquerosa?

— ¿De qué hablas? Yo no te he traicionado. —Tiene el cinismo de decir.

—Hablé con Mauro, Jessica, revisé las cámaras de seguridad. Lo inocente no te pega aquí ni en el infierno. Él no fue quien me dejó el cardenal, fuiste tú.

—Pero eso no dice nada —insiste—. Yo te traje y me fui, nada más pasó.

Puede actuar como si yo fuera la villana de esta historia, pero sabe que yo la conozco muy bien, y sus ojos azules jamás podrán engañarme. En ellos yace la malicia que no puede ocultar a través de las lágrimas.

La forma en que me mira delata el rencor, no es estúpida y sabe que yo tampoco lo soy. Cree que la estoy grabando por audio o cámara, ambas sabemos como profesionales de la ley lo importante que es conseguir pruebas físicas. No se equivoca.

—Yo estaba alcoholizada, te aprovechaste de mí y lo vas a pagar.

— ¡Dame pruebas! —grita colérica—. La única prueba aquí es que me acabas de violar. ¡Tú a mí! Después de todos estos años de amistad, ahora me das miedo, Madison.

La mandíbula me llega al piso. No puedo creer su cinismo y cómo se dispone a irse como si esto fuera una estupidez. Le agarro el brazo y bruscamente la arrastro hacia atrás.

—Me drogaste, lo hiciste porque por más borracha que estuviera no me hubiera acostado contigo —afirmo, temblando de rabia y un dolor profundo que no quiero demostrar—. Tú conoces las cosas por las que he pasado, sabías lo mucho que te quería, que eras la única maldita persona real que me quedaba, y aún así decidiste abusar de mí tras engañarme a mis espaldas.

Ella sacude la cabeza, queriendo parecer estar al borde de un ataque de pánico.

—Yo nunca te he hecho daño, siempre solucionamos nuestras discusiones.

— ¿Entonces cómo le llamas a revolcarte con el novio de tu mejor amiga?

—Eso es falso. —Se limpia el rostro húmedo, da zancadas al lugar en mi armario donde sabe que guardo nuestras fotos y las destruye—. ¡Lo arruinaste! No solo me acusas de violación, también de tirarme a Ryan cuando sabes que es un pobre diablo que no soporto. ¡Mira lo que has hecho!

Impasible, la dejo ofrecer su espectáculo histérico de romper en pequeños pedazos todos los recuerdos de nosotras desde la universidad. Aunque no quiera, otro pedacito de mi alma se quema viendo cómo apagó tantos momentos felices.

— ¿Tú eres la puta que tiene desde octubre o esa es otra?

— ¡Cállate! —chilla enfurecida, arrodillada entre el montón de basura.

—Jessica, ¿creíste que nunca me daría cuenta de que te acostabas con él? ¿Que sueles copiar lo que yo hago, lo que visto, lo que soy? ¿Pensaste que no notaría que mientras yo apreciaba lo nuestro, tú solo me tenías envidia?

Ella continúa aferrada a su negación, tanto que me da flojera estar en esta situación. Nunca aceptará lo que hizo.

—Todo eso es mentira. —Aparta de una patada los papeles esparcidos. Temblorosa, se acerca a mí, y su voz fluye rota—: ¿Por qué tuviste que arruinar esto?

— ¿Por qué tuviste que clavarme el cuchillo donde sabías que más me dolía?

Mi vista se torna borrosa pero me niego a soltar ninguna lágrima frente a una persona tan falsa como ella. No merece nada de mí, ni siquiera mi dolor. Y aunque mis últimas palabras parecen ser lo único que le ha lastimado de toda esta conversación, hago de trizas mi corazón y la saco a rastras. Jessica protesta entre quejas y llantos que no me importan.

Su cuerpo choca contra la puerta al tirarla.

—Lárgate, no quiero verte hasta que estemos frente a un juez.

—Ah, ¿sí? —Se mete una mano debajo de la falda y me enseña los temblorosos dedos manchados de sangre—. Ya veremos.

No siento ningún tipo de remordimiento. Lo que le hice, los pocos segundos que duró, nunca se comparará con lo que ella me hizo y el sufrimiento amargo de un infernal pasado que trajo al presente.

Se merece eso y más.

Cualquier violador se merece eso y más, y realmente no me importa ser acusada por cobrar mi venganza.

—Adelante, sabes lo que te conviene.

—Tú podrás saber basura sobre mí, yo también de ti.

—Adelante —repito con más ironía. Abro la puerta de par en par y le doy otro empujón—. Ve preparándote para la cárcel.

—Te reto a ver quién llega primero a la cárcel, si yo me hundo tú te hundes conmigo. Tú te lo búscaste.

Cierro la puerta de golpe. No lo soporto más.

Me vuelvo a bañar, una hora transcurre y yo sigo metida en la bañera, queriendo borrar algo más que suciedad. El calor del agua se mezcla con el ardor que se propaga por mi cuerpo. Me frotó la piel con fuerza, sin tregua, como si pudiera desvanecerme en cada movimiento. La piel se torna roja, sensible al tacto, pero no puedo detenerme.

Estoy atrapada buscando alivio en la violencia de mis propios actos.

Mi mente se sumerge en pensamientos oscuros y confusos. La traición de mi mejor amiga, el peso de la violación, los malos recuerdos, me golpean como olas implacables.

Cubro mi cara con las manos, luchando por detener el llanto silencioso que parece no tener fin.

Jessica, quien alguna vez fue mi confidente, ahora es la causa de esta agonía. Me encuentro en un abismo sin salida, sin nadie más a quien acudir, arrastrada por la cruel realidad de que mi única conexión se ha convertido en otra pesadilla.

En la oscuridad de mi habitación, envuelta en un silencio sepulcral, el dolor de la soledad se apodera de mí como una garra afilada que desgarra mi alma. Mi corazón anhela desesperadamente la compañía, pero solo encuentro vacío. Suelo aparentar tanta felicidad y perfección a los demás, cuando en mi vida real no existe nada de eso.

Un impulso incontrolable se apodera de mí, susurrando al oído de mi conciencia que tal vez podría escribirle a Dominic. Es como si la soledad me empujara hacia él.

¿Qué tan patético es eso?

Sin saber muy bien lo que hago, busco mi teléfono. Incluso había olvidado que antes le envié un mensaje.

—Qué imbécil…

No tengo claro qué espero de él en un momento así o si le confesaré lo que sucedió, al saber que él sería capaz de asesinar a Jessica. En el fondo, solo espero un destello de comprensión en medio del caos emocional.

Tomo el riesgo de escribirle, y a pesar de ser la madrugada, él responde tres minutos después.

Me he arrepentido.

¿Quién es él en mi vida para llamarlo si me siento mal?

Lanzo el teléfono al otro lado de la cama, convencida de que la volví a cagar de mil formas y me vuelvo a acostar con la esperanza de poder dormir esta vez. Atraigo a mi gato a mi pecho.

Tal vez Bon pueda ayudarme.

El peso de un cuerpo que hunde el colchón a mi lado es suficiente para despertarme. Reconozco el aroma en el aire con facilidad.

Una amplia mano se desliza por mi cintura debajo del cobertor, luego atrae mi cuerpo al suyo. Lo siento acariciar mi mejilla hasta que sus dedos desaparecen en mi pelo. Cuando me tiene sujeta por la nuca, toma mis labios entre los suyos por un par de segundos agonizantes y me deja mareada.

Parpadeo, descubriendo la mirada gris que inspecciona con determinación cada detalle de mi cara. Peina mi cabello hacia atrás antes de posar un delicado beso en mi nariz.

Esto va muy en contra de mi idea de que me trate mal.

— ¿Hasta cuándo te voy a decir que dejes de entrar como un loco? —Mi voz es apenas un susurro.

—Tu mensaje parecía importante, no quise despertarte.

Me revuelvo en la prisión de sus brazos sin éxito.

— ¿Qué hora es?

—Casi las cinco de la mañana.

Restriego mis ojos, con razón me siento incapaz de nada. Escapo de su abrazo y me bajo de la cama. Será mejor irme cuanto antes al trabajo para apagar mi mente.

—No debí enviar ese mensaje.

Salgo de la habitación escuchando sus pasos detrás de mí. Pues que me persiga, no me importa nada hasta que pruebe un café cargado. Ignoro su presencia mientras preparo la cafetera.

Dominic silba con coquetería. Yo lo miro sin comprender qué significa eso. Entonces caigo en cuenta de que estoy en ropa interior.

—Déjame verte. Quiero una vueltecita. —Agarra mi mano y me obliga a dar una vuelta—. Pero qué mujer, Dios mío. La más sensual combinación de sujetador azul de algodón y bragas rojas de encaje. Mi Ángel de Victoria's Secret.

Aunque no estoy de buen humor, su chiste sin gracia me roba una pequeña sonrisa.

—Muy chistoso.

—Me encanta.

— ¿Ninguno de tus amores mezcla la ropa interior?

Enseguida pone mala cara.

—Ya vas a empezar.

Me encojo de hombros. Abro uno de los armarios de la cocina y una muy mala idea cruza mi cabeza.

— ¿Quieres café?

Dominic bufa detrás de mí.

— ¿A esta hora? Dame cualquier alcohol que tengas.

Sonrío como una pequeña niña que hace una travesura. Mucho mejor. Consigo una copa y la botella de vino, vuelvo a darle la espalda para coger con disimulo la bolsita de contenido blanco.

— ¿Qué pasó ayer?

—Nada.

—Quisiste que viniera por algo. —Se para cerquita de mí y yo oculto la bolsita con rapidez—. Sé cuándo lloras. No me mientas. ¿Quién te lastimó?

—Tuve una pelea con Jessica.

— ¿Qué te hizo?

Advierto que da por hecho que ella me hizo algo y no al revés.

—Se acostó con Ryan —admito para salir del paso y doy un sorbo al café.

— ¿Estás segura?

—Claro que sí.

— ¿Los viste?

Las preguntas comienzan a generarme un cosquilleo peligroso. ¿Por qué me está cuestionando tanto?

—No, es pura intuición, y la mía nunca falla.

—Mmm. ¿Por eso estabas llorando? No sabía que te dolía lo que ese pelele hiciera.

—Él no, ella sí.

Mi respuesta lo deja pensativo. Acepta la copa que le entrego y me brinda una mirada compasiva.

—Era una hija de puta. ¿Quieres que…?

Observo incrédula cómo desliza el pulgar lentamente frente a su garganta, simulando el acto de cortarla con un gesto amenazante y silencioso.

— ¿Ese es tu apoyo?

—Ya que no me dejas follarte, sí, ese es.

Decido no responder porque quizá vuelva a ceder a mis impulsos y acabe provocando otro homicidio. Dominic es la peor persona que puede existir para estos casos, pero me jode un poquito que sus tonterías me ayuden a despejar mi mente.

Estoy tan mal de la cabeza.

—Paso. ¿Vienes conmigo a la habitación?

—Sí. —Me mira el cuerpo antes de tomarse de un solo trago el vino.

Hecho.

Acabamos en mi cama, él sentado en el borde y yo en su regazo, jugando de manera atrevida con la lengua del otro.

Un maullido interrumpe el único sonido morboso de nuestras lenguas entrelazadas. Quiero averiguar qué quiere mi gato, pero Dominic me lo impide sujetando mi nuca con firmeza, sin darme oportunidad de mover mi cabeza. Sus dedos serpentean por mi espalda hasta alcanzar el broche del sujetador.

—Ahora no, no quiero.

Aleja la mano de esa zona al instante. Incluso disminuye la intensidad del beso, pasa a darme cortos besos repletos de un cariño inusual. Desliza la mano en mi nuca, moviéndola hacia mi mejilla, me sujeta la cara con ternura entre sus dedos y me obliga a levantarla.

— ¿Tanto te dolió lo de Jessica?

En silencio, asiento, negándome a abrir los ojos o mantener la cabeza en alto. Empiezo a odiarme tanto por estar dejándole ver mi lado vulnerable, que agradezco cuando gime confundido.

—Espera. Todo me está dando vueltas…

—Ven.

Entrelazo nuestros dedos y lo ayudo a acostarse debidamente en la cama. Su cuerpo débil va cediendo tan fácil a la droga que es una marioneta en mi poder.

—No, joder... —murmura, luchando por mantener los ojos abiertos—. Quiero follarte... Hija de puta, me drogaste ¿verdad? Ya vas a ver lo que te va a pasar. Bésame, joder.

Le ofrezco un casto beso y, un segundo después, pierde la batalla contra el sueño. Seco con disimulo las pocas lágrimas que se me escaparon, agradezco que no haya visto eso.

Quiero convencerme de que no perdí la cabeza mientras me acurruco a su lado y nos cubro con el cobertor. Bon da un salto a la cama para relajarse entre las piernas de Dominic.

Un perfecto imperfecto cuadro.

Me convenzo de que no me volví loca por drogar a un hombre porque necesito compañía. Es un poco insultante, pero después de todo lo que ha ocurrido, nada es normal para mí.

Es algo que podría haber hecho con otro hombre. Podría buscar entre mis contactos, daría igual, pero él es el único chalado que saldría de madrugada a visitarme.

Es el único hombre que detesto tanto que es capaz de hacerme sentir viva a través de ese odio.

Lo primero que noto al despertar es la intensa presión que aplasta mis manos en el colchón. La luz que proviene del exterior revela la expresión de un muy cabreado Dominic sobre mi cuerpo.

— ¿Qué hora es? Oh, por Dios. Tengo que estar en la oficina antes de las ocho en la oficina. —Él no hace el mínimo intento de soltarme así que añado en tono amenazante—: Quítate de encima.

—Me vas a decir qué coño pretendías antes de que pierda la paciencia.

—Quería que descansaras.

Casi se echa a reír.

—Qué puta degradación van teniendo tus mentiras.

—No lo hubieras hecho por voluntad propia.

— ¿Esperas que me crea que me drogaste porque querías acurrucarte un rato?

—Pues ya puedes ir pensando un poco, no sabes una mierda sobre mujeres.

Por la cara que pone sé que no cree nada de lo que digo. Tiene una peligrosa mirada que grita «¡Huye!».

—Madison, te lo advierto: otra jugada como la de Colombia y nada podrá salvarte de la muerte. Todo el cártel irá por ti, no los detendré.

—Ya ese tema murió. Tú me importas, de verdad. Por eso te protejo.

— ¿Te importo?

—Sí... Más de lo que deberías —susurro, cabizbaja.

¿Y mi Oscar?

Me toma desprevenida al agarrarme la barbilla y obligarme a verlo. Es como si pudiera ver a través de mí y escuchar cada uno de mis pensamientos.
 
Ambos estamos conscientes de que estoy mintiendo.

Cada quien cava su propia tumba, y yo estoy cavando la mía solita.

— ¿Qué voy a hacer contigo, Madison?

—Castígame. —No sé de dónde sale el impulso.

Dominic levanta las cejas, se ha sorprendido igual o más que yo. Creo que se me salió de las manos mi papel de sumisa. Vale, se me ha ido la olla. No creo que se lo tome a pecho ¿o sí?

«El que busca encuentra».

Asalta mi boca con pasional ferocidad, la abro de la sorpresa y él aprovecha para buscar mi lengua y entrelazarlas. Estoy en shock. Su beso ya es un castigo.

De repente, se aleja. Se pone de pie al borde de la cama y baja lentamente la bragueta del pantalón. Mi libido está por las nubes cuando deja a la vista un bóxer negro que marca a la perfección su larga dureza.

Concentración.

—Estás, no… ¿Qué hora es?

—La ideal para que te dé tiempo de cumplir tu penitencia. Siéntate aquí, frente a mí.

No me lo pienso mucho. Yo gateo hacia él, de lo más obediente. Deja al aire libre su firme erección que apunta hacia mí, las venas se marcan en ella.

Joder, ¿me va a castigar de verdad?

—¿Estás consciente de las ganas que tengo de dejarte el culo rojo y follarte como un animal? —manifiesta, su mirada fogosa traspasando mi alma.

Siento que se me saldrá el corazón del pecho. Dominic es ese tipo de hombre que te hace rabiar, te hace llorar, te vuelve loca, luego te trata como a una guarra y es una bestia en la cama, para darte un beso por la mañana y tratarte como a una reina.

—Se nota.

—Quieres que lo haga, tus ojos te delatan, pero respeto tu decisión. La dependencia que tendría por ti sería terrible si follamos. —Mis ojos caen en la campaña que se alza dentro de su pantalón—. Sí, cielo, es tu penitencia. Sin manos.

¿Mi penitencia es chupársela? Vaya penitencia de mierda. Ya podría escoger un castigo de verdad.

—Me encanta tu cuerpo. Me encanta tu pelo. —Acaricia mi cabeza con pericia—. Pero más me encanta tu boca, y me encanta aún más cuando está aquí —jadea, empujándome a él.

Tengo que abrir rápidamente la boca para que no choque contra mis labios, me embiste hasta la mitad, saco la lengua y dejo que se deslice por su miembro cuando sale de mi boca. Suspira agradecido mientras me pasa la mano por la nuca.

Él marca el ritmo esta vez. Empuja las caderas hacia adelante con impaciencia gimiendo desde lo más profundo de su garganta. Me encanta ver cómo reacciona su cuerpo y  provocar los gemidos que salen de su boca.

Sin prisa, deslizo la lengua húmeda por el tronco, lo que hace que se agite. Le envuelvo la punta con los labios y me la meto entera, hasta que choca contra el fondo de mi garganta. Lanza un gemido grave y profundo. Lo noto palpitar contra mi lengua.

Me estoy excitando y lo único que me salva de suplicarle que me eche un polvo, es que no me siento capaz de hacerlo tras enterarme de lo que hizo Jessica.

Echa la cabeza atrás y entra y sale de mi boca con determinación. Las caderas le tiemblan ligeramente, su abdomen sube y baja y su respiración se acelera cada vez más. Me privo de la gloriosa vista que es su rostro colmado de placer, cierro los ojos tratando de relajarme, controlando las arcadas. No puedo sostenerme de él y eso me desespera un poco.

—Qué maldita satisfacción —gime, va a dejarme los dedos marcados en la nuca.

Su mano libre se abre camino en mi pelo y agarra un puñado, tira de él y me roba un gemido gutural. Dios, me pone muchísimo que me trate mal.

—Esta boca es mía —demanda, saliendo de mí. Lamo una gota de semen de su glande hinchado—. Dime que lo entiendes.

—Lo entiendo…

Los músculos de su cuello se tensan. Está a punto. Saboreo la prueba de que le falta poco. Arrastro con cuidado los dientes en su tronco y hago girar mi lengua cuando vuelve a entrar. Con un resoplido ronco, apoya el glande en mi labio inferior y descarga un líquido caliente y cremoso que inunda el interior de mi boca. Trago por instinto, otra vez.

—Ya es la tercera vez. —Sonríe socarrón, acariciándose lentamente.

—No me preguntaste si podías.

—Si lo hacía, igual te lo ibas a tragar, porque yo lo digo.

—Dominic, qué comentario tan sexista.

—Te gusta, cielo.

—No —espeto enfurruñada, le doy un empujón para escapar de su magnetismo—. Regresa esa cosa dentro de tu pantalón, me vas a ensuciar las sábanas.

—Debería.

Se me escapa un mini grito al ver la hora en el reloj digital.

¿Qué tipo de sedante es Dominic Callaghan?

No me preparo como suelo hacer. Estoy destruida emocionalmente y no me dio tiempo de preparar mi máscara perfecta gracias a que fue más entretenido tener la polla de Dominic en la boca.

La gente se da cuenta. Samara se da cuenta y hace una breve seña debajo de sus ojos. Bienvenidas, ojeras.

Diez minutos antes de la hora pautada para mi conversación con Jung-su, entrego mi portátil al agente Ulises para que haga el trabajo correspondiente con la ayuda de un asistente de la oficina de Búsqueda y Rastreo. Mi mañana está completamente eclipsada por el traspaso a la agente Jenkins.

Para mi sorpresa, ha sido impuntual, aunque esa falla me otorgue más tiempo para completar los informes de guía que deberé entregarle. Espero que le guste leer porque no estaré resolviendo sus preguntas.

Tras la confirmación del asistente, accedo al programa encriptado de la secta e ingreso al servidor privado que me indicó Hyun-Woo. El mensaje de Jung-su entra a la hora exacta y el equipo comienza el trabajo.

Intento extender el intercambio de datos a través de los mensajes cortos. Jung-su es tan parco en palabras que poco conoce más de «sí» y  «no». Se resiste a mi petición de no realizar el trabajo que Hyun-Woo me asignó, hay un conflicto de intereses importante.

Bebí nuestra sangre mezclada, juré lealtad a la secta y debo cumplir mis obligaciones. Sin embargo, perseguir inocentes nunca fue mi objetivo.

El único jefe presente en la sala privada es Hudson Ellis, como reemplazo de Lockwood. Me indica una y otra vez que ceda, aunque yo luche contra eso.

—Aún no consigo nada en el mapa —lamenta el asistente, sumido en su trabajo informático junto a Ulises.

—Mierda —sisea Hudson. Lo siento apoyar las manos en mi silla, detrás de mí—. Respóndele que lo harás si eso significa que tendrás más participación en la secta.

—Con mucho respeto, señor, realmente no tengo tiempo de sentarme en un parque a seleccionar víctimas.

—Richard te ayudará a delegar. Hazme caso.

Emito un suspiro exhausto. A regañadientes, mis dedos teclean el mensaje a Jung-su. El jefe Ellis levanta el puño en señal de victoria cuando el coreano confirma que está dispuesto a otorgarme más participación si completo bien la primera tanda de selección.

La decepción por no poder rastrearlo de ninguna manera se ve reemplazada por el entusiasmo de mi nueva tarea. El jefe me acompaña en el intercambio de información con mi equipo y la nueva distribución de tareas en la sala de reuniones de nuestra sección.

Samara asoma medio cuerpo por la puerta haciéndome señas extrañas con la mano. Dejo a Hudson charlando con los agentes y acudo a ella.

—Lillian Jenkins te está esperando en la recepción. ¡Es muy linda!

— ¿Qué me importa?

Ignoro su puchero y rodeo su cuerpo. Mi ánimo no está para estupideces. Podría estar investigando a Ericsson Jones si la agente Jenkins hubiera llegado más temprano.

Cruzo las puertas de la recepción echando un vistazo a mi reloj de oro blanco. Casi las diez de la mañana. Casi dos horas tarde.

Una mujer morena espera a un lado del espacio de Samara, sujetando una mochila amarillo chillón.

Odio ese color.

—Oh, buenos días. —Sonríe ampliamente al verme—. Disculpa la tardanza, no soy así. Tuve un problema personal que ya informé al señor Lawson.

Aquello me sorprende un poco aunque no lo demuestre. ¿Acaso había que avisar al jefe de Recursos Humanos si llegamos tarde? ¿Desde cuándo se hace eso?

—Vamos a mi oficina, Samara te podrá enseñar la planta luego.

— ¿Tendré oficina propia? Un placer conocerte, por cierto.

—Sí.

La sonrisa amable no desaparece de su cara, lo que me incomoda un poco. No quiero otra bomba de felicidad y amor cerca de mí, la presencia de Samara es suficiente.

Le doy la espalda y camino a paso acelerado por el lugar, sin importarme si me sigue o no. Tiene piernas cortas. De hecho, creo que me incomoda más que ella tenga que mirar hacia arriba para verme.

— ¿Usas tacones? —pregunto al entrar a mi oficina—. Puedes sentarte.

—En el trabajo, no. Solo estas.

De reojo, veo que sacude los pies en unos zapatos deportivos negros, al igual que su pantalón y blusa de la DEA. Ella repasa mi vestimenta al mismo tiempo, y sé que se pregunta si vengo a trabajar o a modelar.

— ¿Cuánto mides?

—Un metro sesenta y cinco.

Bueno, joder.

Finjo que busco el registro de Jung-su en la computadora pero lo que hago es abrir su ficha laboral y saber más sobre la mujer que irradia optimismo en mi oficina.

Lillian Jenkins - Sección 17.

Nacida en Durban, Sudáfrica, es hija de padre estadounidense y madre sudafricana. Tiene veintisiete años, se graduó del MIT y trabajó tres años en una agencia de Ingeniería en Sistemas. Posee un buen récord en la agencia con la tasa de éxito en 100%, lo cual es un alivio para mí. Su buen registro me asegura que no tardaré mucho en liberarla.

Soy breve en explicarle que la distribución de esta planta es diferente puesto que hace un año cerraron la cafetería para expandir y remodelar, ella capta todo enseguida y asegura que irá con Samara luego. A pesar de su llegada tardía, demuestra ser eficiente y de rápido entendimiento. En una hora considero que está capacitada para tomar las riendas de la misión.

—Debes seleccionar tres agentes de tu sección para el equipo, los demás fueron asignados por los jefes, el listado está disponible en el sistema. Allí estoy incluida yo, aunque ya sabes que seré algo más como tu «mano derecha».

—Sí, por supuesto. Gracias por la guía, trataré no molestarte mucho. ¿Eso es todo?

—Sí.

La agente expande la sonrisa encantadora, asiente una sola vez y coge sus cosas. Sin duda, es una copia irritante de Samara. No ha perdido su luz aunque todo este rato haya sido un bloque de hielo con ella.

—Te avisaré cuando haya terminado el plan de acción. Estoy encantada de que podamos trabajar juntas.

Abandona mi oficina tras una última sonrisa. Pongo los ojos en blanco, no soporto tanta amabilidad. Justo ahora preferiría un mal trato para poder caerme a golpes con quien sea.

Ingreso mi código de acceso en el sistema de Registro y podría soltar un grito de victoria al abrir el registro de Ericsson Jones sin problemas. Dominic me la ha puesto difícil, pero no importa a quién soborne, conseguiré lo que quiero.

Tengo el tiempo justo para presentarme en la comisaría, agilizo mi investigación dando una llamada a David en el FBI y así poder ir directamente a lo que me concierne. Utilizo las coordenadas que Dominic me envió para rastrear los movimientos en Las Vegas mientras David rebusca en el pasado de Jones.

Mi paso por la comisaría es rápido y menos tedioso gracias a la influencia de mi abogado. Tardo menos de una hora en presentar mi denuncia y conversar con el detective. Una vez que me confirma que visitará la discoteca donde estuve aquel día con Jessica, me marcho más tranquila.

Es cuestión de tiempo para que la denuncia llegue a manos de Jessica, si no actúo un paso adelante ella tomará la delantera y es bastante fiera en los tribunales. No por nada suele aceptar defender a los criminales. Siempre va por lo peor y le encanta jugar sucio.

Jessica: ¿Olvidaste que la mujer de Dennis trabaja en el mismo bufete que yo? Ya me enteré de lo que planeas hacer.

Jessica: Yo también sé jugar sucio, Maddie. Si lo que pasó llega a tribunales tendré que vender a los medios la historia de cómo fui seducida por ti para evitar que contara tu relación con un narcotraficante. Y tengo fotos de cómo tenías la cabeza entre mis piernas así que ya sabes. 😝

—Oh, Jessica. —Me rio tirando el teléfono en mi bolso. Busco mi labial rojo y utilizo el espejo del coche para retocar mis labios—. Soy fan de ser el centro de atención. Muchas gracias, hermanita.

La tarde transcurre sin interrupciones por parte de la agente Jenkins. Se ha adaptado de manera increíble, casi pareciera que lleva años trabajando con el equipo de esta sección. Sonríe a todo mundo y todos le sonríen con más entusiasmo. Incluso Samara se deshace de amor con ella.

Ignoro la inevitable punzada de celos. A mí no me sonríen así, a excepción de Samara y Lucas. Admito que me lo he ganado a pulso porque soy una terrible persona, soy odiosa y lanzo malas miradas cuando agotan mi paciencia. Lo que sucede diariamente. Me respetan, me admiran, y eso es lo único que siempre ha importado.

También admito que soy más que borde al llenar de papeleo a Samara a propósito para que detenga su excesiva emoción con Jenkins.

Estoy siendo inmadura, pero no he salido de ese estado desde que decidí enviarle el vergonzoso mensaje a Dominic y procedí a drogarlo.

El peor evento de este año.

David F: Revisa el correo, bombón.

Dejo de lado mi recolección de datos sobre lo ocurrido en Las Vegas para leer el nuevo correo con ansias. Descubro lo que ya he leído hasta el cansancio, lo mismo que he recopilado yo desde el principio. Mi pesadez se esfuma cuando veo el nombre «Arthur Jones», el padre de Ericsson Jones que a su vez es el asesino de Hasan bin Hakeem.

Mis latidos se disparan al darme cuenta de lo que tengo entre mis manos. En mi estado de asombro me derrumbo en mi silla, mis manos cubren mi boca leyendo una y otra vez las mismas líneas.

Busqué hasta lo más profundo que pude sobre el linaje familiar de Ericsson Jones sin éxito. Nuestro sistema no arrojó nada, el equipo de inteligencia tampoco encontró nada. David debió rebuscar en los archivos cerrados del FBI para encontrar la información de Arthur Jones, pues deja en claro que el caso por el asesinato de Hasan fue cerrado el mismo año por inconsistencias. Aún así, las pruebas de que Arthur Jones lo hizo son contundentes.

Esa es otra historia la cual no me interesa mucho por ahora, los ojos del adulto mayor en la imagen son los mismos del hombre que me pegó para culpabilizar a Dominic. Padre e hijo en contra de él.

La razón más probable descansa allí, cuatro palabras de origen árabe. Mi mente comienza a atar hilos, hacer suposiciones, a pesar de que tampoco tenemos registros sobre la familia de Dominic. No sabemos la proveniencia de su apellido, en qué ciudad nació, cuándo es su cumpleaños. Es un vacío considerable que he tenido la oportunidad de llenar.

La insistencia de Dominic en ocultar información sobre los Jones, la obvia conexión de nombres árabes, todo me impulsa a buscar más. Necesito confirmar lo que creo. Sin embargo, me doy contra una pared de ladrillos. No hay nada que pueda conseguir legalmente sobre Hasan bin Hakeem, por ende no puedo afirmar que son parientes, aunque resulte bastante obvio.

Me queda resolver con la información básica de Arthur Jones. Nacido en la ciudad de Kansas, se mudó a California para estudiar en la UCLA y formó su familia en San Diego.

La misma ciudad en que yo nací, vivió en la misma urbanización privada en la que yo viví durante doce años.

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