27. Pruebas
13 DE MAYO DE 2018.
LONG ISLAND, NY.
El alcohol bien podría salir por mis oídos, por la nariz, ¡por todos lados!
Madre mía, ¿dónde estoy? No sé en qué momento salimos del club ni cómo llegamos a este lugar. Lo único que sé es que voy golpeándome con paredes de vidrio templado de un pasillo.
—Te vas a partir la cabeza, ven acá.
Quien creo que es Dominic, me toma en sus brazos y continua caminando. Mi vista es difusa, pero consigo adivinar que estamos en la piscina exterior de un edificio. Tiene que ser de él, en mi edificio no hay piscina, ¿o sí?
—Te voy a quitar los zapatos, vas a beber agua y te estarás quieta por un rato —dice, dejándome en una tumbona.
— ¡Quiero entrar a la piscina! ¡Quítame la ropa!
—Te ahogarás y yo no quiero lidiar con un jodido cadáver hoy.
Levanta mi cabeza para que tome agua. Dejando mi lado terco de ebriedad, cierro los ojos y le hago caso. No me duermo, descanso los ojos y relajo mi cuerpo. Dominic me alimenta con un sándwich y jugo de manzana.
— ¿Ya te sientes mejor?
—Sí.
—Me alegro, nena. Te vas a joder el hígado.
Le resto importancia. Merezco revivir viejos tiempos, olvidarlo todo y sentirme relajada. Muchas cosas en mi vida contribuyeron cuando decidí acabar con esa botella de whisky. Empiezo a sentir punzadas en la cabeza y un ligero ardor en los ojos.
—Quiero ir a la cama —pido en un débil murmullo.
—Venga, vamos, borrachita.
Pronto vuelve a cargarme cual chimpancé, aprieto con fuerza las piernas alrededor de su cintura. Le pregunto en coña si va a secuestrarme, responde que es probable. Y yo no sé si preocuparme o tomarlo a broma.
—Te dije que a la cama —protesto cuando me sienta en el lavabo del baño.
—Tengo que quitarte los potingues que tienes en la cara. Buscaré unas toallas húmedas, no te vayas a caer.
Suelto una risa. Solo para joderlo, hago el ademán de lanzarme y enseguida me atrapa, maldiciendo. Repite lo mismo de antes y esta vez sí me quedo juiciosa, el movimiento me ha revuelto el estómago. Regresa con un paquete de toallitas, acerca el material a mi rostro con la intención de limpiarme pero lo detengo.
—Yo puedo hacerlo.
—Lo que puedes es sacarte un ojo.
—Cerdo machista, yo sola puedo.
Respira hondo, suaviza el rostro y pone las manos en mis rodillas, inclinado hacia mí.
—Deja que te quite el maquillaje, cielo.
—Yo puedo hacerlo, soy una mujer fuerte e independiente.
Tengo que hacer valer los derechos de la mujer.
— ¿Quieres que te bese? —murmura, cerquita de mi boca. Mis ojos se fijan en sus labios entreabiertos—. Dime.
—Sí… Bésame.
—Entonces déjate limpiar la cara, luego te besaré todo lo que quieras.
—Vale —digo, rendida.
Dominic se deshace de cualquier rastro de maquillaje en mi cara. También se ocupa de lavarme los dientes, lo hace concentrado, como si la rutina fuera normal entre nosotros. Yo lo disfruto como nunca, es más placentero que un hombre guapo lo haga por ti. A la mierda la independencia.
—Me gusta que me cuides —balbuceo, mi boca llena de pasta de dientes.
— ¿Sí?
Asiento y escupo el contenido en el lavabo.
—Sí, me podría acostumbrar. Gracias.
Me mira con una sonrisa enternecida. Es agradable verlo ablandarse de vez en cuando. Me da un cariñoso beso en la nariz.
—No me des las gracias por quererte, cielo.
De pronto, una pregunta me asalta: ¿con cuántas mujeres ha hecho esto? ¿Así es con Audrey Milán?
Desecho la duda de inmediato, no es algo que me importe.
Me deja suavemente en la cama tras apartar las sábanas, luego me arropa con ellas. El sitio calentito es una delicia que me envía al sueño casi al instante.
—Dijiste que me besarías —le reclamo adormilada, viendo que planea irse.
—Tienes que descansar. Mañana.
—Uno y ya, ¿sí?
Me mira... No se mueve, pensando quién sabe qué, le está dando vueltas a algo. En su mirada se nota que está perdido, podría decir que incluso molesto, pero no lo demuestra. Ha estado así desde que salimos del club.
Suspira, sentándose en la orilla de la cama, acaricia mi barbilla y pronto lo tengo cerca, unido a mi boca. Algo se dispara dentro de mí, con ganas de más, pero aun borracha sé que aquello que ambos queremos no es posible. Nunca va a pasar.
— ¿Por qué estás molesto? —le pregunto, al momento en que se separa de mí.
—No lo estoy.
—Sí lo estás, ¿es porque vomité en tu coche? ¿Porque tu amigo se dio cuenta de que te chupé la polla debajo de la mesa? ¿Es porque amenacé a una de tus amores?
Dominic se ríe por lo bajo. Sacude la cabeza. No dice nada por unos segundos, mientras acaricia distintas partes de mi cara, con la mirada perdida.
—No es por nada de eso.
—Mmm. Eres muy bonito, nunca te lo había dicho.
—Tú eres muy bonita cuando estás ebria. Descansa.
Me besa en la frente como despedida. Pierdo la vista en su apetecible culo mientras camina hacia la puerta, apaga la luz y antes de que salga, le pregunto:
— ¿Por qué estás molesto?
—Porque me cabrea necesitarte.
Cierra la puerta tras él, y yo me quedo en la oscuridad pensando en lo que ha dicho, con un sabor amargo de boca.
Por la mañana, no recuerdo nada. El último recuerdo fresco soy yo tropezando en el estacionamiento del club. Se suponía que estaríamos un rato en la fiesta de los ochenta que organizó un amigo suyo, Ignacio Leal, pero ese rato se extendió por horas.
Dominic despertó con un aire apresurado que me hizo lloriquear de la frustración. A través de la ventana era visible la oscuridad del cielo. Esa hermosa vista nocturna me aclaró el porqué del afán por irnos.
Estábamos en Nueva York.
Me levanté como un rayo de la cama. Media hora después, un helicóptero nos recogió en el helipuerto del edificio. Dormí todo el viaje. El trayecto en la camioneta hasta mi apartamento es pesado, he dormido pocas horas y el traje de Sandy Olsson de Vaselina se volvió muy incómodo.
El cielo anaranjado anuncia el inicio de un nuevo día, mientras yo solo quiero que termine.
—Sí, moviliza al equipo y envía mi maleta al galpón. Dejaré a Madison y me voy, dile a ese hijo de puta que no me verá hasta que cumpla su parte… Una semana más y te encargas de desaparecerlo. Eso es todo.
La charla que mantiene por llamada telefónica hace que abra mis ojos por completo. Lo miro teclear en el teléfono, con una apariencia ligeramente frustrada.
— ¿Te vas?
—Sí —responde sin apartar la vista del aparato—. Bill estará cerca, así que cuidado con hacer estupideces.
— ¿Cuándo regresas?
—No lo haré. Te irás directamente a Italia cuando termine.
— ¿Terminar con qué?
Me mira de reojo, haciendo gala de sus maravillosos gestos odiosos. Eso está bien, quiero que me recuerde cuál es su posición y cuál es la mía, para que mi cabeza no se haga películas. Que sea un ser horrible facilita mucho más mi propósito.
—Volverte preguntona te jugará una mala pasada.
Contengo las ganas de demostrar mi enojo. Es insoportable. Quisiera sentarme sobre él y apretar mis dedos en su garganta, cortarle el oxígeno hasta que su vida se apague en mis propias manos. Ser testigo de sus ojos vacíos, besar sus labios inertes, orgullosa de haber ganado.
—Sobre lo que me enviaste del cártel de Cali, ¿qué es «El Círculo»?
Dominic expulsa un bufido exasperado, estoy tocando todos sus botones sensibles. Amaneció de muy mal humor, pero no me voy a preocupar por eso.
— ¿Qué acabo de decir, Madison?
—Tú pusiste eso en cada maldita hoja que reescribí.
—No maldigas —dice entre dientes—. Ese trabajo lo realizó un contacto dentro del cártel.
—Ignoraste mi pregunta.
Oh, cómo lo estoy sacando de sus casillas.
Se presiona el puente de la nariz en un gesto irritado. Mi mirada se pierde en la extensión de su brazo musculoso, la flexión del bíceps. Se ha puesto un polo blanco que roba el aliento. Está reluciente mientras yo parezco la versión maldita de Sandy.
—Es el nombre que utilizan cuando hacemos una alianza en grupo, formamos un círculo.
—Ah… —musito, meditando sus palabras—. ¿Tienes aún las coordenadas de Las Vegas que descubrimos con el rastreo del maletín? Perdí el papel.
Me está ocultando algo, eso está claro, pero lo dejo pasar porque estoy muy cansada para pelear por eso.
—Te lo enviaré por mensaje.
— ¿Sabes que, cuando vi a Ericsson Jones en Las Vegas, fue fácil adivinar que él participó en mi secuestro?
—Lo sé, eres tan inteligente.
—Mató a Siena por su embarazo y me atacó por nuestra supuesta relación. ¿Es algún retorcido amor no correspondido?
Me fulmina con la mirada.
—Yo qué sé.
—Curioso, porque juraste no saber quién era él cuando te interrogué sobre Siena, pero no voy a mendigarte más información. Pronto sabré qué conexión tiene contigo, porque tendría que ser tonta para no darme cuenta de que las notas de amenaza también son obra suya.
—Curioso. ¿Has recibido otra?
—No desde que me amenazó con lastimar a Allison. Es obra de Ericsson y otra persona que aún no descubro, pero lo haré con o sin tu ayuda —sentencio decidida—. Seré silenciosa, cielo.
La despedida es más bien seca, me dirige una distante mirada inexpresiva antes de llevarse el teléfono a la oreja. No dejo que me afecte, no hay necesidad. Cojo mi bolso y me bajo de la camioneta sin más que decir.
Detengo la música en reproducción y lanzo mis Airpods en la mesa. Otra vez no sé qué diablos hago escuchando música de Taylor Swift. Ni siquiera me gusta, nunca me ha gustado. A este punto, me empieza a doler la cabeza.
Descanso la vista por un rato, cada día me cuesta más leer o utilizar el computador sin las gafas. He estado posponiendo una cita con el oftalmólogo por idiota. Mi terquedad no se quiere enfrentar al hecho de que al ir, me veré en la obligación médica de utilizar gafas con fórmula, para siempre.
Analizo durante varios minutos el registro de investigación de Dominic Callaghan sin editar. Con el espléndido avance que llevo, lo que he conseguido es conocer a fondo la cavidad bucal del acusado. Dudo poder relatar cómo me dejó el culo adolorido sin tener represalias legales.
Cierro el programa con impotencia, al igual que la pestaña de Spotify con «Gorgeous» a medio reproducir.
La sala privada de reuniones de «grado A» se encuentra en el penúltimo piso del edificio, es donde se ubican todas las salas privadas para los directivos, así como algunos cuartos de interrogación especial. Acceder a esta planta es como acceder a la verdadera élite de la agencia, al igual que la última planta.
La ovalada mesa se ocupa por los cuerpos trajeados del director Bennet, Alaska, Lockwood como Jefe de Operaciones, Garrett Watson el Jefe de Inteligencia, Hudson Ellis y el cabrón de Roger.
Repaso la mirada por el lugar, ellos toman asiento intercambiando comentarios sobre la próxima conferencia con el Departamento de Justicia, mientras yo intento adivinar quién de todos ellos me quitó el acceso al registro de Ericsson Jones un día después de nuestro encuentro. Estoy en una clara desventaja.
Falta un miembro del grupo: el jefe de Recursos Humanos, Charles Lawson, quien no suele ser partícipe de estas cosas.
De tin marín de do pingüé.
¿Quién en esta sala fue?
Alaska posa sus ojos fríos en mí, una indicación silenciosa de que tome la iniciativa. Lo hago durante la siguiente hora, en la que me explayo en el caso Narak con el nuevo detalle sobre las demandas de Hyun-Woo. El director opta por mantenerse callado todo el rato, tamborileando los dedos en la mesa.
— ¿Alguien tiene ya la plantilla sugerida para llevar este caso? —Es lo primero que dice.
Hudson le extiende una carpeta sellada.
—Esa lista se armó con el apoyo de Richard y Garrett.
El director revisa atentamente el contenido y frunce el ceño.
— ¿Lillian Jenkins?
—Es la agente al mando de la sección 21, regresa mañana de vacaciones y está capacitada —le explica Garrett Watson—. Ya sabemos que no es lo más ideal colocar a una mujer pero es la mejor opción que tenemos por ahora. Tiene experiencia en ese ámbito.
Suelto un suspiro que pasa desapercibido, buscando concentrarme en cualquier cosa que no sea la cabezota machista del Jefe de Inteligencia. Ya pasé por ese camino rocoso.
He oído de la chica antes, aunque nunca le presto suficiente atención a lo que no me importa o conviene.
—Dejémonos de eso. No le vamos a poner trabas a la agente si está capacitada para el cargo —interviene Alaska, severa.
—Si es nuestra mejor opción…. —El director abandona la hoja para mirarme—. Díganos, ¿puede evitar la secta hasta que la agente Jenkins tome el cargo?
—Depende de lo que hable mañana con Jung-su, señor. Traeré mi portátil para conectarlo a los servidores aunque dudo que podamos conseguir algo.
—Hagamos lo posible. Roger, ¿qué pasó con la visita del FBI?
Todas las cabezas giran hacia el nombrado, sentado diagonal a mí, entre Garrett y Lockwood. Me cuesta un mundo disimular mi desagrado cuando abre su gran bocaza, sin perder su aire de engreído.
—Han estado enviado a sus agentes a diario, les dije que no había nada que…
A mi lado, noto el cuerpo del jefe Hudson inclinarse hacia mí.
—Richard se está quedando dormido —susurra sin mirarme.
En efecto, Lockwood lucha por mantener los ojos abiertos, cada vez más espatarrado en la silla. Podría creer que nadie dice nada al respecto porque prefieren que se duerma a soportar sus gritos repentinos.
Mi teléfono vibra con un mensaje nuevo. Suelo mantenerlo en segundo plano en las reuniones para evitar distracciones, pero esta vez lo reviso, porque ya me sé el cuento de que Ryan estuvo aquí como un grano en el culo para mis jefes.
Pasó de mí como a la peste. Se hace el ex digno a estas alturas.
Guardo el teléfono en un bolsillo de mi chaqueta, pensativa sobre qué podría estar afectando a una niña tan inocente como Allison Donovan.
El director se muestra reacio a la idea de conversar con el FBI, pero todos llegamos al acuerdo de que para poder quedarnos con el caso, se deben hacer concesiones menores. Alaska toma la responsabilidad de concertar una reunión con ellos, a la que no estoy incluida. Con saber que mi nombre será mencionado es suficiente.
El jefe Hudson me entrega una hoja que contiene la ficha de identidad de la agencia de Lillian Jenkins. Su fotografía junto a sus detalles más básicos. El director señala la hoja antes de hablar.
—Agente Donovan, estará encargada de recibir mañana a la agente Jenkins, la pondrá al tanto de cada detalle para que tome las riendas del caso. El martes, Richard y Garrett se reunirán con ustedes y el resto del equipo para supervisar el plan de acción. Quiero que sea su apoyo.
—Así será, señor. La prepararé.
Él asiente satisfecho de mi entusiasmo. Pobre mentira. Una de las cosas que más me fastidia es tener que hacer de maestra. Espero que la agente Jenkins aprenda rápido o la pasaremos mal.
—Bien. Entonces, agradecemos su participación. Sin duda, siempre nos enorgullece, agente Donovan. A partir de aquí, la logística está en nuestras manos, usted necesita ocuparse de otras cosas.
Imito la acción del director de ponerse de pie y estrechamos las manos. En mi interior se expande el sentimiento de éxito, conseguí un logro más. Ellos conseguirán otro logra más. Gracias a mí.
—Encontrar a Jung-su y descubrir la existencia de esa secta por ti sola es un honor espectacular, Madison —expresa Alaska con una mirada sincera, lejos de su frialdad habitual—. Valoramos los riesgos que tomaste sin nuestro apoyo, tu sacrificio, y se te será recompensado. Continúa así, este puesto te quedará pequeño.
—Gracias, directora Freeman. —Le sonrío, porque sé que esto me queda pequeño—. Estoy consciente de ello. Con permiso.
Ignoro la chillona voz de la asistente de Roger queriendo detenerme. Ni por el diablo. Irrumpo en la oficina del inspector jefe sin avisar y cierro la puerta con seguro. Mis tacones resuenan gracias a mis pisadas furiosas por la cerámica.
Todo alerta a Roger, quien observa perplejo cómo estampo la tableta electrónica en su mesa. Toma todo mi autocontrol para mantenerme serena al señalar la gran equis roja en la pantalla.
— ¿Es una puta broma?
—Cielos, Madison —jadea estupefacto—. ¿De qué manera entenderás que yo también soy tu jefe?
—Ese respeto lo perdiste cuando te dedicaste a hostigarme por los pasillos, usar a Samara como tu puta personal, pedir sexo oral a cambio de favores, y restringir mi jodido acceso no una, sino dos veces. ¿Es eso suficiente para ti, querido?
Coge la tableta con el ceño fruncido. No pierdo el detalle del ligero temblor de sus manos. Puede ocultar lo que siente, pero conmigo hará falta más que eso.
—Yo no fui —declara soltando la tableta—Estás insultando al equivocado.
— ¿Entonces quién fue? ¿Quién no quiere que trabaje en mi propio caso?
—Es difícil decirlo…
—Atrévete a insinuar que te chupe la polla y te la corto aquí mismo.
Roger traga saliva.
—No sé quién fue, ¿de acuerdo? Es anónimo. El único registro que queda es la fecha y hora del cambio.
— ¿Dirección de IP?
—No es posible.
—Claro. Sí fue posible cuando despidieron al loquito de Informática por estar viendo porno en horario laboral.
—Porque esto es un circuito cerrado o algo así.
—Dime a qué hora lo hicieron —le ordeno cabreada, golpeando el piso con mi tacón.
Sigo sospechando de él. Posee todas las señales de una persona culpable, pero necesitaría más que esto. No me creo por completo que el sistema no registre la dirección IP del computador, todo en esta agencia se registra por seguridad. Todo.
Es una agencia federal, por amor a Dios. ¿Tengo cara de idiota?
—Se revocó tu acceso al registro de Ericsson Jones hoy a las ocho de la mañana.
Hago cálculos mentales rápidamente. Todos los jefes suelen llegar a las siete de la mañana a la oficina. Revisar las cámaras de seguridad puede ser una tarea difícil, pero no imposible.
Por otro lado, me resulta muy curioso este hecho.
— ¿No se supone que los cambios se hacen efectivos al día siguiente?
—Madison, no soy una bola mágica aunque quisiera que me frotaras. Soy el inspector jefe, no tengo esas respuestas. Debió ser un cambio urgente.
Paso por alto el asqueroso comentario sexual. Agradezco el dato, ahora sé que también debo revisar qué personal directivo entró al departamento de Tecnología alrededor de las ocho de la mañana.
—Dame acceso otra vez.
—Me meteré en problemas. Mira, puedo dejar a Samara si con eso no me involucras más en esto.
— ¿Prefieres este inconveniente o que Recursos Humanos sepa tus actividades laborales?
Roger me lanza una mala mirada antes de concentrarse en el computador. Joder, este temita me sacará canas verdes.
—Ya está, pero tendrás que esperar hasta mañana.
No digo nada. Lo miro fijamente queriendo transmitirle la rabia que siento ahora mismo. Hay que tener cojones para hacerme esta jugarreta. Él quizá recibe un poco de ello, porque rompe el contacto visual, incómodo.
Necesito cinco segundos para recuperarme o lo usaré como mi saco de boxeo.
Dominic está aliado con uno o más de mis jefes y no quiere que sepa la conexión entre Jones y él. Pues, vale, ahora con más razón busco respuestas.
Tras finalizar un arduo día de trabajo que absorbió todo mi tiempo, descanso dentro del coche para leer los mensajes de Allison, estacionada en el edificio de la DEA. Necesito que mis piernas recuperen un poco de vida antes de conducir.
«Damian es 4 años mayor que yo. Por eso lo conocí en ese club… Tú sabes que yo nunca había tenido nada con nadie, pero él me pidió mi número, me empezó a invitar a salir. Me incluyó en su círculo de amigos, así que ahora tengo nuevas amigas».
«Él es... No sé cómo decírtelo, no es el tipo de chico que me gusta, pero por alguna razón me gustó. Han pasado cosas que acepté porque... No sé. Presión social? No sé, Maddie, solo sé que me hacía sentir mal estar detrás de los demás, que volvieran a burlarse de mí por no ser como ellos, igual que en NY. He hecho cosas que antes no habría hecho».
«Esas cosas han hecho que Damian reaccione, y la manera en que reacciona es lo que me hace preguntarme si es mi culpa. Es decir, todo lo inicia él, así que yo cumplo para estar más cerca de él, luego se enoja y entonces siento que todo fue mi culpa porque yo acepté. Dice que son episodios y le creo porque quién es perfecto en la vida?»
«El día que te llamé cuando estabas de viaje, fue porque me pidió que le hiciera un favor que no salió bien. Se molestó un poco y, bueno, pasaron cosas. Me dijo que tenía que disculparme por haber fallado, así que lo hice. Yo le hice ya tú sabes... En el coche. En casa me puse a llorar. Es decir, yo acepté hacerlo porque era lo que él quería, pero aún así sentí que fue mi culpa que él me pidiera hacerle eso. Me sentí muy sucia. Yo nunca había hecho algo así, Maddie».
Me tapo la boca con la mano libre mientras leo cada palabra, sumida en un estado de sorpresa y preocupación. Un pequeño jadeo se me escapa al leer el juego de «tú te portas mal, tú te disculpas».
La semana pasada dejé que un hombre me zurrara y también le hice un oral «para disculparme», así que saber cómo eso le afectó a ella, me hace cuestionarme muchas cosas.
Mi pequeña hermana no está hecha para eso y un pirado mayor se está aprovechando. La repetitiva mención de «cosas» es lo que más me preocupa. ¿Qué cosas ha estado haciendo para complacerlo?
No sé qué me tiene más perturbada: que Allison haya justificado y defendido a un pirado que ni conoce o que de por hecho que soy ese tipo de mujer en lo sexual.
¿Acaso tengo cara de que me gusta someterme?
Envío un mismo mensaje a Jessica y Dominic para salir de dudas.
«tengo cara de dominante o sumisa?»
La llamada de Allison entra un segundo después. La puedo imaginar al borde del llanto. Ambas somos muy diferentes, pero compartimos la necesidad de ser «hijas perfectas» ante papá, por eso es fácil manipularla con él.
—No puedes hacerme eso —ruega de inmediato—. Solo quería que me ayudaras.
—Eso hago.
—Madison, por favor, no le digas nada a papá. Se va a decepcionar de mí.
—Escúchame, tener relaciones sexuales no es un crimen, no tienes que sentirte culpable o sucia si lo hiciste porque querías. Ese juego de que te disculpes por algo es algo puramente sexual. Nunca, jamás, permitas que sea algo más que eso.
—Sí, un juego… —musita entre titubeos.
— ¿Funciona para el calentón y las personas que les va el plan de dominación? Sí, pero si no es lo que te gusta, no lo hagas. Tú y yo sabemos que esos jueguitos no son lo tuyo, y no son para gente de tu edad. Yo tengo 28 años y sé en qué me estoy metiendo, soy consciente de qué puedo aceptar y qué no. Tú aún tienes mucho que aprender, así que suelta eso, Allison.
Ella suspira al otro lado, soy capaz de reconocer el ligero sonido que hace su nariz debido al llanto. Algo se rompe dentro de mí. Mi hermana está tan lejos viviendo su primer desastre amoroso y no puedo hacer más que emplear mi tono severo para que acate órdenes, cuando desearía abrazarla.
—Está bien, Maddie, lo entiendo... Hablaré con él para que eso no vuelva a pasar, no fue de mi gusto y eso fue lo que me hizo sentir mal.
—Por supuesto, joder, hacer una mamada no debe ser terrible. Es muy placentero si te gusta.
—No lo digas así... —gime abochornada.
—Es así. Habla con él. Si no cambia, avísame, ¿sí? Y te alejas.
—Sí, está bien —acepta, aunque suena indecisa. Presiento que me traerá más problemas—. ¿Cómo sabes si eso te gusta? ¿Cómo sé si es lo que quiero?
Joder, vaya preguntita. Menos mal que no es mi hija.
— ¿Dar mamadas como disculpa?
—No. —Vuelve a gemir llena de vergüenza—. Eso en general.
—Te vas a excitar, es así de fácil. Cuando eso pase, lo sentirás con la persona correcta, en quien confías, tendrás ganas de más. Aunque a veces debes saber cuándo hacerlo o no. Por ejemplo, si no hay preservativos. Por más que tengas ganas, aborta esa misión.
—Vale… Vale. Muchas gracias, Maddie, necesitaba mucho hablar contigo. Te extraño tanto. Todo esto es muy nuevo para mí.
—Llámame siempre que necesites ayuda, Ally —le pido de corazón, aún preocupada por el chalado con el que sale.
Recibo un par de mensajes que me cortan el momento. De mala gana, leo los mensajes en la pantalla bloqueada, sin abrirlos. Allison sigue hablando pero no la escucho.
Mauro: Te extraño, bebé. Estoy en Arlington.
Mauro: Sigo sin olvidar las ganas con que me dejaste en la discoteca, quiero que volvamos a los tiempos de antes.
Joder, este brasileño está como una regadera. ¿Tiempos de antes? Solo nos enrollamos un par de veces, sin importancia. Por instinto, me toco el interior del muslo, recordando la marca rojiza que me dejó. Entre más lo pienso, más tengo dudas.
—Ally, tengo que dejarte —corto su quejadera sobre Alexa—. Avísame qué sucede cuando hables con el pirado tuyo.
—De acuerdo… Te quiero.
—Yo a ti más.
Sujeto con fuerza el teléfono mientras escribo en la conversación con el brasileño. Desde que me desperté con el chupetón en el muslo he sentido una mala vibra en torno a lo que pasó esa noche y olvidé. Algo dentro de mí que me provoca pesadez.
Madison: ¿Qué no olvidas?
Mauro: El beso que nos dimos, meu coração. Si Jessica no te hubiese apartado de mí, hubiéramos hecho más. 😍
Entonces... ¿No me hizo sexo oral?
Madison: ¿No pasó más nada?
Mauro: Ojalá sí. 😒
Madison: Anímate. Pronto sabrás de mí.
Mauro: Ufff 🔥🔥🔥
Me mintió.
Jessica me mintió porque, ¿por qué él negaría que tuvimos intimidad si era normal entre nosotros? No tiene sentido.
¿Me habré enrollado con otro? Dios, no. Por más ebria que esté no me iría con cualquiera.
Alguien se montó un festín conmigo y no sé quién fue porque mi mejor amiga me mintió. A menos que…
«¿Es que no tienes dos ojos para ver que solo quiere follarte y ya?»
«Ella te come con los ojos y tú no te das ni cuenta»
Las palabras de Dominic empiezan a tomar peso en este enredo. Es una suposición, no recuerdo nada de esa noche, pero todo hace que desconfíe de ella. Todas las indirectas pasivas que dejé pasar y los pequeños detalles a los que le resté importancia porque confiaba en ella.
Al menos, lo solía hacer.
Por cada cosa que recuerdo me da más ansiedad, oprime mi garganta al punto de tener que encender el coche para que el aire me ayude a respirar.
¿Me acosté con Jessica y me lo ocultó?
¿Pasó con mi «consentimiento»?
De solo pensar en la posibilidad de haber sido violada por mi mejor amiga, mi estómago da un tirón que amenaza con hacerme devolver el almuerzo.
Le envío un mensaje citándola en el apartamento esta misma noche, y como sé que ella al principio no fue sincera ni lo será, le exijo a George, el recepcionista, que me deje revisar las cámaras de seguridad.
Me cuesta, pero al final me deja pasar detrás de su puesto de trabajo y busca las cintas del día en que ocurrió la desgracia. George adelanta la cinta y le ordeno que pare cuando a las tres de la madrugada estoy entrando al vestíbulo con Jessica.
Con el corazón palpitando desbocado, observo cómo me ayuda a entrar al apartamento, pasa ella y cierra la puerta. El tiempo pasa y Jessica no sale, contradiciendo lo que el día después me contó. Que me dejó y se marchó. Una maldita mentira porque salió una hora después con una sonrisa extasiada en la cara.
Me marcho a mi apartamento entre pasos titubeantes. Lo primero que hago es tomarme un vaso de agua fría. El vaso resbala de mis manos gracias al temblor que no puedo controlar. Los restos de vidrios se esparcen por toda la encimera y Bon sale corriendo. Sin fuerzas para más, mis piernas ceden y me dejo caer sentada entre la cocina y la encimera central, aturdida.
Dominic tenía toda la razón, y yo debí hacer caso a mi desconfianza desde hace meses atrás cuando descubrí que me había estado mintiendo en otras cosas, pero ese lado masoquista de mí no quiso aceptarlo por completo.
Era mi amiga. La única que consideraba mi amiga de verdad, y en el fondo nunca quise perderla aunque me hubiese fallado. Era lo más cercano que tenía desde la pérdida de…
—Maldita sea —siseo con rabia, deslizando las manos en mi pelo, consciente de las lágrimas que bañan mis mejillas.
Mi mente se llena de imágenes producidas por recuerdos perdidos o quizá producto de mis pesadillas. Reales o no, son tan vívidas que estremecen mi cuerpo con tanta agresividad que comienzo a sollozar de dolor.
Sensaciones similares, palabras idénticas, manos ajenas tocando mi cuerpo sin permiso, susurros perversos, mis extremidades restringidas por correas de cuero.
Todo se junta y se complementa con la violación de Jessica. Creo imágenes de ambas en ese momento. Imagino cómo usó mi cuerpo mientras yo no podía hacer nada para defenderme, cómo profanó la amistad que tanto quería.
Lloro como tenía meses sin llorar.
Lloro con fuerza y me deshago de millones de lágrimas contenidas, expulso tanto dolor reprimido que temo que voy a explotar.
Otra vez estoy sucia.
A las ocho en punto suena el timbre. Reviso en el espejo de la puerta que mi maquillaje cubra bien cualquier rastro de mi llanto y abro. Jessica va vestida aún con uno de sus típicos trajes para el bufete y, emocionada, me enseña las manos. Entonces recuerdo que mencionó en los mensajes que se estaba haciendo la manicura.
—Estilo Elsa de Frozen.
Sonrío forzosamente. No podría importarme menos. Ver sus manos solo me hacen querer vomitar.
—Genial. Pasa.
—Sin duda, ¿a qué se debe la invitación?
La recorro con la mirada. Me da asco ver cómo me ha copiado y utilizado. Ha hecho todo lo posible para ser idéntica a mí. ¿Hasta qué punto está obsesionada conmigo?
—Ven —murmuro, me dirijo a mí habitación oyendo sus pasos detrás de mí.
— ¿Qué pasa? ¿Es sobre el innombrable?
—Sobre nosotras. —Acompaño mis palabras con un brusco tirón en su brazo. La tiro en la cama como si no pesara nada—. Saca tus cartas, Jess.
Sus ojos se expanden al máximo, nerviosa y sin saber qué responder. Salto sobre ella, sentándome en su vientre. Bruscamente tiro de su falda mientras mi otra mano localiza el objeto que escondí debajo de una almohada. Lo suelto un instante solo para darle una bofetada y separar un poco sus muslos. Jessica grita del dolor cuando el dildo atraviesa su cavidad femenina sin lubricación.
Eso debió doler.
—Madison, ¡¿qué mierda haces?! —exclama asustada—. Suéltame, me duele.
Le coloco la mano libre en la garganta para sujetar su cabeza en el sitio.
— ¿Te duele? —siseo, y empujo con más fuerza. Sus ojos cierran de golpe, dejando fluir varias lágrimas—. ¿No te gusta que abusen de ti, Jess? ¿Qué pasa? ¿Te molesta que te toque sin tu consentimiento?
Saco el dildo y lo introduzco de mala manera en su boca, ella tose pero no le queda de otra que aceptar el objeto. Tras provocarle arcadas, lanzo el dildo al piso con una mueca de asco. Le doy otra bofetada con la mano bien abierta, que nace desde lo más profundo de mí.
—¡¿Qué mierda te pasa?! —solloza.
— ¿Qué mierda me pasa? —repito, entre dientes. Le aprieto la garganta—. Que me violaste, amiga, eso me pasa.
Antes de que la mate por asfixia, la suelto de un tirón y me bajo de la cama. Ella, aterrada, tose agresivamente a la vez que se arregla la ropa y se para. Me mira con los ojos azules llenos de lágrimas y otra lluvia de furia me cubre de pies a cabeza.
Ella no tiene derecho a derramar lágrimas, pero de ahora en adelante me encargaré de que cada una de ellas sea por mí.
Seré su peor pesadilla así como ella volvió a despertar las mías.
Sin comentarios. 👀
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