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25. Ataduras

Hubo un momento en mi vida en el que desperté y me dije a mí misma: toma un secuestro como un paseo. Uno breve.

La primera vez, me absorbió el terror, el temor de no poder escapar, no ser rescatada o liberada. La segunda vez, sentí el mismo terror de lo que me podrían hacer, pero sabía que saldría libre de alguna manera u otra. Para la tercera vez que fui retenida por un grupo de mercenarios alemanes, ya no existía el miedo, tan solo un sentimiento de vacío y fastidio. Desde entonces, cada secuestro ha sido una experiencia de hastío.

Si normalmente me causan pesadez, ahora me dan ganas de clavar un cuchillo en el cuello de alguien.

En las penumbras de la sala, una sombra se dibuja en la pared blanca frente a mí. Estoy sentada, libre de ataduras, pero inmóvil. No por voluntad propia, he sido drogada lo suficiente para no poder estirar las piernas. Desperté hace solo segundos, con el sosiego de estar en esta posición, consciente de quién me ha atrapado.

El olor se filtra a través de mis fosas nasales, la presencia está más cerca, más distinguible para mí. Su sombra es inconfundible, lo reconocería solo por la forma de sus hombros anchos o el peinado descuidado.

—Así que… ¿Te tengo secuestrada? ¿Otra vez, cielo?

Aprieto los labios al sentir la calidez de su lengua en mi nuca. Me besa la piel despacio y comedido mientras trato de no perder la compostura.

Me fugué del apartamento a primera hora de la mañana, no iba a permitir que me encontrara de imprevisto con sus movimientos fantasmas. Dejé a Bon con la vecina para esconderme en un hotel poco reconocido, me fui al trabajo sintiéndome orgullosa de imaginar la cara de Dominic al irrumpir en el apartamento y no encontrarme.

En la seguridad de mi oficina, tuve un pequeño ataque de frustración. Él es tan imbécil como para creer que todo era una escena de celos. Lo que menos me pudo importar fue con qué querida estaba, por mí podían estarse casando, pero ¿aplicarme la ley del hielo?

Continué ignorándolo, no iba a poner en riesgo mi integridad yendo al apartamento. Decidí darle una respuesta rato después solo para que detuviera las incesantes llamadas.

Debí saber que no diría algo así en vano. Es Dominic Callaghan.

En el fondo, guardé la esperanza de estar bien escondida, lejos de su radar. El que sus hombres entraran a la habitación de hotel y me atacaran, me aclaró que jamás podré salir de su dominio mientras no solucione nuestra situación.

— ¿Te aburriste de Audrey ya?

—Sí. Es fácil aburrirse si no eres tú. Trata de no cometer más estupideces para no separarte de mí.

Suelto una débil risa.

—Eres un desgraciado.

—Soy muy agraciado. —Hace girar la silla y sujeta mi barbilla—. ¿Hiciste algo con Jung-su de lo que debería enterarme?

Aparte de beber nuestra sangre mezclada, nada interesante.

—Lo que tú querías. Dejé morir a Hyojin.

—Sabía que lo harías bien.

— ¿En serio lo harás parecer una tontería? —reclamo, con más fuerza en mi voz—. La asesiné por ti.

— ¿Quieres un beso de agradecimiento, cielo?

Hago acopio de todas mis fuerzas para darle un empujón en el pecho. La acción apenas lo mueve, como un soplo de aire. Tengo una irracional necesidad de que me entienda, pero él se limita a tomarlo con diversión, cuando para mí es todo menos eso.

Nada de lo que sucedió fue un chiste, la manera en que me manipuló no merece un comentario sarcástico.

Esta lucha está perdida.

— ¿Qué valió para ti, Dominic? —lo enfrento, desafiante—. ¿Qué significó para ti que la matara?

—Me place que puedas ponerte de pie.

El próximo empujón es más poderoso que el anterior. Poco a poco, voy recuperando mi fuerza total. Sin embargo, él ni se inmuta. Deja que su cuerpo retroceda por el impacto.

He aceptado que nunca lograré que pueda entenderme, guardaré mi furia para hacer lo que se supone que debo hacer. Trabajar, ser su querida amante infiltrada, una que está dispuesta a todo por él, por ser suya.

Es hora de cambiar de estrategia.

—La maté por ti. Le quité la vida para complacerte y te largaste.

El tono dolido en mi voz debe tocar alguna fibra en él. Suaviza un poco la mirada, vuelve a sujetar mi barbilla y se inclina. Una ráfaga de aroma a coco me nubla. Es delicioso.

Es un imbécil conmigo; con la Madison que creé para él, es más delicado.

—Sabes que tú lo provocaste. Me obligaste a tomar medidas extremas.

—Y cumplí. Pagué el precio por ti.

Acaricia mi piel hasta abarcar mi mejilla en su mano.

—Lo sé, cielo.

— ¿Entonces por qué me dejaste sola? —susurro con la voz rota, lucho por que lágrimas se formen en mis ojos, que el falso dolor sea notable—. Todo lo que quería era solucionar las cosas contigo, y tú me dejaste por ella.

Dominic limpia una lágrima con el pulgar, luego me sorprende besando el rastro húmedo que dejó. Mis labios se curvan hacia arriba cuando él me besa en la frente. Se ha tragado el cuento, una vez más se ha creído mis lagrimitas de cocodrilo.

—Nunca debiste traicionarme, Madison. —Posa un dedo en mis labios para callar mi objeción—. No lo tienes que aceptar, sabes que yo lo sé. Sería capaz de perdonarte solo para besarte, por eso me fui. Eres mi perdición, cielo.

Frunzo el ceño, lejos de concentrarme en la repentina perversión sexual en sus ojos grisáceos, estoy confundida. A veces dice cosas que me sacan de lugar, porque no las comprendo y no puedo controlar la situación.

—Tus lágrimas esconden toda tu maldad, pero me encanta tomar el riesgo. —Rodea mi garganta con posesión—. Me provocas a hacer locuras.

—Nunca te traicioné, Dominic.

—Lo hiciste. Maldita sea, lo hiciste.

Pretendo excusarme por milésima vez, pero se adelanta y acalla mi boca con un beso arrasador, que me transporta a otra dimensión. Tira de mi labio inferior y aprovecho para dejar salir la lengua. Roza la suya con la mía y hace una rotación que me deja muy boba, termina el movimiento dentro de mi boca y acabo soltando un profundo gemido.

Por esto huí. Este es nuestro maldito problema, no podemos resistirnos el uno al otro. Podemos estarnos odiando, igual terminaremos así.

Y que Dios baje ahora mismo si no estoy apretando los muslos de la creciente expectación. Paso de cero a cien en un segundo.

—Sabías a ella —suelto el amargo recuerdo.

—Bórrala. Bésame hasta que las borres a todas, si es lo que quieres.

Trago saliva, asimilando sus palabras. Un deseo que me consume a fuego lento. Son miles de chispas en mi vientre que arden en una decisiva conclusión: la necesidad de borrarlas.

«Borralas. Borralas. Borralas».

Alejo esos pensamientos intrusivos, fijándome en la paciente postura de Dominic. Nunca me rebajaría a tal nivel de ceder a sus peores exigencias. Su Madison sí lo haría. Tengo que hacerlo, joder.

—Quiero más que eso.

— ¿Qué quieres? —pregunta con suavidad, y suelta el botón de mi pantalón.

—Quiero ser una de ellas.

Mi lengua arde tan pronto como lo digo. Por el amor de Dios, ni siquiera sé cómo he sido capaz de insinuar algo así.

Él baja mi pantalón en silencio, no reacciona a mi petición pero sí que noto la tensión en sus brazos, la manera en que aprieta los dientes. Intenta ocultarme que se ha molestado.

—Quiero que me perdones —añado como segunda opción.

—Lo estoy haciendo.

Despoja mi cuerpo de cualquier prenda de vestir. Me deja desnuda y expuesta, no me cohibo de nada. Bajo su mirada me siento la mujer más hermosa del planeta, y el sentimiento me gusta. Es poseedor de unos ojos muy expresivos cuando se deja apreciar.

—Da media vuelta —ordena.

Quedo de espaldas a él, a la espera del siguiente movimiento. Detrás de mí, lo oigo abrir algún cajón, luego mi vello se eriza al notar su cuerpo cerca del mío.

—No haré nada que no quieras —musita en mi oreja, estirando el brazo para dejarme ver las cuerdas de nailon que sujeta.

Mi corazón empieza a palpitar desenfrenado. Mi naturaleza es resistirme a ese tipo de actos, los que involucran que yo tenga que someterme a un hombre.

Hay algo en las cuerdas que no me gusta, verlas y pensar que un hombre me tendrá a su merced me retuerce el estómago. Nunca he tenido experiencia con el bondage.

Sin embargo, estiro la mano y toco la cuerda, es suave. Ajustada con la presión exacta, no debe dejar marcas ni hacer daño. Dominic pretende usarla conmigo y en contra de mi mal sentimiento hacia ellas, una parte de mí me obliga a continuar.

Mi excitación se incrementa al imaginar el placer que producirán en mí. Quiero hacerlo. Quiero probar el material en mi piel y demostrarle que su Madison sigue aquí.

—Átame.

Exploro la sensación de sumisión mientras él rodea partes de mi cuerpo con la cuerda de forma estratégica. Rodea mis pechos, la entrecruza en mi torso y muslos. La forma en la que ha utilizado la cuerda en mi espalda es en equis, unida a los entrecruces en mi torso. Mis brazos queden sujetos en mi espalda, mis muñecas atadas al final. Me tiene muy bien inmovilizada, sin llegar al punto de hacerme daño.

Intento girar las manos para probar la resistencia del nudo, no consigo moverlas ni un poco. Ha hecho un nudo perfecto.

El rostro de Dominic es éxtasis en su máximo esplendor. Me observa como si fuera su gran obra maestra.

— ¿Para esto regresaste? ¿Ella no pudo satisfacer tus necesidades masculinas?

Me atrae a su cuerpo y todo su calor me envuelve. Odio la intensidad de sus ojos en los míos, sobre todo cuando me besa suavemente la boca, sin dejar de mirarme.

—Iba a hacerte sufrir unos días más, luego enviaste ese mensaje y me puso tan loco imaginarte celosa que cedí al impulso de perdonarte.

—Me molesté porque…

— ¿Por qué, cielo? —susurra entre besos delicados.

A la mierda el personaje.

—Porque me hiciste pasar por algo horrible y ni siquiera estuviste ahí para enmendarlo, te desapareciste sin más. Después me entero que, mientras yo no podía dormir bien por aquello, tú estabas de paseo con una mujer. Eso está muy jodido, Dominic.

—Te lo merecías.

Lo miro sin dar crédito a sus palabras.

—No me mires como si yo fuera el malo de esta historia, tú empezaste —declara con desdén—. Ahora, vas a estar callada. Bloquearé la misma boca que se atrevió a traicionarme.

No comprendo lo que dice hasta que coloca frente a mí el objeto. Entre sus manos sostiene una gruesa cinta de cuero negro.

Oh, no.

—Ni de chiste. Ya me tienes atada, no me vas a amordarzar.

Aceptar que me atara a su merced es suficiente, si  anula mi sentido del habla, no lo soportaré.

— ¿Prefieres mi polla?

—Sí.

—Lástima. ¿Sabías que a un gran porcentaje de las mujeres les gusta negarse en el sexo para que la pareja les de con más fuerza, como si la obligaran?

Un sentimiento peligroso se forma en mi pecho viéndolo acariciar con pericia la cinta, acompañado de su oscura y felina mirada. Es como un gato negro en la oscuridad de esta sala, amenazante, decidido a devorarme.

Tiene que estar de puta broma.

—No todas tenemos fantasías retorcidas.

Una diabólica sonrisa ladina se forma en sus labios. Da lentos pasos hacia mí, es el cazador atrapando a su presa.

— ¿Segura?

—Sí, imbécil.

Arquea las cejas, analizando mi contestación mordaz. Está como una jodida regadera. Ni en un millón de años pude haberme imaginado que estaría haciendo esto por alguien tan insignificante como él.

—Bien.

Me agarra desprevenida al cogerme de los brazos bruscamente para colocarme la cinta en la boca. Forcejeo como mejor puedo contra él, eso lo hace reír por lo bajito. Es un juego para él. Solo quiere demostrar su estúpido punto.

Cubre mi boca con la gruesa cinta de cuero, la anuda en mi nuca. Genial, el pack completo. Amarrada y amordazada. Lanzarle miradas fulminantes es lo único que puedo hacer.

—Siempre que sea demasiado para ti o quieras negarte, sacude la cabeza y pararé. ¿Es demasiado para ti?

Por un lado, agradezco que al menos tenga la decencia justa de asegurarse de no atacarme sexualmente. Por el otro, detesto la posición en la que me deja esa pregunta, porque tengo la oportunidad de esquivar esa bala sin poner en riesgo la misión.

Mi cabeza permanece quieta. Le mando la orden, me reclamo a mí misma hacer el movimiento de una vez por todas, pero un lado irracional de mí me mantiene así. Es más fuerte que mi lado sensato.

—Eso pensé.

Molesta conmigo misma, pataleo mientras él me carga hasta un diván negro de un solo brazo, al cual me deja caer sin previo aviso. Sospecho que me va a tratar muy, muy mal.

—Date la vuelta. Ponte de rodillas —demanda, su voz es ronca y profunda.

Madre mía, todo él es afrodisíaco. Me pone a mil revoluciones esa actitud. Lo odio tanto por crear un revoltijo de emociones contradictorias en mí.

Tuve que haberme negado. Debería verlo como el psicópata asesino manipulador que es, pero en su lugar veo un hombre que exuda pasión. Me hace cuestionarme si debo apartar una cita con mi oftalmólogo o quizás es hora de visitar un psiquiatra.

No me muevo, mantengo mi posición de mujer orgullosa. ¿Por qué me estoy resistiendo si ya le di la aprobación para hacerlo? Y ¿por qué eso me gusta?

Dominic actúa ante mi silencio. Me obliga a girar y ponerme de rodillas. Me sujeta de la garganta firmemente y echa mi cabeza hacia atrás.

—Extrañé tanto verte así. Tanta falta de respeto, tanta insolencia, descaro, desobediencia y rebeldía, debe de ser cobrado.

Empuja mi torso hacia abajo y el culo en pompa. Mi espalda es receptora de superficiales caricias de sus dedos por mi columna. Luego, el impacto de su palma contra la superficie de mi piel resuena en el aire.

Ahogo un gritito contra la cinta.

—No vuelvas a huir de mí, Madison.

No lo termino de asimilar cuando vuelve a hacerlo en la otra nalga. Cierro los ojos con fuerza, sintiendo cómo mi piel cosquillea y arde.

En medio del dolor, su húmeda lengua entra en contacto con la piel lastimada, y es un drástico cambio. Mis gemidos ahogados continúan y él se complace con otras tres palmadas, seguidas del alivio de sus besos.

—Te encanta ¿verdad? —murmura sobre mi delicada piel, suspira y apoya la frente en mi trasero—. Me tienes tan loco…

A medida que su mano impacta en mi culo, lo alterna con caricias. Pierdo la cuenta de cuántas veces me pega. Eso, más la sensación gratificante de la presión de las cuerdas en mi cuerpo, es lo mismo que tocar el cielo. La prueba es la húmedad que empapa mis muslos, una parte de mi cuerpo que anhela atención desesperadamente. No sé si alguna vez me había excitado tanto en mi vida.

—No vuelvas a traicionarme. —Introduce dos dedos en mí, y eso es todo lo que necesito para liberarme con un sollozo—. No te atrevas a mentirme.

Me concentro en los dedos que entran y salen de mí, despacio, profundo. Estoy tan absorta en el paraíso. Su técnica de masturbación es una estimulación magnífica, pero me ha llevado a un punto tan alto que este suave juego no me satisface por completo.

Muevo las caderas. Utilizo sus dedos para embestirme con más potencia. La velocidad de sus movimientos se incrementa. Empuja muy profundo mientras que con su lengua en mi sexo me  desarma. El pulgar se posiciona sobre mi cúmulo de nervios, lo estimula y acaricia, estoy tan excitada que el roce duele pero acepto cada regalo.

Me clava los dientes en la nalga, y si ya me dejó las manos marcadas, ahora también los dientes. La cinta amortigua el grito que doy cuando sutilmente algo húmedo acaricia mi entrada trasera. El morbo me envuelve entera. Me deshago en sonidos de deleite, amortiguados por la cinta, todo mientras recibo el enloquecedor juego de su lengua y dedos en mí.

La segunda explosión de lujuria sucede. Me hago pedazos entre sus manos, en su boca. Me envuelve una ola de placer que me transporta a un éxtasis indescriptible, mientras mis sentidos se desvanecen en un torbellino de sensaciones deliciosas.

—Maldición —gime, probando cada gota de mí.

Mi cuerpo comienza a relajarse con sus últimas caricias. Libero por la nariz todo el oxígeno que tenía atrapado. Necesito reflexionar sobre lo que ha pasado, la manera tan absurda en la que me he rendido a él en algo tan íntimo.

Dominic no me cede mucho tiempo para reflexionar o aclarar mi mente, manipula mi cuerpo como si se tratara de una pluma. Sentado en el diván, me coloca sobre él. No me enorgullezco de la penosa facilidad con la que me desplomo en su pecho.

Sus dos fuertes brazos me rodean al instante en un abrazo protector. El momento se hace tan pacífico e íntimo, que sus siguientes palabras me dejan en conmoción.

— ¿Te molestó que besara a otra? ¿Te molestaría saber que, lo acabo de hacer contigo, es lo que hice con ella antes de regresar?

Me separo de su pecho. En mi nube orgásmica, lo observo entre incrédula y adormilada. Está tan relajado consigo mismo, tan perfecto e intacto como si no acabara de dejarme a punto del desmayo.

—Piénsalo dos veces antes de actuar —me advierte—. No hay lazo sentimental que nos una para salvarte.

Ya despierta del todo, hago el dichoso movimiento de cabeza con pura decisión. Dominic asiente sin decir nada, solo afloja el nudo y saca la cinta de mi boca, esta queda colgando en mi cuello.

—Estás mintiendo —determino con convicción.

Una de sus cejas se eleva, perspicaz. Al mismo tiempo, va soltando las cuerdas con parsimonia.

— ¿En qué miento?

—No le hiciste esto. Solo quieres lastimar mi ego porque sabes que con mi corazón no puedes.

Tira de la cuerda suelta en mi pecho, haciendo que el resto aún atado alrededor de mis senos se tense. Resisto el impulso de jadear, consciente de la moderada presión en mi pecho.

— ¿Quieres que te rompa el corazón, Madison?  Me puedo esmerar.

—Ya cumplí el castigo en Seúl. Para de querer joderme y perdóname, aunque no haya hecho nada para merecerlo.

—Si te estuviera jodiendo estaríamos en un mejor puto punto de nuestras vidas.

Pongo los ojos en blanco. Tira del último tramo de cuerda así como yo empujo sus manos lejos de mí. Me toma unos segundos recuperar la movilidad de los músculos.

—Sé que es mentira, Dominic. Lo demostraré.

— ¿Cómo lo harás?

Me inclino, capturo su labio inferior y lo succiono suavemente. El gemido que escapa de sus labios es la muerte. Es un beso de los sucios, desesperados y morosos. Pruebo mi propio sabor en los besos, lo cual es mucho mejor que probar labios de otra mujer.

—Estás desesperado por mí como yo lo estoy de ti —aseguro contra sus labios, jugando con sus dedos entrelazados con los míos—. Es imposible que se lo hayas hecho, porque me querías a mí, no a ella.

Aprieta con fuerza mis manos entre las suyas.

—Al piso de rodillas. Ya.

Un corrientazo me recorre la columna. Las cosquillas en mi vientre se acentúan. He tenido dos orgasmos en media hora, pero mi apetito es mayor. Es complicado ocultar la diminuta pero malvada sonrisa en mi rostro. No se siente como una orden, se siente como él rindiéndose a mí. Mirándolo con fuego en los ojos, obedezco la orden.

Si piensa que creeré la tontería de Audrey, está muy equivocado.

Una sonrisa amenaza por asomarse, pero se retracta. Intento abrirle el pantalón despacio, en contra de mi férreo deseo por arrancarlo. No sé cómo se escuchará esto en voz alta, pero en mi cabeza tengo la libertad de pensar: «qué bonita polla tiene». Corazones incluidos. Es la más bonita que he conocido, y la que me ha creado una dependencia poco sana. De solo verla y tenerla en mis manos, no soporto las ganas de probarla o incluso sentirla dentro de mí.

— ¿La pusiste de rodillas también?

Lo miro a través de las largas pestañas, él acaricia mi mejilla para enseguida empujarme a su erección. Lo recibo, y en contra de las demandas de su mano en mi cabeza, lo hago a mi ritmo.

Quiero que sepa que yo soy quien está mandando, que es él quien está sometido a mí.

Chupo, lamo, la saboreo hasta el fondo. Llega un momento en que su mano se relaja, sin soltar mi pelo, siguiendo los movimientos de mi cabeza. Se está conteniendo, está permitiendo que sea yo quien dirija.

— ¿Te pusiste de rodillas por ese cabrón de Taylor? ¿Eh, Madison?

Miro hacia arriba. Casi me atraganto por perderme en esas esferas grises, su expresión complacida, sus labios entreabiertos soltando roncos gemidos. Increíble vista tengo desde aquí.

Las caderas le tiemblan un poco. Dominic se cansa de dejarme el control, aferra el agarre en mi cabeza y embiste mi boca a su habitual manera brutal. Ya más acostumbrada a su anatomía, resulta más fácil seguirle el ritmo y controlar las arcadas cuando me roza la campanilla.

—Tú —sisea, da una profunda entrada y un cálido chorro sale disparado dentro de mí.

Trago su esencia de inmediato. Lamo hasta la última gota que se escapa de mi boca hasta dejarlo completamente limpio. Puedo jurar que es como una droga, una adicción.

—Madison.

— ¿Qué? —Mi respiración es entrecortada.

Espero una respuesta sucia, su declaración de «gracias por chupármela», pero nada de eso llega. Me mira con los ojos nublados de placer, se muerde el labio inferior y sacude la cabeza.

Levanta mi cuerpo, vuelvo a estar en su regazo, y cuando entramos en contacto, doy un respingo. La semi erección sigue allí. Si me hubiera sentado un poco más adelante, ya estaría penetrada al fondo.

Ambos quedamos paralizados. Su miembro se desliza entre la humedad de mis pliegues y, joder, es mejor que nada.

— ¿Qué me ibas a decir?

—Nada... —Baja la mirada y suspira pesadamente—. Puede que estés perdonada.

— ¿De verdad?

Desciende a mi cuello, muerde y lame mi piel hacia mis pechos. Extasiada, mis dedos se aferran a sus bíceps e intensifico nuestro roce. Es delicioso y doloroso sentir cómo cada vez que me muevo, el glande presiona contra mi entrada.

—Sigue así. Voy a explotar.

Echa la cabeza hacia atrás y aprovecho para besar su apetecible garganta. Él se apodera de mis labios y mi cintura. Me da una embestida potente, me sujeta del pelo y su otra mano se esconde entre nosotros hasta encontrar mi clítoris. Jadeo, maravillada.

Mi tercer clímax está llegando tan rápido como los dos anteriores. Sin embargo, sé que a él le cuesta más tiempo recuperarse para volver al ruedo, así que me contengo lo más posible para continuar nuestra estimulación y llevarlo al mismo punto que yo.

Sus manos inquietas recorren mi cintura, mi espalda, mis muslos, mientras esconde el rostro en mi cuello dándome las más salvajes embestidas. Esto es tan adictivo como nocivo para mi salud.

—Estás más que perdonada, joder.

Entrelaza los dedos con los míos mientras suelta un bufido, dejándose llevar por el orgasmo primero que yo. Solo así, me permito soltar el cúmulo de éxtasis que retenía. La sensación del líquido caliente derramándose por mis muslos hace que gimamos al mismo tiempo en la boca del otro.

Si algo sé de sobra, es que cuando un hombre se viene primero que yo, él no me folló a mí, yo lo follé a él.

Dominic me sujeta contra él con firmeza, unidos, compartiendo un olor a sexo, apesar de que él está completamente vestido.

Me aparta y me mira a los ojos, los suyos más serenos, llenos de deleite; su frente resplandeciente por el rastro de sudor. Con esta imagen debajo de mí, es imposible creer que pude haberme resistido antes.

El momento se torna incómodo. Tal vez debido a la intensa conexión íntima que hemos compartido. Es la primera vez que tenemos un contacto físico más profundo, me entregué a él y luego él se entregó a mí. Parece que ambos tenemos mucho en qué reflexionar.

Hace el gesto de separar sus manos de las mías, pero aprieto mis dedos alrededor de los suyos con firmeza.  Necesito recuperarlo.

—Nunca me arrodillaré por Oliver Taylor.

—Estabas con él —me reprocha, luego hace un gesto de asco—. Es menor que tú, maldita sea.

—Prefiero los mayores. La experiencia y eso.

Finalmente, siento un alivio cuando una sonrisa sádica se dibuja en su rostro. El destello travieso en sus ojos brilla resplandeciente. Lo tengo.

—Más te vale, diablilla.

— ¿Estoy perdonada?

Acuna mi cara entre sus manos para arrastrarme más cerca suyo, así ambos acabamos recostados en el diván.

—Más que eso. —Besa mi frente—. Arruiné mis pantalones, vienes conmigo a la ducha.

—Ni lo sueñes.

Ya pasada mi fantasía romantizada sobre él, ni loca me arriesgo a que logre su cometido de follarme como Dios manda.

— ¿En qué momento te hice creer que estaba pidiendo tu opinión?

—Dominic, no seas grosero.

— ¿Eso es ser grosero?

Por el amor de Dios.

—Lo es.

Lo piensa unos segundos, mientras yo me quedo mirándolo sin poder creer que esté hablando en serio. Yo tengo muchos aspectos jodidos de mí, pero él no se queda atrás.

—Bueno, supongo que no me importa.

Resignada, no me opongo a que me lleve al cuarto de baño al estilo nupcial. No me fijo mucho en la casa en la que estamos, ni en qué parte de la ciudad, estoy perdida en mis pensamientos en el momento reflexivo post sexo. Dominic se encarga de lavarme, y creo que lo hace porque se da cuenta que mi mente está en otra parte. Al regresar en mí por completo, me encuentro envuelta en una minúscula toalla, sentada en la orilla de una cama.

El ruido incesante de la regadera es audible y justifica el porqué estoy sola. Mi ropa está con la de él, tirada sobre la esquina de la cama. Suelto un suspiro de cansancio antes de rebuscar mis prendas entre las suyas. Su pantalón es un desastre de fluidos nuestros. Una sonrisita traviesa cruza mi rostro y corro al salón en búsqueda de mi teléfono.

Menos de un minuto después, he enviado una fotografía de nuestra ropa mezclada, asegurándome de que sea visible una parte de la evidencia del fogoso episodio. Acompaño la imagen con una sutil descripción.

«Ryan jamás podría lograr algo así».

Recibo su mensaje casi al instante. Tiene un sonido de notificación especial para mí, dijo que así puede responderme más rápido y no mintió.

Me dejo caer en el mullido colchón con una risa maliciosa. Bueno, a ver, tampoco mentí. Ryan podrá tener lo suyo pero no es ni de lejos un empotrador. De ser por eso, habría terminado con él un mes después cuando me aburrió lo mismo de todos los días.

— ¿De qué te ríes? Suena a que hiciste una de tus diabluras.

Le echo un vistazo de reojo. Toalla en la cintura, pecho denudo decorado con gotas de agua que bajan, y bajan… Regreso mi atención al teléfono.

—Hablo con Jessica.

—Más te vale.

Dominic vuelve a desaparecer en el baño tras llevarse otra ropa limpia y yo doy finalizado mi entretenimiento. Quizá exageré un poco en contra de Ryan, pero me tenía que desquitar.

Retomo mi trabajo y me apresuro en buscar cualquier cosa que pueda usar en contra de Dominic por toda la habitación. Es una búsqueda inútil, mi última opción recae en su pantalón. En un bolsillo solo encuentro una collar. El dije es una combinación de un sol y una luna unidos por la mitad, con la cadena ligeramente oxidada, lo que indica que es antiguo.

La joya me resulta familiar a primera vista. Es similar a los accesorios infantiles sin valor económico. Tal vez lo sea, aunque es extraño sentir que ya lo había visto antes. Es como si el recuerdo estuviera allí pero sin poder acceder a él.

Observo con más detalle el dije, las puntas del sol, la carita feliz de la luna, la línea donde se unen a la mitad. Me concentro de la misma manera que hago en el consultorio de Ethan, aunque en lugar de bloquear mi mente, la libero.

Un ligero dolor de cabeza nace del esfuerzo que hago en mirar el collar y tratar de recordar porqué es familiar para mí, si nunca lo había visto.

Un recuerdo borroso comienza a formarse en mi cabeza. Es un árbol. Cierro los ojos y me aferro a ese pequeño recuerdo con fuerza. Poco a poco, voy obteniendo destellos, veo mis manos sujetando un collar idéntico, reluciente y nuevo.

Mi respiración se torna un poco agitada, intento todo lo posible por tratar de construir una mejor imagen, algo más, otro detalle importante, pero es imposible para mí. Eso es todo lo que voy a obtener.

Un árbol y una versión pequeña de mí sujetando el collar como justamente estoy haciendo ahora, al menos veinte años después.

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