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21. Culpa

Arlington, VA.
OFICINA SECRETA DEL FBI, DPTO. INVESTIGACIÓN.
4 DE MAYO, 2018.
1:27 P.M.

Ryan

Mi vida estaba marcada por errores pasados y una búsqueda constante de redención. Como agente del FBI, mi objetivo era proteger a los inocentes. Al principio, fue un gusto; con el tiempo, se convirtió en la única manera que podía exonerar mis pecados.

En una de las oficinas secretas esparcidas por la ciudad, la tensión se respiraba en el aire mientras discutíamos sobre una red de trata de blancas. La información que teníamos era alarmante: se asemejaba a una operación previa llamada «Aurora».

Aurora fue una operación contra el estonio Andrus Kravik, líder de una red de trata de blancas que operaba en muchas partes del mundo. En el año 2015, después de doce años, se desmanteló y un operativo acabó con su vida.

Un año y medio después, comenzaron los rumores. «La red de Krav sobrevivió», pero nunca se halló nada. Hasta hace cinco meses. Ya teníamos la certeza de que una poderosa trata de blancas estaba causando estragos, y la sospecha de que estaba relacionada con Andrus Kravik se hacía más fuerte.

Las pantallas iluminaban la sala con datos y fotografías que revelaban el renacimiento de una operación Aurora 2.0. La similitud con Krav en  Estonia me inquietó profundamente. ¿Podría ser una conexión o simplemente una coincidencia?

—Azucena Sánchez se ha convertido en nuestra principal sospechosa hasta el momento —anuncié, tratando de mantener la calma—. Vamos a enfocarnos en ella hasta que Jacob nos de nuevas órdenes.

Mis compañeros asintieron, sus rostros serios reflejando el peso de nuestra tarea. Completamos los detalles que teníamos: nombres clave, direcciones sospechosas y posibles rutas utilizadas por esta red despiadada.

La tecnología avanzada nos rodeaba, las pantallas táctiles brillaban con información confidencial mientras nuestros dedos se deslizaban ágilmente sobre ellas. La inteligencia artificial nos ayudaba a analizar los datos, revelando patrones ocultos. El sonido de teclados y el zumbido constante del aire acondicionado creaban una atmósfera tensa pero enfocada. Cada uno de nosotros sabía que esta misión era vital.

En mi mente, una mezcla de pensamientos se entrelazó: el deseo de justicia por las víctimas, la necesidad de proteger a quienes aún estaban en peligro y el peso aplastante de mis propios errores pasados.

El agente especial que lideraba la operación, Jacob Zeller, arribó a las instalaciones un día después. Había estado de viaje por Sudamérica recopilando datos. Yo era su segundo al mando, por lo que su llegada me permitió respirar un poco. En su ausencia, el peso del liderazgo recaía sobre mí, y a mí no me gustaba. Prefería mi puesto menor.

Jacob reunió al equipo en la sala de conferencias. Treinta sillas dispuestas en filas, un podio y una pantalla era lo único que llenaba la sala. Me senté en la primera fila, junto a mis colegas más cercanos: Priya y David. Una hora de charla en conjunto con Jacob.

—Sánchez fue vista por última vez en Lima, Perú. Lo tenemos en la base de datos —dijo un agente, varias filas detrás de mí.

—Todo indica que su presencia está relacionada con la desaparición de dos chicas de dieciséis años un mismo día —alegó Jacob—. Hice averiguaciones en la ciudad, pero esos mierdas están evitando los errores que Andrus Kravik cometió.

—Esa chica es bailarina de ballet, igual que la víctima de Nashville que salió ayer en las noticias. —Priya saltó sorprendida, sacó rápidamente su teléfono y vi cómo buscaba el artículo de prensa para enseñárselo al capitán—. Misma edad, rasgos físicos, ambas hijas únicas.

Cuando Jacob leyó el reporte oficial de la ya no desaparecida chica de Nashville, hubo murmullos y rostros de dolor. Según el reporte, la chica apareció ayer por la mañana en un parque. Su cuerpo despojado de vestimenta, maltratado y profanado, abandonado a la deriva. Estaba irreconocible, gracias a los golpes y cortes en su rostro, pero fue fácil de reconocer por una característica marca de nacimiento en el torso. Las imágenes eran muy fuertes. Se habían ensañado con esa joven, que por alguna razón, decidieron matar y no llevársela.

—Tenemos que detener esta red antes de que más vidas sean destrozadas —afirmó Jacob, con determinación.

La sala se sumergió en un silencio momentáneo mientras cada uno de nosotros procesaba la magnitud de la tarea que enfrentamos. Las miradas se cruzaron, llenas de determinación y coraje. Teníamos que dejarnos la vida en ello.

—Qué fuerte lo de esa chica... —murmuró David cerca de mí—. Buena esa, Priya.

Estábamos en la sala de descanso, despejando la mente en el sofá con una cerveza. Técnicamente, estaba prohibido el alcohol, pero Jacob nunca entraba a esa sala.

—Esto es un desastre —gimió ella, hundiendo la cabeza en sus rodillas.

—Sí... Estoy pensando si aceptar el viaje a Estonia la semana que viene. Lo de Madison me tiene súper  jodido.

—Qué mal me cae esa mujer, Jesús. —Volvió a gemir Priya en su posición.

— ¿Vas a pensarlo? —inquirió David con doble intención—. Nos hacemos viejos, hombre. Hay que pensar en la familia.

Priya se carcajeó. Se inclinó sobre mí, rozando todo su torso contra mí, y le dio un empujón a David. Tenía su chiste, pero yo no estaba de humor. Traté de no ser muy obvio al echarme más hacia atrás.

—Tú ni amante tienes, idiota.

—Ninguna es india como tú.

Nuestra compañera frunció el ceño, disgustada. Se paró de un salto, agradecí el espacio personal que recuperé.

—Asqueroso... —murmuró, dirigiéndose a la salida.

David sonrió a gusto.

—Es tan fácil deshacerse de ella.

—Genial, gracias. Tiempo de hombres.

Chocamos las cervezas y disfrutamos los pocos minutos libres de la jornada en absoluto silencio. Lo agradecí, no quería ahondar en el tema de Madison. Él la conoció primero que yo. La misma Madison me confesó que se habían enrollado pero me daba igual, era pasado, y David sabía el tipo de mujer que ella era. Aunque al principio era muy ligón e insoportable, con los años maduró.

Según él, Madison era el tipo de mujer que había nacido para darte una buena noche de sexo de vez en cuando, nunca para formar una familia.

«Ella no es la que esperas en el altar, es la gatita que te follas en la despedida de soltero», palabras de David.

Sin embargo, yo sí quería esa familia, sí quería que fuera ella quien caminara al altar. Lo soñaba todos los días. Estaba enamorado, obsesionado, cualquiera de las dos. Haber cedido a mis impulsos sexuales con otras mujeres no tenía nada que ver con eso. La quería a ella para ese puesto de esposa, siempre la querría.

Vivía en un edificio bonito, entré en él con mi mente llena de imágenes de Madison. Extrañaba a mi princesa, pero sentía que podía olerla a medida que el ascensor ascendía. Compré el apartamento un mes después que empezáramos la relación, no pude evitarlo, debía tenerla cerca, muy cerca.

Lo dejé todo en mi sillón preferido, corriendo hacia el binocular en la ventana. Utilicé su increíble vista para enfocar el balcón del apartamento frente a mí. La reja de protección seguía cerrada, no estaba su equipo de yoga ni el rascador de Bon.

Madison seguía de viaje.

Exclamé una maldición, frustrado. Mi novia seguía con el criminal imbécil de Dominic. La impotencia inundó mi cuerpo. Quería romper cosas, en específico la cara y las pelota de Dominic. Pensar en que debía estarse aprovechando de mi princesa me volvía loco. Me enfermaba pensar que la besaba, la tocaba, donde yo lo hice primero. Ella era mía.

Le di una patada a la silla del comedor. La tenía aquí ya que tantas horas observando a Madison me cansaban.

De camino a mi habitación, me fui librando de los zapatos, las medias y la camisa. Hice una mueca de dolor al ver el rastro de ropa que dejaba, Madison lo odiaba. Fue nuestra primera discusión cuando nos mudamos juntos. Una vez tiró por el balcón toda la ropa que había dejado en el piso, en otra ocasión la cortó con tijeras. Aún así lo seguía haciendo.

Encendí las luces de mi habitación y me llevé una sorpresa. No me asustaba con facilidad y el apartamento tenía muy buena seguridad, así que solo me sorprendí al ver una mujer desnuda en mi cama, en una posición lo bastante seductora.

Suspiré cansado. No quería volver a caer en ella, pero tampoco le quité las llaves del apartamento o le avisé que rompí con Madison.

— ¿Desde cuándo estás aquí?

Se llevó un dedo a los labios.

—Shh.

Gateó por la cama cual gata. Así le decía yo: gata traviesa. Porque eso era, joder. Me dejé arrastrar por sus garras y apagué mi impotencia en ella, imaginando que era mi novia. Al menos, eso funcionaba. Quizá, por eso no podía soltarla

La relación con mi hermana era especial. Muy especial, según el punto de vista. La amaba demasiado, y creía que ella a mí también, pues habíamos pasado por muchas cosas juntos. Nunca esperé que su embarazo rompería aquel vínculo. Se distanció, montó una barrera entre nosotros aunque yo tratara de derribarla.

Anastasia siempre había sido así desde pequeña, pero nuestros padres eran lo bastantes religiosos para creer que todo podría ser solucionado por Dios y no un psicólogo charlatán. Claramente, Anastasia nunca mejoró su forma de ser ni ciertos actos retorcidos que prefería no recordar.

Verla era un desafío. Desaparecía a cada rato sin dejar rastro y aparecía cuando le daba la gana. ¿Qué hacía cuando desaparecía tanto tiempo? No quería saberlo, no quería saber nada sobre ella porque nunca sería capaz de arrestarla.

—Dubois es muy bonito, creo que me mudaré allí.

Dejé de revolver mi café para mirarla, entre confundido y sorprendido. Ella parecía absorta en un grupo de clientes jóvenes al fondo de la cafetería.

— ¿Idaho? ¿Estabas en ese pueblo en la otra punta del país?

—Es una ciudad, Ryan.

—A duras penas. ¿Te vistes así allí?

—No voy a andar desnuda —replicó de mala gana.

—Pero sabes que si te vistes de manera provo...

— ¿Ves por qué no contesto tus llamadas?

Resoplé. Yo tenía razón. Ella creía que nada malo podría pasarle, pero yo sabía cuántas mujeres morían al día, yo veía esa desgracia a diario en el trabajo. A ella no le entraba en la cabeza.

— ¿Qué pretendes hacer en Dubois? ¿De qué vas a vivir? Estás embarazada, casada con un desempleado drogadicto.

— ¿Para qué tengo un hermano mayor, entonces?

—No puedo ser tu banco por siempre.

—Pero tu adorado sobrino es tu responsabilidad.

Miré su prominente barriga de 5 meses con recelo. Me costaba empatizar. De algún modo, solo podía sentir repulsión por lo que tenía allí dentro.

Mi mirada ascendió a su rostro pálido y delgado, había perdido mucho peso desde la última vez que la vi, se veía apagada. Incluso el color rojo de su pelo lo estaba. Tenía las mejillas hundidas y grandes bolsas debajo de los ojos. No pasaba hambre, eso seguro con la transferencia que le hacía todos los meses.

¿En qué gastaba el dinero? ¿Se estaría drogando?

—Mamá está dispuesta a quedárselo. Lo quiere. Deberías dejárselo al parir.

—Eso nunca. Es mío, Ryan.

—Anastasia, por favor. No es lo que quieres. Mamá estará...

—Está enfermo —exclamó de pronto, asustada.

— ¿Qué?

—El bebé. Salió en la última ecografía. Sus pies están... —Hizo una extraña figura con las manos, doblándolas hacia atrás—. Están... ¿Así?

— ¿Está chueco?

Desistió de hacer la figura con un amargo resoplido.

—Sí, hermanito, está chueco. Además, no sé, el doctor dijo otra cosa pero es que esa terminología médica no me va.

—Pero ¿tienes la receta médica o algo? ¿La ecografía?

—La tenía pero la boté. No me mires así, estaba limpiando el bolso.

—Anastasia... Esto es un problema —espeté, más preocupado que molesto.

Nada de esto debía estar pasando. Ambos estábamos conscientes. Me lo decía con la mirada agónica, más no con palabras. Mi madre jamás querría quedarse con el bebé, diría que es un demonio o algo parecido. Lo que nos dejaba a Anastasia y a mí como los únicos responsables. Ella no lo quería, solo decía que sí para molestarme, y yo mucho menos me haría cargo de él.

—Tienes que dejarlo en un ofarnato.

—Ryan... —murmuró dolida. Colocó su mano sobre la mía, buscando mis ojos con desesperación—. No lo hagas, por favor.

—Te advertí que abortaras, me ofrecí a llevarte aunque estoy en contra de eso. Mira el resultado de tu capricho.

—Pero es mi hijo... —insistió, las primeras lágrimas cayendo por sus mejillas—. Tu sobrino. Es nuestra sangre.

—Deja de actuar, Anastasia. Le harás más mal que bien. Tu marido ni siquiera lo quiere.

Las lágrimas se detuvieron en un segundo. Su mirada cambió drásticamente mientras se limpiaba el rostro con molestia. Y eso era todo, otro espectáculo de mi loca hermana.

—La única manera de que seas un puto calzonazos es que sea Madison quien hable. —Su cara se iluminó apenas terminó la oración—. Hmm. ¿Debería contarle de la situación del pobre bebé?

Me tensé. La malicia en su rostro no me gustó ni una pizca. Había descubierto una nueva vía de mantener al pequeño mutante, no desistiría.

—Ella te odia, no le importará.

— ¿Y? A veces se cree Teresa de Calcuta para alardear.

Sacudí la cabeza. ¿Por qué no podía entender la gravedad de la situación?

—Anastasia, te ruego que me hagas caso. Solo quiero lo mejor para ti. Es lo que siempre he querido, desde que naciste.

Sonrió de forma cínica.

—Eres el peor hermano que pude haber tenido.

El puñal atravesó mi corazón, pero no dije nada. Asentí sin dejar que notara mi dolor. Saqué mi billetera, firmé un cheque por diez mil dólares y lo estampé junto a su taza de café.

—No soy tu enemigo, Anastasia. Ya estoy pagando suficiente por lo que sucedió.

Revisó el cheque con ojo crítico. Ni siquiera había prestado atención a mis palabras. Me levanté de la silla, cargando con todo el dolor y decepción que sentía.

—Haz lo que quieras con el dinero.

—Volveré a Idaho —mencionó ilusionada, pero yo ya estaba alejándome y no pensaba detenerme.

En el exterior de la cafetería, sequé las lágrimas que se me escaparon. Nada haría desaparecer la culpabilidad y el dolor, nunca habría alguna manera de pagar mis pecados.

Señora: ¿Qué noticias me tienes de Madison?

Yo: No ha regresado.

Señora: Ponte los pantalones, Ryan. Me estás decepcionando.

Yo: Ella está cada vez más obsesionada de Dominic. Lo intento pero es difícil. Rompimos.

Señora: Pues se un hombre y acaba con eso. No quiero que te alejes de ella, empieza a pensar cómo sacar a ese idiota de su cabeza. No me importa si la tienes que lastimar en el proceso, haz lo que sea necesario.

Yo: Lo haré, señora.

Que si me sorprende que Ryan sea próvida? No, para nada. Ni siquiera tuve que pensar su diálogo, simplemente habló él mismo a través de mí. Le daría un 0, pero como no es posible, le doy un 1.

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