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18. Deslealtad

Nueva York, NY. 🇺🇸
1 DE MAYO, 2018.

En una sala de conferencias del hotel en Valledupar, mi rabia estalló por completo. El director Fernández confesó que el director Bennet ordenó la captura de Dominic. Dos horas de discusiones por hacer valer mi derecho más tarde, estaba en el aeropuerto con un boleto a Nueva York. No tenía nada más qué hacer allí. Jessica esperó por mí en el JFK. Significó un acto de amor su gesto de viajar desde Las Vegas a NY solo para acompañarme de regreso a Virginia.

Aunque «cuento» con el apoyo de Dominic para proteger a mi familia de las amenazas de los Jones, no me dejé llevar por su palabra. De fingir una semi relación a confiarle la seguridad de mi familia hay un tramo bastante largo.

La misma noche que recibí la última amenaza comencé a planificar su viaje a Mónaco, con mi padre. No le hizo gracia por su aún esposa, pero aceptó con tal de proteger a sus hijos. Lo había hecho siempre, hasta que no soportó más y se marchó de casa, se mudó a otro continente con un gran océano de por medio.

Nunca lo culpé, fui la única que lo apoyó en su partida. Con Alexa ni siquiera un océano de distancia es suficiente. Es un ser omniprésente, puedo esconderme en el hueco más abandonado del planeta y ella conseguiría la forma de joderme la existencia. Su olfato es tan sensible como el de un can, sus millones de receptores olfativos son excepcionales. Así, se ahorra la molestia de llamar y preguntar en qué sala estoy, ella sola me encuentra sin dificultad.

— ¡Chicas! —saluda con una brillante sonrisa en el preciso instante que mis ojos ubican su presencia.

Destaca entre los pasajeros con su pomposo abrigo de piel de zorro, su bolso Givenchy  y sus relucientes tacones Louboutin. Es fanática de la moda y jamás pierde la oportunidad de demostrarlo.

Reconozco la decepción en su mirada al recorrer mi cuerpo. Juzgar cómo me visto o los kilos que aumento es uno de sus pasatiempos favoritos. Hoy no le ha agradado mi suéter y los vaqueros. Lástima que desde hace años su opinión me importe una mierda.

Jessica se adelanta para abrazarla.

—Cuánto tiempo sin vernos, Alexa.

Yo paso. La ignoro para centrarme en mis hermanos. Aiden me saluda con un seco asentimiento, está cabreado y no es sorpresa, el crío nunca está de buen humor. Por otro lado, Allison se lanza a mis brazos y se siente como si lleváramos muchos años sin vernos.

—Vaya, Jessica, ¿cambiaste de dieta?

—Sálvame. —Me suplica Allison al oído—. Seré la niñera de Bon.

Su desesperada petición consigue hacerme sonreír. He estado en su posición, no es de extrañar que quiera huir, pero sería un acto egoísta meterla en mi mundo. Le prometo que pronto la ayudaré, aunque no tenga fecha concreta. El peligro vivirá a mi lado hasta el día que de mi último suspiro en la tierra.

A mi lado, alcanzo a oír los últimos susurros de Alexa cuando me separo de Allison.

—..., dársela a Madison, cada vez la veo más subida de peso.

Mi sangre empieza a hervir. Que baje Dios y me ponga un alto.

—Prefiero tener unos kilos de más que matarme de hambre a punta de plantas como tú, madre.

—Tu comentario de mal gusto no hará que tengas el peso perfecto. Te estás apartando de las buenas costumbres. No te crié así.

—No hablemos de tu crianza en público, sobretodo con policías cerca, es probable que te encarcelen.

A Jessica le da un ataque de tos. Advierto las incrédulas caras de mis hermanos. La época de callar acabó cuando me fui de casa. Alexa resopla, su rostro ha adquirido un matiz rojizo.

—Graciosa. Soy tu madre.

—Como si eso importara, hará lo que quiera —interviene Aiden.

Su filosa lengua me deja cerca del asombro. Sabía que es un adolescente grosero pero no lo recordaba tan prepotente.

—Es una conversación de adultos —espeto.

—Pero no mentí.

—Eres un mocoso, Aiden, ¿qué sabrás tú de la vida? —rebato desdeñosa—. Agradece salir de aquí para disfrutar los privilegios de mi dinero y el de papá.

— ¡Eso! Son como unas perfectas y exóticas vacaciones en Mónaco.

Alexa le infunde otro poco de ánimo que es más para ella misma, pero él no da su brazo a torcer.

—Lo será para ustedes. Para mí es el infierno.

—Anímate —lo alienta Jess, con falsa emoción—, conocerás chicas nuevas.

—Las chicas que me gustan están aquí, no unas estúpidas remilgadas europeas.

—Hombre genérico... —resopla nuestra madre.

El comentario es un ataque personal para mí. Mantengo la compostura y descargo mi frustración en palabras.

—Es irrespetuoso denigrar a un grupo de personas por su origen o nacionalidad. Deberías enfocarte en tus problemas reprimidos en lugar de juzgar mujeres por su lugar de origen.

Un brillo furioso destella en sus ojos azules, pero el silencio su respuesta.

—Eso creía.

Podrá enfrascarse en peleas interminables con los demás, conmigo lo lleva claro. Le he clavado el puñal de forma dolorosa, se aleja de nosotras con el odio flotando a su alrededor. Pronto aprenderá a respetar.

—Me ha comentado Ethan que has aplazado las consultas desde febrero. ¿Algún motivo en especial? ¿Tú sabes algo, Jess?

Controlo el impulso de ceder al enojo por el drástico cambio de tema.

—El único motivo especial que le conozco es todo el trabajo de la agencia —replica Jess de forma divertida. Le agradezco la ayuda con una sincera mirada—. Ahora con todo el papeleo del proyecto que está creando, ni siquiera tiene tiempo para su mejor amiga.

—Comprendo. Gracias por tu honestidad, Jessica, aprecio ese valor ausente en mi hija.

—Me tienes al lado, Alexa, dímelo en la cara.

La susodicha desliza su perspicaz mirada hacia mí, repleta de soberbia e inconformidad.

—Madison, no puedes ignorar las citas con tu psicólogo como si fueran del gimnasio. A las cuales también has faltado.

Es inútil, no importa si trato de hacer un buen gesto como sacrificar mi tiempo libre para venir a NY, solo recibo sus afiladas dagas. Me molesta que se inmiscuya en mi vida y posea acceso a trivialidades como citas con el entrenador personal o el nutricionista. Sigue manejando partes de mi vida como más le complace, y por alguna razón, se lo he permitido.

—Es mi problema, ya no tengo quince años. Sé qué hacer con mi vida.

Su semblante cambia a uno de preocupación, a medida que se acerca a mí lo necesario para realizar su pregunta estelar.

— ¿Estás tomando las medicinas, Madison?

Me cago en la puta.

— ¿Dónde está Allison?

Jessica señala una de las salidas hacia el siguiente terminal, rozando mi cintura con la otra mano. La rabia me está consumiendo, necesito alejarme de Alexa. Me dirige una última mirada tensa y reprobatoria a la cual no le tomo importancia. Aún hay partes de mí que le pertenecen pero desde hace meses tomé la decisión de desprenderme por completo, desde que algo dentro de mí despertó sin darme cuenta. Una llama candente que clama mi liberación.

No más obligaciones impuestas. No más control de Alexandra Sloane.

Bon me da un recibimiento lleno de amor, Matti lo dejó en mi apartamento desde temprano y ya ha caído la noche. Contra mis deseos de tumbarme en la cama luego del viaje, le preparo el tazón de comida a mi gato. La mayoría del tiempo es un compañero distante, cuando me demuestra su amor me derrito entera. Es mi hijo. Mi única compañía en mi solitario hogar.

Nunca antes me había sentido insegura entre estas paredes, pero hoy el ambiente es pesado. Me brinda la sensación de no estar sola; noto la presencia de alguien cerca pero al voltear no hay nadie.

Sujeto la pistola entre mis manos. Reviso hasta el último rincón del apartamento y confirmo que estoy sola con Bon. Sin embargo, la sensación de ser observada no se va. Un escalofrío me recorre la columna. No tengo miedo a la oscuridad o a estar sola, por esa razón me perturba esta callada noche.

Antes de dormir, cumplo mi ritual de limpieza facial para deshacerme de la contaminación del día. Me aseguro de pasar el peine cien veces en mi cabello recién lavado, utilizo el secador, y otras cien pasadas más tarde, he terminado. Me escondo debajo de las suaves sábanas de mi cama sintiéndome realizada. Decido olvidar cualquier problema en mi vida y descanso plácidamente.

Mi primer pensamiento al despertar es Dominic. Su ausencia no me afecta, al trabajo sí. Desde el incidente y su advertencia sobre la demostración de mi lealtad, no ha dado señales de vida. Que desaparezca tanto tiempo es preocupante, siempre está sobre mí.

En el baño, en el desayuno, conduciendo, sentada en mi oficina, pienso e intento descifrar qué tan profunda fue la herida de mi traición para él.

—Madisooon. —Una voz cantarina se abre paso en la oficina—. ¿Estás muy ocupada?

—Sí.

Samara chilla y entra a la oficina. Con las cejas arqueadas repaso su desordenado aspecto, parece que la hubiera atrapado un torbellino, pero reconozco ese brillo, ese aura que solo grita: sexo. Se sienta frente a mí con la hiperactividad al cien.

— ¡Ya no puedo callarlo más! Tengo que decírtelo, cuchi. —Se inclina y confiesa su pecado en un susurro— : Roger y yo somos amantes.

La mención de ese nombre capta toda mi atención. Desde que se fue temprano hace días, no había estado por aquí. A juzgar por la apariencia de Samara.

—Dime algo que no sepa.

Es más que obvia su tórrida relación jefe-secretaria.  Al igual que acaba de echarle un polvo en horario laboral. No sé si eso me hace sentir envidia o celos.

Decido no prestarle mucha atención, pensando en las maneras existentes de chantajear a Roger.

— ¡Dios mío! No sé cómo pasó, un día fui a llevarle un café y ¡se me derramó en su camisa! Se la quitó frente a mí. Oh, Alá, Alá, ¡es un súper bombón! De repente, estaba sobre su escritorio. Ay, cuchi, creo que me estoy enamorando...

Puedo verle dos corazoncitos en los ojos, rezo en mi interior por su alma.

—A ver. ¿Hace cuánto se acuestan?

—Tres meses —contesta risueña, con una sonrisita de boba.

— ¿Han interactuado afuera de la oficina? En su casa, un hotel, restaurante.

—No.

— ¿Qué es lo más bonito que te ha dicho?

— «Qué rico te mueves» —Ella sigue en su trance de amor. ¿No se da cuenta? Hasta mi relación con Dominic es más romántica que la suya.

— ¿Te ha llevado a cenar o a tomar un café?

—No.

—Te está usando de muñequita sexual, querida.

Samara da un respingo y me mira con un puchero. Ha salido de su trance romántico. Vale, fui directa que te jodes, pero no puedo controlar mi boca, tiene que oírlo.

—Pero él dice que le gusto... —murmura con cierta tristeza.

—Claro que le gustas. Para follar. Él se folla todo lo que use falda y tacones. Siempre intenta ligar conmigo.

—Pero...

—Eres uno de sus desahogos sexuales, cuando encuentre otra que le guste más o se aburra, serás historia.

—Es que él me gusta mucho, cuchi, me gusta estar con él. —Suelta un par de lágrimas, cabizbaja—. Yo sé que en el fondo siente algo por mí, yo... Yo...

—No puedes estar con alguien si tienen metas diferentes. —Le seco las lágrimas—. Déjale en claro a Roger que se busque otra. Tienes que cortar eso pronto.

—Había pensado que quizá yo podía...

— ¿Que lo ibas a cambiar? —me adelanto con sorna. Ella asiente, haciéndose chiquita en la silla—. Créeme, Samara, ellos no cambian.

Con un deje de rabia, se limpia las lágrimas mientras asiente frenéticamente. Se levanta y no es ni de lejos la misma mujer que entró hace menos de cinco minutos. Su rostro muestra determinación pero también tristeza.

¿Me habré pasado?

Bueno, no es que me importe mucho.

—Olvídalo, tienes razón. Prométeme que no harás lo mismo con ya tú sabes quién.

—A mí ningún hombre me va a tener cuando quiera, Sam, mucho menos él.

Ella titubea y abre la boca pero la cierra, sin decir más nada me regala una pequeña y trágica sonrisa antes de salir de la oficina. Espero que agarre a Roger por los huevos y termine esa relación de cojones, pero sé que no será así. Es débil, bastará con una sonrisa para que olvide esta conversación, entonces volverá a caer. Y yo no podré intervenir, tendrá que ser ella quien vuelva a la realidad.

*

Enfrento la sonrisa del inspector jefe, Roger Stevens, sentándome en la silla frente a su mesa. Detesto esa sonrisa, la mirada sádica, todo de él. Podrá ser un hombre atractivo con ciertas ventajas, pero es un asco de persona, y me jode que no todos se den cuenta.

Sobre todo Samara.

—Madison, un pajarito me contó que has estado buscándome. ¿Pensaste mejor lo nuestro?

—Borra esa sonrisa de chulo, te acabas de follar a una asistente aquí mismo. Muestra un poco de respeto.

Como es usual en nuestros intercambios, se le borra la sonrisa de golpe. Carraspea con incomodidad y se afloja la corbata. Si pudiera, apretaría ese nudo en su cuello hasta matarlo.

—Sigo siendo tu jefe.

—Uno de ellos —corrijo—. Uno de los que maneja los permisos en las bases de datos de la agencia, ¿no?

Sus ojos se entrecierran con un aire desconfiado.

—Si estás aquí para que te dé acceso a cosas que no te corresponden, lo puedes olvidar.

—Ah. ¿Es que primero tengo que arrodillarme para recibir tu ayuda?

Las mejillas de Roger se tornan rojas, puede que de una rabia mezclada con la vergüenza de ser descubierto.

Enterarme de la porquería que hace con las mujeres de la agencia fue más fácil que la tabla del uno. Bastó con visitar la sala de baño en horario concurrido. Lo más asqueroso es que Recursos Humanos no sepa nada de las actividades sexuales del Inspector Jefe de la DEA.

¿Pedir mamadas a cambio de información o favores?

Muy, muy mal, inspector.

— ¿Ya está la resentida de Informática inventando sobre mí? —inquiere alterado, y totalmente culpable.

—Yo no sé nada. —Sonrío inocente—. Solo vine por un pequeño error en el servidor. Me han negado el acceso al registro de Ericsson Jones en el Registro de Investigación. Yo estoy al mando de ese caso.

—Eso no se te ha negado.

— ¿Fuiste tú? —Me inclino en la mesa, usando mi privilegio de bonita y amenazante—. Tsk, tsk. Espero no enterarme de otra cosa perturbadora. Los de RRHH sufrirán un ataque.

El pánico cubre su mirada.

—Haz silencio. Nada de eso es cierto. Son rumores mal infundados. Tampoco sé qué pasó con tu acceso.

—Entonces, supongo que será fácil solucionar mi situación.

La incertidumbre es notable. Puede tratar de ocultar el nerviosismo, pero el ligero temblor más el sudor frío cubriendo su frente, lo dice todo. Los ojos son las puertas del alma. Él está atrapado y yo tengo la correa.

No la voy a soltar hasta que Recursos Humanos haga su trabajo. Cuando yo lo considere oportuno.

— ¿Fue la resentida de Jovanny Méndez? Se sincera, Madison.

—Jesús, suelta el resentimiento. Lo único que necesito es que me soluciones esto.

Roger sacude la cabeza con evidente exasperación. De mala gana, se pone a teclear en el computador mientras yo me relajo en la silla, feliz como una perdiz.

—Código de registro —pide a regañadientes. Se lo dicto y él me enseña la pantalla del monitor—. Ya está. Mañana los de Tecnología deben actualizar el sistema.

—Eres muy amable, inspector Stevens.

—No me adules el culo justo ahora, Madison...

Me encojo de hombros. No me importa incordiarlo, pero hoy lo dejaré estar, porque necesito saber más sobre quién me bloqueó el acceso al historial de Ericsson, y hoy he cumplido mi cuota con Roger.

3 DE MAYO, 2018.

Vale, no tengo más espacios en blanco en mi agenda electrónica para anotar al menos la cita del dentista. Leo con recelo la leyenda del día domingo: cena en casa de los Taylor, 6PM. Resoplo, dejando de lado el iPad. Recordaba que Ian me había presionado para aceptar una cena con su hijo Oliver, pero esperaba que se hubiera olvidado. Ahora tengo dicha cita el domingo. Lo curioso es que paute fecha de cena justo un día después de que Oliver Taylor saliera en la prensa rosa por sus excéntricas aventuras sexuales en Bora Bora.

Cojo el portátil para ponerlo en mis piernas y continuar con la redacción de una documentación dirigida al Departamento de Justicia. Me tomé la libertad de no ir a la oficina, de lo contrario terminaría discutiendo con el director recién llegado de viaje. Dylan se ha encargado de colaborar desde la sede ante cualquier cosa que necesite. Bon, el portátil, mi comida y yo estamos felices en el sofá. Hasta que oigo la puerta abrirse.

La única persona con llave es Ryan.

—Joder... —susurro.

Vislumbro el rostro apagado de mi novio, contrarresta el bonito día de hoy. Lleva su ropa habitual de trabajo: deportivo pero no tan informal; aunque las prendas se notan arrugadas y su cuerpo encorvado.

—Estás aquí —dice poco asombrado.

—Sí. ¿Qué haces tú aquí?

—Hay un par de cosas en tu habitación que necesito —explica sin ganas. No me opongo, sé que muchas cosas suyas siguen por todo el apartamento—. Quizás me vaya a Irán por unos meses, es una misión complicada.

—Qué bien —digo por inercia, concentrada en la hoja de Word.

Su irritado bufido resuena por toda la sala, provocando que levante la mirada.

— ¿Qué? —inquiero, sus ojos desprenden rabia y dolor.

— ¿Alguna vez me has prestado atención de verdad?

— ¿Qué? —repito perdida.

Se amasa el pelo con desesperación.

—No puedo, Madison. Te lo juro.

— ¿De qué estamos hablando exactamente?

—Voy a dejarte. Lo he pensado mucho, no quiero seguir entregando todo mi amor a alguien que no lo valora...

— ¿Estás borracho? —le interrumpo, incrédula.

Mi mente no está en condiciones para pelear con Ryan. Está desesperado, dolido y frustrado, al parecer por nuestra inexistente relación la cual no me deja romper. ¿Ahora tiene los huevos de él terminar conmigo? Aparte, mi pregunta lo ofende.

—No, Madison. Estoy sobrio.

—Dios, cariño... Tener el valor de venir, cortar conmigo y encima echarme la culpa porque «yo no te valoro», no es muy coherente.

—Lo es —increpa—. Para ti solo existes tú, lo único relevante eres tú, solo te amas a ti.

Coloco el portátil en el sofá, me levanto con el porte de una verdadera reina y no puedo evitar sonreír. Ha inflado mi orgullo en medio de una discusión.

— ¿Te divierte esto?

—Me halaga que admitas que tengo mis prioridades bien enumeradas.

— ¡¿Lo ves?! —Su paciencia explota en un alarido.

—Ryan, has sido tú quien ha alargado esto aunque te he repetido mil veces que ya no funciona, y te lo dejé saber desde el primer momento en que así lo sentí, cuando todavía vivías aquí.

Los puños apretados se los lleva a la frente profiriendo un rugido que me deja pasmada.

— ¡No eres una persona fácil de soltar! —expresa a todo pulmón. Se tira del cabello con un suspiro desesperado—. Yo... Lo alargo porque sé que éramos una buena pareja, aunque no me quisieras.

Me asombra la manera en que grita. En todos estos años jamás lo había visto perder los estribos de esa forma. Nunca lo vi tan destrozado, ni siquiera murió su adorado perro. En ninguna misión del FBI llegué a captar un frenesí en su mirada. Hasta hoy. Esta nueva faceta me deja muda un par de segundos en los que él da un golpe a la pared, con mucha rabia contenida.

—Si nunca te hubiese querido, no habría gastado cuatro años de mi vida contigo.

—No te mientas a ti misma —reclama beligerante—. Nunca te importó la relación.

—Me dejó de importar el día que perdí el interés en ti. Nos vemos dos veces al mes, Ryan. Y no mientas, sé que vas seguido a Washington y no por trabajo.

Parpadea, perplejo. Me cuesta entender por qué el nerviosismo cubre sus ojos, cuando sus aventuras o las mías eran un secreto a voces entre los dos. Me atrevo a decir que, gracias a eso, la relación perduró tanto.

—No hay nada que...

—Sí. Sabes que lo sé y tú sabes lo que yo hago. Así ha sido siempre.

Sacude la cabeza, negándose a aceptar nuestra realidad.

— ¿Sigues con él? ¿Es eso? —persiste, más relajado—. Bebé, es un capricho. Siempre vuelves a mí cuando se te pasa, siempre me siento y espero que regreses, con la esperanza de que esta vez me ames de verdad.

Observo la capa de lágrimas que cubre sus ojos, su rostro afligido, sin remordimiento alguno. Quizá soy una hija de puta, pero no puedo forzarme a sentir algo que no siento, ni siquiera culpabilidad. No cuando hemos cometido el mismo pecado, con la diferencia de que se victimiza y yo me muestro tal como soy. No me importan sus lágrimas no derramadas, su aspecto destrozado ni la agonía que transmite su mirada oscura.

—Esperas con tu amante —reitero—. ¿Cuándo empezó? Siempre es Washington, siempre son los mismos cabellos en tu ropa, el mismo perfume.

Da unos pasos hacia mí.

—Eso acabó. Te lo juro. No era importante.

—Ah, interesante, pero eso no responde mi pregunta.

—Empezó el año pasado, en octubre, pero nunca fue nada serio. Te lo juro.

Su confesión suplicante me hace reír, pero una risa cínica que se me escapa. Tenía que ser ese mes, nuestro mes de aniversario.

— ¿Octubre? Eso es aún más interesante, sabes.

—Está bien, lo confesé, tuve una aventura desde octubre —exclama resignado—. Pero fue la primera vez. Te juro, Madison, antes de eso no estuve con ninguna otra mujer. Antes de octubre, te fui fiel cada día de nuestra relación. Nunca ha sido un «sabemos lo que hace el otro». Si me equivoco, dime cuándo lo hiciste por primera vez. ¿Desde cuándo comenzaste a serme infiel?

Este es el momento en que mi mundo se detiene. La respiración se me queda atrapada en la garganta.

Antes de octubre, te fui fiel.

Antes de octubre.

Siete meses de cuatro años de relación. Y le creo, por primera vez le creo, cuando me logra paralizar una corriente de culpabilidad. Siempre había pensado que él lo hacía desde mucho antes, cansado de no recibir sexo de mi parte.

Me embarga un sentimiento oscuro.

Antes de octubre.

Mi silencio es suficiente respuesta para él. Puedo ver el momento exacto en que termino de hacer pedacitos su corazón. Quizá, tenía la ilusión de que estuviera equivocado y no lo traicioné primero, pero en silencio se lo acabo de confirmar.

—La primera vez fue un año después de que empezamos la relación. Lo hago desde hace tres años.

La primera lágrima desciende por su mejilla. Impasible, rodeo su cuerpo para abrir la puerta del apartamento y le señalo el recibidor.

—Terminamos, espero que no haya próxima vez. En lugar de exigir que te valoren, valórate a ti mismo. Dame las llaves del apartamento y vete, Ryan.

Mi fortaleza flaquea un poco cuando el torrente de lágrimas baña su cara. Su furia se ve reemplazada por la pura tristeza. Ya no hay desesperación en sus ojos, solo dolor. El que yo causé.

Deja las tres llaves en la cesta donde coloco las mías, y voltea hacia mí. Separados por menos de un metro de distancia, enfrento su mirada con el mismo valor que tuve cada momento que le he sido infiel. Así como lo traicioné a sus espaldas, acepto mi culpa frente a él.

—Espero que lo que has hecho no se te devuelva, princesa. Aún habiéndome roto el corazón, deseo que no hagan lo mismo con el tuyo, tracionándote como tú me traicionaste a mí.

Su apesumbrada voz queda flotando en el aire después de cerrar la puerta detrás de sí. Observo la puerta, un montón de emociones son un remolino en mi pecho. Su último deseo cala lo más profundo de mí, aunque prefiera evitar que me afecte. Después de todo, puede que sí haya sentido algo por él.

Un tal oficial McCoy me recibe en la estación de policía de Arlington, dispuesto a guiarme a un  interrogatorio por la repentina desaparición de Howard Whittaker. Desde que el director me dio la noticia, he pensado bastante en el guión y cada detalle del interrogatorio, con el fin de dejar todo pulido y ser excluida de la lista de sospechosos. Dispuesta a demostrar mi inocencia, pero no estúpida, he traído conmigo a mi abogado.

Dennis Terry, perteneciente a la misma firma de abogados que yo, bajo el mando de Ian Taylor. Es un hombre taciturno pero letal en un tribunal. Posee un aire peligroso que a sus cincuenta años, infunde miedo en su adversario. Lo reconozco de inmediato en la estación, difícil sería no hacerlo, su altura y piel oscura destaca entre los demás, sobretodo su inflexible rostro.

—Ya conversé con el detective del caso, advertí que no eres el culpable más potencial de la lista. Solo entra allí y haz lo que sabes. Estaré oyendo todo.

—Gracias por eso —le digo sincera. Él asiente en respuesta—. Saldré de esto rápido.

El oficial McCoy me abre la puerta de la sala Interrogatoria, me adentro y tomo asiento en la helada silla de acero, en la espera del detective. Echo un vistazo al espejo que cubre la pared a mi derecha, me gusta más cuando estoy de ese lado de la historia.

Dennis, como debe ser, es conocedor de la verdad detrás de esta citación policial. Un abogado no hará bien su trabajo si no se conoce la historia verídica. Mientras sepa la verdad, más fácil será la defensa. Nunca había caído en cuenta de que mi abogado es la única persona que conoce mis fallas legales más retorcidas. Vuelvo a mirar el espejo, con ese pensamiento fijo en mi cabeza.

Espero no tener que recurrir a un método poco ético para desaparecerlo en el futuro, si decide ponerse en mi contra. Confío en él, pero las traiciones están a la vuelta de la esquina.

Un detective joven de pinta bastante moral se presenta al lado contrario de la mesa. A leguas noto que es uno de los buenos. Los policías correctos son los más difíciles de tratar. No miento al decir que, dada a mi posición social gracias a mi trabajo en la DEA, creí que recibiría un trato un poco especial. Para nada. Otra característica del policía correcto.

No importa quién soy, importa qué hice.

—Hay pruebas visuales de que hubo un altercado entre usted y el señor Whittaker en el estacionamiento de una cafetería. La grabación de una cámara de seguridad muestra cómo sostuvieron una conversación pesada, y cómo usted la terminó con una agresión física.

—Reaccioné a una agresión verbal de su parte. Solo me defendí como pude.

Repasa el contenido de carpeta que mantiene abierta entre sus manos.

—Le propinó un certero puñetazo en la cara de manera premeditada. Luego lo empujó contra su carro con una fuerza sorprendete. ¿Qué fue esa agresión verbal que desembocó en su consiguiente agresión física?

—No había superado el hecho de que lo despedí, se presentó allí después de su obvio acoso a mi persona, para insultarme y amenazarme. Palabras bastante fuertes que no repetiré.

— ¿Cuál fue la amenaza?

—Eso pertenece a una misión de la DEA que me involucra y que es confidencial. Información clasificada.

—Ya... —murmura contrariado—. ¿Me puedes dar una idea de qué era?

—Dijo que haría público ciertos detalles falsos sobre la misión, con el objetivo de «hundirme». Con insultos de por medio.

Contengo el impulso de sacudir un pie en tanto anota la información en su libreta. Debería estar satisfecho con esto.

— ¿Dónde te encontrabas la noche del veintitrés de abril a las siete y media de la noche?

—Horneando una red velvet en mi apartamento —respondo con una pizca de orgullo. Aún saboreo el delicioso dulce.

— ¿Tienes cómo comprobar tu coartada?

—Las cámaras de seguridad del edificio. Entré horas antes, llegué de un viaje, así que no salí hasta el día siguiente. Hay una cámara que enfoca la puerta de mi apartamento, la única entrada y salida. Es libre de pasar a verificar las cintas cuando quiera.

—Gracias. —Cierra la libreta, la carpeta y ya en el final del interrogatorio, se inclina ligeramente en la mesa, intrigado—. Howard fue tu compañero durante varios años, ¿crees que hubiera un motivo para que alguien lo hiciera desaparecer?

—Quizá —planteo pensativa—. Es un hombre un poco prepotente. Pudo haber provocado a algún zumbado. Se le da de maravilla meterse con lo ajeno, y a veces, hay pirados que matan por lo suyo. Usted me entiende.

El detective arquea las cejas, escrutando mi rostro con notable interés. Sonrío de medio lado, sintiéndome ganadora.

— ¿Quiere decir que mantenía relaciones extramaritales?

Sonrío por completo. En efecto, esta batalla la gané. Desvía la atención, utiliza el as bajo la manga cuando sea conveniente. Dominic investigó muy bien a su presa antes de cazarla, y todos los detalles los robé de su boca en la nube del extasis.

Benditos sean los orgasmos.

—Sígueme contando, ¿olía bien? No hay nada como un exquisito aroma a hombre varonil.

Allison pone los ojos en blanco, harta de mis insistentes preguntas. Mi hermanita estrenó sus dieciocho años en un club nocturno junto a un chico guapo, está loca si cree que podré dejarlo pasar tan fácil. Cuando la llamé por FaceTime antes de sentarme a cenar para preguntar sobre su cumpleaños, eso fue lo último que esperé oír.

—Olía normal. Me invitó a una fiesta privada el domingo, dijo que es el hermano del dueño.

Trago rápidamente el pedazo de lechuga, con los ojos muy abiertos de la impresión.

— ¡Lo tienes! —celebro—. Tienes que ir, guapa. Es un doble premio, aunque siempre hay mejores opciones. ¿El hermano del dueño? Yo me lo pensaría dos veces. Aspira siempre por el primer premio, no el segundo.

—Acabas de decir que lo tengo —protesta, arrugando su adorable nariz. Aún despatarrada en su nueva cama, parece una princesa.

—Lo tienes. Ese es el primer paso. Una vez que lo tienes en la palma de tu mano, lo cuidas, tan solo hasta que aparezca alguien mejor y listo, ascenso exitoso.

—Sonaste igual a mamá.

No dejo que su comparación borre la sonrisa de mi rostro.

—Nunca estés con alguien que no esté a tu nivel.

—Y tú sabes mucho de eso, supongo —bromea.

Ahora sí consigue que se me borre la sonrisa. Qué hija de...

Una notificación de mensaje de «Espécimen» aparece en la pantalla y me paralizo de pies a cabeza. Todo lo demás deja de importar. Dominic ha reaparecido.

—Hablamos luego —espeto cortando la llamada, un gesto grosero pero me da igual.

Me meto en la aplicación de mensajes como una frenética.

Clavado el leído. Nada de nena, un cómo estás o alguna sugerencia erótica. Bien, puede joderse. Obtendré mi anhelado acercamiento a Jeon Jung-su y eso es suficiente para mí. De una vez, envío un mensaje al jefe Lockwood justificando mi pronta ausencia.

Solo espero alcanzar a llegar para la cena con los Taylor, de la cual estoy segura que seré la tapadera de Oliver Taylor ante la prensa.

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