17. Ángel
NUEVA YORK.
30 DE ABRIL, 2018.
Allison.
Desde una esquina de la casa, veía hombres uniformados sacar caja tras caja, mueble tras mueble, vi cómo dejaban vacío mi hogar. No era la primera ni la última vez que viviría una mudanza, pero cada partida me dolía. Hacer amigos o encariñarme empezaba a ser algo imposible para mí, pues siempre terminaba perdiéndolo. Esa fue la sexta vez que nos mudábamos. A un día de cumplir mis dieciocho años. Estaba a pocas horas de embarcarme en un avión hacia otro continente.
Mamá bajó las escaleras a toda prisa, gritándole al empleado que cargaba su quinta caja de zapatos. Siempre era el mismo espectáculo, todas sus cosas debían ser trasladadas con extremo cuidado como si de finas piezas de cristales se tratara. Iba tan exasperada y frenética que se tropezó con sus propios pies. Lo noté cuando gritó, vi fue cómo se dobló el tobillo izquierdo y salió impulsada hacía delante.
Reaccioné y corrí hacia ella, pero la caída era inevitable, al igual que yo no era Flash para llegar a tiempo. Cayó al piso de cerámica con un alarido de dolor. Solo a mamá se le podía ocurrir correr con unos tacones más altos que el perro chihuahua del vecino.
— ¡Señora Sloane! —Se acercó apresurado el jefe del equipo de mudanza—. ¿Está usted bien?
— ¡No! ¡Me doblé el tobillo!
—Dios, mamá... Usas tacones muy altos.
Su gélida mirada se clavó en mí.
—Que no te importe. ¡Duele mucho! ¡Llama a Aiden!
El jefe del equipo me miró sin saber qué hacer o qué decir. Me disculpé con la mirada antes de correr al patio en la búsqueda de mi hermano mellizo. No pude disimular mi cara de asco cuando lo hallé liándose con su novia detrás de la caseta de la piscina. Gina, la morena de senos igual de gigantes que una montaña, me asesinó con la mirada. Era bastante común. No me llevaba bien con las populares del vecindario.
—Niña, estoy tratando de despedirme de mi novio. ¿No tienes que recoger tus Barbies o algo así?
Irónico, puesto su queridísimo novio es mi mellizo, pero dudaba que supiera la definición de dicho término, así que la ignoré.
—Mamá se cayó bajando la escalera.
Aiden siseó una maldición. Advertí el gesto tosco con el que separó a Gina para acomodarse los pantalones. Al instante que noté la frustración de Frida y su intención de protestar, huí de allí casi que con Aiden pisándome los talones. Una de las pocas cosas que agradecía de esa mudanza, era la sana distancia que habría entre ella y yo.
— ¡Allison! —Su pesada voz me detuvo antes de ingresar a la cocina.
Demostré con cada mínima expresión de mi rostro lo mucho que me irritaba hablar con ella.
— ¿Necesitas algo? —dije entre dientes, apoyada en la encimera.
—Creo que sabes que desde que Aiden está conmigo le ha ido mejor... En clases, con sus amigos, con su familia. Desde que está conmigo ha dejado muchos malos hábitos, y es porque yo soy lo que necesita. Me duele mucho que se vaya, aunque no lo creas...
—Me cuesta.
Me lanzó una mirada amenazadora.
—Más vale que no, niña. Estoy enamorada de Aiden.
—Vale... ¿Por qué me dices esto?
Dudó por unos segundos antes de hablar. Era la primera vez que la veía dudar.
—Quiero que lo vigiles todo el tiempo que estén en Mónaco.
— ¿Te refieres a que lo espie por si te engaña?
—Como quieras decirlo. El objetivo es el mismo.
Suspiré, un poco sorprendida y ofendida en partes iguales, pero a pesar de nuestras diferencias pude entender sus razones y ese casi desapercibido brillo de desesperación en sus ojos. El cariño de Gina era honesto. Ese hecho se me clavó como un cuchillo en el estómago.
—Si él decide salir con otra mujer, nada podría detenerlo.
—Tú no impedirías nada, solo quiero que me avises de cualquier cosa, ¿entiendes? —Su petición sonó más como una amenaza.
A regañadientes, asentí. Gina me dedicó una última gélida mirada antes de sacudir sus brillantes rizos y abandonar la cocina. Vigilar a Aiden era una de las cosas que menos quería hacer. Éramos como el agua y el aceite, nuestra común manera de comunicación eran los insultos.
Sería un suplicio que acepté por tonta.
—Madison debe haber aterrizado ya —comentó mamá, en el coche que nos llevaría al JFK—. Para una vez que se deja ver.
Mi atención en el Kindle murió al instante.
— ¿Madison está aquí? —pregunté ilusionada.
Mamá asintió con notable desinterés, a su lado Aiden bufó con su habitual cara de mal humor. Sorpresa sería que estuviera feliz o..., normal. No demoró en soltar una de sus perlas.
—A ver si se arma un tiroteo en pleno aeropuerto por su culpa...
— ¿Podrías dejar de echarle la culpa por todo? —le recriminé.
— ¿Te recuerdo porqué estamos huyendo del país, hermanita? —Me miró furioso. Mamá se interponía entre ambos por suerte—. Tal vez empieces a abrir los ojos cuando te maten por su...
—Ya —espetó mamá, sin alterarse. Su mirada penetrante y la autoridad de su voz era suficiente—. Solo demuestras lo vulgar, impulsivo e infantil que eres. Piensa dos veces lo que dirás. La palabra tiene poder.
Por su propio bien y el de los demás, Aiden calló el resto del camino. Mamá molesta era digno de un thriller, no quería lidiar con eso antes de montarnos en un avión, sobretodo cuando estaba tan ilusionada de volver a ver a mi hermana. Viajar a Nueva York solo para despedirse era un gesto muy importante, viniendo de una persona que tenía tanto trabajo que cumplir.
Abrazarla fue como abrazar mi otra mitad; cuando me sentí rodeada por sus brazos y aspiré el ligero aroma a vainilla de su piel, volví a casa. A las noches que dormía abrazada a ella a causa de mis pesadillas. Era mi lugar seguro. Quizás algo irónico, que la razón de mis penas y luchas internas era la misma persona que me hacía sentir querida: Madison Donovan.
No estaba sola, su mejor amiga Jessica la acompañaba, su presencia no me entusiasmó pero tampoco me disgustó.
A nuestro lado se oyó claramente cómo mamá insinuó que Madison había subido de peso, y el cambio en ella fue notorio, se tensó de pies a cabeza. Un ardor se centró en mi estómago. Ese tipo de comentarios ácidos eran con los que día a día debía sobrevivir. La abracé más fuerte, quería transmitir mi apoyo.
—Sálvame. —Mi susurro en su oído fue una súplica—. Seré la niñera de Bon.
Su mano frotó mi espalda en un gesto tranquilizador.
—Tiempo. Prometo que te sacaré de allí.
Era la cuarta vez que hacía la misma promesa en los últimos tres años, me aferré a ella, con la esperanza de que pronto la hiciera realidad.
El ambiente era tenso gracias a las puyas que mamá y Madison se lanzaban, verlas era presenciar un partido de tenis. Para completar la aguda competición de veneno, Aiden se unió con sus quejas y resentimiento. Jessica se notaba incómoda pero acostumbrada a presenciar nuestros problemas familiares, trató de aliviar las cosas.
—Anímate, chico, conocerás chicas nuevas.
—Las chicas que me gustan están aquí, no unas estúpidas remilgadas europeas.
Bastante típico, insultar de cualquier manera a las mujeres, algo rutinario de él. Eso por no agregar que ignoró por completo el hecho de que tiene novia.
En ese preciso instante, consciente del fuego en los ojos de Madison, di un paso atrás, otro, y otro más hasta que estuve varios metros lejos del trío de víboras. Me coloqué los auriculares, saqué el pequeño iPod que recibí en mi décimo cumpleaños y reproducí The 1975. Era mi grupo favorito, aquel que utilizaba para huir de la realidad.
Tarareé las notas musicales mientras deambulaba por el amplio lugar, rodeada de gente que corría arrastrando maletas, otras con aspecto cansado que querían llegar pronto a casa. Tantos mundos, problemas y nacionalidades diferentes en un solo espacio.
Tenía miedo. Estaba asustada de comenzar una nueva vida, tenía miedo de subir al avión. Más que todo, tenía miedo de lo que me deparaba el destino, de no saber cuándo regresaría.
El estrépito de un bolso que cayó al suelo me sacó de mis intrusivos pensamientos. Una menuda mujer se agachó para recoger el montón de objetos personales. Observé cómo las personas, ajenas a su inconveniente, seguían caminando a toda prisa a su alrededor. Mi instinto actuó y me acerqué a ella para ayudarla, lo que casi acaba en mi mano siendo aplastada por una bota militar. Aparté la mano rápidamente, seguido se oyó el crack de una figurita de juguete. El hombre no reparó en ello y se perdió de nuestra vista. La mujer soltó un acongojado gemido. Nos apresuramos en recogerlo todo, y una vez todo estuvo de vuelta en su bolso, reparé en los restos del juguete. Era la figura de una casa o algo así.
—Gracias por ayudarme —musitó la mujer.
Su piel era tan blanca que me sorprendió un poco, incluso recordé a la famosa princesa Blancanieves. Piel pálida como la nieve, cabellera oscura como la noche. Éramos de la misma altura, aunque era obvio que era mucho mayor que yo. Diez años, al menos.
—No ha sido nada. Lamento lo de su juguete.
Ella sonrió ligeramente, a pesar de lo tímida y nerviosa que parecía. Me recordaba a mí.
—No era un juguete, soy arquitecta —explicó brevemente.
Mis labios se separon en un jadeo. Volví a mirar el objeto destruido. Diablos, eso era su trabajo.
—Oh, por Dios, cuánto lo siento.
—Tranquila, no ha sido culpa tuya...
—Allison, ¿con quién..? —La voz de Madison murió cuando la sentí a mi lado.
Intercambió miradas con la mujer, cohibiéndola por completo. Sabía a la perfección el efecto que mi hermana ejercía en los demás con solo una mirada, y lamenté lo inferior que la mujer se debió sentir. Había agachado la cabeza, no sin antes dejar ver la pena en sus ojos azules. Le di un codazo a Madison, en menos de tres segundos había hecho sentir mal a otra mujer con solo mirarla.
— ¿La conoces? —inquirió—. Es peligroso que...
—Solo la ayudé en algo —respondí apenada—. Lamento mucho lo de su trabajo, que le vaya bien.
La mujer asintió antes de huir a paso rápido hacia la salida del terminal. Volteé a ver a Madison con el ceño fruncido, seguía tensa y su mirada era gélida, oscura y amenazante.
—Odio presenciar sus peleas, tenía que alejarme. Perdón.
Su mirada se suavizó un poco.
—Lo sé. Vamos, debes ir o te deja el avión.
—Sería un milagro quedarme contigo.
Me miró de reojo con una sonrisa mientras caminábamos tomadas de la mano. Adoré el gesto como si fuera maternal.
—No mientras haya gente muy peligrosa queriendo hacerme daño.
—Entonces nunca será —resoplé entristecida.
Apretó mi mano.
—No todos mis enemigos son fuertes, Ally. Vamos a ver qué compramos en la tienda de Bvlgari.
No respondí, caminé a su lado pensando en lo difícil que debía ser estar en su posición, con tantos criminales detrás de ella, con tantas personas queriendo matarla. Era una pesadilla que también afectaba a su familia, a mí, por eso no me gustaba pensar en las consecuencias de su trabajo. Se me ponían los vellos de punta.
—Joder —siseó al tropezar.
— ¿Estás bien? —pregunté preocupada, viendo que movía el pie con delicadeza antes de seguir caminando. Me di cuenta que usaba zapatillas deportivas, no tacones.
—Sí. Hace poco me doblé el tobillo, aún está sensible.
—Ah... Ten más cuidado.
Me apretó contra ella dándome un beso en la frente.
—Lo tendré, Ally.
Durante todo el vuelo a Mónaco se me hizo imposible dormir, leí unas cuantas páginas de un libro de ciencia ficción y analicé el hecho de que madre e hija se doblaran el mismo tobillo con poco tiempo de diferencia. No podía ser más que una coincidencia, pero aún así mi cabeza no dio descanso alguno, imaginando cientos de historias.
Ninguna lo suficiente verídica.
Montecarlo, Mónaco.
1 DE MAYO, 2018.
Mi decimoctavo cumpleaños llegó en compañía de un enorme oso de felpa en los robustos brazos de papá. Había entrado a mi habitación con tales gritos de felicitación que desperté asustada y eso fue lo primero que logré visualizar. Segundos después caí en cuenta de que me había traído el desayuno a la cama en un carrito decorado con margaritas. Las lágrimas se acumularon en mis ojos.
—Feliz cumpleaños, hija —dijo cuando me abrazó—. Te amo. Estoy agradecido de pasar otro año contigo.
Mi corazón se encogió. Me permití llorar sobre su hombro, embargada de todo ese amor que me profesaba, y todo el dolor de la ausencia de una madre. La agradecida era yo.
—Yo te amo más, papá.
La felicitación de Aiden fue un seco e incómodo abrazo que no duró más de un segundo, pero que agradecí. Mamá fue especial, igual que todos los años, me explicó los cambios que mi cuerpo seguiría experimentando, lo que debía empezar a hacer y lo que debía olvidar, todo menos una felicitación, pero también lo agradecí. Después de todo, solo Madison era merecedora de tan notable gesto materno como una felicitación.
Tuve fiesta de cumpleaños. Mamá organizó un espectacular y elegante evento en menos de un día. Invitó a todos los habitantes del exclusivo vecindario. No disfruté del evento, desde el principio supe que lo hacía como excusa para presentarse en el vecindario y comenzar a ganar popularidad. Yo solo era la tapadera.
—Somos los únicos adolescentes en esta reunión de pijos —bufó Aiden detrás de una cerveza.
Estábamos sentados en la mesa principal, en el inmenso jardín de la mansión bajo las brillantes estrellas de la noche mientras el elegante banquete se desplegaba por todo el lugar tan sofisticadamente decorado. Papá ni siquiera estaba, había tenido una calurosa discusión con mamá que, como está visto, perdió.
—Sí.
Aiden dejó la cerveza en la mesa con más fuerza de lo debido. Señaló a mamá, embutida en un largo y ajustado vestido rojo de Yves Saint Laurent. Por simple educación, bajé la mano de mi hermano.
—Está mal señalar así.
—Mírala, está en su salsa con ese trío de viejas amargadas.
—Ya la vi, Aiden...
— ¡Ughh, hermanita! —gruñó echando la cabeza hacia atrás—. En menos de una hora es mi cumpleaños, larguémonos de aquí.
Disimulé una mueca de fastidio. Seguíamos siendo mellizos, aunque cumpliéramos días diferentes. Yo fui la primera en nacer, Aiden no había nacido cuando ya era un trouble maker, los minutos pasaban y mamá no podía expulsar su gran cabezota. Todo concluyó en una cesárea. Aiden nació oficialmente a las 12:05 a.m del segundo de mayo.
Podría decirse que soy la mayor, pero es bastante obvio que el papel lo asumió él, según sus reglas y creencias de «hermano mayor».
—No conocemos Montecarlo aún.
— ¿Y qué? Eres una cortarollos olímpica.
—Que nos meteríamos en problemas —argumenté.
—Mira lo que es tu supuesta fiesta, Allison, a nadie le importas —murmuró malicioso cerca de mí. Era un diablillo en mi hombro—. Vámonos a festejar como es debido. No voy a empezar mi cumpleaños en esta reunión somnífera. Puedes venir conmigo o quedarte en tu dulce e inocente zona segura.
Pellizcó mi mejilla y se levantó de la silla, alejándose.
Todas las razones por las que debía ignorarlo y quedarme en zona segura daban vueltas en mi cabeza, con sus palabras necias retumbando en mis oídos. No tenía que ceder a su manipulación psicológica, mi deber era estar allí, pero mientras más lo pensaba, observando a toda esa gente rica que me rodeaba, más me convencía de que un día sin reglas no era tan malo.
Nadie advirtió mi ausencia. Él tenía razón, allí yo no importaba, aunque mi nombre estuviera en enormes globos en la entrada del jardín. Esa fiesta era de Alexa, y todos lo sabían.
— ¡Aiden! —lo llamé a gritos al entrar a casa. Papá era quien bajaba las escaleras y atendió mi llamado—. Papá, ¿has visto a Aiden?
—Lo vi entrar en su habitación. ¿Ya te cansaste de la fiesta, mi niña?
—Es un poco aburrida.
Él se rió por lo bajo. Se acercó a mí para darme un corto brazo repleto de ternura. Me enternecía lo dulce que era con sus hijos, era un oso de peluche.
—Las tonterías de Alexandra lo son. ¿Quieres ir al cine mañana? ¿Al museo oceanográfico? Te encanta el mar.
Mi ánimo subió unas décimas. Moría por visitar ese museo.
— ¿De verdad podemos ir al museo?
—Por supuesto, hija, pero tienes que ir a descansar ya.
—Ah... —Miré dudosa las escaleras, luego a él, otra vez las escaleras. Tenía dos opciones, y volví a elegir la menos indicada—. Papá, quiero acompañar a Aiden a pasear esta noche, por su cumpleaños. ¿Puedo ir? Te prometo que estaré con él todo el tiempo, por favor.
Titubeó antes de hablar.
—No estoy seguro, están en un sitio desconocido y los locos abundan, sobretodo con jovencitas como tú.
—Papá, ya cumplí dieciocho —rogué juntando las manos—. Nunca salgo. Es solo por su cumpleaños.
Su inflexible mirada se suavizó ante mi gesto de súplica. La campana de la victoria resonó en mi interior. Había conseguido su aprobación. Tuve que encender el GPS de mi collar de nacimiento para que pudiera rastrearme, pero lo importante es que obtuve su aprobación, no importan los demás datos.
El «paseo» se convirtió en la visita a un club nocturno llamado The Lure, el más exclusivo de Montecarlo, según Aiden. La fachada de cristal y luces moradas daban la esencia de un sitio oscuro y exótico, y caro. No me atreví a preguntar nada cuando Aiden enseñó al guardia de la entrada nuestros pasaportes falsificados, para corroborar nuestra supuesta edad de veintiún años. Era la edad mínima para acceder. Más cien dólares por cada brazalete básico de entrada.
— ¿De dónde sacaste pasaportes falsos? —exclamé nerviosa.
Sonrió de lado.
—No cuestiones los métodos, disfruta los beneficios.
El interior del club era tal cual lo imaginé. Erotismo, elegancia, intensidad, oscuridad. La voz de The Weeknd a través de los altavoces proporcionaba una vibra más íntima al club y las personas que bailaban suavemente en la pista. Era seducción. Me sentí fuera de confort en todos los sentidos, quería irme, pero Aiden me sujetó del brazo. En la extensa barra del bar, ordenó una margarita para mí y un vodka para él. Tampoco quería saber de dónde había sacado tanto dinero. Casi me da un infarto al leer el precio de una botella de agua.
—El primo de Gina me habló de este club, aquí viene lo mejor de lo mejor. Las mujeres más guapas... —Su mirada se perdió en las curvas de una rubia que pasó por nuestro lado—. Me encantan las mayores.
Hice una mueca de asco.
— ¿Y qué hacemos?
—Celebrar.
Cuando la música cambió a un ritmo más animado pero con la esencia sensual, Aiden me animó a introducirnos entre el mar de gente que bailaba. Él se adelantó tras un grupo de jóvenes, yo dudé en más de un paso. Las luces rojas de un techo de cristal parpadeaban al son de la música dando la sensación de que estaba entrando al mismísimo infierno. Aiden sonreía con tal malicia que me embargó un cosquilleo de temor, me recibió en el centro de la pista y prácticamente me lanzó a los brazos de un hombre joven. No podía negar que era bastante atractivo, parecía europeo, y creo haberle gustado por la mirada lasciva, pero yo no sabía cómo actuar.
Su cuerpo cubrió el mío cuando me agarró de la cintura y su boca descendió a mi oído. Toda yo me paralicé.
—Relájate. Déjate llevar, siente la música, vívela —susurró con voz ronca, y advertí el acento español—. Cierra los ojos. Libérate.
Cerré los ojos, dejando que la música corriera por mi sistema, que sus movimientos fluidos guiaran mi cuerpo. Solté todo el aire que había reprimido y me liberé de cualquier atadura. Solo entré a otro mundo y me dejé llevar. Privada de la vista, recorrí sus brazos hasta llegar al cuello y continué meneándome como mi cuerpo pedía. No seguía instrucciones o reglas, era la libertad.
El hombre, de nombre Adrián y veintitrés años, me proporcionó unos cuantos tragos y bailes más, siempre bajo la supervisora mirada de Aiden, quien había conquistado a una mujer probablemente ocho años mayor que él. Mi gusto no eran mayores, quizás por eso no sentí atracción hacia Adrián, a pesar de que me ayudó a sacar una parte de mí que no conocía.
— ¿De dónde eres? —preguntó, en una de las pausas que tomamos para beber.
—De California.
Sus ojos resplandecieron.
—No eres el tipo de chica que esperaba.
—Gracias —dije con una risa entrecortada, no estaba acostumbrada a tomar alcohol.
—El próximo domingo habrá una fiesta privada a las nueve aquí, estás invitada. —Se inclinó hacia mí con un aire peligroso—. Te esperaré, ángel.
Me sonrojé. Era el acercamiento más intenso que había tenido con un hombre.
— ¿Eres el dueño o qué?
Mi pequeña burla lo divirtió.
—Puede que mi hermano sí sea el dueño.
— ¿Qué? —tosí—. ¿Esto... Tú?
Me brindó una fugaz caricia en la mejilla antes de ponerse de pie, llamando al barman con un simple gesto de la cabeza. Entumecida, lo observé susurrarle algo. Sin duda, no era mi tipo, mucho mayor para mí y no me gustaba, pero había algo de él que me había convertido en un flan con piernas en el último momento. Le eché la culpa al alcohol. Sacudí la cabeza, tenía que alejar cualquier pensamiento pecaminoso.
Cuando volvió a dirigirme su atención, la decepción destelló en sus ojos de color café.
—Ahora tengo que irme, pero de verdad espero verte otra vez el domingo, Allison.
—No sé si mi papá me deje.
— ¿Tu papá te tiene que dar permiso aún? —inquirió extrañado. Entonces recordé que dentro del club era mayor de veintiuno.
—Es sobreprotector —respondí ocultando mis nervios—. Quizás venga...
—Eso espero, ángel. —Sus labios presionaron mi mejilla por varios segundos, mientras mi corazón se aceleró de golpe—. Lo espero.
Desapareció tan pronto como apareció cuando Aiden me lanzó a sus brazos. Hasta entonces, pude volver a respirar, a controlar mis palpitaciones en el pecho. Apreté con fuerza el borde de la barra, preguntándome qué acababa de hacer durante toda la madrugada junto a Adrián. Memorias que ya empezaban a distorsionarse.
Incluso había regalado una botella de whisky a Aiden por su cumpleaños. Debí suponer que el club le pertenecía cuando le dijo que iba de parte de la casa, pero estaba lo suficiente ebria como para analizar las palabras.
— ¿Te divertiste? —cuestionó Aiden, dándome un empujón con su hombro, tirados en el asiento trasero del taxi devuelta a casa.
—Hmm. Gracias.
No sé si fue realidad o una alucinación de mi mente ebria, pero creo haberlo visto sonreír con auténtica amabilidad. Haya sido real o no, cedí al sueño con ese bonito recuerdo en mi cabeza. Aunque no sabía si me había lanzado a los brazos del diablo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro