15. Fuga
24 DE ABRIL, 2018.
Sol, playa, un delicioso cóctel, la compañía de mi gato y un atractivo-ilegal espécimen masculino a mi disposición. Respiro el embriagante aroma tropical. Esto era todo lo que necesitaba.
La casa de verano es de una sola planta y cumple con los requisitos para unas pequeñas vacaciones. Una cocina, sala de estar y dos habitaciones. Nada de otro mundo.
Dominic inclina una botella de vino tinto sobre mi clavícula, lo suficiente para que tres gotas se deslicen por mi piel hasta desembocar en mis senos apretujados por el bikini. Levanto una ceja, juzgando su atrevimiento. Las comisuras de sus labios se alzan traviesamiente, no se va a disculpar.
Apoyada en mis codos en una manta sobre la arena, desciendo la mirada para ver la dolorosa lentitud con la que expone la lengua para limpiar el vino de mi piel. Se esmera en lamer todo el rastro de licor en mí, luego posa su boca en la mía. Introduce la lengua en mi boca para dejarme saborear el agridulce del vino.
Mi peor debilidad.
—Quiero follarte —suplica entre besos—. Déjame hacerlo.
—No aún.
—Imagina todas las posibilidades que tenemos en esta playa privada.
Abro los ojos, a través de mis húmedas pestañas noto su mirada de deseo. Niego con la cabeza. Resopla frustrado, vuelve a sentarse a mi lado y se acomoda con rabia la erección debajo de sus pantaloncillos de baño. Recibo un chute de satisfacción, lo que me hace sonreír. Doy un trago de mi cóctel.
— ¿Por qué no? Lo evitas aunque lo quieres.
Bebo otro poco de licor.
—Los hombres solo quieren estar conmigo por sexo. Cualquier intención es sexual, siempre. Yo caía en eso —dramatizo—. Me quiero tomar mi tiempo. Lo valgo.
—Claro que lo vales —me apoya, conmovido—. Joder, lo vales.
—Dame más tiempo, no es fácil para mí.
Asiente, comprensivo. Me da un ruidoso beso en el cuello antes de dejarse caer de espaldas en la manta.
—La semana que viene es la última subasta, ¿vienes?
— ¿Quién la organizó? —le pregunto, ya que Siena no está.
—La antigua asistente de Siena, tomó su puesto en la red de Petrov. Siempre quiso ser la jefa, bueno.
Giro mi cuerpo hacia él y me apoyo sobre el codo para verlo mejor. Dominic tiene una fresa entre los labios, la imagen hace que mi cuerpo se acalore.
— ¿Cómo rompiste el negocio con él?
—Fue difícil. Petrov conoce mi poder e influencia, aún así romper un trato no está bien visto. Le entregué algo a cambio de que me dejara salirme del negocio, también le di mi participación en la red a un colega. No recuperé el dinero invertido, pero era eso o nada.
— ¿Qué le diste a cambio?
—No importa, lo importante es que funcionó.
—El día en que te lo pedí no creí que de verdad me harías caso —admito, él voltea a verme e imita mi posición.
—No lo hice —responde todo chulito—. Acepté porque era lo que querías escuchar.
Me ofendo.
— ¿Ah? Qué cabrón eres.
—Petrov tiene métodos crueles, se ha traído muchas mujeres de Sudamérica y pretendía dármelas para venderlas a mayor costo. La mayoría eran menores de edad no estaba dispuesto a meterme. Antes de que me lo pidieras, ya había pensado en hacerlo.
El hecho revuelve mi estómago, pensar en la situación de esas pobres niñas no es nada satisfactorio.
—Hijo de puta...
—Sí. Las que yo ponía en las subastas no eran secuestradas, y eran mayores de edad.
—Eran prostitutas —digo, recordando aquella conversación en Cleveland.
—De mala muerte. Terribles. Consumidas. Mi parte era comprárselas a los proxenetas de los prostíbulos a buen precio, rehabilitarlas y luego ofrecer la subasta. Las convertimos en mujeres aceptables para los peces gordos que querían su esposa florero.
La punta de su lengua humedece su labio inferior a la vez que sacude la cabeza, observando el mar que se extiende frente a nosotros. Le noto un aire de arrepentimiento.
—Madison, no me justifico. Una mierda de lo que hago es justificable. Esas mujeres, las conocí a todas, y mi intención no era mala. He hecho lo que me ha tocado en este infierno.
—Es el infierno en el que tú quisiste estar. Son tus decisiones.
—No todas las decisiones que tomamos son por voluntad propia o por gusto —revela, tomándome un poco por sorpresa.
—Es que... Si querías hacer un bien con ellas, no lo hacías de la manera correcta. Volviste a dejar a esas mujeres en manos malas.
—Es una puta mierda. Nunca podré deshacer lo que hice ¿vale? Pero tenía que hacerlo. Aún hay decisiones que debo tomar porque se salen de mi alcance.
—Al menos, dentro de toda esa mierda reprochable que haces, elegiste bien al alejarte de esa red.
—No lo había tenido tan claro hasta que llegaste tú —confiesa, mirándome a los ojos
—Quieres quedar bien con la policía —bromeo.
—La policía me importa una puta mierda. Tú me haces querer ser un poquito mejor.
Apesar del tenso ambiente entre ambos, me rio por lo bajo, sintiéndome incómoda. ¿Por qué tiene que decir cosas profundas a cada rato?
Puedo sentir ese anhelo oculto fluir de él, el oscuro deseo de ser salvado, y yo soy la menos indicada para salvarlo o arreglarlo. No es ni será mi destino.
—Lo haces por las razones equivocadas, pero bueno.
Dominic suspira, no le ha gustado mi rechazo, diría que incluso se ha ofendido. Su mirada analiza la mía, parece buscar una respuesta adecuada sin éxito. Hace el ademán de hablar, pero se arrepiente. Lo hace cuatro veces, entonces es cuando me comienzo a desesperar de que no diga lo que oculta.
— ¿Qué quieres decir? —digo un poco ansiosa—. Le estás dando muchas vueltas.
Resopla, restregándose la cara.
—Olvídalo. Lo primordial ya está aclarado.
—No lo olvido. Estás frente a un agente federal, Dominic, tengo ventajas y tú tienes información que el FBI necesita para desmantelar la Red de Petrov Mavek. Puedo no revelar la identidad de la fuente de información si cooperas en ello.
—Eso me convertiría en cómplice de la policía.
Esbozo una pequeña sonrisa, con un traicionero impulso de estirarme y besarlo.
—Lo eres desde que tus lameculos me llevaron a tu casa.
—El mejor secuestro que he hecho en mi puta vida —expresa orgulloso, y él sí cede a su impulso de tirarse sobre mí para besarme.
—No fue un secuestro porque estuve de acuerdo, créeme que me habría escapado ese mismo día si hubiera querido.
Muerde mi labio inferior.
—Me importa un carajo.
Su candente mirada se pasea por mi cuerpo, después a nuestro alrededor. Estamos en una playa privada, sin nadie al acecho. Es un escondite perfecto. Y, por un instante, desearía dejarlo tener mi cuerpo para aprovechar la privacidad al máximo.
—Acepta colaborar con información, espécimen testarudo.
Tras un intercambio de fogosas miradas, nuestras bocas chocan. Acepto su beso violento. Enredo los dedos en sus pelo y arqueo el cuerpo para sentirlo más cerca.
El hecho de estar al aire libre, a la orilla de la playa, lo hace todo más intenso. Le he dicho que mi cuerpo será suyo algún día, lo peor es que me muero por que lo sea.
—Te daré todo lo que quieras con tal de verte desnuda —susurra en mi cuello.
—Te estás tardando en hacerlo.
Un sordo pálpito en mi vientre aumenta con cada beso que compartimos. Estamos ardiendo en fuego. Lo facilito soltando su cintura para desatar el nudo del sujetador del bikini. El brillo que destella en su mirada me incita a besarlo, y eso hago, deslizo la lengua en su boca en una delicada caricia.
Siento sus manos tibias por todas partes, acariciándome y sintiéndome, hasta que decide bajar un poco más la tela que cubre mis pechos.
Deja al descubierto mis pezones, que ya están erectos. El viento del atardecer me hace estremecer por lo húmeda que está mi piel. Separa nuestras bocas y gimo en señal de protesta. Su apetecible boca está entreabierta y de ella fluye su aliento jadeante.
Se adueña de mis pechos, besándolos y acariciándolos. Dejo salir gemidos, enloquecida con lo que hace. Termina de bajar el traje de baño, lo desliza por mis piernas y lo tira detrás de mí. Quedo desnuda por primera vez ante él, sin ninguna prenda que me cubra. La influencia que tiene sobre mi cuerpo es extraordinaria.
—Causas un poderoso efecto en mí que no soy capaz de verte ni un solo defecto —regresa a mi altura y me besa pausadamente—. Eres perfecta.
Mi corazón salta de alegría al escuchar esas dos palabras salir de su boca. Retira una mano de mi cadera y hunde dos de sus dedos en mi sexo sin previo aviso. Ahogo un grito. Tocarme antes habría sido inútil, creo que ambos sabemos ya lo rápido que consigue hacerme humedecer.
—Bésame —jadeo.
—No —murmura en mis pechos, entre intensas y constantes caricias—. ¿Quieres más?
—Sí...
— ¿Como qué?
—Más.
—Haré solo lo que tú me digas, Madison. Si no me dices qué quieres, no llegaremos a ningún lado —dice, más serio, y detiene los movimientos de sus dedos.
— ¡Hey! —exclamo cabreada. Arquea las cejas, esperando mi respuesta—. Quiero más. Quiero tu boca.
Obedece. Se inclina y me da un beso que me sabe a nada.
—Pero no la quiero aquí. —Busco su mano y la guío a mi sexo otra vez—, la quiero allí. Y por lo que más quieras, no te vayas a detener.
Su sonrisa juguetona me hace sonreír a mí también. Ya tengo miedo de que me haga lo mismo de siempre. Soy la mujer más frustrada del mundo por su culpa.
Él desciende por mi cuerpo, me abre las piernas y con el corazón en la garganta, espero que pase. Cierro los ojos. Dominic entierra el rostro entre mis muslos. Acaba de ponerme en órbita. Veo blanco. Echo la cabeza hacia atrás con una profunda exhalación. El inesperado lametón bloquea todos mis sentidos.
— ¡Dios!
Su lengua caliente se pasea alrededor de mi clítoris, lo rodea con movimientos precisos y lentos, luego desciende a hundirse en mi sexo. Y así, una y otra vez.
—Prométeme que... —suspiro en busca de oxígeno—. Esta vez sí van en serio.
Me aprieto contra su boca. La presión que se concentra en mi entrepierna no me permite respirar con normalidad. Creo que voy a desmayarme.
Me presiona el vientre con la palma de la mano para evitar que me arquee debajo de él.
—Vas a tener el mejor orgasmo de toda tu vida, nena. Te lo prometo.
— ¡Sí!
Empiezo a rotar las caderas siguiendo su ritmo, en busca de más fricción. Con unas cuantas caricias más de sus dedos y de su lengua, sé que estoy al borde del precipicio. No sabía que podía llegar hasta ese extremo de felicidad pura.
Cuando comienzo a gemir más de la cuenta, y mis piernas flaquean, me aferro a su pelo. Toda la presión acumulada se libera y exploto, levantando las caderas y exhalando un grito.
Dominic gime de pura satisfacción entre mis muslos, saboreando la prueba de mi éxtasis. Esta es la dicha más grande de mi vida. Fui enviada al paraíso con sus caricias.
—Dios, Dominic... —susurro agotada, mientras disfruto de las atenciones de su boca que besa con ternura la cara interior de mis muslos.
Traza un camino ascendente de besos por mi cuerpo hasta que encuentra mis labios.
— ¿Contenta?
Le pongo los brazos sobre los hombros y acepto su peso sobre mí.
—Demasiado.
Aprieta sus labios contra los míos sin dejar de mirarme. Busco su mejilla y le doy una suave caricia, me dejo llevar por el delicado beso y cierro los ojos.
Un cómodo silencio nos rodea, esconde el rostro en mi cuello y nos mantenemos abrazados un buen rato. Inhalo su fragancia masculina a gusto, es embriagador.
Esto es realmente nuevo para mí. Hay muchas cosas que han sido nuevas para mí, todas vividas con Dominic. Me pregunto si eso podría afectar mis futuras relaciones, son distintas cosas que no puedo dejar de darle vueltas.
Sus grandes palmas encuentran mis mejillas y me sujeta la cabeza mientras nos besamos, despacio, con dulzura. Ha sido un gran salto.
—Me encanta besarte —dice contra mis labios—. Podría hacerlo hasta el día de mi muerte.
— ¿Qué sabes de Jeon Jung-su?
—Nena, no quiero pensar en ese asiático cuando acabo de estar entre tus piernas.
Resoplo. Por ahora, Dominic es mi única conexión al coreano miembro de Smierci. No soy parte del caso Smierci pero tampoco podría desaprovechar la oportunidad de obtener información sobre él.
Y también quise cambiar de tema.
—Antes dijiste que no tienes amigos en este negocio, tengo curiosidad. ¿No tienes a nadie?
—En este mundo no puedo confiar plenamente en nadie, en cualquier momento te pueden traicionar por más lealtad que haya. Tengo colegas de trabajo.
—Y ¿en tu vida personal? Siempre es bueno tener un confidente, un amigo.
—Sí, tengo dos —admite y celebro en mi interior—. Un cabronazo y una rubia incondicionales.
— ¿Rubia? ¿Una mujer es tu amiga?
—Mi mejor amiga desde que era adolescente —afirma, dándome un beso la frente, y se pone de pie.
Dominic me ofrece una mano, pero yo estoy en mi episodio de incredulidad donde no puedo aceptar lo que he oído. ¿De qué manera este hombre tiene una mejor amiga? El mismo hombre que penetra a cuanta mujer se le cruce.
Es fea, decido.
La mujer tiene que ser fea, porque no me lo trago, un hombre como Dominic no tiene amigas. Nadie sería amiga de él. Yo sí creo que una mujer y un hombre pueden tener una sincera amistad, pero no creo que una mujer y Dominic puedan.
Acepto su mano, que esperó paciente por mí. Tira de mí con fuerza hasta pegarme a su cuerpo, toma mis muslos y me carga. No protesto, nos lleva al agua, eso es lo que necesito justo ahora.
—Por pura curiosidad, ¿has tenido sexo con ella?
Se pasa una mano por el pelo desordenado, me regala una gran y brillante sonrisa, mientras nos adentra en el agua de la playa. Hasta los ojitos le brillan más que cualquier otro día.
—Estoy loco por hacerte mía —confiesa, en tono íntimo, mientras me sostiene del culo pegada a él.
— ¿En agua o en tierra?
—Y en el cielo. En todos lados.
Se me escapa una pequeña risa divertida. Dios, es tan guarro. Levanta un poquito mi cuerpo de manera que quedó más alta que él, entierra la cabeza entre mis tetas y esparce besos y mordiscos alrededor.
—Sabes tan bien —gruñe contra mis labios—. Nena, creo que me estoy obsesionando contigo.
—Eso ha de ser malo para tus otros amores.
Dominic echa la cabeza hacia atrás, disgustado. Desde arriba, lo miro con las cejas arqueadas. He dicho la verdad.
— ¿Qué amores? Tú eres el único.
Me echo a reír divertida de su cinismo. No puede negar que dio gracia, al final sonríe como todo un pillo.
—Buena distracción para no responderme si te tiraste o no a tu amiga.
—Me ofende que creas que no puedo establecer una amistad con una mujer... Sí hemos tenido sexo, pero eso no tiene nada que ver.
Ruedo los ojos. Lo suponía, sabía que él no podía tener una amiga así de sencillo como suena.
—Entonces, te tiras a tus amigas, ya... —empleo un tono receloso—. Qué curioso. ¿Y ella no se ha enamorado de ti?
— ¿Qué? No —responde muy confiado—. Soy su amigo, es mi amiga, a veces follamos, eso es todo.
Lo miro callada. Solo hay dos posibilidades: él es realmente estúpido o su amiga de verdad no se ha enamorado. Lo cual me permito dudar. Entonces, una pregunta repentina sale de mí sin pensarlo.
— ¿Desde hace cuánto tiempo te acuestas con ella?
Levanta una ceja en un gesto incrédulo.
— ¿Estás celosa, nena?
—Pues ¿qué te importa? Solo hice una pregunta, si no me la quieres responder, dilo.
—Heyyy. —Se ríe confuso, seguramente por la rapidez con la que solté mis palabras—. No te habías molestado antes por mis..., mujeres.
—No estoy molesta, solo quería que me respondieras, no que vuelvas a evadir preguntas queriendo seducirme —reprocho, y en cierta forma es cierto.
—Ya. No mucho, pocas veces lo hemos hecho.
No me lo trago, pero decido dejar ese tema así. No me va ni me viene cuántas veces se ha tirado a esa mujer.
— ¿Qué hay de tu amigo? ¿Cómo se llama?
—Nena, no quiero hablar de eso cuando te tengo desnuda pegada a mí en la playa. Honestamente, solo quiero que te calles para poder besarte de una puta vez.
Trato de hacerme la ofendida, resulta complicado al tener su rostro tan cerca del mío, no estoy tan entrenada en estas peleas de autocontrol. Está harto de mis preguntas, ya lo confesó, aún así quiero seguir haciéndolas. Lo haría si él no fuera tan bueno distrayendo a la especie femenina. Toma mi labio inferior entre los suyos y yo no tengo la fuerza necesaria para apartarlo, permito que me bese todo el tiempo que necesite, porque solo soy incapaz de hacerlo y eso me sorprende.
Me asustan estos episodios sin autocontrol.
Me cruzo de brazos parada frente al refrigerador abierto. Mis ojos realizan un rápido escaneo del contenido alimenticio. Cinco segundos después, ya sé qué preparé para almorzar.
Mientras hago un corte juliana a las verduras, pienso en que si meses atrás alguien me hubiera dicho que estaría haciéndole la comida a Dominic Callaghan, me habría burlado del chiste de tan mal gusto. Hoy, estoy en México en una playa privada, cocinando para él porque es un hombre del siglo pasado que no sabe cocinar.
Estoy cocinando.
Él ve televisión en la sala.
Con una cerveza.
— ¿Cómo pudiste caer tan bajo, Madison? —cuchicheo, aplicando más fuerza al cortar la cebolla—. Trabajo de mierda...
— ¡Oye, nena! —me grita desde el sofá, el cual puedo ver desde la pequeña cocina—. Ven.
—Estoy haciendo tu comida, así que no, no puedo ir.
El ruido del televisor disminuye notablemente, luego oigo sus pasos acercándose.
—Estás explosiva hoy. Si me hubieses dejado echarte un polvo de buenos días...
Lo apunto con el cuchillo y sus palabras mueren al instante.
—Ni se te ocurra seguir por allí.
Coloca un dedo en la punta filosa del cuchillo y lo baja, mirándome a los ojos. Está jugando sucio, no estamos en igualdad de condiciones si él se pasea por ahí solo en boxers y emplea esa miradita seductora en mí.
Sin soltar el cuchillo, rodea la encimera para acercarse a mí.
—Te haré una pregunta y no quiero que te cabrees...
—Oh, Dios —siseo regresando a mi labor de cortar verduras. Lo próximo que cortaré son sus dedos, no todos, porque un par son bastante funcionales.
—Te bajó la regla, ¿verdad?
—Dominic, te juro que te voy a abrir la garganta —lo amenazo entre dientes.
Levanta los brazos en señal de rendición, dando pasos hacia atrás.
—Vale, vale.
Se mete a la habitación principal y yo resoplo. Pues, sí, me bajó la regla cuando no se suponía que tenía que bajar, pero eso no significa que esté sensible. No estoy sensible, estoy furiosa porque acabé en una cocina alimentando a ese hombre de las cavernas. Eso sí me cabrea.
Estoy echando las verduras en el sartén cuando escucho el ruido de unas llaves. Me giro un poco y veo a Dominic palpando los bolsillos del pantalón frente a la pequeña mesa de comedor. Se ha vestido de manera decente.
— ¿A dónde vas?
—Volveré en quince minutos.
—Está bien, pero ¿a dónde...?
Sale de la casa tan apresurado que la pregunta muere en el aire. Oigo el coche abandonar la casa y me pregunto a dónde se le ocurre ir estando solo. Ningún escolta, ni siquiera Bill, está cerca. Dijo que tendríamos un tiempo a solas y eso hizo, se supone que no saldríamos de la casa. Lo que sea que hará con tanta urgencia debe ser muy importante.
Para cuando suena la cerradura de la puerta principal, estoy colocando los platos en la mesa, con la comida calentita y de un aspecto delicioso. Dominic entra con una bolsa en mano, las llaves en la otra, luciendo como un verdadero dios. Alto, musculoso, guapo a rabiar; debe ser un delito. Todo esto es un delito.
—Pasé por una farmacia —anuncia, caminando hacia mí. Me enseña la bolsa y empieza a sacar lo que compró—. Analgésico por si te da mucho dolor, una bolsa térmica para tu vientre, dulces de miel, aceite a base de eucalipto por si necesitas que te masajee un poco, chocolate y helado. También esta caja Tampax porque vi muchas de toallas sanitarias y no sé qué talla eres o qué.
Miro el montón de productos en la mesa, la caja de Tampax en sus manos, su mirada esperanzada de haber hecho lo correcto. Estoy paralizada.
—Si estos tampoco son tu talla, puedo ir a comprar otros —agrega, viendo que no digo nada—. Es la primera vez que compro de estas cosas.
Mi talla, dice.
Me voy a echar a llorar aquí mismo, no sé si por las hormonas, por lo increíblemente adorable que se ve este hombre tan grande o porque nadie había tenido un gesto así conmigo. Nunca esperé que hiciera algo así, nadie lo hubiera hecho en mi posición.
—Sí —exhalo, no tengo mucho que decir—. Sí me sirven.
Sus ojos grises adquieren un nuevo brillo. Sonríe complacido, volviendo a meterlo todo en la bolsa. Y yo, parada como una tonta, inmóvil, observando cada movimiento que hace. Una sonrisa amenaza con escapárseme, pero me controlo todo lo que puedo.
—Entonces almorcemos, cielo.
Besa rápidamente mis labios. No me da tiempo ni de parpadear, y tampoco estoy muy por la labor. Lucho contra mi sonrisa. Siempre llevo conmigo todo lo necesario para cualquier emergencia femenina, aún así lo que ha hecho es... Suspiro, boto al aire todos los nudos que tengo atorados en la garganta.
Lo ha hecho sin que se lo pidiera.
¿Qué diablos significa eso?
—Así es, nena, más despacio.
—Dios, Dominic, no puedo...
—Sí que puedes, eres la hostia en esto —me besa en el hombro y mueve mi brazo otro poquito a la derecha —. Este es tu punto, ¿vale? Ahora baja la mano. Cuando hagas el movimiento, fija tu punto y hazlo con soltura y firmeza.
Entorno los ojos intentando concentrarme en el punto que Dominic marcó. Hemos estado casi por media hora un poco alejados de la casa, entre árboles, donde Dominic colgó un obstáculo frente a mí y el blanco más atrás. Mi misión, disparar con una técnica de ondulación.
Técnica que sé usar a la perfección.
He estado fingiendo no saber hacerlo, de manera que creo más experiencias con Dominic y la confianza puede fortalecerse. Cuando estábamos en la cama hablando de armas, insinuó que yo no conocía la técnica, diciendo que me enseñaría algún día. No desaproveché la oportunidad de oro.
Doy un paso hacia atrás, fijo el objetivo, pero cuando levanto el brazo me arrepiento.
—No me va a salir.
Me agarra de la cintura y me devuelve a mi posición.
—Hazlo.
Con mi cara de inocencia, hago un puchero mirándolo. Dominic hace un gesto de desdén y me palmea el culo como incentivo. La nalga me queda picando, se ha aprovechado de que estoy en bikini.
—Si lo hago, quiero un premio —improviso.
—Mmm... ¿Como qué?
—Volver a ver a Jung-su. —Me acerco a él y paso los brazos por sus hombros—. ¿Será que tengo oportunidad?
— ¿Por qué estás tan insistente con ese asiático? ¿Te gusta?
—Para nada. Es laboral. Déjame volver a verlo.
Me aparta de él, descontento con la idea.
—No tengo buena relación con él, Madison.
—Eso no me pareció antes.
—Negocios son negocios, no los puedo joder. Pídeme otra cosa.
—No hay otra cosa —insisto, uso mi mirada más suplicante—. Eres mi única opción para verlo.
—Dispara en el blanco.
Sin pensarlo dos segundos, giro el brazo y aprieto el gatillo. Casi puedo observar cómo la bala hace una curva en el obstáculo e impacta perfectamente en el blanco. Quizás debí disimular un poco. Dominic se cruza de brazos, mirándome fijamente sin estar sorprendido, creo que sabe que mentí.
—Suerte de principiante —digo con falsa impresión—. ¿Lo viste?
—Sí, lo vi. Madison, me estás pidiendo mucho. Mi respuesta es no.
Me quita la pistola, coloca el seguro y la guarda en la cintura. Cualquier rastro de diversión y tranquilidad en su rostro ha desaparecido. El Dominic serio ha vuelto gracias a mi petición. No esperaba que reaccionara mal, pues aquel encuentro con Jeon Jung-su no pareció hostil, no para mí.
—Al menos dime la razón, porque no parecían tan enemigos.
—Me tiré a su prometida, luego ella lo dejó por mí. Lo hizo porque quiso, nunca le di ilusiones de nada más.
— ¿Y sabías que ella estaba comprometida? —lo acuso más que preguntarle.
—Sabía que él se iba a casar, sabía que ella tenía pareja, pero no sabía que esa pareja era él.
Hago un repaso mental del día que conocí al asiático y las piezas encajan. Si bien no había hostilidad en el ambiente, él quería irse en el mismo momento que entró. Dominic me apartó de él para que Jung-Su creyera que estaba con Bill porque no confiaba en mujeres, cuando me di cuenta supe que era probable que tuviera un pasado oscuro en el amor. Y no me volví a equivocar.
Tengo mil preguntas volando sobre mi cabeza, las haría todas si no supiera que Dominic está a poco de perder la paciencia. Nada bueno sale de eso.
—Esto es nuevo, no solo te tiras a tus amigas, también a mujeres con novio. Bueno, nada nuevo, yo también tengo novio.
Se ofende de inmediato.
—Tu «relación» con ese soplagaitas no es nada. Es diferente. Yo no la obligué a nada, fue su jodido problema si quería ponerle los cuernos al novio. Yo no le debía fidelidad a nadie.
—Ya. —Aprieto los labios, sintiéndome atacada—. Y te ha gustado ser el segundo, supongo, ya que sigues en lo mismo.
—No soy el segundo de nadie porque, una vez que te follé, no te quiero volver a ver —sentencia.
Boom. Directo al corazón y mi orgullo.
—Ah, mejor
Comienzo a soltar los botones de mi vestido corto veraniego.
— ¿Qué haces? —suspira contrariado.
—Vamos a tener sexo. Ya sabes, luego no querrás saber más de mí. Es mi oportunidad para que dejes de perseguir mi trasero. ¿Persigues así a todas tus mujeres?
Aparta mis manos del vestido de un brusco tirón para proceder a abotonar con sus manos temblando de la rabia y la mandíbula tensa.
—Qué estupideces estás soltando, Madison. No vamos a pelear porque me follé a la mujer de Jung-Su hace años.
—Yo no estoy peleando, me trato de desvestir para que pasemos un buen rato.
—No vamos a follar —masculla.
Quito sus manos con la misma rabia que emplea en mí. Soy tan orgullosa y terca que vuelvo a desabotonar lo que acaba de arreglar. Sus ojos casi se salen de órbita por mi descaro.
—Sí, lo deseas.
—No —espeta enfadado, otro tirón más en mis manos—. No sigas.
— ¿Ahora por qué?
—Porque contigo no solo es «te follé, te olvidé» —confiesa a regañadientes—. Te acercaré al tipo ese si dejas de discutir ya.
Ceso mi lucha por desnudarme. Ya está, lo conseguí. El alivio y la satisfacción se expande en mi interior. No hay nada que un poco de drama no solucione, los hombres casi nunca son capaces de soportarlo.
Suelto una profunda bocanada de aire, un par de mechones se han desordenado en mi cara por el forcejeo de nuestras manos, así que me arreglo el pelo esperando que su mala leche disminuya.
Y no, mi mente no está dispuesta a admitir que oí sus primeras palabras. Así no tengo nada que pensar al respecto.
—Debo ir a Colombia por una extradición —informo, más tranquila—. Y no estaba discutiendo.
—Claro —bufa—. Si quieres verlo, vas a tener que aplazar varios asuntos, porque la única manera es en Seúl.
Me mordisqueo el labio inferior pensando en mil cosas al mismo tiempo, en mi agenda, mis trabajos pendientes; nada que no pueda manipular.
—Eso lo puedo solucionar.
Me mira, es un mar de indecisión, ha aceptado pero no está de acuerdo. Por un instante, temo que se eche para atrás y me deje sin ese camino, así que tomo la iniciativa de acercarme. Utilizo una de mis mejores armas: mis besos. Sujeto suavemente su rostro para besarlo, y bajo mis manos lo siento relajarse.
—Maldición... —protesta, consumido por la esencia de mis labios. Me sostiene contra él como si temiera que el viento me aleje de su lado—. Como se entere que tú y yo tenemos algo...
—No lo hará, créeme.
—Si te llevo no será para que hagas alguna estupidez, no me tientes a hacer cosas que no quiero, Madison —advierte, empujándome al interior de la casa—. Mi negocio con él es muy importante.
—Nunca sería capaz de perjudicarte de esa forma. Tú también tienes que confiar en mí.
—Tampoco harás nada con él que harías conmigo. —Su voz suena más amenazadora.
—Sería incapaz.
—Eres mía, ¿lo puedes entender?
No.
—Eso creo.
Aprieta mi cuerpo contra el lado trasero del sofá, bajando su boca hasta la mía. Y me besa, me da ese tipo de beso largo y profundo que hace temblar mis piernas.
—Planeo besarte un buen rato hasta que se me olvide el cabreo que me has hecho pasar. ¿Sofá o cama? En la cama probablemente esté tu puta bola de pelos.
Sonrío tonta perdida contra su boca. Mi preciado gato se ha pasado la mayoría del rato en la habitación, donde el aire acondicionado le brinda su clima favorito: el frío. A Dominic le ha cabreado, pero ni a Bon ni a mí nos importa.
—Cama.
A las tres de la madrugada del jueves llego sana y salva a mi apartamento. Veo mi reflejo en el cristal a un costado de la puerta antes de abrir, estoy bronceada y los moretones han desaparecido por completo, incluso hay un brillo especial en mi piel, en mis ojos. Desearía haberme quedado más tiempo en la playa.
Cuando dejo salir a Bon del enorme transportador que me costó un ojo de la cara, él estira su rechoncho cuerpecito y trota de lo más feliz a su área de juegos en la sala de estar. Suspiro, enamorada de mi bola de pelos, viéndolo jugar solo. No me gusta verlo solo. Cuando yo no estoy, la vecina suele dejarlo entrar a su apartamento para que no esté encerrado en el mío. Por tal motivo, la noble señora posee una llave de repuesto de mi puerta principal. Y cuando debo viajar, Bon se queda con ella y su perro.
Aún así, me pesa saber todo el rato que está solo. Pronto tendré que solucionar ese detalle.
Saludo a mi oficina como saludaría al amor de mi vida. Este es lugar es mi refugio la gran parte del tiempo, es el trabajo que tanto amo. Disfruto un rato en mi oficina, chequeando datos en el computador, debo ponerme al día.
Pasado un rato prudente en el que vuelvo a conectar mi alma con la oficina, decido hacerle una visita al jefe Lockwood.
El equipo de la DEA en Colombia, y un agente infiltrado en el cártel de los Pérez, han conseguido desestabilizar a uno de los narcotraficantes desde adentro. Eso nos ha facilitado un poco más las cosas. Lockwood me informa que debo preparar a mis agentes para este mismo viernes para llevar a cabo la captura y extradición de Alberto Sánchez, un miembro distribuidor importante del cártel. Desde que logramos capturar a Jojo Pérez, uno de los líderes, el cártel se ha tambaleado más que nunca, y el gobierno colombiano ha estado complaciente con nosotros.
—Hay algo más —anuncia cuando pretendo levantarme de la silla—. Nos llegó la alerta de la policía estatal sobre la desaparición de Howard Whittaker, antiguo agente de defensa, que tú destituiste.
Oh, mierda.
—Fue justificado. Ese caso con el abogado de la agencia ya cerró.
Lookwood juega con su bolígrafo, golpeteando la mesa de vidrio. Es su gran manía insoportable.
—La familia habló de los roces que tenías con él, el detective que lleva el caso de la desaparición te citó en la comisaría. —Desliza un sobre amarillo hacia mí. Una notificación policial—. Quieren interrogarte.
—Vaya. Qué sorpresa.
—Bueno, es el protocolo, agente.
—Claro, lo sé —carraspeo—. Gracias, jefe. Iré con mi equipo.
—Suerte.
¿Suerte?
Salgo de la oficina y vuelvo a leer la notificación. Suerte necesitará Dominic si me relacionan más de la cuenta a Howard Whittaker.
— ¿Qué quieres decir con que «no tengo acceso»?
La administradora de sistemas da un respingo ante mi tono exigente y poco gentil. Acudir al departamento de Tecnología y ser atendido por uno de estos administradores es como entrar en un laberinto sin salida.
—Me estás dando como respuesta las mismas palabras de mi reclamo. Si te estoy diciendo que tengo un problema con la base de datos porque me salta un error de que no tengo acceso, no puedes sonreír y decirme: «ah, sí, es que no tiene acceso».
—Porque no tiene acce...
Inspiro profundamente. Ruego paciencia a todos mis ancestros.
La chica cierra lo boca de golpe. Rehuye mi aniquiladora mirada, tecleando en la computadora sin ningún fin.
—Mira, querida, tan solo dime porqué diablos no tengo acceso. No necesito que repitas mis palabras.
Ella suspira nerviosa.
—Es todo lo que dice el sistema. Los administradores no tenemos nada que ver con eso. Es decir, solo recibimos las planillas de toda la plantilla con los accesos marcados, luego nosotros lo configuramos. Son los de arriba quienes deciden.
— ¿Puedes revisar allí a qué tengo acceso en la base de datos?
—Sí, por supuesto. —Asiente varias veces y gira el monitor—. Es su ficha en el Registro de Investigación. Estas columnas son todos los casos, que son millones, así que solo es cuestión de buscar por el código de registro del caso. Si marco el de Ericsson Jones, esto es todo lo que sale.
Tras colocar el código en el recuadro de búsqueda, aparece un cuadro emergente con una gran equis roja y el aviso: «El personal indicado no posee acceso».
—Debe haber un error —insisto molesta—. Fui bloqueada cuando me suspendieron, alguien debió equivocarse al desbloquearme.
—No es así... Espere un minuto.
Golpeo la madera del escritorio con mis uñas, impaciente, mientras ella se concentra en la computadora.
Esto no tiene ningún sentido. Es imposible que no tenga acceso al registro de Ericsson Jones siendo que yo soy la agente al mando de ese caso. ¿Cómo podría estar bloqueado para mí?
¿Cómo coño trabajo?
—Ah, claro... El permiso de acceso fue revocado el pasado lunes veintitrés. Nosotros actualizamos la base de datos diariamente.
— ¿Puedo saber quién dio la orden del cambio?
—El jefe de departamento recibe la planilla desde la oficina del inspector Stevens, pero todos los directivos tienen el poder de hacer cambios. Así que no es posible saber quién de ellos fue. El inspector es el único que podría saber y solucionarle. Si fue un error.
Todos los directivos.
¿Quién de ellos querría bloquear mi acceso al registro de Ericsson Jones un día después de la entrega del millón de dólares?
Me encierro en mi oficina pensando en todas las razones, posibilidades, detalles, y finalizo con la simple idea de que uno o más está sobornado por Jones. Sería una estúpida coincidencia ser bloqueada luego de descubrir que él también fue parte del ataque a mi persona.
— ¿Está Roger en la oficina? —pregunto a su asistente por el teléfono central.
—Hoy salió temprano.
Genial.
Mi misión tendrá que continuar otro día.
Al salir del trabajo, recibo un mensaje de mi vecina Matti preocupada porque Bon tuvo un pequeño accidente. No soy capaz de escribir un mensaje, la llamo pensando en todo lo que le pudo haber sucedido. Por suerte, solo se trata de un rasguño en la carita.
—Oh, cariño, solo bajamos como siempre al parque y no me di cuenta que un gato salvaje había entrado al edificio. ¡Se le fue encima al pobre Bon!
—Tranquila, Matti, no fue tu culpa. Gracias por avisarme, ya voy en camino.
— ¡Trae una pomada, cariño! Tenemos que curarle y la mía se acabó.
Conduzco a una farmacia cercana a comprar la pomada para Bon. Mientras hago el pago, pienso en el enorme susto que me llevé al leer que había tenido un accidente. Bon es un gato que rescaté en una misión en Moscú, era tan solo un bebé mojado, desnutrido y abandonado a los pies de un basurero. Mi corazón no resistió, lo agarré y llevé conmigo. Diez minutos después, ya estaba segura que había encontrado a mi compañero.
Creo fielmente que no rescaté a Bon, él me rescató a mí, porque me devolvió una luz que había perdido.
Aunque ya tiene cuatro años, sigue siendo aquel gatito que se robó mi corazón. Si algo le pasa, me destruiría tanto que ni siquiera sé cuánto tiempo me tomaría superarlo, o al menos seguir adelante.
Un poco nostálgica, salgo de la farmacia y me encuentro un sobre blanco en el parabrisas del coche. Otro más. Siseo una maldición agarrándolo. Observo a mi alrededor en busca de algún sospechoso, pero la única persona es una señora mayor bajando de un Volkswagen.
Me meto en el coche y, antes de arrancar, decido ver el contenido del sobre. Es un papel arrugado y sucio, con manchas de café aún húmedas.
Mi mirada vuela a la cafetería ubicada en la calle siguiente. ¿Qué probabilidades hay?
« Esta es la última advertencia, la próxima vez no saldrás herida... Tu hermana Allison es muy caliente. No falles de nuevo porque ya tengo la caja de cristal donde se verá hermosa la cabeza de tu hermana rubia».
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro