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13. Advertencia

17 DE ABRIL DEL 2018.

Espécimen: ¿Dónde coño te metiste? No te ven por ningún lado.

Diablura: Estoy en el baño. Más tarde hablamos.

Espécimen: No creas que no sé que a tu ropa le falta mucha tela. Como me entere que alguien se atrevió a tocarte, no va a terminar bien.

Diablura: No me importa. Iré a seguir con mi trabajo.

Espécimen: Pero ¿de qué vas?

Diablura: Te repito que no me importa lo que opines.

Me guardo el móvil procurando que no quede a la vista y salgo de mi escondite. El volumen tan alto de la música me aturde un poquito pero me centro en mi objetivo.

Cumpliendo mi papel, camino hacia él. Noto cómo el matón de Callaghan me sigue con la mirada, no se ha despegado de mí ni un puñetero segundo.

Desbordando sensualidad, modelo frente al sospechoso y con una pícara sonrisa, me inclino hasta que nuestras caras están a la misma altura.

Hola, bebé.

Beso suavemente su mejilla y me siento en su pierna izquierda, puesto que en la otra está una rubia. No me hace falta hablar para tontear con él hasta que consigo el pequeño papel en su chaqueta.

Papel que intercambió con un misterioso tipo por cocaína.

Pretendo ponerme de pie pero él aferra su mano en mi culo, susurra algo y se lanza sobre mi boca. Como puedo, no dejo que profundice el beso y lo más rápido posible me separo de él.

Qué asco.

Al pasar por al lado del matón de Dominic, le mascullo:

—Como le digas a tu jefe te juro que te mato con mis propias manos.

20 DE ABRIL DEL 2018.

Pisar tierra americana después de diez días en el extranjero supone una alegría inmensa. La gente habla en inglés, mi preciado inglés. No tengo que ponerme ansiosa por no saber qué dice la gente a mi alrededor.

Tiro de la maleta buscando con la mirada a mi transporte. Me da pereza cuando la agencia nos envía en vuelos comerciales para mantener fachadas, pero es lo que se debe cumplir.

— ¡Princesa! Te eché mucho de menos.

Recibo el afectuoso abrazo de Ryan en medio del aeropuerto. Se me cae la cara de vergüenza cuando agita el oso de felpa y las rosas en la otra mano. ¿Qué edad tenemos? ¿Quince años? Varias personas se nos quedan viendo mientras yo muero de la pena. Tengo veintiocho años, por amor a Dios. Él sabe muy bien que no me gustan este tipo de regalos, y aún así, lo hace, consiente de que más de una vez le he pedido que no lo haga.

—Pudiste dejar tu regalito en el coche —mascullo poniéndome los lentes oscuros, de paso intento cubrirme la cara con el pelo—. Vámonos ya.

Le resta importancia y hace el ademán de entregarme el regalo para ocuparse de mi bolso de viaje, sacudo la cabeza y me apresuro hacia la salida para evitar cargar con esa tontería. Se puede hacer el loco todo lo que quiera, sé que ha querido aprovecharse de que estamos en público. Pues, lo lleva claro, nunca voy a ceder. No me gusta y punto.

— ¿Salió bien todo? —pregunta, una vez en la Ford F-150, camioneta que un día lo acompañé a comprar.

—Tal como se planeó. El objetivo fue neutralizado, logramos desmantelar el cártel, pronto un equipo estará dentro de él, yo terminé mi parte —respondo, distraída en el móvil—. Llévame a la agencia.

Noto su disgusto en el aire, no necesito mirarlo para saber lo que se avecina. La misma disputa de siempre.

—Acabas de llegar de viaje, tienes que descansar —expresa reticente.

Observo recelosa el espacio de separación entre mis pies y el asiento. Bloqueo el móvil y muevo el pie calculando la diferente medida que he descubierto. Emito un largo sonido con la garganta, un tono sospechoso que él detecta mirando rápidamente mis pies y mi cara, que está dirigida hacia él, con mi suspicaz mirada atenta a su reacción.

— ¿Por qué el asiento está cinco centímetros más adelante si siempre está de acuerdo a mi altura?

— ¿Me estás cambiando de tema?

— ¿Me quieres tú cambiar de tema? —le reto. Suelta un resoplido que me incita a seguir el tema—. Responde lo que te pregunté.

—Madison, creí que tus celos habían muerto hace bastante tiempo. No es como que te importe porqué el asiento está movido, solo quieres cambiar de tema.

—Ajá, ¿me vas a contestar sí o no? —insisto hastiada.

Frunce el ceño antes de soltar otro de sus resoplidos incrédulos, sacude la cabeza y me lanza una rápida mirada casi que burlona y cínica, que me dan ganas de tirarle el peluche y las flores en la cabeza. Aparte de que me miente, quiere hacerme parecer loca, porque ¿qué hacen los hombres infieles más que convencerte de que todo te lo imaginas? Y por supuesto que nada de esto me importa, pero quizás sí quería cambiar de tema y, de paso, averiguar a qué mujercita montó en la camioneta.

—Estás imaginando cosas que no son. Te lo aseguro, princesa.

—Vete a la mierda, Ryan —espeto.

—Como tú digas, Madison. ¿Has avanzado con Callaghan?

—Hemos avanzado bastante —pronuncio con todo el doble sentido que se merece—. Estoy muy enfocada en destruir el cártel desde adentro, por eso necesito trabajar.

—Eso es bueno, pero hay una cosa que no me cuadra... ¿Qué estrategia estás utilizando para lograrlo?

— ¿Por qué me haces una pregunta la cual conoces la respuesta? Estás en el FBI, sabes lo que estoy haciendo.

—No lo sé con certeza, princesa.

Pongo los ojos en blanco. A veces pienso que es masoquista en lo que a mí respecta, aunque nunca se había mostrado tan interesado por mis «estrategias». De hecho, contadas ocasiones llegó a preguntarme sobre qué hacía en el trabajo. Siempre levantó una barrera para separarnos como agente del FBI y la DEA.

—Tranquilo, Ryan, sé lo que te preocupa. No, no me lo estoy tirando ni jamás lo haré, respeto mi trabajo.

—Pero se enrollan —expuso.

—Créeme que a mí más que nadie me jode lo que tengo que hacer solo por tener una vagina —le replico de mala hostia—. Y tú no deberías saber esos detalles de la misión.

—Perdón, princesa —se disculpa luciendo arrepentido, quizás demasiado. Me da un suave apretón en el muslo que me pone tensa—. No volveré a inmiscuirme en eso.

No le respondo. Él sabrá que mi silencio significa que más le vale cumplir su palabra. Le indico que se marche al apartamento para dejar mi equipaje y esperarme allí, ya que mi coche permanece en el aparcamiento de las oficinas. Él se muestra inconforme pero no le queda de otra que aceptar mi orden.

Cumplo con mi deber de pasar a la oficina de Richard Lockwood para entregarle mis reportes e informes, así como por la oficina del director para confirmar mi regreso y el éxito de la misión en mi expediente. Este proceso me lleva casi dos horas en las que deseo ir a mi cama, aún así en lugar de irme, me dirijo a la quinta planta para oír qué hay de nuevo sobre Callaghan, por lo que reúno a mi equipo.

El agente Lucas me entrega un detallado informe sobre lo que ha hecho, lo aprecio mucho por eso y le regalo una sonrisa, a lo que los demás me miran como si tuviera tres cabezas.

No perdemos mucho tiempo, les explico brevemente lo que está por venir para que se preparen y les asigno sus labores, echándolos después de la sala de reuniones con impaciencia. Necesito dormir por más de ocho horas seguidas.

— ¡Cuchiii!

Me llevo una pequeña sorpresa. No la había visto en el mostrador, ha surgido de él como un espanto de peli de terror.

Repaso rápidamente el modelito muy elegante como para una secretaria de una agencia federal. Ella sonríe avergonzada, haciendo resplandecer sus ojos grises, y sé que lo hace por lo juzgadora que debe ser mi mirada. No lo puedo evitar.

—Samara, no estoy para estupideces.

—No seas así, mira que te he extrañado un montón. —Pone morros, inclinándose en el mostrador—. Han pasado cositas estos días...

—Ah, ¿sí? —digo más animada y curiosa—. ¿Cuál es el nuevo chisme de la agencia?

Mira con precaución a los lados, asegurándose de que ningún agente esté muy cerca. Yo me inclino cerca de ella.

—El agente Hank le gastó una súper broma al agente Dylan, lo encerró en el cuarto de tiros y activó los sensores de movimiento. Dylan salió de allí con las balas de prueba hasta en las narices. El director echó a Hank como por tres días.

—No me digas —cuchicheo entretenida.

Samara se tapa la boca al reír. Vuelve a mirar a los lados antes de casi pegarse a mi cara. Recibo una excelente visión de sus envidiosas pestañas y bonito maquillaje.

—Cuchi, no te vayas a cabrear, pero Roger y yo tuvi...

—Señorita Hall, a mi oficina —espeta, el rey de Roma, pasando por nuestro lado sin siquiera mirarnos.

¡Jo! Me he quedado con el tema a medias.

—Problemas en el paraíso... —murmuro—. Me voy. Te dejo para que te enrolles con tu guapo jefecito. Luego me terminarás de contar.

— ¡Yo jamás! —exclama sonrojada.

Y mientras la veo caminar a la oficina de Roger, se levanta un poco más la falda. ¡Tendrá cara! Estoy segura de que tiene un tórrido romance de novela jefe-secretaria y que estaba a punto de contármelo antes de ser interrumpida.

La única vez que viví ese jefe–secretaria en las prácticas de la universidad, terminó mal. Podría decir que al abogado no le quedaron más ganas de enrollarse con una pasante.

Doy tres palmadas al mostrador sacudiendo la cabeza en dirección a la puerta por la que ha desaparecido Samara. En silencio le deseo buena suerte antes de marcharme. Necesitará la suerte para estar con un cabrón como Roger.

—Agente Donovan —escucho una voz femenina detrás de mí cuando estoy a punto de entrar al ascensor.

Aparto el pelo de mi cara con un rápido gesto y doy media vuelta mostrando una educada sonrisa. La directora adjunta, Alaska Freeman, repasa mi figura con una mirada gélida y reconozco la aprobación en ella cuando se detiene en mi cara. La directora es fanática de que los agentes tengamos hasta el último pelo ordenado e intacto. Me pregunto si ya habrá visto el modelito de Verónica; le da un patatús.

—Buenas tardes, directora. ¿Necesita algo?

—La junta directiva ha hecho unos cambios en la plantilla los días que usted estuvo en Puerto Rico, no han sido cambios drásticos ni afectan su puesto o los de su equipo. Supongo que el director te lo habrá dicho.

—Sí, más o menos, pero me indicó que usted me diría algo al respecto.

Alaska asiente brevemente, da unos pasos más hacia mí y me entrega una tablet tras encender la pantalla. Mi respiración se torna pesada al reconocer a la mujer de la fotografía, al mismo tiempo que se endurecen las facciones de mi rostro. Miro a la directora sin entender por qué me da el expediente de esta agente.

—La agente Brianna Vincent será admitida en esta sede cuando su misión en Colombia finalice —explica, haciéndome maldecir por dentro—. Está a meses de finalizar, pero como recién se aprobó su cambio, espero que tú seas capaz ubicarla donde mejor se desenvuelva y ocuparte de la preparación. Estuve revisando tu expediente y encontré que estuvieron juntas en una misión.

—Así es, directora. Fue la misión en Italia de hace tres años.

—Sí, vagos recuerdos tengo. Por eso me parece apropiado dejártelo a ti y no a Richard.

—Claro, yo la pondré en el lugar correcto —le aseguro a regañadientes.

La podría poner a vigilar las calles, por ejemplo. «Hija de puta», digo en mi interior, mientras por fuera muestro una sonrisa.

Todo el camino al estacionamiento privado voy dándome ánimos. Todavía faltan meses para que Brianna regrese, según lo que leo en su expediente, el cual explica detalladamente sus avances como infiltrada en el cártel de Cali, liderado por Simón Beltrán en Colombia, en el que lleva nueve meses.

Me parece increíble, pues mis misiones nunca han implicado estar durante tanto tiempo infiltrada. Pero qué va, no voy a ponerme a pensar maravillas de la mujer que se aprovechó de mí y se largó sin avisar.

Guardo la tablet en mi bolso y lo tiro al asiento trasero del coche. Introduzco la llave en el contacto pero percibo un olor raro que me impide encender el motor. Reviso el interior del coche buscando el origen del extraño olor cuando de repente me ataca un intenso mareo que me obliga a dejarme caer en el asiento.

No tengo tiempo de abrir la puerta o alcanzar el teléfono, de una manera increíble entro en un estado inconsciente en menos de tres segundos, no sin antes cagarme en todo lo existente y en la seguridad del edificio.

Agua fría precipita en mi rostro y de golpe abro los ojos escupiendo el agua que ha entrado en mi cuerpo. Hago el amago de limpiar el agua en mi cara pero una cinta plástica en mis muñecas me lo impide, así como una soga alrededor de mi cintura y la silla.

Oficialmente estoy secuestrada por ¿quinta, sexta vez?

¿Esta vez fue mi culpa? Pienso que sí.

Percibo una respiración detrás de mí. Quien ha debido echarme el agua, el muy desgraciado. No me sorprende, no es la primera vez que utilizan ese truquito del agua en mí. Entre más me secuestran, más cliché encuentro estos ataques.

—Esto será rápido. —Su voz es una grave que no reconozco.

— ¿Quién eres y qué quieres?

El desconocido se detiene frente a mí, vestido todo de negro y cubriendo su rostro. Parece joven, es alto y muy corpulento, demasiado diría yo. La diversión y la perversión bailan en su mirada cuando observa mi escote. Es entonces cuando me doy cuenta de que me han quitado la chaqueta negra.

Agarra bruscamente mi pelo y luego siento el ardor en mi mejilla. ¡Esa sí que ha sido una extrema bofetada! Cuando logro reaccionar sobre lo que ha hecho en mi cara, desaparece tras la puerta.

Pero ¿qué mierda?

Cierro los ojos con fuerza. Cuento hasta tres para calmarme pero no me ayuda en nada. Me pierdo.

—Dominic, maldita sea, no sirves para un culo —chillo en voz baja, intentando soltarme—. Joder...

—Abre los ojos.

Un poco sorprendida, abro los ojos y paro de luchar contra la cinta plástica. No he escuchado la puerta. Es otro hombre, más bajito, de ojos azules, y puedo ver a través del pasamontañas que es un alguien de mayor edad por las arrugas en alrededor de sus ojos.

—Eres una puta ¿sabías?

—Lo aprendí de tu madre.

Sus ojos arden en fuego. Sin perder más tiempo se acerca a mí a zancadas para darme una bofetada, en la misma puta mejilla.

—Elige la otra la próxima vez —siseo enojada.

Aprovecho que está cerca y levanto la pierna, golpeándolo en la entrepierna. Se dobla sobre sí mismo y aúlla de dolor. Esa técnica nunca pasa de moda.

—Mala idea no atarme los pies. No secuestras personas muy a menudo ¿no?

—Eres más zorra de lo que supuse, quién lo diría...

—No eres el primero que me lo dice y no serás el último. Ya me viene dando lo mismo.

Su puño impacta contra mi mandíbula. Saboreo el caliente líquido deslizarse por mi labio inferior. ¡Me ha cortado!

Controla el dolor, Madison.

— ¿Me dirás qué pretendes o solo te gusta pegarle a las mujeres? —le escupo, literalmente, la sangre.

Mi secuestrador esquiva el escupitajo con rapidez.

—Un poco de ambas. Solo quiero saber qué sientes por Dominic.

—Nada —respondo ofendida, no comprendo la razón de todo esto.

— ¿Ni siquiera odio?

—Para odiarlo tendría que tener sentimientos por él y no los tengo. ¿Quién eres?

—Viejo amigo, enemigo... Nada de tu interés.

— ¿Por qué no vas al grano de una buena vez? Joder, que hoy no estoy para estupideces.

—Debo recordarle un par de cositas. Lo de las fotos puede arreglarse. —Frota su dedo índice y gordo haciendo referencia al dinero—, un millón en efectivo y desaparezco las fotos.

— ¿Las fotos? —repito intrigada—. ¿Tú hiciste las fotos con las que Howard Whittaker me amenazó?

El viejo se inclina sobre mí, apoya las manos en mis hombros y a pesar de que lleva pasamontañas, me echo hacia atrás al verlo tan cerca de mi cara. Más que asustada por lo que podría hacerme, solo puedo pensar en qué manera Howard y este desconocido están conectados.

No hay forma de que el ex agente vaya a salir ileso de esto.

—Lo único que tienes que saber es que esto es culpa de él, de nadie más, ni siquiera mía.

Lo próximo que siento es su puño impactar contra mi mandíbula, luego en mi vientre. En muchas partes más me golpea, y yo, indefensa, hago todo lo posible por controlar el dolor pero llega un determinado momento en el que pierdo el control.

Entro en una etapa de shock, y por ende no siento nada, pero estoy consciente que el más fuerte dolor llegará una vez que él detenga la paliza. Esto me dejará un buen maquillaje de tonalidades moradas y azules.

Mi hermosura echándose a perder. No sé qué me duele más, si sus golpes o el hecho de que pueda quedar alguna marca en mi rostro que destruya mi bonita perfección.

—Primera advertencia: aléjate de él o algo peor pasará.

No tengo la fuerza suficiente para abrir siquiera los ojos, o moverme. Me rindo, solo por un rato. Para cuando consigo recuperar la consciencia del todo, la fuerte luz del sol me nubla. Reconozco la arena entre mis dedos y en mi rostro maltratado.

Ave María. Me duele hasta el pelo.

Un poco mareada, me apoyo sobre los antebrazos y observo a mi alrededor. Es una carretera desolada, donde el sol está quemando mi piel y mi garganta ruega por cualquier líquido. Es un milagro que siga aquí tirada, intacta —dentro de lo que cabe—, y no en manos de algún enfermo descerebrado.

No importa si es de día o noche, los monstruos siempre están allí.

Respiro hondo, cuento hasta tres, y me levanto de golpe. Se me escapa un grito donde maldigo hasta la última alma de la tierra. No puedo con el peso ni de mi propia vida, pero debo mantenerme fuerte.

Veo mi chaqueta tirada a una corta distancia, así que a paso lento voy a por ella para inspeccionar los bolsillos en busca de mi teléfono. Está justo donde lo dejé, con la pantalla rota. ¡De paso me joden el móvil! Por suerte, el táctil funciona a la perfección. Consigo enviarle a Verónica mi ubicación con un breve pero directo mensaje de auxilio.

Ryan no puede saber qué ha pasado, ya tiene más información de la necesaria sobre la misión; no sé nada de Jessica desde hace varios días, por lo que Samara es el último recurso de confianza que me queda. Ella, que no puede vivir sin revisar el teléfono cada minuto, responde de inmediato.

—Como si pudiera moverme —siseo, utilizando la chaqueta para cubrirme del ardiente sol y quedarme allí parada, a la espera de mi rescatista.

La bomba de preguntas explota en la boca de Samara apenas me recoge. Yo solo soy capaz de ver sus bonitos labios rosados moverse sin parar mientras yo no escucho ni una palabra de lo que dice. Desconecto mi cerebro no solo por el dolor que me atraviesa; es una manera de poner en mute a la parlanchina de Sam.

—Bonito coche —digo estudiando cada rincón desde mi tiesa posición en el asiento. Es la primera vez estoy en el interior del Maserati—. Con mi sangre se ve más bonito aún.

Samara reprime un chillido de angustia, se le ve que lucha contra sí misma por no ver el bonito color crema del asiento y la puerta con manchas de sangre. No puedo culparla por ello, yo estaría igual si el cochazo fuera mío.

Este pedazo de carrocería no lo pago yo ni ahorrando dos años de salario.

—Eso lo puedo cambiar en un par de horas, pero tus golpes... —Chasquea la lengua—. Ay, cuchi, vamos a la clínica.

—Y ya de paso les echo el temita de que dejo que el mafioso que persigo me meta mano y por eso estoy medio muerta. No te jode, Sam. Pisa el acelerador.

—Tienes razón —se lamenta—. Entre las dos saldremos de esta. Aunque he de decirte que ha sido súper cruel mentirle a Ryan, deberías dejar que se quede contigo.

Pongo los ojos en blanco. Ya me sorprendía que no hubiera dicho nada cuando me oyó hablar por teléfono con él.

—Ya le dije que fue un intento de abuso sexual y así se quedará. Sin ir más allá. Sin su presencia.

—Solo pensé que sería bonito que la persona que te ama estuviera contigo, lo haría todo más ligero.

—Pero yo no lo amo. Su presencia en lugar de ayudarme, me molestaría —le contradigo, irritada.

—Cuando estés enamorada verás cuán real son mis palabras, cuchi. El dolor será físico, pero te darás cuenta que la presencia de esa persona te hará sentir menos dolor.

Miro con curiosidad su perfil. La mayoría del tiempo es tan hiperactiva e infantil que suelo olvidar que es una adulta hecha y derecha, es entonces cuando me toma por sorpresa las pocas veces que se toma un tema en serio.

Este es uno que le afecta personalmente, lo puedo notar sin que profundice en ello. La mujer se enamora más rápido que Julieta, pero eso no la exime de las tragedias del amor.

Esa es la razón por la cual le huyo al amor, no hay amor sin dolor, sin que haya destrucción, y yo no tengo tiempo para llorar por amor.

— ¿Estás enamorada? —le pregunto.

—Creo que sí... No sé.

— ¿Por qué no sabes? —Vuelvo al ataque. A ver si se entera de lo irritante que es tanta preguntadera.

—Porque hay alguien más que me ha gustado desde hace años, cuchi, pero es un imposible. Aún así... —suspira y sacude una mano cerca del rostro ante las lágrimas que aparecen en sus ojos—. Todos los días me hace falta ¿sabes? Verlo así sea de lejitos... Uff, cuchi, no sabía que lo iba a extrañar tanto hasta que nos tuvimos que separar.

La nueva historia que desconocía es hasta capaz de hacerme olvidar momentáneamente que voy golpeada hasta las cejas. No hay chisme que se escape de mis manos.

— ¿Quién es él? ¿También le gustas?

—Es empleado de uno de mis hermanos, acercarme a él de otra manera está totalmente prohibido, por lo que ni siquiera sé si le gusto. No es como que se fije mucho en mí, solo lo necesario.

— ¿A quién le importa el gilipollas de tu hermano? —resoplo contrariada—. Tú eres libre de estar con él si eso es lo que quieres. Como si te tiras a todos sus empleados.

—Dios, Madison —jadea asombrada, pero con una risita de por medio—. No lo entenderías. O tal vez sí. No sé.

—Yo creo que sí lo entiendo, Sam, y mi respuesta es que mandes a tu hermano a que se meta por el culo lo que opine. No eres una niña.

—Ay, cuchi, si tan solo fuera tan valiente como tú —gime con tristeza.

Desvío la vista hacia el techo. Está tan colada por ese hombre que hasta da risa lo que intenta hacer todos los días: follarse a cualquiera que le mueve la aguja para olvidarse de su amor prohibido. Lo que en mi opinión es huir de la realidad.

Podría darle mi ejemplo con mi amor prohibido de años atrás: pasarme por el arco del triunfo las normas, seducirlo y liarme con él.

¿Buscar en otros lo que no consigo de mi amor prohibido? No le hallo lógica. Yo voy directamente a por lo que quiero, y lo tengo.

Ha sido una buena pesadilla subir las escaleras del edificio hasta mi humilde morada. Teníamos que evitar miradas curiosas, así que no ha quedado de otra que utilizar las escaleras desde el estacionamiento hasta la sexta planta. Literalmente me he dejado caer en el sofá una vez que calculé que estaba lo suficiente cerca para no ganar otro golpe.

Permito que Samara me brinde su apoyo a la hora de limpiar cada herida y cubrir con banditas las necesarias. La escandalosa sangre provenía de mi nariz y labio inferior, he salido victoriosa al verme librada de heridas graves en el cuerpo.

—Juro que si vuelvo a pasar por un secuestro me voy a orinar de la risa —siseo en la bañera con los ojos cerrados—. Hasta comienza a volverse algo cotidiano,  joder.

Después del largo baño, analgésicos, cremas y más cremas en cada moretón, decido que me doy de baja en este día tan largo de los cojones. Agradezco el acierto de mi acompañante de pedir pizza a domicilio y no sigo alargando el día. Me marcho a mi cama con ganas de fingir tranquilidad durante varias horas.

Todas las luces están apagadas, por lo cual estoy completamente a oscuras cuando salgo del baño después de lavarme los dientes, pero el sentido de la vista no tiene nada que ver con el olfato. Y mi olfato es muy bueno.

Me bastan tres segundos para saber que no estoy sola. Cierta fragancia inunda mis fosas nasales de forma abismal. Jabón con aroma a coco. Un toque divino de Hugo Boss que aprendí a reconocer.

—Puedo olerte aunque estés a kilómetros de mí —utilizo una voz baja y concisa—. Vete, Dominic.

Su enorme figura emerge de la oscuridad cuál criatura mítica de la noche. Su postura de «soy el más guapo» me llena de rabia. ¿Cómo es posible verlo tan arrebatador incluso cuando quiero matarlo?

Rodea mi cuerpo sin siquiera rozarlo para dirigirse al interruptor de la luz y en esos cortos segundos su aroma me invade tan profundamente que lo asimilo a una droga. Es imposible que un simple olor tenga tanto poder sobre mí.

La luz regresa a la habitación, y con ella mi mala suerte de tener que ver a Dominic sin ninguna restricción. Si no fuera un espécimen con un peligroso elevado nivel de belleza nada de esto estaría pasando, porque no me cabe duda que me hechiza para cometer error tras error.

Necesito más tiempo para volverme inmune del todo a él.

— ¿Te pasa eso y no crees que es conveniente llamarme? —espeta haciendo alusión a mis golpes.

—Ahora mismo no tengo fuerza suficiente para discutir contigo, así que vete.

—Yo no pretendo discutir.

Ha de estar de coña. Él me mira, por primera vez, arrepentido. Es tan cínico que duele.

— ¡Pues yo sí! —le grito, olvidando por completo que no estamos solos—. ¡Mira cómo estoy por tu culpa!

—Bill te perdió de vista.

— ¿Que me perdió de vista? ¡Vete a la mierda, Dominic! No voy a ser el objetivo de tus enemigos, lo último que deseo es morir y menos por ti.

Suspira, manteniendo su neutra expresión. Intenta acercarse a mí, pero doy un paso atrás.

—No me toques.

— ¿Puedes dejar el drama un momento?

— ¿Drama? Pero ¡qué imbécil! —grito golpeándole el abdomen, su pecho se desinfla con un sonoro resoplido—. Estoy llena de moretones por tu culpa, he tenido que mentir y hacer cosas que nunca habría hecho. ¡No sabes cuánto desearía que tú jamás te...!

Su boca se estrella contra la mía, amortiguando mis gritos. Sus manos sostienen mi nuca y ejerce mucha fuerza mientras me besa. No quiere que soltarme pero yo sí que deseo que se aleje. Lo lleva claro si cree que así de fácil se solucionan los problemas.

De un empujón lo aparto de mí. Levanto la mano para dejársela bien marcada en la mejilla, pero esta se detiene y se cierra en un puño, por alguna razón que desconozco. La bajo, profiriendo una maldición.

Él ni se inmuta. Creo que esperaba esa bofetada, bien merecida que se la tenía.

—No estás tan cabreada como yo lo estoy conmigo mismo por haber sido tan descuidado en lo que a ti respecta.

No sé qué responder a eso. Empezado porque él no tiene ninguna responsabilidad conmigo, no es mi cuidador o mi padre, pero agradezco que esté consciente de lo que ha pasado.

—No voy a ser el objetivo de tus enemigos, Dominic —repito, más calmada.

—Madison, yo quiero...

Detiene su frase de manera abrupta al oír la puerta abrirse de golpe. Mi primera reacción es retroceder a la velocidad de la luz, como si alejarme de la prueba del delito me hiciera inocente. Sigo siendo culpable.

Mis ojos furiosos caen en Samara. Ella lo mira a él, paralizada. Casi que por instinto, dirijo la mirada hacia él solo para comprobar si la mira con otros ojos que no sea la indiferencia. El pijama de ella no deja mucho a la imaginación y su cuerpo es escultural pero él no le presta la más mínima atención. Al instante me arrepiento del camino que han tomado mis pensamientos. ¿A mí qué me importa si él la mira de más?

Las miradas que hay entre ellos en el corto momento de shock de Samara son indescriptibles. A Dominic parece importarle más bien poco que nos haya descubierto, se lo ve hastiado por la interrupción. Es mi culpa por haber olvidado que cierta cotilla estaba en la sala de estar.

Me acerco a ella dando grandes zancadas. La agarro del brazo y sin emitir ningún sonido la empujo hacia atrás para que se regrese por donde vino. Mi acción la hace reaccionar. Se suelta de un tirón y abre los ojos al máximo, clavados en los de él. Ambos de ojos grises.

— ¡No puede ser! —exclama entre pasmada y cagada del miedo. Su nervioso cuerpo se gira hacia mí y su voz tiembla al hablar—: ¡Joder, joder, joder! Esto es muy malo, Madison, muy malo.

—Hola —dice Dominic sin emoción, lo que provoca que Samara de un brinco asustada.

— ¡Ay, por Dios! —grita aterrada llevándose las manos al pecho, se pega a mí y chilla en voz bajita—: Sí es real. Es él de verdad.

—Claro que es real, está allí como un pasmarote desde que entraste —mascullo. Vuelvo a empujarla hacia afuera—. Ahora hablamos.

El hombre árabe se sitúa entre nuestros cuerpos, dándome con la enorme espalda en las narices. Estira los brazos hacia atrás para alejarme mientras su dominante voz emerge.

—Déjanos a solas, Samara.

—Sabes quién soy —se queja con un bufido—. No te tengo miedo, para que sepas, si le haces algo a Madison te la verás conmigo.

Dominic extiende el brazo hacia ella para rozarle la mejilla con suavidad, a la vez que se inclina ligeramente. Una de mis cejas se levanta automáticamente.

—Tal vez luego te demuestre a ti lo que le hago a ella. Ya me dirás si es malo o no —sugiere en un tono seductor.

Pero ¿este capullo quién se ha creído que es?

Rodeo su cuerpo, bastante molesta del numerito fanfarrón que está montando. Al menos ella parece perturbada en lugar de encantada.

—Adiós, Samara —pronuncio con énfasis cada sílaba empujándola con impaciencia.

Me mira más aturdida que nunca y me señala con el dedo índice de forma acusatoria.

— ¡Ya me hablarás sobre esto! —Tras la advertencia, se esfuma.

Doy media vuelta exaltada y me doy de bruces con la estúpida sonrisa de Dominic. Es que no me aguanto las ganas de darle un tortazo y besarlo al mismo tiempo.

— ¿Te parece gracioso irte sobre ella? —le reclamo—. Es una cría en el cuerpo de una mujer, la puedes traumar.

—Si te apetece, te hago gritar mediante prácticas eróticas poco ortodoxas, a ver si es capaz de tumbar la puerta creyendo que te estoy matando.

—No me vas a cambiar de tema —le amenazo de mala leche—. Tú tienes muchas cosas que aclararme. Un viejo de ojos azules fue quien me hizo esto, con la ayuda de otro más joven y no sé cómo, también de Howard Whittaker. Especificó el viejo que esto lo hizo para recordarte algo, no dijo qué.

Sisea algo en árabe. Ya ha dado en el clavo, sabe quién fue el responsable, y estoy segura de que no me lo va a decir. Su enojada expresión lo dice todo.

—Pidió un millón de dólares para desaparecer la fotos —añado—. Y tú lo vas a pagar. De mi bolsillo no saldrá ni un céntimo.

Blasfema sacudiendo la cabeza sin poder creerse la exagerada cantidad de dinero. Nos está robando en nuestras propias narices, y no hay manera de que pueda incluir a la DEA en este detalle económico, pues son fotografías de las que la agencia tampoco puede tener conocimiento.

Me cruzo de brazos, mientras observo los molestos gestos de Dominic y casi inaudibles palabras en árabe. Se mueve de un lado a otro en su propio eje, inmerso en sus pensamientos y de vez en cuando se da golpecitos la barbilla con el puño. No me doy cuenta de que estoy perdida en sus movimientos hasta que se detiene, mostrándome una mirada oscura y facciones tensas. En ese momento, vuelvo a la realidad.

—Ni siquiera puedo creer que me esté planteando regalarle un millón a ese cabrón... —murmura indignado, con el acento árabe más marcado que antes—. ¿En efectivo?

—No, por transferencia mental, imbécil.

—Ahórrate los comentarios impertinentes —espeta de mala leche. Se pasa la mano por el pelo soltando un suspiro—. Mañana mismo te hago llegar la plata.

Disimulo mi sorpresa. Asiento sin decir nada, repasando su cuerpo con la curiosidad picándome. Podría estar mintiéndole con la cantidad de dinero, y sin embargo, él está dispuesto a darme un millón de dólares en efectivo sin preguntar más.

Sin pretenderlo, acabo de obtener más información de él.

—Me mandó a alejarme de ti —expreso en busca de mi teléfono que acaba de sonar con un mensaje entrante.

—Lo voy a resolver —replica, caminando detrás de mí—. Y por supuesto no dejaré que vayas sola a entregárselo, tendrás protección.

¿Quién era a esta hora? —inquiere apenas lanzo el teléfono a la cama.

Lo miro con la cara más expresiva que puedo hacer, lo necesario para que quizás pueda visualizar un signo de interrogación en toda mi frente. Tal vez comprenda que esa ha sido una pregunta estúpida. Si lo capta o no, me importa poco, no va a desviar el tema principal.

—Él no será el último que venga a por mí para lastimarte. Lo que, por cierto, no entiendo, porque no soy alguien importante en tu vida —acentúo con obviedad—. Mataste a mi jefe para acceder a mí porque, según tú, te gusté desde hace tiempo, pero me parece una completa gilipollez. Tú iniciaste esto.

—Yo no te busqué, tú sola viniste a mí —me reprocha disgustado—. Te mantuve bastante alejada de mí a pesar de tu trabajo. Entonces apareciste en la subasta y te lo cargaste todo.

—Así que ahora es mi culpa —Me rio incrédula—. Es mi culpa que no hayas parado de perseguirme y jugar conmigo. Sí, me dejé seducir por ti. Así que sí, es mi culpa.

Dominic suspira hastiado y me da la espalda. ¡No lo puedo creer! Encima de que consigue desviar el tema, me reprocha una tontería y se hace el digno. Furiosa por dentro, empiezo a plantearme la idea de esposarlo ahora mismo y llevarlo a prisión.

—Estás hecho un cabrón de pies a cabeza. La culpa la tendrá tu madre, gilipollas —espeto en defensa—. Haberme dejado en paz en lugar de ponerte a escribir mi nombre en cadáveres.

Se voltea para enfrentarme, abre la boca incluso, las ganas de soltar un discurso de los suyos es demasiado obvia, y yo me cruzo de brazos retándolo a que hable. Esta vez, decide callar. Emite un resoplido que denota su cansancio y estrés por la situación.

Ha sido una bajeza acusarme de ser la causante principal de este jodido lío. Si él lo hubiese querido, jamás habría podido llegar a este nivel con él. La decisión de acercarse a mí fue la ideal, pues de eso depende mi trabajo, pero debo tener en cuenta que he de demostrarle todo lo contrario.

Sigo en mi papel de infiltrada, mi objetivo actual es hacerle pensar que me enoja que se haya aparecido en mi vida. Por una parte es cierto, me ha traído bastantes problemas, pero por otro lado ha sido mi pase directo a ser la protagonista de la misión más importante de la agencia.

Y él se ha tragado todo mi cuento.

—No quise decirlo así —rectifica con su profunda voz arrepentida—. No tienes la culpa de nada. Será mejor que hablemos cuando estés más relajada.

Le señalo la puerta del balcón con una hipócrita sonrisa plasmada en mi rostro.

—Vete. Yo contigo no voy a hablar más nunca, solo en una corte judicial.

Recibo el impacto de dos radiantes ojos grises resplandecientes de diversión que recorren toda mi cara con notable admiración. Balancea el dedo en mi dirección a medida que camina hacia el lugar que le he señalado.

—Deja de ser tan malcriada —me ordena con el rostro serio, y lo acompaña con un guiño igual de serio.

Mi respuesta inicial es la elevación de mis cejas y expresión incrédula. Aparto el pelo en mis hombros para acabar haciéndole un vulgar gesto con el dedo corazón.

—Contigo me voy a comportar como me dé mi maldita gana.

—Haz lo que te dé tu maldita gana —pronuncia con sorna las últimas palabras.

Y si no fuera porque reconozco su sonrisa de que solo está buscándome las cosquillas, habría sido capaz de lanzarlo por el balcón.

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