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12. Criminal

—Puerto Rico, mañana mismo, con un equipo especial.

Recibo la carpeta, le echo un ojo al informe de guía. Un joven e inexperto narcotraficante que se está liando con gente importante. Significa: carnada y neutralizar un futuro problema de raíz.

— ¿Duración de la misión?

—Cuatro días, como mínimo —me responde, el director—. Será operativo rápido y eficaz si cuento con su habilidad para hacer un excelente trabajo, agente.

Asiento satisfecha.

—Eso no lo dude, señor.

Estrecho su mano como despedida para luego ir a la sala de control, donde puedo expander mi conocimiento en el objetivo mediante la avanzada tecnología de la agencia.

De nuevo debo salir del país. Ryan no estará muy contento. Esta es la razón por la cual veo más sencillo terminar todo lo que tenemos. Pertenecemos a dos agencias con objetivos diferentes que nos alejan del mismo caminos. ¿Cuándo entenderé su obsesión por mantener una relación muerta?

—Samara, dile al agente Daniels que se presente en la sala de control de inmediato —le comunico a través del intercomunicador, pues la oficina del agente está en su zona de trabajo.

Por supuesto que el investigador criminal en jefe de la DEA posee la fortuna de tener una asistente personal, no es para menos, su cargo es importante. Pero, como siempre hay un pero, la tal Lucy yo no la paso ni azucarada. A esa monada es mejor tenerla a varios metros de distancia. No tolero que desacaten mi autoridad y a ella le encanta hacerlo. Suerte tiene que yo no tenga el poder de despedirla, porque de lo contrario ya habría acabado con su carrera profesional.

—No ha llegado..., aún.

— ¿Cómo que no ha llegado? —siseo sintiendo lo rapidísimo que se acrecenta el cabreo. Reviso la hora en mi reloj digital—. ¡Ugh! Ese ser me pone a cada rato de unos nervios. Ordena que me traigan una infusión o algo que me enfríe la sangre.

—Claro, cuchi. Te aviso cuando aparezca.

Corto la comunicación. Me recuesto en la incómoda silla y cierro los ojos, tomando una profunda respiración. Serenidad, eso necesito, y es imposible en una sala repleta de computadores, máquinas y un montón de personas hablando al mismo tiempo. Saco mi teléfono del bolsillo del suéter que la agencia nos obsequió la navidad pasada —así de tacaños son—, elimino mensajes sin leer que no me interesan menos el de un espécimen en particular.

Espécimen: Te paso buscando a las siete.

No soy una persona a seguir la mayoría del tiempo, frecuentemente hago ghosting a las personas sin motivo alguno, solo porque me aburrí. Soy de la peor calaña, sí, lo tengo bastante claro. Por otra parte, si lo pienso, no se lo he hecho a Dominic. Bueno, tampoco es que pueda, él es mi objetivo, pero no me ha nacido ese interés por cortar cualquier comunicación con él.

Esa ausencia de la aversión típica en mí es curiosa, si no que aterradora.

Verónica puede relacionarse. Le hice ghosting después de conocerla durante un buen tiempo. El difícil período personal que atravesaba no es excusa, pero logré redimirme.

Diablura: Hoy no puedo. Viajo por la madrugada por motivo de trabajo y no sé qué día vuelva.

Su respuesta es inmediata.

Espécimen: ¿Y a dónde te vas? Hoy nos vemos sí o sí. Ahora tenemos otra cosa más de la que hablar.

Diablura: A esa hora no puedo, Dominic. ¿Puedes a las cinco? Yo también quiero hablar contigo.

Espécimen: Te recojo a esa hora del trabajo. Mira que eres cabezota.

Resoplo. Cabezota es él, creyendo que estoy obligada a cumplir cada uno de sus antojos o exigencias.

Ahora mismo me estoy arrepintiendo de haber quedado con Jessica, lo que más deseo es visitar al masajista. O tal vez un novio que sirva para algo más que pedir que le muestre tetas y criticar cuando mi aspecto no es el correcto.

*

—Buenas tardes, Madison.

Cierro con más fuerza de la necesaria la puerta de la camioneta. Qué irónico. Estoy subiéndome a una camioneta con el  narcotraficante más buscado en la entrada de la DEA. Siempre con los objetivos en nuestras narices. Está claro que no es una mala idea, ¿quién pensaría que esto podría estar pasando?

— ¿Buenas tardes? Y una porra. Yo jamás en mi vida pisaré una cárcel. Primero muerta. El naranja del uniforme ni siquiera me va.

— ¿Qué? ¿Mataste a alguien a parte de mi difunta esposa?

—No he matado a nadie pero ganas no me faltan. Howard Whittaker tiene fotografías nuestras muy cariños. Me amenazó.

Una amenaza poco válida teniendo en cuenta que lo que hago es en pro de la agencia y la misión, que lo hago a escondidas para obtener más efectividad es lo de menos. Eso no impide que sienta cierta inquietud, contenido como ese en manos de la prensa... Sería despellejada.

—Recuérdame quién es.

—Trabajaba para mí. Lo despedí porque me ofendió. Simplemente está dolido por lo que pasó y ahora quiere metérmela sin lubricante y sin condón.

— ¡¿Cómo?!

Pongo los ojos en blanco, quitando uno que otro pelo de gato de mi ropa. No importa cuánto sacuda la ropa antes de salir, siempre tendré algún pelo de Bon encima.

—Es una expresión, Dominic.

—Se te olvidó el chiste casa. ¿Es importante ese Howard?

—Para nada. ¿Por qué?

—Porque lo voy a matar, Madison, ¿qué más?

Suspiro.

—Es un pensamiento poco lógico y racional. No sabemos si alguien más tiene copias de las fotografías. Toda evidencia, testigo o cómplice debe ser destruido primero.

—A veces se te olvida quién soy yo, Madison...

Lo pienso. Sí, tiene razón, a veces estoy tan absorta con él que olvido la naturaleza de nuestra relación, su «profesión». Eso no quita que Howard es una fuerte amenaza, consiguió fotografías que solo alguien del círculo de Dominic pudo facilitarle.

—Si está relacionado con alguien cercano a ti, el procedimiento conse...


—Debes aprender que no hay más opción —añade—. Enemigo es enemigo. Y lo primero que hay que hacer es eliminarlo. Es él o eres tú. No puedes darle tiempo para que te destruya.

Por primera vez desde que me he montado en la camioneta, hago contacto visual con él. No lo había querido mirar solo para resolver una duda interna, que resulta ser real. No es porque que sea guapo hasta límites insospechados —que también—, es algo más que me provoca una pequeña parálisis cada vez que lo veo.

Un breve cortocircuito en mi sistema en donde solo puedo pensar: madre mía. Él me mira de esa manera que no debería mirar a una mujer si no quiere enamorarla. Esa profunda, intensa mirada que grita: te voy a amar y a follar hasta el fin de nuestros días.

— ¿Así has hecho tú? —inquiero, aunque sé la respuesta—. ¿Has matado a quienes se han interpuesto en tu camino?

En una suave caricia me aparta el pelo del hombro. Sus dedos se deslizan a lo largo de mi nuca y allí se quedan, sujetándome con firmeza pero también ternura.

—Un solo disparo, una solución ideal, nena.

—Haz lo que sea necesario con Howard, Dominic.

—No sé porqué dices eso si antes no esperaba tu aprobación.

Ya empezamos. Hago lo posible por no poner mala cara.

—Yo tampoco necesito tu aprobación para viajar —apunto, dándole un toque ligero en la nariz.

Se aleja del toque en tanto frunce el ceño. No luce satisfecho.

— ¿Dónde carajo se supone que te vas?

—A Puerto Rico.

—No te voy a perder de vista —declara muy serio—. La última vez que te dejé sin supervición mataste a mi «esposa».

Lo miro casi boquiabierta, incrédula.

—Tu esposa —remarco con retitín—. No tuve otra opción, enemigo es enemigo.

—Te prohíbo que utilices mis palabras en mi contra. Que, por cierto, ¿terminaste para siempre con el soplagaitas de tu ex?

—Ya te dije que no caería en tu manipulación, no esperes una respuesta diferente ni hoy, ni mañana, ni nunca.

—Dejarlo es lo menos que podrías hacer. Lo que me costará librarte de la muerte que te mereces...

—Deberías seguir las reglas.

— ¿Quieres que te mate?

—Yo lo haría —puntualizo fríamente—. Si no puedo cumplir un deber tan básico como ese, ¿qué clase de líder de la mafia sería?

Me observa con un rastro de sorpresa y burla en la mirada.

—Sí, debería hacerlo. Sobre todo por cómo cuestionas mi autoridad.

—Hazlo —le sugiero, con una inocente sonrisa—. Eso no significa que dejaré que me mates.

Me sujeta la barbilla, alza unos centímetros mi cabeza y me atrae a su cara. Recibo su cálida respiración mezclada con el aroma a menta que desprende su aliento.

—No te vuelvas loca, muñeca.

—Tal vez ya lo estoy.

Una atractiva sonrisa le ilumina el rostro.

—Ya lo creo que sí...

No puedo controlar mi perversa sonrisita. Desvío la mirada al frente, rompiendo el intenso intercambio de miradas. Me estiro las mangas de la chaqueta y con total seguridad, respondo al hombre que no deja de mirarme:

—Estaré encantada de pagar mis pecados cuando tú me lo pidas.

Escucho el quejido que emite. Por dentro, me regocijo al verlo moverse incómodo, incluso aparta la mano en mi muslo como si el contacto quemara. De reojo, lo noto apretar los puños y carraspea dos veces seguidas. Nada podría disimular el esfuerzo que está haciendo por contenerse.

¿Debería complacerme un poquito y cederle un beso?

El tono de llamada de mi teléfono me distrae de los lujoriosos pensamientos. Tomo una corta respiración, alejando de mi mente el imparable deseo. Tengo la  intención de rechazar la llamada, pero el nombre de Jessica me obliga a contestar aunque no quiera.

—Adivina quién consiguió un poquito de María. Sí, así es. Pensé que quizás querrías para lo de hoy.

—Creo que sí necesitaré un poco para sobrellevar el tema —tercio, bastante incómoda con el par de ojos grises que sé que están fijos en mí.

—Claro. Tengo la mesa revuelta por culpa de un frustrante caso de maltrato intrafamiliar, ¿le echas un ojo más tarde en el apartamento?

—Sí, llévalo. Nos vemos luego.

— ¿Por qué necesitas marihuana para sobrellevar qué tema? —inquiere tan pronto como finalizo la llamada.

Evito su mirada juzgadora. No es que me avergüenza que sepa que es un rollo con otra mujer, para nada, pero las circunstancias...

—Me voy a acostar con Jessica para que aclare su orientación sexual.

— ¡¿Qué me estás contando?!

Su grito casi me deja sorda. Está a punto del colapso. No sabría decir si por el cabreo o la sorpresa, creo que una mezcla de ambas. Luce de todo menos feliz, pero no me dejo vencer. Ante todo, mantengo mi postura firme y digna.

Agradezco la existencia del panel que nos separa del conductor.

—Pues, tampoco es como que tú me dejes otra opción.

Se ríe sin una pizca de humor.

—Explícame qué cojones tengo yo que ver con esa locura, Madison.

—Tú sabes muy bien a qué me refiero. Me molesta mucho, no soy un juguete sexual. Tampoco voy a negarle un favor a mi mejor amiga, así que sopórtalo.

— ¿Es que no tienes dos ojos para ver que solo quiere follarte y ya? —Su voz es dramática y extrañada—. Bueno, abre las piernas.

El drástico cambio de tema me deja viendo colores, con el ceño fruncido. Se lo ve decido. Por instinto, aprieto las piernas, desconfiada. La sombra feroz que cubre su rostro no indica nada bueno.

—Mientras más rápido lo hagas, más rápido tendrás tu orgasmo —añade, impaciente y de mala leche.

¡Tendrá cara!

—Haberlo hecho antes, no ahora solo porque no te da la gana que otro lo haga.

Respira profundamente sujetándose el puente de la nariz, sus aleatorias muecas de impotencia confirman que de verdad está molesto. Si supiera lo atractivo que se ve.

—Mira, me la suda que se besen. ¿Follar? Olvídate —declara, sacudiendo la cabeza—. Te lo prohíbo. Ella te come con los ojos y tú no te das ni cuenta.

Aprieto los labios en una fina línea, empezando a dudar de la petición de Jessica. De mala gana, me cruzo de brazos y piernas, mirando por la ventanilla del coche.

¿Que me lo prohíbe? Será creído. La única con derecho sobre mi cuerpo soy yo.

— ¿Qué te tiene que importar con quién me acueste?

— ¿Quieres la respuesta seria o la obscena?

Exhalo el aire en mis pulmones lentamente, dejo caer el teléfono al suelo del coche al darme la vuelta para caer de forma delicada en el regazo de Dominic. Utilizo esa mirada de seducción a la que nadie se me puede resistir, ni siquiera él, que se ve eclipsado por mí al instante. Acojo su mandíbula con una mano, tiro de su labio inferior con la uña del pulgar y él responde atrapando el dedo entre sus dientes.

Sonrío sin separar los labios ni poder apartar mi mirada de la suya, de un gris que se intensifica con el transcurso de los segundos.

—Dame ambas respuestas.

—La obscena, sería que no estoy dispuesto a permitir que tengas una deliciosa experiencia con otra mujer sin mí de por medio —murmura en un tono bajito y sensual, sus manos jugando con el borde de mi falda.

Me erizo de pies a cabeza. De solo imaginar una escena de tal magnitud, mi cuerpo reacciona y las provocaciones suben de nivel. Chupo ligeramente el dedo que estuvo en su boca para luego esparcir la humedad en sus labios entreabiertos, de los cuales escapa un sensual gemido.

—La otra respuesta —le recuerdo, porque se ha perdido en mí.

Reacciona tras varios parpadeos. Con parsimonia, empieza a quitarme la chaqueta, sin ninguna objeción de mi parte.

—No lo harás porque lo deseas, lo harás por obligación.

—Y ¿qué te hace pensar que no lo he hecho ya con una mujer? —susurro dándole un tierno beso en el cuello, luego asciendo a la oreja—. ¿Qué te hace pensar que no he caído en los mismos deseos que tú?

—Me decepcionaría saber de lo que me perdí... ¿Te gustan las mujeres, pequeña descarada?

—No. A mí solo me gusta esto.

Dominic se tensa entero cuando le doy un apretón en ese específico lugar entre las piernas. Es un placer encontrar una dureza tras el pantalón. Sé qué hay ahí, conozco su sabor, su textura, sé que hay algo que me fascina comer, y el hambre voraz me ataca. La sensatez me detiene.

—Pero, quién sabe, quizás algún día una de tus amores y yo te demos un espectáculo...

La respiración se me atora en la garganta cuando sin previo aviso me coge de la cola de caballo, con brusco tirón que me aleja totalmente de él para enfrentar su amenazadora mirada. Jadeo, sintiendo un leve dolor en el cuero cabelludo que ignoro, más excitada que adolorida.

Su brusquedad solo alimenta mis ganas de obtener más dolor, y eso ya me preocupa.

—Nunca vuelvas a compararte con ellas. —Su amenaza suena más excitante que peligrosa. Sonrío complacida—. Olvídate del truco barato de tu amiga. Dame tu teléfono.

Sin ganas de iniciar una confrontación, y con el perfecto ambiente que debería haber siempre entre los dos por el bien de la misión, alcanzo el teléfono. Lo desbloqueo bajo su atenta mirada, me lo arrebata de las manos ocultándome la pantalla para que no vea lo que hace.

Por dentro, el gusanito de las travesuras se sacude inquieto, pues ya no recuerdo si eliminé el historial de conversación con Ryan, o mucho peor, varias fotos de mis tetas, las que tanto le gusta que le envíe.

Oops.

Estoy segura de que podría desintegrar el teléfono tan solo con mi aniquiladora mirada. Sus ágiles dedos escriben algo, está muy concentrado. Mis pensamientos están a punto de desviarse a sus dedos y lo que puede lograr con ellos, así que me pellizco en la mano para enfocarme.

Borré la conversación o respetó mi privacidad.

Bueno, lo dudo. Es más factible que la conversación no exista.

Suspira y se centra en mí, más relajado, orgullo de sí mismo, incluso.

—Tu ropa no es adecuada para esta reunión —determina con desdén, señala la falda y arruga los labios—. Esa minifalda...

—No es minifalda, me llega a las rodillas.

Recoge su abrigo. Un larguísimo abrigo negro de cuero que deja caer entre nuestros cuerpos.

—... Por eso te pondrás esto.

—Dominic, eres insoportable.

Nunca había tenido tanta paciencia y autocontrol para tragarme las palabras.

Recibo de vuelta mi teléfono y lo primero que hago es entrar a los mensajes. Repaso la escasa lista de conversaciones; no existe una conversación con Ryan, como supuse, sería lo primero que hubiese leído el muy canalla. En cambio, sí se atrevió a enviarle un mensaje a mi mejor amiga.

Madison: Estoy ocupada, Jessica, no voy a poder. Hablamos después.

—Si lo borras, empieza a rezar porque seguiré las reglas.

Lo miro perpleja. Con una tranquila seriedad, me guiña un ojo. Sin matices pícaros o coquetos. Un guiño que expresa que más me vale obedecer, es la primera vez que me doy existe más de un tipo de guiño que no sea el «normal».

Intento buscar la respuesta a su actitud en su mirada, en su rostro, en su lenguaje corporal, pero es imposible. Es un témpano de hielo cuando se lo propone. Coge su propio teléfono y pasa de mí, en eso sus señales solo me dicen es un gilipollas al que le vale un carajo la opinión de los demás, porque disfruta haciendo lo que le da la gana, sea bueno o malo.

No hay más que pueda leer en él.

Bufo haciendo girar mis ojos y parpadear seguidas veces. Más que todo por la resequedad y la molestia que siento en ellos. Debería ir al oftalmólogo, pues creo que estoy a punto de quedar en la ceguera. Me da escalofríos de solo pensarlo. Amo verme en el espejo todas las mañanas.

Aprovecho el tiempo que Dominic no está respirando en mi nuca para escribirle a mi asesora de la clínica a la que estoy afiliada. Una cita con el oftalmólogo y, de paso, otras para el chequeo mensual de los debidos cuidados de una mujer. Como siempre que utilizo un artefacto con acceso a internet, acabo en alguna tienda virtual.

«¿Por qué soy así?», me quejo por dentro.

Así, me encuentro pagando por cosas que no necesito pero que me parecieron bonitas, sin tener en cuenta que se supone que llevo meses ahorrando para un maravilloso vestido de Elie Sabaab.

Apenas lo vi, me enamoré tanto de él que no descansé hasta contactar con la marca mediante las influencias de mis padres para lograr asegurar que harían uno a mi medida exacta. Un largo vestido carente de tirantes de crepé, con un falda evasé de seda con abertura lateral y una capa de seda complementaria. El escote, los detalles, y la capa que llega al suelo pudieron conmigo.

Una joya de poco más de siete mil dólares, sin agregar el generoso pago extra por ser a mi medida.

Sí, vale, esos son los tipos de ahorros que me preocupan y que me cuestan cumplir, pues a cada rato compro cualquier cosa. No debo defenderme, pero, para eso trabajo.

—Diablura. —El susurro viene acompañado de un beso en mi mejilla—. Llegamos.

Desecho mi culpabilidad por gastar dinero cuando se supone que estoy ahorrando. Detrás de él, bajo de la camioneta y me cubro con el abrigo que hasta oculta mis pies.

— ¿A qué se debe esa cara de preocupación y abatimiento? —pregunta tomando mi mano para mantenerme a su lado en tanto entramos a un depósito de apariencia hostil, rodeados por numerosos de sus escoltas.

—Acabo de gastar trescientos dólares en tonterías mientras sigo lamentándome por no poder comprar un vestido de algunos diez mil dólares.

Me lanza una mirada juguetona.

—Pero eres rica, puedes pasar de los lamentos de clase alta.

—Yo no soy rica, soy de clase medio-alta estable. Mi papá es el rico. Y no —agrego al verlo abrir la boca—, no me gusta pedirle dinero. Mucho menos para algo como un vestido.

Su expresión delata que acerté en lo que estaba pensando decir. Me detiene a la mitad del pasillo, lo que causa que los escoltas también se detengan, alejándose varios pasos para darnos privacidad. Dominic me coge la barbilla y me da un beso que me sabe a nada.

—Debe ser difícil tu vida, nena, pero tú puedes con esos ahorros, no tires la toalla y se fuerte.

Su ridículo cachondeo haciendo menos mi «preocupación económica» me roba una amplia sonrisa divertida. Puedo admitir también que es una tontería, pero no puedo morir sin antes usar ese vestido.

Vuelve a acoger mi mano en la suya y retomamos el camino. Hasta que ingresamos a un sofisticado salón digno de un palacio, es que me doy cuenta de que Bill también está aquí.

Mi mente ha estado bloqueada.

Dominic me invita a sentarme en un sillón de terciopelo rojo, al igual que los demás muebles, pero lo rechazo al notar que me están llamando.

—Es del trabajo —le anuncio antes de contestar, él asiente sin ningún problema y me deja sola entre los muebles para marcharse a una enorme mesa donde se han reunido varios hombres.

Es uno de los jefes, Lockwood, quien me informa que el departamento de policía secreto de Colombia nos ha hecho llegar la petición para extraer a un miembro de un cártel. Aparentemente está dispuesto a  testificar, así que nos vamos a encargar de extraditarlo y negociar. Le aseguro que haré mi trabajo correspondiente.

—La espero pronto acá. La extradición será mañana mismo y usted debe estar preparada —acentúa.

—Entendido, señor. Estaré allí lo más pronto posible.

Meto el teléfono en el bolsillo del abrigo, pensando qué hacer. No entiendo porqué he sido traída a un depósito con pinta de albergar fantasmas pero que tiene un salón lujoso, ni qué pinto yo en esta obvia reunión del cártel.

Claro que estar aquí es una ventaja, puedo inspeccionar el lugar y sacar provecho de mi posición, no hay duda. Por otro lado, mi función por ser parte de la línea encargada de este tipo de temas internacionales en la oficina, requiere mi atención, como también un estudio previo de la persona que mañana vendrá a negociar.

Nunca negociamos, se los hacemos creer.

Me dirijo a la mesa donde Dominic está imponiendo órdenes sin importarme ni un poco interrumpir. Deslizo la mano en su brazo apoyado en la mesa de vidrio y cerámica, su lenguaje corporal cambia tan pronto como lo toco. La tensión de sus músculos disminuye, sus hombros caen un poco y la mirada que me brinda no es la misma con la que observaba a sus subordinados.

—Es importante, tengo que ir a la oficina.

Con un simple gesto de dedos, los nueve escoltas se esparcen por el salón. Dominic recupera su estatura al ponerse derecho frente a mí. Con él siento la necesidad de siempre usar tacones. Agradezco los diez centímetros del calzado que uso para la oficina, me otorga el gusto de tener la mirada a la altura de sus labios y no de la parte superior de su pecho.

— ¿Por qué es importante?

—Porque es mi trabajo —argumento con obviedad.

Le echa un vistazo al rolex, de lo más tranquilo.

—Cuando terminemos aquí.

Me cruzo de brazos, indignada.

— ¿Qué tengo que ver yo en esto?

Suspira. Vuelve a echarle un vistazo al reloj. Se introduce las manos en los bolsillos del pantalón, mirándome con intriga.

— ¿Quieres conocer al líder coreano de Smierci u ordeno que te regresen?

— ¿Jeon Jung-Su? —espeto al reaccionar rápido a sus palabras.

Se encoge de hombros.

—Imaginé que querría tomar notas del fantasma coreano, agente.

Abro la boca pero nada sale de ella, no me sale ni una sola palabra. ¿Me está tomando el pelo? No; confirmo cuando noto que los escoltas están preparando todo para la reunión.

Jeon Jung-Su debe su apodo a que es literalmente un fantasma. Nunca asiste a un lugar con gente en la que no confíe plenamente. Tenemos bocetos realizados según los pocos testimonios que las autoridades han conseguido sobre su físico.

Me quito el abrigo, lo dejo en un sillón y me acomodo la ropa, siendo que ya está perfecta. Falda negra ejecutiva y una sencilla camisa de botones blanca. Más oficinista que nadie.

—Madison —sisea, el energúmeno—.  Póntelo, no me hagas cabrear.

—No voy a sudar solo porque tienes complejos de machito. ¿Qué otra razón podría haber? —miento descaradamente, fingiendo desinterés.

—Provocar a ese tío —gruñe.

—Incluso con ese abrigo provoco a cualquiera, no creas que hace alguna diferencia.

Levanta la mano, la aprieta, la abre, lo repite. Se nota que me quiere estrangular, pues que se aguante, no voy a perder la oportunidad de llamar la atención del coreano.

—Jefe, están aquí —le anuncia Bill en voz baja. Repara en mi presencia y tras un guiño coqueto, rodea al jefe para agarrarme del brazo.

—Te salvaste de una buena —me cuchichea el mandamás.

Pero gané.

Un grupo de 6 escoltas se forma alrededor de los muebles en unos puntos que reconozco estratégicos a la hora de atacar si algo se sale de control. Otros se ubican en áreas alejadas de él salón, vigilando cada detalle, el resto sale y Bill, me lleva con él a un costado del sillón que ocupa Dominic, incluso rodea mi cintura.


Voy a preguntarle a Dominic qué hago aquí parada tan pegadita a su subordinado pero la puerta doble del salón vuelve a abrirse, esta vez para que dos escoltas dejen entrar a otro grupo de hombres. Estos, coreanos.

Lo primero que diviso del hombre que protegen son dos piernas largas en un impecable pantalón que se nota fue bien planchado y unos mocasines relucientes. Gira en dirección a nosotros en lo que mi mirada asciende a la camisa negra, el chaleco gris y los gemelos de plata.

Madre mía, Jeon Jung-Su, cuántos músculos se marcan con esa camisa.

Labios definidos, nariz perfecta, cabello negro un poco largo, una cara delgada y... Madre mía, que es un arete, tiene un arete en la oreja izquierda.

Los bocetos no le hacen justicia. Es una perfecta obra coreana, quizás bajito para mi gusto. Vamos, que me van más los maromos. Jung-Su debe estar en el metro ochenta de altura, el mismo que yo.

En este trabajo he conocido más hombres feos que bonitos, todo hay que decirlo, pero los pocos que bonitos han sido para no olvidar su físico.

—Hey —murmura. En lo que se sienta en el sillón frente a nosotros, sus ojos café se centran en mí—. Hola.

Mannaseo bangawo —digo por pura cortesía.

Sus ojos adquieren un brillo de satisfacción.

Nan neoleul joh-ahae.

Dominic carraspea para llamar la atención. Desde mi posición puedo notar su postura tensa.

—Pensé que ya estábamos en confianza —le dice Jung-Su señalando disimuladamente a los escoltas.

—No pretendas esperar menos de un miembro de Śmierci.

Entiendo la defensa de Dominic. Śmierci y sus líderes son de los que tiran la piedra y esconden la mano. Son los personajes más traidores que tenemos en la DEA.

—Mikhail lo advirtió... Pero estamos aquí para resolver el inconveniente, ¿no?

—Hoy cerramos ese negocio —asegura—. Odel cesó las comisiones que me pertenecen por las localidades en Chile, Panamá, Ecuador y Brasil, sigue así. No he visto tampoco la motivación de Tyler o Angelo por evitar un derramamiento de sangre innecesario. De Rodríguez es mejor ni hablar. No siento, estoy seguro de que están buscando irritarme por la desafortunada última licitación en Las Vegas. Ahora, espero que la respuesta de Corea del Sur no sea igual de desalentadora.

Por fuera parezco tranquila, por dentro me estoy preguntando de qué coño hablan. Lo único que sé es que Mikhail es el líder del sector ruso de Śmierci, y desde hace varios meses han habido rumores de que se ha asociado con Dominic luego de varios movimientos sospechosos entre ambos, pero no se tiene nada concreto. Tyler controla el sector alemán y Angelo el italiano.

A José Luis Rodríguez ni siquiera quiero pensarlo.

—Conozco muy bien los nuevos beneficios de Mikhail, entregarte los importes que se han acumulado no me será problema. Puedo pasártelo hoy mismo. Todos los miembros en Corea del Sur están de acuerdo en los importes y las licitaciones que hayan en el país, pero necesito las mismas condiciones que fueron implementadas con Rusia. Me gustaría que los detalles fueran finiquitados en Seúl.

—El acuerdo es el mismo que los rusos firmaron, la organización no hará cambios en ese contrato —le advierte—. Las comisiones tendrán un incremento por cada día de atraso y el cierre oficial podrá llevarse a cabo sin problemas en Seúl.

Jung-Su le pregunta sobre el porcentaje que será añadido a las comisiones sin pagar y aprovecho el corto momento sin interés para pegarme más a Bill.

—Explícame porqué estoy como tu novia.

—Cualquiera que haga negocios con él, no puede tener una mujer a su lado, es muy desconfiado con ellas.

Yo que no he apartado la mirada del coreano, analizo una vez más su forma de hablar, sus manos inmóviles y su postura. Es un hombre muy cerrado, rígido y desconfiado, entonces.

¿Quizás un mal pasado con una mujer?

Advierto la cicatriz que se asoma por el cuello de la camisa. Se nota que no fue cerrada de la manera correcta y cicatrizó con ese mal aspecto que puedo divisar, aunque solo sea una pequeña parte. Una herida de arma blanca. Mueve cada cinco segundos el pie derecho, y lo hace en dirección a la salida.

Jung-Su se quiere ir.

— ¿Mario sabe de esto, Jung-Su? —inquiere—. No me interesa lidiar con más problemas de Śmierci.

El coreano hace un breve gesto afirmativo con la cabeza.

—Nadie quiere perder el cupo a la preventa —aclara, para luego mirarme de reojo—. Tenemos algo pendiente que hablar en privado, Dominic. Quizás acabe felicitándote, ya sabes porqué.

No pierdo detalle en la mirada cómplice que comparten, aunque Dominic no parece contento con tener que hablar con él en privado, quién sabe de qué.

Bill entrelaza sus dedos con los míos para mantenerme a su lado mientras coordina la entrada a un pequeño despacho. Cada vez que puedo, volteo la cabeza hacia el par de futuros socios. Se han parado e intercambian susurro que me muero por oír. Advierto que un par de veces sus miradas se fijan en mí.

La palabra preventa, las miraditas y la conversación en privado no me dan buena espina.

Se desprenden de cualquier arma que lleven, para luego encerrarse en el despacho. Suspiro un poco ansiosa. Si Dominic me mintió en Cleveland, lo voy a matar.

—Bill, ¿de qué preventa hablaban? —digo con falsa amabilidad.

Encoge los hombros.

—No sé.

—No te jode, Bill. Por supuesto que lo sabes —mascullo mirándolo mal.

Exhala suavemente. Se lleva una mano al bolsillo interior de la chaqueta del traje, de él extrae un paquetito de goma de mascar.

—M pagan por decir «no sé» —suelta todo chulito y mete entre mis labios la tira que sacó del paquetito—. Todavía no sale a la venta. ¿Se le siente bien el saborcito a fresa?

Mastico la goma de mascar y a regañadientes asiento. El puñetero sabe bastante bien.

— ¿Ahora eres fabricante de goma de mascar? ¿Te aburrió decir «no sé»? —pronuncio con burla.

Sonríe de lado.

—Control de calidad, muñeca. Ese es mi oficio favorito.

—Ah, ¿sí? ¿Y de qué empresa? ¿Saben que te gusta que te paguen por decir «no sé» y lamerle el culo al jefe?

Su sonrisa se hace más amplia.

—Es una empresa pequeña, normalita.

—Ya veo. ¿Sabías que masticar mucho de esto no es bueno para la musculatura masticatoria ni para la articulación temporomandibula? Y es un desgaste en el esmalte dental. ¿Conoces el sorbitol? Es uno de sus ingredientes. Tiene efectos laxantes, no se absorbe bien en el intestino, espero que no seas de los que se traga esto.

—Madison, ¿a quién le importa la tiempo mandíbula y el subirol? —Se ríe con el ceño fruncido—. Qué conversaciones las tuyas.

—Pues, deberías saber esos datos.

— ¿De qué hablas con el jefe? —pregunta divertido—. ¿De la composición de la cocaína?

—Sí, es un alcaloide tropano, cuya fórmula química es benzoilecgonina metil éster levógira y contiene cina...

—Dios mío, Madison —gime frotándose la cara, y esta vez sonrío yo—. Ya, por favor.

-—Ya ves, no me provoques, pelirrojo.

*

— ¡Buenas noches!

—Buenas noches, señorita Donovan —me saluda con una sonrisa el conserje cincuentón—. La señorita Jessica llegó hace poco, está esperándola en el recibidor de su piso.

Frunzo el ceño. ¿Qué hace aquí a esta hora? Ya casi son las nueve. Me he tardado un montón en el supermercado luego de salir de la oficina, soy un torbellino a la hora de hacer cualquier tipo de compras.

—Gracias, George. —Saco dos barras de chocolate Mirlay y las pongo sobre el mostrador—. Disfrútalo.

Se me encoge el corazón al ver la brillante sonrisa que me regala.

—Muchas gracias, señorita Donovan.

Le sonrío y tras desearle una buena noche, subo al ascensor. ¿Será que mi amiga ha venido a reclamar que la he plantado? Me siento un poco mal por eso, pero Dominic sí que tenía un poco de razón.

Hay muchas mujeres que morirían por estar con ella, ¿por qué me quiere a mí? Es una locura. Además, lo más posible es que se enamore de mí, y eso sí que no.

En la octava planta del edificio solo hay dos apartamentos, entre ellos el mío. Y en lugar de haber un pasillo, hay un enorme recibidor divido por un cristal que separa la puerta de mi apartamento y el de la vecina. En el sofá al lado de mi puerta, está Jessica ensimismada en el móvil.

El sonido de las bolsas y mis pasadas la alerta, la sonrisa que me da me hace sospechar que no ha leído mi mensaje. Eso o tomó bien mi negativa.

—Zorra, ¿dónde estabas?

—Tenía la despensa vacía.

No dice nada, cosa que me extraña. Entramos al apartamento y sigue callada mientras yo saco los productos de las bolsas.

— ¿Las compras era lo que te tenía ocupada?

Me tenso. Guardo la caja de cereales y cierro la despensa.

—Algo así. He de viajar temprano, tengo una misión.

—Ah, vale.

La miro de reojo, está mordiéndose el labio inferior, jugando con sus propios dedos. Imito su posición inclinada sobre la isleta y sonrío, pícara.

— ¿Qué? ¿Tantas ganas me tienes?

Se encoge de hombros, como quien no quiere la cosa, y me mira con diversión. Nos echamos a reír como bobas, después que se nos pasa la risa, le cuento que he estado con Dominic. Me alegra que no esté cabreada por plantarla.

—Está buenísimo, yo me lo habría tirado hace uff.

—Sabes que yo...

— ¡Joder! —grita, y volteo a verla, intrigada. Me planta el móvil en las narices—. ¡Te has tomado fotos con él, zorra!

Como boba, sonrío viendo el selfie que nos hicimos en Colombia, en la hamaca. Ambos sonreímos y se nos ve muy juntitos allí tumbados. Es hermosísima la foto, al igual que yo.

—Sí, y no toques mi móvil. —Se lo arrebato, lo guardo en el bolsillo del pantalón y regreso a remover la pasta en la olla.

—Amiguita, vas en picada con Dominic Callaghan. Ve de puntillas, porque todo esto que eres, él lo puede destruir así de rápido. —Chasquea los dedos—. Terminarás con el corazon roto, enamorada de alguien que te quiso solo por un rato.

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