11. Diamantes (+18)
El «viaje de trabajo» de Ryan se ha alargado un poco más, ya lleva una semana al otro lado del país y me da muy igual. Antes solía comunicarme con el FBI para saber si sí estaba trabajando, pero mi interés en él cayó en picada cuando me empezó a «amar».
Los hombres me gustan hasta que se enamoran.
Mauro me ha dejado varios mensajes durante el día, lo que confirma mis sospechas de que anoche me dejé llevar. Maldigo mil veces el resultado de los tragos en mis acciones, tanto que rechazo la sorpresiva llamada que recibo de Ryan en el desayuno.
Dejé que un hombre metiera la cabeza entre mis piernas y ni siquiera puedo recordarlo. Lo único que puedo agradecer es que haya estado en manos de alguien que conozco, o a saber qué sería de mí.
Vaya noche alocadita.
A la tercera llamada, me desplomo en el suelo de la terraza tras una rutina de glúteos. Alcanzo el teléfono y decido acabar con la angustia de mi pareja. El rostro fresco y relajado de Ryan ocupa la pantalla, en tanto yo estoy hecha unos zorros.
Bueno, no puedo evitar ser modesta. Aún en este estado deporable sigo digna de la portada de una revista.
—Ryan, ¿tú crees que verte la cara es más importante que mi rutina de ejercicios?
—Una paleta de sombras te importa más que yo, princesa —pronuncia con ironía. Lo medito. Tiene razón—. Te ves ojerosa, no puedes andar así.
— ¿Mi apariencia depende de tu gusto? No, ¿cierto? Entonces no opines —le espeto de mala leche—. Mira, Ryan, tendré que volver a controlar mi Chi, así que dime qué quieres.
Recostado en el cabecero de la cama, pasa un brazo detrás de la cabeza y me sonríe de una forma puramente sexual. Pongo los ojos en blanco. Por Dios, no tengo tiempo para jueguecitos.
—Sabes qué quiero.
—Algo que no tendrás.
Su sonrisa no se borra, pero su mirada sí que se oscurece.
— ¿Por qué no entras y te quitas el top? Que, por cierto, no deberías estar con ese top en la terraza, pueden verte.
—Yo uso lo que quiera donde me de la gana —declaro firme—. Al menos podías preguntarme cómo estoy antes de pedirme que te muestre las tetas.
—Hoy amanecí extrañándote más que nunca —repone—. ¿Dónde está mi princesa?
Ruedo los ojos con notable fastidio.
—No soy una princesa, tampoco tuya. Sabes que no me gusta que me trates como a una niña.
La risa que suelta es igual de entristecida que su mirada. Aprieta los labios y asiente lentamente. Inexpresiva, observo su desilusión a través de la pantalla.
—Qué bien te deben estar tratando... Otro que usar y desechar mientras yo veo de lejos.
No muevo ni un músculo. No parpadeo. Simplemente mantengo mi posición seria e indiferente. No me afecta lo que crea y mucho menos fingiré algún sentimiento que no poseo.
— ¿Por qué insistes tanto?
Se revuelve aún más sus largos cabellos, estresado, y me dirige una profunda mirada agotada.
—Porque te amo, porque me haces un completo necio.
Cierro los ojos en un profundo suspiro.
—Avísame si después de que él te de placer, se quedará contigo y te ofrecerá el mismo amor que yo. Mientras tanto, seguiré siendo el malo de la historia. —La sonrisa no le llega a los ojos, hace un gesto de despedida con la mano y lo siguiente es un doloroso susurro que oigo por encima de todo el ruido de la ciudad—. Solo dime si cuando están juntos te trata como mereces.
Inevitablemente, la imagen de Dominic viene a mi cabeza, lo que hace el momento aún más tenso.
No, él no me trata como merezco, pero es algo tampoco me importa, porque lo único que nos une es mi misión en la DEA.
—Nunca estaría con alguien que no me merezca.
—Acompañaré a Anastasia al eco mensual, hoy veré a mi sobrino. Te veo cuando regrese a Arlington, princesa. Que te vaya bien.
Reprimo otro suspiro. Corta la llamada y me permito poner los ojos en blanco. Sacudo la cabeza, enviando lejos las malas vibras. Debo continuar mi día.
Jessica se aparece en el apartamento al caer la tarde con una botella de vino, más callada de lo habitual. Terminamos en el sofá tomando vino y viendo páginas de ventas en internet.
—Me gusta ese, yo lo compraría —opino, señalado el monedero de Carolina Herrera.
—Ya... —murmura, y lo agrega al carrito.
—Mauro ha estado muy insistente, quiere verme —le comento—. Qué idiota fui. No vuelvo a beber más nunca.
—Ignóralo igual que siempre.
La miro de reojo, desde que llegó ha actuado extraño.
— ¿Estás bien? Te noto un poco incómoda.
—Se me está subiendo el alcohol. —Emite una floja risa ríe. Cierra el portátil y se gira hacia mí—. He estado queriendo contarte algo pero no estoy muy segura.
— ¿De qué hablas? A mí no tienes que ocultarme nada, somos como hermanas.
Ella suspira y juega la esquina de un cojín. Extrañada por su desconfianza, tomo un sorbo de vino esperando a que se anime.
—Me gusta una mujer.
Casi escupo el líquido en su cara. Jessica me mira mal mientras yo me río, limpiando el vino que escurre por mi barbilla. ¿Mi mejor amiga es lesbiana?
—Perdón, pero, joder. Eres la mujer más heterosexual que existe en el universo, ¡te encanta el pene!
—Ya no —admite, seria. Me trago las ganas de reírme—. Esta mujer que me gusta mucho, tiene novio y otro que la tiene loca; estoy segura de que nunca tendría algo conmigo. Tiene a más de un hombre en la lista, no le van las mujeres.
—Ya. ¿Qué te puedo decir? Búscate otra. Lesbianas y bisexuales hay muchas.
—Es que no sé si solo sea un capricho y ya —insiste, recogiendo las piernas sobre el sofá.
—Entonces experimenta con alguien y ya verás si eso es lo tuyo o no.
—No tengo con quién...
Frunzo el ceño, al ver cómo se me queda mirando. Incrédula, dejo la copa en la mesa. ¿Le gusto?
— ¿Me estás sugiriendo que echemos un polvo?
—Ya nos hemos besado —explica, dejando en claro su intención.
—Pero Jessica, solo han sido tonterías. —Me río otra vez. No lo puedo evitar—. Son besos para reforzar la amistad. Tener sexo es algo mucho más serio.
—Ya vale, Madison. No seas monja. Sería una sola vez y ya, para experimentar. Eres mi única opción, la única en quien confío para hacer algo así.
Joder.
Me río. No puedo creer que mi mejor amiga esté pidiéndome que follemos para que ella explore su sexualidad y se decida si le gustan o no las tías.
Yo estoy clara de mi sexualidad. Me encantan los hombres, eso no lo cambiaría un polvo con una mujer. Como también estoy clara de que me gustaría hacerlo, pero sin que afecte mi relación principal.
Así pues, mientras la persona esté lo bastante segura de cuáles son gustos, nada cambiará después. Solo una experiencia más a la lista.
—Vale, pero no hoy, eh, para el carro —le digo con gracia—. Necesito mentalizarme sobre lo que vamos a hacer. Tampoco te vayas a enamorar luego de mí, Jessica, porque me va a doler rechazarte y perder nuestra amistad.
Ella sonríe, emocionada y me tiende la mano para que la estrechemos. Como si estuviéramos cerrando un trato. Espero que esto le sirva a mi amiga o estaré dejando que use mi cuerpo para nada.
—Esto pasa por estarnos besando cuando estamos pedo —farfullo.
La noche del domingo, estoy consiguiendo quedarme dormida después de un maratón en Netflix, cuando un brazo se desliza por mi cintura y unos gruesos labios recorren mi cuello, posando en él ligeros besos.
En el primer segundo, estiro el brazo hacia atrás y el brazo en mi cintura termina sobre la cabeza del hombre, quedo sentada sobre él haciendo presión con mi brazo en su garganta.
Observo su rostro entre las penumbras de la noche, solo entra un poco de luz por las cortinas pero puedo apreciarlo a la perfección. Está tan atractivo y engreído como la última vez.
Dominic me lanza una mirada asesina, su voz sale ahogada cuando me exige que lo suelte. Aunque estoy tentada a dejar que se asfixie, lo suelto por completo. Se sienta en la cama, así puedo apreciarlo mucho mejor.
Maldigo mil veces lo guapo que es. Eso me enfurece más que su intrusión.
—No sé quién te crees que eres pero más te vale irte ya de mi apartamento.
Sonríe como el canalla que es, sus ojos vagando por el escote. Es tan descarado que no se molesta en disimular ni un poco el hambre en su mirada, incluso se humedece los labios y añade molestia en mí al verme tentada de que sea mi lengua la que los acaricia.
— ¿Me extrañaste? ¿Sufriste mi muerte?
—Sería incapaz. Como si tuviera tiempo libre de extrañar a un gilipollas.
—Lo tomaré como un sí.
Sin previo aviso me agarra de ambos brazos y me arrastra con él hasta que queda acostado en la cama, y yo sobre él.
—No eres sincera contigo misma, malakti.
A centímetros de mi boca, mi mirada se clava sin querer en sus provocativos labios y cuando estamos a punto de sumergirnos en un beso que sé que no tendrá fin, reacciono alejándome. Furiosa más conmigo misma que con él, me bajo de la cama para estar lo más alejada de su peligroso cuerpo que parece funcionar como un imán, mientras yo estoy hecha de metal.
—No me vas a seducir, olvídalo.
—Eres tú, con ese cuerpo y esa carita, la que me seduce.
—Sé que soy irresistible, pero no es mi problema que te afecte tanto. Ahora, vete de mi apartamento.
Dominic se levanta de la cama en todo su esplendor, desprendiendo llamas de fuego, y se acerca a mí con una expresión lo bastante amenazadora.
Doy un paso atrás por cada que él avanza hasta que me tiene aprisionada contra la pared. Trato de empujarlo con ambas manos pero las agarra y pone sobre mi cabeza en la pared. Al instante me pongo nerviosa y mi respiración se acelera al compás de mi corazón que late desbocado.
—No me toques los cojones, nena.
Inhala profundamente en mi cuello, acariciando mi piel sensible con la nariz, pasa su mano libre por mi clavícula y al momento que voy a hablar, gime tan sensualmente que me transformo en una cascada andante.
— ¿Te gustó el collar, diablura?
—He visto mejores —miento descaradamente—. Llévatelo, no me interesa.
—No me importa. Lo mandé a hacer para ti, es tuyo.
—Estás equivocado si crees que seré otra de tus putas a cambio de un par de joyitas caras.
Suelta mis manos y se aleja varios pasos de mí. La seguridad me vuelve al no tenerlo tan cerca.
—Que sea la última vez que insinúas algo así, Madison. —espeta entre dientes—. Me la suda si lo quieres o no. Te lo quedarás.
—No lo quiero.
—Ah, ¿no?
—No.
Lo digo con tal chulería que su mirada se vuelve oscura y sin apartar los ojos de los míos, se empieza a aflojar la corbata gris. Se cabreó de verdad. Antes de poder escapar de su inminente furia, me agarra del antebrazo.
— ¿Dónde está el puto collar? —pregunta, brusco.
Al principio titubeo, con ganas de soltarme y gritarle mil improperios pero él ejerce más fuerza, no la suficiente para hacerme daño pero sí para demostrar su cabreo.
—Tercera gaveta de la peinadora.
Un minuto después, consigue colocarme el collar. Bajo la mirada y miro con resentimiento lo hermoso que se ve ahí. Definitivamente está hecho para mí. Es como si mi esencia estuviera marcada en los diamantes.
No puedo dejarme seducir por la joya.
Sacudo la cabeza, alejando mis oscuros pensamientos que no llevarían a nada bueno. Miro furibunda el rostro complacido del espécimen a una palma de mí.
—Todo tiene que ser tan jodidamente dramático contigo. Sabrás lo que viene.
—Ya tengo puesto el collar, lo siguiente es que te vayas y me dejes en paz.
No contesta. Se limita a girar mi cuerpo y soy empujada al diván expulsando un jadeo de estupefacción. Su mirada feroz y ardiente me recorre entera de excitación.
Claro que sé a qué se refería antes.
Intento zafarme de la corbata. El muy pillo la ha anudado perfectamente bien. Mi corazón se acelera al darme cuenta de que se ha quitado la chaqueta y se arremangó la camisa a los codos.
Me muevo inquieta. Dominic se postra de rodillas ante mí y rodea mis tobillos, acariciando lentamente mi piel. Clavo la mirada en el pecho en buscas de las palabras que detengan esta locura que va acumulando un ardiente calor en mi punto íntimo.
—Extrañé estos labios como nunca había extrañado nada en mi vida.
Sella mi boca con la suya devorándome los labios y la lengua con auténtica pasión y un excitante frenesí que me descoloca por completo. Un ronco gemido de mi parte muere en su boca.
Mis manos suben por su camisa blanca, deseando poder tocarlo sin ningún impedimento, poder dejar las marcas de mis uñas en su piel. Siento los fuertes músculos de su pecho en mis palmas, es evidente la definición de su torso a través de la tela, lo que me deja con ansias de obtener más de él.
Nada se va a interponer en su deseo, ni siquiera yo.
Baja despacio una mano por el costado de mi cuerpo, hasta chocar con el borde de mi pantalón de pijama y deslizarlo por mis piernas. Permanezco con los ojos cerrados, porque de abrirlos siento que la realidad me pegará de frente y no voy a poder seguir. De alguna manera, si no lo veo, me siento menos culpable.
Es ridículo, pero está funcionando.
Levanta mi blusa y sus expertas manos cubren mi senos que encajan perfectamente en ellas, como si fuera a la medida. Sus labios rodean uno de ellos y su cálida lengua me tortura de placer, mientras su mano libre estimula el otro seno con esa maestría que a mí me gusta, haciéndome suspirar.
No tarda en regresar a mi boca, se aprieta contra mí atacando mi labios con posesión. El tacto de sus dedos recorriendo el camino del interior de mi muslo hacia la fuente de calor de mi cuerpo resulta ardiente.
Esto es tan malo que es mucho más tentador.
—No lo hagas —suspiro, entre beso y beso. Consigo como respuesta una mordida en mi labio inferior que me hace gemir. Bien, eso no sirvió de nada.
—Diablita —susurra con esa voz barítono que me estremece entera—. Lo quieres más que yo.
Mi corazón se detiene al sentir su gran mano paseándose por mi pubis. Jadeo cuando me separa las piernas y posiciona sus dedos en mí, apartando el tejido de las bragas. Me encuentra tal como la primera vez, húmeda y caliente. Dos dedos exploran el resbaladizo terreno con una perversa lentitud. Un gemido escapa de mis labios gracias a la deliciosa rotación de su pulgar en mi clítoris, mezcla de presión intensa y suave.
La intrusión de un dedo en mi interior me hace arquear y empujar de manera inconsciente para profundizar su exploración. Voy a perder la cabeza por el desenfrenado deseo de correrme, pero esto es un castigo, y dudo que él me conceda ese deseo.
No sé si pueda superar un calentón como este.
—Eres la droga más poderosa que he probado en toda mi maldita vida. Y créeme que han sido muchas.
Me resisto al impulso de abrir los ojos para averiguar si habla de mujeres o drogas. Estoy a punto de un orgasmo, muy cerquita. Dominic debe advertir las señales, porque se detiene y yo creo morir.
—Hijo de puta —siseo casi sin voz.
Entonces él posa su boca en mi cuello. Va besando cada trozo de piel desnuda a su alcance mientras desciende por mi cuerpo. Trago saliva. Madre mía, si hace lo que creo que hará... Me termina de quitar las bragas mientras yo tiemblo de placer, nervios, miedo. Ni siquiera sé porqué.
Dominic posa las manos en mis rodillas y abre más mis piernas. Antes de darme cuenta, tres de sus dedos me llenan y su lengua está en mi clítoris.
— ¡Dios mío! —jadeo extasiada.
Madre mía, pero si esto es el puto paraíso.
Hace de las suyas con sus hábiles dedos, introduciéndose y saliendo en constantes y profundas embestidas. Aprieto mis manos entrelazadas luchando contra la necesidad de llevarlas al pelo de Dominic para tirar de él.
Nunca jamás en mis largos años de actividad sexual había recibido un oral digno de un jodido agradecimiento de rodillas. Y tuve bastantes exquisitos, pero nunca tan capaces de cortarme la respiración hasta el punto de no poder inhalar.
Mis piernas se estremecen debido a la corriente que me ataca de pies a cabeza. Mi cuerpo se arquea, el remolino en mi interior crece a pasos agigantados. Voy a conseguirlo, voy a llegar...
Me cago en diez.
Se aparta y lo tengo nuevamente sobre mí. Sus labios húmedos y mirada cristalizada me causa un morbo espectacular. Aun así, lo miro mal, muy mal. Mi sangre ha de estar ardiendo de lo enojada que estoy.
He sido empujada de la cima de la felicidad.
—Los sonidos que haces y cómo reacciona tu cuerpo antes de correrse ya me los aprendí de memoria —susurra absorto en mi boca.
— ¿Es en serio? ¿Otra vez?
Él sonríe burlón, se levanta con toda esa gracia elegante que lo caracteriza y después, prueba los restos de mi éxtasis en sus dedos. Yo, con el culo unido al diván, estupefacta, cabreada, medio desnuda y muy excitada.
—Dominic, esto está muy jodido.
—Lo siento, diablura. Será otro día. —Sube mis bragas a su respectivo lugar—. Sabes a puta gloria.
Dominic me guiña un ojo y se marcha. Yo no me lo puedo creer. Se marcha y ya. Tirada como una idiota en el diván, boquiabierta lo observo desaparecer por balcón.
— ¿Qué diablos...? —mi susurro muere al verlo volver entrar a mi habitación, tan fresco como si no hubiese estado hace solo un minuto comiéndome con ansias.
—Mentira, nena.
Le dirijo una despectiva mirada.
— ¿Vas a terminar lo que empezaste?
—No. Yo vine dispuesto a hablar, no a satisfacerte. Fuiste tú quien me obligó a castigarte por ese genio tan altanero que tienes.
Mira por donde, ¡lo chulito que es!
—Qué lástima, no me sirves, no me interesa tu presencia. Lárgate.
Me pongo de pie y camino en plan muy digna al baño. Dominic me atrapa a mitad de camino y yo me dejo manipular cual marioneta, sujeta mis manos y desata el complicado nudo de la corbata.
Sus ojos comprensivos buscan los míos.
—Eres hermosa.
—Ok.
—De eso nada, dame un beso.
Lo miro incrédula. Estará de coña, ¿no?
Me cruzo de brazos, y así, solo en una holgada blusa y bragas, lo enfrento con la misma seguridad que si estuviera vestida. Nunca me ha importado mostrar el cuerpo que tanto amo.
—Supongo que se trata de Siena —tomo el tema que nos alejará del mal momento reciente. Él asiente dubitativo—. ¿La mataste?
Dominic se mosquea de inmediato.
—Claro que no. Siena no hizo nada en mi contra como para que yo la mandara a matar. Yo también quiero saber quién fue.
—Tu ADN estaba en ella. Eso deja mucho que desear.
Su ceño fruncido se profundiza. Realmente parece disgustado y perdido.
—Es imposible. Yo no la he visto desde la subasta. Luego de ese día no más supe de ella, hasta ahora.
Lo miro fijamente. Él no aparta la mirada. Lo veo, dice la verdad.
—Detrás del hotel donde ocurrieron los hechos hay un edificio de oficinas, una de ellas tiene cámara de seguridad y recuperamos las grabaciones de dicha cámara que da una clara imagen de la habitación que ocupaba Siena el día del deceso. En la cinta se ve a Ericsson Jones entrar a la habitación por el balcón junto a otros dos tipos más que aún no reconocemos.
Dominic aprieta los puños. Mis palabras lo han cabreado. Sabe algo que me está ocultando.
— ¿Conoces a Ericsson Jones?
—No.
Bien, he vuelto a mi anterior estado máximo de cabreo.
—Ella estaba embarazada, el ADN del feto coincidió con el tuyo. Si quieres que esto avance, tienes que colaborar.
Me guardo el pequeño detalle de que el porcentaje de probabilidad no alcanzó el noventa y nueve por ciento, pero sí el setenta.
—Joder, le pregunté varias veces si estaba enferma y decía que era un virus —farfulla. Vuelve a mirarme con determinación—. Estás equivocada. Ella no podía estar esperando un crío mío.
—Tuvo una muerte dolorosa donde la violencia recayó en su vientre. Los culpables sabían que estaba embarazada y tú los conoces, porque tu lenguaje corporal no me engaña. Esto fue un vil acto de venganza.
—Madison, no me la follé sin condón, fue una sola vez —sostiene crispado—. Sin preservativo no hago nada.
— ¿También me equivoco en decir que tenías una esposa? —La acusación se me escapa.
Dominic gira la cabeza como la niña del exorcista. Creo que he hablado sin antes pensar. No sé de dónde ha salido eso pero qué cabreado lo ha puesto el reclamo.
— ¿¡Fuiste tú?! —vocifera entre la incredulidad y la rabia—. Pero ¡¿estás loca?!
Mantengo mi postura autoritaria y digna. No volteará la tortilla para ponerme como la única culpable de esta complicada historia. Yo fui engañada.
—No me cambies de tema.
— ¿Cómo que no cambie de tema cuando me entero de que mataste a Jackie?
—Si tantas ganas tienes de hablar de esa tía que ya está tiesa, entonces explícame qué ha sido todo ese teatro que has montado desde el primer día para verme la cara de imbécil. Qué dicha que esa palabrería barata no funciona conmigo.
Dominic resopla asombrado de mi alterada reacción. Si voy a hacer esto, lo haré bien. No hay mejor momento para incluir los celos, de manera que sepa que estoy interesada en él más allá de lo debido y continúe el camino que voy pavimentando.
—Claramente mi relación con ella no era propiamente de marido y mujer.
—Claramente —concuerdo ofuscada.
—Jackie fue un negocio que no debía terminar así —me reclama subrayando cada palabra—. ¿Estás consciente de que debería matarte ya mismo?
—Tu digna esposa me acechó, jodió mi auto queriendo meterme una bala en la cabeza, me insultó y yo hice lo que tenía que hacer.
—No digas estupideces, tampoco utilices ese tono con «esposa» —me advierte—. Tantas salidas que tenías y la que te pareció más conveniente fue matarla. Madison, ¿qué coño te pasa?
Mis cejas casi tocan el nacimiento de mi pelo. ¿Que qué me pasa? Pero, ¿es que acaso está de coña? Esa mujer quería matarme, él es un asesino, pero aparentemente ¿soy yo la del problema?
—Pero ¿con qué derecho me haces ese reclamo? Solo admito argumentos válidos y ese argumento nunca será válido viniendo ti.
Me señala de forma intimidante con la mandíbula apretada y la oscuridad adueñada de sus ojos.
—Tú no eres una asesina —enfatiza entre dientes.
Por un segundo mi ceño se frunce. ¿Por eso está tan enojado? La pregunta me da vueltas en la cabeza mientras calculo la respuesta adecuada. Creo que no esperaba que su molestia sea debido a mí y no a su difunta esposa.
Matar a un civil no es lo mismo que matar a un criminal en mitad de un operativo. Si matar a Jackie me ha convertido en una asesina, entonces soy una asesina.
—Tú no sabes ni decides qué soy yo. Sigo durmiendo todas las noches perfectamente en paz, pretendo seguir tal cual.
—Pues entérate que a mí no me hace gracia esa respuesta chulita que me has dado.
—Pues entérate que no me importa —rebato desafiante—. No voy a desperdiciar mi tiempo dándote explicaciones sobre tu esposita y dudo mucho que tengas algún poder judicial para culparme por su muerte, porque sí, la justicia no tiene cabida en ti.
—Dijo la intachable abogada y agente federal.
—No te quieras sumir en una discusión de índole jurídico conmigo porque vas a perder.
Se frota la frente en un gesto irritado y masculla una maldición, cada parte de él tensa y su mirada gélida.
— ¿Sabes? Deberías repasar el puto código penal, estás perdiendo facultades.
Me controlo para no irle directo a la yugular.
—Te las puedo recitar una por una, se nota que no conoces ninguna. Sobre todo el título dieciocho punto dos, capítulo cuatro, artículo uno de homicio en el Código de Virginia: asesinato de una mujer embarazada.
—Me conozco la segunda enmienda. Y eso es una falsa acusación, repasa tu código.
—Artículo diez del capítulo seis, pero a ti no aplica.
—Ya creo yo que sí. Tú sí mataste a Jackie.
Estrecho los ojos quemándolo con mi enojada mirada. Dominic desliza las manos en los bolsillos del pantalón en su porte indomable e impenetrable.
—Apréndete la quinta enmienda si quieres volver a sacarme el tema de Jackie.
—Madison, no voy a discutir contigo usando la puta constitución de respaldo. Así que aquí está la solución: finjo que no lo hiciste, pero tú te alejas de una vez del soplagaitas de tu ex.
— ¿Qué? —Suelto una risa incrédula. Madre mía, que cara larga tiene este hombre—. Mis ovarios. No haré nada para complacerte. Mátame si puedes.
Dominic se interpone en mi camino hacia el cuarto de baño. Nuestros pechos chocan y el impacto contra su enorme cuerpo me envía dos pasos atrás, tras recibir una profunda dosis de su exquisito olor que me marea brevemente.
—Si no me dirás nada sobre Jones, no me interesas.
El rápido movimiento de su brazo al estirarse, tomar un puñado de mi pelo suelto y manipular mi cabeza para verlo a la cara, me roba el aliento. Ningún hombre me había agarrado de esta violenta manera y me preocupa que me envíe cosquillas al vientre.
—No me la tiré sin condón —repite haciendo énfasis en cada palabra—. Con Jackie nunca tuve sexo. Ella fue una transacción que si acaso vi más de cinco veces en mi vida. Se tomó en serio el papel de esposa.
—Tus explicaciones sobran, nada hará que me incline ante tu dictadura personal. Suéltame.
Como se niega a liberar mi pelo, le sujeto la muñeca e intento aplicar una táctica de defensa básica que evade fácilmente. Lo está disfrutando. Le encanta verme de esta tesitura, doblegada por él.
—Que lo mate, ¿eso es lo que quieres? ¿Prefieres que lo mate a que te alejes de él? —inquiere en voz baja y amenazadora.
—No voy a caer en tu manipulación —reafirmo envalentonada.
Las comisuras de sus labios se ensanchan.
— ¿Te da miedo decirle que eres mi mujer?
Frunzo el ceño. Hay que ver cómo lo tiene de subidito. Por el bien de ambos, me guardo mi opinión al respecto y adquiero una prefabricada sonrisa.
—Miedo me da que acabe en la cárcel por estar con un mafioso como tú.
—Ellos deberían saber que yo lo hago mejor.
Pongo los ojos en blanco.
No puedo decirle que no.
***
Suelto un amargo suspiro quitándome las gafas para leer, echo a un lado la montaña de papeles que muestran el seguimiento del FBI a miembros de Śmierci. Mi cabeza está en otro lado a pesar de que en la mañana controlé mi Chi.
Siento que en realidad no hice nada.
En mi vida privada y laboral.
He tenido miles de oportunidades de ponerle una trampa a Dominic, sin embargo, he preferido revolcarme con él. Lo que está ocasionando que experimente sentimientos que por mucho tiempo han estado dormidos.
No es amor, es algo que ni yo misma puedo comprender, porque no dudaría en apretar el gatillo y matarlo. Existe una poderosa fuerza de conexión entre ambos que no puedo romper y eso está afectando mi trabajo. Todos los días lo evado pero la única verdad es que soy una traicionera. Conmigo misma, con mi trabajo, con el país.
Y no hemos follado, ni lo haremos.
Pero me pone tan mala que no necesito el sexo para estar como si hubiera pasado por un mal polvo. Estoy mucho peor, porque lejos de mi traición, el hecho de que no he podido tener un buen orgasmo por culpa de Dominic me está matando.
Yo también tengo necesidades básicas, y mi cuerpo clama esa necesidad que para mi desgracia, quiere que sacie él, porque soy una masoquista y si no experimento ese mundo de placer por completo con ese amante prohibido, no me lo perdonaré a mí misma nunca.
Con la imagen del árabe en mi mente y los planes que elaboro en segundo plano, mi teléfono recibe un mensaje suyo. Observo la pantalla iluminada con su nombre. Si creyera en tonterías, diría que lo he llamado con el pensamiento.
Elimino las evidencias de nuestra comunicación sin ánimos de responderle o entrar en una posible discusión debido a mi negativa. Necesito limpiarme de él lo suficiente para poder continuar usándolo en pro de la misión.
Le envío un mensaje a Jessica. Si ella me va a usar, yo también la usaré a ella.
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