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1. Misión

Trabajo, función o encargo que una persona debe cumplir.

¡Madre mía de patada! Unos centímetros más y me vuela la cabeza, venía con bastante fuerza, por suerte mis reflejos son buenos y me agacho, así mismo estiro una pierna y le pego en el tobillo, haciendo que caiga de culo.

Jadeante, me apresuro en ponerme el único paracaídas que hay en el helicóptero, echo un vistazo al abismo por el que me toca lanzarme. Se me revuelve el estómago. Ya antes he hecho paracaidismo en los entrenamientos del FBI y debo aclarar que mi nota no fue la mejor. Todavía puedo sentir el terror que me embargó cuando después de estar titubeando en si lanzarme o no, el instructor me empujó al vacío.

—No te dejaré que te robes el chip, zorra.

—Técnicamente, lo estoy recuperando, cariño. Eso le pertenece a la DEA.

El criminal lleno de tatuajes pasa el brazo por mi cuello. Con el codo le pego en el abdomen, gime y afloja el agarre. ¡Toma ya! De esa manera doy la vuelta y peleo con él, un tropiezo de su parte nos hace balancearnos en la orilla del helicóptero, de pronto, estoy cayendo al vacío a mil kilómetros por hora, y con el capullo encima.

¿Acaso no fue suficiente tener que estar colgando del helicóptero durante casi media hora hasta que pude entrar?

Ahí, cayendo a toda velocidad y con el poderoso viento en nuestra contra, luchamos. Puños, patadas, y cada vez más cerca del agua, hasta que con un rodillazo en su entrepierna y un puñetazo en la nariz, me libero de su agarre.

Rápidamente abro el paracaídas y observo un punto negro caer y caer hasta darse un buen chapuzón en las aguas de la cascada más alta del mundo, el Salto Ángel. Así es, estoy como una idiota volando sobre el Amazonas, y si Dios existe, aterrizaré cerca de la orilla del Salto Ángel.

Dios existe. No morí.

Justo como preví, caigo más o menos cerca de la cascada. Menudo potencial tiene, pienso, observando a distancia la fuerza del agua al caer. Me quito el paracaídas y como una tonta observo alrededor. Sola, estoy sola en la selva del Amazonas. Una explosión me hace estremecer, veo el cielo, el helicóptero ha claudicado, duró más de lo que creí. Los motores fallaron. Una nube de fuego en el cielo se expande y los restos caen hasta desaparecer debajo del agua.

Doy un respingo y suelto una maldición cuando algo jala de mi cola de caballo. Bien, estoy rodeada de depredadores y eso amenaza con enloquecerme. Doy la vuelta, cabreada; es un mono, un miserable mono. Sonríe y emite algo como una risa burlesca, trepa por un árbol y desde arriba, me vigila. Seré miedica.

El tonteo del monito me hace reaccionar y activo el proceso de búsqueda con un botón detrás de mi collar. Una luz roja parpadea en el centro del colgante en forma de escudo y pronto se detiene, cambiando a un verde. Ya vienen en camino.

Mi destacado desempeño en la misión me lleva a noticieros y periódicos. El chip que he recuperado de una mafia polaca internacional, Śmierci¹, contiene información confidencial muy importante sobre identidades de los más grandes personajes del narcotráfico, y, sobre todo, los nombres de los testigos que han delatado a distintos cárteles. Pretendían hacer explotar una bomba con esa información, y yo nos he salvado.

Recibo los reconocimientos que me merezco y soy feliz con mi trabajo, hasta que un cártel en particular toma vital importancia en la agencia. El narcotraficante más buscado actualmente: Dominic Callaghan. Un criminal demasiado hermoso para su propio bien, todo hay que decirlo, en mi trabajo he visto a cientos de narcotraficantes, pero ninguno tan guapo como este.

En fin, el inconveniente es que no quieren mujeres dentro del caso, lo que me resulta machista. Capturé al temido José Luis Rodríguez, un ex narcotraficante mexicano que nos hizo la vida imposible durante tres eternos años y yo, tras un arduo trabajo, lo mandé a juicio donde seis meses después, le declararon cadena perpetua.

Y eso es algo que claramente resalta en mi historial, lo que ocasiona que el agente al mando del caso, Frederic Willows, me ponga en período de prueba para estar dentro.

La noticia suplanta mi mala leche por alegría, merecía esta oportunidad después de casi morir en el Amazonas.

Poderoso, audaz, invencible.

Los detalles sobre la identidad del jefe y cabeza del cártel son escasos; nació en algún lugar de los Emiratos Árabes, la región es desconocida, y tiene treinta y cuatro años.

No hay familia, antecedentes, nada. Solo apareció de repente con su propio pequeño cártel, vendiendo drogas que compraba a un narcotraficante colombiano, al cual mató después y se adueñó de sus tierras.

Hay pocas imágenes de él en el sistema interno, a pesar de que existen registros de tres o cuatro encuentros cara a cara entre él y anónimos altos mandos de la agencia. Mi dedo hace click, por inercia, en una de las fotografías. Es a las afueras de una mansión, viste de gala y la posición de su cuerpo solo permite apreciar la mitad de su rostro, que luce perdido en la mujer que lo acompaña.

Hay algo en él, que no sé porqué, me resulta familiar. Me genera un cosquilleo en la boca del estómago, es una sensación de déjà vu, nada erótico. Y ese déjà vu incrementa mi intriga por él.


— ¿Estás ocupada? —Hank asoma la cabeza sobre el separador de nuestros cubículos—. Luces terriblemente callada hoy. Sé que Willows te puso en período de prueba ¿tiene que ver con eso? Si es así, puedo ayudarte.

Le doy una mirada de reojo, Hank es un agente especial que está en el caso de Callaghan. Nunca hemos tenido algún roce, a diferencia de otros compañeros. Por lo general, tema de poder. Así que bajo la guardia y hablo sobre mi investigación en curso.

—Madison, jamás vas a encontrar registros aéreos de él en ningún lado. Es un experto. Probablemente ahora esté al otro lado del mundo. Es difícil.

—Lo mismo decían con Rodríguez ¿y qué hizo su majestad aquí presente? Lo atrapó.


—Esto es diferente. Pero ¿sabes qué puedes hacer?

Alzo una ceja y lo miro con interés.

—Callaghan es famoso por las exclusivas fiestas privadas, en relación con Petrov Mavek, donde hace subastas de mujeres. Las fiestas son a final de mes, en lugares diferentes. Faltan dos días para la próxima, adivina dónde será la próxima fiesta.

La verdad es que el detalle de la subasta lo pasé por alto, enfrascada en los registros aéreos. Hank tiene razón. Busco entre la pila de carpetas hasta encontrar la que corresponde a la trata de blancas que maneja, en ella enmarca el orden con el que Callaghan se guía para hacer las fiestas.

Dominic utilizó las letras de su nombre para establecer en qué ciudades se harían las fiestas.

—Fácil. La siguiente es en Cleveland. La DEA siempre ha sabido este juego, por eso siempre cuando «adivinan» dónde está él, ya Dominic se ha marchado sin dejar rastro. Vaya, Hank, otro trapo sucio que esconder.

—Bueno, sabes dónde trabajamos, compañera. ¿Debería soltar la sopa?

—Escúpela, Hank. Mi paciencia es corta.

Me enseña una sonrisa antes de rodear el cubículo, sin pararse de la silla.

—Existe un equipo de la SSU que custodia desde la sombras las fiestas y que nada se salga de control. Esto fue una conversación con el Departamento de Justicia: mientras ocultemos y cuidemos esas subastas a ojos del pueblo americano, todo estará bien.

— ¿Me estás diciendo que nosotros, la DEA, estamos de alguna manera protegiendo al cártel de Callaghan y su trata de blanca?

Ladea la cabeza y asiente un poco indeciso.

—Algo así, somos como su seguridad extra en esas..., celebraciones.

Esto es para joderse, pero no me sorpende. La cantidad de secretos sucios e infames que existen en este mundillo es exagerada. Yo he sido parte de algunos. Tanto en el FBI, como en la DEA. ¿Estoy orgullosa? No. ¿Estoy satisfecha con lo que he hecho? Sí, porque muchas veces se impone la ley a través de injusticias, y a menudo, los sacrificios son necesarios.

Ir a Cleveland podría ser un suicidio. Depende del punto de vista, desde el sensato, por supuesto. En lo que a mí concierna: no me importa arriesgar mi vida. He pasado por situaciones muchísimo peores que infiltrarme en una fiesta.

Además, yo jamás me rindo ante un pequeño bache. Soy lo suficientemente buena para hacer esto, lo sé. Confío en mí y, maldición, me amo demasiado.

Esto lo haré sola. Tendré a Dominic y a los demás los pueden atrapar ellos, pero él será mío. Dominic Callaghan será mío y yo haré con él lo que los otros no pudieron.

—Iré, y no vas a decir nada de esto —le advierto.

Si Willows u otro superior se entera que pretendo escabullirme en la boca del lobo, me lo impedirán. Más en específico: me sancionarán por desacato y utilización ilegal de datos clasificados.

—Esperaba que dijeras eso, pero yo iré contigo. —setencia. Me enseña su billetera y se marcha hacia al ascensor.

Acomodo por orden de fecha todas las carpetas y vuelvo a repasar cada palabra escrita en los informes de las exclusivas fiestas de Callaghan. Tengo que ir pensando cómo haré para colarme, una vez me colé en la casa de un mafioso fingiendo ser la prostituta que había pagado, en mis días del FBI. Yo era su musa, la mujer que usaban para seducir y matar, o arrestrar.

Mi belleza es como mi don, pero mi maldición.

Me pierdo entre líneas, muy concentrada en lo mío, hasta que Hank aparece en su cubículo con una bolsa de comida en la mano. Al ver el logotipo de la bolsa, sonrío, es de mi restaurante favorito.

Es un traidor, porque él no conocía ese detalle, el hombre a su lado sí: Sam O'Connell. Debí suponer desde un principio que involucraría al Especialista de Sección. Su pelo canoso genera más confianza de la que podrías creer.

—Sé cómo entrar. —Es lo primero que dice—. La lista de invitados de las fiestas de Callaghan son muy selectivas, pero hay una forma de infiltrarnos, o sea, tú. Yo estaré afuera cambiando la lista de invitados, entrarás fingiendo ser una prostituta más y lo atraparás por medio de tus armas de seducción. Muy fácil.

Hank le da una palmada en el hombro.

—Yo me encargo de lo informático, viejo. Aquí vamos los tres.

—Cincuenta no es vejez, agente. Cuídate de una sanción.

—Oh, vamos...

Trago rápidamente el último pedazo de la hoja de lechuga. Si no intervengo, Sam seguirá con su crisis de los cincuenta.

—Vale. Ya sabemos que Dominic trabaja con Mavek para estos encuentros. Allí entro yo. Seré parte del fantasy dream femenino. Puedo conseguir la lista de chicas activas de Mavek.

Sam asiente, convencido de mi plan. A Hank lo cubre la duda.

—Pero, esas son las mujeres que son utilizadas solo por los narcotraficantes, ¿y si él conoce el nombre o la mujer ya está en la fiesta?

—Eso déjamelo a mí. —Sonrío de lado.

Soy Christine Jackson, una prostituta pija que gana miles de dólares por follar con narcotraficantes.

Aquí lo tenemos: fantasy dream. El más disgustante de por estos lares. Conozco la libertad que posee cada mujer para con su cuerpo, nunca me atrevo a juzgar a las que entran por voluntad propia, pero tampoco será de mi agrado.

La DEA tiene registro de la ubicación de las propiedades de Dominic Callaghan donde se realizan las subastas. Lo intuía, intenté abusar de mi poder para conseguirlo, me bloquearon el acceso.

Al menos, tuvimos a Sam, que como Jefe de Sección puede acceder a esos datos sin problema, lo que nos deja adentrados en un bosque que se nota muy solitario.

El camino es angosto y terrorífico. Parece que vamos al infierno o algo así. Se muestran varios carteles que advierten el paso, otros con calaveras, y uno último que dice «peligro», pero seguimos adelante.

Un gran estacionamiento repleto de autos de alta gama se hace visible. Entonces lo comprendo, la entrada principal es solo una trampa, la verdadera entrada está escondida y sólo es conocida por los invitados. Una verja de hierro oxidado nos impide la entrada, uno de los cuatro hombres que la custodia se acerca a paso lento al coche.

Sam baja la ventanilla del coche incluso antes de que el tipo llegue a nosotros. Asoma la cabeza por la ventanilla e inspecciona mi rostro.

—Invitación —escupe de mala gana.

Sam le entrega el rectangular boleto que falsificó Adam en la oficina. Muerdo el interior de mi mejilla mientras él revisa por delante y por detrás el boleto, muy cuidadoso, nos mira por breves segundos con curiosidad y misterio.

— ¿De parte de?

—Petrov Mavek —le contesto.

Vuelve a pasar su mirada de Sam a mí y tras echar un vistazo dentro del coche, asiente. Siento que puedo respirar con tranquilidad, ¡menudo suspenso tenía! Lleva una mano a su oreja y lo oigo hablar por el pinguinillo mientras se aleja.

— ¿Libre de explosivos?... Abran.

La verja se abre y cuando ingresamos, siento que ya está hecho el primer paso de muchos. Una vez que esté dentro del almacén, estaré completamente aliviada. Sam aparca el auto en un lugar un poco alejado, me echo un último vistazo en el espejito del coche.

Soy la mismísima zorra con la peluca rubia y los lentes de contacto azules. El vestido es ceñido, con un escote de infarto, la espalda descubierta y es tan corto. Mis párpados con colores oscuros y los labios rojos. Definitivamente soy una bomba.

—Son las nueve —avisa Sam, ya tiene la pequeña computadora con el sistema operativo abierto, los audífonos puestos y la pistola a un lado.

Es tan excitante este trabajo. La adrenalina, el suspenso, definitivamente no me equivoqué de oficio. Adoro lo que hago.

—Debes crear distracción durante unos cinco minutos en lo que hackeo el sistema, cuando estés adentro activa el micrófono. —Señala mi anillo—. Tienes una hora, si pasa más tiempo y no has enviado la señal, traeré refuerzos y te sacaremos de allí ¿entendido?

—Como sea.

Mi compañero, ya acostumbrado a mi mal genio, asiente en silencio con una sonrisa burlona. No puedo evitarlo, así de malhumorada soy. Agarro mi cartera y bajo de la camioneta.

La noche acaba de empezar.

Un gran salón lleno de lujos y gente millonaria se cierne ante mis ojos al abrirse las puertas del ascensor. El centro está ocupado por una plataforma donde, seguramente, son realizadas las subastas. De resto son mesas con largos manteles color champán los que decoran el magnífico salón.

A medida que camino por el salón, reconozco cientos de caras criminales y las manos pican de las ganas que me entran para arrestarlos a todos de una buena vez, pero me controlo.

Activo el micrófono del anillo. Un camarero se acerca extendiendo una copa de champaña, la acepto con una leve sonrisa, doy un sorbo y observo el lugar de cabo a rabo buscando a Dominic Callaghan, un alto, fornido, árabe de ojos grises.

Doy millones de vueltas por el lugar y no hay rastro de él, el tiempo corre y tengo que encontrarlo cuanto antes. Diviso un grupo de hombres cerca de la plataforma. El Jefe.

Reconozco fácilmente a Dominic por su maravilloso cuerpo, su barba de pocos días, y esos resplandecientes ojos grises. Charla desinteresadamente con dos hombres que parecen ser de seguridad, les entrega algo que no puedo ver y estos lo dejan solo. Es mi momento.

Callaghan se dirige a la rectangular mesa decorada con un mantel blanco, repleto de botellas y copas. Le sigo. Se sirve coñac en un vaso y, voltea hacia mí, enseguida nota mi presencia. Una palabra, un sentimiento: Joder.

Este hombre es un adonis, tan voluminoso y atractivo, cualquiera creería que es un poderoso empresario con la corbata y el traje pijo, el abundante pelo negro bien peinado hacia atrás con gominola, su rostro perfilado y los ojos grises, que de cerca son más intensos. Su aroma masculino con toques de coco y jabón se cuela por mis fosas nasales, actuando como una droga.

Tiene lo suyo el hombre, pero mi sed de llevarlo a la cárcel es mayor que cualquier atracción. Es mayor que la manera en que mi vello se eriza al tener su mirada fija en mí, con fascinación.

Como si yo fuera la única en su mundo.

—Señor —le saludo, con esa voz sensual que sé que destruye al género masculino.

—Christine... —Alarga el nombre en voz baja, como si no se sorprendiera de verme —. Hmm. Hoy te noto más hermosa que cualquier día.

Su ronca voz es orgásmica. Es oficial. Este es el primer narcotraficante guapo que conozco.

—Gracias, señor. Usted luce igual de increíble que siempre.

La comisura de su labio se alza en una ladina sonrisa. Ladea un poco la cabeza y recorre mi cuerpo con notable lujuria en la mirada. Eso en lugar de incomodarme, me encanta. Amo ser conocedora de mi efecto en los hombres.

— ¿Dónde está Xavier que te liberó?

Sabía que algo así pasaría, por eso indagué más sobre Christine Jackson, una prostituta de veinticuatro años que casi siempre está con un traficante de drogas, Xavier. Actualmente están en Puerto Rico gozando unas vacaciones a escondidas.

—Quizás yo me quise escapar de él —musito, atreviéndome a quitarle el vaso de la mano y dar un sorbo al coñac. El fuego en sus ojos se enciende. Le devuelvo el vaso, y como quien no quiere la cosa, me acerco más a él—. Quizás vine porque necesito otro tipo de atención.

Exhala un pesado suspiro y de un solo trago, se toma el resto del coñac, deja el vaso en la mesa y su mano se abre paso en mi espalda descubierta. El tacto de su piel en la mía me corta la respiración. Me empuja contra su cuerpo, acaricia levemente mi nariz con el índice.

—Siempre has sido muy traviesa, Christine.

—Quiero serlo hoy solo para usted, señor.

—Hmm... —Su palma en mi espalda desciende hasta casi tocar mi culo y se inclina. Por un instante me pongo nerviosa creyendo que me besará, pero su cara se dirige a mi cuello. Cierro los ojos de manera instintiva cuando su aliento es una caricia tortuosa en mi piel —. Me vienes como anillo al dedo... Búscame en la oficina dentro de cinco minutos.

No me da tiempo a responder. Besa mi hombro descubierto y se va sin siquiera mirarme. Su cuerpo se pierde entre el mar de personas bien vestidas, llevo una mano a mi pecho, algo aturdida. Mi corazón late desbocado. Madre mía, cuando lo he tenido cerca y miré sus ojos, juro que sentí algo muy extraño. Una sensación inusual, ha sido muy raro...

Sacudo la cabeza y recupero ese porte seguro y altivo que me caracteriza. Ya estoy viendo cosas donde no las hay. Me tomo un trago de ginebra, observando disimuladamente a las mujeres que caminan en fila detrás de una pesada cortina. Mujeres de Petrov Máveiz, de seguro. Callaghan las compra y las subasta. Interesante.

Los cinco minutos pasan y me dispongo a buscar la dichosa oficina que me llevará al criminal más buscado, un mastodonte con lentes oscuros se aparece frente a mí de repente.

—El señor Callaghan la espera, sígame.

Camino detrás de este hombre como si fuese al matadero. Vale, Dominic cree que voy directo a tener sexo con él, estará ansioso por ponerme las manos encima, así que debo actuar rápido. Después de pensarlo mejor, la opción de no arrestarlo es preferible.

El cártel Callaghan es un gran mafia que mueve drogas por todo el mundo, sería de vital importancia obtener información sobre su distribución específica, y más importante, sobre cárteles rivales. Destruirlos a todos en un efecto dominó.

El mastodonte me guía a un pasillo alejado y abre para mí una puerta, entro. Un escritorio es lo único en la pequeña habitación, al pie de una ventana está Dominic Callaghan, inclinado en ella. No puedo verlo de frente, pero el humo que escapa me advierte qué hace, lentamente voltea hacia mí e inhala del puro. Le sonrío sin separar los labios.

—Aquí estoy —ronroneo.

—Estás muy preciosa —dice en voz baja, pensativo —, pero el día que te haga mía, no será en un escritorio, ni será rápido. Te tomaré en mi cama y no te soltaré por horas.

Un momento... ¿Christine no se ha acostado con él? Para ser una prosti, está ciega. Por otro lado, ¿Dominic Callaghan les habla así a las prostitutas?

— ¿Y si lo quiero ya? —Dejo el bolso sobre el escritorio y apoyando las manos en él, me inclino lo suficiente para que destaque mi escote. Sus ojos se enganchan a mis apretujados pechos al alcance de su vista—. Quiero que me tomes sobre este escritorio.

—Eres buena en lo que haces, pero de ser Christine, sabrías que si otro hombre llega a tocarla, Xavier la mataría.

Bravo.

— ¿Qué tiene ella que no tenga yo? —Le suelto de sopetón. Quiero borrarle la sonrisa de macho a guantazos.

—Ella es más flaca.

— ¿Me estás diciendo «gorda»?

—Para nada. —Su sonrisa se amplía—. De la puta DEA... Quedé con tu jefe que no joderían mis subastas si yo no hacía escándalos, y esa mierda hago. ¿Qué haces acá, agente?

—La DEA no sabe que estoy aquí —le digo, haciendo sonar mis uñas contra la madera—. No vine a joder tu fiesta ni tampoco a arrestarte. El cártel de Cali es un fuerte rival, el líder y todos los latinos criminales están molestos porque un norteamericano se apropió del título de «mejor narcotraficante». Tú conoces sus rutas, te has adueñado de casi todas, lo sé. Solo necesito una, del cártel de Cali.

Callaghan profiere lo que es una risa falsa y deja el habano en el cenicero que está en el escritorio. Imita mi posición y volvemos a quedar cerca. Esta vez, su proximidad me da igual.

—Muy lista, agente. Esteban Sedán, haz con esta información lo que quieras. Le pediré con toda la amabilidad del mundo que se retire de mi propiedad, agente, estoy dejándola vivir y con un nombre que le servirá. No lo desaproveche.

De muy mala gana, agarro mi bolso. Solo Dios sabe cuántas ganas tengo de ponerle unas esposas.

—No se equivoque —le advierto, con chulería—. Pude haberlo drogado y arrastrado a una celda, sin embargo, aquí lo dejo. Verifique quién de los dos deja vivir al otro.

—Nos vemos en Texas, diablura —es lo último que escucho antes cerrar la puerta de golpe al salir.

¹del polaco. La muerte.

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